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IV LA JUNGLA DEL DINERO

***

35

– Bien, la autorización judicial parece en orden, pero, ¿qué es ese sello al pie?

– Es una estampilla de Correos. El fiscal de aquí envió los papeles a un juez del Este.

– ¿Por alguna razón en especial?

Para esquivar a los juristas amigos de Exley. Abre la caja fuerte, tipejo entrometido.

– No; sencillamente, el señor Noonan sabía que el juez federal de este distrito estaba demasiado ocupado para atender peticiones de registro.

– Entiendo. Bien, supongo…

Le corté al instante:

– El documento es válido, así que vamos de una vez.

– No es preciso ser tan brusco. Por aquí, caballeros.

Ventanillas de caja, cabina del vigilante, entrada a la caja fuerte. La puerta, abierta: una Pinkerton en formación de revista. Henstell:

– Antes de entrar, quiero que repasemos las instrucciones del señor Noonan.

– Le escucho.

– Uno, puede quedarse todo el dinero que encontremos. Dos, solamente puede inspeccionar los papeles personales que encuentre, y hacerlo en una dependencia del banco. Una vez los haya estudiado, me los entregará para marcarlos y tomar nota de ellos como pruebas federales. Tres, me entregará inmediatamente cualquier artículo de contrabando que pueda encontrar, como narcóticos o armas de fuego, para identificarlo como prueba.

«Armas de fuego»: escalofrío helado.

– De acuerdo.

– Muy bien, entonces. Señor Welborn, usted primero.

A paso ligero, detrás de Welborn. Pasillos de metal gris; cajas de depósito de seguridad apiladas de suelo a techo. Giro a la izquierda, giro a la izquierda, alto.

Welborn, con las llaves oscilando en sus dedos:

– 5290 y 5291. Detrás de esa esquina encontrarán una salita para examinar el contenido.

– Ahora, nos dejará usted a solas al agente Henstell y a mí.

– Como desee.

Dos cajas, altas hasta las rodillas; cuatro cerraduras. Hormigueo al introducir mis llaves.

Welborn: las llaves maestras. Chasquidos simultáneos.

En las mangas de mi chaqueta, sendos pañuelos.

Welborn, remolón:

– Buenos días, agentes.

Ahora, deprisa… Henstell mirándose las uñas, aburrido…

Abrí unos centímetros las tapas: ambas cajas, rebosantes de papeles apilados. Y JUSTO AHÍ, encima de los papeles:

Un revólver. Prueba material robada. Huellas dactilares visibles en la empuñadura y en el tambor de la munición. Envuelto en un plástico protector.

Henstell hurgándose la nariz.

Deprisa:

Quitar el plástico, enterrarlo entre la pila de papeles.

Henstell:

– ¿Qué tenemos ahí?

– De momento, carpetas y papeles.

– Noonan lo quiere todo, y no me importaría estar fuera de aquí a la hora del almuerzo.

Bajé las manos; los pañuelos cayeron de las mangas. Tapé el ángulo de visión del federal, limpié el arma…

Tres veces, para asegurarme. Glenda…

Le entregué el revólver.

– Henstell, échele un vistazo a esto.

El federal hizo girar el arma en el dedo y jugó a desenfundar rápido. Un mal espectáculo, nada original.

– Cachas de nácar… Ese Stemmons debía de ser un nostálgico de los vaqueros. Y, fíjese, sin números en el cañón.

Saqué las cajas de sus nichos.

– ¿Quiere inspeccionarlas para ver si hay droga?

– No, pero Noonan lo quiere todo cuando usted termine de examinarlo. También me dijo que le cacheara antes de salir del banco, pero no es mi estilo hacer tal cosa.

– Gracias.

– Le va a encantar la custodia federal. Noonan encarga buenos filetes para el almuerzo todos los días.

Jadeos fingidos:

– ¿Quiere echarme una mano con esto?

– Vamos, teniente, no pueden pesar tanto.

Buena pantomima. Transporté las cajas a un cubículo situado en un rincón y abrí la puerta. Una mesa, una silla; la puerta, sin cerrojo por dentro. Coloqué el respaldo de la silla bajo el pomo.

Volqué las cajas e inspeccioné el contenido:

Carpetas, fotos, papeles sueltos: lo apilé todo sobre la mesa.

Cuatro llaves en una bolsita con una inscripción: «Cerrajería Brownell, Wabash Ave. 4024, Los Angeles Este.»

Recortes de prensa sueltos. Los desdoblé por los pliegues.

Adelante: una ojeada al conjunto del material.

Declaraciones mecanografiadas: Asesinato número uno (Glenda Bledsoe/Dwight Gilette). Mi intervención para eliminar pruebas, explicada en detalle por Junior de su puño y letra.

La declaración de George Ainge: original mecanografiado y cinco copias.

Ampliaciones fotográficas: huellas dactilares sacadas de la ficha juvenil de Glenda e impresiones digitales halladas en el arma. Un informe del análisis de las huellas: Fotos con los puntos de comparación señalados.

Informe sobre la situación del testigo:

«El señor Ainge vive actualmente en un lugar indeterminado de la zona de San Francisco, bajo nombre supuesto. Tengo acceso a él por teléfono y le he facilitado dinero para que pueda ocultarse y escapar a las posibles represalias del teniente David D. Klein. Permanezco en contacto con él por si fuera llamado como testigo en el proceso del Condado de Los Angeles contra Glenda Louise Bledsoe.»

Mi detector de mentiras interno lanzó la alarma: Hubiera apostado cualquier cosa a que Ainge se había esfumado por su cuenta, sin la ayuda de nadie.

Páginas escritas a mano. Garabatos, jeroglíficos apenas legibles, caligrafía descuidada:

(Ilegible)/«He encontrado una pista en los papeles»/(ilegible)/«Ha gastado una fortuna hasta el momento»/(ilegible)/borrones de tinta. «De modo que ha gastado una fortuna en manipular al agente John Duhamel»/borrones. «Pero, por supuesto, él es un policía chico rico cuyo padre murió (abril de 1958) dejándole millones.»

Garabatos/dibujos de penes: Junior, homosexual drogado hasta las orejas. El «chico rico» -fácil deducción- era Exley; que protegiera a Johnny D. no era una gran sorpresa. Más garabatos/dibujos de penes/galimatías indescifrable. «Manipular a ese tipo cuya historia nadie creería.» Manchas de café/borrones/dibujos de pollas/«Ver el expediente marcado como Prueba Uno.»

Rebusco entre la pila de papeles. Ahí está. Una carpeta:

Recortes de periódico de mediados de abril de 1958. Una historia lacrimógena de interés humano.

Johnny Duhamel se pasa a profesional; sus padres «ricos» murieron sin un centavo y la universidad del Estado de California le reclama el pago de la matrícula. Johnny asiste a clases y trabaja en tres sitios, sin planes para dedicarse al boxeo profesional. Pero la Universidad se muestra inflexible: o liquida la deuda pendiente, o abandona la institución.

La historia, en el L.A. Times del 18/4/58. Tres resúmenes en Herald/Examiner/Mirror: 24/4, 2/5, 3/5.

Extraño:

Cuatro diarios de Los Ángeles/cuatro historias. Sin nuevos datos ampliados, sin sondear nuevos enfoques. El dato del expediente de Gallaudet, confirmado: los padres de Duhamel murieron en la ruina.

Más Prueba Uno: fotos numeradas de documentos. Me vino a la memoria una imagen del piso de Junior: la cámara Minox.

Fotos 1, 2, 3: Impresos oficiales del First National Bank. Cuentas corrientes y de ahorros abiertas a nombre de Walton White, N. Edgemont 2750, Los Angeles. Dos depósitos de tres mil dólares con destino sospechoso: Edgemont sólo llegaba al número 2400.

Anotaciones en el reverso:

Número 1: «El director dijo que "Walton White" le había resultado "algo familiar" y le describió como un hombre blanco de 1,85 de estatura, 70 kilos, cabello rubio canoso, gafas, rondando los cuarenta.»

Número 2: «Mostrada fotografía de Edmund Exley aparecida en una revista. El director confirma que E.E. abrió las cuentas de "Walton White".»

Número 3: «El director dijo que "Walton White" (E.E.) solicitó de inmediato un talonario de cheques para empezar a hacer transacciones.»

Acalorado, ahora. Empecé a sudar.

Fotos número 4, 5, 6: cheques de "Walton White" compensados. Cuatrocientos, cuatrocientos más, quinientos: 23/4, 27/4, 30/4/58.

Librados a: Fritzie Huntz, Paul Smitson, Frank Brigantino.

Bingo: los firmantes de los artículos sobre Duhamel fusilados del L.A. Times.

Foto número 7: otro cheque compensado. Mil ciento y pico dólares pagados al Fondo de Deudas de Alumnos de la Universidad del Estado de California.

«De modo que ha gastado una fortuna en manipular al agente John Duhamel.»

«Manipular a ese tipo cuya historia nadie creería.»

Sobornos a periodistas.

Johnny, comprado.

Junior, haciéndose con datos bancarios confidenciales: habilidad intimidadora y encanto pre-LOOOCO.

Sudor. Goteando sobre la carpeta:

Recortes de prensa de Duhamel, boxeador.

Una declaración: Chuck Chamales, «el Griego», promotor de boxeo del Olympic Auditorium.

«Revelación efectuada bajo la amenaza de hacer pública su relación con Lurleen Ruth Cressmeyer, de 14 años.»

Johnny D. amañó su único combate profesional.

Ed Exley le pagó para que lo hiciera.

Duhamel se lo contó a Chamales, «una noche que estaba borracho». El Griego a Junior, textualmente: «No me dio más detalles. Se limitó a confiarme, confidencialmente, que ese tal Exley tenía un trabajo especial para él.»

Unas cuantas páginas más de garabatos/galimatías. Una hoja escrita en letra de molde:

APÉNDICE

Como antiguo instructor de la Academia en la búsqueda de pistas, fui invitado a la fiesta de jubilación del sargento Dennis Payne, celebrada el 16 de octubre pasado. Allí hablé con el capitán Didion sobre mi reciente ascenso a sargento y sobre mi paso a Subdirección. Según el capitán, mi padre consiguió que Green, el antiguo jefe del LAPD, trasladara a David Klein y le diera el mando de Subdirección Administrativa aunque sólo fuera teniente; en parte, la intención de mi padre era preparar el camino para que yo, finalmente, me incorporara a esa sección. El capitán Didion se pasó media hora contándome historias de Dave, «el Contundente», y sólo le presté atención porque quería sonsacarle informaciones confidenciales acerca de Johnny. El capitán me dijo que Exley había solicitado personalmente que Johnny fuera graduado antes de tiempo (el ciclo de instrucción finalizaba el 10/7/58) para incorporarle a una posible vacante entre los patrulleros de Wilshire, lo cual no tenía pies ni cabeza para Didion. Asimismo, Dennis Payne confirmó lo que yo sospeché cuando Johnny fue eximido de asistir a mis clases de identificación de pruebas: que Exley le encargó esas misiones secretas a él en persona, y que pidió al capitán Didion que le fueran asignadas aunque, técnicamente, Duhamel era todavía un cadete.

Exley y Duhamel, socios manipuladores. ¿Manipulando a QUIÉN?

Sospechosos:

Los Kafesjian.

Narcóticos.

«Ese tipo cuya historia nadie creería.»

«Ese tipo», en singular. ¿Un desliz semántico?: tal vez sí, tal vez no.

Sospechoso, en singular:

Tommy K.

J.C

Dan Wilhite.

Mal asunto: con mis datos, no podía relacionarles directamente con Johnny.

Entreabro la puerta. Henstell en el pasillo, caminando arriba y abajo. Coloco de nuevo la silla, la encajo en el tirador. Adelante:

Prendí una cerilla y la apliqué a una hoja de la carpeta: el retrato robot del marica ardió con un chisporroteo. Más cerillas, más hojas: una pequeña hoguera sobre la propia mesa.

Humo por debajo de la puerta…

Henstell llamó alarmado desde el otro lado.

– ¡Klein! ¿Qué está haciendo, maldita sea?

Llamas, papel hecho cenizas, humo. Volqué la mesa y apagué el fuego a pisotones.

– ¡Klein! ¡Maldita sea!

Abro la puerta, le aparto de un empujón, tosiendo por efecto del humo…

– Dígale a Noonan que era un asunto personal. Dígale que sigo siendo su testigo y que ahora estoy en deuda con él.

Del banco, directamente a L.Á Este, algo mareado por la leve inhalación de humos. La custodia federal, a cuarenta y siete horas vista. Dos días para resolver aquello:

«LARGO HISTORIAL DE LOCURA EN NUESTRAS DOS FAMILIAS.»

Al este hacia el Olympic; nubes de lluvia empapando la contaminación. Perseguidor/perseguido/compañero adjudicado/compañero jodido:

El expediente de Richie en Chino seguía sin aparecer; los hombres del alcaide estaban revolviendo cajas de documentos archivados para encontrarlo. Sid Riegle había salido en busca de Richie: el barrio negro/Hancock Park. Ningún rastro.

Contacto con los seis hombres de Asuntos Internos: ninguna nueva relación Herrick/Kafesjian. Relaciones establecidas: Pennsylvania/trabajo en la química/llegadas a L.Á. años 31-32. Bodas a finales del 31: Joan Renfrew, Magde Clarkson (sin antecedentes, consultados sus lugares de nacimiento).

Meg a la caza de propiedades inmobiliarias: búsqueda del título de propiedad de un piso en Spindrift. Nada, de momento, pero Meg seguía en ello.

Los Kafesjian en casa, presos de la «fiebre del encierro». Federales ante la casa, federales detrás. La familia, sometida a un cerco estrecho; no había modo de decirles:

Vosotros y los Herrick, juntos en los asuntos sucios. Botellas de licores estrelladas/perros desojados/música hecha añicos: asesinato/suicidio/castración. Lo HUELO. Acabaréis por decírmelo, por decírselo a alguien: esta vez cuento con un respaldo muy sólido.

Sólido y sucio: Exley. Sólido/cauto/listo/capaz: Noonan.

Utilizarlos a ambos: luchar/revolverse/mentir/suplicar/ manipularlos. Mi arma con Exley: Johnny D. Contra el federal, desarmado todavía: aquel fuego había consumido mi impulso. Henstell:

– ¿Sabe?, el señor Noonan estaba empezando a pensar que sería usted un testigo bastante bueno.

Estaba/está/estaría/estuviese: EL TIEMPO APREMIA. Junior, amenaza desactivada: Glenda, a salvo. Ahora, momento de ocuparme de mi nueva tarea: el FEDERAL.

Aún no me habían tomado declaración previa a la presentación ante el tribunal; por tanto, «custodia» significaba interrogatorio. Noonan -cauto/capaz-, haciéndome llamadas telefónicas sin cesar:

«Está llevando un caso de homicidio, teniente; qué raro.»

«¿Sería Richard Herrick el Richie en el que parecía usted tan interesado? ¿Sería él ese hombre en el que parece tan interesado Tommy Kafesjian? El jefe Exley contó al Herald que usted trabajaba en un robo que podría estar relacionado con las muertes. Tendremos que hablar de eso cuando esté bajo custodia.»

«Comprendo el dilema en que se encuentra, David. Tal vez se le ocurra pensar que puede engañarnos y ser un testigo no tan amistoso cuando tenga que declarar sobre sus relaciones con el crimen organizado, evitándose con ello una sentencia a muerte del Sindicato. Naturalmente, gozará de protección federal después de su testimonio ante el gran jurado, pero debe saber que no toleraremos falsedades ni mentiras por omisión.»

Jodido tipo listo.

Habría apostado a que me ocultaba información. Mi gran temor, aquellos seguimientos de los federales después de lo de Johnson. Conjetura aventurada, difícil de quitarme de la cabeza: Abe Voldrich, eliminado; visto en las inmediaciones, un Pontiac azul. Jack Woods -nueve muertos por encargo, como mínimo-, mi asesino favorito. Jack Woods, orgulloso propietario de un Pontiac del 56, verdeazulado.

Al centro: el puente de la calle 3, Boyle Height. Al este, hacia Wabash: Cerrajería Brownell.

La tienda: una caseta en mitad de un aparcamiento.

Cuatro llaves -tres de ellas, numeradas-; quizá sacara algún dato de valor.

Detuve el coche ante la caseta y toqué el claxon. Apareció un hombre con una sonrisa profesional.

– ¿En qué puedo ayudarle?

Le mostré la placa y el juego de llaves.

– Llaves 158-32, 159-32, 160-32 y una sin numeración. ¿Para quién las hizo?

– Ni siquiera tengo que mirar los archivos, porque el código 32 es ese almacén -consigna para el que hago todas las llaves de las taquillas.

– ¿De modo que no sabe quién alquiló esas taquillas, en concreto?

– No, señor. La llave sin numeración es de la puerta del local. Las numeradas corresponden a cada taquilla. Y no hago duplicados a menos que el encargado del negocio me dé el visto bueno.

– ¿Dónde está el local?

– En North Echo Park Boulevard 1750. Está abierto las veinticuatro horas, por si no lo sabía.

– Es usted muy rápido con sus respuestas, amigo. Y le noto algo irritado.

– Bueno…

– Vamos, cuénteme.

– Bueno…

– Nada de «bueno…». Soy agente de policía.

Con voz entre el gimoteo y el halago:

– Bueno, lamento tener que decirlo, porque el tipo me cayó bastante bien.

– ¿Qué tipo?

– No recuerdo su nombre, pero es ese pequeño boxeador mexicano de los gallos que siempre pelea en el Olympic.

– ¿Reuben Ruiz?

– Exacto. Vino ayer y me dijo que quería un duplicado de las llaves numeradas, como si hubiera visto las llaves pero no hubiese podido echar los guantes a los dos juegos originales que entregué. «De ninguna manera -le dije-. Ni que fuera el mismísimo Rocky Marciano.»

– ¿De modo que hizo dos juegos de llaves para el local?

– Un original para el encargado, otro para el cliente. El encargado mandó a alguien para hacer un segundo juego para el cliente, porque la gente que había alquilado las taquillas quería un duplicado.

Juego número uno: Junior. Juego número dos: tal vez Johnny D., el colega de Reuben.

– Verá, agente, las cerraduras y las llaves se cambian continuamente para evitar robos. Si habla usted con Bob, el encargado, ¿querrá decirle que estoy cumpliendo con mi parte para mantener las cosas…?

Apreté el acelerador. El cerrajero engulló los gases del tubo de escape.

Echo Park, junto a Sunset. Un almacén de grandes dimensiones. Un aparcamiento, sin vigilante en la puerta. Abrí con la llave que traía.

Un local enorme: una red de pasillos entrecruzados, con taquillas a ambos lados. A la entrada, un plano con números y códigos.

La zona del código 32 llevaba una anotación: «Jumbo.» Sigo el plano: dos pasillos más allá, vuelta a la izquierda.

Tres contenedores de dos metros de ancho, desde el suelo hasta el techo.

Llenos de raspaduras: marcas de ganzúa en la cerradura.

Introduzco las llaves. Las puertas chirrían:

158-32: abrigos de visón, colgados de perchas. Tres metros de fondo por dos de ancho.

Siete colgadores, vacíos.

159-32: estolas y otras pieles, amontonadas en una pila hasta la altura de los hombros.

160-32: abrigos de zorro/visón/mapache. En gran cantidad, colgados/apilados/doblados/arrojados de cualquier manera.

Johnny/Junior/Reuben.

Dudley Smith, jefe de la investigación del robo de pieles, burlado/engañado/vendido.

Exley y Duhamel, manipulando ¿A QUIÉN?

Visón. El tacto, el olor. Los colgadores vacíos, ¿el striptease de Lucille con el abrigo de pieles? ¿Johnny intentando vender el alijo de pieles a Mickey Cohen?

Reuben Ruiz: ex ladrón/hermanos ladrones.

Su intento directo de hacerse con las llaves, sin éxito.

Marcas de ganzúa/local sin vigilancia, abierto las veinticuatro horas.

Clic, la llave/clic, la cerradura/clic, el cerebro. Saqué la pluma y el bloc de notas. Tres taquillas; dejé tres notas idénticas en su interior:

Quiero hablar sobre Johnny Duhamel, Junior Stemmons y quienquiera más que esté relacionado con esto. Es un asunto de dinero, independiente de Ed Exley.

D. Klein

Cerré las puertas -clic, la cerradura/clic, el cerebro- y busqué un teléfono. Encontré una cabina en la otra acera de Sunset y llamé a la oficina.

– Riegle.

– Sid, soy yo.

– Es decir, eres tú y quieres algo.

– Exacto.

– Bien, dime lo que sea, pero te adelanto que este trabajo de Homicidios me está dejando agotado.

– ¿Qué significa eso?

– Significa que Richie Herrick no aparece por ninguna parte. Primero, Exley emite una orden de busca y captura; luego, la anula, pero ni aun así podemos localizar a un hombre blanco soltero de quien se sabe que frecuenta los barrios negros.

– Ya lo sé, y nuestra mejor baza es dejar que Tommy Kafesjian lo encuentre por nosotros.

– Lo cual no parece muy probable, con esos camellos armenios enclaustrados en su casa y vigilados de cerca por los federales.

– Sid, toma nota de esto.

– Vale, te escucho.

– El almacén de North Echo Park 1750.

– Está bien, he tomado nota. Y ahora, ¿qué?

– Ahora coges tu coche particular y te dedicas a vigilar la entrada y el aparcamiento. Anota el número de matrícula de cualquiera que entre. Cada cinco o seis horas, comunica los datos a la central de Tráfico. Mantén la vigilancia hasta mañana por la mañana y llámame entonces.

Gruñidos teatrales.

– ¿Me lo explicarás todo entonces?

– Ajá.

– ¿Es el asunto Herrick? -Es todo junto, maldita sea.

36

Reuben Ruiz: convencerle con palabras o por la fuerza. Lo que fuera preciso. Investigaciones me facilitó su dirección: South Loma, 229. Bastante cerca. Llegué enseguida; su hermano Ramón, en el porche.

– Reuben está en Chavez, haciendo de puto para la ciudad de Los Angeles.

Otra vez al coche: Chavez Ravine.

Muy concurrido, ahora; desahucios inminentes. «Aparcamiento Policía»: un solar de tierra. Coches policiales apretujados morro contra cola: de la oficina del sheriff, del LAPD, de los federales. Frente a la calle principal, unas colinas; chiquillos mexicanos arrojando piedras desde ellas. Coches patrulla abollados y llenos de arañazos.

Un camino de acceso, estrecho y polvoriento. Lo recorrí hasta llegar a la cumbre. Desde allí, observé el panorama:

Provocadores cargando contra la línea de contención de los uniformados. La calle principal, acordonada. Chabolas flanqueando calles/laderas/barrancos; todo lleno de notificaciones de desahucio. Equipos de cámaras filmando puerta a puerta: federales y un sombrero de ala ancha agitado en alto.

Y un montón de chabolistas apretujados en torno al sombrero. Bajé la ladera hacia allí; unos patrulleros me franquearon el paso en el control policial. Contemplé el panorama: Shipstad, Milner, Ruiz vestido de torero.

Reuben:

Repartiendo dinero, envuelto por los pachucos.

– ¡Dinero!

– ¡El jefe Ruiz!

Algarabía de gritos en mexicano. Incomprensibles.

Milner, con cara de asombro: ¿qué es esto?

Me abrí paso a empujones, agitando la mano. Shipstad me vio. Tembloroso y sofocado. Henstell, probablemente, se había ido de la lengua.

Me hizo señas de que me acercara. Chocamos: las manos a la americana, instintivamente.

– ¡Gracias al jefe Reuben! -Ruiz arrojando billetes.

Un solar de tierra a un lado de la calle. Shipstad señaló el lugar. Le seguí. La sombra de un árbol, un rótulo: «Notificación de Desalojo.»

– Justifique esa quema de papeles antes de que Noonan revoque su inmunidad y le haga detener.

Un imán para el ojo: Reuben distribuyendo billetes verdes.

– Míreme, Klein.

A él, jerigonza legal:

– Eran evidencias incriminatorias ajenas al caso. No tenían nada en absoluto que ver con la familia Kafesjian ni estaban relacionadas con aspecto alguno de sus investigaciones o de mi testimonio ante el gran jurado. Noonan ya tiene suficiente contra mí y no he querido proporcionarle más informaciones por las que podría perseguirme.

– De abogado a abogado, ¿cómo puede llevar esta vida?

Me mordí la lengua.

– Mire, Klein, estamos intentando ayudarle a salir de esto con vida. Estoy desarrollando un plan para trasladarle después de que testifique y, con franqueza, Noonan opina que no debería esforzarme tanto en mis preparativos.

