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Cassie disponía de dos horas libres antes de su cita con Jersey Paltz. Pensó en ir al Cleo a recoger el paquete que la esperaba en recepción, pero descartó la idea porque suponía tener que salir de nuevo para ir al Aces and Eights y luego regresar: dos pasos más bajo las cámaras. No quería dar dos oportunidades más de reconocerla a quienes estaban al otro lado de las cámaras.
De modo que permaneció alejada del Strip. Primero se detuvo en un salón de manicura en Flamingo y pidió que le cortaran las uñas lo más cortas posible. No estaba muy de moda, pero la manicura, que era asiática, probablemente vietnamita, no hizo preguntas y Cassie le dejó una buena propina.
Luego se dirigió hacia el este desde Flamingo, pasó la Universidad de Nevada y se metió en el barrio en el que había vivido hasta cumplir los once años. En el camino desde Los Angeles había llegado a la conclusión de que quería verlo una última vez.
Pasó el 7-Eleven, donde su padre la llevaba a comprar caramelos, y la parada de autobús en la que bajaba al volver de la escuela. En Bloom Street, la casita que había pertenecido a sus padres seguía pintada de rosa, pero Cassie vio que se habían hecho algunos cambios en las dos décadas transcurridas desde que ellos se mudaron. Un auténtico aparato de aire acondicionado había sustituido al pozo de refrigeración del tejado. El garaje había sido anexionado a la vivienda y el patio trasero estaba vallado, igual que en el resto de las casas de la manzana. Cassie se preguntó si continuaría viviendo allí la misma familia que la había adquirido en una subasta después de la ejecución. Sintió la urgencia de golpear la puerta y preguntar si le permitían echar un vistazo a su vieja habitación. Le pareció que fue allí la última vez que se había sentido completamente segura y sabía que sería bonito experimentar esa sensación. Evocar su cuarto tal como era en su infancia le hizo pensar por un instante en la colección de perros de peluche del estante que había sobre la cama de Jodie Shaw, pero pronto rechazó esa imagen y recuperó sus propios recuerdos.
Mirando a la casa, pensó en el día que volvió de la escuela y se encontró a su madre llorando mientras un hombre de uniforme clavaba una orden de desahucio en la puerta de la calle. El hombre dijo que tenía que estar a la vista del público, pero en cuanto se fue, su madre arrancó el papel y la metió a ella en el Chevette. Su madre condujo con imprudencia hasta el Strip y aparcó, con dos ruedas subidas al bordillo, frente al Riviera. Arrastrando a Cassie de la mano, encontró a su marido en una de las mesas de blackjack y le lanzó el aviso de ejecución a la cara. El papel cayó sobre la camisa hawaiana de su padre. Cassie siempre recordaba esa camisa con bailarinas de huía en topless que se cubrían los pechos con los brazos mientras bailaban. Su madre maldijo a su padre y lo llamó cobarde, y otras cosas que Cassie ya no recordaba, hasta que los vigilantes de seguridad la echaron del casino.
Cassie no se acordaba de todas las palabras, pero recordaba vividamente la escena acontecida ante sus ojos infantiles. Su padre se limitó a quedarse sentado en el taburete sin abandonar su lugar en la mesa de juego. Miraba a la mujer que lloraba ante él como si de una desconocida se tratase. Una leve sonrisa asomó a su rostro y nunca dijo una palabra.
Su padre no volvió a casa esa noche y tampoco lo hizo en las noches que siguieron. Cassie sólo volvió a verlo una vez más, cuando ella repartía cartas en la mesa de blackjack del Tropicana. Pero para entonces él estaba completamente alcoholizado y no la reconoció. Y a ella le faltó valor para presentarse.
Cassie apartó la mirada de la casa y de nuevo se entrometieron en su mente imágenes del búngalo de Lookout Mountain Road. Pensó en el dibujo del caballete del dormitorio de Jodie Shaw. La niña del cuadro lloraba porque dejaba atrás su hogar.
Cassie sabía exactamente cómo se sentía.