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– Te he he traído un emparedado. – Kelby se sentó al lado de Melis en la cubierta-. A Billy le preocupaba que rechazaras su cena.
– Gracias. -Mordió el emparedado de jamón mientras sus ojos no se apartaban de Pete y Susie-. No quiero abandonarlos. Éste es un momento crítico. Tienen que habituarse a la idea de que estoy en el barco.
– ¿Y lo harán?
– Eso creo. Están cerca y juegan en torno al Trina igual que lo hacían con el Ultimo hogar todos estos años. -Hizo una pausa-. Pero al ponerse el sol deberían dejarme e ir al lugar que consideran su casa. Es casi medianoche y todavía no se han apartado de mí.
– ¿Eso es bueno?
– No lo sé. Pueden percibir que aún no están en sus aguas natales. Casi tengo la esperanza de que no se marchen. No tengo la menor idea de qué pasaría si intentan buscar su grupo familiar y no lo encuentran.
– Si se quedan esta noche aquí, ¿podemos poner en marcha los motores al amanecer?
– Sí, pero tendremos que viajar muy despacio. Quiero hablarles. Necesitan oír mi voz. -Melis se terminó el emparedado -. Parece que ya se han orientado de nuevo hacia mar abierto, pero tienen que vincular eso conmigo. Tengo que formar parte del cuadro general.
– No parece que hayan perdido su afecto por ti. -Hizo una pausa-. ¿Archer no te ha llamado?
– No, quizá se esconde tras todo el alboroto de la policía por el asesinato de Gary.
– Yo no contaría con que eso durara mucho.
– No cuento con nada. Simplemente agradezco todo respiro que pueda sacarle. Tengo que concentrarme en Pete y Susie.
– Sin la menor duda. -Se quitó el chubasquero y lo dobló, formando una almohada-. Si vas a quedarte aquí toda la noche, debes de estar cómoda. -Puso el bulto sobre cubierta y se incorporó-. Te seguiré trayendo café y emparedados.
– No tienes por qué hacerlo.
– Claro que sí. -Se inclinó sobre la borda y miró a los delfines-. Por dios, puedo ver cómo brillan sus ojos en la oscuridad. Nunca me había dado cuenta de eso. Parecen ojos de gato.
– Son más brillantes que los de los gatos. Tienen que funcionar en las profundidades y trabajar con niveles de iluminación bajo la superficie que serían dañinos para los seres humanos.
– Dijiste que el concepto de Flipper no tenía sentido, que ellos son extraños. Pero los miro y todo lo que veo es un par de mamíferos bellos y simpáticos. ¿En qué sentido son extraños?
– En muchos sentidos. Su potencial auditivo es asombroso. Su rango de frecuencias es diez veces mayor que el nuestro. Pueden obtener imágenes tridimensionales con su ecolocación y las procesan más deprisa que cualquier ordenador.
– Eso si es muy extraño.
– Carecen del sentido del olfato. Se tragan los alimentos enteros, por lo que el sentido del gusto no es importante.
– ¿El tacto?
– Para ellos, el tacto es primordial. Pasan quizá el treinta por ciento de su tiempo en contacto físico con otros delfines. No tienen manos, por lo que utilizan todas las partes del cuerpo para acariciar, investigar o llevar cosas de un lado a otro. – Sonrió -. Ya los has visto jugar.
– Me he dado cuenta de que se frotan y acarician mutuamente. Pero eso los hace ser más humanos que extraños.
Melis asintió.
– Pero existe otra diferencia. No creemos que duerman. Si lo hacen, es sólo con la mitad del cerebro. Y un científico ruso registró su REM y no sueñan. -Echó de nuevo una mirada hacia Pete y Susie-. Para mí, eso es lo más extraño. No sueñan. -Se encogió de hombros -. Por supuesto, podría ser una bendición.
– O podría ser la razón por la que no han vuelto a la tierra de donde salieron y se hayan apoderado de ella. Uno no puede conseguir muchas cosas sin un sueño.
– Quizá tienen otra manera de soñar. El funcionamiento de la mente de los delfines es un misterio para nosotros. -Hizo una pausa-. Pero es un misterio maravilloso. ¿Sabes que hay un sitio en el Mar Negro donde llevan a los niños con traumas y desórdenes mentales a que jueguen con delfines? Se han registrado ciertos progresos clínicos y al menos los niños están calmados y alegres cuando se marchan. Pero lo más interesante es que, al final del día, los delfines están malhumorados y desorientados. Es como si se hubieran apropiado de las perturbaciones de los niños regalándoles su propia serenidad.