– ¿Y eso significa…?

– Eso significa que Noonan me desagrada ligeramente más de lo que me desagrada usted. Y significa que está a punto de detenerle y designarle testigo hostil, y luego soltarle para que Sam Giancana o quien sea le haga matar.

En tecnicolor: Meg encarcelada/maltratada/cosida a tiros.

– ¿Trasladarán a mi hermana?

– Imposible. Esta última travesura le ha costado la credibilidad ante Noonan, el trasladar a su hermana no entraba en el compromiso y no existe ningún precedente de que los hampones hagan daño a los parientes de los testigos fugitivos.

COGE DINERO.

Ruiz, arrojándolo a la gente.

– Nosotros somos su única esperanza. Arreglaré las cosas con Noonan, pero preséntese en el Edificio Federal pasado mañana, a las ocho en punto de la mañana, o daremos con usted, detendremos a su hermana e iniciaremos los trámites para una acusación de fraude a Hacienda.

Griterío de la multitud, polvo. Reuben, mirándonos.

Agité las llaves en alto. El sol se reflejó en el metal. Reuben asintió. Shipstad:

– Klein…

– Estaré.

– A las ocho en punto.

– Ya le he oído.

– Es su única…

– ¿Qué está haciendo Ruiz?

El federal volvió la cabeza:

– Expiar sus culpas o algo parecido. ¿Puedes culparle? ¿Todo esto por un estadio de béisbol?

Reuben se acercó. Shipstad:

– ¿Ha venido a verle? ¿Y qué son esas llaves?

– Déjeme un momento a solas con él.

– ¿Es personal?

– Sí, es personal.

Shipstad se alejó; Ruiz se cruzó con él y guiñó un ojo.

Reuben, con el disfraz de torero y una sonrisa:

– Eh, teniente.

Agité las llaves ante él:

– Empieza a hablar.

– No. Antes de hacerlo, asegúreme que esto sólo es una charla informal entre dos testigos colegas; y asegúreme también que no tiene interés por endosarle a un pobre peso gallo mexicano una denuncia por robo.

Calle abajo, ruido de excavadoras. Una chabola derribada.

– Las llaves, Reuben. Viste las originales, aprendiste los números de memoria e intentaste que el cerrajero te hiciera un duplicado. Y había marcas de ganzúas y de palancas en las taquillas de la consigna.

– No le he oído decir nada parecido a «Esto es sólo una charla entre dos tipos que quieren ahorrarse problemas mutuamente».

Chirridos de la pala excavadora/crujidos de la madera/polvo. El ruido me hizo fruncir el entrecejo.

– No estoy en condiciones de ir deteniendo gente.

– Ya me lo imaginaba, después de lo que he oído decir a los federales.

– Canta, Reuben. Me da la ligera sensación de que tienes ganas de hacerlo.

– De hacer penitencia, tal vez. De cantar, no lo sé.

– ¿Cogiste alguna piel de ese almacén, Reuben?

– Tantas como yo y mis probos compinches de robo nos pudimos llevar. Y ya no queda ninguna. Lo digo por si quería usted un visón para su hermana, la casera.

Flores creciendo entre malas hierbas; el aire, saturado de contaminación.

– De modo que robas unas cuantas pieles, las vendes y repartes el dinero entre tus pobres hermanos explotados, ¿no es eso?

– No. Primero le regalo unas pieles de zorro plateado a la señora Mendoza, que vive en la puerta de al lado, porque desvirgué a su hija y no me casé con ella. Entonces vendo las pieles, y luego me emborracho y empiezo a repartir el dinero.

– ¿Y ya está?

– Sí. Y esos estúpidos se lo gastarán probablemente en entradas para ver a los Dodgers.

– Reuben…

– ¡Está bien, joder! Yo, Johnny Duhamel y mis hermanos hicimos el trabajo del almacén de pieles de Hurwitz. Usted quizás estaba investigando en esa dirección cuando nos vimos en mi vestuario, de modo que ahora será mejor que me cuente lo que ha descubierto del caso antes de que vuelva a estar sobrio y me harte de esta penitencia.

– Pongamos que Ed Exley manipula a Johnny.

El aire, cargado de humos. Reuben tosió.

– Ha escogido un tema muy oportuno.

– Imaginé que, si Johnny hablaba con alguien, sería contigo.

– Imaginó muy bien.

– ¿Te explicó algo al respecto?

– La mayor parte, creo. Escuche, Klein, ¿esto es…, ya sabe, confidencial?

Asentí. Ahora, con calma: aflojarle la cuerda.

Tic tic tic tic.

Tirar de la cuerda:

– Reuben…

– Sí, de acuerdo, teniente. Creo que fue en primavera, por abril o algo así. Exley leyó en el periódico esa historia sobre Johnny. Ya sabe, uno de esos artículos que llaman «de interés humano». Eso del chico estudiante, sus diversos empleos, «el muchacho fue una promesa en los Guantes de Oro, pero ahora tiene que pasar a profesional aunque no le guste, porque sus padres murieron y le dejaron en la ruina y tiene que pagarse la universidad». ¿Me sigue hasta aquí?

– Continúa.

– Bien. De modo que Exley abordó a Johnny, le hizo propuestas y le, digamos, manipuló. Le dio dinero, pagó el crédito para sus estudios y saldó las deudas que habían dejado sus padres. Exley es una especie de niño bien policía con una gran herencia, de modo que le dio a Johnny un montón de pasta y también pagó a los periodistas de los otros periódicos para que escribieran, ya sabe, esas otras historias parecidas sobre el muchacho, destacando en especial el aspecto de que había tenido que pasarse a profesional por «necesidad financiera».

– Y Exley obligó a Johnny a perder el único combate profesional que disputó.

– Exacto.

– Y los artículos de los periódicos y el combate amañado estaban destinados a mostrar a Johnny como una especie de chico sin suerte, de modo que la historia resultara convincente cuando Duhamel presentase la solicitud de ingreso en el LAPD.

– Exacto.

– ¿Y Exley hizo entrar a Johnny en la Academia?

– Exacto.

– ¿Y todo esto tenía por objeto buscarle una fachada legal para encargarle trabajos clandestinos?

– Exacto, para acercarse a alguien o a algo que Exley tenía entre ceja y ceja, pero no me pregunte quién o qué, porque no tengo idea.

ELLOS/Dan Wilhite/Narcóticos: mezclarlos, encajarlos…

– Continúa.

Gestos de asentimiento, fintas; Reuben chorreando sudor.

– Mientras Johnny estaba en la Academia, Exley le buscó un trabajito externo: fue ese caso en el que, digamos, se infiltró entre esos muchachos del cuerpo de Marines que andaban robando y dando palizas a esos maricas cargados de dinero. Ese bicho raro de Stemmons, ese ex compañero suyo, teniente, era profesor de Johnny en la Academia y leyó el informe que escribió el muchacho sobre el asunto.

– ¿Y?

– Y Stemmons… En fin, Stemmons sentía a la vez atracción y repulsión por los homosexuales. Y Johnny le hacía tilín, lo cual ponía rabioso al muchacho, porque Johnny es un tipo muy macho. Así pues, Johnny cogió a la banda de ladrones de maricas y la policía militar de Marines consiguió pruebas contra los tipos. Johnny se graduó en la Academia y fue destinado inmediatamente a la brigada de Detectives, porque el caso de los maricas le hacía parecer muy adecuado y porque ser un campeón de los Guantes de Oro le proporcionaba un prestigio muy conveniente. En cualquier caso, ese irlandés…, ya sabe, Dudley Smith, le tomó simpatía y le destinó a la unidad Antibandas, porque un ex boxeador le venía de perlas para el trabajo violento al que se dedican.

Las cosas iban encajando; ninguna sorpresa, de momento.

– ¿Y?

– Y, de algún modo, Stemmons descubrió que Exley estaba, como usted dice, manipulando a Johnny. Y le montó ese numerito de marica celoso. Y eso disgustó a Johnny, pero Johnny no le sacudió a ese puto maricón como se merecía, porque Stemmons era su antiguo profesor de obtención y recogida de pruebas y porque podía destapar todo el jodido chanchullo que Johnny tenía montado con Exley.

Amagando golpes, salpicando sudor; pequeños movimientos sincronizados con sus palabras.

– ¿Y?

– ¡Y! Ustedes, la policía, siempre ponen ese «¿Y?» para hacer que la gente siga hablando.

– Entonces, probemos con «¿Qué más?»

– ¿Qué más? Bien, calculo que fue por esos días cuando Johnny se enredó en el asunto de las pieles. Dijo que tenía ayuda desde dentro y nos contrató a mí y a mis hermanos para hacer el trabajo de carga, solamente. Johnny estaba metido al mismo tiempo en otros asuntos presuntamente turbios y di por sentado que era algún trabajo de matón para Antibandas, pero Johnny me dijo que era algo mucho peor, tan malo que incluso temía contárselo a su buen amigo, Exley. Ese jodido Stemmons no hacía más que soltarle a Johnny todo ese rollo sobre su mente de genio del crimen y, no sé, de algún modo, descubrió lo del golpe de las pieles.

Ruiz, comemierda sonriente; unas fintas, unos soplidos.

– ¿Cuándo te contó Johnny todo eso?

– Después del golpe de las pieles. Cuando nos pusimos los guantes y me dijo que le diera esa paliza como penitencia.

– Y más o menos para entonces, Stemmons intentó hincar el diente a la parte del botín de Johnny.

– Exacto.

– Vamos, Reuben… Exacto, ¿y?

– Y Johnny me dijo que el trabajo de las pieles era un montaje de Exley desde el principio. Era parte de lo que podría llamarse «sus trabajos encubiertos» y Exley estaba de acuerdo con ese Sol Hurwitz. Hurwitz era una especie de jugador arruinado y ese jodido ricacho de Exley le compró todas las pieles y le dijo a Johnny cómo simular el robo.

AUDAZ.

Faltaban piezas por encajar.

El robo, Exley. La investigación, Dudley Smith. ¿Por qué Exley había destinado a alguien tan bueno?

Cronología de los eslabones pendientes (meras suposiciones):

Johnny ofrece pieles calientes a Mickey Cohen.

Dud encuentra la pista Cohen y deja a Mickey cagado de miedo.

Exley intercede.

Exley manipula a Mickey. ¿Con qué intención?

Mickey, actuando en dos frentes: magnate del cine/chapucero de barrios bajos. ¡Seguía sin retirar de la circulación sus tragaperras del Southside!

Chick Vecchio: vinculado a Mickey.

Chick, delator: entrada en escena de los Kafesjian.

Mickey y Chick, conectados con:

ELLOS/Narcóticos/Dan Wilhite.

Conexiones:

Desaparecidas/ocultas/disimuladas/tergiversadas LOOOCAS.

Reuben; nuevas fintas, sonriente:

– Bien, supongo que todo esto quedará entre nosotros dos. Entre dos testigos colegas.

– Supones bien.

– ¿Y Johnny? ¿Muerto?

– Sí.

– Es una pena que no estuviese casado. Mea jodida culpa, porque podría haberle regalado un bonito abrigo de visón a su viuda.

Nuevos crujidos. Otra chabola derruida.

37

Tiro de piedra: de Chavez Ravine a Silverlake. Una ronda hasta la casa de Jack Woods. Su coche ante la puerta.

Verdeazulado, reluciente: el amor de Jack.

La puerta delantera, entornada. Llamé con los nudillos.

– ¡Está abierto! ¡Estoy en la ducha!

Entré. Descarado Jack: teléfonos y papeletas de apuestas a plena vista. Una foto en la pared: Jack, Meg y yo, el Mocambo, 1949.

– ¿Recuerdas esa noche? A Meg le dio por los brandy alexander.

Meg sentada entre los dos; difícil de saber de quién era la chica.

– Estás recorriendo la calle de los recuerdos muy deprisa, colega.

Me volví:

– Un par de días antes, te habías cargado a un tipo para Mickey. Estabas muy satisfecho, así que te encargaste de la nota.

Jack se ajustó el albornoz:

– ¡Mira quién habla!

– ¿Te cargaste a Abe Voldrich?

– Sí, ¿por qué? ¿Te importa?

– No, exactamente.

– Entonces, has venido sólo para recordar viejos tiempos.

– Se trata de Meg, pero no me importaría una explicación.

Jack encendió un cigarrillo.

– Chick Vecchio me encargó el trabajo de parte de Mickey. Dijo que Narcóticos y Dan Wilhite lo querían. Voldrich era el maletero de la familia Kafesjian para el LAPD. Chick dijo que era idea de Mickey, que los federales habían convencido a Voldrich para que testificara y Mickey quería cortar sus relaciones con los Kafesjian. Diez de los grandes, muchacho. Mi premio de consolación por ese camello que se me escapó, ese Stemmons.

– Me temo que no me convence.

– ¿Qué más da? Los negocios son los negocios, y Mickey y esos armenios tienen muchas cosas en marcha en el barrio negro.

– Hay algo que no concuerda. Mickey ya no se carga a nadie y tampoco tiene diez de los grandes ni para salvar su vida.

– Entonces, fueron directamente los Kafesjian, o Dan Wilhite a través de Chick. Oye, ¿qué te importa quién…?

– Apostaría a que Wilhite no conoce a Chick personalmente.

El amante de mi hermana, aburrido.

– Mira, Chick se aprovechó de que tú y yo somos amigos. Dijo que Voldrich podía soplar a los federales algo de ti, y que si no quería ganar diez de los grandes y ayudar a un compañero. Y ahora, ¿quieres decirme cómo has sabido que el trabajo era mío?

Piezas: ocultas/disimuladas/manipuladas…

– Dave…

– Los federales vieron un coche como el tuyo cerca de casa de Voldrich. No tienen la matrícula, o ya habrías tenido noticias de ellos.

– Entonces, sólo fue una conjetura informada.

– Eres el único matón que conozco con un coche verdeazulado.

– ¿Y qué hay de Meg?

– Primero, dime qué hay entre vosotros dos.

– Parece que está pensando en dejar a su marido y buscar un sitio para los dos.

– ¿Una pensión con teléfono? ¿Algún piso para partidas de dados?

– Hace muchos años que dejamos de parecerle tipos serios y formales, de modo que no hagas como si Meg no conociera el paño.

Aquella foto: una mujer, dos asesinos.

– Los federales me tienen cogido por las pelotas. Pasado mañana voy a entrar en custodia y, si intentan apretarme las clavijas en el trato de inmunidad que hemos pactado, Meg podría salir malparada. Quiero que le digas que saque nuestro dinero del banco y quiero que la ocultes en lugar seguro hasta que te llame.

– Muy bien.

– ¿Sólo «muy bien»?

– Muy bien, envía postales desde el escondite que te busquen los federales; desde hace un par de semanas ya tenía la impresión de que te estaban presionando.

Aquella imagen…

Jack sonrió.

– Meg dijo que iba a hacer esa investigación del título de propiedad que le pediste, y que cada vez que hablas con ella por teléfono suenas menos como un tipo duro.

– ¿Y más como un abogado?

– No, más como un tipo que trata de comprarse una salida.

– Cuida de ella.

– Escribe cuando puedas, consejero.

Una llamada a Homicidios desde una cabina. Noticias de mierda: ni rastro del expediente de Richie Herrick en Chino. Un mensaje: ver a Pete Bondurant; ocho de la mañana, el Smokehouse, Burbank.

El asunto Vecchio, cerniéndose amenazador.

Tiempo de sobras. Griffith Park, a tiro de piedra de Silverlake. Subí por la carretera este hasta el observatorio.

Un claro en la contaminación, una vista: Hollywood, los barrios al sur. Junto a la entrada, una batería de telescopios a monedas montados sobre plataformas giratorias.

Tiempo de sobras, algo de cambio en el bolsillo; enfoqué uno hacia el plato. Brillo de cristal, asfalto, colinas. Coches aparcados. Más arriba, ahí: la nave espacial.

Ajusto la lente, guiño el ojo. Gente.

Sid Frizell y Wylie Bullock charlando: quizá su habitual discusión sobre sangre y vísceras. Una imagen borrosa, corrijo la lente: vagabundos durmiendo entre los matorrales.

Más cosas:

Un abrazo a la puerta de un remolque: Touch y Rock Rockwell. A la derecha: más extras de Mickey C, discurseando. Un destello metálico: el remolque de Glenda. Glenda.

Sentada en la escalerilla con las piernas recogidas. El vestido de vampira, cada vez más ajado; descolorido, deshilachado.

El cabello un poco más oscuro debido al sudor.

Glenda, tocándose las cicatrices. Implícito en sus ojos: el horror me dio la voluntad… y no te contaré cómo.

Resol, fatiga visual. Enfoco en otra dirección: una pelea entre vagabundos; revolcándose por el suelo, agarrándose.

El visor se queda a oscuras con un chasquido; se había terminado el tiempo. Los ojos me escocían. Los cerré y me quedé quieto un momento.

Fuego graneado de imágenes:

Dave Klein, rompehuelgas: clavos en la punta del garrote.

Dave Klein, cobrador de apuestas: trabajo de bate de béisbol.

Dave Klein, asesino: resaca de cordita y hedor a sangre.

Meg Klein, sollozante: «No quiero que me quieras de esa manera.»

Joan Herrick: «Larga historia de locura en nuestras dos familias.» Por favor, que alguien me dé una última oportunidad de saber.

38

– …de modo que el señor Hughes está furioso. Un psicópata hizo pedazos a Harold Miciak y Hughes pensaba que la cosa estaba clara, pero ahora la policía de Malibú cree que no ha sido el Diablo de la Botella. Ahora dicen que alguien despedazó a Miciak y le estranguló para simular que era cosa del psicópata, y la ex esposa de Miciak no deja de incordiar al señor Hughes para que ponga algún sabueso a investigar, ¡como si él tuviera que gastarse dinero en el asunto! Luego, además de todo eso, Bradley Milteer descubre que estás liado con Glenda Bledsoe y que ella ha estado robando en las casas de citas de Hughes sin que tú le hayas pasado el informe correspondiente.

Hacia el Southside, en el coche de Pete. Bien provisto de herramientas: cachiporra, puños americanos para los nudillos.

– Yo te conseguí el trabajo de Glenda. El señor Hughes no me lo confió a mí porque sabe que estoy expuesto a que me detengan. Yo le dije, dele el trabajo al viejo Contundente, porque es un tipo bastante estoico en lo que se refiere a las mujeres.

Me estiré. Tortícolis, nervios crispados.

– Te pago siete de los grandes para esto.

– Sí, y me has invitado a un asado a la barbacoa y una cerveza, algo que, con franqueza, el señor Hughes no ha hecho

nunca. Lo que digo es que el señor Hughes está furioso contigo, y que podrías ahorrarte ese dolor de cabeza.

Normandie hacia el sur. Pete, fumando; entreabrí la ventanilla. Un recuerdo: mi llamada a Noonan, un rato antes.

– Usted ha quemado una posible prueba federal. Tiene suerte de que no haya revocado su inmunidad inmediatamente, y ahora me pide ese favor tan extraordinario.

– POR FAVOR.

– Ese temblor en la voz me gusta.

– POR FAVOR. Mañana, levante la vigilancia sobre los Kafesjian. Es mi último día completo antes de entrar en custodia y quiero ver si descubro unas cuantas cosas antes de entregarme.

– Supongo que esto tiene que ver con el tal Richie al que buscan los Kafesjian, y que podría ser Richard Herrick, el de ese caso de triple homicidio chapucero en el que usted trabaja.

– Tiene razón.

– Bien. Me gusta la sinceridad y haré lo que me pide si usted declara toda la información que posee de Richie durante las entrevistas previas a la presentación al gran jurado.

– De acuerdo. -Quedamos en eso, entonces. Vaya con Dios, hermano Klein. «Hermano» Klein. Chico del coro luterano; puños/porras/puños americanos…

Pete me dio un codazo suave.

– Chick se ha citado con Joan Crawford en el Lucky Nugget. Ella irá camuflada. Irán a jugar unas manos de póquer o algo así, sin grandes apuestas, y luego al picadero. Tengo que sacar unas fotos del encuentro; luego, Chick me hará la seña convenida. Les seguimos hasta el lugar, dejamos que se pongan a tono y terminamos el trabajo.

Aire frío, faros cabeceando. Un cartel: «El Dodger Stadium es tu sueño! ¡Apoya el proyecto Chavez Ravine!» Pete:

– Siete de los grandes por tus pensamientos.

– Estoy pensando que Chick debe de tener un montón de dinero en alguna parte.

– Si piensas quedártelo, significa que tendremos que cargárnoslo.

– Sólo era una idea.

– Y nada mala. ¡Dios!, tú y una actriz ex camarera… ¿De veras…?

– Sí, merece la pena.

– No era eso lo que iba a preguntarte.

– Ya lo sé.

– ¿Así están las cosas?

– Así están.

Directos al sur. Gardena. Pete, comentando rumores:

Fred Turentine, escuchas clandestinas para Hush-Hush: material escandaloso a cambio de dinero negro. Freddy, bebedor, desaparecido: de sus bares favoritos y de su trabajo de enseñanza en la cárcel. Presión federal, negros inquietos: no se podía distinguir a las buenas esposas de las chicas de la calle.

Gardena: latidos de neón en el barrio de los palacios del póquer. El Lucky Nugget: el Cadillac de Chick en el aparcamiento, con la capota puesta.

Nos detuvimos detrás, dispuestos para el seguimiento. Actividad en el asiento delantero: Joan Crawford y Chick besuqueándose con ardor.

– ¡Agáchate! ¡Van a verte!

Me agaché y escuché. Chasquido de las portezuelas del coche. Me incorporé de nuevo. Los tortolitos, camino del local.

Pete se apeó.

– Echa una cabezada, si quieres. No pongas la radio o me dejarás sin batería.

Les seguí con la vista: la actriz de cine, el bandido, el extorsionador. Moví el dial de la radio: noticias, basura religiosa, bop.

Un recuerdo: desplumando a los borrachos de Gardena, en tiempos del instituto. Del bop a las baladas, callejón de la memoria: ajustando la cremallera del vestido de promoción de Meg demasiado despacio…

A la mierda. Iba a gastar la batería: apagué la música y cerré los ojos.

Pete, abriendo su puerta:

– Despierta. Se marchan.

El Cadillac arrancó, al tiempo que subía la capota. Pete lo siguió, no demasiado cerca.

Este, norte: el aire fresco me despejó. Seguimiento fácil: ambos coches, confabulados. Pete conducía muy relajado. Con un codo fuera de su ventanilla, ignorante de todo, Joan jodida Crawford.

Rumbo norte: Compton, LYNWOOD: terreno peligroso.

Chick, delante de nosotros: giro a la izquierda, giro a la derecha: Spindrift Drive.

4800, 4900: placas en las aceras latiendo extrañas/chifladas/extravagantes. 4980: Johnny D. «¿Por qué encontrarnos ahí?»

Me costaba respirar. Bajé el cristal de la ventanilla.

Giro a la izquierda, giro a la derecha.

Patios vacíos.

Escalofríos de hielo seco: Calor y frío. Pete:

– ¡Coño, nunca te hubiera creído tan maniático del aire fresco!

Chick se detuvo. Destellos de las luces de freno, como una señal.

Recuerdos:

El pinchazo de la aguja.

El efecto de la droga: el hormigueo, el calor por dentro.

Chick y Joanie, caminando envueltos en el amor:

Hacia un patio vacío, por el sendero de la DERECHA.

Entonces:

Flotando, como transportado por el aire.

Giro a la DERECHA. Una habitación cochambrosa. LA FILMACIÓN.

Ahora:

Tomando aire con dificultad. Atenazado por el recuerdo de lo de Johnny. Pete se detuvo junto al bordillo.

– Chick me pasó una nota. Sabe que unos tipos filman películas porno en este local y ha pensado que a Joanie le atraería conocerlo. Las estrellas de cine no dejan de asombrarme jamás.

Clic. Un recuerdo tardío, brutal: Glenda había dicho que Sid Frizell estaba filmando películas porno.

«En un local abandonado.»

«Por LYNWOOD.»

– ¿Eh, Klein, te encuentras bien?

Repaso de las armas: el 45, la porra, los puños americanos.

– Adelante.

Pete cargó la cámara.

– Todo a punto. Entramos cuando oigamos «¡Oh, nena, qué bien!»

Preparado: el metal en los nudillos rascaba contra mi anillo de la escuela de Derecho.

– Vamos -Pete.

Dejamos el coche y avanzamos a toda prisa: cubos de estuco, senderos, hierba.

La escena, de nuevo: la filmación, Johnny suplicando, «POR FAVOR, NO ME MATES».

