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MARTES 6 de junio de 2006

Capítulo 1

Bocacarta -corrigió Þóra [1], con una sonrisa cortés-. En el reglamento se denomina bocacarta. -Señaló la hoja impresa que tenía delante de ella sobre el escritorio, y le dio la vuelta para que el texto apuntase al matrimonio sentado al otro lado de la mesa. Sus arrugas se hicieron más profundas y Þóra se apresuró a continuar antes de que el hombre plantease más objeciones-. Cuando la norma número 505/1997 sobre el servicio de correos fue derogada por la norma número 364/2003 sobre servicio y prestación del servicio de correos, se anuló la parte del artículo 12.° que trataba de buzones de correos y bocacartas.

– ¡Vaya! -exclamó el hombre con una mirada triunfante a su mujer-. Es lo que yo decía. No pueden dejar de traernos el correo. -Se volvió hacia Þóra, se irguió y cruzó las manos.

Þóra carraspeó un poco.

– Desgraciadamente, no es tan sencillo. El nuevo reglamento hace referencia a la normativa de construcción en todo lo relativo a las bocacartas y su ubicación. De acuerdo con dicha normativa, las bocacartas tienen que estar colocadas de modo que la distancia de la parte inferior del marco de la boca hasta el suelo no sea inferior a 1.000 milímetros, ni superior a 1.200 milímetros. -Þóra hizo una brevísima pausa en sus explicaciones para tomar aire, pero tenía que hablar rápido antes de que el hombre la interrumpiera-. En la ley n° 12/2002 sobre el servicio de correos dice también que los carteros están autorizados a devolver los envíos postales si una bocacarta no está construida conforme al reglamento.

No pudo continuar, porque el hombre ya estaba furioso otra vez.

– ¿Me está diciendo que ya no me van a traer el correo y que lo único que me queda es el derecho al pataleo ante esa normativa absurda? -bufó teatralmente, agitando las manos como si estuviera defendiéndose de las acometidas de invisibles chupatintas.

Þóra se encogió de hombros.

– Naturalmente, puede poner más alta la abertura.

El hombre la miró con ojos asesinos.

– Tenía la esperanza de que usted me fuera de más utilidad, especialmente porque me prometió tener bien estudiado el asunto cuando llegáramos.

En lugar de agarrar el reglamento y tirárselo al hombre a su rostro enrojecido, Þóra se contentó con apretar los dientes.

– Y lo he hecho -afirmó con tranquilidad y una sonrisa artificial.

Había esperado que la pareja se hubiese quedado asombrada ante la minuciosidad con que había estudiado el asunto y de lo bien que sabía recitar los números de los artículos. También habría podido decirse a sí misma que aquél era uno de esos casos fastidiosos en los que no hay nada que sacar. La excitación palpable en la voz del hombre cuando había llamado al bufete dos días atrás tendría que haberle servido de campanilla de advertencia. Casi sin dejarla hablar, había solicitado asesoramiento legal para un pleito que tenían su mujer y él con el cartero y el servicio de correos. Acababan de trasladarse a una casa unifamiliar que se habían hecho traer enterita desde América, hasta la última tabla… incluyendo, entre otras cosas, una puerta exterior con una bocacarta no reglamentaria. Un día, la mujer llegó a casa y se encontró en la puerta de la calle una nota manuscrita que decía que no volverían a traerles el correo, pues la abertura estaba demasiado baja. A partir de entonces, tendrían que ir a la estafeta a recoger su correo.

– Lo único que puedo aconsejarle es que lo más adecuado será cambiar la posición. Un litigio contra el Servicio de Correos de Islandia sólo servirá para acarrearle más gastos. Tampoco le recomiendo que se meta en pleitos contra el supervisor de construcciones.

– También cuesta dinero cambiar una puerta, la bocacarta no se puede mover. Ya se lo dije. -El hombre y la mujer se miraron, triunfantes.

– Una puerta cuesta menos que un pleito, de eso no hay duda. -Þóra alcanzó la última carpeta del montón que había preparado antes de reunirse con la pareja-. Aquí hay una carta que he escrito en su nombre. -Marido y mujer echaron mano hacia el papel al mismo tiempo, pero el hombre llegó primero-. La oficina de correos o el cartero no actuaron correctamente. Tendrían que haberle enviado a usted, mejor dicho, tendrían que haberles enviado a ustedes dos, una carta certificada con la notificación de que la bocacarta estaba a una altura ilegal, y les tendrían que haber dado un plazo para realizar las modificaciones necesarias. La suspensión del servicio no podría producirse hasta que hubiera transcurrido el plazo.