– Esa idea es bastante exagerada.
Melis asintió.
– Hay mucho escepticismo con respecto a ese programa.
– Pero tú crees en él.
– Sé lo que hicieron por mí. Cuando llegue a Chile y vi a los delfines por primera vez, no había nadie tan perturbado como yo.
– ¿Y te trajeron la paz? Ella sonrió.
– ¿Recuerdas que te dije eso?
– Recuerdo todo lo que me has dicho. -Echó a caminar por la cubierta-. Te veré dentro de una hora, te traeré café recién hecho.
Ella lo contempló alejarse antes de tenderse sobre cubierta y acomodar la cabeza sobre la chaqueta del hombre. Olía a cal, a aire salado, a almizcle, y aún conservaba el calor de su cuerpo. Los olores eran vagamente reconfortantes y su mirada regresó a los delfines.
– Estoy aquí, chicos -les habló -. Nadie va a haceros daño. Sé que es algo extraño, pero tenemos que pasar por todo esto.
Sigue hablando. Déjalos que te oigan y te identifiquen. Sigue hablando.
Pusieron en marcha los motores a las seis y media de la mañana siguiente. Les dieron una hora a los delfines para acostumbrarse al sonido y la vibración, y a continuación el Trina comenzó a moverse lentamente hacia el este.
Las manos de Melis se aferraban al pasamanos. Pete y Susie no se habían movido de la zona donde habían estado nadando.
– Venid, nos vamos.
No le hicieron el menor caso.
Sopló su silbato.
Pete vaciló un instante y después echó a nadar en dirección contraria. Susie los guió de inmediato.
– ¡Pete, regresa aquí!
El delfín desapareció bajo el agua.
– ¿Detengo la máquina? -preguntó Kelby. -Aún no.
Susie también había desaparecido en pos de Pete hacia lo profundo.
¿Y si la habían abandonado? ¿Y si habían tomado la decisión de…?
De repente, la cabeza de Pete rompió la superficie a un metro del sitio donde ella estaba de pie sobre cubierta. Soltó una risita divertida mientras ascendía y cayó de vuelta al agua muy erguido.
El alivio la hizo sentir el cuerpo flojo.
– Bien, muy divertido. ¿Dónde está Susie?
El morro de botella de Susie apareció junto a Pete. Cloqueó de forma estridente mientras intentaba imitar al macho.
– Sí, sois fascinantes. El número ha terminado -dio Melis-. Nos vamos.
Y la siguieron. Cortando el agua detrás del Trina. Jugando y cabalgando las olas.
– ¿Podemos irnos? -preguntó Kelby.
– Podemos irnos -murmuró Melis-. Dales otra hora y podrás aumentar la velocidad.
– Bien. De otra manera nos tomaría una semana llegar a Cadora. -Miró a los delfines que saltaban en la estela-. Dios, qué bellos son. Me hacen sentirme de nuevo como un niño.
Ella también estaba eufórica. Sólo que su alegría tenía una gran dosis de alivio.
– También ellos se sienten como niños. Pete me gastó una broma.
– ¿Todavía tienes que hablarles?
– Sólo por seguridad. Pero si siguen saltando no me prestarán la menor atención. ¿Cuánto nos falta para llegar a Cadora?
– Depende de los delfines. -Se volvió y echó a andar hacia el puente de mando -. No llegaremos hasta poco antes del crepúsculo.
De repente todo el alivio desapareció.
El sol se pondría en las aguas natales de Pete y Susie. El instinto y la memoria genética entrarían en el juego.
¿La abandonarían?
Cadora apareció, oscura y montañosa, contra el cielo color rosado y lavanda. El sol se ponía en un estallido de feroz gloria.
Pete y Susie aún nadaban por las cercanías, aunque Kelby había parado la máquina.
– ¿Y ahora, qué? -preguntó Kelby.
– Ahora vamos a esperar. -Melis se inclinó sobre la borda sin quitarle la vista a los delfines -. Ahora es vuestro turno, chicos. Os he traído a casa. Tenéis que decidir.
– Ha pasado mucho tiempo. Quizá no se dan cuenta de que están en casa.
– Creo que sí. Desde que tuvimos la isla a la vista dejaron de jugar y se volvieron más tranquilos.