Gemidos sexuales: uno de los apartamentos de la derecha, a poca distancia. Nos acercamos de puntillas, escuchamos:

Jadeos obscenos. Chick:

– ¡Oh, nena, qué bien!

Pete, cámara a punto.

Miradas, asentimientos, puntapiés; la puerta, abierta a la primera. Oscuridad completa durante medio segundo.

Destellos de flash: Joan Crawford chupándosela a Chick V. hasta las amígdalas.

Aceleradamente:

Parpadeo del flash. Joanie huyendo por la puerta, desnuda, chillando. Chick con la mano en un interruptor de la pared. Las luces, encendidas.

Un revólver magnum en la mesilla de noche. Lo cogí y eché un vistazo a la habitación:

Paredes con espejos.

Suelo de linóleo, puntos rojo oscuro. Sangre seca.

Chick en la cama, cerrándose la bragueta.

Golpes, la culata de la pistola, deprisa…

Le di en la cara, le arreé en la entrepierna, le retorcí los brazos. El hueso crujió bajo mis manos. Chick se encogió, hecho un ovillo.

Una sombra sobre la cama: Pete, conteniéndome:

– Tranquilo. Le he dado a la Crawford ropa y dinero. Tenemos tiempo para hacer esto como es debido.

Chick volvió a doblarse con un graznido, y por una buena razón: dos puños enormes cerniéndose directamente sobre él.

Una amenaza trillada. Pete, regocijado:

– El izquierdo significa el hospital; el derecho, la tumba. El derecho te quita la vida y el izquierdo te quita la respiración. Estas dos manos son la pesadilla y el mal de ojo, son los colmillos del diablo que se cuela por el humero de la chimenea.

Chick se incorporó, ensangrentado y tembloroso.

– Tengo amigos. Soy un hombre protegido. Daos los dos por muertos.

– Dave, hazle una pregunta al tipo.

Yo:

– Me vendiste, Chick. Te conté que iba a reunirme con un «policía rudo y buen mozo» en Lynwood. Ahora, para empezar, dime a quién se lo contaste y cómo se les ocurrió la idea de esa película casera.

– No voy a decirte nada.

Pete le agarró por el cuello. Un movimiento: noventa kilos aerotransportados. Chick se estrelló contra la pared del fondo; el espejo se hizo añicos.

Chick, un muñeco de trapo con una mueca de estupor: «¿uh?»

Pete, enseguida encima de él; crac, crac: crujidos de dedos entre sus manazas. Chick demostró agallas: ni un gemido audible.

Hinqué la rodilla a su lado.

– Me vendiste a los Kafesjian.

– Que te den por saco.

– Chick, hace tiempo que nos conocemos. No hagas esto más desagradable.

– Lo más desagradable aquí eres tú.

– Tú me entregaste a los armenios. Admítelo y sigue desde ahí.

– No le dije a nadie que ibas a reunirte con ese policía del que me hablaste. Si alguien te tendió una trampa, maldita sea, fueron otros. Quizá tuve noticia de que ellos te metían en una jodida encerrona, pero eso fue después de que sucediera, maldita sea.

– Has dicho «otros». ¿Te refieres a los Kafesjian?

– No, es sólo una manera de hablar. Te metieron en esa trampa porque naciste para ello, por toda la mierda que has hecho sin que te pasara nada. Te vendieron, pero te aseguro que no fui yo.

Pete:

– No sabía que conocieras a los Kafesjian. Pensaba que eras estrictamente un hombre de Mickey.

– Vete a la mierda. Tú eres un alcahuete estúpido para Howard Hughes. Me cago en tu madre. Mi perro se caga en tu madre.

Pete soltó una carcajada.

Chick, con los dedos rotos, blanco de dolor:

– Ya me han sacudido fuerte otras veces. Te acabo de dar unas respuestas gratis como introducción, pero en adelante no esperes más.

Manchas de sangre en el suelo. Johnny, sollozando.

– Has dicho «ellos». ¿Quiénes, los Kafesjian? Dame algún detalle que pueda utilizar.

– ¿Quieres decir pasárselo a los federales? Sé que has hecho un trato con Welles Noonan.

Aquel matón grasiento, sudando perfume de Joan Crawford.

– Dame el nombre de esos cabrones. Quiero un gesto.

– ¿Un gesto? ¿Qué te parece éste? -Me dedicó un corte de mangas con el machacado dedo corazón extendido-. Chúpamela, boche mamón…

Le agarré la mano. Un enchufe en la pared. Apliqué el dedo a la corriente.

Chispas/humo. Chick, entre convulsiones. Yo, estremeciéndome también con sus sacudidas.

Pete me zarandeó:

– ¡BASTA, VAS A MATARLE!

Chick se desasió: un temblor incontrolado en las rodillas; la cara, poniéndose verde por momentos.

Rápido:

Pete le arrojó sobre la cama. Almohadas, sábanas, mantas: en segundos, un gilipollas momificado.

El temblor de rodillas, cediendo; el tono verdoso de la piel, difuminándose.

Johnny Duhamel, suplicando EN ESTA HABITACIÓN.

Cogí el magnum y abrí el tambor. Seis balas. Saqué cinco.

Peter asintió: «Me parece que está bien.»

Me vuelvo hacia Chick, le muestro el arma, le enseño el cilindro, lo hago girar, lo cierro.

Chick. En su mirada: «No lo harías…»

Apunté a quemarropa; el arma, la cabeza.

– Has dicho «ellos». ¿Te referías a la familia Kafesjian?

Sin respuesta.

Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.

– ¿Cómo entraste en contacto con los Kafesjian? No sabía que les conocías.

Sin respuesta.

Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.

– Sé que le diste a Jack Woods el contrato de Abe Voldrich, y Jack dijo que la orden era de Mickey. No me lo creo, así que ya me estás diciendo quién fue de verdad.

Chick, chillón:

– ¡Que te jodan!

Apreté el gatillo. Dos veces. Cámaras vacías.

Pete soltó una exclamación:

– ¡Jodeeer!

Chick, un arcoiris: poniéndose gris/verde/azul.

Amartillo el arma, presiono el gatillo muuuy leeento…

– ¡Está bien, está bien, POR FAVOR!

Aparté el revólver. Chick tosió, escupió una flema y cantó:

– Me dieron la orden de buscar a alguien para el trabajo de Abe Voldrich. Supongo que pensaron que yo era demasiado conocido en el Southside como para encargarme personalmente, así que pensé: «Dave Klein podría quemarse con ese asunto de los federales», y, «Jack Woods hará el trabajo por dinero y, además, es amigo de Dave y querrá ahorrarle un problema», de modo que hablé con él y estuvo de acuerdo, aunque todavía me regateó la tarifa. -Su voz, más ronca ahora-: Así que, imagina: hablé con Voldrich. Los federales le soltaron durante un día, más o menos, para que pudiera ocuparse de algún asunto personal y quise averiguar qué sabía antes de hacer que Jack le matara. Y vaya, vaya lo que me dijo… -Chick, soplón febril-. Fíjate y escucha bien.

Pete hizo crujir los nudillos. Un ruido seco, como el chasquido del martillo del revólver. Chick, revolviendo las mantas:

– Voldrich dijo que los federales tenían muchas ganas de presentarte como testigo. Dijo que había oído a Welles Noonan y a ese tipo del FBI, Shipstad. Comentaban que habían puesto micrófonos en tu casa y que tenían una cinta en la que hablabas de forma vaga sobre tus trabajos de matón, y en la que también salía Glenda Bledsoe diciendo que se había cargado a un chulo negro llamado Dwight Gilette. Imagina, Dave: Noonan le dijo a Shipstad que iba a ofrecerte inmunidad, a sacarte un montón de información y, luego, a violar el acuerdo a menos que declares contra Glenda por el cargo de asesinato. Shipstad intentó convencer a Noonan de que no jugara sucio contigo, pero Noonan te odia tanto que no quiso saber nada.

La cama daba vueltas.

La habitación daba vueltas.

El revólver daba vueltas…

– ¿Quiénes son ELLOS?

– Dave, por favor. Lo que acabo de contarte es la pura verdad.

– Hay algo que no encaja. Tú no eres el tipo que mandarían los Kafesjian para encargarse de Abe Voldrich. Vamos, Chick, ¿quién me tendió la trampa para que matara a Johnny Duhamel?

– ¡Dave, por favor…!

Todo daba vueltas…

– ¡Por favor, Dave…!

Le aticé. Golpes con la culata del arma. Las mantas amortiguaron el impacto. Tiré de ellas, le golpeé en las costillas. La cama dio vueltas.

– ¿Quién me preparó la encerrona?

Sin respuesta.

– ¿Estás de parte de los Kafesjian? ¿Eres íntimo de esos armenios? ¡Me vas a decir de una jodida vez lo que sepas de Tommy y ese tipo del que anda detrás, ese Richie Herrick!

Sin respuesta. Volví a trabajarle las costillas. Las cachas del revólver se resquebrajaron. Pete me hizo una señal: CALMA.

Hice girar el tambor otra vez.

– ¿Sid Frizell está filmando películas porno aquí?

Sin respuesta.

Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.

Chick se hizo un ovillo, temblando…

Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.

Tembloroso, con ojos que suplicaban delatar:

– Ellos dijeron que necesitaban un lugar para trabajarse un poco a alguien, así que les hablé de este lugar. Sid y su gente estaban montando las secuencias porno, así que el sitio estaba vacío.

– ¿Te dijeron que iban a filmar su propia película?

– ¡No! ¡Dijeron «trabajarse a un tipo»! ¡Eso fue lo que dijeron!

– ¿Quién reveló la película? ¿Colaboró alguien del equipo de filmación de Mickey?

– ¡No! ¡Frizell y sus chicos son unos jodidos payasos! ¡No conocen a nadie, excepto a mí!

– ¿Quién te da las órdenes?

– ¡No, Dave, por favor!

Apoyé el revólver en el colchón, junto a su cabeza.

– ¿Quiénes son?

– ¡NO! ¡NO PUEDO! ¡NO QUIERO!

Apreté el gatillo. Clic/clic/rugido. El fogonazo del cañón le prendió el pelo.

El grito.

La mano enorme apagando las llamas. La mano, extendiéndose enorme para acallar el grito.

Un susurro:

– Lo esconderemos en uno de tus edificios. Haz lo que tengas que hacer y yo le vigilaré. Probaremos a sonsacarle algo sobre el dinero y tarde o temprano se irá de la lengua.

Humo. Lluvia de restos de colchón.

Chick, medio calvo, chamuscado.

TODO DABA VUELTAS.

39

De vuelta a L.Á. A solas en el coche de Pete; paradas en teléfonos públicos de la ruta.

Se lo conté a Glenda: te van a detener por lo de Dwight Gilette. Ella soltó una maldición y trazó un plan: coger un autobús hasta Fresno, ocultarse en casa de una antigua compañera de trabajo del autorrestaurante. Me asaltó el miedo a que tuviera el teléfono intervenido y la instruí para que lo comprobara. Glenda sacó cables y comprobó diodos: no había micrófonos ocultos en su aparato.

Su despedida:

– Somos demasiado guapos para perder.

Jack Woods, tres llamadas sin respuesta; Meg, lo mismo. Una cabina frente a la oficina; suerte: Jack acababa de llegar. Le conté que los federales me tenían jodido: coge a Meg, coge el dinero, LARGAOS.

– Está bien, Dave.

Ningún adiós. Corrí a la oficina. Una nota del escribiente sobre mi mesa: «Llame a Meg. Importante.»

La cesta de Entradas, la de Salidas: ningún informe nuevo sobre Herrick.

Miré en el escritorio: el expediente del caso Kafesjian/He-rrick había desaparecido.

Sonó el teléfono.

– Diga?

– Jefe, soy Riegle.

– ¿Sí?

– Vamos, usted me asignó una vigilancia, ¿recuerda? Ese local de la consigna; usted me dijo…

– Sí, lo recuerdo. ¿Es una llamada de rutina o algo interesante?

Riegle, disgustado:

– Tengo para usted doce horas de visitantes normales, certificados por Tráfico, y un asunto interesante.

– Y bien, dime…

– Y bien, un tipo entró y volvió a aparecer enseguida, corriendo a su coche con cara de susto. Y bien, tomé la matrícula y la comprobé, y el tipo ya me parecía algo familiar. Y bien, era Richard Carlisle, ¿sabe quién le digo? Es un hombre del LAPD y creo que trabaja para Dudley Smith.

Pistas, inconsistentes.

– ¿Jefe, está usted…?

Colgué el teléfono; las pistas inconsistentes, pero algo tomando forma:

Dick Carlisle, detective del trabajo de las pieles.

Dick Carlisle, compañero de Mike Breuning.

11/51: Breuning cierra una investigación de un robo con escalo. Evidentes autores: Tommy K. y Richie Herrick, menores de edad.

Mi expediente del caso Kafesjian/Herrick, desaparecido.

Bajé a Personal. Volantes de petición de expedientes sobre el mostrador del archivero: sólo para jefes con mando de sección.

Convencí al encargado:

Michael Breuning, Richard Carlisle, déjeme ver los expedientes.

– Sí, señor. -Diez minutos, vuelve con las carpetas-: No puede sacarlas del archivo.

Carlisle, empleos anteriores: nada de interés.

Breuning. Una relación con las películas: técnico de revelado de Wilshire Film Processing, del 37 al 39, antes del LAPD.

Una pista; inconsistente, circunstancial.

Una de la madrugada, de vuelta en la oficina. Pensamientos dispersos: Pete, vigilando a Chick en mi casa vacía de El Segundo.

Chick:

«ELLOS»

Asustado de decir «los Kafesjian».

Asustado de dar el soplo. Ellos… ELLOS, ¿quiénes?

La nota de mi mesa: «Llame a Meg. Importante.»

Circunstancial. Carne de gallina hasta mis cortos cabellos.

Meg, en casa de Jack: merecía la pena intentarlo. Tres zumbidos. Jack, nervioso:

– ¿Sí?

– Soy yo.

Ruido de fondo: tacones finos deambulando. Jack:

– Ella está aquí. Se lo está tomando bastante bien; quizá sólo un poco nerviosa.

– ¿Os marcháis mañana?

– Sí. Iremos a los bancos a primera hora, sacaremos el metálico y nos llevaremos letras bancarias. Después, nos marcharemos a Del Mar, abriremos nuevas cuentas y buscaremos alojamiento. ¿Quieres hablar con ella?

Tac tac, Meg caminando. Los tacones altos hacían que las costuras de sus medias se arrugaran.

– Dile que sólo es adiós por ahora y pregúntale qué quería.

Tac tac, voces bajas. Pisadas, Jack:

– Meg dice que ha encontrado un rastro parcial sobre ese edificio de Lynwood.

– ¿Y?

– Ha encontrado algunos informes de tasación de la propiedad en ese archivo del sótano del edificio del Ayuntamiento. Y lo que ha encontrado es un informe de 1937 en el que aparecen Phillip Herrick y un tal Dudley L. Smith como licitadores por el 4980 de Spindrift. ¿Oye, crees que puede ser ése Dudley Smith?

Manos sudorosas. Colgué el teléfono.

Vaya vaya:

Ed Exley contra Dudley Smith.

40

Busqué en el escritorio: TELÉFONOS DE EMERGENCIA DE LOS MANDOS. Jefe de Detectives (Domicilio). Marqué. Exley. La una de la madrugada, despierto: -¿Sí? ¿Quién es?

– Klein. Acabo de descubrir que usted maneja a Dudley Smith. -Venga a verme ahora. La dirección es South McCadden, 432.

Una casa Tudor con enrejados. Luces encendidas, la puerta entreabierta. Entré sin que nadie me invitara.

Un salón ostentoso, sacado de un catálogo. Exley, con traje y corbata perfectamente anudada. ¡A las dos de la madrugada, maldita sea!

– ¿Cómo lo ha descubierto?

– Conseguí antes que usted la autorización judicial y abrí las cajas de seguridad de Junior Stemmons. Tenía pruebas de que usted manejaba a Duhamel, y Reuben Ruiz acabó de llenar algunos puntos oscuros sobre el robo de las pieles. Descubrí que ese Dudley y Phillip Herrick compartieron cierta propiedad en el año treinta y siete. Herrick y J.C. Kafesjian llegaron a Los Angeles unos cuantos años antes y apostaría a que Dudley fue el que puso en contacto a J.C. y el LAPD.

Exley, allí plantado, con los brazos cruzados:

– Continúe.

– Todo encaja. Me robaron los expedientes sobre Kafesjian y Herrick y los registros carcelarios de Richie han desaparecido. Dudley podría haber cogido ambas cosas fácilmente. Le encanta fomentar protegidos, de modo que usted le pasó por las narices a Johnny Duhamel.

– Continúe.

Ahora, un buen sobresalto:

– Yo maté a Johnny. Dudley me drogó, me provocó y lo filmó. ¡Hay una maldita película del asunto! Creo que está esperando para utilizarme en alguna cosa.

El «sobresalto» de Exley: una vibración en una vena del cuello.

– Cuando me dijo que Duhamel estaba muerto, supe que tenía que ser Dudley. Pero ese asunto de la película me sorprende.

– El sorprendido soy yo. Cuénteme lo que sepa del asunto.

Exley acercó un par de sillas.

– ¿Cuál es su opinión sobre Dudley Smith?

– Inteligente y obsesionado con el orden. Cruel. Más de una vez se me ha ocurrido que es capaz de cualquier cosa.

– Más allá de su imaginación más desbordada, Klein…

Pelos de punta.

– ¿Y?

– Y ha estado tratando de hacerse con el control del crimen organizado en Los Angeles desde hace años.

– Y, en mil novecientos cincuenta, adquirió una cantidad de heroína robada de una reunión para una tregua entre Mickey Cohen y Jack Dragna. Contrató a un químico que pasó años desarrollando compuestos con ella, para encontrar el modo de producir la droga más barata. Su intención era aumentar los beneficios con la venta, utilizarla para mantener sedados a los elementos criminales negros y, a continuación, introducirse en otros negocios. Su objetivo final era controlar una especie de crimen organizado «contenido». Quería perpetuar las empresas ilegales con zonas específicas de actuación, sobre todo en el Southside.

– Sea más concreto.

Exley, lentamente, provocándome:

– En el cincuenta y tres, Dudley participó en un intento de apoderarse de un negocio de pornografía. Se concertó una cita en una cafetería, la Nite Owl, y Dudley envió a tres hombres armados. Los pistoleros fingieron un atraco y murieron seis personas. Dudley contribuyó a intentar cargar los asesinatos a tres delincuentes negros, pero éstos escaparon de la cárcel y, como usted sabe, yo me los cargué a los tres y al hombre que los escondía.

La estancia dio vueltas a mi alrededor.

– El caso se dio por cerrado pero, como usted sabe también, más tarde se presentó un tipo con una coartada válida para los negros que me había cargado por lo de la Nite Owl, lo cual provocó la reapertura del caso. Ya sé que está al corriente de la historia, Klein, pero bastará con insistir en dos hechos: que los pistoleros de verdad fueron muertos durante la investigación reabierta, y que no dejaron el menor rastro que pudiera conducir a Dudley Liam Smith.

La habitación, un torbellino. Mi cabeza, tratando de atar cabos:

Dudley, ¿interesado por la pornografía? LA PELÍCULA. Sid Frizell filmando películas guarras en el apartamento de Lynwood; sin relación con Smith.

– Y, ahora, Dudley tiene en marcha nuevos planes de dominio. En el barrio negro, estrictamente.

– Bravo, teniente.

– Dudley manipula a Mickey Cohen, ¿verdad?

– Continúe.

– Mickey Cohen ha tenido un comportamiento muy raro desde que empezó el asunto de los federales. En lo que va de año, cuatro de sus hombres han desaparecido; Dudley los ha despachado. Lo único que tiene en marcha Mickey es esa estúpida película de horror que está financiando, y que no creo que tenga relación con nada de esto.

– Continúe.

– Mickey se ha comportado de un modo extraño desde que empezó el asunto de los federales. No ha querido deshacerse del negocio de las tragaperras en el Southside, y eso que le he avisado media docena de veces. Ha traído a gente de fuera de la ciudad para ocuparse de las recaudaciones a plena luz, con los federales presentes y tomando fotos. Comenté el asunto con Chick Vecchio y éste intentó venderme no sé qué estupidez de que Mickey estaba devolviendo un préstamo del sindicato con sus porcentajes del negocio de las monedas. Chick está con Dudley. Dudley se cargó a los cuatro tipos de Mickey e hizo un trato con Chick. Chick es el contacto entre Dudley y Mickey. Eso de seguir con las tragaperras ante las narices de los federales es una especie de maniobra de distracción.

Exley, el muy jodido, sonrió.

– Todo eso es exactamente lo que yo pienso.

– Hablemos de Johnny. Cuénteme cómo le utilizaba.

– No; antes, hábleme de sus averiguaciones sobre Stemmons.

Yo insistí en lo mío:

– Sé lo de esas cuentas bancarias que usted abrió. Sé que pagó a esos periodistas para que escribieran historias sobre Johnny. Sé que usted se ocupó de sus deudas, que le obligó a amañar aquel combate y que le metió en la Academia. Usted proyectó personalmente el robo de las pieles; por tanto, creo que también arregló las pistas de modo que Dudley se convenciera de que el golpe era cosa de Johnny. Usted sabía que a Dudley le encanta fomentar «protegidos», de modo que le puso ante las narices una maldita perita en dulce.

– Continúe.

– Breuning y Carlisle también están con Dudley.

– En efecto.

– Usted le consiguió a Johnny ese trabajo clandestino mientras estaba en la Academia.

– Sea más explícito en eso.

Exley sugiriéndome/apremiándome/elogiándome. Aquel cobarde manipulador…

– Aleccionó a Johnny para que se pasara de la raya. A Dudley le gustan los tipos duros, de modo que usted se aseguró de que Duhamel se creara cierta fama de matón.

– Bravo, teniente.

A otro perro con ese hueso, pensé.

– Jefe, a usted le gusta manipular a la gente tanto como a Dudley. Y tengo que decirle que él es mejor en eso.

– ¿Está seguro, teniente?

– No, no lo estoy. Pero estoy convencido de que cada vez que se mira en el espejo, ve a Dudley.

Exley, «enfurecido»; una ligera sonrisa, una mueca tensa.

– Continúe.

– No. Siga usted con la cronología de los hechos. Dudley picó el anzuelo e hizo que asignaran a Johnny a la brigada Antibandas. Dudley es el oficial al mando de la sección de Robos, de modo que le tocó la investigación del caso Hurwitz. Usted colocó pistas que condujeran a Dudley hasta Johnny. ¿Qué sucedió luego?

– Luego, Johnny se convirtió oficialmente en matón de la brigada Antibandas. Un trabajo brutal, teniente. Siempre he pensado que estaba usted muy dotado para desempeñarlo.

Los puños, apretados; me dolían los nudillos.

– Reuben Ruiz dijo que Johnny estaba haciendo algunas «cosas muy malas». Dudley empezó a manipularle entonces, ¿verdad? Creyó que el golpe era cosa de Johnny y le gustó el estilo. Le impresionó tanto, que confió sus planes a Johnny.

– Por ahí va bien, teniente. Siga.

– «Siga», una mierda. ¿Qué «cosas muy malas»?

– Dudley hizo que Johnny aterrorizara a los maleantes de fuera de la ciudad para los que tenía planes. Johnny me contó que tenía dificultades para hacerlo.

– Debería haberle frenado entonces, jefe.

– No. Necesitaba más.

– ¿Cree usted que esos tipos de fuera de la ciudad eran los mismos que se ocupaban de las máquinas de Mickey? ¿Cree que esto significa que Dudley manipula a Mickey?

– Sí. No estoy del todo seguro, pero me parece posible.

El asiento de Exley: cinta adhesiva colgando de un listón.

– Sea más explícito.

Exley se quitó las gafas para limpiarlas. Sin ellas, sus ojos parecían blandos.

– Johnny empezó a perder el respeto de Dudley. Era demasiado débil con los hombres de fuera de la ciudad y me dijo que Carlisle y Breuning le estaban vigilando de vez en cuando, al parecer porque Dudley empezaba a sospechar de él instintivamente. Junior Stemmons reapareció entonces en la vida de Johnny, por pura casualidad. Los dos se encontraron trabajando en South-Central y, de algún modo, Stemmons obligó a Johnny a reconocer su participación en el robo de pieles. Al parecer, Johnny no me complicó en el asunto, pero Stemmons intuyó que alguien movía los hilos en las sombras. Dudley se dio cuenta de lo inestable y peligroso que resultaba Stemmons y yo creo que sospechó que intentaba extorsionar a Johnny. Lo que sé con seguridad es que Dudley intentó conseguir una orden judicial para echar mano a las pruebas que pudiera guardar Stemmons en un banco, y doy por sentado que torturó a Johnny para saber hasta dónde estaba enterado Junior, antes de provocar su muerte a manos de usted. Yo ya había acudido a un funcionario federal que conozco y él retrasó la petición de Dudley mientras yo intentaba conseguir otra orden de registro para mí. Usted llegó primero a las cajas de seguridad y tengo la impresión de que le ha ayudado Welles Noonan.

