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V CANCIÓN DE CUNA

***

55

Envoltorios de comida para llevar, periódicos apilados: un mes encerrado en un escondrijo de Pete.

Una casa de campo en las afueras de San Diego. Un refugio seguro: su ex esposa estaba en Europa, en un viaje turístico de seis semanas. El alquiler pirata a Pete: dos de los grandes a la semana.

Periódicos. La historia, dispersa:

Mi confesión, censurada por mandamiento judicial.

Dudley, medio muerto.

La investigación federal, por tierra.

Narcóticos, destruida; Exley, triunfante.

Tiempo para pensar.

Llamadas telefónicas; Pete, informando desde el mundo exterior:

Ordenes de detención contra mí -estatal y federal-, nueve acusaciones en total. «Te buscan por lo de Miciak, por fraude fiscal y por conspiración para delinquir (dos acusaciones del fiscal del Estado y tres de los federales). Se ha facilitado tu descripción a nivel nacional y aparece en todos los boletines de los federales. Puedes quedarte en la casa hasta el 27 de enero, pero eso es todo.»

Pete, el 13 de enero:

«Glenda aún está en Fresno. Los federales la tienen bajo vigilancia, pero creo que podré traerla a escondidas para una visita antes de que te marches.»

14 de enero:

«He llamado a Jack Woods. Me ha dicho que Meg está bien y lo he comprobado con un tipo de los federales que conozco. También me ha dicho que Noonan no va a presentar cargos contra ella por fraude a Hacienda; Jack está demasiado ocupado en la preparación de alguna nueva investigación como para que la chica le importe una mierda.»

15 de enero.

16 de enero.

17 de enero.

Cansado, harto: cinco semanas seguidas a régimen de comida china para llevar.

18 de enero:

«Dave, no puedo conseguirte un pasaporte. No tengo ningún contacto de confianza y he oído que los proveedores de los gángsters se niegan a venderlos porque imaginan que tú eres el comprador.»

19 de enero. Fiebre de huida a ciegas. Pesadillas. TODO dando vueltas.

20 de enero:

«Glenda cree que han levantado la vigilancia sobre ella. Dice que va a traerte el dinero dentro de un par de días.»

21 de enero; Pete, acojonado:

«El señor Hughes ha descubierto que te estoy escondiendo. Está furioso porque Glenda ha salido bien librada de lo de Miciak y por lo de…, mierda, ya sabes: tú y ella. El señor Hughes quiere una compensación personal y ha dicho que no te entregará si colaboras. Dave, intentaré no pasarme.»

56

De rodillas, aturdido. Ondas de choque subiendo por el espinazo. Un golpe más.

El patio de atrás; Howard Hughes, observando.

Me incorporé, atontado: dientes flojos, labios partidos. Izquierda-derecha/izquierda-derecha/izquierda-derecha; mi nariz, incrustada en la garganta. Sostenido en pie; la piel de las cejas desgarrada, cayéndome sobre los ojos.

Howard Hughes, de traje formal y con sombrero.

De bruces al suelo, patadas…

– No. Use los puños.

Incorporado a tirones: gancho de izquierda/gancho de izquierda; escupiendo encías, sin nariz, respirando con dificultad. Gancho de izquierda/gancho de izquierda: crujido de huesos.

Sin piernas, sin cara; el anillo de sello machaca desde la mandíbula hasta las entradas del cabello.

– Un poco más.

– No aguantará.

– No me contradigas.

Sin piernas, sin cara. Ojos al sol. Rojo abrasador: por favor, no me dejes ciego. Izquierda-derecha/izquierda-derecha:

– Déjelo para el doctor.

Desvaneciéndose en alguna parte. No me arranques los ojos.

Girando, cayendo. Música.

Oscuridad/luz/dolor; punzadas en el brazo, absurda satisfacción: Luz = visión. ¡No me arranques los ojos!

Girando, cayendo; TODO a ritmo de bop. Riffs de Champ Dineen; Lucille y Richie, arrojados del paraíso.

Sudor. Bofetadas frías en el rostro. Una cara: un viejo.

Aguijonazos que devoran el dolor.

Pinchazos en el brazo = felicidad absuuurda.

TODO, girando, cayendo.

Restregones en las mejillas, no tan agradables: barba cerrada y crecida.

Tiempo: de luz a oscuridad, de luz a oscuridad, de luz a oscuridad.

Un hombre con gafas, quizás un sueño. Voces: vagas, reales a medias.

Música.

57

Cuatro días sedado.

El doctor, al salir:

– Le he administrado varias dosis de morfina. Está recuperándose muy bien, pero tendrá que hacerse arreglar algunos huesos dentro de un mes, o así. ¡Ah!, y un amigo suyo le ha dejado un paquete.

