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Capítulo 16

Problemas de relación

Paseó la mirada por el recibidor con una especie de expectación nerviosa, como quien se presenta demasiado pronto a una audición.

– ¿Es usted la señora Loewenthal? ¿O, tal vez, una hija suya?

– Señor Radbuka… ¿O es usted el señor Ulrich? ¿Quién le ha invitado a venir aquí? -en mí fuero interno me preguntaba, desconcertada, si aquélla habría sido la causa de la pelea entre Lotty y Max, si Max habría encontrado la dirección de aquel tipo y le habría invitado a ir a su casa mientras Cari aún estaba en la ciudad, y Lotty, con su temor a revivir el pasado, se habría opuesto enérgicamente.

– No, no, yo nunca me he llamado Ulrich, ése era el nombre de quien decía ser mi padre. Yo soy Paul Radbuka. ¿Es usted pariente mía?

– ¿Por qué ha venido usted aquí? ¿Quién le ha invitado? -repetí.

– Nadie. He venido por iniciativa propia, porque Rhea Wiell me contó que algunas personas que conocen a mi familia, o que pueden ser familiares míos, se marchan mañana de Chicago.

– Cuando estuve hablando con Rhea Wiell el viernes por la tarde me dijo que usted no sabía de la existencia de otros Radbuka y que iba a ver qué opinaba usted de tener un posible encuentro con ellos.

– ¡Ah! O sea que usted estuvo con Rhea. ¿Es usted quien quiere escribir mi historia?

– Soy V. I. Warshawski, la investigadora privada que estuvo hablando con ella sobre la posibilidad de tener una reunión con usted -sabía que estaba comportándome fríamente, pero su inesperada aparición me había cogido desprevenida.

– Ah, ya sé, la detective que fue a verla cuando estuvo hablando con el editor. Entonces, es usted la amiga de unos familiares míos que sobrevivieron.

– No -le dije con tono cortante, intentando que se tranquilizara-. Tengo amigos que pueden haber conocido a alguna persona de la familia Radbuka. Si esa persona es familiar suyo o no depende de toda una serie de detalles en los que no podemos entrar ahora. ¿Por qué no…?

Me interrumpió. Su sonrisa expectante había dejado paso a un gesto de ira.

– Quiero conocer a cualquier persona que pueda ser pariente mío. Pero no con tantas precauciones, teniendo que recurrir a usted para averiguar quiénes son esos otros Radbuka, mirando a ver si pueden ser realmente parientes míos o si tienen ganas de conocerme. Eso nos podría llevar meses o, incluso, años… Yo no puedo esperar todo ese tiempo.

– Así que se ha puesto usted a rezar y el Señor le ha guiado a la casa del señor Loewenthal, ¿no? -le dije.

Sus mejillas se tiñeron de rojo.

– Noto en usted cierto sarcasmo que no tiene razón de ser. Me enteré por Rhea de que Max Loewenthal estaba interesado en encontrarme, que tenía un amigo músico que conocía a mi familia y que ese músico sólo iba a estar aquí hasta mañana. Cuando me dijo que Max o su amigo pensaban que podían conocer a alguien de mi familia, comprendí la verdad: que Max o su amigo el músico podían ser los parientes que ando buscando. Que se estén escudando tras la invención de que tienen un amigo es algo muy común en personas que temen que se reconozca su identidad. Comprendí que era yo quien tenía que tomar la iniciativa y venir hasta aquí para vencer sus temores a ser descubiertos. Así que miré en el periódico y vi que el grupo Cellini de Londres estaba en Chicago y que hoy era su último concierto, vi que el que tocaba el violonchelo se apellidaba Loewenthal y comprendí que tenía que ser pariente de Max.

– ¿Rhea le dio a usted el nombre del señor Loewenthal? -le pregunté, furiosa de que hubiese violado la intimidad de Max.

Puso una sonrisa de suficiencia.

– Creo que Rhea dejó meridianamente claro que quería que yo me enterase, porque había escrito el nombre de Max junto al mío en su agenda. Por eso tengo la certeza de que existe algún vínculo entre Max y yo.