La cinta colgando… Sólo quizás.

– Tiene razón.

– ¿Va a ser testigo federal?

– Se supone que sí.

– Pero no pensará testificar, ¿verdad?

Glenda; posibles acusaciones FEDERALES pendientes.

– Sobre todo, pienso en escapar.

– ¿Qué le retiene?

– El asunto Kafesjian-Herrick.

– ¿Espera conseguir alguna especie de compensación?

– No. Sólo quiero saber por qué.

– ¿Eso es todo?

– No. Quiero que me traiga una taza de café y quiero saber por qué me destinó al robo de los Kafesjian.

Exley se incorporó.

– ¿Cree usted que Dudley mató a Junior Stemmons?

– No; habría hecho desaparecer el cuerpo para ganar más tiempo y así poder llegar a las cajas de seguridad.

– ¿Cree que fue una sobredosis auténtica?

– No. Apuesto por Tommy K. Imagino que Junior se puso pesado y Tommy se mosqueó. Sucedió en el Bido Lito's, de modo que Tommy dejó el cuerpo allí. Los Kafesjian incendiaron el local para destruir pruebas.

– Quizá tenga razón. Espere, le traeré ese café.

Salió. Sonidos de cocina. Tiré de la cinta adhesiva.

Bingo. 34I-16D-31I: la combinación de la caja fuerte. Una idea razonable: cualquier estúpido rico podía urdir aquel numerito del recordatorio en la silla. Volví a pegar la cinta donde estaba y eché un vistazo a la sala: fría, cara.

Exley trajo café en una bandeja. Me serví una taza para cubrir las apariencias.

– Usted me puso en el robo de los Kafesjian para echar un cebo a Dudley.

– Sí. ¿Le ha dicho algo?

– Indirectamente, y le dije sin tapujos que usted me estaba utilizando como una especie de agente provocador. Lo dejó ahí.

– Y ahora le tiene comprometido con esa película de que me habló.

«POR FAVOR, NO ME MATES…»

– Hábleme de eso. De Dudley y los Kafesjian.

Exley tomó asiento:

– El robo en sí fue una pura coincidencia y me limité a aprovechar el hecho de que Dan Wilhite le mandó a usted a tranquilizar a J.C. Sospecho que el robo y las muertes de los Herrick, que están relacionadas, apenas tienen una relación marginal, como mucho, con Dudley. Básicamente, desde la reapertura del caso de la Nite Owl, empecé a hacer averiguaciones sobre Dudley entre los agentes retirados. Y me enteré de que fue él, y no el jefe Horrall, quien introdujo a los Kafesjian entre los pliegues del LAPD hace veintitantos años. Fue él quien introdujo la teoría del tráfico de narcóticos «contenido» a cambio de cierto orden en el Southside y de informaciones y soplos. Y, por supuesto, muchos años después le entró esa locura del funcionamiento controlado de la delincuencia organizada en general.

– ¿Qué hay de Phillip Herrick?

– Esa pista suya sobre la copropiedad inmobiliaria es el primer indicio que tengo sobre una relación Smith-Herrick. Verá, Klein, yo sólo quería distraer la atención de Dudley. Sabía que él estaba organizando algo en South-Central y que se llevaba una pequeña comisión de J.C. Kafesjian. Yo quería alarmar un poco a la familia y esperaba que, con la fama que tiene usted, Dudley le hiciera alguna propuesta.

– Y, entonces, usted me manipularía.

– Sí.

Amanecía. Mi último día en libertad.

– He quemado las pruebas de Junior. Tenía anotaciones, sus cheques compensados a los periodistas… Todo.

– Todos mis tratos con Duhamel eran verbales. Y acaba de asegurarme que no existen pruebas de mi conocimiento de todo esto.

– Es un consuelo saber que saldrá de ésta bien librado.

– Usted también puede, Klein.

– No me tire de la cadena. No me ofrezca protección, y no me hable de proteger al departamento.

– ¿Tan desesperada considera su situación?

La luz del día. Los ojos me escocían.

– Simple y llanamente, estoy jodido.

– Pida un favor, entonces. Se lo concederé.

– He conseguido que Noonan levante la vigilancia sobre los Kafesjian. La familia estará libre de vigilancia solamente hoy, y creo que irán tras Richie Herrick. Quiero una docena de hombres para un seguimiento móvil en coches civiles con radio, y una frecuencia especial para seguir sus llamadas. Es un palo contra Dudley, lo cual debería alegrarle.

– Klein, ¿cree usted que Richie puede llenar alguna laguna en las relaciones entre Dudley y los Kafesjian?

– Creo que está al corriente de todo.

Exley me tendió una mano: Dave, colega.

– Instalaré un puesto de radio en la comisaría de Newton. Vaya por allí a las diez y media. Tendré a sus hombres instruidos y dispuestos.

La mano, insistente. No hice caso.

– Está abandonando a los de Narcóticos a su suerte. El departamento necesita un chivo expiatorio y los ha escogido a ellos.

La mano desapareció.

– Tengo amplios informes sobre todos los agentes de Narcóticos. En el momento adecuado, los ofreceré a Welles Noonan como medio de conseguir una reconciliación. Y, haciendo un paréntesis, sepa que Dan Wilhite se suicidó anoche. Dejó una nota en la que hacía una breve mención a los sobornos que había aceptado y dentro de poco pienso remitirle a Noonan un informe al respecto. Es evidente que Wilhite no quería ver expuestos sus secretos más oscuros; algo que debería usted tener en cuenta si decide testificar contra el departamento.

Jodida luz matutina. Deslumbrante.

– Nada de eso me importa ya.

– Pero aún me necesita. Puedo ayudarle a satisfacer su curiosidad respecto a esas familias; por lo tanto, no olvide que sus intereses son idénticos a los míos.

Jodida luz matutina. Me quedaba un día.

41

10.30. Comisaría de Newton. Una sala de reunión. Sillas frente a mí.

Sin haber dormido. El trabajo al teléfono me había tenido ocupado. Recapitulación: a primera hora de la mañana, inscripción en el motel Wagon Wheel.

Las notas del escondite de las pieles: Dudley sabía que yo sabía/Dudley sabía mi dirección.

Llamadas:

Glenda dijo que estaba a salvo en Fresno.

Pete dijo que tenía oculto a Chick V., con Fred Turentine de guardia. A salvo en un edificio mío, nombres falsos en los buzones, imposible de rastrear.

– Cuando se haya curado un poco, le voy a coger por mi cuenta. Ese tipo tiene dinero escondido en alguna parte, estoy seguro.

Implícito: robarle, matarlo.

Welles Noonan tenía noticias de los Kafesjian:

Por nuestro trato, toda vigilancia federal quedaba levantada, sólo por un día. Ya estaba preparada la desinformación para televisión: «La vigilancia y la investigación, paralizadas por requerimiento judicial».

– Espero que nuestros amigos piensen que ha sido gracias a una intervención del LAPD y reanuden la vida normal. Que Dios le guíe en su misión, hermano Klein, y conecte el Canal 4 o la KMPC a las tres menos cuarto, esta tarde. De veras, aparecerá con todos los honores.

Maldito traidor mentiroso.

Los encargados del seguimiento entraron y tomaron asiento. Había de todo: camisa y corbata, tipos con zapatillas de deporte. Doce hombres, vueltos hacia mí.

– Caballeros, soy David Klein. Estoy al mando del caso de los homicidios Herrick y, por orden del jefe Exley, establecerán ustedes una vigilancia permanente durante veinticuatro horas sobre J.C., Tommy, Lucille y Magde Kafesjian. Esperamos que uno de ellos nos conduzca a Richard Herrick, a quien el jefe Exley y yo queremos interrogar como testigo material del 187 de los Herrick.

Leves gestos de asentimiento. Exley les había aleccionado de antemano.

– Caballeros, la carpeta que tienen en cada silla contiene fotografías de los cuatro Kafesjian facilitadas por la sección de Información, junto con las fotos de la ficha de Richard Harrick en el archivo del estado y un retrato robot más reciente. Fíjense en esas caras. Memorícenlas. Un grupo de tres seguirá a cada miembro de la familia, tanto a pie como en coche, y no vayan a perderlos.

Carpetas abiertas, fotos fuera. Profesionales.

– Todos ustedes son hombres experimentados en seguimientos; de lo contrario, el jefe Exley no les habría escogido. Tendrán coches civiles equipados con radio y la sección de Comunicaciones les ha conectado en la banda 7, que está absolutamente a prueba de escuchas de los federales. Estarán conectados de coche a coche, de modo que podrán hablar entre ustedes o conectar conmigo en la base. Todos ustedes saben pasarse la vigilancia de un sospechoso y tenemos micrófonos de largo alcance junto a la casa de los Kafesjian. Hay un hombre a la escucha en un coche camuflado y, una vez hayan ocupado ustedes sus posiciones en la zona, él les dirá cuándo ponerse en marcha. ¿Tienen alguna pregunta que hacer hasta aquí?

Ninguna mano levantada.

– Caballeros, sí ven a Richard Herrick, cójanle vivo. Como mucho, es un mirón y el jefe Exley y yo creemos que fue un hombre que le fisgaba a él quien, en realidad, liquidó a la familia Herrick. Si le abordan, dudo de que reaccione con violencia o de que se resista a la detención. Quizás intente huir, en cuyo caso le perseguirán y le cogerán vivo por todos los medios necesarios. Si alguno de ustedes sorprende a uno de los Kafesjian, en concreto a Tommy o a J.C., tratando de matar o de hacer daño de alguna forma a Richard Herrick, mátenlo. Si el propio Tommy descubre que le siguen e intenta escapar, persíganle. Al menor movimiento agresivo contra uno de ustedes, mátenlo.

Silbidos, sonrisas.

– Pueden irse. La reunión ha terminado.

Micrófonos ocultos en las paredes, micrófonos ocultos en el teléfono. Micrófonos fisgando a Glenda, fisgando a Meg. Fred Turentine, «el rey del micrófono oculto», guardando a Chick.

Micrófonos ocultos en mis pisos: más de trescientos. Conversaciones de los inquilinos: arregla el techo, mata las ratas. Micrófonos trasmitiendo bop a todo volumen, negros haciendo trizas mis apartamentos de alquiler.

– ¿Señor? ¿Teniente Klein?

Desperté apuntando, con el dedo en el gatillo.

Un uniformado, con cara de susto.

– Señor, ha llamado el hombre del coche camuflado. Dice que los dos hombres Kafesjian se han puesto en marcha y que les ha oído hablar de Richie Herrick.

42

Informes de la vigilancia. Parloteo permanente en la banda 7.

11.24: Magde y Lucille, en casa. J.C. y Tommy, conduciendo hacia el este en sendos coches.

11.43: J.C, en la biblioteca pública del centro. Seguimiento a pie, comunicaciones por emisor-receptor.

El salón musical. J.C, despertando borrachos:

– ¡Eh! ¡Tú conoces a Richie Herrick, antes venía a leer libros por aquí! ¡Eh, has visto a Richie, dime!

Ninguna confirmación sobre Richie.

12.06: J.C, en el coche, hacia el este.

12.11: Madge y Lucille, en casa.

Dolor de oídos. Los auriculares me iban muy apretados.

12.24: J.C, en un cine de mala muerte.

El agente:

– Está iluminando con una linterna a los vagabundos que duermen dentro. No está consiguiendo nada y se está poniendo furioso.

12.34: J.C., caminando. Interrogatorio en la Misión de Jesús Salvador.

12.49: Tommy, paseando por los bajos fondos.

12.56: Tommy, en una librería de revistas porno.

12.58: Tommy, hablando con un empleado.

¿Conexión?:

Revista Transom; Richie Herrick, autor.

1.01: Tommy, apretándole las clavijas al empleado. Unidad 3-B67, emisor-receptor:

– El tipo le está suplicando. Si Tommy saca un arma, intervengo.

1.01: J.C., en un puesto de perritos calientes.

1.03/1.04: Tommy, en el coche, hacia el norte.

1.06: Unidad 3-B67, emisor-receptor:

– He hablado con el payaso de la librería. Dice que Richie compró revistas guarras allí. Richie dijo algo de un piso en Lincoln Hights y él se lo ha dicho a Tommy para quitárselo de encima.

1.11: Tommy, Pasadena Freeway dirección norte.

1.14: Tommy, salida de autovía de Lincoln Heights.

1.19: J.C., almorzando: cinco salchichas, Bromo-Seltzer.

1.21: Lucille, saliendo de casa en su Ford Vicky.

1.23: Tommy, circulando por North Broadway, Lincoln Heights.

1.26: Madge, en casa.

1.34: J.C., postre espeluznante: bollo de mermelada y cerveza.

1.49: Tommy, circulando por calles secundarias, Lincoln Heights.

1.53: Lucille, Pasadena Freeway dirección norte.

1.56: Lucille, salida de autovía de Lincoln Heights.

1.59: 3-B67/3-B71, conversación cruzada:

Lucille, conduciendo por Lincoln Heights.

Tommy, conduciendo por Lincoln Heights.

En zigzag, norte/sur/este/oeste/, sin encontrarse.

Conjetura informada:

Dos rastreadores de Richie rastreando a Richie con propósitos distintos.

Quizá Lucille había recibido un soplo por teléfono. El empleado de la librería porno, tal vez.

2.00-2.04: Todas las unidades sobre J.C./Tommy/Lucille:

Ningún rastro de Richie Herrick.

Estática en el transmisor. Manipulé los diales: chirridos, palabras extrañas: «múltiple», «ajuste de cuentas, quizá», «Watts».

Un técnico me dio unos golpecitos en el brazo.

– Lo siento, teniente, un Código 3 ha perturbado las líneas.

– ¿De qué se trata?

– Homicidios en Haverford Wash. Quizás a tiros, quizás asunto de bandas.

Se me erizó el vello de la nuca.

– Usted controle la banda 7. Yo acudo a la llamada.

Watts, Código 3. Me uno a la multitud: blancos y negros, furgonetas de laboratorio, coches de federales. Watts profundo, rural: campos, barracas esparcidas.

Un risco. Vehículos policiales en el borde. Ascendí patinando y zigzagueando.

Hombres mirando hacia abajo; federales y LAPD, conjuntamente. Me abro paso, echo un vistazo:

Un vertedero de aguas construido en cemento: siete metros de profundidad.

Aguas de alcantarilla hasta el tobillo; técnicos chapoteando en ella.

Regueros de sangre en el terraplén de la derecha.

Cuatro cuerpos empapados en aguas fecales justo al fondo.

Pendientes inclinadas de cemento para acceder a ellos. Me deslicé cuesta abajo. Hombres del servicio técnico haciendo fotos. Luces de focos reflejándose en el agua ensangrentada.

Alcé la vista:

El promontorio, bordeado de árboles: buen escondite.

Miré abajo:

Cartuchos de caza encajados en el limo.

Reflexión:

Emboscada al resguardo de los árboles; los muertos, abatidos con postas.

Chapoteé en el limo entre el revuelo de técnicos. Arriba sonaron más sirenas. Cuatro cadáveres boca abajo, con la espalda desgarrada desde la rabadilla hasta las costillas.

Arriba, unas voces confusas: Noonan, Shipstad, Exley. Hombres del laboratorio moviendo los cuerpos y salpicándose de sangre.

Los cuatro muertos, boca arriba: dos blancos, dos mexicanos. Reconocí a tres: matones recaudadores de monedas para Mickey.

Conclusión instantánea:

Una emboscada de Dudley. SIN DISPAROS A LA CARA. Las víctimas, delincuentes del barrio negro.

Teoría instantánea:

Muertes escenificadas para los federales; la responsabilidad, achacada a bandas de fuera de la ciudad. Una charada de Dudley Smith, DE ALGÚN MODO.

Observo:

Exley avanzando por el agua; las vueltas de los pantalones, empapadas. Más cerca, Noonan: pantalones remangados, ¡ligas con los calcetines!

Comentarios técnicos, deslavazados.

Los muertos, con armas en las manos. Arriba, casquillos usados, con restos de hilos; los asesinos llevaban chalecos antibalas.

Hombres del laboratorio rodeando a Exley, reteniéndole. Noonan, enseguida junto a mí, salpicándome.

Agitando fotos, comparándolas con los muertos. Muerto de miedo.

– ¡Oh, Dios! ¡Oh, no! Hemos identificado a estos…

Le llevé aparte, lejos de Exley. Noonan dio un puntapié al agua; un cartucho de caza saltó de ella.

– Hemos identificado a esos hombres. Mickey Cohen les había traspasado su negocio de tragaperras del Southside. Formaban parte de un sindicato del Medio Oeste. Mickey dijo que eran los que mataron a esos hombres suyos que desaparecieron hace algún tiempo. Mickey ya no tiene agallas para tratar con las bandas y les ha vendido su negocio de las monedas para retirarse.

Tonterías. Mickey, un actor. Glenda criticaba su «estilo». Noonan:

– Vamos a presentar a Mickey como testigo. Le hemos garantizado la inmunidad y le hemos prometido una medalla federal por servicios. Cree que eso le ayudará a conseguir una franquicia para el juego en el distrito, lo cual es absurdo ya que esa ley no será aprobada nunca por el Legislativo del Estado.

El señor Fiscal Federal, portaligas a cuadros escoceses.

– Klein, ¿usted sabe algo de esto?

Confirmado: Mickey, «testigo principal». Un destello: Bob Gallaudet apoyaba el juego en el distrito.

Exley, mirándonos.

– Klein…

– No, ni idea.

– Esto puede perjudicarnos. Mickey iba a testificar contra esos hombres.

Perjudicarnos: Glenda había dado esquinazo a los federales.

– Quiero un día más antes de entrar en custodia.

– De ninguna manera. No vuelva a pedirlo y ni se le pase por la imaginación que le conceda nuevos favores. Hoy es su último día para resolver su curiosidad por los Kafesjian; a partir de mañana, esa curiosidad será asunto de testimonio federal.

El señor Fiscal Federal: gomas usadas sujetas a los tobillos.

– ¿Quién cree que ha matado a esos tipos?

– Yo diría que unos mañosos de la Costa Este. Yo diría que ha corrido la noticia de que Mickey liquidaba sus tragaperras y algún tipo de la Costa Este intenta quedarse con el negocio.

Puras estupideces sin base.

Dudley Smith en mi cabeza: «Confía en MÍ, muchacho.»

Arriba, gritos:

– ¡Señor Noonan! ¡Señor Noonan, está hablando por la radio!

Noonan escaló la pendiente entre chapoteos; Exley me envió a tomar por saco con un gesto.

Escapé de él y subí la pendiente reprimiendo unos escalofríos. Coches de federales, agentes federales: Shipstad, Noonan, Milner y el jodido resto.

Mickey Cohen por la KMPC:

«…y realizo este anuncio público con toda sinceridad, de modo que voy a declararlo de una vez: He cortado mis relaciones con el hampa. Es una mitzvah y un buen acto de expiación, y me propongo colaborar en la investigación federal sobre el crimen organizado que se desarrolla actualmente en el barrio ne… quiero decir, en Southside Los Angeles. Hago esto con gran tsuris personal, que significa «dolor» para los muchos espectadores y oyentes angelinos que no entienden el yiddish. He tomado esta decisión porque unos sanguinarios gángsters del Medio Oeste mataron a cuatro de mis hombres hace unos meses y ahora amenazan a mi ex esposa, y permítanme aclararles al respecto que esos rumores de que ella me dejaba por un negro cantante de calipsos son falsos. También he tomado esta decisión porque es lo debido según enseña la Biblia, este maravilloso éxito de ventas perpetuo que contiene tantas maravillosas lecciones para gentiles y judíos por igual. He vendido mi negocio de máquinas expendedoras del Southside a los recién llegados del Medio Oeste para salvar vidas. Ahora, estoy dispuesto a ayudar a mi querido amigo, el fiscal federal Welles Noonan, y a sus valientes…»

Mickey, desvariando.

Shipstad, sonriente.

Noonan, tembloroso: pies mojados, rabioso.

«…y la investigación federal sobre el crimen organizado se realiza siguiendo los principios expresados en la Biblia, en uno de esos capítulos de gentiles que han servido de base a inspiradas películas como Sansón y Dalila o, quizá, la deslumbrante Los diez mandamientos.»

Noonan:

– Ahora, el testimonio de Mickey resultará un poco decepcionante. Me gustaría poder cargar estos muertos a los Kafesjian, pero esos armenios nunca han mostrado interés por las máquinas expendedoras. Mañana por la mañana, a las ocho en punto, hermano Klein. Traiga información sobre los Kafesjian y ni se le ocurra pedir una prórroga.

Dudley Smith, dulce como Jesús: «Confía en MÍ, muchacho.»

43

4.09: J.C. y Magde, en casa.

4.16: Lucille, paseando por Lincoln Heights; bares, quioscos.

4.23: Tommy, paseando por Lincoln Heights. Unidad 3-B67:

– Me parece que está mirando en pisos de adictos. Ha entrado en cuatro casas durante las dos últimas horas, y todas me han parecido casas de trapicheo.

4.36: Lucille, paseando.

4.41: Tommy, pasendo. 3-B67:

– He llamado a Highland Park para preguntar sobre esos sitios donde ha estado Tommy. Me han dicho que son lo que pensaba. Tommy y Lucille todavía no se han encontrado, lo cual me asombra.

4.53-4.59, todas las unidades: Richie Herrick, sin aparecer.

5.02: Base a todas las unidades J.C./Madge: dirigirse a Lincoln Heights y peinar el terreno en busca de Richie.

5.09: Lucille en Kwan's, «la pagoda del chow mein». 3-B71:

– Ha entrado directa a la cocina. Y conozco bien este sitio: Tío Ace Kwan vende heroína blanca, así que apuesto a que Lucy no ha pasado por aquí para comprar chop suey.

5.16: Lucille, saliendo del restaurante. 3-B71:

– Parece nerviosa y lleva una bolsa de papel marrón.

Extraño. ¿Lucille, pinchándose? Improbable.

¿Richie, yonqui? Lo mismo.

Tommy recorriendo sitios de droga:????

5.21: Tommy, orinando en la calle a plena vista de los niños. 3-B67:

– ¡Dios, vaya cipote! ¡Ese payaso debe de tener el récord del mundo de los hombres blancos!

Un ayudante me dio con el codo; me quité los auriculares.

– ¿Qué sucede?

– Ha venido a verle un jefazo. En el aparcamiento.

Exley.

Salí. Al pasar por el cuarto de reunión, una radio civil chillando: ¡Matanza entre bandas! ¡Mickey Cohen se reforma!

Fuera, Dudley.

Repantigado en un coche patrulla.

Breuning y Carlisle junto a la valla, donde no podían oírnos. Breuning, con un gabán de punta de espina. El diseño de LA FILMACIÓN.

– Hola, muchacho.

Sin parpadear, sin moverme demasiado deprisa, sin temblar.

– Encontré tus notas, muchacho.

Me acerqué más. Le olí: loción de ron de laurel.

– Espero que te quedaras con una espléndida estola de visón para esa encantadora hermana tuya. ¿Todavía anda liada con Jack Woods?

– Tengo a Chick Vecchio a buen recaudo. Él me sopló que eras tú el de la película y el de las pieles, y que manipulabas a Mickey y a esos tipos de las máquinas que te has cargado en Watts.

– Me parece que estás mintiendo. Me parece que tu única fuente de información son los comentarios de Exley. Das por sentado que le he contado a Chick cosas que, en realidad, nunca le he dicho; además, para ser franco, dudo que Vecchio se haya ido de la lengua, por mucho que le hayas zumbado.

– Prueba a encontrarle.

– ¿Está muerto, o sólo indispuesto temporalmente?

– Está vivo, y hablará para seguir así.

Breuning y Carlisle, observándonos con ojos saltones.

– No pueden oírnos, muchacho.

Sin pestañeos, sin temblores…

– Muchacho, tus notas decían que querías trabajar independiente de Edmund Exley. Eso me ha parecido estimulante. Y tu mención al dinero me lo ha parecido aún más.

– Breuning me puso esa espada en la mano. Te cambio a Vecchio por él, la película y cincuenta mil.

– Mike no fue el director de tu debut en el cine.

– Digamos que él paga.

