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El caballero verde también era conocido como el caballero de las cinco espadas, porque era muy hábil en el manejo de las armas y frecuentemente hacía demostraciones en las que recogía a toda velocidad y sin causarse ninguna herida en las manos las cinco espadas que lanzaba al aire. Este caballero era muy alegre y expansivo y estaba acostumbrado a ser el alma de todas las reuniones sociales, el centro de todas las fiestas.
Cuando se enteró del torneo que iba a tener lugar en Camelot para liberar a las doncellas que el hada Morgana, a causa de los celos, tenía presas en el castillo de La Beale Regard, se informó bien de la identidad de las doncellas y se quedó un buen rato considerando a cuál de ellas sería más oportuno y placentero rescatar.
Naromí, la doncella del sueño infinito, no le atraía en absoluto. Las bellas durmientes, por bellas que fueran, le aburrían. Él, que era tan partidario de galas y festejos, consideraba que dormir era una pérdida de tiempo, algo reservado a quienes no saben sacar partido a la vida. Bellador, la doncella del gran sufrimiento, aún le atraía menos, ¿por qué fijarse en las penalidades de la vida habiendo tantas cosas buenas? En realidad, no soportaba a los doloridos, ni siquiera a los melancólicos, ni mucho menos a los tristes. En Bellador sólo pensó una décima de segundo y fue descartada en seguida. En la orgullosa Delia pensó un poco más, porque era bella y perfecta, pero excesivamente segura de sí misma, carente por completo de sentido del humor, se dijo luego, dominante, eso era seguro, insoportable, concluyó después. Desde luego, estaba Bess, que parecía la candidata más apropiada, Bess era alegre, componía romances, cantaba como los pájaros, y su andar era tan ligero como su risa.
Pero después de un rato, el caballero verde se dijo: «Dos personas tan parecidas no deben juntarse, no es tan placentero verse siempre reflejado con exactitud en espejos ajenos. Y bien podríamos, además, entrar en competencia y luego acabar uno dolido con el otro».
Descartada Bess, aún quedaban Findia, Alisa y Alicantina, claro que estas doncellas no eran ninguna ganga, pues aunque todas eran muy bellas, tenían unas cualidades muy extrañas y había que sopesar bien los inconvenientes que representaban.
Findia era olvidadiza y a veces no recordaba ni su propio nombre, ¿cómo se puede confiar en una criatura desmemoriada? El caballero verde frunció el ceño y negó con la cabeza. Lo que se decía de Alisa era también muy desconcertante: hablaba con el viento. ¿No sería ésta una manera de decir que estaba loca? Bueno sería luchar por una pobre loca, rescatarla, y quedar luego obligado a su servicio. Nada de Alisa. Así que sólo quedaba Alicantina, la doncella que no podía verse por fuera. Estudiemos esta cualidad, se dijo el caballero verde, pero por mucho que pensó y le dio vueltas al asunto, no acabó de entenderlo.
Al cabo, concluyó: «Lo que no se entiende, siempre puede dar sorpresas, y no hay sorpresa que no tenga su parte buena. Esta es la doncella que más se aviene a mi temperamento arriesgado y emprendedor y me parece que esta aventura tan original puede darme mucha gloria y divertimiento».
Decidido el asunto, el caballero se vistió de verde, que era su color preferido, fue a Camelot, se apuntó a la justa de la doncella que no podía verse por fuera y, como era previsible, la ganó.
Camino de La Beale Regard, agotado como estaba, pensó en reponerse y dormir en una posada que avistó en la linde del bosque. En la posada se celebraba un banquete y el caballero verde le preguntó al posadero la razón del mismo.
– Este banquete -dijo el posadero- ya es el último de toda una serie de festines y comilonas que se han sucedido a causa de la boda del guía principal de los laberintos subterráneos, esos pasadizos que comunican entre sí los castillos del fondo de los lagos, los que habitan las ninfas, el reino, en fin, del hada Indiga. Si quieres sumarte al banquete, no tienes más que decirlo, porque estos guías y duendes de los pasos subterráneos admiran mucho las hazañas de los caballeros andantes. En cuanto sepan quién eres, te invitarán a sentarte a su mesa y a que les relates tus aventuras, porque del caballero verde se cuentan muchas habilidades, en particular se destacan los juegos con la espada, si no estoy mal informado.
El caballero verde, entonces, le dio una buena propina al posadero y le pidió que no dijera a nadie quién era, pero que le llevase algo de comida al cuarto, porque estaba fatigado y no tenía ganas de chachara.
