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Dudley apenas había entrado en su camarote cuando le sonó el busca. No necesitó mirarlo para saber que era el comodoro. Echó un vistazo al reloj: las once en punto. Cuando estaba en puerto, a Dudley le encantaba ver las noticias locales, pero esa noche se alegró de no recibirlas en el barco. No quería pensar siquiera en lo que estaría diciendo del crucero la periodista de la cadena de Miami que asistió a la fiesta de esa tarde. De todas formas no tardaría en averiguarlo.
Llamó a la suite del como doro desde el teléfono de la mesilla. Weed le saludó con un gruñido y el director fingió su voz más alegre.
– Comodoro Weed, aquí su director favorito. ¿Qué puedo hacer por usted?
– No es momento de frivolidades -masculló el comodoro-. Ven aquí inmediatamente. Hemos recibido varias llamadas angustiadas por el reportaje que ha salido en televisión sobre este crucero y el maldito camarero aquel que contrataste.
– Voy ahora mismo. Vamos a dejar todo esto en claro, señor…
Pero el comodoro ya había colgado.
Dudley odiaba su camarote, pero ahora miró con anhelo la cama. Desnudarse, lavarse las manos y la cara, cepillarse los dientes, pasar el hilo dental, meterse bajo las sábanas… Todo aquello tardaría en llegar bastante tiempo. Si es que llegaba, pensó.
Winston abrió la puerta del como doro con una expresión solemne que a Dudley le crispó los nervios. Vale, Plutón ya no es un planeta, pensó sarcástico, hazte a la idea. Pasó de largo al mayordomo y entró al salón. El comodoro le aguardaba en su postura de almirante de la flota, mirando por la escotilla con los hombros rígidos y las manos a la espalda. Cuando se volvió, Dudley se llevó una buena impresión al ver que tenía lágrimas en los ojos. El comodoro señaló hacia Miami.
– Se burlan de nosotros, Dudley. Somos el hazmerreír de todos. En los últimos minutos he recibido cuatro llamadas. ¿Sabes qué andan diciendo? «Si vas en el crucero, no llegarás entero.» ¡Yo sí que no voy a llegar entero! De momento estoy perdiendo dinero a manta. Y ahora tu gran idea es un fiasco. El camarero está diciendo a la policía que este barco es un desastre. -La voz del comodoro se endureció-. Hasta han sacado un vídeo donde se te ve cayéndote de culo del muro de escalada. La periodista ha tenido el descaro de llamarte el «director deportivo».
Dudley estaba horrorizado.
– ¿Que han sacado ese video? ¿Es que no les bastaba con el del camarero nadando en el puerto?
– Se ve que no. Somos la diversión de la ciudad de Miami. Y Dios sabe qué otros vídeos habrán sacado, pero estos son los típicos que luego se ven una y otra vez en internet.
«No podré volver a ninguna reunión de ex alumnos de mi instituto», pensó Dudley.
– Pero, señor… A veces dicen que cualquier publicidad es buena, incluso la mala.
– ¡En este caso no! ¿Dónde está Eric?
– No lo sé.
– No contesta el busca. Lo quiero aquí ahora mismo.
– Señor, querría saber una cosa.
– ¿Qué?
– No mencionarían la alucinación de la señorita Pickering, ¿no?
Al comodoro se le salían los ojos de las órbitas.
– No, pero estoy seguro de que saldrá en las noticias de la mañana. A saber cuántos de nuestros pasajeros estarán en este mismo instante contando por el móvil hasta el último detalle de todo lo que ha pasado desde que salimos de Miami.
– Señor, ya debemos de haber perdido casi toda la cobertura. Solo con un teléfono especial por satélite es posible efectuar y recibir llamadas.
– ¡Pues estarán llamando desde los camarotes! Seguro que alguien consigue establecer contacto. ¡Tráeme a Eric! Tenemos que preparar una respuesta digna a todos estos lamentables rumores.