– Muchacho, me sorprendes. Estaba convencido de que tus tendencias homicidas tenían estrictas motivaciones económicas.

– Me temo que tendrás que aceptar este nuevo aspecto de mi personalidad.

Dudley estalló en una carcajada:

– Muchacho, tu sentido del humor es realmente saludable. Estoy de acuerdo con la propuesta.

– Esta noche, entonces. Un lugar público.

– Sí, es precisamente lo que estaba pensando. ¿Qué te parece a las ocho, en el aparcamiento del mercado Hollywood Ranch?

– De acuerdo.

– Haré que Mike lleve los cincuenta. Creerá que es un asunto de sobornos y le diré que te acompañe a recoger a Vecchio. Quédate con él y, cuando hayas resuelto las cosas, llámame a AXminster 6-4031 para decirme dónde puedo encontrar a Chick. ¡Ah!, una cosa más, compañero: Mike llevará puesto un chaleco antibalas; tenlo presente a la hora de apuntar.

– Estoy sorprendido. Breuning y tú tenéis un largo pasado.

– Sí, muchacho, pero tú y yo tenemos un largo futuro. Y, ya que hablamos de eso, ¿qué información calculas que tiene Ed Exley?

Sellar el trato, tocar a Dud. La colonia; contuve una náusea.

– Muchacho…

Pasé el brazo en torno a sus hombros.

– Sabe todo lo que hago y todo lo que Johnny Duhamel pudiera contarle. No hay nada por escrito y lo que Johnny le contara ya es imposible de ratificar. Exley me movió contra ti en el asunto del robo de los Kafesjian y lo único que lamento es que sea un pez demasiado gordo para cargárselo.

– ¿Me estás diciendo que nuestras transgresiones podrían acabar sin castigo como consecuencia de su falta de pruebas?

– Estoy diciendo que salvarás el cuello… si moderas tus planes con Mickey.

– ¿Y tú, muchacho? ¿Me paso si pronuncio la palabra «lealtad»?

– La cosa está entre los federales, Exley o tú. Y tú eres el único que tiene dinero contante y sonante.

Esta vez fue él, Dudley Liam Smith, quien me abrazó.

– Has hecho una sabia elección, muchacho. Hablaremos de Exley más tarde, y no voy a insultar tu inteligencia con la palabra «confianza».

44

6.16: J.C. y Madge, en casa.

6.21: Tommy, rondando casas de adictos, Lincoln Heights.

6.27: Lucille, rondando bares, Lincoln Heights.

6.34: todas las unidades: ni rastro de Richie Herrick.

6.41: Tommy, entrando a cenar en La pagoda del chow mein.

3-B67, por el emisor-receptor:

– No sé leer los labios, pero es evidente que Ace Kwan le está contando a Tommy que Lucille le acaba de comprar un poco de caballo. Tommy se ha puesto como una furia. ¡Oh!, ya se marcha. 3-B67 a base, cambio y fuera.

6.50: Tommy, recorriendo Lincoln Heights al azar, en zigzag.

6.54: Lucille, caminando por Lincoln Park. Hablando con vagabundos.

6.55/6.56/6.57/6.58: Mike Breuning, imaginado muerto de cien maneras distintas.

NO…

45

– …de modo que voy a engañar a Dudley. No pienso entregarle a Vecchio, y Dudley cree que voy a matar a Breuning. Le vamos a cargar a Breuning la muerte de Duhamel y yo declararé que Tommy K. mató a Steve Wenzel, lo cual nos da por dónde apretar a los Kafesjian. Breuning se va a cagar en los pantalones cuando le DETENGA. Luego, le cogemos y…

– Klein, ¿quiere calmarse?

– Calmarme, ¡una mierda! Soy abogado, escúcheme usted atentamente.

– Klein…

– No, escuche esto. Breuning delata a Dudley; luego, Gallaudet convoca una sesión especial del gran jurado del condado para escuchar declaraciones. Le robamos la escena a los federales en el asunto de Narcóticos y en los manejos de los Kafesjian ajenos a Dudley, y yo testifico sobre la muerte de Duhamel y todas las conspiraciones relacionadas con los Kafesjian, Dan Wilhite, Narcóticos, Smith, Mickey Cohen, los tipos que he liquidado, todo.

»Soy policía y abogado: seré el chivo expiatorio, declararé cuando llegue el juicio, dejaremos jodidos a los federales, usted quedará tan bien que Welles Noonan se marchitará y morirá de envidia y Bob «Cámara de gas» utilizará los juicios para llegar directo a gobernador y…

– Klein…

– ¡Exley, POR FAVOR, déjeme hacerlo! Dudley sabe que soy un asesino y cree que me está manipulando con lo de Breuning. Ahora, si detengo a Breuning y le traigo aquí, se cagará encima. Sin Dudley, ese tipo no tiene huevos. ¡Por lo que más quiera, Exley, POR FAVOR!

Tic tic tic tic tic… segundos/un minuto…

– Está bien, hágalo.

Calor agobiante en la cabina telefónica.

Empapado en sudor, abrí un poco la puerta para respirar.

– Y nada de agentes camuflados en el Ranch Market. Breuning podría reconocerlos. -Está bien. Hágalo.

De teléfono público a teléfono público. Precauciones por miedo a los teléfonos ocultos. Larga distancia, veinte monedas. De la comisaría de Newton al autorrestaurante Mel's Drive Inn, Fresno.

Glenda habló por los codos:

Touch le había dicho a Mickey que había ido a Tijuana para un raspado. ¿Y quién era su sustituía en el rodaje? Ni más ni menos que Rock Rockwell, travestido. Había visto la aparición de Mickey, testigo federal, en televisión. Evidente publicidad para el Vampiro atómico.

Descarada Glenda, cuéntamelo todo.

Ahora estaba sirviendo coches: patines, disfraz de ranchera. Fugitiva de los federales, ¡mierda!, le derramó encima una malta al fiscal de Distrito de Fresno… y. al tipo le gustó. Buenas propinas, cada vez más experta patinadora, salsas excelentes. Glenda, elegante; Glenda, fuerte. Cuéntame ALGO.

Su locuacidad se redujo; su cháchara de chica dura dio paso a otra voz más ronca. Glenda, asustada: encadenando cigarrillos para templar los nervios.

Yo le dije:

Me asustaste.

Me separaste de esa mujer a la que no tengo por qué querer.

46

Mercado de Hollywood Ranch, Fountain y Vine. Entrada al aire libre, el aparcamiento. Coches, compradores, mozos empujando carritos.

8.02: plantado en la acera, sudoroso, agobiado. El chaleco antibalas, muy ajustado.

Breuning, avanzando hacia mí. Atravesando el aparcamiento en diagonal.

Portando un maletín.

Gordo y orondo. Su chaleco a prueba de balas le hacía un bulto en las caderas.

Luces de aparcamiento: bajo ellas, vulgares compradores. Nada de agentes encubiertos merodeando.

Avancé al encuentro de Breuning. Él agarró con fuerza el maletín. Cuello gordo de sapo asqueroso.

– Enséñame el dinero.

– Dud ha dicho que primero me entregues a Vecchio.

– Enséñamelo nada más.

Abrió el maletín, sólo un par de dedos. Fajos de billetes. Cincuenta de los grandes, fácil.

– ¿Satisfecho?

Un mozo del mercado se acercó dando un rodeo, con las manos en el delantal. Un tupé, familiar…

Breuning se volvió hacia él: ¿Pasa algo?

Familiar, en blanco y negro brillante: la foto de la vigilancia de las máquinas tragaperras…

Breuning echó mano a su arma.

El maletín cayó al suelo.

Mi 45 se atascó con el chaleco.

El mozo del mercado disparó a través del delantal con ambas manos. Breuning recibió dos impactos limpios en la cabeza.

Gritos.

Un soplo de brisa, dinero volando.

Liberé por fin mi revólver; el mozo se volvió hacia mí, con ambas manos a la vista.

Blanco directo: tres balazos impactaron en mi chaleco y me arrojaron hacia atrás. Humo del cañón en sus ojos. Disparé a través de él.

A quemarropa. Imposible fallar. Un tupé ensangrentado, limpiamente amputado, hostia santa…

Gritos.

Compradores agarrando billetes.

Breuning y el mozo, muertos. Hechos un ovillo.

Otro «mozo» del mercado: apoyado en el capó de un coche, apuntándome.

Gente corriendo/arremolinándose/apretujándose/devorando el pavimento.

Me arrojé al suelo, boca abajo. Disparos. De fusil, muy sonoros.

Francotiradores en los tejados.

El segundo mozo, alejándose bajo la protección de un permanente escudo humano de gente yendo y viniendo.

Francotiradores. Exley me había echado una mano.

Disparando contra el mozo. Fallando por mucho. Una orden por un altavoz:

– ¡Alto el fuego! ¡Rehenes!

Me incorporé. «Rehenes»: el mozo, arrastrando a una viejecita en su retirada.

La anciana agitaba los codos, le clavaba las uñas, ofreciendo una rabiosa resistencia.

El destello de una hoja afilada y el tipo le rebanó la garganta hasta segarle la tráquea.

Rugido del altavoz:

– ¡Cogedle!

Una ráfaga de fusil ametralló a la anciana. El mozo alcanzó la acera arrastrando un peso muerto.

Eché a correr.

Justo en diagonal, por su lado ciego. Alguien, en alguna parte:

– ¡NO DISPAREN! ¡ES DE LOS NUESTROS!

Le sorprendí con el escudo levantado: la anciana era un guiñapo con la boca abierta y el cuello abierto de oreja a oreja. Disparé a través de aquel rostro y los dos cuerpos se separaron. Identifiqué al hombre como uno más de los fotografiados por los federales.

47

«Prosigue la oleada de crímenes que tiene desconcertadas a las autoridades. Hace una hora escasa, cuatro personas resultaron muertas a tiros en el pintoresco mercado de Hollywood Ranch, dos de ellas identificadas como criminales con base en el Medio Oeste, disfrazados de empleados del mercado. También resultó muerto un agente del LAPD, así como una mujer inocente tomada como rehén por uno de los criminales. En el revuelo consiguiente, quedaron esparcidos por el lugar miles de dólares caídos de un maletín y, si se suma a este suceso el ajuste de cuentas entre bandas acaecido horas antes en Watts, que también ha dejado un saldo de cuatro muertos, la ciudad de Los Angeles empieza a parecer la ciudad de los Demonios.»

Noticias por televisión, en mi habitación del motel. La verdad de lo sucedido:

Respaldo de Exley, objetivos de Smith: Breuning y yo. La charada de Dudley: un ajuste de cuentas entre policías deshonestos, dinero de sobornos descubierto. Mi película con Johnny, guardada para entonces: mi reputación, aún más ensuciable postmortem.

«…el jefe de Detectives del LAPD, Edmund J. Exley, habló para los reporteros en el escenario de los hechos.»

Recapitulación.

Mi llamada de control a Newton:

– Tommy y Lucille siguen recorriendo Lincoln Heights, y siguen sin encontrarse. ¡Ah, señor…, otra cosa…! Su compañero, el agente Riegle, llamó para decir que…, esto, señor…, dijo que le hiciera saber que el jefe Exley ha lanzado una orden de busca y captura contra usted porque ha dejado el escenario del tiroteo sin avisar a nadie.

Exley ante las cámaras:

«En este momento retenemos la identidad de las víctimas por razones legales. No confirmaré ni negaré las especulaciones de una cadena de televisión rival sobre la identidad del policía que ha resultado muerto y, en estos momentos, sólo puedo afirmar que ha caído en el cumplimiento de su deber, mientras intentaba atrapar a un criminal con un cebo de dinero marcado del LAPD.»

Un recuerdo instantáneo: el tipo de las tragaperras tragándose los sesos de la anciana.

Llamé a El Segundo. Ring, ring…

Pete Bondurant:

– ¿Sí? ¿Quién es?

– Soy yo.

– ¿Eh, estabas en el mercado de Hollywood Ranch? Por las noticias han dicho que Mike Breuning había muerto y otro policía se había largado del lugar de los hechos.

– ¿Chick sabe lo de Breuning?

– Sí, y la noticia le ha dejado acojonado. Vamos, Dave, ¿estabas allí, sí o no?

– Dentro de una hora estaré ahí y te lo contaré. ¿Está Turentine con vosotros?

– Aquí lo tengo.

– Dile que prepare una grabadora y pregúntale si ha traído el equipo para rastrear llamadas policiales. Dile que quiero una escucha clandestina de la banda 7 de la comisaría de Newton Street.

– ¿Y si no tiene el equipo?

– Entonces, dile que vaya a buscarlo.

48

El piso franco, en mi edificio de renta baja.

Pete, Freddy T.; Chick Vecchio, esposado a una tubería de la calefacción.

Una grabadora y un receptor de onda corta sintonizado en la banda 7.

Unidades móviles informando a Newton. Base emitiendo a los coches: Exley en persona.

Informaciones:

Tommy y Lucille, cada cual en su coche, recorriendo Lincoln Heights, Chinatown, en dirección sur.

El hombre apostado junto a la casa de los K.

– Lo he oído por el micrófono exterior. Me ha parecido como si J.C. le pegara una buena paliza a Madge. Además, he visto pasar coches federales con suma discreción cada hora, más o menos.

Unidad 3-B71:

– Lucille anda por Chinatown haciendo preguntas. Parece bastante nerviosa y el último tugurio donde ha entrado, el Kowloon, me ha olido a un garito de drogas.

Pete, royendo el hueso de una costilla de cerdo.

Fred, con un combinado en la mano.

Chick, contusiones y morados, la mitad del cuero cabelludo chamuscado.

Fred se sirvió otro trago.

– Tú y los Kafesjian… No logro encajarlo.

– Es una larga historia.

– Claro, y no me importaría oír algo distinto de esas malditas llamadas de radio.

– No le digas nada, o terminará en el Hush-Hush -intervino Pete.

– He estado pensando que una docena de coches de vigilancia y Ed Exley atendiendo personalmente las llamadas significa que se trata de algún asunto grande, sobre el cual Dave debería ser más explícito. Por ejemplo, ¿a quién andan buscando esos imbéciles, Tommy y Lucille?

Un destello:

Richie Herrick, «el Mirón»: recluso en Chino/formación en electrónica. Fred Turentine, conductor ebrio: programa de enseñanza en Chino.

– Freddy, ¿cuándo diste esas clases de electrónica en Chino?

– Desde principios del 57 hasta que me aburrí y eché a rodar esa libertad condicional, hace seis meses, quizá. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver eso con…?

– ¿Asistió a tu curso un chico llamado Richie Herrick?

Una lucecita en la cabeza, mortecina: Freddy, exprimidor.

– ¡Sííí! Richie Herrick: se fugó de Chino y un psicópata ha despedazado a su familia hace poco.

– Entonces, ¿acudía a tus clases?

– Desde luego que sí. Le recuerdo porque era un chico tímido y porque ponía discos de jazz mientras el resto de la clase trabajaba en sus proyectos.

– ¿Y?

– Y nada más. Bueno, también estaba ese otro chico blanco que era su colega, y que también se apuntó a la clase con Herrick. El tipo no se separaba de él, pero no creo que hubiera nada de mariconeo entre ellos.

– ¿Recuerdas cómo se llamaba?

– No. No consigo ubicarlo.

– ¿Descripción?

– Mierda, no lo sé. Era sólo un interno, la habitual basura blanca con un tupé muy cuidado. Ni siquiera recuerdo por qué le habían encerrado.

¿Algo?/¿Nada? Difícil de saber. Los historiales de Chino, desaparecidos…

– Dave, ¿de qué va todo es…?

– Deja en paz a Klein. A ti te pagan por esto -Pete.

Banda 7:

Tommy, en su coche por Chinatown.

Lucille, en su coche por Chinatown, cerca de Chavez Ravine.

Bajé el volumen y cogí una silla. Chick echó la suya hacia atrás.

Mirándole de frente:

– DUDLEY SMITH.

– Dave, por favor… -Voz áspera, seca.

– Él está detrás de todo el alboroto del barrio negro y acaba de mandar a la muerte a Mike Breuning. Cuéntame lo que sabes de él y te soltaré y te daré dinero.

– Supongamos que no quiero.

– Entonces, te mataré.

– Dave…

Pete me hizo un gesto: dale whisky.

– Dave… Dave… por favor.

Le ofrecí el vaso de Freddy.

– Vosotros no conocéis a Dudley. No sabéis lo que me haría.

Licor añejo y seco, tres dedos.

– Bebe, te sentirás mejor.

– Dave…

– Bebe.

Chick apuró el vaso. Volví a llenarlo y le observé mientras tragaba. De inmediato, le entró la euforia del alcohol:

– ¿Qué coño me hablas de dinero? Tengo gustos caros, ¿sabes?

– Veinte de los grandes -Pura mentira.

– Eso es muy poco para mí.

– Díselo, jodido, o seré yo quien acabe contigo.

– Está bien, está bien, está bien.

Señaló el vaso. Lo volví a llenar.

– Canta, Chick.

– Está bien, está bien, está bien -Dando lentos sorbos.

Acerqué la grabadora a su silla y pulsé la tecla de grabar.

– Dudley, Chick. Las pieles, Duhamel, los Kafesjian, toda la historia de la conspiración.

– Supongo que sé la mayor parte. Supongo que a Dudley le gusta hablar porque cree que todo el mundo le tiene demasiado miedo como para irse de la lengua.

– Al grano.

Con la bravuconería que da el alcohol:

– Domenico Chick Vecchio sabe muy bien cuándo hablar y cuándo es mejor callar. Y digo que a la mierda todo el mundo menos seis, los precisos para portar el ataúd.

– ¿Quieres hacer el jodido favor de cantar de una vez? -Pete.

– Está bien, está bien. Empecemos por Dudley, que era el jefe de la sección de Robos. Exley tenía una especial fijación con él, porque había encargado a Dud un montón de trabajos a lo largo de los años.

– ¿Como el asunto de la Nite Owl?

– Sí, como lo de la cafetería. En cualquier caso, Dudley siempre se encargaba en persona de los robos más interesantes, simplemente porque ésa es su forma de ser. Así pues, Exley encargó el caso de Pieles Hurwitz a Robos, y Dud puso manos a la obra y consiguió ciertas pistas que más tarde descubrió que habían sido colocadas por Exley, y esas jodidas pistas le condujeron a su propio presunto protegido, Johnny Duhamel.

Freddy y Pete, royendo costillas de cerdo, extasiados.

– Continúa.

– Está bien. Resulta que Dudley había reclutado a Johnny «el Escolar» para la brigada Antibandas. Ya sabes que se le cae la baba por los tipos duros y Johnny, cuando estuvo en la Academia del LAPD, demostró cierta vileza muy del gusto de Dud. Así pues, Johnny estaba en Antibandas ejerciendo de tipo duro cuando Dudley descubrió que era uno de los jodidos ladrones. Y, en una reacción muy propia de Dud, el descubrimiento le llenó de satisfacción. Dud acusó a Johnny de participar en el golpe y Johnny lo admitió, pero se negó a soplar a sus cómplices, lo cual también impresionó a Dud. Así pues, Dudley decidió silenciar la participación de Johnny en el robo de las pieles y le confió algunos de sus propios golpes, lo cual significaba que, hasta aquel momento, la trampa de Exley estaba dando resultados.

Siseo de la cinta. Chick, cantando de plano ahora:

– Entonces, Dudley se incautó de las pieles de Johnny y las guardó en una consigna. Un par de piezas salieron a la circulación porque Dudley le dijo a Johnny que se relacionara con Lucille Kafesjian cuando Exley os asignó a ti y a ese chiflado de Stemmons el caso del robo.

– ¿Dudley le dijo a Johnny que intimara con Lucille?

– Sí, una especie de guardaespaldas por si empezabais a presionar demasiado a la familia.

– Y luego, ¿qué?

– Luego, ese condenado Stemmons se entrometió en el asunto. Había sido instructor de Johnny en la Academia y Johnny le tenía desde entonces por un marica de lavabos. Pues bien, resulta que Junior vio el striptease que hizo Lucille con el visón que Johnny le había regalado. Creo que Junior estaba en el Bido Lito's trabajando en el asunto del robo. Johnny también estaba allí y él y Junior hablaron, lo cual reavivó la jodida llama amorosa que Stemmons había alimentado tiempo atrás.

– Así pues, en un primer momento, Junior se acercó como colega.

– Exacto, y supongo que todo ese asunto de hacer de matón en la brigada Antibandas no era realmente el estilo de Johnny, sino sólo el papel que le hacía interpretar Exley. En cualquier caso, Johnny estaba muy harto y se sentía fatal con todo aquello, y le contó a Stemmons lo brutal que era el trabajo, y Junior empezó a sospechar que alguien manipulaba a Johnny en secreto. Johnny no llegó a delatar abiertamente a Dudley, pero le habló a Stemmons de las «audiciones» que estaba haciendo Dudley, sin citar nombres.

– ¿Qué «audiciones» son ésas?

– Dud hacía venir a esos tipos de fuera de la ciudad. Los necesitaba para encargarse de las máquinas tragaperras del Southside y quería que los federales los vieran. Dud comentó más tarde que Johnny comprendió que los tipos serían eliminados cuando Mickey hiciera pública su presentación como testigo federal.

El colector de Haverford Wash. Cuatro muertos.

– Pero Johnny no le comentó eso a Junior, ¿verdad?

– Verdad.

– ¿Y los recaudadores de las máquinas sólo eran pichones destinados a ser eliminados?

– Exacto.

– ¿Qué me dices de las «audiciones» en sí?

– Dudley dijo a los chicos de fuera de la ciudad que tenían que ganarse el derecho a trabajar para él. Y les dijo que eso significaba soportar el dolor. Les pagó por dejar que Johnny les hiciera daño mientras él los liaba con toda esa basura filosófica. Dick Carlisle comentó que Dud les había quebrado la voluntad y los había convertido en jodidos esclavos.

– ¡Jodeeer! -murmuró Pete.

– No me lo creo -terció Freddy.

– ¿Quién mató a los forasteros?

– Carlisle y Breuning. ¿Queréis oír un buen detalle de Dudley? Hizo que los dos empaparan las balas en matarratas y volvieran a cargar las armas con ellas.

– Volvamos a Johnny.

Chick se desperezó, con un tintineo de la cadena de las esposas.

– Dud hizo que Johnny controlara a los recaudadores. Ya sabéis, vigilarles mientras manipulaban las máquinas tragaperras. Una noche, estaba dedicado a eso cuando Stemmons le abordó y empezó a contarle todas esas chifladuras suyas. Carlisle les vio juntos y tuvo la sensación de que Johnny podía ser un espía, de modo que se lo dijo a Dudley y éste hizo que Dick y Breuning le siguieran de lejos. En fin, que no sé quién mató a Stemmons (Tommy o J.C. Kafesjian, probablemente), pero más o menos al tiempo que Carlisle mostraba sus sospechas, J.C. le contó a Dudley que Stemmons se había vuelto loco, que sacaba dinero a los camellos, que trataba de chantajearles a él y a Tommy y que les había dicho que podía sacar dinero de tu investigación del robo. Así pues, ese chalado maricón de Junior andaba por ahí proclamando su rollo de que iba a hacerse el amo del barrio negro, y estoy seguro de que Dudley se lo habría cargado personalmente de no haber sido por esa sobredosis, fuera cosa suya o de los Kafesjian.

– ¿Y luego, qué?

– Luego, Dud recibió el soplo de que Johnny te había llamado a ti para establecer una cita. Y te aseguro que no fui yo. Con esto, quedaba confirmado que Johnny era un maldito traidor, un señuelo o algo así.

La reunión: Chick estaba al corriente. Bob Gallaudet, también.

– ¿Y luego?

– Johnny te citó en ese apartamento de Lynwood. Había sido propiedad de Dudley hace tiempo, de modo que supongo que Johnny quería encontrarse contigo cerca del apartamento donde… ya sabes…

Cambio de tema:

– Phillip Herrick.

– ¿Quién es ése?

– Lo mataron en Hancock Park, la semana pasada. Dudley y él fueron copropietarios de esa finca, Spindrift 4980.

– ¿Y?

Deducción clara: no sabía nada de Herrick.

– De modo que Johnny me dijo que nos viéramos allí, y ese pequeño plató que utilizabais no estaba lejos. ¿Qué crees tú que querría enseñarme?

– El plató de las películas porno, quizá.

– Quizá, pero tú me dijiste que Sid Frizell no tenía ninguna relación con los planes de Dudley.

