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Capítulo 48

Culturismo

Al final de la jornada financiera, la zona centro se vacía con rapidez. Las calles del Loop adquieren el aspecto melancólico y descuidado que se apodera de los espacios humanos después de haber sido abandonados. En las calles vacías destaca cualquier resto de basura, cualquier lata o botella. El metro, chirriando a su paso por los puentes elevados, sonaba tan remoto y salvaje como los coyotes en la llanura.

Caminé muy deprisa las tres manzanas que me separaban de mi coche, mirando todo el tiempo a mi alrededor, dentro de los portales, en los callejones y cruzando de una acera a la otra. ¿Quién vendría a por mí primero, Fillida Rossy o la pandilla de los OJO de Durham?

Durham no sólo se había librado de mí con rudeza sino que lo había hecho de un modo calculadamente ofensivo, con el fin de cabrearme. Como si tuviera la esperanza de que, al hacer hincapié en las injusticias raciales, iba a conseguir desviar mi atención de los detalles de los crímenes en los que estaba implicado Colby Sommers.

¿Y a qué detalles se suponía que yo no debía prestar atención? Para entonces ya me había formado una idea bastante clara de por qué tenían tanta importancia los cuadernos de Ulrich. Y también de cómo habían matado a Howard Fepple. Y estaba empezando a vislumbrar la relación entre Durham y Rossy. Tenían un juego de intereses que encajaban a la perfección: Rossy le había proporcionado a Durham un importante asunto alrededor del cual podía construir su campaña, más el dinero para financiarla, y había conseguido manipular a la Asamblea Legislativa para que, al vincular el Holocausto con las indemnizaciones a los descendientes de los esclavos, todo aquello se convirtiera en algo demasiado complejo como para que los legisladores pudieran afrontarlo. Durham, a cambio, había desviado la atención pública de Ajax, de Edelweiss y del asunto de la recuperación de los bienes de las víctimas del Holocausto. Era algo maravillosamente perverso.

Lo que no entendía era qué había visto Howard Fepple en el expediente de Sommers para pensar que tenía entre manos algo que valía mucho dinero. Supuse que podría tener algo que ver con el cuaderno de Ulrich sobre las pólizas de los seguros de vida europeos. Y que Fepple, como yo, y como cualquiera que trabaje en el sector de seguros, sabía que Edelweiss no podría afrontar un riesgo tan importante como el derivado de las pólizas de las víctimas del Holocausto.

Pero eso no explicaba cómo había hecho Ulrich tanto dinero. Treinta años atrás no podía haberse dedicado a chantajear a sus jefes suizos, porque hace treinta años las cuentas bancarias y las pólizas de los seguros de vida de las víctimas del Holocausto no reclamaban el interés de las Asambleas Legislativas ni del Congreso de Estados Unidos. Ulrich tenía que haber estado haciendo algo a un nivel más de andar por casa. No tenía pinta de ser el cerebro de una organización criminal sino, simplemente, un hombre horrible que maltrataba de un modo atroz a su hijo y que había dado con una discreta fórmula para convertir una moneda de cinco centavos en un dólar de plata.

Delante de mí, un hombre salió de entre las sombras dando tumbos. Me sorprendió la velocidad con la que fui capaz de llevar la mano a mi cartuchera colgada del hombro. Me pidió dinero para comer, llenando el aire de un apestoso olor a whisky barato, mientras me corría un sudor frío por la nuca. Guardé la pistola en el bolsillo de la chaqueta y hurgué en mi bolso a la búsqueda de un dólar, pero el hombre ya había visto el arma y se fue corriendo por una calle lateral, con las piernas temblando.

Volví a mi oficina en el coche, mirando inquieta por el espejo retrovisor para ver si me seguía alguien. Cuando llegué al almacén que comparto con Tessa, aparqué lejos del edificio. Sostuve la pistola en la mano mientras abría la puerta. Antes de acomodarme ante mi mesa de trabajo, registré el estudio de Tessa, la entrada, el cuarto de baño y todas las subdivisiones de mi oficina. Es difícil entrar en nuestro edificio, pero no imposible.

