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El martes por la mañana Chen se despertó cansado, como si no hubiera dormido en toda la noche. Sintió que una migraña punzante amenazaba con aflorar, y empezó a frotarse las sienes.
Tras pasar todo el fin de semana estudiando el caso del vestido mandarín rojo, Chen había logrado avanzar en varios frentes.
Llamó a una amiga que vivía en Estados Unidos para pedirle que le ayudara a investigar el pasado de Weng. Gracias a sus contactos, su amiga no tardó en obtener información. Lo que Weng le contó a Yu era en líneas generales cierto. Había trabajado como comprador particular para una empresa estadounidense. El proceso de su divorcio no había sufrido contratiempos, y debería finalizar en uno o dos meses. De hecho, su esposa ansiaba que llegara ese momento, porque tenía un nuevo novio.
Chen se puso en contacto con Xiong, el cuadro del Gobierno municipal que reveló a los jefes de Tian las acciones de éste durante la Revolución Cultural. Xiong explicó que lo había hecho tras recibir una carta anónima sobre las atrocidades cometidas por Tian. Según Xiong, no intentó presionar en absoluto a la fábrica. Sin embargo, después de que un alto cargo como Xiong hubiera expresado su preocupación, era evidente que todos harían cuanto estuviera en sus manos para congraciarse con él. Esto supuso el fin de Tian. El envío de una carta anónima fue una acción inteligente y no necesariamente sospechosa, ya que permitió a su autor «matar con el cuchillo de otro». Xiong no tenía ni idea de quién había escrito la carta.
Chen también investigó las críticas de las masas relacionadas con los vestidos mandarines durante la primera parte de la Re volución Cultural. Al igual que Peiqin, Chen recordaba la imagen de Wang Guangmei, vestida con un qipao, mientras era humillada y expuesta públicamente a la crítica de las masas. El inspector jefe pensó que otras mujeres podrían haber corrito la misma suerte, por lo que le pidió a Nube Blanca que hiciera una búsqueda por Internet. Después, también con la ayuda de Nube Blanca, se puso en contacto con Yang, una estrella de cine a la que obligaron a ponerse un vestido mandarín para someterla a la crítica de las masas. No obstante, había pequeñas diferencias en relación al vestido que llevaban las víctimas. Por lo que Yang podía recordar, el vestido era blanco, y ella no iba descalza. Llevaba puestos unos zapatos muy gastados, que sinmbolizaban un estilo de vida promiscuo y burgués. Yang les contó otro detalle distinto. Los Guardias Rojos le habían cortado las aberturas del vestido hasta la cintura con unas tijeras, para que se le vieran las bragas. Por el contrario, las aberturas de los vestidos que llevaban las víctimas parecían haber sido desgarradas, como en una pelea. Chen se lo preguntó inmediatamente a Yu, quien se lo confirmó. Con respecto a la primera víctima, puede que el asesino hubiera desgarrado el vestido en un acceso de ira; en cuanto a la segunda y a la tercera, lo hizo posiblemente para intentar que hubiera similitudes entre las víctimas. Cualquiera que fuera la interpretación, los indicios de violencia sexual eran evidentes.
Aquel lunes Chen habló con Ding Jiashan, el abogado que representó a los clientes en el caso de intoxicación alimentaria contra Tian. Según Ding, fue un asunto muy turbio. Era un caso en el que pocos abogados se habrían interesado. Sus honorarios serían casi con seguridad más elevados que la compensación que sus clientes podrían obtener de un restaurante tan pequeño, pero los afectados parecían tan convencidos que estuvieron dispuestos a pagarle por adelantado. Y venían bien preparados: tenían en su poder el recibo del restaurante y el informe del hospital, y sus declaraciones coincidían. Por consiguiente, el abogado presentó una queja en su nombre ante el Departamento de Comercio, que impuso una multa cuantiosa a Tian y cerró el restaurante por las infracciones cometidas. Los clientes parecieron satisfechos con el resultado inicial pero, al cabo de unos días, cuando intentó ponerse en contacto con ellos para iniciar el siguiente paso, Ding descubrió que habían dado de baja sus teléfonos. El abogado ni siquiera estaba seguro de que le hubieran dado sus auténticos nombres.
Esto confirmaba aún más la teoría de que alguien quería perjudicar a Tian, pero no era necesariamente una pista sobre el caso del vestido mandarín rojo.
Entretanto, Chen leyó con detenimiento todo el material que habían preparado Yu y Hong. Sin embargo, Hong no lo había visitado durante el fin de semana. Debía de estar ocupada preparando su misión como señuelo.
Chen también siguió dándole vueltas a las contradicciones del caso, que a su vez sólo parecían producir más contradicciones.
