173766.fb2
Caminos de tierra, cabañas. Colinas atrapando la contaminación: Chavez Ravine.
Atasco. Aparqué a buena distancia y eché un vistazo:
Tipos agitando pancartas. Periodistas, policías de uniforme. Comunistas cantando: «Justicia, sí! ¡Dodgers, no!»
Un corro de gente amistosa, con los ojos en un Reuben Ruiz sonriente y entusiasta. Matones de la policía local, el agente Will Shipstad.
Ruiz: ¿testigo federal?
Me acerqué al tumulto a paso ligero.
– ¡Hey, hey! ¡No, no! ¡No nos volveréis a México!
Mostré la placa y los uniformados me abrieron paso.
Abucheos provocadores:
Ruiz peleaba esa noche; acudir al combate para animar a su contrincante. La Oficina de Tierras y Caminos, fascista: planes para recolocar a los chicanos en bloques de pisos de la zona más degradada de Lynwood.
– ¡Hey, hey! ¡No, no! ¡Justicia, sí! ¡Dodgers, no!
Ruiz, gritando en español por un megáfono:
¡Traslados enseguida! ¡La indemnización para nuestro traslado es muy suculenta! ¡Nuevos hogares muy pronto a vuestro alcance! ¡Y disfrutad del nuevo estadio de los Dodgers que VOSOTROS habéis contribuido a crear!
Guerra de ruidos; victoria del megáfono de Reuben. Los ayudantes arrojaron unas entradas; los chicanos hincaron la rodilla y las recogieron. Me hice con una: Ruiz contra Stevie Moore, en el Olympic Auditorium.
Cantos, algarabía. Ruiz me vio y se debatió entre sus admiradores. Me abrí paso hasta cerca de él. Reuben me lanzó un grito:
– ¡Tenemos que hablar! En mi vestuario después del combate, ¿le parece?
Asentí con un gesto. «¡Basura! ¡Peón de los Dodgers!»: no había manera de hablar.
Una vuelta rápida por la brigada. Mi despacho.
Un mensaje de Lester Lake: reúnete conmigo a las ocho, esta noche. Moonglow Lounge. Exley apareció por Subdirección; le hice una seña para que entrara en el despacho.
– Tenía algunas preguntas.
– Hágalas, mientras no sean, «¿qué pretende?»
– Probemos con, «¿por qué sólo dos hombres en un caso que tiene tanto interés en resolver?»
– No. La siguiente pregunta, y que no sea, «¿por qué yo?»
– Probemos con, «¿qué hay para mí en esto?»
Exley sonrió.
– Si aclara el caso, ejerceré una prerrogativa del jefe de Detectives que rara vez se utiliza y le ascenderé a capitán saltándome el escalafón. Trasladaré a Dudley Smith a Subdirección y le daré a usted el mando de la sección de Robos.
El paraíso del trapicheo. Que no fueran a fallarme las piernas.
– ¿Sucede algo, teniente?, yo esperaba que me expresaría su gratitud.
– Gracias, «Ed». Eso que acaba de agitar es una zanahoria muy golosa.
– Visto lo que es usted, yo también diría que lo es. Estoy muy ocupado, así que haga su siguiente pregunta.
– La clave de este asunto es Lucille Kafesjian. Tengo el presentimiento de que la familia sabe muy bien quién es el ladrón y quiero traer aquí a la chica para interrogarla.
– No, todavía no.
Cambio de tema:
– Deme el asunto de las pieles de Hurwitz. Quíteselo a Dudley.
– No, y rotundamente, no. Y no me lo vuelva a pedir. Ahora, terminemos con esto.
– Muy bien, entonces déjeme presionar a Tommy Kafesjian.
– Explique eso de «presionar», teniente.
– Presionar. Apretarle las tuercas. Le hago hablar por la fuerza y nos cuenta lo que queremos saber. Ya sabe, métodos policiales desproporcionados, como esa vez que se cargó a aquellos negros desarmados.
– Nada de abordajes directos a la familia. Salvo eso, tiene carta blanca, teniente.
Carta blanca en trabajo fastidioso, retrasado. Grandes jodidas distracciones.
Sencillo:
Foto de Lucille/grabadora/lista de moteles: llevarlo todo al Southside y hacer preguntas:
¿Le ha alquilado habitación alguna vez?
¿Algún hombre le ha pedido una habitación contigua a la de ella?
¿Algún vagabundo/borracho ha alquilado una habitación por orden de otro?
Pocas probabilidades; el Red Arrow Inn bien podía ser el único sitio donde Lucille llevaba a sus fulanos.
Central Avenue adelante, rumbo al Southside. Intriga policial, de campanillas:
Coches de Asuntos Internos siguiendo coches de federales, discretamente. Redadas de vagabundos: agentes de Vagos y Maleantes volcados en la labor. Furgones de prostitutas rondando en busca de chicas.
Los federales:
Comprobando matrículas a la salida de bares y clubes nocturnos.
Metiendo la nariz en una partida de dados en una acera.
Acechando una ostentosa casa de putas para negros.
Federales de traje gris y corte de pelo a cepillo pululando por el barrio negro.
Me detuve un momento en la comisaría de la calle Setenta y siete y pedí prestada una grabadora. Las salas de interrogatorios estaban abarrotadas: «limpieza» de los 187 pendientes. En el exterior, federales con cámaras fotografiando a los identificados por la policía.
Ahora, el trabajo fastidioso:
Tick Toe Motel, Lucky Time Motel: no a todas mis preguntas. Darnell's Motel, De Luxe Motel: rotundos noes. Handsome Dan's Motel, Cyril's Lodge: más noes. Hibiscus Inn, Purple roof Lodge: NO.
Nat's Nest, en la Ochenta y uno y Normandie. «Habitaciones limpias siempre.» Interrogué al empleado:
– Sí, señor, conozco a la chica. Siempre usa la habitación poco rato, y siempre pide la misma.
Me agarré al mostrador.
– ¿Está registrada ahora?
– No, señor. No ha venido desde hace seis o siete días.
– ¿Sabe para qué utiliza la habitación?
– No señor. Mi lema es «no ver nada, no oír nada», y sigo esta política excepto cuando arman demasiado escándalo con sus juegos, sean los que sean.
– ¿La chica pide una habitación en la parte delantera, con vistas a la calle?
El tipo, perplejo;
– Sí, señor. ¿Cómo lo sabe?
– ¿Ha alquilado usted la habitación contigua a algún joven blanco? ¿Tal vez algún vagabundo le ha pedido esa habitación y la ha reservado en nombre de otra persona?
Boquiabierto de asombro, el hombre desapareció tras el mostrador y reapareció con una hoja de registro.
– Vea usted: «John Smith.» En mi opinión, un nombre falso. Vea, aún tiene pagados dos días más. Ahora mismo no está; le he visto marcharse esta mañana…
– Enséñeme esas habitaciones.
El hombre salió disparado, revolviendo unas llaves. Rápidamente, abrió las dos puertas: buen tipo, y asustado de la policía.
Bungalows separados. Sin puertas de comunicación.
Me puse manos a la obra. Ahora, con calma: me libré del tipo con un billete de diez.
– Vigile la calle. Si aparece ese joven blanco, entreténgale. Dígale que tiene un fontanero en la habitación; luego, venga a avisarme.
– Sí, sí señor… -Haciendo reverencias desde la calle.
Dos puertas, sin acceso entre ellas. Ventanas laterales; el mirón podía haberla OBSERVADO. Setos bajos, un sendero de losas sueltas.
Descubrimiento:
Un cable que salía de la ventana de ÉL.
Y que desaparecía en el seto, fuera, bajo las piedras.
Lo agarré y tiré de él.
Saltaron unas piedras y el cable quedó tenso. Pasé a la habitación de ELLA: el cable, bajo la alfombra. Un tirón y un micrófono cubierto de yeso salta de la pared.
Recupero el cable:
La ventana de ÉL; salto al alféizar y entro. Otro tirón: tump, una grabadora bajo la cama.
Sin cinta.
Vuelvo afuera, investigo las puertas: ninguna señal de haber sido forzadas. ÉL se coló por la ventana de ELLA, supongo.
Cerré ambas puertas y registré la habitación de ÉL.
El armario:
Ropas sucias, maleta vacía, tocadiscos.
La cómoda: ropa interior, álbumes de jazz: Champ Dineen, Art Pepper. Los mismos títulos. La colección de discos rotos de Tommy K., duplicada.
El baño:
Cuchilla, crema de afeitar, champú.
Levanto la alfombra:
Revistas de chicas -Transom-, tres números. Fotos y texto: «confesiones» de una actriz de cine.
Ninguna cinta.
Aparto el colchón, palpo la almohada: un bulto duro. Rompo, rasgo:
Una bobina. La coloco en la grabadora para escucharla brevemente.
Nervios. Manoseé los objetos y eché a perder posibles huellas. Manos espasmódicas: coloco la cinta / pulso Marcha.
Ruidos, toses. Cerré los ojos e imaginé la escena: amantes en la cama. Lucille:
– ¿No te cansas de estos juegos?
Desconocido:
– Pásame un cigarrillo. -Pausa-. No, no me canso. Desde luego, tú sabes cómo hacer que…
Sollozos, distantes. Las paredes de la habitación del motel sofocando el llanto de mi hombre.
Fulano:
– …y sabes que esos jueguecitos de papá e hija tienen mucho aliciente. En realidad, con nuestra diferencia de edades, resulta un juego de cama muy natural.
Una voz culta, la antítesis de Tommy/J.C.
Sollozos, más sonoros. Lucille:
– Estos lugares están llenos de perdedores y de quejicas solitarios.
Ninguna sospecha, ningún reconocimiento, ningún miedo a escuchas o vigilancias clandestinas. Clic; una radio: «…chanson d'amour, rattatattatta, play encore». Voces confusas, clic, el fulano:
– …por supuesto, siempre está esa infección que me pasaste.
«Infección»: ¿gonorrea/sífilis?
Eché un vistazo a la bobina: la cinta se acababa.
Voces soñolientas, embarulladas: más rato del habitual con un cliente. Cierro los ojos: por favor, un juego más.
Silencio, el siseo de la cinta: amantes dormidos. Chirrido de goznes.
– ¡Dios!
Demasiado cerca. Demasiado real. ACTUAL. Ojos abiertos: un hombre blanco, plantado en la puerta.
Mierda de visión borrosa: saqué el arma, apunté, disparé.
Dos tiros: el marco de la puerta quedó astillado; otro más: los fragmentos de madera estallaron.
El hombre huyó.
Corrí afuera, apuntando.
Gritos, chillidos.
Zigzags: mi hombre esquivando el tráfico. Disparé sobre la marcha: dos tiros salieron desviados. Cuando apunté con cuidado -un blanco claro-, me vino un pensamiento: si le matas, no sabrás POR QUÉ.
Sorteando el tráfico, sin perder de vista la cabeza blanca que se escabullía. Bocinas, frenos: caras negras en la acera. Mi mancha de blancura, desapareciendo.
Tropecé, resbalé, corrí. Le perdí. A mi alrededor, todo negros.
Gritos.
Rostros negros asustados.