– ¿Miedo?
– Inquietud. No están seguros de lo que tienen que hacer. -Ella tampoco lo sabía. No se había sentido tan indefensa desde aquel momento, años atrás, cuando vio a los delfines atrapados en las redes cerca de Lanzarote-. Está bien -gritó-. Haced lo que tengáis que hacer. No hay problemas conmigo.
– Ellos no te entienden, ¿verdad?
– ¿Cómo voy a saberlo? Los científicos debaten el tema constantemente. A veces creo que me entienden. Quizá no procesan la información de la misma manera que nosotros, pero pueden ser sensibles al tono. Te dije que su oído es agudísimo.
– Me he dado cuenta.
Pete y Susie nadaban lentamente en torno al barco.
– ¿Qué hacen?
– Piensan.
– No están emitiendo esa serie de clips. ¿Se están comunicando entre sí?
– Se comunican sin sonido. Nadie sabe cómo. Me inclino por la teoría que dice que la única explicación es la telepatía. -Las manos de Melis se aferraron al pasamanos hasta que los nudillos se le pusieron blancos -. Ya veremos.
Pasaron cinco minutos y los delfines seguían trazando círculos.
– Quizá se detengan si los alimentas -sugirió Kelby. Ella negó con la cabeza.
– No quiero que se detengan. No puedo obligarlos o persuadirlos de que estamos aquí. Será lo que tenga que ser. Me los llevé lejos hace seis años y ahora los he traído de vuelta. Deben ser ellos los que decidan… ¡Ahí van!
Pero los delfines se zambulleron. Melis vigiló la superficie pero no volvieron a salir.
Transcurrieron varios minutos sin que Pete o Susie aparecieran.
– Bien, parece que han tomado una decisión. -Kelby se volvió para mirarla-. ¿Estás bien?
– No -repuso ella-. Tengo miedo de que no regresen.
– Llevan el transmisor.
– Pero eso es diferente. No sería algo voluntario. Estaría entrometiéndome en su mundo. -Se sentó en una de las sillas de lona, con la mirada en el horizonte que se oscurecía en el crepúsculo – Esperaré a que amanezca para ver si regresan.
– Dijiste que antes lo habían hecho.
– Pero eso fue antes de que Phil los hostigara y los hiciera meterse en aquellas malditas redes. Quizá lo recuerden y decidan quedarse lejos.
– Y recordarán seis años de cariño y amistad contigo. Yo diria que todo está a tu favor. -Se sentó a su lado -. Tendremos buenos pensamientos.
– No tienes que quedarte aquí conmigo.
– No vas a irte a la cama, ¿verdad?
– No, podrían regresar esta noche.
– Entonces, me quedo. No habrías dejado irse a los delfines a no ser por mí. Me siento responsable en cierto sentido.
– Yo soy la responsable. Yo sabía lo que estaba haciendo. Te necesitaba y sabía que tenía que pagar un precio. Phil me dijo que tú tenías la misma pasión que él y que no había la menor duda de que terminaríamos aquí. -La luna estaba en lo alto y ella podía ver sus reflejos plateados sobre las aguas oscuras, pero no se veían por ninguna parte señales de una aleta dorsal-. Él tenía razón. ¿Por qué? ¿Por qué tienes que encontrarla? Es una ciudad muerta. Déjala descansar en paz.
– No puedo. Hay tantas cosas por descubrir. Toda esa belleza. Todo ese conocimiento. ¿Quién sabe qué más podremos encontrar? Dios mío, hasta ese dispositivo sónico será una bendición si se utiliza de manera correcta. ¿Se supone que debemos ignorar miles de años de aprendizaje y tecnología?
El entusiasmo encendía su expresión. Melis negó con la cabeza, con expresión de cansancio.
– Me recuerdas a Phil.
– No voy a disculparme por querer traer Marinth a la vida. Siempre he querido encontrar algo desde que era un niño.
– ¿Tanto tiempo? Kelby asintió.
– Mi tío me traía todo tipo de libros de viajes e historias de tesoros para leer a bordo. Algunos de ellos mencionaban a Marinth y él me consiguió una vieja edición de National Geographic donde se describía la tumba de Hepsut. Ahí fue donde me enganché. Me tiraba en la cama a imaginar que nadaba por toda la ciudad, y en todos los sitios que miraba había aventuras y maravillas.
– La fantasía de un niño.