Llamé por teléfono a Terry Finchley a la comisaría. Había sido el jefe de Mary Louise durante los tres últimos años que ella estuvo en la policía y siempre recurría a él para conseguir información reservada sobre las investigaciones que se estaban llevando a cabo. Yo sabía que Terry no llevaba directamente el caso de Sommers, pero lo conocía lo suficiente, ya que le había estado pasando información a Mary Louise. Bueno, daba igual, porque no estaba. Tras dudarlo un poco, le dejé un recado al sargento de guardia: «Colby Sommers anda liado con los OJO. Sabe algo sobre el asesinato de Howard Fepple y también está involucrado en el robo de Hyde Park, donde mandaste a los agentes de la científica el miércoles». El sargento me prometió que se lo daría.

Cuando encendí el ordenador, me sentí decepcionada porque Morrell no había contestado a mi correo electrónico. Aunque, claro, en Kabul era ya de madrugada. Quién sabe por dónde andaría… Y si ya se había adentrado por el país estaría en cualquier sitio, lejos de un teléfono al que conectar el ordenador. Lotty estaría en algún lugar desolado al que yo no podía acceder y Morrell, en el fin del mundo. Me sentí terriblemente sola y me puse a compadecerme de mí misma.

El fax con el artículo de Anna Freud sobre los seis niños de Terezin había llegado. Me puse a leerlo, decidida a no regodearme en la autocompasión.

Aunque el artículo era largo, lo leí entero y con total atención. A pesar de la frialdad de la terminología clínica, afloraba con claridad la desgarradora destrucción de aquellos niños tan pequeños, privados de todo, desde el amor de sus padres hasta del idioma; unos pequeños que habían tenido que cuidarse unos a otros en un campo de concentración, uniéndose para apoyarse mutuamente.

Después de la guerra, cuando los ingleses aceptaron a un determinado número de niños procedentes de los campos de concentración para que aprendieran a vivir en un mundo libre de terror, Anna Freud se encargó del cuidado de aquellos seis. Eran demasiado pequeños para cualquiera de los demás programas de ayuda y formaban un grupito tan compacto que los asistentes sociales temieron separarlos. Temían que la separación les causara un nuevo trauma en sus cortas vidas. Todos estaban muy unidos, pero dos de ellos habían establecido un vínculo muy especial entre sí: Paul y Miriam.

Paul y Miriam. Anna Freud… A la que Paul Hoffman llamaba su «salvadora en Inglaterra» y cuya fotografía había recortado para colgarla en el cuarto secreto. El Paul de quien hablaba Anna Freud había nacido en Berlín en 1942 y había sido enviado a Terezin a los doce meses, justo como Paul Hoffman había contado en la entrevista de la televisión. Era el único de los seis niños de cuya familia no se sabía nada. O sea que si te llamabas Paul y tu padre era un alemán que te había maltratado brutalmente, encerrándote en un vestidor y pegándote una paliza cada vez que pensaba que había algo femenino en tu actitud, quizás era lógico que creyeras que aquélla era tu historia, la de los niños de los campos de concentración.

Pero Paul y Miriam no eran los verdaderos nombres de los niños de los que hablaba Anna Freud. En su estudio sobre aquellos niños reales, había utilizado nombres falsos para proteger su intimidad. Paul Hoffman no se había dado cuenta. Se había leído el estudio, había asimilado la historia y se había imaginado a Miriam, la pequeña compañera de juegos por la que había llorado amargamente en la televisión la semana anterior.

Se me pusieron los pelos de punta. Sentí un deseo incontenible de irme a casa, meterme en la cama y alejarme de la gente con traumas que me dejaban el ánimo por los suelos. No me sentía con fuerzas para ir en coche hasta Evanston. Recogí el collar de Ninshubur, lo metí en un sobre acolchado y puse en él la dirección de Michael Loewenthal en Londres, con una nota para la aduana, objetos usados carentes de valor y, después de ponerle un sello, lo eché en un buzón de correos. Durante el trayecto a casa seguí con un ojo puesto en la carretera, pero no parecía que ni Fillida ni los chicos de OJO estuviesen siguiéndome.