– Y es verdad, pero a Dud le encanta el porno y, cuando se hizo amigo de Mickey, éste le habló de esa basura de película de sangre y vampiros que estaba produciendo y le contó que Sid Frizell quería filmar películas guarras pero no encontraba dónde. Dud le dijo a Mickey que le dijera a Frizell que podía usar uno de los apartamentos del complejo, de modo que Sid siguió el consejo, pero te aseguro que ni siquiera sabe que Dudley exista.

ALGO, alguna RELACIÓN. Traspasándome como un rayo.

– ¿Dudley es el dueño de los apartamentos?

– Estoy seguro de ello, a través de hombres de paja. Calculo que es propietario de otros veinte locales más, comprados a bajo precio mediante manejos sucios con el Consejo Municipal de Lynwood.

– ¿Y?

Con una sonrisa burlona, borracho perdido:

– Y, ¿sabes?, a Dudley Liam Smith no le ponen cachondo las chicas, los chicos ni los terrier airedales. Lo que le va es mirar. ¿Recuerdas las paredes de espejos de ese piso donde me sorprendiste? Pues tiene un montón de locales como ése. Ahora se le ha ocurrido la idea de filmar películas guarras a escondidas, sin que los que joden sepan que les están mirando. Ha llegado a un acuerdo con la oficina de Tierras y Caminos para acoger a los desahuciados de Chavez Ravine en esos pisos y en los apartamentos de Spindrift. Dudley se propone filmar a todos esos comedores de tacos jodiendo y vender las películas a degenerados como él, que se ponen calientes con esa mierda del voyeurismo.

Rumores:

Sid Frizell filmando películas porno en LYNWOOD.

Inminente, quizás, el traslado de los chicanos a LYNWOOD.

Ese ALGO. Clic:

El vampiro atómico.

Película de sangre: incesto/ojos fisgando/ceguera.

El 459 de los Kafesjian: perros cegados.

El 187 de los Herrick: tres víctimas con las órbitas de los ojos destrozadas a tiros.

Sid Frizell, aspecto de ex presidiario.

No conectado con Dudley: Chick me había convencido.

Algo no encajaba: faltaba ALGO.

– Dudley y Mickey -dije.

– Quieres decir qué sé de los planes de Dudley, ¿no es eso?

Carraspeo por la onda corta: «Chinatown, Chinatown, Chavez Ravine.»

– Exacto.

– Bien, la palabra clave es «contención». Es la idea sagrada de Dudley y lo que se propone es levantar un imperio en el Southside, extendiéndose quizás hasta Lynwood, donde tiene todas esas propiedades. Sólo venderá droga a los negros, dirigirá la prostitución y la pornografía desde las sombras y llevará todas las máquinas tragaperras que Mickey ha abandonado, por lo visto. Su gran golpe se supone que ha de ser la aprobación del juego en el distrito, con Mickey de pantalla. Él se cargó a todos los tipos de Mickey menos a Touch y a mí, y luego consiguió que Mickey aceptara ser sociable con los federales. Ahora, Mick es un héroe, un tonto adorable, y Dud cree que puede comprar más propiedades en Lynwood y empezar a, como él dice, «contener» la economía ahí abajo, y luego colocar a Mickey para que dé la cara en la franquicia de juego en el distrito, todo limpio y legal.

– La Cámara del Estado no aprobará nunca el juego en el distrito.

– Bueno, supón que Dudley tiene otra opinión. Supón que cuenta con un político al que ha untado lo suficiente como para estar seguro de que la ley será aprobada.

Bob «Cámara de Gas» Gallaudet: defensor del juego en el distrito. El chivatazo de mi reunión con Duhamel.

Piel de gallina: las quemaduras del hielo seco empezaban a escocer otra vez.

– De modo que Dud descubrió que ibas a verte con Johnny. Breuning y Carlisle te noquearon y te drogaron, y Dud torturó a Johnny antes de que tú le hicieras picadillo. Le hicieron reconocer que Exley le utilizaba de señuelo y que tenía esas falsas cuentas bancarias y el dinero en billetes de sus operaciones guardados en una caja fuerte en su casa. Johnny dijo que había intentado varias veces retirarse del asunto porque sabía que los tipos de las máquinas terminarían cosidos a tiros, probablemente, y que las cosas no terminarían ahí, pero Exley había seguido enviándole a descubrir más cosas.

Zumbido en la radio: Tommy, circulando; Lucille, circulando.

Pete y Freddy, asombrados: jodeeer/hostia, hostia…

– ¿Por qué filmó la escena? ¿Por qué no se limitó a matarnos a los dos?

– Dijo que quería comprometerte y utilizarte. Dudley pensaba ofrecerte el trabajo de enlace y pagador con el LAPD. Dijo que podría utilizarte para acabar con Exley. Según él, debías de ser un abogado bastante bueno y pensaba que podrías enseñarle cosas sobre el mantenimiento de la propiedad.

Chick, emitiendo ondas mentales: reverenciar a Dudley o morir.

Pete, emitiendo ondas mentales: matar al italo y quedarse su dinero.

Freddy, emitiendo ondas mentales: a Hush-Hush le encantaría ESTO.

El vampiro atómico. INCESTO/VÍSCERAS.

– Chick, ¿qué sabes de Sid Frizell?

– Me parece que casi nada.

– ¿Ha cumplido alguna condena?

– En la prisión del condado, por hurtos menores. No es ningún tipo duro de penitenciaría, si es en eso en lo que piensas.

Freddy:

– Sid Frizell. Es un tipo alto y delgado de unos treinta y cinco. Tiene una especie de acento de Oklahoma.

– No me suena. ¿Se supone que debo conocerlo?

– Pensaba que tal vez le habías dado clase en Chino.

– Me parece que no. Quiero decir, yo soy un especialista en escuchas, de modo que me fijo en cómo habla la gente. Lo siento, pero no había ningún acento okie en la clase.

FALTABA ALGO.

Descolgué el auricular y hablé con una telefonista. Me puso con Chino.

Contestó un asistente del alcaide. Adelante, díselo:

Prepáreme una lista de los internos que coincidieron con Richie Herrick en Chino. ¿Si me la envía por un mensajero? No, volveré a llamarle para que me informe de palabra.

2.00 de la madrugada: la custodia, muy cerca. Chisporroteo en la radio, pop/pop: Pete, haciendo chasquear los nudillos. Chick, atontado por el alcohol, con el pelo chamuscado. Culpa mía.

Olores: comida rancia, humo. Un vistazo por la ventana: cubos de basura rebosantes. Mi propiedad: nueve de los grandes al año, beneficios limpios.

Pienso: chivatazos, golpes.

Intentos desesperados, últimos recursos.

Welles Noonan, un rival de Gallaudet.

Intentar cambios: Glenda por Bob G. y Dudley.

El teléfono del dormitorio; manos temblorosas en el dial. MA 4-0218. Noonan.

– Oficina del Fiscal Federal, agente especial Shipstad.

– Soy Klein.

– Klein, esta llamada no ha existido -en voz baja, furtiva.

– Noonan ha recibido una película. Entrega especial. Eres tú haciendo pedazos a otro tipo y yo sé que es una trampa, pero a él no le importa. Una nota dice que enviarán copias a la prensa si testificas para nosotros y Noonan dice que tu pacto de inmunidad queda cancelado. Ha emitido una orden federal de detención contra ti y esta llamada no ha existido.

CLIC…

Sillas/cajones/mesas…, lo arrojé todo por el suelo y le di patadas y lo destrocé. Me enredé en las cortinas, sin fuerzas en los brazos; me sentía mareado de agotamiento.

Graznidos en la radio.

«Madge deja la casa. El coche escucha la sigue.» «Lucille, entrando en Chavez Ravine. Conduce erráticamente, pasa rozando los árboles…»

49

Faros cruzándose, caminos de tierra. Chavez Ravine.

Oscuro, sin farolas. Las únicas luces, policiales. Focos sobre el techo de los coches patrulla, faros, linternas. Agentes de la vigilancia, en vehículos o a pie.

Un parachoques abollado, incrustado en un árbol: el Ford de Lucille, abandonado.

Órdenes de busca y captura contra mí…

Aparqué el coche y ascendí corriendo por el camino de acceso. Abajo, luces de linterna en zigzag: una búsqueda chabola por chabola.

– Muchacho…

Oscuridad. Sólo la voz. Apunté hacia ella, casi apreté el gatillo.

– Muchacho, escucha antes de actuar precipitadamente.

– Le has enviado la película a Noonan.

– No. Ha sido Bob Gallaudet. Le conté que tenías escondido a Chick Vecchio y Bob pensó que Chick se portaría como un cobarde y nos delataría. Muchacho, ha sido Bob quien te ha entregado a Noonan. Amenazó con hacer pública otra copia de la película si aparecías como testigo federal, dando por sentado que tu testimonio nos condenaría a él y a este viejo irlandés que te tiene tanto afecto, a pesar de todo. Noonan se puso como una furia, por supuesto, y Bob dio marcha atrás prudentemente y planteó una alternativa más juiciosa: dijo que la amenaza de la película seguía en pie, pero que no presentaría la candidatura a Fiscal General si Noonan prometía no mencionar su nombre en el juicio. Noonan, que es un tipo inteligente, aceptó.

– ¿Gallaudet le habló de ti a Noonan?

– No, Alá sea bendito. Consiguió dominar el pánico y sólo se habló vagamente de complejas conspiraciones criminales. Estoy seguro de que Noonan me considera un simple policía entrado en años, con buena labia y fama de estricto.

Abajo, unos gritos. Unos faros despistados iluminaron a Dudley sonriente y bonachón.

– ¿Quién le dio a Bob la copia de la película?

– Mike Breuning. Tenía miedo de que nuestras empresas estuvieran en peligro, y negoció una copia con Gallaudet a cambio de un trato. Por desgracia para él, Mike me confesó lo que había hecho antes de que le enviara a reunirse contigo, y por eso le preparé esa encerrona.

– ¿Y Gallaudet?

– Fue a reunirse con Alá, muchacho. Limpiamente descuartizado e inencontrable. Mata a Vecchio, si no lo has hecho aún, y entonces sólo quedará Exley sin pruebas sólidas.

– Chick me ha dicho que Duhamel se chivó a Exley.

– Sí, es cierto.

– También dijo que Exley guarda dinero en una caja fuerte.

– Sí, también es verdad.

– ¿En su casa?

– Sí, muchacho. Sería lo lógico.

– ¿Dinero en cantidad?

– Sí, eso es. Muchacho, ve al grano, ya me estás irritando.

– Yo puedo abrir esa caja. Mataré a Vecchio y cogeré el dinero de Exley. Nos lo repartiremos.

– Eres muy generoso, y me sorprende que no hayas expresado rencor por la encerrona en el mercado.

– Quiero caerte bien. Si escapo, no quiero que persigas a la gente que deje aquí.

– Eres muy considerado al dar por segura mi supervivencia.

– ¿Y el dinero?

– Acepto la mitad con mucho gusto.

Revuelo al pie de la colina: policías derribando a patadas las puertas de las chabolas.

– ¿Chick te ha contado el alcance de mis planes, muchacho?

– Sí.

– ¿Has sacado la conclusión de que disfruto mirando?

– Sí.

– Yo lo considero una compensación, una dispensa, por la gran labor de contención que voy a llevar a cabo. Lo considero una manera de entrar en contacto con una suciedad apremiante sin sucumbir a ella.

IMAGEN: Lucille, desnuda.

– Tú también eres un mirón, muchacho. Has entrado en contacto con tus propias tendencias oscuras y ahora disfrutas con la emoción de ser un mero espectador.

IMAGEN: las ventanas del burdel.

– Comprendo tu curiosidad, muchacho.

IMAGEN: las cintas del mirón; imágenes sincronizadas con sonidos.

– Me complace que, al parecer, también hayan despertado la curiosidad de los Kafesjian y de los Herrick. Muchacho, podría contarte muchas historias soberbias de esas dos familias.

IMAGEN: ventanas abiertas, iluminadas. CUÉNTAME COSAS.

– Muchacho, ¿notas cómo empieza a tomar forma una base para un entendimiento? ¿Empiezas a apreciar que los dos somos almas gemelas, hermanos en curiosi…

Gritos, linternas convergiendo.

Bajé a la carrera, tropezando y trastabillando. Chabolas apelmazadas unas contra otras; luces fijas en una puerta.

Hombres del grupo de seguimiento apretujados fuera. Me abro paso, miro:

Lucille y Richie Herrick, hallados muertos.

Torniquetes atados/ venas hinchadas/bocas paralizadas en un jadeo. Abrazados sobre un lecho de abrigo de visón.

Papelinas de heroína, agujas y Dranos sobre una piel de zorro.

50

8.01 de la mañana. Fugitivo federal.

Piso de fugitivo, coche de fugitivo: un Chevrolet del 51 comprado en un chatarrero. Llamadas de fugitivo:

Glenda, a salvo. Estilo contra miedo. Ganando, el estilo.

Sid Riegle, con pánico: hombres de Exley arrestaban a los míos.

Noticias de la oficina: Lucille y Richie, muertos de un cóctel de caballo y Dranos. Sid:

– Ray Pinker dice que ella lo mató primero, y luego se suicidó. El doctor Newbarr dice que nada de asesinato y suicidio posterior; todo estaba demasiado ordenado y bonito.

Más noticias:

Tommy y J.C., arrestados por los federales y soltados a las cuatro de la madrugada. Madge K., desaparecida; el coche que la seguía la había perdido.

Una llamada a Pete: encuéntrame a esa mujer. Ella puede DECIRME COSAS.

En el coche de fugitivo, por Cahuenga Pass hacia el sur. Miradas con pánico por el retrovisor; todo parecía extraño y sospechoso.

Noticias por la radio: ¡Ola de crímenes sacude L.Á.! ¡Mickey Cohen, testigo federal! ¡El fiscal del Distrito Gallaudet falta a un desayuno con la prensa; los periodistas reunidos, frustrados!

La despedida de Dudley, la noche anterior: «Necesitaré una prueba que demuestre lo de Chick. Bastará con su mano derecha: lleva un tatuaje muy reconocible.»

Rompecabezas:

Sangre vampira/el caso Kafesjian-Herrick: ¿quién?/¿por qué?

Al sur: Hollywood, Hancock Park. Giro a la izquierda: South McCadden, 432.

Virgen. Ningún coche aparcado junto a la acera o en el camino privado de la casa.

Llegué hasta la puerta y llamé. Nadie mirando: ganzúa al cerrojo, hasta forzarlo.

Dentro.

Cierro la puerta, paso el pestillo, enciendo la luz, avanzo.

Inspeccioné las paredes del salón: ningún cuadro, ningún panel falso.

Inspeccioné el cuarto de trabajo: fotos enmarcadas de Dudley Smith, maestro de ceremonias de la brigada. Las descuelgo, miro detrás…

Ninguna caja fuerte.

El piso de arriba. Tres dormitorios; más paredes, más fotos:

Dudley Smith como Papá Noel en una sala de poliomielíticos de un hospital, en el cincuenta y tres.

Dudley Smith, orador invitado de la Cruzada Cristiana Anticomunista.

Dudley Smith en el escenario de un crimen: comiéndose con los ojos a un fulano muerto.

Tres dormitorios, veinte fotos de Dudley Smith. Combustible para el odio de Exley.

Ninguna caja fuerte.

Abajo de nuevo. Inspección de la cocina. Nada.

Comprobé la moqueta: toda lisa y bien pegada. El piso de arriba: alfombras pequeñas en el pasillo. Las aparté.

Bajo una persa roja, un panel con bisagras.

Insertado en él, un disco de tambor y un tirador.

Con mano temblorosa: 34I-16D-31I. Dos ensayos, un chasquido. Tiro del pomo.

Pequeñas sacas de lona bancarias. Cinco. Nada más.

Billetes de cien, de cincuenta, de veinte. Usados.

Cerré la tapa, hice girar el tambor, coloqué de nuevo las alfombras. Abajo, a la cocina…

El juego de cuchillos. Cogí un machete de carnicero. Nervios y expectación: Chick.

51

– Dave, por favor…

Poderes mentales. Yo había aparecido en la puerta hacía apenas dos segundos, y él ya me estaba suplicando. En la mano derecha, un tatuaje: «Sally x siempre.»

– Dave, por favor…

683 de los grandes y el machete.

Pete, fuera, buscando a Madge; Fred, acostado en el dormitorio.

Chick, esposado. El pánico le hacía locuaz:

Hace tiempo que nos conocemos, lo hemos pasado bien, lamento haberme tomado a broma lo de Glenda, pero no puedes recriminarme eso, ¿verdad? Nos hemos divertido juntos, hemos hecho dinero, Pete quiere matarme, es un jodido anuncio de neón…

– Dave, por favor…

Cojines para amortiguar el estampido. Cortinas como improvisada mortaja.

– Dave… por Dios, Dave…

Cansado. Sin ánimos para hacerlo… todavía.

El muerto hablante:

Desapareceré… puedes confiar en mí… Glenda es estupenda… Sid Frizell dice que tiene madera de estrella. Frizell… vaya tarugo… no tiene ideas… ese tipo de la cámara, Wylie Bullock, es el doble de listo y no sería capaz de dirigir el tráfico en Marte… Tú y Glenda… os deseo lo mejor… Dave, sé lo que te ronda por la cabeza. Puedo verlo en tus ojos…

Cansado.

Sin ánimos para hacerlo… todavía.

Sonó el teléfono. Descolgué:

– ¿Sí?

– Soy Pete.

– ¿Y?

– Y he encontrado a Madge Kafesjian.

– ¿Dónde?

– Motel Skyliner; Lankershim y Croft, en Van Nuys. Tiene la habitación 104 y el tipo de recepción dice que está en plena llorera.

– ¿La estás vigilando?

– Trabajo por tu cuenta y estoy pendiente de esa habitación hasta que tú me digas lo contrario.

– Limítate a quedarte ahí. Iré enseguida, en cuanto pueda, así que…

– Oye, he hablado con el señor Hughes. Dice que el sheriff ha encontrado a un testigo que vio a Glenda rondando la casa de Hollywood Hills la noche que se calcula que murió Miciak. La policía local cree que está complicada y la busca como sospechosa. Parece que la chica se ha largado de la ciudad, pero…

– Tú quédate en el motel.

Colgué y marqué el número directo de Chino.

– Despacho de la ayudante del alcaide.

– ¿Está Clavell? Soy el teniente Klein, del LAPD.

– ¡Ah, sí, señor! El señor Clavell me dejó una lista de nombres para que se la lea.

– Dígame primero todos los internos que han salido en libertad.

– ¿Las direcciones actuales, también?

– Primero, los nombres. Quiero ver si hay alguno que me suene.

– Sí, señor.

Con voz lenta, precisa:

– Altair, Craig V.; Allegretto, Vincent W.; Anderson, Samuel; Bassett, William A.; Beltrem, Ronald D.; Bochner, Kurt; Bonestell, Chester W.; Bordenson, Walter S.; Bosnitch, Vance B.; Bullock, Wylie D…

Ting/clic: allí había ALGO. El ALGO que faltaba.

Wylie Bullock.

El cámara del Vampiro.

El hombre de las ideas, exigiendo más sangre y vísceras a Sid Frizell.

– Burdstall, John C; Cantrell, Martin…

– Volvamos a Wylie Bullock. Deme la fecha de salida y su última dirección conocida.

– Hum… Salió en libertad condicional el 9 de noviembre de 1957 y la dirección que dejó es: Cámping de remolques de Larkview, Arroyo y Brand, en Glendale.

Freddy en el pasillo, bostezando.

– ¿Quiere el resto de los nombres, señor?

Colgué el auricular.

– Cuando estuviste en Chino, ¿tenías a un tal Wylie Bullock en tu clase?

– Sí, eso es. Ése era el tipo que andaba siempre con Richie Herrick.

Adrenalina. Zuuum. Chick:

– Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo…

Ejecución aplazada: la suerte de los tontos.

52

Registro de Identificación/archivos de Tráfico:

Bullock, Wylie Davis. EN. 16/7/25. Castaño/pardos, 1,75, 74 kilos. Detenido en 3/56, cargos por pornografía; de tres a cinco años en Chino.

Ocupación: fotógrafo-cámara. Vehículo: Packard Clipper del 54, blanco y salmón, Cal. GHX 671.

Autovías hacia Glendale; mi coche destartalado eructaba humo. Wylie/Madge/Dudley: CONTADME COSAS.

Salida de Arroyo, al sur hasta Brand: el Cámping de remolques de Larkview.

Aparcamientos, y ningún Packard de dos colores a la vista. A la entrada, un plano: «W. Bullock», tres filas adelante, seis remolques más allá.

Jardines de piedras, remolques levantados con gatos, amas de casa blancas pobres tomando el sol. Mi ALGO que faltaba:

Frizell-Bullock, confabulados. Wylie, insistente: ¡Incesto! ¡Sácale los ojos al vampiro!

Tercera fila, sexto remolque: un Airstream cromado. Mi 45, desenfundada con disimulo. Llamada con los nudillos.

Ninguna respuesta (ninguna sorpresa: ningún Packard). Empujé la puerta. Cerrada. Demasiados curiosos para forzar la entrada.

El plató. En marcha.

Desandando el camino por las autovías: mi cafetera jadeaba y silbaba. Griffith Park, el plató. Ni rastro del coche de Bullock.

Mickey junto a la nave espacial, tocado con un casquete judío.

– Los federales y el LAPD han estado buscándote por aquí. Y la policía local de Malibú también ha estado aquí tras los pasos de mi ex estrella, Glenda Bledsoe, con la que tengo entendido que andas jugando a romances. Me rompes el corazón, ladrón.

Nadie del equipo, sólo Mickey.

– ¿Dónde está todo el mundo?

– Un hatajo de estúpidos. El ataque del vampiro atómico es, en la jerga del cine, un bombón. Glenda puede parecer un poco musculosa en las escenas finales, ya que Rock Rockwell la sustituyó en las tomas largas, pero, salvo eso, considero mi película un hito del arte cinematográfico.

– ¿Dónde está Wylie Bullock?

– ¿Por qué habría de saberlo? ¿Por qué habría de importarme?

– ¿Y Sid Frizell?

– Pagado, despedido y, por lo que a mí respecta, a bordo del barco nocturno a Ninguna Parte.

El casquete, la insignia con la bandera en la solapa: Mickey, el héroe.

– Pareces contento.

– Tengo una película terminada y he hecho amigos entre los agentes federales. Y no me acuses de soplón, porque cierto fiscal federal me dijo que tú también tenías esa tendencia.

La encantadora locuacidad de Dudley.

– Te echaré de menos, Mickey.

– Corre, Dave. El dolor que has causado exige su justo castigo. Lárgate a las Galápagos y dedícate a mirar cómo las tortugas joden bajo el sol.

Cahuenga Pass: vuelta entre humos sofocantes. Lankershim y Croft: el motel Skyliner.

Forma de herradura: bungalows baratos con vista a la piscina. Pete, apostado junto al bordillo; dormitando con el respaldo del asiento hacia atrás.

Aparqué detrás de él. Dinero para soltar lenguas en el portaequipajes. Llené de billetes los bolsillos.

Rodeé la piscina. Bungalow 104. Llamé a la puerta. Madge abrió enseguida.

Ojerosa. El abundante maquillaje empeoraba las cosas aún más.

– Usted es ese policía. Cuando entraron en nuestra casa…, usted vino a…

«En plena llorera»: ojos húmedos, huellas de lágrimas.

– Lamento lo de su hija.

– Fue una muerte piadosa para los dos. ¿Ha venido a detenerme?

– No. ¿Por qué había de…?

– Si no lo sabe, yo no pienso decírselo.

– Sólo quería hablar con usted.

– Y por eso se ha llenado los bolsillos de dinero.

Billetes de cien asomando de ellos.

– He imaginado que no estarían de más.

– ¿Le ha enviado Dan Wilhite?

– Wilhite está muerto. Se suicidó.

– Pobre Dan. -Un breve suspiro.

– Señora Kafesjian…

– Pase. Contestaré a sus preguntas si promete no desacreditar a los chicos.

– ¿A los chicos de quién?

– A los nuestros. A los de quien sea. ¿Qué es lo que sabe, exacta…?

Hice que se sentara.

– Hábleme de su familia y los Herrick.

– ¿Qué quiere saber?

– Cuéntemelo todo.

1932. Scranton, Pennsylvania.

J.C. Kafesjian y Phillip Herrick trabajan en Balustrol Chemicals. J.C. es operario; Phillip, analista de disolventes. J.C. es tosco, Phil es culto; son amigos, nadie sabe por qué.

1932. Los amigos se trasladan juntos a Los Angeles. Cortejan a sendas mujeres y se casan con ellas: J.C, con Madge Clarkson; Phil, con Joan Renfrew.