Latidos sordos desde la barbilla hasta la frente. Periódicos recientes; miro las fechas: 22 a 25 de enero.

Ante el espejo:

La nariz, aplastada y reventada.

La mandíbula, torcida.

Sin cejas: en lugar de ellas, tejido cicatrizante.

Las entradas del cabello, más acusadas; los cortes en el cuero cabelludo me habían dejado medio calvo.

Dos orejas nuevas.

Un ojo, estrábico; el otro, normal.

Cabello castaño oscuro transformado en gris puro en el plazo de una semana.

En resumen:

Un nuevo rostro.

En plena curación: los puntos de sutura, extraídos; los cardenales, difuminándose.

Inspeccioné el paquete.

Un pasaporte en blanco.

Un revólver del 38, con silenciador.

Una nota sin firmar:

Klein:

Asuntos Internos dio contigo y he decidido dejarte ir. Me has servido muy bien y mereces la oportunidad que te doy.

Quédate el dinero que cogiste. No soy muy optimista, pero espero que el pasaporte te ayude. No voy a disculparme por haberte utilizado como lo hice, ya que creo que la situación de Smith lo justificaba. Ahora, Smith está neutralizado, pero si consideras que la justicia que le impartiste no es suficiente, tienes mi permiso para hacerla más completa. Francamente, he terminado con él. Ya me ha costado suficiente.

Orden indirecta: matarlo.

LO, no: LOS.

58

– Hacíamos una pareja estupenda.

– Ahora, la única que está de buen ver eres tú.

Dientes flojos, dolorido.

– Estás cambiado, David.

– Claro, mírame.

– No es eso. Es que llevamos cinco minutos juntos y todavía no me has pedido que te diga cosas.

Glenda: bronceado de camarera de autorrestaurante, casi flaca.

– Sólo quiero mirarte.

– He tenido mejor aspecto.

– Seguro que no.

Ella me tocó el rostro:

– ¿Yo lo merecía?

– Costara lo que costase.

– ¿Tal cual?

– Sí, tal cual.

– Deberías haber cogido ese contrato para el cine, cuando tuviste la oportunidad.

Bolsas de dinero junto a la puerta. El tiempo, acabándose. Glenda dijo:

– DIME cosas.

Vuelta a entonces, remontándome a siempre: se lo conté TODO.

A veces, dudé: el puro espanto me dejo mudo. Y ese silencio, elocuente: tú, dime a mí.

Unos leves besos dijeron NO.

Se lo conté todo. Glenda escuchó, casi hechizada. Como si supiera. La historia flotó entre nosotros. Besarla era doloroso; sus manos dijeron, «déjame».

Me desnudó.

Se desvistió justo fuera de mi alcance.

Me excité poco a poco: sólo déjame mirar. Glenda, manos suaves, persistentes, dentro de ella. Medio loco de sólo mirarla.

Ella se colocó encima de mí, sin tocarme el cuerpo magullado. Sólo mirarla no era suficiente; tiré de ella.

Su peso sobre mí fue una tortura. La besé con fuerza para abrirme paso entre el dolor. Ella empezó a correrse, el dolor cedió, me corrí entre sus espasmos.

Abrí los ojos. Glenda enmarcó mi rostro con sus manos. Sólo mirándome.

Dormido: el día da paso a la noche. Despierto sobresaltado. Un reloj junto a la cama: 1.14.

26 de enero.

Una cámara en la cómoda de la ex esposa de Pete. Comprobé el carrete: quedaban seis fotos.

Glenda se desperezó.

Fui al baño. Un plato con las ampollas de morfina; abrí una y la mezclé con agua.

Me vestí.

Metí doscientos de los grandes en el bolso de Glenda.

El dormitorio…

Glenda, bostezando con los brazos estirados. Sedienta. Le ofrecí el vaso de agua.

Lo apuró. Un par de vueltas en la cama, arrebujada bajo la sábana, y dormida otra vez.

La contemplo.

Una media sonrisa roza su almohada. Un hombro al descubierto: las viejas cicatrices, de un tono bronceado.

Saqué fotos:

Su cara. Ojos cerrados, sueños que nunca me contaría. Luz de lámpara, luz de flash: cabellos rubios sobre las sábanas blancas. Rebobiné el carrete.

Cogí las bolsas del dinero. Pesadas, obscenas. Crucé la puerta reprimiendo unos sollozos.

59

Fácil:

Tomé un autobús hasta L.Á. y alquilé una habitación en un hotel.

Hice que me subieran una máquina de escribir. Un pasaporte en blanco transformado en válido.

Mi nuevo nombre: Edmund L. Smith.

Foto válida: instantáneas de fotomatón y pegamento.

Mi billete de salida: Pan Am, L.Á. a Río.

Mis heridas iban curando.

Mi nueva cara era adecuada: no recordaba en nada al guapo Dave Klein.