Mi reflejo en un escaparate: un tipo chiflado, aterrorizado.
Aflojé la marcha. Otra cristalera, más caras negras. Sigo sus miradas:
Una redada callejera: federales y negros. Welles Noonan, Will Shipstad, matones del FBI.
Agarrado, empujado, inmovilizado contra un portal. Golpeado en la nuca. Solté la pistola.
Inmovilizado por gorilas federales con traje gris. Welles Noonan me dejó sin respiración de un golpe y me escupió en la cara. Mientras pegaba:
– Esto, por lo de Sanderline Johnson.
El Moonglow. Muy pronto para Lester. Los discos de la máquina llenaban el tiempo.
Noonan, con fondo musical; repeticiones de la escena, oliendo todavía su salivazo.
Esos federales: venganza barata. De vuelta a Nat's Nest: coches patrulla acudiendo a una denuncia de disparos. Los ahuyenté y recogí las pruebas: discos, revistas, grabadora, cinta.
A continuación, llamadas:
Ordenes a Ray Pinker: busca huellas en ambas habitaciones, lleva a un dibujante y que el conserje le dé detalles del mirón. Después, que repase los álbumes de fotografías y ojalá tenga buena vista.
Jack Woods, buenas noticias: había visto a Junior, le había seguido un par de horas y le había perdido. Junior, muy ocupado sacando dinero a tres traficantes independientes. Jack me dio descripciones y números de matrícula. Su comentario, al pie de la letra:
– Parecía borracho hasta los pelos y totalmente ido. Registré su coche mientras iba a por tabaco y, ¿sabes lo que vi en el asiento de atrás? Una hipodérmica, seis latas de atún vacías y tres escopetas de cañones recortados. No sé qué tal te llevas con él pero, en mi opinión, deberías pegarle un tiro.
El disco, inconfundible: Harbor Lights, por Lester Lake. Y la moneda no era mía.
Bingo: Lester en persona, rezumando miedo.
– Hola, señor Klein.
– Siéntate. Cuéntame.
– ¿Que le cuente qué?
– A qué viene esa cara y por qué has puesto esa maldita canción.
Lester, tomando asiento:
– Me da confianza. Es estupendo saber que tío Mickey mantiene mi disco en sus Wurlitzer.
– Mickey debería retirar sus máquinas antes de que los federales le retiren a él. ¿De qué se trata? No te he visto tan asustado desde el asunto de Harry Cohn.
– Señor Klein, ¿conoce a una pareja de muchachos del señor Smith llamados sargento Breuning y sargento Carlisle?
– ¿Qué sucede con ellos?
– Bueno, están trabajando en el Seven-Seven en los ratos libres.
– Vamos, al grano.
Lester, sin aliento:
– Van por ahí intentando resolver muertes de morenos a manos de otros morenos. Se dice que con eso intentan contrarrestar toda esa posible publicidad favorable de la investigación federal. ¿Recuerda que me preguntó por un vendedor de marihuana llamado Wardell Knox? ¿Recuerda que le dije que se lo habían cargado persona o personas desconocidas?
Tommy K. había delatado a Knox a Narcóticos; Dan Wilhite se lo había dicho a Junior.
– Recuerdo.
– Entonces, recordará que le dije que Wardell era un buscacoños con un millón de enemigos. El tipo jodía con un millón de mujeres, incluida esa negra de pelo amarillo, Tilly Hopewell, que yo también me estaba tirando. Señor Klein, he oído que los muchachos del señor Smith me andan buscando porque les ha llegado el absurdo rumor de que fui yo quien se cargó al jodido Wardell, y me huelo que la han tomado conmigo para engrosar su apresurada estadística. Pero lo que usted quiere es información sobre los jodidos Kafesjian y sus jodidos socios conocidos, de modo que tengo una verdadera sorpresa para usted y es que, hace muy poco, he oído que el chiflado de Tommy Kafesjian le dio el pasaporte a Wardell, más o menos por septiembre; un jodido asunto de drogas o un lío de faldas, porque Tommy también estaba viéndose de vez en cuando con esa belleza, Tilly Hopewell.
Sin aliento/jadeante.
– Mira, hablaré con Breuning y Carlisle. Te dejarán en paz.
– Sí, quizá sea así, porque el viejo casero, Dave Klein, conoce a la gente indicada. Pero el señor Smith odia a los morenos. Y no creo que su gente le vaya a cargar el trabajo de Wardell Knox a Tommy K., su estupendo soplón hijo de puta.
– Vamos, Lester, ¿qué pretendes, cambiar el mundo o salir de este apuro?
– Lo que quiero es que me concedas otro mes libre de alquiler por toda la buena información que te consigo sobre la jodida familia Kafesjian.
Harbor Lights sonó otra vez. Lester:
– Y, hablando de ellos, he oído que la hija es una semiprofesional de la calle. He oído que Tommy y J.C. le zurran a mamá Kafesjian, y que a ella le gustan los golpes. He oído que mamá Madge Kafesjian tuvo un lío con Abe Voldrich, su mano derecha en el negocio de la droga, que además es el encargado de una de las tiendas de lavado en seco. He oído que Voldrich seca grandes cantidades de marihuana en las grandes secadoras de la lavandería. He oído que el sistema de la familia para mantener buenas relaciones con los traficantes rivales es recibir comisiones de pequeños camellos independientes a los que toleran, pero que ninguna organización importante intentaría nunca pisar el Southside porque saben que el LAPD se le echaría encima sólo para complacer a esos jodidos armenios. He oído que los únicos camellos a los que delatan son los independientes que no quieren pagarles tributo por actuar en su territorio. He oído que la familia está muy apegada, aunque no se traten entre ellos con demasiado respeto. He oído que aparte de Voldrich y esa morena que le hace tilín a Tommy K., la familia sólo tiene empleados y clientes, ningún jodido amigo. He oído que Tommy tenía amistad con un blanquito llamado Richie no sé qué más. He oído que soplaban juntos esas malas cornetas sin gracia, como si se creyeran llenos de talento. Ese robo del que me habló usted, esa chifladura de los perros abiertos en canal, la vajilla de plata robada y demás mierda… no he oído nada al respecto. También he oído que piensa usted subir el alquiler en mi edificio, de modo que…
Le interrumpí:
– ¿Qué me dices de Tommy follando con Lucille?
– ¿Qué quiere que le diga? No he oído nada parecido. He dicho que la familia estaba apegada, no encamada.
– ¿Y qué hay de ese Richie?
– Mierda, ya le he contado todo lo que he oído, ni más ni menos. ¿Quiere que…?
– Sigue preguntando por él. Puede estar relacionado con ese mirón que ando buscando.
– Sí, ya me ha hablado de ese hijo de puta mirón. Escuche, señor Klein, yo sé cómo sacarle jugo a lo que me cuenta cualquiera, de modo que he estado preguntando por ahí, pero no me he enterado de nada. Y ahora, sobre el aumento del alquiler…
– Pregunta por ahí si los Kafesjian también andan buscando al mirón. Tengo el presentimiento de que saben quién es el ladrón.
– Y yo tengo el presentimiento de que Dave Klein, el casero, me va a subir el alquiler.
– No, y te prolongo hasta enero. Si se presenta Jack Woods a cobrar, llámame.
– ¿Qué hay de los muchachos del señor Smith que me pisan los talones?
– Me ocuparé de eso. ¿Conoces la dirección de Tilly Hopewell?
– ¿Saben bailar mis hermanos de raza? ¿Me he dejado alguna vez el dinero en ese nido de amor?
– Lester…
– South Trinity, 8491, apartamento 406. ¡Eh!, ¿adónde va?
– Al boxeo.
– ¿Moore y Ruiz?
– Ajá.
– Apueste por el mexicano. Estuve liado con la hermana de Stevie Moore y me dijo que su hermano no encajaba bien los golpes al estómago.
Llegué a la fila de ring mostrando la placa.
Descanso del sexto asalto: chicas paseando con los carteles. Cánticos de los espectadores: «¡Dodgers, no! ¡Ruiz es un traidor!» Abucheos, gritos: pachucos contra comunistas.
La campana.
El estilista Reuben, girando en círculos; Moore, punteando con la derecha. Clinch en el centro del cuadrilátero: Ruiz soltó el puño, Moore se quedó sin respiración.
¡Break! ¡Break!: el árbitro intervino y ordenó seguir.
Moore acechando, agachado: codos arriba, abierto de piernas. Reuben buscando la cabeza: ganchos fallados por poco en el momento de retroceder.
Reuben, indolente. Reuben, aburrido.
Una súbita intuición: combate amañado.
Moore: sin clase, sin fuerza. Ruiz: ganchos flojos, directos lentos.
Moore, cazando moscas y buscando aire; Reuben, tragándose golpes fáciles de bloquear: la guardia, abierta de par en par.
Ruiz: un gancho de izquierda indolente.
Moore buscando aire con la guardia baja.
Un golpe del mexicano y besa la lona quien no debe.
Vítores de los pachucos.
Abucheos de los rojillos.
Reuben -esa expresión de «¡oh, mierda!»- retardó el inicio de la cuenta. Perdiendo el tiempo, se encaminó hacia el rincón neutral con toda parsimonia.
…Seis, siete, ocho… Moore, en pie. Tambaleándose.
Ruiz ocupando sin ganas el centro del ring. Moore retrocediendo: golpes al aire. Sucesión de fallos: Reuben lanza los puños diez, doce, catorce veces, todos desviados. Un auténtico ventilador.
Ruiz simulando jadeos; bajando los brazos con fingido agotamiento. Moore lanza un golpe abierto y flojo.
El roqueño Reuben se tambalea.
Moore: más caricias, izquierda/derecha.
Reuben cae a la lona: ojos en blanco, tongo. Siete, ocho, nueve, diez… Moore besó a Sammy Davis Jr. en la primera fila de asientos.
Pelea en las gradas: ¡a por los rojos! Los hispanos arrojando vasos de cerveza llenos de meados. Carteles por escudo, en vano. Los pachucos avanzaron blandiendo cadenas de bicicleta.
Busqué una salida. Un café en el bar de la esquina, dejar que las cosas se enfriaran. Veinte minutos y volví: un montón de coches patrulla y comunistas esposados.
Dentro otra vez, sigo el hedor a linimento. Vestuarios. Ruiz, a solas, devorando un plato de tacos.
– Bravo, Reuben. La mejor pelea amañada que he visto nunca.
– Sí, y el alboroto tampoco ha estado mal. Oiga, teniente, ¿qué le dicen todos esos ganchos al aire?
Cerré la puerta por el alboroto en el pasillo: periodistas y Moore.
– Que sabes entretener a lo más selecto.
Reuben, dando tragos a una cerveza:
– Espero que Hogan Kid Bassey haya visto la pelea, porque el trato era que Moore alcanza la ronda eliminatoria del peso gallo y yo subo a los plumas y peleo con él. Le daré una buena paliza, créame. Oiga, teniente, no habíamos vuelto a hablar desde la noche que Sanderline saltó.
– Llámame Dave.
– Oiga, teniente: un negro y un mexicano saltan de la ventana de un sexto piso al mismo tiempo. ¿Quién llega al suelo primero?