Pasan cinco años: los hombres trabajan en aburridos empleos en fábricas de productos químicos. Nacen cinco hijos: Tommy y Lucille Kafesjian; Richard, Laura y Christine Herrick.

J.C. y Phil son pobres y están aburridos y frustrados. Sus conocimientos de química les inspiran un plan: licor de destilación casera.

Lo hacen… y tienen éxito.

La depresión continúa; los pobres necesitan alcohol barato. J.C. y Phil se lo venden a buen precio; los obreros de los campos de trabajo son su principal clientela. El negocio es lucrativo y engordan sus cuentas.

J.C. y Phil, amigos y socios.

J.C. y Phil, poniéndose los cuernos mutuamente.

Ninguno de los dos lo sabe:

Dos líos más antiguos que sus matrimonios. Amantes: J.C. y Joan, Phillip y Madge. El adulterio continúa. Nacen cinco hijos; su paternidad, poco clara.

J.C. abre una tienda de lavado en seco; Phil invierte en una fábrica de productos químicos. Juntos, prosiguen el negocio del licor casero.

J.C. presiona a Phil para que reduzca costes: disolventes alcohólicos de inferior calidad significarían más beneficios.

Phil está de acuerdo.

Venden una partida de matarratas a unos obreros y una decena de ellos queda ciega para siempre.

22 de junio de 1937:

Un ciego entra en una taberna con una escopeta de cañones recortados. Dispara al azar. Tres parroquianos mueren en el acto. El ciego se introduce el cañón en la boca y se vuela la cabeza.

El sargento Dudley Smith investiga el caso y descubre el origen de la ceguera del individuo. Sigue el rastro del licor hasta Phil y J.C. Les hace una oferta: su silencio a cambio de una participación en los beneficios.

Ellos acceden.

Dudley advierte la vena codiciosa de J.C. y la cultiva. Cree que sería posible mantener a los negros aletargados con la droga y convence a J.C. para que se la venda. También convence al jefe Davis para que permita a J.C. «servirles»: un camello controlado y un informante para la bisoña sección de Narcóticos.

Dudley oculta su papel y pocos conocen que él es quien reclutó a J.C. El jefe Davis se retira en el 39; ocupa el cargo el jefe Horrall. Se apunta la medalla del reclutamiento de Kafesjian y escoge al agente Dan Wilhite para actuar de contacto con él.

Transcurren los años: Dudley sigue teniendo su parte del negocio. Las tiendas de lavado en seco de J.C. florecen y el armenio levanta todo un reino de la droga en el Southside. Phil Herrick se hace rico por medios legítimos: Disolventes PH es un gran éxito.

El adulterio continúa: J.C. y Joan, Phillip y Madge.

Las dos mujeres han asegurado a sus amantes que han tomado precauciones para no quedar embarazadas. Ambas han mentido: desprecian a sus maridos, pero no los dejarán. Madge sabe que J.C. la mataría; Joan necesita el dinero de Phillip y sus relaciones sociales recién estrenadas.

Cinco hijos.

Paternidad dudosa.

No asoma ningún parecido comprometedor.

Joan quería un hijo de J.C, quien la trataba con una ternura insólita en él. Madge también quería uno de Phillip; ella despreciaba a su tosco marido. La duda de la paternidad suaviza las cosas: así lo creen ambas mujeres.

Post Guerra Mundial:

El comandante Dudley Smith, destacado en el extranjero, vende penicilina de contrabando a nazis prófugos. Phil Herrick, oficial naval, sirve en el Pacífico; J.C. Kafesjian dirige sus tiendas de lavado en seco y el negocio de la droga. Dudley vuelve a L.A. a finales del 45; Herrick, tras catorce meses en el mar, vuelve a casa por sorpresa.

Encuentra a Joan embarazada de nueve meses. Una paliza, y se entera de que J.C. ha sido su amante desde que se casaron. Ella había pensado dar el niño en adopción, pero el regreso imprevisto de Phil lo ha impedido. Ha ocultado el embarazo con largos periodos de encierro en casa; Laura, Christine y Richie, en el internado, ignoran lo sucedido.

Joan corre a ver a J.C

Madge les oye y discute con ellos.

J.C. golpea brutalmente a las dos mujeres.

Madge confiesa su larga relación con Phil Herrick.

Maridos cornudos, esposas cornudas. Hombres enfurecidos, las dos mujeres golpeadas y violadas. Caos terrible. Abe Voldrich hace intervenir a Dudley Smith.

Dudley hace pruebas de sangre a los cinco niños. Los resultados son ambiguos. Joan Herrick da a luz; Dudley estrangula al pequeño de tres días.

Laura y Christine no se enteran nunca del asunto de su linaje.

Tommy, Lucille y Richie, sí; algunos años después.

Los chicos crecen siendo amigos, quizás hermanos: ¿quién es el padre de cada cuál? Se dedican a reventar pisos y tocar jazz. Richie se enamora de Lucille. La consuela con Champ Dineen: él tampoco está seguro de su parentesco.

Tommy emula a su padre «titular», J.C, y vende droga cuando aún no ha terminado el instituto. Siempre le ha atraído Lucille y ahora existe la posibilidad de que no sea su hermana. La viola y la convierte en su puta personal.

Richie lo descubre y jura matar a Tommy.

Tommy se ríe de la amenaza; dice que a Richie le faltan agallas.

Richie va a Bakersfield y compra un arma. Le sorprenden vendiendo droga; Dudley Smith intercede, pero no consigue convencer al fiscal para que retire los cargos. Richie Herrick, sentenciado a Chino: 1955.

Tommy jura que le matará cuando salga. Sabe que Lucille, su puta personal, está muy enamorada de él. Richie jura matar a Tommy: ha degradado a su posible hermana a la que él ama castamente.

Lucille se lanza: prostituta, bailarina ante la ventana, provocadora de hombres. Phil Herrick intenta apartarla de todo eso (Lucille podría ser hija suya). Su primer encuentro es una cita callejera. Lucille accede sólo por burlarse de él.

Pero su buen trato la sorprende: el posible papá se parece más a Richie que a Tommy. Los encuentros continúan: siempre de charla, siempre jugando. Phil Herrick y Lucille: tal vez amantes papá/hija, tal vez meros fulano y prostituta.

Y Madge y Joan se hicieron amigas. Se protegieron de la locura juntas: tiempo fugitivo pasado en simples charlas. Confidentes: años de refugio parcial.

Richie escapó de Chino, con el único propósito de vigilar/fisgar a Lucille. Joan y Richie intercambiaron cartas; Richie le contó que un amigo a punto de salir en libertad provisional le vengaría sin dolor. El hombre parecía tener cierta influencia sobre Richie; éste jamás había revelado su nombre.

Joan se había suicidado hacía nueve meses; la locura había estallado de golpe. Lucille no sabía que Richie la espiaba; Tommy leyó los informes de Junior Stemmons y dio por sentado que el mirón era Richie. Juró matarlo; temía que algún hombre de Exley diera antes con él. Lucille le encontró: el billete a la salvación para los dos en una aguja.

Pañuelos de papel en el suelo. Madge hizo trizas toda una caja.

– ¿Usted diría que eso es «todo», teniente?

– No lo sé.

– Entonces, es usted un hombre muy curioso.

– ¿Le dice algo el nombre de Wylie Bullock?

– No.

– ¿Quién mató a Junior Stemmons?

– Yo. Estaba metiéndole miedo a Abe Voldrich en una de nuestras tiendas. Temí que descubriera la verdad sobre Richie y Lucille y quise protegerlos. Lo ataqué de la manera más imprudente y Abe lo inmovilizó. Sabíamos que Dudley nos protegería si lo matábamos y Abe sabía que Stemmons era un adicto.

– De modo que Abe le puso la sobredosis y le dejó en el Bido Lito's.

– Sí.

– Usted se lo dijo a Tommy y él prendió fuego al local. Y, como había rondado por allí, tenía miedo de que encontrásemos alguna prueba contra él.

– Sí. Y no siento en absoluto lo de ese joven Stemmons. Creo que lo pasaba tan mal como Richie y Lucille.

Vacié los bolsillos. Grandes puñados de billetes.

– Resulta usted infantil, teniente. El dinero no hará que J.C. y Tommy desaparezcan.

53

«TODO» = «MÁS» = «BULLOCK».

De vuelta al cámping de remolques. Un Packard de dos tonos en el aparcamiento. Detuve el coche detrás de él, resoplando humo.

Voces, unas pisadas en la grava.

Una humareda espesa; salí de ella tosiendo. Exley y dos hombres de Asuntos Internos, armados con fusiles.

«Todo», igual a «más», igual a…

Humos, polvo de grava. Guardaespaldas con armas largas, Exley sudando dentro de un traje a medida.

– Bullock mató a los Herrick y revolvió la casa de los Kafesjian. ¿Cómo ha sabido…?

– Llamé a Chino y conseguí mi lista, teniente. La mujer del despacho del alcaide me dijo que parecía usted loco por Bullock.

– Vamos a por él. Y eche de aquí a esos chicos. Sé que Bullock tiene algo sobre Dudley.

– Ustedes, esperen aquí. Fenner, dele su fusil al teniente.

Fenner me lo arrojó. Cargué una bala en la recámara.

– Muy bien, pues -dijo Exley.

Ya:

Echamos a correr: la tercera fila, el sexto remolque. Unos civiles nos miraron boquiabiertos. El Airstream: murmullo de radio, la puerta abierta…

Entré apuntando; Exley se coló detrás de mí. A tres palmos, Wylie Bullock en una silla de jardín.

El tipejo, blando.

Sonriente.

Levantando las manos poco a poco, como le gusta a la policía.

Extendiendo los diez dedos: sin tretas.

Le metí el cañón del fusil bajo el mentón.

Exley le esposó las manos a la espalda.

El murmullo de la radio: Starfire 88 en Yeakel Olds.

– Señor Bullock, queda detenido por los asesinatos de Phillip, Laura y Christine Herrick. Soy el jefe de Detectives del LAPD y me gustaría interrogarle aquí, primero.

El cubil del monstruo: fotos del Playboy, un colchón. Bullock: camiseta de los Dodgers, ojos pardos y tranquilos. Le animé a hablar:

– Sé lo tuyo con Richie Herrick. Sé que le dijiste que le vengarías con los Kafesjian, y apuesto a que conoces el nombre de Dudley Smith.

– Quiero una celda para mí solo y panqueques para desayunar. Si me dicen que sí a eso, hablaremos aquí.

– Haz como si nos contaras una historia.

– ¿Por qué? A los policías les gusta hacer preguntas.

– Esto es distinto.

– ¿Panqueques y salchichas?

– Claro. Todos los días.

Sillas en círculo; la puerta, cerrada. Sin preguntas y respuestas, sin libretas de notas. El maníaco habla:

Junio, 1937. Wylie Bullock, casi doce años: «Apenas era un chiquillo, ¿comprenden?»

Hijo único; padres buenos… pero pobres. «Nuestro piso no era mayor que este remolque y cenábamos todas las noches en una cantina porque daban segundas raciones gratis de fiambre.»

22 de junio:

Un ciego loco entra en la taberna. Disparos de escopeta recortada al azar: sus padres quedan destrozados.

«Me hospitalizaron porque sufrí una especie de shock.»

Luego, casas en adopción -«unas buenas, otras no tanto»-, sueños de venganza faltos de un malo (el pistolero ciego se había suicidado). Escuelas profesionales, buena mano para las cámaras: «El bueno de Wylie ha nacido para fotógrafo.» Trabajos de cámara, y una curiosidad: 22/6/37, ¿por qué?

Wylie, detective aficionado; no dejaba de fastidiar a los policías. Para quitárselo de encima «repetían que el expediente del caso se había perdido».

Estudio de periódicos: el sargento Dudley Smith, encargado de la investigación. Llamadas a Smith, ahora teniente: ninguna respuesta.

Rondó aquella taberna. Los rumores rondaban también el lugar: una partida de licor en mal estado había causado la ceguera del pistolero. Siguió los rumores: ¿quién vendía whisky adulterado en el 37?

Pistas malas durante años: «Imposible de comprobar, ¿saben?» Dos rumores persistentes: «alcohol cortado con disolvente de limpieza en seco» y «ese tipo armenio, J.C.»

Wylie hizo una asociación lógica: las tiendas de la cadena E-Z Kleen/J.C. Kafesjian. «No tenía pruebas, pero parecía clarísimo. Tenía un álbum de recortes del caso del ciego y tenía la foto del sargento Smith del año 37.»

«Se estaba convirtiendo en una obsesión.»

Alimentando esa obsesión,trabajos de cámara. Ilegales: «Tomaba fotos guarras y las vendía a marineros y marines de San Diego.»

El centro de su obsesión: los Kafesjian.

«Estuve, digamos, rondando en torno a ellos. Descubrí que

J.C. y Tommy vendían droga y tenían conexiones con la policía. Lucille era una chica de la calle y Tommy, un vicioso. Era casi como si fuese mi familia natural. Tommy era compañero de Richie y los dos tocaban música de jazz de auténtica pena. Yo los seguía, en esa época, y vi que tenían una gran pelea acerca de Lucille. A Richie lo trincaron vendiendo droga en Bakersfield, le cayó una sentencia en Chino y un día, en una tienda de la cadena E-Z Kleen, oí a Tommy decirle a Abe Voldrich que, cuando saliera, Richie era carne muerta.»

A principios del 56: dos obuses le sacuden a la vez:

Uno: está frente a una tienda de la cadena en el Southside. Reunidos, J.C. Kafesjian y Dudley Smith, diecinueve años mayor que en la foto de la noticia.

«Supuse que Dudley Smith y los Kafesjian estaban juntos en algo sucio. No podía demostrar nada, pero pensé que tal vez Smith había hecho la vista gorda con J.C. y aquel veneno que vendía. Al cabo de un tiempo, me convencí de ello.»

Empezó a tramar planes de venganza. El Hombre de los Ojos que llevaba dentro empezó a sugerirle planes. Se declaró culpable de venta de pornografía. Su abogado le recomendó que pidiera clemencia.

«En la cárcel del condado, un tipo me habló del laboratorio de rayos X de Chino. Un trabajo estupendo. Imaginé que podría conseguir el puesto si alguna vez cumplía condena en la penitenciaría, por mis conocimientos de fotografía. En fin, que ahora tenía un plan de verdad y quería pasar una temporada en Chino para poder estar cerca de Richie.»

El juez le sentenció de tres a cinco años en la penitenciaría del Estado. Se tuvo en cuenta, como esperaba, su experiencia en rayos X: Wylie Davis Bullock, a Chino.

«Así que me mandaron a Chino y entré en contacto con Richie. Era un chico solitario, de modo que hice amistad con él y me contó esa maldita historia tan PASMOSA.»

Pasmosa:

Los Kafesjian, los Herrick: padres/hijos, ¿de quién? Phil Herrick y J.C, traficantes de alcohol en los años treinta. Las muertes del ciego: Richie dijo que sí, que tal vez aquélla había sido la pista de partida de Dudley Smith. ¿El incesto?: quizá/casi/hermano/padre. Rollos de pervertidos.

«Les aseguro que nunca han oído nada comparable a lo que me contó Richie.»

Richie, apocado/mirón:

«Me dijo que estaba enamorado de Lucille, pero que no la tocaría porque podía ser su media hermana. También dijo que le encantaba espiarla.»

Richie, charlatán incontenible:

«Él me ayudó a juntar las piezas. Descubrí lo suficiente sobre Dudley Smith como para saber que había dado con Herrick y Kafesjian algún tiempo después del asunto del ciego. Imaginé que Smith se había asociado con ellos y le pagaban para que no diera el soplo del whisky adulterado. Ahora, no me quedaba ninguna duda. Ahora, sabía que aquellas dos familias de chiflados habían acabado con la mía.»

Richie, amenazando con vengarse de Tommy:

«Yo sabía que no tenía huevos para hacerlo. Le dije, espera y yo te vengaré, si prometes no molestar a los Kafesjian.»

Richie lo prometió.

«Entonces, su madre le escribió y le soltó todo ese rollo lloriqueante de que iba a suicidarse. Richie se largó de Chino. Jodida seguridad mínima: sencillamente, se largó.»

Richie siguió suelto.

Bullock salió en libertad condicional dos meses después.

«Intenté encontrar a Richie. Vigilé las casas de los Kafesjian y de los Herrick, pero no le vi nunca.»

«Esa Lucille, en cambio… ¡guau! La observé muchas veces bailando el shimmy desnuda.»

Pasaron los meses. «Un día, poco antes de que se matara, vi a mamá Herrick dejar en el buzón una carta para el cartero. Me acerqué y la cogí. Iba dirigida a Champ Dineen, ese payaso del jazz al que Richie adoraba. La dirección era un apartado de Correos, así que imaginé que mamá y Richie estaban usándolo para mantenerse en contacto en secreto. Yo envié una nota a Richie al apartado: "Me encanta que Lucille baile el shimmy en la ventana. Ahora, ten paciencia y tendrás tu venganza."

»La nota dio resultado. Pasaron los meses. Bullock fisgó a Richie fisgando a Lucille. SORPRESA: Richie, el mirón, aficionado a las escuchas clandestinas; había sacado provecho de las clases de electrónica. Bullock se mantuvo en el camino recto: trabajos en el cine, presentaciones ante el agente encargado de su libertad condicional… Nadie sabía que el Hombre de los Ojos seguía tramando planes.

»Empecé a tener ideas desbordantes.

»El Hombre de los Ojos dijo que debía seguir a los Kafesjian y a Dudley Smith por pura diversión.

»Un día, cuando seguía a Smith, le vi reunirse con Mickey Cohen para comer. Ocupé un reservado contiguo al de ellos y oí a Cohen contar que estaba filmando esa película de horror en Griffith Park como cobertura legal, y que ese Sid Frizell, el director, se dedicaba a producir películas porno a escondidas. Smith aseguró que le encantaban las películas guarras y que Cohen le dijera a Frizell que ponía a su disposición un lugar adecuado y seguro para rodar. Cohen dijo que Frizell era lo bastante gilipollas como para aceptar la oferta.

Entonces, se presentó en el plató del Vampiro atómico. «Mire, fue ese aguijón del hambre.» Ofreció sus servicios como cámara por un sueldo bajo y Cohen le contrató. Bullock manipuló al atontado de Sid Frizell, necesitado de ideas. «Le sugerí esas secuencias incestuosas y todo ese rollo de la ceguera porque pensé que un día le enseñaría la película terminada a Richie. Le dije a Frizell que tenía experiencia en películas porno y él acosó a ese tipo de Cohen, Chick Vecchio, para que hablara con Smith. Smith dio su visto bueno, de modo que Frizell hizo las filmaciones en ese local de Lynwood.

»Así pues, me encontré metido de lleno en el fregado, pero aún no tenía desarrollado ningún plan concreto. Entonces, entró en acción el Hombre de los Ojos.

Y el Hombre de los Ojos le dijo: asusta a los Kafesjian con un robo ritual en su casa. Haz que parezca cosa de Richie: mantenle asustado, que siga escondido.

«E hice lo que me decía. Supongo que tenía una especie de simbolismo, porque el Hombre de los Ojos me dijo cómo hacer las cosas, exactamente. Intenté dejar ciegos a los perros con ese producto para la limpieza en seco, pero no dio resultado, de modo que les arranqué los ojos. Rompí unas botellas de licor como referencia al asunto del whisky adulterado y rompí los discos de jazz de Tommy porque el Hombre de los Ojos dijo que eso simbolizaría el odio que Richie le tenía a Tommy. A Richie siempre le había disgustado que Lucille hiciera de puta, de modo que destrocé sus pantalones ajustados y me hice una paja encima de ellos.»

Diversión perversa.

«El Hombre de los Ojos me dijo que pusiera nervioso a Richie, de modo que, cuando le encontré en uno de esos moteles, llorando por Lucille, destrocé el colchón de la habitación que ocupaba y dejé allí la vajilla que había robado, para asustarle. Con eso del robo y del asunto de los federales, había mucha presión alrededor de los Kafesjian, de modo que el Hombre de los Ojos me dijo que empezara por liquidar a Phil Herrick. Las hijas volvieron a casa por sorpresa y el Hombre de los Ojos dijo que me las cargara también. Como Richie era un jodido fugitivo, imaginé que la policía pensaría que era cosa suya y se lanzaría tras él inmediatamente.»

¿Y luego?

«El Hombre de los Ojos me dijo que matara a Tommy y a J.C. lentamente. Me dijo que le sacara los ojos a Dudley Smith y me los comiera.»

¿Y ahora?

«Panqueques y salchicha, detective. Y una celda cómoda y segura sólo para mí y el Hombre de los Ojos.»

Él, relamiéndose de satisfacción.

Masa para hojuelas en un estante.

TODO.

Pinchazos en el pecho/dolor de cabeza/ sequedad de boca. Dudley tiene un encuentro con el Hombre de los Ojos.

Exley señalando la puerta.

Salí con él. Un sol fantasmal. La gente del cámping de remolques, observándonos.

– ¿Cómo ve la situación, teniente?

Darle largas/mandarle a la mierda. MENTIR:

– Quiero poner a Bullock en manos de Welles Noonan. Estoy evadiendo la custodia federal y el tipo puede facilitarme las cosas. Es un testigo clave contra Dudley y los Kafesjian y, si colaboramos con los federales, podemos limitar los efectos de su investigación, sobre todo si usted les entrega a Narcóticos.

– El tipo está loco. No es un testigo válido.

– Sí, pero para nosotros sólo es un psicópata. Ni siquiera está en condiciones de ser juzgado.

– Gallaudet conseguirá llevarle al banquillo. Y ejercerá la acusación personalmente.

– Bob ha muerto. Estaba liado con Dudley en una trama para dominar el juego en el distrito. Lo mató Dud.

Le fallaron las piernas y le ayudé a mantenerse en pie: Edmund Jennings Exley, bañado en sudor frío.

– Tengo a Chick Vecchio a buen recaudo; me ha pedido que le garanticen custodia federal. Y Madge Kafesjian completó algunos detalles de la historia de Bullock y me contó que había sido Dudley quien había conectado a J.C. con el LAPD. Escuche esto, Exley: todo está «contenido». Vecchio, Bullock, Madge: los tres acusan a Dudley y sólo sale perjudicado Narcóticos. El plan básico será de usted y sólo le pido que haga una cosa por mí antes de que entregue a Bullock.

– ¿En concreto?

– Llamar a Noonan. Dígale que le envía la documentación sobre Narcóticos. Dígale que retire la orden de busca y captura contra mí hasta que presente a los testigos.

Hazlo. Muerde el cebo. Me largaré con tu dinero…

– ¿Exley…?

– Está bien. Lleve a Bullock a lugar seguro cuando haya anochecido. Después, llámeme.

– ¿Hablará con Noonan?

– Sí, voy a llamarle ahora.

– Me sorprende que se fíe de mí.

– Yo he traicionado su confianza antes. Y me estoy quedando sin estrategias. Sólo le pido que tenga cuidado con el fusil y que procure no matarle.

Me encerré entre cuatro paredes. Bullock continuo hablando de panqueques y del Hombre de los Ojos.

TODO giraba vertiginosamente. Hacia atrás, hacia adelante: atrás, a Meg; adelante, a Glenda.

Planes de huida. Proyectos. Intrigas. Nada cuajó.

Llegó el crepúsculo. No encendí las luces. Una música procedente de alguna parte: TODO volvió a girar en mi cabeza.

Nada cuajó.

Bullock se quedó dormido, esposado a la silla.

Nada cuajó.

Bullock murmuró algo ininteligible en pleno sueño.

Sacudidas, estremecimientos, algo parecido a un gimoteo desgarrándome por dentro. Me apoyé contra la pared:

Muertes, palizas, sobornos, mordidas, comisiones, extorsiones. Cobro de alquileres mediante violencia, trabajos de matón, de rompehuelgas. Mentiras, amenazas, promesas pisoteadas, juramentos rotos, obligaciones desatendidas. Robo, engaño, codicia, mentiras, muertes, palizas, sobornos, comisiones, Meg…

El gimoteo emergió de mi garganta. Bullock ladeó la cabeza para oírlo mejor. Luego, sollozos conteniendo las lágrimas. Unos sollozos y unos temblores tan violentos que todo el remolque bailaba.

TODO.

Dando vueltas, cayendo, confesando.

No sé cuánto tiempo duró.

Salí de ello con un pensamiento:

NO ERA SUFICIENTE. Hice la llamada.

54

El aparcamiento de Sears & Roebuck: amplio, vacío. A una calle de allí, mi bloque de pisos del Eastside.

Temprano. Luces de sodio sobre el asfalto. Él nos vería.