Las ampollas de morfina me calmaban el dolor y me dejaban exultante. Con una idea loca:

Te has librado.

Todavía no.

60

Compré otro cacharro; doscientos dólares en metálico. Camino del aeropuerto, di un rodeo hasta South Tremaine, 1684. Ocho de la mañana. Tranquilo, pacífico. Voces dentro. Un macho belicoso.

Di la vuelta a la casa, probé la puerta de atrás. Abierta. El cuarto de la lavadora, la puerta de la cocina… la abro.

J.C. y Tommy a la mesa, tomando cerveza.

¿Y bien?

¿Qué diab…?

J.C, primero. ZUP… el silenciador. Sesos saliendo por los oídos. Tommy, con la botella de cerveza levantada. ZUP… cristales en los ojos. Un grito:

– ¡PAPÁ!

¡EL HOMBRE DEL OJO! ¡EL HOMBRE DEL OJO! Los freí a tiros. Los dejé sin cara, sin ojos.

61

Movimiento en el aeropuerto: federales, hombres del sheriff, espías de las bandas. Pasé entre todos ellos; ni el menor parpadeo. Llegué al mostrador.

Servicio amistoso, un vistazo al pasaporte. Pasé el control con las bolsas del dinero: «Que tenga feliz vuelo, señor Smith.»

Fuera. Tal cual.

La voluntad de recordar.

Sueños febriles; esa época, ardiente.

Ahora, ya viejo: un gringo exiliado, rico gracias a inversiones inmobiliarias. Mi confesión, completa, pero aún no es suficiente.

Posdatas:

Will Shipstad, detective privado desde el año 59.

Reuben Ruiz, campeón de los gallos, 61-62.

Chick Vecchio, muerto a tiros en un atraco a una licorería.

Touch V., representante de travestidos en Las Vegas.

Fred Turrentine, muerto: cirrosis. Lester Lake, muerto: cáncer.

El lugar, perdido; la época, ardiente. Yo, de alguna manera, cercano a ellos.

Madge Kafesjian, sola; la casa, los fantasmas…

Welles Noonan, convicto de influir ilícitamente en el jurado, en 1974. Sentenciado a cumplir de tres a cinco años en una penitenciaría federal. Suicidio mediante sobredosis de Seconal mientras era conducido a Leavenworth.

Meg, anciana y viuda. Mi fuente de ingresos desde entonces hasta hoy. Los dos, ricos: nuestros edificios de pisos en los barrios bajos, cambiados por urbanizaciones de viviendas adosadas.

Girando, cayendo… Temiendo olvidar:

Mickey Cohen, perpetuo avaro, dos condenas a cárcel. Muerto de un ataque al corazón en el 76.

Jack Woods, Pete B.: viejos, llenos de achaques.

Dick Carlisle:

Retirado del LAPD; nunca acusado de cómplice de Dudley Smith. Dick, «el rey de las pieles»: el botín del asunto Hurwitz financió su expansión comercial. Magnate de la limpieza en seco, después de comprar la cadena E-Z Kleen a Madge K.

Dudley Smith, todavía medio lúcido, todavía fascinador: tonadas en gaélico a las enfermeras que le atienden.

Edmund Exley:

Jefe de Detectives, jefe de Policía. Congresista, vicegobernador, actual candidato a gobernador.

Reconocido admirador de Dudley Smith; una admiración astuta, políticamente ventajosa.

Dudley, libertino con el parche en el ojo. En sus momentos de lucidez, un gran sabio: comentarios mordaces sobre «contención», siempre dispuesto para reportajes restrospectivos. Un recordatorio: entonces, los hombres eran hombres.

Glenda:

Estrella de cine y de televisión. Sesentona: la matriarca de una serie de larga duración.

Glenda:

Treinta y tantos años famosa. Siempre conmigo: aquellas fotos, cerca de mí en todo instante. Siempre joven en mi recuerdo; rehuyendo todas sus películas, todas sus fotos en la prensa.

En mis sueños: girando, cayendo.

Como Exley, Dudley y Carlisle.

Exiliados de mí, con cosas que decirme: horrores prosaicos que definen su larga supervivencia. Palabras para poner al día esta confesión liberadora.

Sueños: girando, cayendo…

Me dispongo a volver. Voy a obligar a Exley a confesar, con la misma sinceridad que lo he hecho yo, cada uno de los tratos monstruosos que ha efectuado a lo largo de su carrera. Voy a matar a Carlisle y voy a hacer que Dudley cuente con detalle cada momento de su vida, para eclipsar mi culpa con el peso tremendo de su maldad. Voy a matarle en nombre de nuestras víctimas. Voy a buscar a Glenda y a decirle:

Dime algo.

Dímelo todo.

Olvida el tiempo que hemos estado separados.

Ámame con ardor en el peligro.