Recordé que había leído invertida la letra cuadrada de Rhea cuando lo escribió. Me sentí abrumada al ver cómo aquel hombre había manipulado los hechos para adaptarlos a sus deseos y le pregunté con mucha frialdad cómo había dado con la casa de Max, ya que su teléfono privado no figura en la guía telefónica.

– Ha sido muy fácil -dijo riéndose con entusiasmo infantil, olvidando su enfado-. Dije en la sala de conciertos que era primo de Michael Loewenthal y que necesitaba verlo urgentemente antes de que se fuera de la ciudad.

– ¿Y allí le dieron esta dirección? -pregunté estupefacta. El acoso a los músicos constituye un problema tan serio que ningún gerente de orquesta que se precie facilita la dirección de ninguno de ellos.

– No, no -dijo volviendo a reírse-. Si es usted detective, esto le va a divertir e, incluso, puede que le sirva de algo en su trabajo. Intenté que en la sala me dieran la dirección pero era una gente muy estirada, así que hoy he ido al concierto. ¡Qué hermoso don el de Michael! ¡Qué maravillosamente toca el chelo! Cuando acabó, fui a felicitarle a su camerino, pero eso tampoco fue nada fácil. Ponen muchas dificultades para poder saludar a los intérpretes -dijo frunciendo el ceño con un resentimiento fugaz-. Para cuando logré pasar, mi primo Michael ya se había ido, pero oí cómo otros músicos hablaban de la fiesta que daba Max esta noche, así que llamé al hospital en el que trabaja y les dije que era de la orquesta y que había perdido la dirección de su casa. Fueron a preguntar a alguien de administración y me tuvieron esperando un buen rato porque es domingo y por eso he llegado tarde, pero por fin me dieron la dirección.

– ¿Y cómo sabe usted dónde trabaja el señor Loewenthal? -me estaba liando tanto con su narración, que sólo era capaz de captar algunos detalles.

– Figura en el programa. En el programa de las conferencias de la Birnbaum -me contestó sonriendo orgulloso-. ¿No le parece ingenioso haber dicho que yo era uno de los músicos? ¿No hacen cosas así los investigadores como usted para encontrar a una persona?

Me puso furiosa que tuviese razón. Era exactamente lo que yo habría hecho.

– Con independencia de lo ingenioso que haya sido, está usted aquí a causa de una equivocación. Max Loewenthal no es primo suyo.

Puso una sonrisa indulgente.

– Ya, ya, estoy seguro de que está usted protegiéndole. Rhea ya me dijo que usted protegía su identidad y que ella la respetaba por eso, pero tenga en cuenta lo siguiente: él quiere saber cosas sobre mí. ¿Qué otra razón podría tener si no fuera cierto que somos parientes?

Seguíamos en el umbral de la puerta.

– Usted sabe que aquí se está celebrando una fiesta. El señor Loewenthal no le puede prestar la adecuada atención esta noche. ¿Por qué no me da su dirección y su número de teléfono? El estará encantado de ponerse en contacto con usted cuando pueda atenderle. Ahora debería usted irse a su casa antes de verse en la embarazosa situación de tener que dar explicaciones ante una sala llena de extraños.

– Usted no es la esposa ni la hija de Max. Usted es sólo una invitada como yo -me soltó-. Quiero encontrarme con él ahora que su hijo y su amigo todavía están aquí. ¿Quién es su amigo? Había tres hombres de una edad similar tocando en el concierto.

Por el rabillo del ojo vi a un par de personas que volvían desde el comedor. Tomé a Radbuka o Ulrich o quienquiera que fuese por el codo.

– ¿Por qué no nos vamos a sentar en una cafetería donde podamos hablar de esto en privado? Así podríamos tratar de averiguar si hay alguna posibilidad de que usted esté emparentado con alguien del círculo del señor Loewenthal. Este foro público no es el mejor lugar para hacerlo.

Se zafó de mi mano.