– Ya lo he oído, pero cuéntalo de todas formas.
– El negro, porque el pachuco tiene que detenerse en plena caída para pintar con spray en la pared: «Ramón y Kiki por vida.»
Ja, ja. Por cortesía.
– Bien, teniente, sé que vio usted a Will Shipstad ocupándose de mi protección en Chavez Ravine. Deje que les tranquilice otra vez a usted y al señor Gallaudet: sigo estándoles agradecido por haberme conseguido este trabajo que llaman de «relaciones públicas», sobre todo porque así he podido sacar de otro lío al desgraciado de mi hermano. De modo que sí, vuelvo a ser un testigo federal, pero Noonan sólo me quiere para declarar sobre un asunto de apuestas que ya es pan rancio, y yo nunca delataría a Mickey C, teniente, ni a su amigo, Jack Woods.
– Siempre he supuesto que sabías actuar.
– ¿Quiere decir actuar para lo más selecto?
– Sí. Los negocios son los negocios, de modo que uno ha de joder a los suyos para estar a bien con el fiscal del Distrito.
Con una ancha sonrisa:
– Tengo una familia propensa a los problemas, teniente, y he llegado a la conclusión de que me importa más que los mexicanos en general, de modo que beso unos cuantos culos para que unos… ¿cómo llamarlos, caseros de barrio pobre? como usted y su hermana puedan seguir cebándose. ¿Sabe, Dave?, la maldita Oficina de Tierras y Caminos ha estado inspeccionando esas casuchas de Lynwood. Parece que los peces gordos quieren instalar a mis pobres hermanos desahuciados en esa especie de casa de putas reformada, así que tal vez usted y su maldita hermana casera puedan participar en el negocio.
Un tipo listo; joderle la bravata:
– Sabes muchas cosas de mí.
– Sí, Dave Klein, «el Contundente». La gente habla de usted.
Cambio de tema:
– ¿Johnny Duhamel es marica?
– ¿Está loco? Es el cazaconejos para acabar con los cazaconejos.
– ¿Le has visto últimamente?
– Estamos en contacto. ¿Por qué?
– Sólo por saberlo. Se ocupa del robo de pieles de Hurwitz y es un caso grande para un agente inexperto. ¿Ha hablado del asunto contigo?
Reuben mueve la cabeza con cautela.
– No. Casi siempre habla de ese trabajo en la brigada Antibandas que tiene ahora.
– ¿Algo en concreto?
– No. Dijo que se supone que no debe hablar de ello. Eh, ¿a qué vienen tantas preguntas?
– ¿A qué viene esa cara de pena, de pronto?
Ganchos, directos: zumbidos en el aire.
– Vi a Johnny hace una semana, quizá. Me contó que había estado haciendo algunas maldades. Johnny no… ¿cómo se dice?…, no entró en detalles, pero dijo que necesitaba una paliza como penitencia. Nos calzamos los guantes y me dejó sacudirle un rato. Recuerdo que él tenía ampollas en las manos.
Huellas de manguera de goma. Probablemente, Johnny la odia.
– ¿Recuerdas al sargento Stemmons, Reuben?
– Claro. Su socio en el hotel. Buen corte de pelo, pero un tipo de poco fiar, si quiere mi opinión.
– ¿Lo has visto?
– No.
– Johnny te ha mencionado su nombre alguna vez?
– No. Eh, ¿a qué viene este interés por Johnny?
– Mero interés -repliqué con una sonrisa.
– Claro. Muy sutil, teniente. Escuche éste: ¿qué sale de la mezcla de un negro y un mexicano?
– No lo sé.
– Un ladrón demasiado vago para robar.
– Muy bueno. Para partirse de risa.
Reuben, acariciando una Schlitz:
– Pues no oigo que se ría tanto. Y adivino lo que está pensando: «En Chavez Ravine, Reuben dijo que teníamos que hablar.»
– Hablemos, pues.
Pachuco puro: Reuben destapó la botella con los dientes y dio un trago.
– Oí a Noonan hablando con Will Shipstad acerca de usted. Noonan no le puede ver ni en pintura. Está convencido de que empujó a Johnson por la ventana y de que le dio una paliza a un tipo llamado Morton Diskant. Intentó hacerme decir que había oído que usted tiró a Johnson y juró que le iba a bajar los humos.
Estudio criminológico en el escritorio del salón de mi casa.
Espolvoreé las revistas, la grabadora, las bobinas: varias huellas dactilares parciales y cuatro impresiones ocultas idénticas. Marqué las mías para comparar; un vistazo confirmó que correspondían a mis torpes dedos.
Sonó el teléfono:
– ¿Sí?
– ¿Dave? Ray Pinker.
– ¿Has terminado?
– Terminado, eso es. En primer lugar, no hay huellas latentes aprovechables de ningún sospechoso, y hemos echado polvos en todas las superficies tocables de ambas habitaciones. Tomamos las huellas del encargado de recepción, que también es el propietario, del conserje y de la camarera, todos negros. Las suyas fueron las únicas que encontramos. No había nada más.
– Mierda.
– Bien resumido. También cogimos la ropa del hombre y analizamos los calzoncillos manchados de semen. También es 0 positivo y tiene las mismas características que el otro. Tu ladrón o lo que sea es todo un adicto a los moteles.
– Mierda.
– Bien dicho, pero hemos tenido más suerte con la reproducción fisonómica. El tipo del hotel y el dibujante han elaborado un retrato y lo tienes esperando en la oficina. Y ahora…
– ¿Y las fotos de los álbumes de identificación? ¿Le has dicho al tipo que le necesitaremos para echarles una ojeada?
Ray suspiró, medio enojado.
– Dave, el tipo se ha largado a Fresno. Dejó entrever que nuestro comportamiento le molestaba. Yo le ofrecí una cantidad en nombre del LAPD para reparar la puerta contra la que disparaste, pero el hombre dijo que no cubriría la molestia. También dijo que no intentaras buscarle porque se marchaba sin dejar señas. No le insistí para que se quedara porque dijo que pondría una demanda por la puerta que estropeaste.
– Mierda. Ray, ¿comprobaste…?
– Dave, te llevo mucha delantera. Sí, pregunté a los otros empleados si habían visto al inquilino de esa habitación. Los dos dijeron que no, y les creo.
Mierda. Joder.
Ray, medio enfurruñado:
– Muchas molestias por un simple 459, Dave.
– Sí. Y no me preguntes por qué.
Clic. Un zumbido en el oído.
Adelante; seguir empolvando:
Huellas parciales en las tapas de los álbumes; los discos en sí, con los microsurcos, no recogían las impresiones dactilares. Champ Dineen en mi tocadiscos: Muuuy Calmoso, El Champ interpreta al Duke.
Música de fondo. Hojeé la Transom.
Piano/saxo/bajo: suave. Fotos de chicas insinuantes: M.M., la sirena rubia, loca por el andrógino R.H.: la chica hará cualquier cosa por enderezarle. J.M., la ninfo, con sus gigantescos encantos, busca machos bien dotados en el gimnasio Easton's. Sólo veinticinco centímetros o más, por favor; J.M. lleva una regla para comprobarlo. Ultimas conquistas: F.T., gigantón de películas de serie B; M.B., escritor de chistes; G.C., lacónico astro de westerns.
Saxo susurrante, contrabajo como el latir del corazón.
Texto: los tesoros del vendedor viajante. Foto: mujeres de tetas enormes que rebosaban de los sujetadores. Trinos del piano, magníficos.
Un número atrasado, Dineen filtrándose. Transom, junio del 58:
M.M. y M.M. aficionada al béisbol; su pasión por J.D.M. la empujaba a los bateadores. El ostentoso hotel Plaza, estancia de diez de la mañana a diez de la noche.
Solo de saxo alto: Glenda/Lucille/Meg, girando en un torbellino.
Anuncios: alargadores de pene, cursos de Derecho por correo Moon índigo en versión Dineen: instrumentos de viento graves.
Una historia de papá/hija. El texto: como introducción, un diálogo. Las fotos: una morena rolliza, luciendo un biquini.
– Bueno… te pareces a mi papá.
– ¿Me parezco? Bueno, sí, soy lo bastante viejo. Supongo que un juego es un juego, ¿no? Puedo hacer de padre porque encajo en el papel.
– Bueno, como dice la canción, «Mi corazón pertenece a papa».
Ojeo el texto:
La huérfana Loretta arde en deseos de un papaíto. El malvado Terry la desfloró y ella, a su pesar, aún siente algo por él. Se vende a hombres mayores y un predicador la mata. Foto adjunta: la chica, estrangulada con la cadena de contrapeso de una ventana.
Champ Dineen, rugiendo. Repaso la historia:
Loretta, igual a Lucille; Terry, igual a Tommy. La «huérfana»
Loretta, sin explicación. Papá J.C., objeto del deseo de Lucille; difícil de creer que ella ande caliente por ese pájaro grasiento.
Pongamos que un mirón escuchó el diálogo.
Pongamos que ese mirón fue el «escritor».
Transom, julio del 58: pura bazofia sobre artistas de cine. Busco la cabecera: una dirección de Valley. A visitar mañana.
Sonó el teléfono. Bajé el volumen. Descolgué.
– Glen…
– Sí. ¿Tienes poderes mentales, o sólo esperanza?
– No lo sé, quizás ambas cosas. Escucha, me acercaré por el plató.
– No. Sid Frizell está filmando algunas escenas nocturnas.
– Iremos a un hotel. No podemos usar mi casa ni la tuya. Es demasiado arriesgado.
Aquella risa.
– Lo he leído hoy en el Times. Howard Hughes y su séquito han salido hacia Chicago para una reunión con el departamento de Defensa. La «residencia de actriz» de Hollywood Hills está disponible, David, y tengo una llave.
Después de medianoche. Por seguridad.
– ¿Dentro de media hora?
– Sí. Te echo de menos.
Colgué el teléfono y subí el volumen. Ellington/Dineen: Cottontail. Recuerdos: año 42, cuerpo de Marines. Meg, la canción: bailando en la terraza de El Cortez.
Todavía en carne viva; dieciséis años echados a perder. El teléfono, a mano. Hazlo.
– ¿Diga?
– Me alegro de encontrarte, pero imaginaba que estarías detrás de Stemmons.
– Tenía que dormir un poco. Escucha, negrero…
– Mátale, Jack.
– Por mí, de acuerdo. ¿Diez?
– Diez. Acaba con él y dame un poco de tiempo.
Hollywood Hills, un caserón de estilo español junto a Mulholland. Luces encendidas, el coche de Glenda frente a la puerta. Veintitantas habitaciones: el picadero supremo.
Aparqué; los faros en un Chevrolet del 55. Familiar, malo: el coche de John Miciak.
Me aseguro, pongo las luces largas: calcomanías de Hughes Aviación en el parachoques trasero.
Silencio de madrugada: grandes ventanales a oscuras, sólo una iluminada.
Me apeo y escucho. Voces -él, ella- amortiguadas.