– Quizá. Pero a mi me funcionó. Hubo momentos en que tenía que alejarme de toda la porquería que ocurría a mi alrededor y me centraba en Marinth. Era una buena puerta de escape.
Ella negó con la cabeza.
– Para Phil, no. Era El Dorado.
– Quizá sea lo más atractivo de todo eso. Satisface todas las necesidades. Para personas diferentes significa diferentes cosas. -Hizo una pausa-. Pero me dijiste que, al principio, también te entusiasmaste con Marinth.
– La búsqueda convirtió a Phil en un fanático de todo lo relacionado con Marinth. Estuvo a punto de matar a Pete y Susie.
– Pero eso no es todo, ¿verdad?
Melis guardó silencio unos segundos.
– No. Las tablillas…
– ¿Qué?
– La ciudad descrita en las tablillas era todo lo que un hombre querría que fuera. Una democracia como la griega. Libertad para trabajar y rendir culto a quien quisieran. Lo que era extraño, considerando que tenían una larguísima lista de dioses y diosas. Promovían el arte en todas sus formas y despreciaban la guerra. Eran bondadosos con sus hermanos menores, los delfines.
– ¿Y qué era lo desagradable?
– Era todo lo que un hombre querría que fuera -repitió ella-. Incluyendo el hecho de que era una sociedad que usaba a las mujeres como animales de cría y juguetes. Sin matrimonios. Sin igualdad. Sin libertad para las mujeres. Eran esclavas o putas, según su belleza y fuerza. Por todo Marinth había casas con mujeres, para la diversión. Hermosas mansiones para complacer a los ciudadanos varones, a quienes se alentaba a apreciar las formas más delicadas del arte. Cojines de seda y mesas con joyas incrustadas. -Miró a Kelby-. ¿Y qué te apuestas a que tenían paneles calados de encaje dorado?
– La identificaste con Kafas.
Melis asintió.
– Después de leer la traducción tuve pesadillas con Marinth. Se le confundían en la cabeza.
– Y ésa fue una de las razones por las que no ayudaste a Lontana. Me imagino cómo se sintió después de eso, pero uno no prohíbe estudiar el Renacimiento porque la política de aquella época era pura corrupción.
– Quizá no fuera razonable. Quizá Phil y tú tengáis razón al pensar que lo bueno pesaba más que lo malo. Pero yo no quería tener nada que ver con aquello.
– Hasta que yo te obligué -dijo él con expresión tensa.
– Hasta que Archer me obligó. Carolyn diría que tienes que vigilar tu tendencia a asumir la culpa de todo. No es saludable.
Kelby sonrió.
– Está bien, vigilaré eso. -Su mirada se desplazó de nuevo al mar-. Y vigilaré para que vengan tus delfines. ¿Al amanecer?
– Eso espero.
La sonrisa del hombre desapareció.
– Yo también.
Los delfines no regresaron al amanecer. Dos horas más tarde seguía sin haber señales de ellos.
– No sabes cuánto han tenido que nadar para reunirse con su grupo -dijo Kelby-. Quizá los delfines cambiaron de territorio en los últimos seis años.
– O quizá organizaron una tremenda fiesta de bienvenida – intervino Nicholas -. Nunca puedo levantarme temprano al otro día.
Hacían todo lo posible para que ella se sintiera mejor. Melis se daba cuenta. No funcionaba, pero se obligó a sonreír de todos modos.
– No os esforcéis tanto. Estoy bien. Sólo debemos tener paciencia.
– No estás bien. Aprietas los dientes para aguantar -le respondió Kelby-. Les daremos otras ocho horas y después comenzaremos a rastrearlos.
– Mañana.
Kelby negó con la cabeza.
– No voy a dejar que pases otra noche sin pegar ojo, como anoche. Sé que quieres que regresen por su propia voluntad, pero sería mejor estimularlos. -Se volvió y echó a andar hacia el puente-. A las cuatro comenzaremos a seguirlos.
– Está decidido a hacerlo, Melis -dijo Nicholas -. Si ese silbato que llevas sirve para algo, es mejor que comiences a usarlo.
Ella sacudió la cabeza con desesperación.
– Si ellos no quieren volver, nada servirá.
– ¿Quieres que haga un poco de magia chamánica?
– No, pero una oración podría ser de ayuda.