– Una carta certificada -chilló la mujer-. ¿Cómo van a entregarla si no pueden traérnosla a casa? -Miró a su marido, satisfecha consigo misma. Sin embargo, la reacción no fue la que esperaba, y el gesto de su rostro cambió enseguida, transformándose en la mueca que traía al entrar en el despacho.

– Ay, cariño, no nos vengas con más complicaciones -dijo el hombre con brusquedad-. Las cartas certificadas no las meten en el buzón… hay que firmar el recibo cuando las entregan. -Se volvió hacia Þóra-. Continúe.

– En la carta se solicita que la oficina de correos realice los pasos exigidos, que se atenga a la normativa y les conceda un plazo razonable. Nosotros proponemos dos meses. -Señaló la carta que el hombre acababa de leer y se la estaba entregando a su mujer-. Transcurrido ese tiempo quedarán muy pocas opciones, y les aconsejo que alteren debidamente la altura de la bocacarta antes de que acabe el plazo. Si no es posible cambiarla y optan por conservar la misma puerta, tienen la opción de colocar un buzón. Tendrá que tener la boca dentro de los mismos límites de altura de la bocacarta. Si se deciden por esta opción, les recomiendo que lo coloquen utilizando un metro, para evitar nuevos problemas. -Dirigió una seca sonrisa a la pareja.

El hombre se quedó con la mirada fija, pensando. De pronto sonrió con un gesto perverso.

– De acuerdo, ya comprendo. Enviamos la carta, recibimos una carta certificada y entonces tenemos dos meses durante los cuales el cartero tiene que traernos las cartas a pesar de la altura de la boca. ¿No es así? -Þóra asintió. El hombre se puso en pie con gesto triunfal-. Quien ríe el último, ríe mejor. Ahora envío la carta y mientras dura el plazo coloco una bocacarta en la parte más baja de la puerta. Pasado el plazo, colocaré un buzón. Vamos, Gerða.

Þóra les acompañó hasta la puerta, donde dieron las gracias y se despidieron, el hombre excitado ante la idea de enviar la carta para poder empezar la segunda parte de su lucha contra el cartero. Al volver a su mesa, Þóra sacudió la cabeza, asombrándose, una vez más, ante lo retorcido que podía ser el espíritu humano. Lo que se les ocurría a algunas personas. Confiaba en que los carteros tuvieran buenos sueldos, aunque lo dudaba mucho.

No había hecho más que sentarse cuando Bragi, el copropietario de su pequeño bufete de abogados, asomó la cabeza por el umbral. Era un hombre de edad madura, especializado en separaciones matrimoniales, un tipo de casos al que Þóra nunca había tenido intención alguna de dedicarse personalmente. Su propio divorcio le resultaba suficiente para toda una vida. Pero Bragi se encontraba como pez en el agua en ese terreno, se le daba especialmente bien solucionar los casos más difíciles y conseguir que la gente se pusiera de acuerdo sin tener que llegar demasiado a las manos.

– Bueno, ¿qué tal la boca del buzón? ¿Crees que llegará a establecer jurisprudencia en el Tribunal Supremo?

Þóra le sonrió.

– No, van a pensarse el asunto y nosotros tendremos que recordar que hay que mandarles la factura por mensajero. No está nada claro que vayan a seguir recibiendo el correo.

– Pero ojalá se divorcien-dijo Bragi frotándose las manos-. Imagínate lo que sacaríamos de eso. -Sacó una nota amarilla y se la entregó a Þóra-. Esta persona llamó mientras estabas con los buzoneros. Pidió que le telefonearas en cuanto estuvieras libre.

Þóra miró la nota y suspiró al ver el nombre. Jónas Júlíusson.

– Pues qué bien -exclamó, mirando a Bragi-. ¿Y qué es lo que quería?

Hacía un año, Þóra había asesorado a aquel millonario de mediana edad en la tramitación de un contrato de compraventa de una granja agrícola en Snæfellsnes. El tal Jónas se había enriquecido muy deprisa en el extranjero, donde se especializó en la compra de emisoras de radio en dificultades, que desmantelaba y vendía con enormes beneficios. Þóra no sabía si siempre había sido raro o si se había convertido en lo que era al mismo tiempo que crecía su riqueza. Se metió hasta el cuello en la new age desde que había comenzado, y tenía planes de construir una especie de hotel-balneario donde la gente pudiera alojarse, aliviando todos sus males físicos y psíquicos mediante terapias tradicionales. Þóra agitó la cabeza al recordar todo aquello.