Me acerco, pruebo la puerta principal. Cerrada. Voces: la de él, irritada; la de ella, tranquila. Rodeo la casa y escucho. Miciak:
– …podrías tenerlo peor. Escucha, tú cumple conmigo y sigue fingiendo con Klein. Le he visto acudir a verte a Griffith Park y, por lo que a mí respecta, puedes seguir liada con él. El señor Hughes no tiene por qué enterarse; tú pórtate bien conmigo y consigue de Klein ese dinero que quiero. Sé que lo tiene porque está relacionado con algunos hampones. Me lo ha dicho el propio señor Hughes.
Glenda:
– ¿Cómo sé que sólo es cosa tuya?
– Porque Harold John Miciak es el único tipo de Los Ángeles lo bastante hombre como para meterse en los asuntos del señor Hughes y de ese policía que se cree tan duro.
Un rodeo hasta la ventana del comedor. Rendijas en las cortinas. Observo:
Glenda retrocediendo poco a poco; Miciak avanzando hacia ella, contoneando las caderas.
Movimientos lentos, los dos. Detrás de Glenda, un juego de cuchillos.
Probé a abrir la ventana. No cedió. Glenda:
– ¿Cómo sé que sólo es cosa tuya?
Una mano tantea a su espalda, la otra extendida delante: «Acércate más.» Su voz:
– Creo que nos vamos a entender.
La parte trasera de la casa, una puerta lateral; cargué con el hombro, cedió, entré a la carrera.
El pasillo, la cocina, allí…
Un cuerpo a cuerpo: él, alargando las manos; ella, asiendo cuchillos con las suyas.
Entumecido, a cámara lenta. Incapaz de moverme. Paralizado, conmocionado, contemplo:
Cuchillos que descienden -sobre la espalda de Miciak, sobre su cuello- y se hunden hasta la empuñadura. Crujidos de huesos. Glenda hurgó en las heridas: ambas manos bañadas en sangre. Miciak revolviéndose CONTRA ELLA…
Otras dos hojas afiladas rasgan su carne. Glenda lanza estocadas a ciegas.
Miciak alcanza el juego de cuchillos, empuña una cuchilla de carnicero.
Me acerco trastabillando -las piernas, entumecidas-, huelo la sangre…
Miciak descargó un golpe, falló, se lanzó de nuevo a por el juego de cuchillos. Glenda la emprendió de nuevo: le hundió el metal en la espalda, en el rostro. La hoja afilada le arrancó las mejillas.
Barboteos/chillidos/gemidos: Miciak muriendo a gritos. Mangos de cuchillo sobresaliendo de su cuerpo en ángulos extraños.
Le arrojé al suelo, hurgué con los cuchillos, le rematé.
Glenda: ni un solo grito. Y esa mirada: CALMA, ya he estado aquí otra vez.
CALMA:
Apagamos las luces y esperamos diez minutos. Fuera, ninguna reacción. A continuación, planes: cuchicheos en voz baja, abrazados. Ensangrentados.
Por suerte, no había alfombra en el comedor. Nos duchamos y nos cambiamos de ropa (Hughes tenía un guardarropía masculino/femenino). Recogimos la ropa sucia y limpiamos el suelo, los cuchillos y la caja.
En un armario había mantas: envolvimos a Miciak en una
de ellas y le encerramos en el portaequipajes de su coche. Las dos menos diez. Salí; volví a entrar. Ningún testigo. Salí de nuevo y regresé otra vez. Nuestros coches, aparcados en lugar seguro debajo de Mulholland.
Un plan. Una cabeza de turco: el Diablo de la Botella, el asesino en libertad favorito de Los Angeles.
Al volante del coche de Miciak, yo solo, hasta Topanga Canyon. Campo Infantil Hillhaven: difunto, territorio de vagabundos. Con la linterna, eché un vistazo a las seis cabañas: ningún indigente instalado allí.
Aparqué el coche fuera de la vista.
Lo limpié.
Arrojé el cuerpo dentro de una de las cabañas: la del Cachorro de Jaguar.
Estrangulé el cadáver para ajustarme al modus operandi del asesino. Lo arrastré sobre el serrín del suelo para obstruir las heridas. Lógica forense: los cuerpos extraños de las heridas impedían determinar el tipo concreto de arma blanca utilizado.
Lógica de la esperanza:
Howard Hughes, reacio a la publicidad, tal vez no pusiera mucho interés en encontrar al asesino de aquel hombre.
Regresé a la autopista de la costa caminando. Rezumando un miedo CALMADO…
Acosado esporádicamente por presuntos perseguidores.
Ser seguido aquella noche significaría lamentarlo el resto de la vida.
Glenda me recogió en la autopista. De vuelta en Mulholland, cada uno en su coche hasta mi casa.
Acostados, sólo para hablar. Conversación trivial, por voluntad de ella. La escena de los cuchillos en Cinemascope y Technicolor. Me esforcé en convencerme que no le había gustado hacerlo.
Descargué un puñetazo en la almohada junto a su rostro. Enfoqué la lámpara de la mesilla de noche a sus ojos. Le dije: Mi padre mató un perro a tiros/yo incendié su cobertizo de herramientas/él pegó a mi hermana/yo le disparé, la pistola se encasquilló/esos jodidos Dos Tonys maltrataron a mi hermana/me los cargué/maté a otros cinco hombres/cogí dinero… ¿Qué te da derecho a jugar tan fuerte?
Golpeo la almohada, obligo a Glenda a hablar. Sin elegancia, sin lágrimas:
Glenda iba de un sitio a otro, sirviendo bandejas en autorrestaurantes, aspirante a actriz. Se acostaba por dinero para pagar el alquiler; un tipo se lo contó a Dwight Gilette. Él le hizo una propuesta: enviarle clientes, al cincuenta por ciento. Ella accedió y cumplió: la mayoría, pelagatos. Una vez, Georgie Ainge; sin malos tratos por parte de éste, pero palizas habituales de Gilette.
Se volvió loca. Le entró esa idea de aspirante a actriz: comprarle un arma a Georgie y asustar a Dwight. La aspirante a actriz, ahora con utilería: una pistola de verdad.
Dwight le hizo llevar a las «sobrinas» de él a casa de su «hermano» en Oxnard. Fue divertido: dos negritas espabiladas. Una semana después, sus fotos en la tele:
Dos niñas de cuatro años encontradas muertas en una alcantarilla de Oxnard. Torturadas, violadas y muertas de hambre.
La aspirante a actriz, chica de los recados. Ahora, actriz de verdad. Un pensamiento:
Matar a Gilette. Antes de que envíe más niñas al matadero.
Lo hizo.
No le gustó hacerlo.
De cosas así, uno no sale tan fresco; sale arrastrándose como puede.
La abracé.
Hablé por los codos de los Kafesjian.
Champ Dineen nos arrulló el sueño.
Desperté temprano. Oí a Glenda en el baño, sollozando.
Harris Dulange: cincuenta años, mala dentadura:
– Como tanto yo como la revista estamos más limpios que el culo de un gato, le voy a explicar cómo funciona Transom. Primero, contratamos prostitutas o aspirantes a actriz en apuros para tomar las fotos. El material escrito es de su seguro servidor, el redactor jefe, o es obra de alumnos de la facultad que ponen en papel sus fantasías a cambio de ejemplares gratis. Es lo que en nuestra revista Hush-Hush llamamos «insinuaciones». Colocamos esas iniciales de estrellas de cine en nuestras historias para que nuestros lectores (débiles mentales, lo reconozco) piensen: «¡Vaya!, ¿de veras hablan de Marilyn Monroe?»
Yo, cansado.
Había pasado por la oficina a primera hora para conseguir el retrato robot de Pinker. Exley dijo que no se distribuyera a todas las unidades. La noche anterior me había dejado demasiado agotado como para replicarle.
– ¿Está usted soñando, teniente? Sé que ésta no es la oficina más bonita del mundo, pero…
Saqué el número de junio del 58.
– ¿Quién escribió esa historia de padre e hija?
– No es preciso que me la enseñe. Si es de morenas rollizas ardiendo de deseo por un sucedáneo de papá, la escribió Champ Dineen.
– ¿Qué? ¿Usted sabe quién es Champ Dineen?
– Quién era, porque murió hace algún tiempo. Ya sé que el tipo utilizaba un seudónimo.
Mostré a Dulange el retrato robot que había conseguido Pinker. El hombre no mostró la menor reacción.
– ¿Quién es?
– Puede que el tipo que escribió esas historias. ¿Le ha visto alguna vez?
– No. Sólo hablamos por teléfono. Pero en ese retrato sale bastante guapo. Es sorprendente. Yo imaginaba que el tipo sería un monstruo.
– ¿Le dijo si su nombre auténtico era Richie? Eso podría ser una pista para su identificación.
– No. Sólo hablamos por teléfono en una ocasión. Me dijo que se llamaba Champ Dineen y yo pensé: «Estupendo, y único en Los Angeles.» Teniente, permítame una pregunta: ¿Ese falso Champ tiene alma de mirón?
– Sí.
Dulange, asintiendo y estirándose:
– Hace unos once meses, hacia Navidad, ese pseudo Champ me llama como caído del cielo. Dice que ha tenido acceso a un buen material en la onda Transom, algo así como una mirada furtiva a un prostíbulo. «Estupendo -le dije-. Mándeme unas copias; quizás hagamos negocios.» Entonces, el tipo me envió dos historias. La dirección del remitente era un apartado de correos y pensé, «¡Vaya! ¿Andará huido de la policía, o acaso vive en un apartado postal?»
– Siga.
– El material merecía la pena. Incluso merecía dinero, y yo rara vez pago por el texto, sólo por las fotos. En cualquier caso, eran dos historias de papá y su niñita y los diálogos eran realistas, como si el tipo los hubiera escuchado mientras se dedicaban a sus cochinadas. Las otras historias no eran tan buenas, pero le envié un billete de cien sin anotarlo en los libros. Y además una nota: «Mantenga viva la llama. Su material me gusta.»
– ¿Le manda los textos manuscritos?
– Sí.
– ¿Los guarda?
– No. Los paso a máquina y luego los tiro.
– ¿Y lo ha hecho siempre con todos los papeles que le ha enviado?
– Exacto. Hemos sacado cosas de ese Champ en cuatro números, y las cuatro veces me he encargado de mecanografiarlos y de tirar los manuscritos. El número que me ha enseñado es de junio del cincuenta y ocho. Champ también aparece en los de febrero, mayo y septiembre. ¿Quiere ejemplares? Puedo hacer que se los envíen del almacén; quizás en una semana.
– ¿No antes?
– ¿Los espaldas mojadas que tienen trabajando ahí? Para ellos, una semana es Speedy Gonzales.
Le dejé una tarjeta.
– Mándelos a mi oficina.
– Está bien, pero le decepcionarán.
– ¿Por qué?
– El Champ es un tipo de piñón fijo. Siempre escribe encuentros casi incestuosos protagonizados por morenas rollizas. Me parece que empezaré a revisar los textos y cambiar cosas. Rita Hayworth intentando tirarse a un sustituto de su padre resulta más picante, ¿no le parece?
Inquieto por Glenda.
– ¿Le paga por cheque?