Sin embargo, el jueves se dio cuenta de nuevo de que no podía obtener mejores resultados que sus compañeros, pese a haberse dedicado por completo al caso.
Cuando, presa de la frustración, estaba a punto de hacer una segunda cafetera, el profesor Bian lo llamó y le preguntó cómo iba su trabajo de literatura.
– Voy avanzando -respondió Chen.
– ¿Cree que podría entregarlo al mismo tiempo que los demás estudiantes? -preguntó Bian-. Me parece un trabajo muy prometedor.
– Sí, seguro que lo entregaré a tiempo.
Después de colgar Chen comenzó a preocuparse. Tenía la vieja costumbre de ponerse plazos, pues necesitaba este tipo de presión para completar cualquier proyecto, ya fuera un poema o la traducción de una novela de suspense. Pero esta vez era distinto: ya estaba sometido a demasiada presión. Dado que sus indagaciones no parecían dar fruto, y que ni siquiera se intuía un posible avance en la investigación, Chen decidió que quizá sería mejor acabar primero su trabajo de literatura. Otras veces se le habían ocurrido nuevas ideas sobre un proyecto después de dejarlo reposar un tiempo. Puede que el subconsciente así funcionara.
Sin embargo, ya no le era posible concentrarse en casa. Seguía recibiendo llamadas telefónicas, y desconectar el teléfono no serviría de nada. Ahora que ya había tres víctimas parecía que un montón de gente, periodistas incluidos, de repente sabía su número de móvil. Incluso en la biblioteca un par de personas reconocieron a Chen y lo acribillaron a preguntas sobre el caso. La noche anterior, una periodista deWenhui llamó a su puerta con un paquete de cerdo a la parrilla y una botella de vino Shaoxin, ansiosa por contarle sus teorías durante el festín, como si fuera un apasionado personaje femenino sacado de uno de esos relatos románticos.
Chen decidió ir a la cafetería Starbucks de la calle Sichuan.
Las cafeterías Starbucks, junto a los McDonald's y los Kentucky Fried Chicken, se habían multiplicado por toda la ciudad. Esta cafetería estaba considerada un establecimiento para élites cultivadas, y en ella se respiraba un ambiente tranquilo y sosegado. En la cafetería, donde nadie lo conocía, podría pasar la mañana sin interrupciones y concentrarse en su trabajo de literatura.
Chen eligió una mesa situada en un rincón y sacó sus libros. Había recopilado cinco o seis relatos, pero con tres bastaría para el trabajo. La tercera historia, «El artesano Cui y su mujer fantasma», fue relatada originalmente por narradores profesionales de la dinastía Song en mercados o en casas de té, donde los viejos allí sentados hablaban en voz alta, abrían semillas de sandía, jugaban almahjong y escupían si les venía en gana.
Chen empezó a leer mientras se bebía el café a sorbos. En el relato, Xiuxiu, una hermosa muchacha de Lin'an, era comprada como bordadora por el príncipe Xian'an, jefe militar de tres comandancias. En la casa de Xian'an trabajaba un joven tallador de jade llamado Cui, que se había ganado el favor del príncipe por haber tallado un magnífico Avalokitesvara de jade para el emperador. Como premio, el príncipe había prometido casar a Xiuxiu con Cui en el futuro. Una noche, mientras escapaban de un incendio en la mansión del príncipe, Xiuxiu le sugirió a Cui convertirse en marido y mujer allí mismo en lugar de esperar. Aquella noche los dos partieron hacia Tanzhou como matrimonio. Al cabo de un año se encontraron con Guo, un miembro de la guardia del príncipe. Guo informó del paradero de los fugitivos a su señor, quien ordenó que los obligaran a regresar. En el tribunal de la región, Cui fue castigado y desterrado a Jiankang. Por el camino es interceptado por Xiuxiu, quien le explica que, después de recibir su castigo en el jardín trasero, ha sido puesta en libertad. Casualmente, el Avalokitesvara imperial de jade debía restaurarse, por lo que Cui y su esposa regresaron a la capital, donde volvieron a encontrarse con Guo. El príncipe ordenó de nuevo que apresaran a Xiuxiu, pero cuando el palanquín que supuestamente la transportaba llegó a su destino, se descubrió que nadie viajaba en su interior. Guo recibió una brutal paliza por haber dado una información falsa. A continuación llevaron a Cui ante el príncipe, y entonces el tallador descubrió que Xiuxiu había sido apaleada hasta la muerte en el jardín trasero de la mansión del príncipe. Era el fantasma de Xiuxiu quien había estado con él todo ese tiempo. Cuando Cui volvió a su casa le pidió a Xiuxiu que no lo matase, pero ella le quitó la vida para que pudiera acompañarla en el otro mundo.