– No hay problema. ¿Cristiana, hindú o budista? No tengo ninguna influencia en cualquiera de las otras religiones. -La mano del hombre tocó el hombro de la chica para tranquilizarla-. Debes recordar lo que dicen los viejos de que si tuerces un árbol, así crecerá. Los delfines sienten afecto hacia ti. No te olvidarán.
– No están aquí -dijo ella, moviendo la cabeza de un lado a otro -. Pero estarán. Sólo debo tener paciencia.
A mediodía los delfines no habían regresado aún.
Tampoco habían aparecido a las dos y media.
A las tres y quince, a metro y medio de donde Melis estaba de pie junto a la borda, se levantó un estallido de agua.
– Pete
Emitió un sonido rápido y muy alto mientras retrocedía parado sobre la cola, y después se zambulló en el mar.
– ¿Dónde está Susie? -Kelby había corrido hasta llegar junto a Melis -. No la veo.
Melis tampoco. Pero Pete no la dejaría sola.
– Allí. – Nicholas estaba al otro lado del barco-. Eso allá fuera, ¿es un tiburón o un delfín?
Melis corrió hacia la borda. Una aleta dorsal se dirigía hacia ellos, una dorsal con una V en el centro.
– Susie.
La cabeza de Susie salió del agua y el delfín hembra comenzó a hacer ruidos furiosamente a Melis como si intentara contarle lo que le había ocurrido.
Enseguida Pete acudió a su lado y comenzó a empujarla hacia el barco.
– Ya era hora de que volvieran. Llevo esperando… -Melis se cortó -. Está herida. Mírale la aleta dorsal. -Saltó del barco y se zambulló. Cuando su cabeza salió a la superficie, llamó a la delfín hembra-. Acércate, Susie.
– ¿Qué demonios haces? -preguntó Kelby-. Vuelve a bordo y ponte un bañador.
– Primero quiero echar un vistazo para saber si tenemos que sacarla del agua. Si sangra, eso atraerá a los tiburones.
– Y tú serás su cena.
– Shhh, estoy ocupada. -Melis examinó el lomo -. Si hubo hemorragia, ya se detuvo. Creo que está bien. -Nadó en torno a Susie, examinándola-. No hay otras heridas. -Palmeó el hocico de Susie-. ¿Ves lo que pasa cuando uno se va de juerga al pueblo?
Kelby le lanzó una cuerda.
– Sal del agua.
Melis acarició el morro de Pete, después agarró la cuerda y se dirigió a la escala.
– Nicholas, ¿podrías echarles un poco de pescado?
– Ahora mismo.
Cuando ella llegó a cubierta, Nicholas les tiraba arenques al agua. Melis tomó la toalla que Kelby le tendió y permaneció allí de pie, secándose, mientras contemplaba cómo Pete y Susie devoraban el pescado. No podía dejar de sonreír.
– Qué bien que hayan vuelto -dijo Kelby-. Nunca imaginé que pudiera tomarle tanto cariño a una pareja de delfines. Comenzaba a sentirme como el padre de unos adolescentes revoltosos.
– Un buen concepto. -Melis volvió a recostarse en el pasamanos y permaneció allí, contemplando a Pete y Susie-. Quizá tuvieron razones para ser revoltosos. Creo que lo que tiene Susie en el lomo es una abrasión, no una mordida.
– ¿Y qué significa eso?
– Otros delfines a menudo manifiestan su desagrado frotándose contra los invasores. No son delicados. Existe la posibilidad de que Pete y Susie no fueran recibidos con entusiasmo. Puede haber tenido que resolver problemas de interacción antes de que se sintieran cómodos para abandonar el grupo.
– Están aquí ahora. -La mirada de Kelby se levantó hacia el cielo -. Pero sólo disponen de cuatro o cinco horas antes del crepúsculo. ¿Volverán a marcharse?
– Creo que sí. A no ser que lo pasaran realmente mal y tuvieran miedo. Pero no parecen asustados. Se ven muy normales. Y si volvieron una vez, volverán de nuevo.
– ¿Cómo lo sabes?
– Ellos recuerdan el patrón que conformamos hace seis años.
– Y tú les gustas -dijo Nicholas por encima del hombro.
Melis sonrió.
– Sí, diablos, les gusto.
– ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Kelby.
– Tan pronto Nicholas termine de alimentarlos, me pondré el bañador y los dejaré que se acostumbren a nadar conmigo en estas aguas.