– No, siempre en metálico. Cuando hablamos por teléfono me dijo que sólo aceptaba metálico. Teniente, le noto impaciente, así que se lo diré: Busque el apartado 5841 de la oficina central de Correos. Ahí es dónde envío el dinero. Siempre en metálico, y si está usted pensando en denunciarme a Hacienda, no lo haga, porque lo de ese Champ está cubierto bajo varias notas de gastos de poca cuantía.
Acalorado; los sudores matinales.
– ¿Qué le pareció esa única vez que habló con él?
– Me pareció un absoluto inútil que siempre ha querido ser un músico de jazz. ¿Oiga, sabe que mi hermano pequeño fue sospechoso en el caso de la Dalia Negra?
¿Apostarme junto al apartado de correos?: me llevaría demasiado tiempo. ¿Conseguir una orden para registrar el contenido?: no. ¿Reventar la caja?: sí. Llamar a Jack Woods.
Monedas en un teléfono:
Jack: sin respuesta. Meg: saca diez de cien de nuestra cuenta de alquileres. Está bien, dice ella, sin pedir razones. Novedades: ella y Jack volvían a estar liados. Reprimí una broma sin gracia: dale los billetes a él, porque va a matar a Junior por orden mía.
A tiros, a cuchilladas, a golpes… Una imagen: Junior, muerto.
Miciak, convertido en un alfiletero. La imagen/la sensación: hojas de cuchillo clavadas en su espina dorsal.
Más llamadas:
Mick Breuning y Dick Carlisle; la calle Setenta y siete, la brigada: sin suerte. Imagino a Lester Lake cagado de miedo: policías enviados a detenerle con falsas pruebas.
Imagino a Glenda: «Mierda, David, me has pillado llorando.»
Bajé al barrio negro, un paseo en busca de nombres. Bares y clubes de jazz abiertos ya. Adelante. Nombres:
Tommy Kafesjian, Richie (¿un viejo amigo de Tommy?). Tilly Hopewell, consorte; Tommy y el difunto Wardell Knox. Mi comodín: Johnny Duhamel, policía ex boxeador.
Nombres mencionados a:
Chicas de bar, drogadictos, vagos, amigos de la botella, camareros. Sus respuestas: Richie, caras inexpresivas. Mirones blancos, nada. Wardel Knox, «está muerto y no sé quién lo hizo». Johnny, «el Escolar», sólo conocido por el boxeo.
El retrato robot del mirón: cero identificaciones.
Anochecer: más clubes abiertos. Más nombres; nulos resultados. Eché un vistazo al tráfico de máquinas tragaperras por puro reflejo. En el Rick Rack, un grupo de recaudadores -blancos/hispanos-; al otro lado de la calle, federales con la cámara preparada. Los hombres de las máquinas de Mickey recogidos en película. Mickey, suicida.
Un montón de Plymouth policiales: federales, del LAPD. Accesos intermitentes de desasosiego: ¿me habría seguido alguien ANOCHE? Me detuve junto a una cabina. Estaba sin monedas; usé fichas falsas. Glenda -en mi casa, en la suya-, sin respuesta. Jack Woods, sin respuesta.
Me acerqué por el Bido Lito's. Dejé caer nombres; dejé caer mierda: no conseguí más que risas burlonas.
Dos copas, mínimo. Ocupé un taburete y pedí dos whiskys. Ojos de vudú: negros de pared a pared.
Apuré la bebida enseguida: dos copas, no más. Calentado por el licor, una idea: esperar a Tommy K. y llevarlo fuera a empujones. ¿Te follas a tu hermana/se la folla tu padre? Zurrarle con el puño americano en los nudillos hasta que escupiera la mierda de la familia.
El encargado de la barra dijo que tenía la tercera copa preparada; le dije que no. Un combo preparándose; hice una seña al saxo para que se acercara. Llegamos a un acuerdo: veinte dólares por un pupurri de Champ Dineen.
Las luces, amortiguadas. Vibráfono/batería/saxo/trompeta. ¡Ya…!
Temas: sonoros/rápidos, suaves/lentos. En voz baja, el barman me habló del mítico Champ Dineen.
La historia:
Salió de ninguna parte. Parecía blanco, pero el rumor convirtió su sangre en mestiza. Tocaba el piano y el saxo bajo, componía jazz y grabó algunos discos. Un tío guapo, muy colgado: follaba en las cabinas para mirones y nunca se dejaba tomar fotos. Champ enamorado: de tres hermanas, niñas ricas, y su madre. Cuatro mujeres, nacieron cuatro hijos. El papá rico y cornudo se cargó a Champ a tiros.
Una copa sobre la barra. La engullí de un trago. Mi legendario mirón: encajarlo en aquella historia.
Sólo tal vez: las cabinas para mirones encajaban con Transom; la intriga familiar encajaba con KAFESJIAN.
Salí a la carrera. Crucé la calle hasta una cabina telefónica. El número de Jack Wood, tres llamadas…
– ¿Diga?
– Soy yo.
– Dave, no preguntes. Todavía estoy buscándole.
– Está bien, no se trata de eso.
– ¿Entonces…?
– Hay dos billetes más para ti, si quieres. ¿Conoces la oficina de Correos del centro, la que está abierta toda la noche?
– Claro.
– Apartado 5841. Fuérzalo y tráeme el contenido. Espera hasta las tres, más o menos, y no te verá nadie.
Jack soltó un silbido.
– Estás metido en problemas con los federales, ¿verdad? Sería inútil pedir una orden de registro, así que…
– ¿Sí o no?
– Sí. Me gusta verte en problemas: eres generoso. Llámame mañana, ¿de acuerdo?
Colgué. Me asaltó un recuerdo: números de matrícula. Los coches de los tipos exprimidos por Junior que Jack había visto durante su vigilancia. Saqué el bloc de notas y llamé a Tráfico.
Lento: cantar los números, esperar. El aire frío absorbió mi sofoco del alcohol y me aclaró la cabeza: traficantes exprimidos, posibles soplones de Junior/de Tommy.
Resultado:
Patrick Dennis Orchard, varón caucasiano, S. High Point, 1704 1/2; Leroy George Carpenter, varón negro, calle Setenta y uno W., 819, # 114; Stephen NC Wenzel, varón caucasiano, S. St. Andrews, 1811, # B.
Dos blancos; sorprendente. Pienso: Lester Lake me dio la dirección de Tilly Hopewell. Aquí está: South Trinity, 8491, # 406.
No está lejos; llego enseguida. Un edificio de cuatro pisos. Aparco junto al bordillo.
No hay ascensor. Subo al último piso a pie. 406: llamo al timbre.
Chasquidos en la mirilla.
– ¿Quién es?
– Policía.
Ruido de cadena, la puerta se abre. Tilly, una treintañera, negra clara; quizá medio blanca.
– ¿Señorita Hopewell?
– Sí. -Ningún acento negro.
– Sólo unas preguntas.
Ella se hizo a un lado, muerta de miedo. El saloncito, mísero, limpio.
– ¿Es usted de Libertad Provisional?
Cerré la puerta.
– No. LAPD.
– ¿Narcóticos? -Piel de gallina.
– Subdirección Administrativa.
Ella agarró unos papeles de encima del televisor.
– Estoy limpia. Acabo de pasar el test de nalorfina hoy mismo, vea.
– No me interesa.
– ¿Entonces…?
– Empecemos por Tommy Kafesjian.
Tilly retrocedió, rozó una silla y se derrumbó en ella:
– ¿Qué es esto, señorito policía?
– Déjate de «señoritos». Tú no eres de esa clase de negras. Tommy Kafesjian.
– Conozco a Tommy.
– Y has intimado con él.
– Sí.
– Y también has intimado con Wardell Knox y con Lester Lake.
– Es verdad, pero no soy de esa clase de negras que consideran eso un gran pecado.
– Wardell está muerto.
– Ya lo sé.
– Tommy le mató.
– Tommy es malo, pero yo no digo que matara a Wardell. Y, si lo hizo, es un protegido del LAPD, de modo que no conseguirá de mí nada que no sepa ya.
– Eres una chica lista, Tilly.
– ¿Quiere decir «lista, para ser negra»?
– Ser lista es ser lista. Ahora, dame un motivo para que Tommy matara a Wardell. ¿Fue por mala sangre respecto a ti?
Sentada muy modosa; una maestra de escuela drogadicta.
– Tommy y Wardell no se cegarían nunca hasta ese punto por una mujer. No digo que Tommy le matara pero, si lo hizo, sería porque Wardell se retrasó en el pago de alguna partida de drogas. Lo cual no tiene ninguna importancia para ustedes, teniendo en cuenta las cestas de Navidad que envía el señor Kafesjian a la central.
Cambio de tema:
– ¿Te cae bien Lester Lake?
– Claro que sí.
– No quieres verle encerrado por un asesinato que no ha cometido, ¿verdad?
– No, pero, ¿quién dice que tal cosa vaya a ocurrir? Cualquier estúpido puede ver que Lester no es de la clase de hombres que mataría a otro.
– Vamos, vamos. Sabes que las cosas no funcionan así.
Tilly, algo ansiosa; descartada esa rehabilitación de la droga.
– ¿Por qué se interesa tanto por Lester?
– Nos ayudamos mutuamente.
– ¿Quiere decir que es usted el casero para el que Lester hace de soplón? Si quiere ayudarle, arréglele la bañera.
Cambio de tema:
– Johnny Duhamel.
– ¿Quién es ése? No me suena.
Recito nombres:
– Leroy Carpenter… Stephen Wenzel… Patrick Orchard… Probemos con un policía llamado George Stemmons, Jr.
Unos cigarrillos en una bandeja cercana. Tilly alargó una mano temblorosa.
Derribo la bandeja de una patada. Provoco a la chica. Ella se lanza.
– ¡Ese Junior es basura! ¡Steve Wenzel es amigo mío y ese desgraciado de Junior le robó la pasta y los polvos y le llamó negro blanco! ¡Ese Junior le soltó toda esa sarta de locuras! ¡Y vi a ese chiflado de Junior tomándose pastillas sin ningún disimulo junto a ese club!
Mostrado en un destello: mi fajo de billetes.
– ¿Qué sarta de locuras? Vamos, eso de la rehabilitación es un camelo. Seguro que te iría bien un pinchazo. ¡Vamos! ¿Qué sarta de locuras?
– ¡No lo sé! ¡Steve sólo dijo «una sarta de locuras»!
– ¿Qué más te dijo de Junior?
– ¡Nada más! ¡Sólo lo que le he dicho!
– Patrick Orchard, Leroy Carpenter. ¿Les conoces?
– ¡No! ¡Sólo conozco a Steve! ¡Y no quiero crearme fama de soplona!
Veinte, cuarenta, sesenta. Dejé caer los billetes sobre su regazo. Ojos de droga, ahora; al carajo el miedo.
– Tommy dijo que Lucille, a veces, hace la calle. Dijo que un hombre de la orquesta de Stan Kenton la recomendó a ese tipo de la agencia de modelos de Beverly Hills, Doug no sé cuántos. Doug… ¿Ancelet? Tommy dijo que Lucille trabajó una temporada para ese hombre, hace varios años, pero que el tipo la despidió porque le había contagiado la gonorrea a sus clientes.