Me sentí feliz cuando el señor Contreras me abordó al entrar. Al enterarse de que no había comido nada en todo el día, salvo la manzana, exclamó:

– Entonces no es extraño que estés desanimada, bonita. Tengo espaguetis en el horno. No son de los hechos en casa, como los que te gustan, pero creo que serán lo suficientemente buenos para un estómago vacío.

Lo eran. Me comí dos platos. Subimos los perros al coche, fuimos hasta el parque y les dejamos retozar en medio de la oscuridad. Me fui a dormir temprano, pero aquella noche volví a tener mi más horrible pesadilla. En ella intentaba encontrar a mi madre y no lo conseguía hasta que la estaban bajando a la tumba, envuelta en tantos vendajes y con tantos tubos que le salían de los brazos que no podía verme. Yo sabía que estaba viva, sabía que podía oírme, pero no daba muestras de ello. Me desperté llorando y diciendo el nombre de Lotty en voz alta. Estuve despierta una hora, escuchando los ruidos que venían de la calle y preguntándome qué estarían haciendo los Rossy, antes de volver a caer en un duermevela.

A las siete me levanté para ir a correr con los perros, mientras el señor Contreras me seguía con el Mustang. La idea de que podía estar en peligro le preocupaba mucho; ya veía que iba a estar pegado a mí hasta que se resolviera todo el tinglado de Edelweiss.

El lago aún estaba tibio, a pesar de que era septiembre y los días se iban acortando. Me metí en el agua con los perros y, mientras el señor Contreras les lanzaba palitos, fui nadando hasta una roca que sobresalía y volví. Cuando me reuní con ellos, estaba cansada pero me sentía como nueva y la angustia de la noche anterior se había borrado de mi mente.

Mientras volvíamos a casa, puse la radio para escuchar las noticias: Elecciones presidenciales, blablablá, violencia en Gaza y Cisjordania, blablablá.

La noticia local más destacada del día de hoy: la policía ha revelado la identidad de la mujer cuyo cuerpo ha sido encontrado esta madrugada en la Reserva Forestal de Sundow Meadow. Una pareja de Countryside encontró el cuerpo cuando estaban corriendo con sus perros en el bosque, poco antes de las seis de la mañana. La policía ha informado que la fallecida era Connie Ingram, de treinta y tres años de edad y que residía en LaGrange. La fallecida vivía con su madre, que empezó a alarmarse ayer por la noche al ver que su hija no volvía de su trabajo.

La señora Ingram comentó: «No tiene novio. Los viernes solía quedarse a tomar una copa con sus compañeras de trabajo, pero siempre se montaba en el tren de las 7.03».

Al ver que su hija no había llegado a casa con el último tren, la señora Ingram llamó a la policía, donde le dijeron que no podía poner una denuncia antes de que hubiesen transcurrido setenta y dos horas desde la desaparición. De cualquier forma, cuando la señora Ingram llamó a la policía de LaGrange, su hija ya estaba muerta. El forense del Cook County calcula que fue estrangulada alrededor de las ocho de la tarde.

Connie Ingram llevaba trabajando en la Compañía de Seguros Ajax desde que se graduó en el instituto. Sus compañeros de trabajo relataron que en los últimos días la víctima había estado nerviosa porque la policía de Chicago la acusó de estar implicada en la muerte del agente de seguros Howard Fepple. Tanto las autoridades de Countryside como las de LaGrange están colaborando estrechamente con las de Chicago en la investigación.

Otras noticias locales: un hombre del South Side resultó muerto de un disparo efectuado aparentemente desde un coche, cuando se dirigía caminando a su casa desde la estación del metro la pasada noche. Colby Sommers había participado de niño en el programa OJO del concejal Louis Durham, quien ha enviado su más sentido pésame a la familia.

¿Se siente decaído con la llegada del final del verano? Vuelva a…

Apagué la radio y aparqué el coche.

El señor Contreras me miró alarmado.

– ¿Qué pasa, muñeca? ¿Era amiga tuya? Te has puesto tan blanca como mi pelo.

– No era una amiga… Era la joven del Departamento de Reclamaciones de la que te he estado hablando. Ayer por la mañana, cuando fui a Ajax, Ralph Devereux la acusó de ocultarle algo relacionado con esos malditos cuadernos con los que se ha largado Lotty.