– Defectos ocultos, imagino -respondió Bragi-. No está del todo contento con la propiedad. -Le sonrió-. Llámale, conmigo no quiso hablar. Según él, tú tienes a Venus en Cáncer, y eso te convierte en una buena abogada. -Bragi se encogió de hombros-. Una carta astral favorable quizá no sea peor acreditación que unas buenas calificaciones en la facultad de derecho. ¿Qué sé yo?

– Menudo rollo -dijo Þóra, alargando el brazo hacia el teléfono.

Jonas había empezado su relación con ella haciéndole la carta astral, que le había salido muy favorable. Þóra sospechaba que los grandes bufetes se habrían negado a darle datos sobre la hora de nacimiento de sus abogados, y por eso había tenido que buscar asesores de menor calado, de otro modo no se podía entender muy bien por qué un hombre de su nivel llevaba sus asuntos a un bufete de abogados que sólo constaba de cuatro personas. Marcó el número escrito en la infame caligrafía de Bragi y se aclaró la garganta mientras esperaba respuesta.

– Diga -se oyó decir a una voz masculina-. Soy Jónas.

– Hola, Jónas, soy Þóra Guðmundsdóttir, de Abogados Centro. Me han dicho que habías llamado.

– Sí, en efecto. Me alegro mucho de oírte. -El hombre suspiró.

– Bragi, el que habló antes contigo, mencionó un defecto oculto. ¿De qué va el asunto? -preguntó Þóra, mirando a su colega, que asintió con la cabeza.

– Es tremendo, te lo juro. Están apareciendo graves defectos ocultos que seguramente los vendedores conocían, pero de los que no me dijeron ni media palabra. Me temo que esto va a arruinar de raíz todos mis planes.

– ¿En qué consiste el defecto? -preguntó-Þóra, extrañada. La propiedad había sido examinada por peritos reconocidos antes de la compra, y ella en persona había leído su informe. No había surgido nada fuera de lo habitual. El terreno tenía la extensión que decía el vendedor, contaba con todos los derechos enumerados en el inventario, y las dos viviendas que pertenecían a los terrenos estaban en tan mal estado que no había más remedio que pensar en una renovación total.

– Una de las casas en la que he construido, el hotel, la granja Kirkjustétt, ¿recuerdas?

– Sí, la recuerdo -dijo Þóra, que añadió-: Ya sabes que cuando se trata de compra de bienes inmuebles, el defecto tiene que ascender al menos a un 10% del precio de compra para que se puedan exigir compensaciones. No me puedo imaginar ningún defecto oculto en una casa tan vieja que llegue a ese límite, por muy grande y grave que sea. Además, un defecto oculto tiene que ser precisamente eso: oculto. En el informe de los peritos se indicaba de forma explícita que esas casas necesitaban una renovación completa.

– Este defecto deja la granja totalmente inútil para mis actividades -replicó Jónas con decisión-. Y no hay duda alguna de que es oculto y de que los tasadores no pudieron descubrirlo.

– ¿Y en qué consiste el defecto, entonces? -preguntó Þóra, intrigada. Lo más que podía imaginar es que se hubiera abierto un geiser en el suelo, como decía la historia que había sucedido en Hverargerði hacía mucho tiempo, aunque no recordaba que en la propiedad en cuestión hubiera calefacción geotérmica.

– Ya sé que no eres muy receptiva en materia espiritual -dijo Jónas con tranquilidad-. Seguramente te quedarás asombrada cuando te diga lo que hay aquí, pero te ruego que me creas. -Hizo una pausa antes de soltarlo-: Aquí hay fantasmas.

Þóra cerró los ojos. Fantasmas. Nada menos.

– Ah, vaya -dijo mientras hacía girar uno de sus dedos sobre la sien para indicarle a Bragi que el asunto de Jónas era de lo más peculiar. Su colega se aproximó con la esperanza de oír algo de lo que decía el cliente.

– Sabía que te mostrarías escéptica -murmuró Jónas-. Pero, sin embargo, es verdad, y en la comarca lo sabe todo el mundo. Los propietarios también estaban al tanto, pero no dijeron nada al efectuar la venta. Lo considero un engaño, sobre todo porque sabía cuáles eran mis planes para la granja y las tierras. Tengo gente muy perceptiva y lo mismo pasa con mis clientes y mis empleados. Lo están pasando mal.