Como le sucediera con los relatos anteriores, Chen no tardó en detectar ambigüedades sospechosas en el texto. Era posible adivinar una crítica subyacente incluso en otro de los títulos del relato: «La maldición en la vida y en la muerte del miembro del séquito Cui». Era evidente que el relato presentaba a Xiuxiu como una maldición. Cui estaba condenado porque Xiuxiu, en nombre del amor, nunca le permitió escapar. Esta condena le hizo perder su trabajo, recibir el castigo del tribunal y, finalmente, le llevó a la muerte. Xiuxiu personificaba la contradicción: una hermosa muchacha que ama a Cui con una pasión audaz raras veces vista en la literatura clásica china y que, por otra parte, acaba destruyendo deliberadamente a Cui con sus propias manos. La atracción y la repulsión eran las dos caras de una moneda.
Chen observó que la clasificación genérica contemporánea permitía aunar las dos personalidades contradictorias de Xiuxiu. El relato pertenecía a la categoría temática denominadayanfen/ linggaui. El término yanfen se refería a aquellos relatos sobre los encuentros amorosos protagonizados por bellas mujeres, mientras que linggaui hacía referencia a los relatos de mujeres identificadas como demonios y espíritus.
Existía un término similar en la literatura occidental:femme fatale.
En «El artesano Cui y su mujer fantasma», Xiuxiu coincidía exactamente con este estereotipo. Chen sacó un bolígrafo para subrayar los párrafos del final del relato.
Cui volvió a casa deprimido. Al entrar en su habitación vio a su esposa sentada en la cama. Cui Ning suplicó:
– Por favor, no me quites la vida, ¡oh esposa mía!
– El príncipe me mató de una paliza por tu culpa y me enterraron en el jardín trasero -respondió Xiuxiu-. ¡Cómo odio al soldado Guo por irse de la lengua! Finalmente me he vengado: el príncipe le ha dado cincuenta bastonazos en la espalda. Ahora que todos saben que soy un fantasma, ya no puedo quedarme aquí.
Tras pronunciar estas palabras, Xiuxiu se levantó de un salto y agarró a Cui Ning con las dos manos. El gritó y cayó al suelo.
Casualmente, algo cayó también al suelo de la cafetería mientras Chen leía la última frase. El inspector jefe se dio la vuelta y vio a una muchacha resbalándose del taburete en el que estaba sentada, después de estirarse cuan larga era para besar a un chico que estaba al otro lado de la barra. La muchacha bajó un pie hasta el suelo para tratar de mantener el equilibrio y su sandalia de tacón alto salió volando hacia un rincón.
La cafetería no estaba tan vacía como Chen había esperado. No dejaban de entrar clientes, casi todos ellos jóvenes, modernos y animados. Una muchacha trajo un ordenador portátil y se entretuvo con algún juego. El repiqueteo de sus dedos sobre el teclado le recordó a una bandada de ruidosos gorriones en una mañana de primavera. Varios jóvenes sostenían móviles en la mano, y hablaban como si no hubiera nadie más en el mundo. Chen pidió otra taza de café.
¿Cómo pudo soportar Xiuxiu el quitarle la vida a Cui? Chen volvió unas páginas atrás, hasta la parte en la que Cui y Xiuxiu corrían uno hacia el otro la noche del incendio.
– ¿Recuerdas la noche en que disfrutábamos contemplando la luna desde la terraza? -le preguntó Xiuxiu a Cui Ning-. Estábamos prometidos y tú no dejabas de darle las gracias al príncipe. ¿Lo recuerdas o no?
Cui Ning juntó las manos y sólo pudo responder:
– Sí.
– Aquella noche, todo el mundo te felicitaba diciendo: «¡Qué pareja tan maravillosa!», i Cómo puede ser que lo hayas olvidado todo?
Una vez más, Cui Ning sólo pudo responder:
– Sí.
– En lugar de seguir esperando, ¿por qué no nos convertimos esta noche en marido y mujer? ¿Qué te parece?
– ¿Cómo iba a atreverme?
– ¿No te atreves? ¿Y qué pasaría si empiezo a gritar y destruyo tu reputación? Nunca podrás explicar por qué me trajiste a tu casa. Te denunciaré al príncipe mañana.
Chen empezaba a ver ahora a Xiuxiu «seduciendo» a Cui. Astuta y calculadora, lo cierto es que obligó a Cui a colmar sus deseos.
Aún quedaban preguntas sin responder en la historia, pero Chen creía haber encontrado un nexo común entre todos los reíalos. Por fin podría acabar su trabajo de literatura, aunque no fuera un proyecto tan ambicioso como había esperado.