– He dicho «haremos». Van a tener que acostumbrarse a tenerme a mí también en el agua. -Levantó la mano cuando ella intentó protestar-. No voy a comportarme como Lontana, no voy a acosarlos. Tú eres la que mandas. Pero sabes perfectamente que es peligroso nadar sin compañero.
– Tengo dos compañeros.
– Bien, ahora tienes tres. Y yo seré el que lleve el fusil contra tiburones. -Se volvió y echó a andar hacia los camarotes -. Iré a ponerme el bañador mientras discutes con Pete y Susie y les dices que sean buenos conmigo.
Poco antes de la puesta del sol Kelby le tendió la mano a Melis para ayudarla a subir a bordo del Trina.
– No se han alejado mucho del barco. -Se quitó las gafas-. Quizá tienen miedo.
– Pronto lo sabremos. -Melis se despojó del tanque de aire comprimido y fue hasta el pasamanos. Pete y Susie seguían jugando en el mar-. No podría haber tenido mejor compañero allá abajo. Eres muy bueno en el agua, Kelby.
– ¿Qué esperabas? Esto es lo que hago para vivir. Ella sonrió.
– ¿Además de recortar cupones?
– Eso lo hace Wilson para mí. -Miró a los delfines-. Me sentí muy raro allá abajo con ellos. Es su mundo. Uno se siente algo así como inadecuado.
– ¿Cómo crees que se sienten ellos cuando están en una playa? -Melis negó con la cabeza-. Sólo que, para ellos, es cuestión de vida o muerte.
– Para nosotros, en sus dominios, también podría ser cuestión de vida o muerte, pero tenemos todos los aparatos para mantenernos vivos.
– A no ser que algo no funcione. Entonces podríamos congelarnos y morir en pocos minutos. Sus cuerpos se limitan a hacer los ajustes para aportarles más calor. Están muy bien preparados para la vida en el mar. Es casi increíble que tengan su origen en tierra. Cada parte de su cuerpo es… Ahí van.
Los delfines se zambulleron y mientras se alejaban sólo se distinguía un destello plateado mate.
No tenía sentido quedarse allí, mirando cómo se alejaban.
– Eso es. -Se volvió y echó a andar hacia los camarotes-. Tengo que quitarme el bañador y darme una ducha.
– ¿No quieres ver primero la imagen del sonar? Melis se detuvo.
– ¿Qué?
Kelby señaló un bulto informe cubierto de lona embreada, en el centro de la cubierta.
– Le dije a Nicholas que fuera con la tripulación a traerlo de la bodega. No estaba seguro de que Pete y Susie colaboraran con nosotros. Es de lo mejor que hay.
De repente, él le recordó a un niño ansioso.
– Muéstramelo, por favor.
Kelby retiró la lona del largo equipo pintado de amarillo.
– Es la última tecnología. Mira, se ata a la popa del barco y lo arrastramos. Las ondas de sonido rebotan en el fondo oceánico, se miden y se transfieren gráficamente a la máquina. Puede decirnos incluso lo que hay a varios metros bajo el fondo. Es más sofisticada que la que usaron en Helike. A aquella la llamaban el pez, pero a esta la bautizaron…
– ¿El pájaro dodo?
Kelby frunció el entrecejo.
– Dynojet. ¿Y por qué demonios te ríes?
– Porque es muy divertido. Esas extensiones a los lados parecen alitas. -Fue hasta la cabeza del captador de imágenes y comenzó a reír de nuevo-. ¡Oh, Dios mío!
– ¿Qué pasa? -Kelby la siguió para examinar la cabeza. Masculló un taco-. Voy a matar a Nicholas.
Habían pintado un ojo a cada lado de la cabeza, con pestañas y todo.
– ¿Estás seguro de que fue Nicholas?
– ¿Y quién otro sería capaz de ultrajar un equipo tan bueno como éste?
– En eso tienes razón. Parece un pelícano o un pájaro de dibujos animados.
Kelby hizo una mueca.
– Puede que sí. Pero los dodos se extinguieron, y ésta es la última tecnología.
– Creo que ya lo has dicho -declaró ella con solemnidad-. Lo siento, le he puesto el nombre de lo que veía. -Kelby parecía presa de tal desencanto que Melis añadió-: Pero tu dodo tiene un color hermoso, alegre.
– Gracias por esas palabras condescendientes. Al menos no tendré que sobornar al captador para que nos ayudes, como haces tú con Pete y Susie.
– Me temo que confío más en los delfines. -Melis echó a andar-. Te veré en la cena.