– Por mucho que me cueste -dijo el posadero, tras guardarse la moneda de oro en el bolsillo-, mantendré la boca cerrada. No veo bien, no distingo los colores ni las armas, y confundo a pobres diablos con caballeros, pero si me dan una moneda, yo sirvo, sea la moneda de cobre, de plata o de oro, que tampoco lo distingo a simple vista. Suba el caballero o lo que sea las escaleras y acomódese en el primer cuarto con el que se tope, porque no hay otro, y en seguida mandaré yo a una moza con abundancia de comida y bebida, que de todo eso tenemos esta noche.
Así, el caballero verde, ya en su cuarto, se despojó de la pesada armadura y se recostó en el camastro, a la espera de la moza. Al fin llegó la moza, muy arrebolada, con una cesta en la que se acomodaba una cazuela de cocido y una botella de vino. Mientras sacaba estos enseres de la cesta, la moza se puso a llorar a grandes gritos, de manera que el caballero verde le hizo callar y luego le preguntó por qué lloraba de ese modo.
– Soy la joven más desgraciada de los contornos -dijo la moza-. Para mí querría la suerte de ésas que son llamadas doncellas desdichadas, que ellas ya tienen caballeros que las rescaten, pero mi desgracia no le importa a nadie. Te he visto venir y sé que eres el caballero verde, el caballero encargado de liberar a la doncella que no puede verse por fuera, pero antes, te lo suplico, atiende mi súplica, que no te llevará mucho tiempo y para mí será la vida.
El caballero verde le dijo a la moza que haría lo posible por ayudarla, siempre que la empresa no comprometiera su honor y que no le entretuviera mucho rato, pues estaba anhelante de procurar la libertad a su dama.
– Nada de eso ocurrirá, te lo prometo -dijo la moza, enjugándose las lágrimas-. Mira, mi tío, el posadero, me tiene un gran apego, y desde que se enteró de que Felón, el hijo del panadero, andaba detrás de mí, no me deja pisar la calle. Aprovechando que el panadero está enfermo en cama, por lo que, si nota la ausencia de su hijo, no puede avisar a nadie, le tendió una trampa a Felón ayer por la noche cuando el desdichado vino a verme. El caso es que lo tiene encerrado en un cobertizo del bosque y sospecho que, si nadie lo remedia, lo dejará morir, pues allí, por mucho que grite, nadie puede oírle. Sólo tú, que, bien lo sé, eres el caballero de las cinco espadas, te atreverías a salvarle, porque te sobra valentía e ingenio para hacerlo. Estoy segura de que esta empresa es cosa de coser y cantar para ti, y para nosotros es la vida, ni más ni menos.
El caballero verde miró, pensativo, a la moza. La aventura no le parecía propia de caballeros, pero, a la vez, no quería desatender las quejas de la moza, tanto porque le abrumaba toda lágrima de mujer como porque temía que si rehusaba ayudarla, la moza iría con el cuento a los duendes y trasgos que alborotaban en la planta baja de la posada y éstos luego no dejarían de propagar su negativa, adornándola con toda suerte de injurias y calumnias. Mucho admiraban, decían los duendes, las hazañas de los caballeros, pero el caballero verde desconfiaba del entusiasmo de los admiradores y sabía cuan rápidamente el entusiasmo, por un simple gesto, por una minucia, se convierte en rencor, en odio, en deseo de venganza. De repente, tuvo una idea, miró a la moza, que se llamaba Loti, y dijo:
– De buena gana accederé a tus ruegos, Loti, y sacaré del cobertizo del bosque a tu novio, el hijo del panadero, ese que dices que se llama Felón, nombre poco noble, por cierto, si me juras por Dios y Todos los Santos que eres aún doncella, porque yo tomaré sobre mí la aventura no porque seas moza sino por doncella, a ver si me entiendes.
La cara enrojecida y húmeda de lágrimas de Loti se abrió en una sonrisa, y de inmediato se hincó de rodillas, tomó en la mano el borde de la camisa del caballero verde y dijo:
– Lo juro por Dios y Todos los Santos. Soy y seré doncella hasta tanto Felón, con su nombre innoble a cuestas, que eso a mí no me importa, no me despose. Y, de lo contrario, vuelvo a jurar que permaneceré doncella hasta el fin de mis días.
– Muy bien has jurado -dijo el caballero verde-. Y ahora ayúdame a vestirme y llévame cuanto antes a ese cobertizo porque no es bueno demorar la acción que se interpone al cumplimiento de nuestros propósitos.
Poco después, el caballero verde y la moza abandonaron subrepticiamente la posada y en medio de la noche cerrada, una noche sin luna y sin estrellas, se internaron en el bosque. Allí, emboscados, estaban los sicarios de Morgana, quien había ideado todo este asunto de la moza, y se abalanzaron sobre el caballero verde, cogiéndolo desprevenido, y lo llevaron luego al cobertizo, donde fue reducido y encerrado, para que luego Morgana decidiera qué hacer con él.