Disgusto: Glenda, ex chica Ancelet. La cinta de mi mirón; el cliente a Lucille: «esa pequeña infección que me pasaste.»
Tilly: ojos de droga, dinero fresco.
Carpenter/Wenzel/Orchard: hice una ronda de direcciones de sur a noroeste. Nadie en casa: ronda por el sur, abro las ventanillas del coche. El aire fresco me aclaró la cabeza.
Dar a Junior por muerto o casi muerto. Descubrirle post-mortem como marica. Soplarle basura homosexual a Hush-Hush, vengar su basura sobre Glenda. Volver a su casa, dejar pruebas, sonsacar a las víctimas de sus extorsiones. Trabajar en el 459 Kafesjian… y relacionar a Junior con el fregado. Un interrogante: su expediente en el cajón de Exley.
Rondas mentales: Exley anuncia mi recompensa por lo de Kafesjian: jefe de la sección de Robos. Es una puñalada a Dudley Smith, el encargado del trabajo de las pieles (autor: su protegido, Johnny Duhamel). Johnny y Junior, ¿socios en el golpe? Mi instinto: improbable.
Reflejo instintivo: poner a Johnny en manos de Dud, desviar la puñalada de Exley, buscar el favor de Dud.
Al sur, piso el gas. Según la radio, Smith estaba ocupado en la calle Setenta y siete. Me acerqué allí; periodistas en el exterior y un capitán con una declaración rimbombante:
Desatender los 187 con víctimas negras, ¡jamás!
¡Atentos al próximo despliegue de celo policial!
En la puerta, varios centinelas impedían el paso a los periodistas: civiles verboten, fanatismo encubierto.
Enseñé la placa y entré. La sala de detenidos estaba abarrotada: sospechosos negros, dos grupos de policías haciendo girar las porras.
– Muchacho.
Smith en la puerta de la sala de guardia. Me acerqué; me dio un apretón de manos que me hizo crujir los huesos.
– Muchacho, ¿venías a verme a mí?
Disimulo:
– Buscaba a Breuning y Carlisle.
– ¡Aaah, estupendo! Esas dos monedas falsas deberían aparecer por aquí pero, mientras tanto, quédate un rato a charlar con el viejo Dudley.
Un par de sillas cerca. Las cogí.
– Muchacho, en mis treinta años y cuatro meses como policía, nunca he visto nada parecido a ese asunto de los federales. ¿Cuánto llevas tú en el departamento?
Veinte años y un mes.
– ¡Ah, estupendo! Con tu servicio en el frente incluido, por supuesto. Dime, muchacho, ¿hay diferencia entre matar orientales y hombres blancos?
– Nunca he matado a ningún blanco.
Dud guiñó un ojo: ¡Oh, muchacho!
– Yo, tampoco. Los siete hombres que me he cargado en el cumplimiento del deber apenas merecen el calificativo de humanos. Muchacho, este asunto de los federales es una jodida provocación, ¿no crees?
– Sí.
– Muy conciso. Y con esa misma concisión de abogado, ¿qué dirías tú que hay detrás?
– Política. Bob Gallaudet por los republicanos, Welles Noonan por los demócratas.
– Sí, extraños compañeros de cama. E irónico que el gobierno federal esté representado por un hombre sospechoso de compañero de viaje. Tengo entendido que ese tipo te escupió en la cara, muchacho.
– Tienes muy buenos ojos por ahí, Dud.
– Visión veinte-veinte, todos mis chicos. ¿Odias a Noonan, muchacho? ¿Me equivoco si digo -un guiño- que te considera negligente en el asunto del vuelo no programado de Sanderline Johnson?
Le devolví el guiño.
– Cree que yo le compré el billete.
Ja, ja, ja:
– Muchacho, no hagas reír a este pobre viejo. ¿Por casualidad fuiste educado católico?
– No. Luterano.
– ¡Aaah! Un protestante. La rama secundaria de la Cristiandad, Dios los bendiga. ¿Sigues siendo creyente?
– No, desde que mi pastor se afilió a la Liga Germano-Norteamericana.
– ¡Ahhh! Hitler, Dios le bendiga. Un poco revoltoso pero, con franqueza, le prefiero a los rojos. Muchacho, ¿en tu rama secundaria de la Cristiandad existe un equivalente a la confesión?
– No.
– Una lástima, porque en este momento nuestras salas de interrogatorio están llenas de confesores y confesantes, y este magnífico rito está siendo utilizado para contrarrestar cualquier publicidad desfavorable que esa investigación federal pueda levantar contra el departamento. Al grano, muchacho: Dan Wilhite me ha hablado de la fijación potencialmente peligrosa del jefe Exley en la familia Kafesjian, contigo como agente provocador. Muchacho, ¿quieres confesar tu opinión de qué pretende ese hombre?
Esquivé la pregunta:
– No me cae mejor que a ti. Llegó a jefe de detectives pasando por encima de ti y a mí me habría encantado que ocuparas el puesto.
– Grandes sentimientos, compañero, que por supuesto comparto. Pero, ¿qué crees que está haciendo?
Le eché un cebo: el prólogo a mi chivatazo de Johnny.
– Creo que quizás esté sacrificando Narcóticos a los federales. Es una sección prácticamente autónoma y quizá Noonan está seguro de que la investigación federal tendrá el éxito suficiente para requerir un chivo expiatorio que proteja al resto del departamento y a Bob Gallaudet. Exley es dos cosas: inteligente y ambicioso. Siempre he pensado que se cansaría del trabajo policial e intentaría también la carrera política, y sabemos la amistad que le une a Bob. Creo que tal vez ha convencido a Parker de que deje caer a Narcóticos para salvar su propio futuro.
– Una interpretación brillante, compañero. ¿Y sobre el robo Kafesjian y tu papel como oficial escogido por Exley para la investigación?
Insistí en mi teoría:
– Tienes razón, soy un agente provocador. Cronológicamente: Sanderline Johnson salta, y ahora Noonan me odia. Ya hay rumores de la investigación federal en el Southside y, simultáneamente, se produce el robo en casa de los Kafesjian. Y, simultáneamente con eso, yo aprieto las tuercas a un político rojillo enamorado de Noonan. Bien, el robo no es nada: es el trabajo de un pervertido. Pero los Kafesjian son la escoria personificada y están en buenas relaciones con la sección más autónoma y vulnerable del LAPD. Al principio pensé que Exley estaba manejando a Dan Wilhite, pero ahora creo que me ha puesto ahí en medio para atraer los tiros. Estoy ahí fuera, al descubierto, sin llegar prácticamente a ninguna parte con un 459 sin importancia, obra de un pervertido. Exley sólo tiene a un… quiero decir, a dos hombres en el caso, y si de verdad quisiera resolver el caso, habría puesto a trabajar a media docena. Creo que me está manipulando.
Dudley, radiante:
– Soberbio, muchacho, qué inteligencia, qué labia de picapleitos. Y bien, ¿qué piensa del asunto el sargento George Stemmons, Jr.? Mi fuente dice que últimamente tiene un comportamiento bastante errático.
Espasmos. Sin pestañear:
– Cuando dices «tu fuente», hablas de Johnny Duhamel. Junior le dio clases en la Academia.
– Johnny es un buen chico y tu colega debería recortarse esas asquerosas patillas a la medida reglamentaria. ¿Sabías que he destinado a Johnny a la investigación del caso Hurwitz?
– Sí, lo he oído. ¿No está un poco verde para un asunto como ése?
– Es un magnífico agente joven y he oído que tú mismo pediste dirigir el caso.
– Robos está limpio, Dud. Me tengo que guardar de demasiados amigos que trabajan en Subdirección.
Más carcajadas. Más guiños:
– Muchacho, tu capacidad de percepción acaba de ganarte la amistad eterna de cierto irlandés llamado Dudley Liam Smith. Francamente, estoy sorprendido de que dos muchachos brillantes como nosotros no hayan pasado de simples conocidos en todos estos años.
DELATA A DUHAMEL.
HAZLO AHORA.
– Hablando de amistades, muchacho, tengo entendido que Bob Gallaudet y tú estáis muy unidos.
Ruidos en el pasillo: gruñidos/golpes sordos. Una voz:
– ¡Soy amigo de David Klein!
Lester. Las salas de interrogatorio.
Corrí hacia allí. La puerta número 3 estaba cerrándose. Me asomé a la mirilla: Lester, esposado, babeando dientes; Breuning y Carlisle, descargando porrazos fuera de horario.
Cargué con el hombro. Reventé la puerta. Breuning, distraído: «¿Uh?»
Carlisle, las gafas empañadas de sangre.
Jadeante, suelto la mentira:
– Lester estaba conmigo cuando mataron a Wardell Knox.
Carlisle:
– ¿Fue por la mañana o por la noche?
Breuning:
– ¡Eh, zambo, prueba a cantar Harbor Lights ahora!
Lester escupió sangre y dientes al rostro de Breuning.
Carlisle cerró los puños. Le arreé una patada en la espinilla. Breuning lanzó un grito, cegado por la sangre. Le arreé un cachiporrazo en las rodillas.
El irlandés:
– Muchachos, tendréis que soltar al señor Lake. Teniente, bendito sea por facilitar el curso de la justicia con su espléndida coartada.
Apreciados señor Hughes y señor Milteer: En las fechas 11, 12 y 13 de noviembre de 1958, Glenda Bledsoe participó activamente en actos de promoción publicitaria de varios actores que se encuentran actualmente bajo contrato con Variety International Pictures, en una flagrante violación legal del contrato vigente entre la señorita Bledsoe y Hughes Aviación, Herramientas, Producciones, etc. En concreto, la señorita Bledsoe permitió que la entrevistaran y fotografiaran con los actores Rock Rockwell y Salvatore «Touch» Vecchio, e hizo declaraciones sobre temas relativos a sus carreras profesionales más allá de lo relacionado con la producción y promoción de El ataque del vampiro atómico, la película en la que trabajan los tres en estos momentos.
En una nota posterior me extenderé en detalles más concretos, pero les adelanto que pueden dar por legalmente anulable el contrato de la señorita Bledsoe, quien puede ser llevada ante los tribunales, demandada por perjuicios económicos y vetada de futuras apariciones en películas producidas en estudios, según lo estipulado en varias cláusulas de su contrato con ustedes. Mi vigilancia continuada de Glenda Bledsoe no ha encontrado indicios de robos en domicilios de actrices; si faltan objetos de dichas viviendas, lo más probable es que los hayan cogido jóvenes de la zona, colándose por alguna ventana mal cerrada. Tales jóvenes sabrían que los domicilios sólo están ocupados intermitentemente y eso les habría dado la idea.
Les ruego me informen si desean que continúe la vigilancia de la señorita Bledsoe; sepan, insisto, que ya tienen ustedes información suficiente para emprender todo el procedimiento legal.
Respetuosamente,
David D. Klein
Amanecer, el remolque. Glenda, durmiendo; Lester, hecho un ovillo fuera, junto a la nave espacial.
Salí al aire libre; Lester se revolvió y dio un trago a una botella. Confabulación: el cámara y el director.