– Oiga, usted ¿a qué se dedica? ¿A buscar joyas perdidas o perros extraviados? Usted investiga objetos perdidos, pero yo no soy ningún objeto, soy un hombre. Después de todos estos años, y de todas estas muertes y separaciones, pensar que puedo tener algún familiar que haya sobrevivido al Shoah… No quiero perder ni un segundo más sin poder verlo, y no hablemos de esperar semanas o años, mientras usted se dedica a recopilar información sobre mí -la voz se le fue poniendo ronca por la emoción.

– Yo pensaba que… En la entrevista que le hicieron la semana pasada en televisión dijo usted que había descubierto su pasado hacía poco.

– Pero ha estado rondándome todo el tiempo, aunque yo no me diese cuenta. Usted no tiene ni idea de lo que es crecer junto a un monstruo, a un sádico y no lograr entender nunca la razón de su odio: se había pegado a alguien a quien odiaba para obtener un visado de entrada en Estados Unidos. Si yo hubiese sabido quién era en realidad y lo que había hecho en Europa, habría hecho que le deportaran. Y ahora que tengo la oportunidad de encontrarme con mi auténtica familia… No. No voy a permitir que usted se interponga en mi camino.

Las lágrimas le surcaban el rostro.

– Aunque así fuese… Si me deja sus datos, me ocuparé de que lleguen a manos del señor Loewenthal. El organizará una cita con usted lo antes posible, pero esto…, enfrentarse a él en medio de una reunión en su casa, ¿qué tipo de recibimiento puede usted esperar? -le dije intentando ocultar mi ansiedad y mi consternación bajo una sonrisa beatífica, copiada de la de Rhea Wiell.

– El mismo recibimiento que yo le daría a él, el sincero abrazo de un superviviente de las cenizas del Holocausto a otro. Es algo que usted no puede entender.

– ¿Qué hay que entender? -preguntó el propio Max que, de improviso, hizo su aparición del brazo del oboe del grupo Cellini-. Victoria, ¿es algún invitado al que me quieras presentar?

– ¿Es usted Max? -dijo Radbuka abriéndose paso hacia él y asiendo su mano con una expresión de placer en el rostro-. Quisiera encontrar las palabras adecuadas para expresar lo mucho que esta noche significa para mí. Haber conseguido saludar a mi auténtico primo. Oh, Max, Max.

Max nos miraba a Radbuka y a mí, una y otra vez, con un desconcierto tan grande como el mío.

– Perdone, no sé… Ah, usted…, usted es… Victoria, ¿es esto cosa suya?

– No, es todo cosa mía -respondió pavoneándose-. Victoria mencionó tu nombre cuando estuvo con Rhea y yo comprendí que tenías que ser primo mío, bueno, tú o tu amigo. ¿Qué otra razón podía tener Victoria para proteger tanto tu intimidad?

Radbuka se adaptaba con gran rapidez al entorno: cuando llegó no sabía mi nombre y ya era Victoria para él. Y además suponía, como hacen los niños, que todo aquel a quien se dirigía sabía quiénes eran las personas de su entorno, como Rhea.

– Pero ¿por qué ha hablado de mí con esa psicóloga? -preguntó Max.

Entre la gente que había empezado a reunirse tras él se hallaba Don Strzepek, que en aquel momento se adelantó.

– Lo lamento, señor Loewenthal, pero yo soy el culpable. Sólo mencioné su nombre de pila, pero Rhea Wiell se imaginó de inmediato que se trataba de usted, porque su nombre figuraba en el programa de conferencias de la Birnbaum.

Yo hice un gesto de impotencia.

– Le estaba sugiriendo al señor Radbuka que subiera conmigo para hablar tranquilamente de su situación.

– Excelente idea. ¿Por qué no deja que la señora Warshawski le consiga algo de comer y suben a mi estudio? Yo me reuniré con ustedes dentro de una hora más o menos -Max se hallaba por completo desconcertado, pero intentaba manejar aquella situación con diplomacia.

Paul se rió, moviendo la cabeza arriba y abajo.