683 de los grandes metidos en cuatro maletines.

El revólver del 45 sujeto al tobillo con esparadrapo.

Wylie Bullock en el asiento delantero. Esposado, con las manos en el regazo.

A su lado, el machete de la cocina de Exley.

Unos faros acercándose.

Coloqué los maletines del dinero sobre el capó. Sin abrigo, sin pistolera. Que me cacheara.

– Llegas temprano, muchacho.

– Tomo precauciones.

– Dadas tus circunstancias, yo también las tomaría. ¿Y ese tipo que veo en el coche?

– Un piloto. Me llevará al sur.

Echó un vistazo; la ventanilla del pasajero estaba a medio bajar. Bullock mantuvo la calma, con mi gabán sobre las esposas.

– ¡Unos maletines magníficos! ¿Has contado cuánto hay?

– Casi setecientos mil.

– ¿Es mi parte?

– Sí.

– ¿A cambio de…?

– De la seguridad de la gente que dejo aquí.

– ¿La gente, en plural, muchacho? ¿Tienes más seres queridos además de tu hermana?

– En realidad, no.

– ¡Aaah! Estupendo. ¿Y Vecchio?

– Muerto.

– ¿Has traído la prueba que te pedí?

– Está con el dinero.

– Bien. Entonces, dado que Edmund Exley es inabordable y está bastante comprometido, yo diría que aquí nos despedimos.

Me acerqué un poco más, tapándole la visión. Cobertura para Bullock.

– Sigo teniendo curiosidad por algunas cosas.

– ¿Cuáles?

Su tono, más alto. Una pizca.

Aún no era el momento de ponerle furioso.

– Madge Kafesjian me contó lo del ciego y los muertos. Me admiró cómo hiciste el trato con J.C. y Phil Herrick.

Dudley soltó una carcajada, un enorme rugido teatral.

Llevé la mano atrás y abrí la puerta de Bullock.

– Entonces era muy atrevido, muchacho. Comprendí las metáforas de la codicia y de la rabia ciega, y no se me pasó por alto lo absurdo de un invidente empuñando un calibre diez.

– Me gustaría haberte visto negociar el trato.

– Fue bastante prosaico. Sencillamente, les dije a los señores Kafesjian y Herrick que su licor fabricado a bajo coste había causado cuatro muertes y un montón de sufrimientos indecibles. Les informé de que, a cambio de un porcentaje de sus beneficios comerciales, tales padecimientos seguirían siendo un asunto que se resolvería estrictamente entre ellos y Dios.

– ¿Nada más?

Bullock, murmurando.

– También recurrí a un convincente argumento visual. Una fotografía forense de una joven pareja decapitada pareció ejercer cierto efecto en su respuesta.

Los murmullos, más audibles. Carraspeé para disimularlos.

– Muchacho, ¿ese piloto tuyo habla solo?

Un asomo de recelo. Cuidado con sus manos.

– Muchacho, ¿quieres abrir el maletín que contiene la verificación?

Di otro paso hacia él.

Dudley flexionó las manos una fracción de segundo demasiado deprisa. Pivoté sobre un pie para soltar un rodillazo con la otra pierna. Él esquivó el golpe.

Sendas cuchillas asomando de los puños de la camisa. Cojo un maletín, me cubro con él…

Dos estiletes empuñados con destreza.

Dirigidos contra mí. Dos hojas rasgan el cuero, se clavan en él.

Dejé caer el maletín.

Dudley se plantó ante mí, con los brazos abiertos de par en par.

Bullock saltó del coche con el machete entre las manos.

– ¡EL HOMBRE DE LOS OJOS! ¡EL HOMBRE DE LOS OJOS!

Lancé otro rodillazo.

Dudley hincó la rodilla. Bullock se abalanzó sobre él con el machete por delante.

Golpes sin control: las esposas no le dejaban empuñar el arma con comodidad. La hoja le rajó la boca de oreja a oreja. Un golpe de gracia fallido: el machete golpeó el asfalto.

– ¡EL HOMBRE DE LOS OJOS!

Bullock, encima de Dudley.

Mordiscos.

Zarpazos.

Buscándole los ojos.

Miro: una órbita vacía, chorreando sangre. Un grito:

– ¡NOOO!

Mi voz. Mi revólver, en la mano. Apuntando a los dos hombres hechos un ovillo.

Disparé dos veces. Dos fallos: las balas rebotaron en el pavimento.

Dos tiros más, apuntando a Bullock. La cara del loco reventó.

Una rociada de fragmentos de hueso en mis ojos.

Más disparos, a ciegas. Zumbidos de balas rebotadas, una imagen borrosa.

Dudley sobre Bullock, abriéndole las manos a la fuerza.

Dudley tambaleándose, gritando exultante; volvía a tener el ojo en su sitio.

Cogí el dinero y eché a correr. A mi espalda retumbó el eco: «¡EL HOMBRE DE LOS OJOS! ¡EL HOMBRE DE LOS OJOS!»

Una semana. Reconstrucción:

Corrí la distancia que me separaba de mi bloque de pisos. En el sótano., viejos escondrijos de apuestas ilegales. Guardé allí el dinero. Llamadas desde el teléfono del conserje:

Glenda, larga distancia: abandona, coge el dinero, escóndete. Pete en El Segundo: suelta a Chick; Glenda tiene veinte de los grandes para ti.

Pandemonium en Sears: coches patrulla acudiendo al tiroteo. Bullock, muerto; Dudley, trasladado al hospital. Mi explicación: hablen con el jefe Exley.

Me detuvieron, atendiendo la orden de busca y captura de Exley. Me dejaron hacer una llamada. Telefoneé a Noonan.

Se produjo una batalla por la custodia. LAPD contra los federales: Noonan, victorioso.

Protección a testigo material; sin acusaciones contra mí, todavía.

Una suite en el Statler Hilton. Vigilantes amistosos: Jim Henstell y Will Shipstad.

Un televisor en la habitación. En las noticias:

Mickey Cohen, buen ciudadano, colaborador de los federales.

Bob Cámara de Gas Gallaudet, nueve días desaparecido: ¿Dónde está el fiscal del Distrito?

Visitas frecuentes de Welles Noonan.

Mi táctica: mutismo absoluto.

La suya: amenazas, lógica de abogado.

Exley le visitó el día que cogimos a Bullock. Le propuso un trato:

Un esfuerzo conjunto LAPD/federales: limitación de la investigación a Narcóticos y Dave Klein aporta cuatro testigos. Colaboración asegurada; Exley citó textualmente: «Enterremos el hacha de guerra y trabajemos juntos. Uno de los testigos será un hombre de alto rango del LAPD, más que un declarante hostil. Ese hombre tiene conocimientos muy íntimos sobre la familia Kafesjian y yo diría que podría abrírsele proceso federal por media docena de acusaciones, por lo menos. Creo que su presencia compensará más que de sobras la pérdida de Dan Wilhite, quien, desgraciadamente, se suicidó la semana pasada. Señor Noonan, ese oficial está muy sucio. Lo único que quiero es que sea presentado como un individuo aislado, como un caso totalmente autónomo del LAPD, igual que ha accedido a presentar a la sección de Narcóticos.»

Lo siguiente: una conferencia de prensa conjunta, LAPD/federales.

Mis «testigos»:

Wylie Bullock, muerto.

Chick V, escondido, probablemente.

Madge, lamentándose en algún rincón.

Dudley Smith, en estado crítico.

Relaciones públicas «críticas». Exley manipuló a la prensa: no salió ni una palabra del asunto Bullock. Ninguna acusación pública contra mí; Bullock, incinerado.

Sin «testigos». Y Noonan, furioso.

Amenazas:

«Procesaré a su hermana por evasión de impuestos.»

«Entregaré a la Fiscalía las cintas con las grabaciones: Glenda Bledsoe reconoció haber matado a Dwight Gilette.»

«Tengo grabada su voz diciéndole a un tal Jack, "mátale". Si se niega a hablar conmigo, haré que los agentes federales investiguen entre sus conocidos hasta dar con ese hombre.»

Mi táctica: mutismo absoluto.

Mi as en la manga: era el único testigo. Y lo sabía TODO.

Los días pasaron lentamente. No más noticias de la «ola de crímenes» en Los Angeles. Noonan y Exley pusieron el sedante: Tommy y J.C., bajo vigilancia federal. Intocables.

Una visita de Ed Exley.

– Creo que me ha robado el dinero. Colabore con Noonan y dejaré que se lo quede. Va a necesitar dinero… y yo no lo voy a echar en falta.

»Sin su testimonio, no podremos tocar a Dudley.

»Si este acuerdo con los federales fracasa, el departamento ofrecerá una imagen vergonzosa de ineficacia.

Mi táctica: mutismo absoluto.

Una visita de Pete B. Cuchicheos:

– Glenda tiene el dinero y me ha pagado lo que me correspondía. Corren rumores de que eres un soplón de los federales y Sam Giancana acaba de anunciar un contrato.

Una visita de dos sabuesos del sheriff:

– Queremos a Glenda Bledsoe por el asunto de Miciak.

Mi táctica: confesión. Le maté yo solo. Dejé caer detalles de las heridas; los tipos de la policía local tragaron. Dijeron que me acusarían de asesinato en primer grado.

Noonan, presente, se plantó: «Utilizaré todo el poder del Gobierno Federal para mantener a este hombre bajo mi única custodia. »

Una llamada. Jack Woods, para confirmar:

– Meg está bien. Sam G. ha hecho correr la voz. Date por muerto.

Noticia vieja.

Días largos, jugando a cartas con Will Shipstad para matar el rato. Intuición: el agente odia el trabajo de federal y odia a Noonan. Le insinué un trato: borrar la cinta de Glenda por treinta de los grandes.

Accedió.

Noonan lo confirmó al día siguiente: «¡Esos técnicos incompetentes!» Una pataleta fenomenal.

Noches largas; malos sueños: muertes, palizas, sobornos, extorsiones, mentiras.

Malos sueños, insomnio.

Miedo a quedarme dormido por las persistentes pesadillas: Johnny, suplicando; Dudley, tuerto.

Glenda, una imagen difícil de evocar, una voz fácil de oír:

«Tú quieres confesar.»

Dos noches, seis cuadernos de notas completos. Dave Klein, el Contundente, confiesa…

Muertes, palizas, sobornos, extorsiones, comisiones: toda mi carrera en la policía hasta Wylie Bullock. Mentiras, coacciones, promesas incumplidas, juramentos rotos. Exley y Smith, mis cómplices. Que se entere el mundo.

Noventa y cuatro páginas; Shipstad filtró la confesión a Pete B.

Por medio de Pete, copias a Hush-Hush, Los Angeles Times, y la Fiscalía General del Estado.

El tiempo apremiaba y Noonan se volvía loco: quedaba pendiente la conferencia de prensa y me necesitaba en ella.

Amenazas, ofertas, más amenazas…

Mi única palabra: «Deme dos días de libertad bajo vigilancia federal. Cuando vuelva a custodia, prepararemos mi declaración.»

Noonan, a regañadientes, medio fuera de sí: «Está bien.»

L.A. Herald-Express, 6/12/58:

CONFERENCIA DE PRENSA LAPDFEDERALES,

SUSPENDIDA

El anuncio de la semana pasada sorprendió a todo el mundo: el departamento de Policía de Los Angeles y la Fiscalía Federal del distrito de Southern California celebrarían una conferencia de prensa conjunta. Adversarios durante la investigación sobre el crimen organizado en el Southside que aún tiene en marcha el fiscal Welles Noonan, los dos organismos han mantenido durante los últimos tiempos un trato cualquier cosa menos amistoso. Funcionarios federales acusaron al LAPD de permitir el aumento desorbitado de la delincuencia en el sur y en el centro de la ciudad, mientras que el jefe de Detectives del LAPD, Edmund Exley, acusó al señor Noonan de organizar una campaña de desprestigio contra su departamento por motivos políticos. Estas disensiones finalizaron la semana pasada, cuando los dos hombres ofrecieron a los periodistas declaraciones idénticas. Ahora, la conferencia de prensa de mañana ha sido suspendida precipitadamente, lo cual ha dejado desconcertados a muchos miembros de la comunidad de servidores de la ley y el orden.

La nota de prensa de la semana pasada está redactada con sumo cuidado y sólo insinuaba que se había establecido un esfuerzo conjunto entre el LAPD y los agentes federales, dirigido tal vez a conseguir actas de acusación contra miembros de la sección de Narcóticos del departamento de Policía. Mañana debían hacerse públicos muchos más datos, y una fuente anónima de la Fiscalía Federal ha declarado que, en su opinión, este esfuerzo conjunto se ha visto frustrado debido al incumplimiento de unas promesas oficiales. Preguntado sobre a qué «promesas» se refería, esta fuente concretó: «Un oficial de la Policía de Los Ángeles ha escapado a la custodia federal. Este oficial tenía que haber testificado contra miembros de la brigada de Narcóticos del LAPD y contra una familia de delincuentes con la que dicha brigada ha mantenido una larga relación, y también tenía que haber presentado a declarar a un total de cuatro testigos potenciales más. Estos testigos no han sido aportados y, cuando se permitió al oficial abandonar la custodia durante cuarenta y ocho horas para resolver unos asuntos personales, atacó a su agente de vigilancia y huyó. Para ser sinceros, sin ese hombre, la Fiscalía sólo puede presentar como testigo a Mickey Cohen, un antiguo gángster.»

Especulaciones sobre la ola de crímenes

Esta situación se produce en mitad de una oleada de crímenes estadísticamente sobrecogedora, concentrada en gran parte en el Southside. El índice de homicidios en la ciudad aumentó el mes pasado en un 1600% y, aunque no han querido confirmarlo ni el LAPD ni la Fiscalía, ciertas especulaciones relacionan las muertes en ajustes de cuentas de la última semana en Watts con el tiroteo del mercado de Hollywood Ranch, que también dejó un saldo de cuatro muertos. Añadan a eso la misteriosa desaparición del fiscal del Distrito, Robert Gallaudet, y los homicidios -aún por resolver- de la familia Herrick, el 19 de noviembre pasado, y tendrán lo que el gobernador, Goodwin J. Knight, ha llamado «una situación explosiva. Tengo completa confianza en la capacidad del jefe Parker y del jefe ayudante Exley para mantener el orden, pero uno aún se pregunta qué puede haber causado un aumento tan drástico en la criminalidad».

El jefe Exley se negó a comentar las razones de la suspensión de la conferencia de prensa. Preguntado sobre la reciente ola de crímenes, declaró: «Ha sido una mera coincidencia, los sucesos no guardan relación entre ellos y la situación ya se ha normalizado.»

L.A Mirror, 8/12/58:

EL LAPD SE ADELANTA A LOS FEDERALES

EN UNA JUGADA ARRIESGADA

El jefe de Detectives del departamento de Policía de Los Angeles, Edmund J. Exley, famoso por su firmeza, convocó esta mañana una improvisada rueda de prensa. Se esperaba que Exley hablase de la reciente investigación federal sobre la delincuencia en el Southside y que ofreciera algún comentario sobre las razones que han llevado al LAPD y a la Fiscalía Federal del Distrito a abandonar, según parece, la fugaz «actuación conjunta» en la investigación del crimen organizado en el Southside y en la sección de Narcóticos del propio departamento de Policía.

Sin embargo, Exley no hizo ninguna de ambas cosas. En lugar de ello, mediante una breve declaración preparada, lanzó duras acusaciones contra la sección de Narcóticos y afirmó que él en persona aportaría pruebas incriminatorias a un gran jurado del Condado especialmente reunido para el caso, y que ofrecería voluntariamente informaciones sobre delitos fiscales a la oficina del fiscal federal.

Tras describir Narcóticos como «una unidad policial de funcionamiento autónomo que se había vuelto loca», Exley declaró estar convencido de que «la larga tradición de corrupción» de esa unidad no se ampliaba a otras secciones del LAPD, pero añadió que la sección de Asuntos Internos, bajo su propia supervisión personal, iba a «peinar este cuerpo de Policía como una jauría de sabuesos, para tener la certeza de que la corrupción no se ha extendido más allá».

Exley se negó a responder a las preguntas de los perplejos reporteros, aunque anunció que el oficial responsable de la sección de Narcóticos, el capitán Daniel Wilhite, de 44 años, se ha suicidado recientemente. Exley declaró también que los detectives de Asuntos Internos están entrevistando a diversos agentes de Narcóticos para que accedan a declarar voluntariamente ante el gran jurado.

Preguntado sobre el grado de corrupción de Narcóticos, el jefe Exley lo calificó de «muy alto». «Tengo datos concluyentes que apuntan a que esa sección ha estado en connivencia con una depravada familia de traficantes de estupefacientes durante más de veinte años. Tengo la intención de reformar la sección de Narcóticos de arriba abajo y me propongo desarticular esa organización criminal familiar. Remitiré a la Fiscalía Federal toda la información correspondiente a su jurisdicción, pero el fiscal Welles Noonan debe saber que voy a asumir la responsabilidad principal en la limpieza de mi propia casa».

Revista Hush-Hush, 11/12/58:

¡¡¡LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN, AMORDAZADA!!!

J'ACCUSE! J'ACCUSE!

«Nitroglicerina periodística»: éste es el único modo de calificar las 94 páginas que llegaron a la redacción de Hush-Hush hace diez días. Una bomba atómica de acusaciones que también ha sido enviada a un periódico de Los Angeles y a la Fiscalía General del Estado.

Tanto ese periódico como la oficina del fiscal han decidido hacer caso omiso del documento; nosotros hemos optado por publicarlo. La fuente confidencial que trasmitió esta bomba atómica literaria certificó su autenticidad, y en Hush-Hush le creímos. Noventa y cuatro páginas de revelaciones bochornosas, acerbas, candentes. Las confesiones de un policía corrupto de Los Angeles, fugitivo de los gángsters, de la policía y de su propio pasado violento. Nuestros lectores deberían haberlo leído todo aquí el 18 de diciembre, pero ha sucedido algo inesperado.

Gatitos y gatitas, en este asunto estamos pisando un terreno legal resbaladizo. Podemos describir las maquinaciones «legales» que nos han impuesto la censura y nuestros abogados dicen que la descripción general del contenido de ese material que ofrecemos en el párrafo anterior no viola el interdicto «legal» presentado contra nosotros por el departamento de Policía de Los Angeles.

Pero vamos a ir un poco más allá en nuestra descripción: esas 94 páginas habrían hecho doblar la rodilla al LAPD. Nuestro remitente (anónimo, lamentablemente), imperturbable en la confesión de su propia corrupción, acusaba también a conocidos policías de Los Angeles de manejos ilícitos y delictivos a una escala espectacular y afirmaba que mandos del LAPD encubren una compleja red de circunstancias que rodea la reciente ola de crímenes en la ciudad. Revelaciones muy calientes, capaces de levantar ampollas, perfectamente verificables…y no podemos ponerlas por escrito.

Hasta aquí, todo lo que nuestros abogados nos permiten contar de esas 94 páginas. ¿Os ha abierto el apetito? Bien, ahora pasemos a atizar vuestra indignación:

Un empleado nuestro, un hombre encargado de conseguir información por vías electrónicas, tiene un problema de bebida. El hombre vio esas 94 páginas, se dio cuenta de que eran pura dinamita y llamó a un conocido suyo del LAPD. Nuestro empleado, un prófugo de la libertad provisional con varias denuncias pendientes por conducir ebrio, filtró esas páginas a su conocido, que las hizo llegar a la jerarquía policial. El LAPD ha conseguido un requerimiento judicial para impedir su publicación. Nuestro empleado ha sido recompensado: las denuncias contra él han sido declaradas nulas y retiradas. Nuestras 94 escandalosas páginas han sido secuestradas y no podemos publicar ni una sola línea, bajo amenaza de procesamiento.

¿Y ese otro periódico de la ciudad? ¿Y la Fiscalía General del Estado?

No han dado crédito a sus 94 páginas. Las han tachado de bazofia sin pies ni cabeza. Los hechos monstruosos que contienen son demasiado terribles para creerlos posibles.

¿Y el autor? Sigue suelto por ahí, entre los florecientes bajos fondos de nuestra ciudad de Los Angeles Caídos.

¿Conclusión? Tú decides, lector. Expresa tu condena por esta censura fascista. Escríbenos. Escribe al LAPD. Expresa tu indignación. Apoya a un policía corrupto cuyo mea culpa ha resultado demasiado explosivo para hacerlo público.

TITULARES:

L.A. Times, 14/12/58:

CONVOCADO EL GRAN JURADO; DECLARACIONES

DE AGENTES DE «NARCÓTICOS»

L.A. Mirror, 15/12/58:

OÍDOS SORDOS A LAS DENUNCIAS DE «CENSURA»

DE HUSH-HUSH

L.A. Herald-Express, 16/12/58:

EL LAPD DESCALIFICA LAS ACUSACIONES

DE HUSH-HUSH

L.A. Times, 19/12/58:

AGENTES DE NARCÓTICOS, PROCESADOS

L.A. Mirror, 21/12/58:

EXLEY: LAS ACUSACIONES DE HUSH-HUSH,

«ABSURDAS»

L.A. Mirror, 22/12/58:

PRESUNTOS REYES DE LA DROGA, ANTE

EL GRAN JURADO

L.A. Herald-Express, 23/3/58:

POLÉMICA DECISIÓN DEL GRAN JURADO:

LOS KAFESJIAN NO SERÁN PROCESADOS

EL FISCAL DE DISTRITO EN FUNCIONES ADMITE

IRREGULARIDADES EN LOS TESTIMONIOS

DE NARCÓTICOS

L.A. Examiner, 26/12/58:

GALLAUDET SIGUE DESAPARECIDO; CONTINÚA

LA BÚSQUEDA

L.A. Mirror, 27/12/58:

ALCALDE POULSON: «LAS ACUSACIONES

DE HUSH-HUSH, RIDÍCULAS»

L.A. Mirror, 28/12/58:

SE DA POR CONCLUIDA LA INVESTIGACIÓN FEDERAL

SOBRE EL CRIMEN ORGANIZADO

L.A. Herald-Express, 3/1/59:

CONCEDIDA UNA PENSIÓN ESPECIAL A POLICÍA

MAESTRO DE CEREMONIAS

La escena era triste, conmovedora; la antítesis de los recientes titulares policiales: «Agentes de Narcóticos procesados por cohecho.» La escena era la de un policía de Los Angeles malherido, luchando por la vida en una cama de hospital.

Dudley L. Smith, capitán del LAPD. Nacido en Dublín, criado en Los Ángeles, coordinador de agentes encubiertos del Servicio Exterior durante la Segunda Guerra Mundial. Cincuenta y tres años de edad, treinta como policía. Esposa y cinco hijas. Numerosas citaciones al valor, maestro de ceremonias del LAPD, capellán laico. Dudley L. Smith, apuñalado en un altercado con un ladrón hace cinco semanas, se debate hoy por conservar la vida.

Hasta el momento, está ganando la batalla: ha perdido un ojo, está paralizado, ha sufrido lesiones cerebrales y, probablemente, no volverá a caminar. Cuando está lúcido, entretiene a las enfermeras con su acento irlandés y esas bromas de que se dedicará a los anuncios como el hombre del parche en el ojo que anuncia las camisas Hathaway. Pero la mayor parte del tiempo carece de esa lucidez, lo cual resulta penoso.

El LAPD no facilitará más detalles del suceso en el que resultó herido Dudley Smith, pues sus compañeros saben que éste preferiría ahorrar a la familia del ladrón -muerto en el enfrentamiento- la ignominia del conocimiento público de su nombre. Se trata de un asunto lamentable, como lo es el hecho de que Dudley Smith requerirá cuidados sanitarios intensivos el resto de su vida.

Su pensión como policía y sus ahorros no alcanzarían a cubrir el coste y Smith es demasiado orgulloso como para aceptar contribuciones caritativas de miembros del cuerpo. Se trata de un policía legendario, muy apreciado, que ha dado muerte a ocho hombres en el cumplimiento del deber. Conocedor de todo esto, el jefe de Detectives del LAPD, Edmund Exley, solicitó al Consejo Municipal de Los Angeles que ejerciera una prerrogativa apenas utilizada y le concediera una pensión especial, una cantidad que cubriera indefinidamente los costes de su estancia en un centro sanitario equipado con todo lo necesario.

El Consejo Municipal votó y concedió la pensión a Dudley Smith por unanimidad. El jefe Exley declaró a los reporteros: «Es importante que el capitán Smith permanezca bajo control y reciba los cuidados que merece. Se recuperará y podrá vivir el resto de sus días libre de los agotadores problemas del trabajo policial.»

Dudley Smith, héroe. Que esos días sean muchos y pacíficos.