Mientras apuraba el café abrió la tapa de su móvil. Había recibido muchos mensajes, incluido uno de Nube Blanca. Primero la llamó a ella. Le informó como una policía de que había obtenido resultados en su búsqueda por Internet, pero hacia el final de la conversación le hizo una sugerencia digna de una «pequeña secretaria».
– Date un respiro, jefe. Vete a un club nocturno. Allí podrás conocer de primera mano el ambiente en el que se movían las víctimas, y además conseguirás relajarte un poco. Y siempre puedo hacerte compañía, ya lo sabes. Tienes demasiadas cosas en las que pensar, y estoy preocupada. Tus nervios no van a aguantar tanta tensión.
Chen no sabía si tomarse el comentario como una indirecta. Aunque, por su pasado de chica de karaoke, Nube Blanca conocía el negocio y podía contribuir a la investigación.
– Gracias, Nube Blanca. Podría ser una buena idea, cuando acabe mi trabajo de literatura en un par de días.
A continuación Chen llamó al profesor Bian, el cual se encontraba en su casa y contestó al oír el primer timbrazo.
– ¿Cómo va su trabajo, inspector jefe Chen?
– He estado analizando otra historia -respondió Chen-. ¿Le parece que el análisis de tres historias bastará para el trabajo?
– Sí, con tres debería ser suficiente.
– Comparten un enfoque común: cada una de ellas contiene algún elemento que contradice el tema amoroso. La heroína se convierte inesperadamente en un demonio o provoca algún desastre. Los cambios se perciben a través de detalles insignificantes: un término médico, un poema ambiguo o una frase incluida al azar. Una vez analizados estos cambios, el tema romántico se ve desde una perspectiva radicalmente distinta.
– Ha escogido un enfoque original. Pero creo que tiene que demostrar qué hay detrás.
– ¿Qué hay detrás? -preguntó Chen, repitiendo el comentario de Bian. No existían las coincidencias, como en las investigaciones policiales. O como en el psicoanálisis. Tendría que haber una explicación-. Tiene razón, profesor Bian.
– Los relatos se escribieron durante dinastías diferentes, y los escritores procedían de orígenes sociales diferentes…
– Entonces, se refiere a un sentimiento subyacente que está presente a lo largo de diferentes dinastías, fueran o no conscientes de ello esos escritores.
– Si prefiere verlo así… Un sentimiento muy arraigado en la cultura china, por lo que su proyecto puede que no sea fácil.
– Pensaré en ello. Muchísimas gracias, profesor Bian.
La sugerencia del profesor le pareció muy interesante. Nada más colgar, lo primero que le vino a la mente fue el confucianismo, la ideología predominante en China durante dos mil años, una ideología apenas cuestionada hasta principios del siglo XX.
Sin embargo, Confucio no dijo nada sobre el amor romántico, por lo que Chen podía recordar.
Pese a ello, aún se sentía alterado, como si estuviera a punto de hacer un descubrimiento importante. Había pedido prestados varios cánones confucianos que todavía no había tenido tiempo de leer. Ahora podría extraer una conclusión para su trabajo. Comenzaban a ocurrírsele varias ideas cuando el teléfono volvió a sonar. Era el director Zhong.
– Llevo toda la mañana buscándolo, inspector jefe Chen.
– Lo siento, me había olvidado de encender el móvil -se disculpó-. ¿Alguna novedad en el caso del complejo residencial?
– La fecha del juicio se ha adelantado y ahora se celebrará dentro de unas dos semanas. La decisión viene de Pekín.
– ¿Por qué tantas prisas?
– Cuanto más larga es la noche mayor es el número de pesadillas. Nadie quiere que el caso se alargue. Peng recibirá su castigo de todos modos, así que ¿por qué retrasarlo? La gente verá que las autoridades del Partido se ponen de su parte.
– Eso está bien -comentó Chen. Pero, una vez más, la política dictaba el resultado de un juicio-. Entonces no tenemos que seguir preocupándonos.
– Bueno, Jia ha estado presionando mucho. Sostiene que Peng no es el único culpable en este escándalo. ¿Qué le pasa a ese abogado? Puede que Peng conozca a algunos miembros del Gobierno municipal, pero el hecho de que los conozca no significa necesariamente que sean corruptos. ¿Ha averiguado algo sobre él?
– Nada importante -respondió Chen. Si bien era cierto que había estado demasiado ocupado con sus propios asuntos como para ponerse a investigar a fondo, también lo era que nadie le había contado nada relevante sobre Jia-. Pero continuaré investigando.
Cuando colgó el teléfono, Chen ya había perdido el hilo de su trabajo de literatura. Se tomó otra taza de café, pero no le sirvió de mucho.
Lanzó una mirada al reloj de pared y comenzó a marearse.