– Vamos, Sid, esta vez el vampiro jefe le arranca los ojos al tipo.
– Pero Mickey teme que esté haciendo las cosas demasiado asquerosas. Yo… no sé.
– ¡Cielo santo! Tú coge al extra y échale un poco de sangre de mentira en los ojos.
– ¡Coño, Wylie, déjame tomar un café antes de ponerme a pensar en sangre y vísceras a las siete menos diez de la mañana!
Lester se incorporó y se acercó tambaleándose. Cortes, contusiones.
– Siempre he querido ser un astro del cine. Quizá podría quedarme un par de días por aquí y hacer de vampiro negro…
– No, Breuning y Carlisle vendrán a buscarte. No te han cargado lo de Wardell Knox, pero ya encontrarán algo.
– No me siento con muchas ganas de huir.
– Hazlo. Te lo dije anoche: llama a Meg y dile de mi parte que tiene que ayudarte. ¿Quieres terminar muerto por resistencia a la detención cualquier perra noche, cuando ya creas que se han olvidado del asunto?
– No, me parece que no quiero. Vaya, señor Klein, nunca pensé que vería el día en que el señor Smith me diera una oportunidad.
– Le gusta mi estilo, muchacho. -Le hice un guiño a la Dudley.
Lester se alejó de nuevo hacia la botella. El director me miró con suspicacia. Volví al remolque sin inmutarme.
Glenda estaba leyendo mi nota.
– Esto sería mi muerte…, quiero decir, mi ruina en el mundo del cine.
– Tenemos que darles algo. Si aceptan eso, no presentarán acusaciones por robo. Y el informe desvía la atención puesta en las casas de actrices.
– No ha salido nada por la tele ni en los papeles.
– Cuanto más tiempo pase, mejor. Hughes podría denunciar su desaparición y el cuerpo será encontrado tarde o temprano. En cualquier caso, es posible que nos interroguen. Yo tuve unas palabras con él, de modo que debo considerarme un posible sospechoso, formalmente. Para mí no será problema y sé que para ti, tampoco. Los dos somos… ¡oh, mierda!
– ¿…Somos profesionales?
– No seas tan cruel. Es demasiado temprano.
– ¿Cuándo podremos dejarnos ver en público? -Glenda me tomó las manos.
– Tal vez ya lo hemos hecho. No debería haberme quedado hasta tan tarde y, probablemente, deberíamos enfriar las cosas durante un tiempo.
– ¿Hasta cuándo?
– Hasta que estemos libres de sospecha en lo de Miciak.
– Es la primera vez que pronunciamos su nombre.
– En realidad, no hemos hablado una palabra del asunto.
– No, hemos estado demasiado ocupados compartiendo secretos. ¿Qué me dices de las coartadas?
– Hasta dentro de dos semanas, estabas sola en casa. Pasadas las dos semanas, no te acuerdas. Nadie se acuerda, pasado ese tiempo.
– Hay algo más que te preocupa. Anoche lo noté.
Una comezón en la garganta. Finalmente, lo solté:
– Es el asunto Kafesjian. Estaba interrogando a una chica que conoce a Tommy K. y me dijo que Lucille trabajó para Doug Ancelet.
– No creo que yo llegara a conocerla. Las chicas no utilizaban nunca sus nombres auténticos y, si hubiera conocido alguna que se pareciera a tu descripción, te lo habría dicho. ¿Vas a interrogarle?
– Sí, hoy.
– ¿Cuándo trabajó para Doug, esa chica?
– ¿Doug?
Glenda soltó una carcajada.
– Yo también trabajé para él un tiempo, después del asunto de Gilette, y te inquieta que hiciera lo que hice.
– No. Es sólo que no quiero verte relacionada con nada de esto.
Entrelazamos nuestros dedos.
– No lo estoy, excepto contigo… -apretando con más fuerza-. Ve, pues. Se llama Azafatas Premier, en South Rodeo, 481, junto al hotel Beverly Wilshire.
La besé.
– Tú empeoras las cosas, y luego las mejoras.
– No, es sólo que a ti te gustan los problemas a dosis más pequeñas.
– Me has descubierto.
– No estoy tan segura. Y ten cuidado con Doug. En esa época pagaba sobornos a la policía de Beverly Hills.
Salí del remolque, aturdido. Lester daba una serenata a los vagabundos junto a la nave espacial. Harbor Lights, en versión desdentada.
Noticias por teléfono:
Woods había visto a Junior en el barrio negro; luego, le había perdido en un semáforo. Jack, irritado, insistiendo:
– Parece que vive en el coche. Lleva la placa prendida en el abrigo, como si fuera un maldito sheriff del Far West, y le vi poniendo gasolina con dos grandes automáticas en la cintura de los pantalones.
Malo, pero:
Woods había reventado la caja 5841. Me dijo que buscara bajo el rodapiés de su casa, cogiera la llave y mirara en el buzón.
– Cuatro sobres, Dave. ¡Vaya!, pensé que me mandabas a por unas joyas o algo así. Y me debes un…
Colgué y cogí el coche. Allí: la llave, la cerradura, cuatro cartas. Vuelta al coche. El correo de Champ.
Dos cartas selladas, dos abiertas. Abrí las selladas; las dos de Transom a Champ, con matasellos recientes. Dentro: billetes de cincuenta dólares, notas: «Champ: mucho gracias, Harris», «Champ: ¡gracias, hombre!»
Dos sobres abiertos -¿dejados en el apartado para más seguridad?-, sin remitente, matasellos de Navidad del 57. Once meses guardados en el cajetín de Correos: ¿Por qué?
17 de diciembre de 1957
Mi querido hijo:
Me apena mucho estar lejos de ti en estas fiestas. Hace años que las circunstancias no nos favorecen en cuanto a estar juntos. Los demás, por supuesto, no te echan de menos como yo y eso hace que aún te añore más y me hace echar de menos la fingida familia feliz que teníamos hace años.
Sin embargo, la vida extraña que has escogido llevar es un extraño consuelo para mí. No echo en falta el dinero de la casa que te mando y me río en secreto cuando tu padre repasa mis listas de gastos detalladas y encuentra esas grandes cifras de «gastos diversos» de los que no doy explicaciones. Él, por supuesto, sólo te cree una persona que rehúye las responsabilidades reales de la vida. Sé que las circunstancias de nuestra familia, y también de la suya, te han hecho algo. No puedes vivir como los demás y yo te quiero por no intentar fingirlo. Tus intereses musicales deben de darte consuelo y siempre compro los discos que tú me dices, aunque la música no es del estilo que yo prefiero normalmente. Tu padre y tus hermanas no prestan atención a los discos y sospechan que los compro sólo por estar en contacto contigo en esta difícil ausencia tuya, pero no saben que son recomendaciones directas. Sólo los escucho cuando los demás están fuera, con todas las luces de la casa apagadas. Cada día salgo al encuentro del cartero antes de que llegue a casa, para que los demás no sepan que estamos en contacto. Es nuestro secreto. Esta manera de vivir nos viene de nuevas, a ti y a mí, pero aunque tengamos que seguir así para siempre, como viejos amigos por correspondencia viviendo en la misma ciudad, lo acepto porque comprendo las cosas terribles que te ha hecho esa larga historia de locuras que nuestras dos familias han soportado. Te comprendo y no te juzgo. Éste es mi regalo de Navidad para ti.
Te quiere,
Madre
Caligrafía pulcra, papel rugoso; inútil buscar huellas. Nada que confirmase un Richie; «larga historia de locuras/nuestras dos familias». Mi mirón: madre/padre/hermanas. «Circunstancias de nuestra familia, y también de la suya, te han hecho algo.»
24 de diciembre de 1957
Querido hijo:
Felices Navidades, aunque no siento el espíritu de las fiestas y aunque los discos de jazz navideños que me dijiste que comprara no me han alegrado demasiado, porque las melodías son muy desordenadas para mi oído, más tradicional. Quizá tengo la sangre pobre en hierro, como dice el anuncio de Geritol en televisión, pero creo que ha sido más bien la acumulación de cosas lo que me ha dejado agotada físicamente. Siento que quiero que esto termine. Más que cualquier otra cosa, siento que ya no quiero saber más. Hace tres meses, dije que estaba a punto de hacerlo y eso te impulsó a cometer una imprudencia. No quiero volver a hacerlo. A veces, cuando pongo alguna de las canciones más bonitas de esos discos que me recomiendas, pienso que el paraíso debe parecerse a ello y me siento cerca. Tus hermanas no son ningún consuelo. Desde que tu padre me pasó lo que esa prostituta le pasó a él, sólo le soporto por el dinero y, si por mí fuese, te daría todo el dinero de todos modos. Escríbeme. Por Navidad, el correo es un lío, pero estaré pendiente del cartero a todas horas.
Te quiere,
Madre
Hermanas/música/padre adinerado.
Madre suicida, unos tres meses antes de la fecha: «…te impulsó a cometer una imprudencia.»
«Tu padre me pasó lo que esa prostituta le pasó a él.»
Doug Ancelet despide a Lucille: «Les contagiaba a sus clientes la gonorrea.»
Una idea repentina:
El mirón había grabado a su propio padre con Lucille.
«Locuras.»
«Nuestras dos familias.»
«Circunstancias de nuestra familia, y también de la suya, te han hecho algo.»
Volví a casa, me cambié, cogí la grabadora, más copias del retrato robot y la lista de clientes. Una parada en un teléfono público, una llamada a Exley; le abordé enérgicamente, sin explicaciones:
Leroy Carpenter/Steve Wenzel/Patrick Orchard: los quiero. Mande patrulleros a buscarlos. Quiero detenidos a esos traficantes.
Exley asintió, a regañadientes. Encargaría la detención a la comisaría de Wilshire. Suspicaz: ¿por qué no la calle Setenta y siete?
Para mis adentros:
He dado orden de matar a un policía/no quiero a Dudley Smith rondando cerca de mí; se lleva demasiado bien con ese policía ladrón de pieles.
– Me ocuparé de ello, teniente. Pero quiero un informe completo de sus interrogatorios.
– Sí, señor.
10.30 de la mañana. Azafatas Premier debería estar abierto.
Salí hacia Beverly Hills. El Rodeo, junto al Beverly Wilshire. Abierto: una suite en la planta baja, una recepcionista.
– Doug Ancelet, por favor.
– ¿Es usted cliente?
– Potencial.
– ¿Puedo preguntarle quién le ha recomendado nuestra agencia?
– Pete Bondurant. -Pura farsa: Pete, un putero redomado.
A nuestra espalda:
– Karen, si conoce a Pete, déjale pasar.
Entré. Un buen despacho: madera oscura, fotos de golf. Un viejo vestido para jugar a golf, con una sonrisa de relaciones públicas.
– Soy Doug Ancelet.
– Dave Klein.
– ¿Qué tal está Pete, señor Klein? Hace siglos que no le veo.
– Está ocupado. Entre su trabajo para Howard Hughes y Hush-Hush, siembre anda de cabeza.
El tipo, con falso calor:
– ¡Dios, las historias que cuenta ese hombre! ¿Sabe?, Pete ha sido durante varios años cliente y, a la vez, buscatalentos para el señor Hughes. De hecho, hemos presentado al señor Hughes varias chicas que han terminado contratadas como actrices para él.
