38750.fb2 La Soledad De Los N?meros Primos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

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Había algo importante que saber sobre Denis. A decir verdad, él creía que era lo único que merecía la pena conocer de él y por eso nunca se lo había dicho a nadie.

Su secreto tenía un nombre terrible, que se ceñía como nailon a sus pensamientos y los asfixiaba. Gravitaba en su conciencia como una condena ineluctable, con la que antes o después tendría que enfrentarse.

Tenía diez años cuando, un día, al guiarle su profesor de piano los dedos por toda la escala de re mayor con su cálida palma, experimentó una emoción que lo dejó sin aliento y le provocó tal erección que hubo de inclinarse un poco para tapar el bulto que le hacía en los pantalones del chándal. Desde entonces aquel momento simbolizó para él el verdadero amor, y en adelante tanteó cada rincón de su vida en busca del calor adherente de aquel contacto.

Cada vez que recuerdos como éste invadían su ánimo, a tal punto que el cuello y las manos empezaban a sudarle, Denis se encerraba en el cuarto de baño y se masturbaba con furor, sentado al revés en la taza del váter. El placer no duraba más que un instante y sólo se irradiaba unos centímetros en torno a su sexo. En cambio, el sentimiento de culpa caía sobre él como una ducha de agua sucia que le calaba la piel y penetraba hasta las entrañas, pudriéndolo todo poco a poco como la humedad corroe las paredes de las casas.

Estaban en clase de Biología, en el laboratorio del sótano. Denis observaba cómo Mattia seccionaba un filete separando las fibras blancas de las rojas, y sentía el impulso de acariciarle las manos. Quería comprobar si aquel molesto coágulo sensual que llevaba enquistado en la cabeza se desharía como mantequilla al contacto del compañero de quien se había enamorado.

Estaban sentados juntos, los dos con los antebrazos apoyados en la mesa. Una fila de matraces, probetas y redomas los separaba del resto de la clase y refractaba la luz deformando cuanto quedaba al otro lado.

Concentrado en la labor, Mattia llevaba al menos media hora sin levantar la vista. La biología no le gustaba, pero cumplía su deber con la misma aplicación que ponía en las demás asignaturas. La materia orgánica, vulnerable e imperfecta, le resultaba del todo ajena. El olor vital que rezumaba aquel trozo de carne cruda apenas le causaba un leve fastidio.

Con unas pinzas tomó un sutil filamento blanco y lo depositó en la platina del microscopio, aplicó el ojo y enfocó. Fue apuntándolo todo en un cuaderno cuadriculado e hizo un dibujo de la imagen.

Denis dio un profundo suspiro y, armándose de valor como si tuviera que zambullirse de espaldas, le preguntó:

– Matti, ¿tú tienes algún secreto?

Mattia pareció hacer oídos sordos, pero el escalpelo con que estaba cortando otra sección de músculo se le escapó y cayó tintineando sobre el tablero metálico. Lo recogió con un lento ademán.

Denis aguardó unos segundos; Mattia se había quedado inmóvil con el instrumento suspendido a un par de centímetros de la carne.

– A mí puedes contármelo. -Ahora que se había lanzado, ahora que había dado un paso en la intimidad fascinante del compañero, la cara le palpitaba de emoción y no estaba dispuesto a desistir-. Yo también tengo uno.

Mattia seccionó el músculo de un tajo limpio, como si hubiera querido rematarlo, y dijo en voz baja:

– Yo no tengo ningún secreto.

– Si me dices el tuyo, yo te digo el mío -insistió Denis. Acercó el taburete y notó que Mattia se ponía tenso.

– Hay que terminar el experimento -dijo éste con voz átona, mirando inexpresivo el trozo de carne-, o no podremos completar la ficha.

– A mí la ficha me da lo mismo -repuso Denis-. Dime qué te has hecho en las manos.

Mattia inspiró tres veces. En el aire flotaban levísimas moléculas de etanol y algunas le penetraron en la nariz; notó con grato picor cómo ascendían por el tabique nasal y le llegaban a los ojos.

– ¿De verdad quieres saber lo que me he hecho en las manos? -preguntó, volviendo la cara hacia Denis pero mirando los frascos de formol alineados tras él, en los que se conservaban fetos y miembros de animales. El otro asintió temblando-. Pues mira.

Empuñó el escalpelo, introdujo la punta entre los dedos índice y medio y la corrió hasta la muñeca.