– Ya sé, ya sé. Rhea ya me sugirió que, tal vez, no quisieras hacer público nuestro parentesco. Pero no tienes nada que temer, de verdad. No te voy a pedir dinero ni nada parecido. El hombre que decía ser mi padre me dejó en buena posición. Aunque, dado que su dinero procedía de hechos monstruosos, tal vez no debería tocarlo. Pero, ya que no se preocupó de mí afectivamente, por lo menos, intentó compensarlo con el dinero.

– Ha acudido usted a mi casa con unas expectativas falsas. Le aseguro, señor Radbuka, que yo no estoy emparentado con su familia.

– ¿Te sientes avergonzado? -le espetó Radbuka-. Yo no he venido aquí para ponerte en una situación embarazosa sino simplemente a encontrar a mi familia, para ver qué puedo saber sobre mi pasado, sobre mi vida antes de estar en Terezin.

– Lo poco que yo pueda saber se lo diré en otro momento. Cuando disponga de tiempo para atenderle con la debida corrección -dijo Max tomándole por el brazo e intentando sin resultado llevarlo hacia la puerta-. Y, entonces, podrá contarme lo que usted sepa. Dele su número de teléfono a la señora Warshawski y yo me pondré en comunicación con usted. Mañana mismo, se lo prometo.

A Radbuka se le contrajo el rostro como a un niño que está a punto de ponerse a llorar. Reiteró su explicación de que no podía esperar ni un minuto más.

– Mañana tu amigo el músico ya se habrá ido. ¿Y si es él mi primo? ¿Cómo voy a encontrarlo después?

– Pero ¿no ve usted -empezó a decir Max inútilmente- que todo este darle vueltas y vueltas al mismo asunto sin tener suficiente información sólo pone las cosas más difíciles para usted y para mí? Por favor, permita que la señora Warshawski le acompañe arriba para hablar con tranquilidad o dele su número de teléfono y vayase a casa.

– Pero es que he venido aquí en un taxi. Yo no sé conducir. No tengo forma de volver a casa -gritó Radbuka con una especie de desconcierto infantil-. ¿Por qué no soy bienvenido?

Como la gente iba acabando de cenar, cada vez había más personas que pasaban por el recibidor para dirigirse a la sala. Aquel altercado al pie de la escalera era como un pararrayos que atraía su atención. La muchedumbre empezó a apiñarse en torno a Max.

Yo volví a tomar del brazo a Paul.

– Sí que es usted bienvenido, pero no puede organizar una discusión en el recibidor en medio de una fiesta. A Rhea no le gustaría que usted se alterara tanto, ¿no es cierto? Vamos a sentarnos en algún sitio donde estemos cómodos.

– No me iré hasta que haya conocido al músico amigo de Max -dijo en plan testarudo-. No hasta que no me haya dicho que me conoce y que recuerda a mi madre, a la que vi cómo arrojaban viva a una fosa de cal.

Lotty, que acababa de aparecer por la puerta que conectaba la sala con el recibidor, se abrió paso entre el grupo de gente, hasta llegar a mi lado.

– ¿Qué está pasando, Victoria?

– Es ese tipo que dice llamarse Radbuka -musité bajito-. Ha llegado hasta aquí gracias a un cúmulo de desafortunadas coincidencias y averiguaciones.

Por detrás de nosotras oímos que una señora repetía la misma pregunta de Lotty. Y también oímos la respuesta: «No estoy seguro, pero me parece que ese hombre está diciendo que Cari Tisov es su padre o algo así».

Radbuka también lo había oído.

– ¿Cari Tisov? ¿Es ése el nombre del músico? ¿Está aquí?

A Lotty se le abrieron los ojos como platos del espanto. Yo me giré dispuesta a negar el rumor antes de que se extendiera, pero el gentío iba aumentando y el rumor se propagaba por toda la habitación como el fuego en un pajar. La aparición de Cari al fondo provocó un súbito silencio.

– ¿Qué es esto? -preguntó tan contento-. ¿Estás haciendo una vigilia de oración, Loewenthal?

– ¿Ése es Cari? -preguntó Paul con el rostro iluminado de nuevo-. ¿Eres tú mi primo? Oh, Cari, estoy aquí, soy tu pariente perdido hace tiempo. ¿O tal vez somos hermanos? Por favor, ¿quieren apartarse? Necesito llegar hasta él.

