174517.fb2 Misterio en alta mar - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 36

Misterio en alta mar - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 36

36

A las siete y media, el sonido del móvil de Harry Crater despertó a Gwendlyn y Fredericka. Fredericka, de diez años, se incorporó en la cama, rebuscó en el bolso y cogió el teléfono.

– ¡Buenos días! ¡Habla Fredericka! -exclamó con tono animado, como le habían enseñado en las clases de etiqueta-. ¿Con quién hablo, por favor?

– Me habré equivocado de número -masculló una voz áspera.

Y un chasquido indicó que había colgado.

– Qué grosero -comentó Fredericka a su hermana-. Si uno se equivoca de número, hay que ofrecer una disculpa sincera por molestar al receptor de la llamada. Bueno, da igual. Es hora de que vayamos a la enfermería a animar al tío Harry.

El teléfono volvió a sonar.

– ¡Me toca! -exclamó Gwendolyn, de ocho años-. Buenos días. ¡Al habla Gwendolyn!

La niña oyó una palabra prohibida.

– ¿A qué número llamo? -preguntó la voz.

– No lo sé. Es el teléfono del tío Harry.

– ¡El tío Harry! ¿Y dónde demonios está?

– En la enfermería. Íbamos ahora mismo a verle.

– ¿Qué le ha pasado?

– Que se cayó y no podía levantarse, así que lo tuvieron que sacar del comedor en una camilla.

Gwendolyn oyó de nuevo la palabra prohibida y luego una brusca orden:

– ¡Pues dile que llame a su médico personal inmediatamente!

– Gracias, doctor. Le daré su mensaje. Que tenga usted un buen día. -La niña colgó-o El médico ese tiene muy mal humor -comentó a su hermana.

– Casi todos los mayores tienen mal humor -explicó Fredericka-. Toda la gente a la que visitamos por la mañana está de mal humor. Nuestro trabajo es ponerlos contentos a todos, pero cada vez es más difícil. Anda, vamos a vestimos.

Tres minutos más tarde, ataviadas con pantalones cortos iguales y camisetas de Santa Claus, las niñas cogían los dibujos que les habían permitido hacer para el tío Harry la noche anterior antes de acostarse. El de Fredericka mostraba el sol alzándose sobre una montaña. El tema de la obra de arte de Gwendolyn era un helicóptero aterrizando en un barco.

Fredericka abrió con mucha cautela la puerta que daba al dormitorio de sus padres y los oyó roncar.

– Situación normal -informó a su hermana-. Vámonos. Volveremos antes de que se despierten.

En la enfermería, la enfermera de día, Allison Keane, les informó de que el señor Crater ya había vuelto a su camarote.

– No creo que quiera visitas.

Las niñas le enseñaron los dibujos.

– ¡Pero si los hemos hecho para él!

– Qué bonitos -dijo la enfermera en un tono poco sincero-. Si los dejáis aquí, ya se los daré yo.

– Pero queremos verle. ¡Queremos mucho al tío Harry!

– Lo siento, no puedo daros su número de camarote -replicó la enfermera con firmeza.

– Pero… -quiso protestar Gwendolyne.

Fredericka le dio un codazo.

– No pasa nada. A lo mejor viene luego a comer. Gracias, enfermera Keane.

La niña hizo una reverencia y salió corriendo hacia la puerta.

– Pero yo quería ver al tío Harry-lloriqueó Gwendolyne.

– Sígueme. -Fredericka se acercó a un teléfono sobre una mesa en el pasillo, lo descolgó y pidió el número de Harry Crater. Cuando el hombre contestó, parecía furioso-. ¿Cómo se encuentra? -preguntó la niña, después de identificarse.

– De pena. ¿Qué quieres?

– Le hemos hecho unos dibujos y queríamos dárselos. Estamos seguras de que le harán sentirse mucho mejor.

– Estoy descansando. Dejadme en paz.

– También tenemos su móvil.

Ahora le tocó a Fredericka oír la palabra prohibida.

– ¿Dónde estás? -preguntó Crater.

– ¿Dónde está usted, tío Harry? Nosotras se lo llevamos.

Crater le dio el número de habitación. Unos minutos después las niñas llamaban a su puerta. Cuando él abrió se hizo evidente que no pensaba invitarlas a entrar.

– ¡Ha llamado su médico! -informó Fredericka-. Quiere que le llame.

– Seguro -masculló Crater, cogiendo el móvil.

– ¡Aquí están nuestros dibujos! -se enorgulleció Gwendolyne-. Si tiene un poco de cinta adhesiva, se los pondremos en la pared.

Crater se había quedado mirando el dibujo del helicóptero.

– ¿Quién ha hecho esto?

– ¡Yo! -exclamó encantada Gwendolyne-. ¿Me llevará a dar una vuelta en su helicóptero algún día?

– ¿Y tú cómo sabes que tengo un helicóptero?

– Anoche, cuando se lo llevaron a la enfermería, alguien les dijo a papá y mamá que si se ponía usted más enfermo y pensaban que se iba a morir o algo, entonces vendría su helicóptero a llevárselo. ¡Qué guay!

– Sí, ya. Escuchad, niñas, tengo que descansar.

– Ya regresaremos luego, por si se ha vuelto a caer. Nos gusta cuidar de la gente enferma.

Crater les cerró la puerta en las narices.

Las niñas se encogieron de hombro mientras oían echarse los pestillos.

– Como diría papá, «ninguna buena acción queda sin castigo» -comentó Gwendolyne-. Pero Dios nos está viendo y sonríe.

– Vamos a por un café para mamá y papá -sugirió su hermana-. Ya sabes que mamá necesita el café por la mañana.

Las dos niñas echaron a correr por el pasillo como una manada de elefantes, decididas a realizar su segunda buena acción del día.