Connie Ingram desapareció unos minutos cuando iba hacia el ascensor. Yo pensé que se estaba escondiendo de mí, pero, tal vez, había ido al despacho de Bertrand Rossy para pedirle consejo.

Fepple tuvo que haber mandado a Ajax alguna muestra del material que obraba en su poder. Si no, ¿cómo iban a saber que en realidad podía hacerles chantaje? Se lo habría mandado a la pobre Connie Ingram, ya que con ella había establecido el contacto. Connie se dirigiría directamente a Bertrand Rossy, puesto que él se había interesado en persona por su trabajo con el expediente de Sommers. Aquella administrativa del Departamento de Reclamaciones tuvo que sentir una emoción casi insoportable cuando el joven y sofisticado ejecutivo de Zurich la eligió para sacarla de aquel agujero de la planta treinta y nueve. Le hizo jurar que no diría nada a nadie. El sabía que Connie no iría a contarle a Ralph ni a su jefa, Karen Bigelow, ni a nadie, el interés que él tenía en el asunto, puesto que había captado claramente el entusiasmo que despertaba en ella.

Pero ella era una mujer fiel a su empresa y estaba preocupada cuando salió del despacho de Ralph. Quería ser leal con el Departamento de Reclamaciones, pero tenía que consultar primero a Rossy. ¿Y qué hizo Rossy? Organizar una cita secreta con ella al final de la jornada. «Ahora no podemos hablar, no tengo ni un hueco en la agenda. Pero podemos quedar en el bar de enfrente después del trabajo. No se lo digas a nadie. No sabemos en quién se puede confiar en esta empresa.» O algo así. Y se la llevó a la reserva forestal, donde ella quizá se imaginara que iba a tener sexo con el jefazo y él la estranguló cuando ella se volvió a mirarle sonriendo.

Imaginarme la escena hizo que me estremeciera de repugnancia. Si es que estaba en lo cierto. Peppy asomó la cabeza desde el asiento de atrás y me hizo una caricia con el hocico, gimoteando. Mi vecino me echó una toalla por encima.

– Pásate a este asiento, bonita. Yo conduciré hasta casa. Té, miel, leche y un buen baño caliente es lo que necesitas ahora mismo.

No le llevé la contraria, aunque sabía que no podría quedarme sentada mucho rato. Mientras él ponía el agua a hervir para el té y preparaba unos huevos y unas tostadas, subí las escaleras para darme una ducha en mi casa.

Bajo el chorro del agua caliente, me puse a divagar y acabé pensando en lo que Ralph le había dicho a Connie el día anterior. Era algo así como Nunca pensé que en una compañía de seguros se destruyeran documentos. Si Fepple había enviado una muestra de lo que obraba en su poder, ella tendría que haberla guardado.

Cerré el grifo bruscamente y me sequé a toda prisa. Digamos que Rossy se había encargado del archivo central de reclamaciones y lo había limpiado de cualquier manuscrito de Ulrich; que había encontrado la mícroficha… Nada más fácil para él que deambular por las plantas del edificio fuera del horario de trabajo, como si estuviese supervisando el trabajo, abrir el cajón pertinente, sacar la ficha y destruirla.

Pero supuse que Connie tendría un pequeño archivador de mesa… con los documentos que tenía que consultar todos los días para resolver los casos en los que estaba trabajando. Con toda probabilidad Rossy no había pensado en ello. Nunca en su vida había hecho un trabajo administrativo. Y me apostaba lo que fuera a que lo que había enviado Fepple estaba allí.

Me vestí apresuradamente: unos vaqueros, zapatillas de deporte y una chaqueta amplia para disimular la pistola. Bajé corriendo las escaleras hasta la casa del señor Contreras, donde me tomé el tiempo necesario para beberme el té dulce y caliente que me había preparado y comerme los huevos revueltos. Estaba impaciente por irme, pero no podía dejar de tener la cortesía de sentarme a la mesa con él durante quince minutos.

Mientras comía le expliqué lo que pensaba hacer, desoyendo sus protestas por mi súbita partida. Conseguí convencerlo diciéndole que cuanto antes acabase con Rossy y con Ajax, antes podría empezar a buscar a Lotty.