– Esto es horrible -me susurró Lotty al oído-. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Cómo ha llegado a la conclusión de que es pariente de Cari?

La gente se había quedado helada, con esa vergüenza ajena que uno siente cuando se está ante un adulto que es incapaz de controlar sus emociones. Mientras Paul intentaba abrirse camino entre aquella multitud, Calia apareció de pronto gritando desde lo alto de la escalera. Los demás niños la seguían, chillando a pleno pulmón, mientras bajaban por la escalera a todo correr. Lindsey iba corriendo tras ellos, intentando restablecer el orden. Algún juego se le debía de haber ido de las manos, Calia se detuvo en el descansillo inferior al darse cuenta de la numerosa audiencia con que contaba. Luego, soltó un chillido riéndose y señaló a Paul.

– Mirad, es el lobo malo que quiere comerse a mi abuelo y, luego, va a venir por nosotros.

Todos los niños siguieron la consigna.

– Es el lobo, es el lobo. Es el lobo grande y malo.

Cuando Paul se dio cuenta de que era el objeto de sus burlas, empezó a temblar y pensé que se iba a poner a llorar de nuevo.

Agnes Loewenthal se abrió paso a codazos entre la gente que llenaba el recibidor. Subió pisando fuerte hasta el primer descansillo y levantó a su hija.

– Ha colmado usted mi paciencia, jovencita. Habíamos quedado en que los niños se iban a quedar en el cuarto de jugar con Lindsey. Estoy muy enfadada con su comportamiento, señorita. Ya es más que hora de bañarse y de irse a la cama. Por hoy ya ha habido suficiente agitación.

Calia se puso a berrear, pero Agnes se la llevó al piso de arriba, impertérrita. Los demás niños se callaron todos de golpe. Y subieron de puntillas los escalones detrás de una Lindsey toda colorada.

Aquel pequeño drama con los niños desheló a la multitud. Se dejaron conducir por Michael al salón delantero donde ya estaban sirviendo el café. Vi a Morrell, que había aparecido por allí cuando yo tenía la atención puesta en Calia, hablando con Max y Don.

Radbuka se cubría el rostro, todo angustiado.

– ¿Por qué me trata así todo el mundo? El lobo, el lobo grande y malo. Eso es lo que me decía mi padre adoptivo. Ulrich quiere decir lobo en alemán, pero ése no es mi nombre. ¿Quién les ha dicho a los niños que me llamen así?

– Nadie -contesté yo crispada y habiendo perdido ya la simpatía que pudiera haberme inspirado-. Los niños estaban jugando como hacen todos los niños. Aquí nadie sabe si Ulrich significa lobo grande y malo en alemán.

– Además no significa eso.

Me había olvidado de que Lotty estaba a mi lado.

– Es uno de esos nombres medievales totémicos, que quiere decir caudillo con el espíritu del lobo o algo así -dijo, y añadió unas palabras en alemán dirigiéndose a Paul.

Paul empezó a contestar en alemán pero, enseguida, adelantó el labio inferior, como hace Calia cuando se pone testaruda.

– No voy a utilizar la lengua de mi esclavitud. ¿Es usted alemana? ¿Conoció usted al hombre que decía ser mi padre?

Lotty suspiró.

– Soy estadounidense, pero hablo alemán.

El talante de Paul volvió a experimentar un cambio. Sonrió a Lotty.

– Pero, usted es amiga de Max y de Cari, así que he hecho bien viniendo aquí. Si conoce a mi familia, ¿conoció a Sofie Radbuka?

Al oír aquella pregunta, Cari se volvió y se quedó mirándole.

– ¿De dónde diablos ha sacado usted ese nombre? Lotty, ¿qué sabes tú de esto? ¿Has traído tú a este hombre para burlarte de Max y de mí?

– ¿Yo? -dijo Lotty-. Yo… Necesito sentarme. Se le había puesto la cara blanca como el papel. Tuve el tiempo justo para agarrarla cuando se le doblaron las rodillas.