– A Billy le encantará -dijo Kelby-. Como evitabas sus comidas, se le estaba creando un complejo.
– No queremos que pase eso. -Le sonrió por encima del hombro-. Por aquí hay muy pocas cosas normales.
– Pues a mí me gusta esta normalidad -le dijo Kelby-. Aunque te hayas reído de mi captador de imágenes. No te había visto sonreír tanto desde que te conozco.
– Estoy feliz -se limitó a decir Melis -. Últimamente las cosas no han ido bien, pero estas últimas horas han sido perfectas. Y me niego a sentirme culpable por permitirme disfrutarlas.
– Claro que sí. -La sonrisa suavizó la expresión de él-. Disfrútalas.
Archer telefoneó una hora después, cuando ella iba hacia la puerta de su camarote.
Melis se detuvo y contempló el teléfono sobre la mesa de noche. Tenía muchos deseos de no hacerle el menor caso.
Volvió a sonar.
Muerde la bala. Se volvió, camino hacia el teléfono y respondió.
– Ha sido muy mala -dijo Archer-. Y ya sabe cómo castigan a las niñitas malas.
La mano de Melis se puso tensa. La fealdad que la salpicaba estaba a punto de barrerla. Había alimentado la esperanza de que el tiempo que había estado libre de la ponzoña de Archer le permitiría hacer acopio de fuerzas, pero aquello la golpeó con la misma fuerza.
– ¿Esperaba que le permitiera obligarme a subir a aquel coche?
– Admito que esperaba que se quedara tiesa como un conejo. No tenía la menor idea de que iba a pegarle un tiro al pobre Pennig.
– Espero haberlo matado.
– No lo hizo. Le rozó el cuello y sangró un poco. Estaba muy molesto con usted. Me rogó que le diera la oportunidad de castigarla, pero le expliqué que no soportaría renunciar a usted. Tengo demasiados planes.
– Pero no se mostró muy dispuesto a llevarlos a cabo después de fallar en Las Palmas.
– Lo más discreto era desaparecer de la escena durante un tiempo. De todos modos, no crea que no tuve a gente vigilándola. En este momento usted se encuentra cerca de la encantadora isla de Cadora. – Hizo una pausa-. Y ha soltado a los delfines. ¿No cree que es un riesgo?
– ¿Va a perseguirlos con un arpón? Me encantaría ver al señor Peepers con un traje de inmersión.
Hubo un corto silencio.
– No es la primera vez que me comparan con ese alfeñique. No creo que ninguna comparación me moleste más. Sí, mataré a los delfines. Tenía el plan de esperar a que usted estuviera tanto tiempo en una casa como Kafas que no le importara lo que yo hiciera. Pero he cambiado de idea. Ahora tengo que castigarla. No se me ocurre nada que pueda dolerle más que la muerte de sus amigos marinos.
El miedo fue como una puñalada que la atravesó. En la voz del hombre había una nota de total seriedad. Ella había sido demasiado desafiante. Le resultaba difícil recordar una ocasión en que hubiera sentido más ira. Era el momento de dar marcha atrás.
– ¿Los delfines? -No tuvo que impostar el temblor en la voz-. No creí que lo decía en serio. ¿Va a hacer daño a Pete y Susie?
– ¿Tiene miedo? Se lo advertí. Tiene que ser más obediente. Si se porta muy bien y me entrega ahora mismo los papeles de la investigación, podría reconsiderarlo.
– No… no lo creo.
– Me están presionando para que entregue esa arma sónica a mi amigo de Oriente Medio. Ésa es la razón por la que metí más presión en Las Palmas.
– Metió presión… -repitió Melis -. Allí murió un buen hombre.
– Y usted se asustó y salió huyendo con sus delfines.
– Sí, me asusté. ¿Cómo no iba a asustarme? Usted me persigue. No puedo dormir, no puedo comer. -La voz le temblaba-. Y ahora me dice que va a matar a Pete y a Susie.
– Pobre niña. -Voy a colgar.
– No. ¿No ha aprendido aún que soy yo el que manda? Vamos a conversar un rato sobre Kafas y lo que le voy a hacer a los delfines. Entonces decidiré cuándo colgamos. ¿Me oye?
Ella esperó unos segundos antes de responder. -Sí.
– Así es una niña buena. Ahora vamos a hacer como si estuviéramos de vuelta en Kafas y yo acabara de entrar en su habitación del harén…