Þóra le interrumpió.

– ¿Cómo se manifiestan esos fantasmas?

– Hay un espíritu endemoniado en la casa. Puedo mencionar como ejemplo cosas que desaparecen, que se oyen sonidos inexplicables a medianoche y que la gente ha visto aparecer a un niño.

– ¿Y? -preguntó Þóra. Aquello no era tan extraño. En su casa las cosas desaparecían un día sí y otro también, se oían ruidos de día y de noche, y los niños aparecían inesperadamente con excesiva frecuencia.

– Aquí no hay ningún niño, Þóra. Ni tampoco en ningún sitio cercano. -Calló un momento-. Ese niño no es de este mundo. Lo vi aparecer detrás de mí cuando estaba mirándome en el espejo y no hay palabras que puedan explicar lo poco vivo que está.

Þóra sintió un ligero escalofrío en la espalda. Había tal convicción en la voz de Jónas que le llevó a pensar que él creía en todo aquello, que estaba convencido de haber visto algo sobrenatural, por muy increíble que a ella le pudiera parecer.

– ¿Qué quieres que haga yo en este asunto? -preguntó-. ¿Quieres demandar a los vendedores para que te hagan una rebaja en el precio de compra? ¿Se trata de eso? Una cosa sí que está clara… yo no puedo librarte de los fantasmas ni hacer un exorcismo en la casa.

– Ven por aquí el fin de semana -dijo Jónas de repente-. Me gustaría enseñarte ciertas cosas que hemos encontrado, y discutir contigo si afectan al asunto. Tengo una suite libre y, de paso, puedes disfrutar un poco. Masajes con piedras y otras cosas por el estilo. Volverás a casa renovada. Naturalmente, te pagaré bien.

Þóra pensó que no le vendría nada mal un par de días de descanso, aunque creyó percibir cierta ambigüedad en la relajación que Jónas prometía, teniendo en cuenta aquellas supuestas apariciones. En aquellos momentos, su vida daba vueltas en una especie de espiral vertiginosa, principalmente en lo tocante al futuro nieto que su hijo había engendrado antes de cumplir los dieciséis, y la tensa relación con su ex marido, a quien se le había metido en la cabeza que la culpa de todo ello la tenía ella por ser una mala madre. Según él, las hormonas de su hijo no habían tenido nada que ver en el asunto. La culpa era de Þóra, única y exclusivamente. Aquella opinión la compartían los padres de la pequeña futura mamá, que tenía quince años. Þóra suspiró. Harían falta muchísimas piedras poderosísimas para arrancar de las ruinas de su alma tantas preocupaciones.

– ¿Y qué quieres que vea yo? ¿No puedes enviarme las cosas a Reikiavik?

Jónas rió con frialdad.

– No, desde luego que no. Hay montones de cajas de libros viejos, dibujos, fotos y toda clase de cachivaches.

– ¿Por qué crees que esos trastos viejos tienen alguna relación con el «defecto»? -preguntó Þóra escéptica-. ¿Y por qué no los miras tú mismo?

– Yo no puedo. Lo he intentado, pero hay algo en todo esto que me llena de espanto. No puedo ni acercarme a esas cosas. Pero tú eres mucho más terrenal y seguramente podrás echarles un vistazo sin sentirte afectada.

Þóra no podía menos que estar de acuerdo. Auras, elfos, fantasmas y cosas por el estilo no habían ocupado demasiado su mente hasta aquel momento. Lo tangible se había convertido para ella en una cadena que la mantenía suficientemente atada como para que no sintiera necesidad de buscar ninguna otra cosa más allá de los límites de la realidad.

– Dame un poco de tiempo para pensarlo, Jónas. Lo único que puedo prometerte es que haré lo posible por ir, si puedo. Te llamo mañana por la tarde. ¿Te parece bien?

– Sí, sí, claro. Pero llámame sin falta, estaré aquí todo el día. -Jónas vaciló antes de volver a hablar-. Me preguntaste en qué afectaban al tema los trastos viejos que he encontrado.

Þóra respondió afirmativamente.

Jónas guardó de nuevo silencio un momento.

– En una de las fotos está la niña que vi en el espejo.


  1. <a l:href="#_ftnref1">[1]</a> La letra islandesa Þ suena como la castellana zeta. Nuestra protagonista se llama, pues, zóura.