– Pete sabe vivir.
– Sí, señor. Dios mío, él es también quien verifica la veracidad de esas historias procaces que aparecen en esa procaz revista de escándalos. ¿Le ha explicado cómo funciona Azafatas Premier?
– Con detalle, no.
Ancelet, práctico:
– Exclusivamente de boca a oreja. Alguien conoce a otro y nos recomienda. Funcionamos según un principio de relativo anonimato y todos nuestros clientes usan seudónimos y nos llaman cuando desean que les preparemos una cita. Así no tienen que darnos su verdadero nombre ni un número de teléfono. Tenemos fotos y fichas de las muchachas que enviamos a los encuentros y ellas también usan seudónimos adecuadamente seductores. Las fichas de las chicas también llevan anotados los seudónimos de los hombres con los que se citan, para ayudarnos a hacer recomendaciones. Anonimato. Sólo aceptamos pago en metálico y le aseguro, señor Klein, que ya he olvidado su verdadero nombre.
Yo, incisivo:
– Lucille Kafesjian.
– ¿Cómo dice?
– Otro cliente suyo me habló de ella. Una morenita sexi, un poco rellenita. Francamente, me contó que era estupenda. Por desgracia, también me dijo que usted la despidió por trasmitir enfermedades venéreas a sus clientes.
– Por desgracia, he despedido a algunas chicas por esa falta, y una de ellas utilizaba un apellido armenio, en efecto. ¿Quién era el cliente que la mencionó?
– Un hombre de la orquesta de Stan Kenton.
Ancelet: su mirada, suspicaz ahora; oliendo a policía.
– Señor Klein, ¿cómo se gana la vida?
– Soy abogado.
– ¿Y eso que lleva ahí es una grabadora?
– Sí.
– ¿Y por qué lleva un revólver en una sobaquera?
– Porque también estoy al mando de la Subdirección Administrativa del departamento de Policía de Los Angeles.
El hombre, poniéndose rojo:
– ¿Es verdad que Pete Bondurant le dio mi nombre?
Le enseño el retrato robot del mirón, observo su reacción:
– ¿Ha sido ése quien se lo ha dado? No le he visto en mi vida, y esa cara parece mucho más joven que la inmensa mayoría de mis clientes. Señor…
– Teniente.
– ¡Señor Teniente de Policía Fuera de su Jurisdicción, salga del despacho inmediatamente!
Cerré la puerta; de puro encarnado, Ancelet parecía al borde de un ataque cardíaco. Le tranquilicé:
– ¿Conoce a Mort Riddick, de la comisaría de Beverly Hills? Hable con él y le dirá quién soy. Lo de Pete B. ha sido un invento mío, así que llámele y pregúntele por mí.
Rojo remolacha/púrpura. Una botella y un vaso sobre el escritorio. Le serví un trago.
Lo apuró e hizo gestos con la cabeza para que lo rellenara. Le serví otro, corto. Ancelet lo acompañó de unas píldoras.
– ¡Hijo de puta! Usar a un cliente mío de confianza como truco… ¡Hijo de puta!
Tercera dosis de licor. Esta vez, lo sirve él.
– Unos minutos de su tiempo, señor Ancelet. Hará usted un valioso contacto con el LAPD.
– ¡Hijo de puta desgraciado! -Más calmado.
Le enseñé la lista de clientes.
– Aquí hay nombres de fulanos sacados de un archivo policial.
– No voy a identificar ninguno de los nombres o seudónimos de mis clientes.
– Ex clientes, entonces; son lo único que me interesa.
Una mirada furtiva. Unos dedos escudriñadores:
– Aquí está: «Joseph Arden.» Fue cliente hace varios años.
Le recuerdo porque mi hija vive cerca de la granja Arden, en Culver City. ¿Ese hombre trata con vulgares chicas de la calle?
– Exacto. Y los fulanos siempre conservan el mismo alias. Bien, ¿trató ese hombre con la chica de nombre armenio?
– No recuerdo. Pero recuerde lo que le he dicho: no tengo fichas de clientes y mi foto de archivo de esa guarra trasmisora de purgaciones es historia pasada, se lo aseguro.
Una jodida mentira: archivos apilados de pared a pared.
– Escuche una cinta. Serán dos minutos.
Ancelet dio unos golpecitos con la yema del dedo índice sobre la esfera de su reloj de pulsera.
– Un minuto. Tengo que presentarme en el tee de Hillcrest.
Rápido, colocar las bobinas, pulsar Play. Chirridos. Stop, Play. Ahora. Lucille: «Estos lugares están llenos de perdedores y de quejicas solitarios.»
Stop, Play, «Chanson d'amour», el fulano: «…por supuesto, siempre está esa infección que me pasaste.»
Pulsé Stop. Ancelet, impresionado:
– Ése es Joseph Arden. La chica también me resulta algo familiar. ¿Satisfecho?
– ¿Cómo puede estar seguro? Sólo ha escuchado diez segundos.
Más golpecitos en el reloj.
– Mire, llevo la mayor parte de este negocio por teléfono y reconozco las voces. Le explicaré mi línea de pensamientos: Yo padezco de asma y ese hombre de la grabación tenía un ligero resuello asmático. Enseguida me ha venido a la memoria que hace algunos años tuve una llamada suya, sin referencias previas. El hombre jadeaba y hablamos del asma. Me dijo que había oído a dos hombres hablando de nuestros servicios en un ascensor y que había encontrado el teléfono de la agencia en las páginas amarillas de Beverly Hills, donde anuncio abiertamente mi tapadera legal de servicio de azafatas. Le concerté unas cuantas citas, y eso fue todo. ¿Satisfecho?
– Y no recuerda a qué chicas seleccionó, ¿verdad?
– Verdad.
– Y el hombre nunca acudió a echar un vistazo a su álbum de fotos, ¿verdad?
– Verdad.
– Y, por supuesto, no guarda ningún archivo de seudónimos de sus clientes…
Golpecitos.
– No. ¡Dios, voy a llegar tarde al golf! Bien, señor Policía Amigo de Pete, ya le he complacido más allá de lo obligado por cortesía; ahora, me hará el favor…
Yo, a la cara:
– Siéntese. No se mueva. No descuelgue el teléfono.
Ancelet obedeció asustado, crispado, casi amoratado de cólera. Los archivos: nueve cajones. Adelante.
Abiertos: carpetas con papeles, etiquetas de identificación. Nombres masculinos, desmintiendo las afirmaciones del viejo alcahuete. Orden alfabético: «Amour, Phil», «Anon, Dick», «Arden, Joseph»…
La abrí.
Sin nombre verdadero/sin dirección/sin número de teléfono. Ancelet:
– ¡Esto es una grosera invasión de la intimidad!
Citas:
14/7/56, 1/8/56, 3/8/56: Lacey Kartoonian (Lucille, probablemente). 4/9/56, 11/9/56: Susan Ann Glynn. Una nota al pie: «Obligar a la chica a usar seudónimo. Me parece que intenta que los clientes puedan localizarla a través de canales normales para evitar pagar comisión.»
– ¡Ya estarán en el hoyo dos!
Abrí los demás cajones. Uno, dos, tres, cuatro: sólo nombres masculinos. Cinco, seis, siete: carpetas con iniciales/fotos de prostitutas desnudas.
– ¡Lárguese ahora mismo, maldito mirón salido, antes de que llame a Mort Riddick!
Saqué las carpetas de un tirón: ninguna L.K., ninguna foto de Lucille…
– ¡Karen, llama a Mort Riddick, en la comisaría!
De otro tirón, arranqué el cable del teléfono del despacho del tipo. A Ancelet le tembló el rostro de ira. Mi pensamiento, también tembloroso: olvidar L.K., buscar G.B.
– ¡Señor Ancelet, Mort está en camino!
La pila de carpetas, menguando, y ninguna L.K. Por fin,
éxito con G.B.; entre comillas, «Gloria Benson». El nombre artístico de Glenda; elegido por ella misma, me había dicho.
Cogí la carpeta, cogí la grabadora y cogí la puerta. Fuera, el coche; quemando llanta camino de mi jurisdicción.
Un vistazo: dos fotos desnuda, con fecha 3/56. Glenda parecía incómoda. Cuatro «citas» apuntadas y una nota: «Una chica testaruda que volvió a servir mesas.»
Hice pedazos todo aquello.
De pura jodida alegría, hice sonar la sirena.
Una Susan Ann Glynn en los archivos de Tráfico. Dirección: Ocean View Drive, Redondo Beach.
Veinte minutos en dirección sur. Una casa de tablones de madera, sin vista; una mujer embarazada en el porche.
Aparqué y me encaminé hacia ella. Rubia, veintitantos años; los datos del archivo de Tráfico encajaban perfectamente.
– ¿Es usted Susan Ann Glynn?
Me invitó a sentarme con un gesto. Expectante: cigarrillos, revistas.
– ¿Es usted el policía del que me ha hablado Doug?
Tomé asiento.
– ¿Él la ha avisado?
– Ajá. Ha dicho que había revisado un viejo archivo de clientes en el que aparecía mi nombre. También ha dicho que quizá vendría y me causaría problemas como ha hecho con él. Yo le he dicho que ojalá lo hiciera antes de las tres y media, cuando mi marido llega a casa.
Era mediodía.
– ¿Su marido no sabe a qué se dedicaba antes?
Un llanto de niño dentro de la casa. Susan encendió un cigarrillo por reflejo.
– No. Y apuesto a que si colaboro con usted, no se lo dirá.
– Exacto.
Ella carraspeó y sonrió.
– El bebé daba patadas. Bien, esto… Doug ha dicho que el cliente era Joseph Arden, de modo que me he puesto a pensar. Esto no es un asunto de asesinatos ni nada parecido, ¿verdad? Porque el hombre se comportaba como un caballero.
– Investigo un robo.
Toses, un respingo.
– ¿Sabe?, recuerdo que el hombre me caía bien. Le recuerdo claramente porque Doug dijo que le cuidara porque esa otra chica de la agencia le había contagiado la gonorrea y había tenido que tratarse.
– ¿Le dijo cómo se llamaba de verdad?
– No. Yo sí que utilicé mi nombre real en la agencia durante un tiempo, pero Doug me acusó de intentar captar clientes por mi cuenta, de modo que dejé de usarlo.
– ¿Qué aspecto tenía Joseph Arden?
– Agradable. Culto. Cerca de los cincuenta. Daba la impresión de tener dinero.
– ¿Alto, bajo, gordo, flaco?
– Uno ochenta, quizás. De constitución normal, supongo que diría usted. Ojos azules, creo. El cabello, de un castaño medio, podría decirse.
Le enseñé el dibujo.
– ¿Se le parece?
– Demasiado joven. Aunque la barbilla me lo recuerda un poco.
Ruidos dentro. Susan dio otro respingo. Ojeada a sus revistas: Photoplay, Bride's.
– ¿Sabe qué son los álbumes de identificación?
– Ajá. De la tele. Fotos de criminales.
– ¿Querrá usted…?
– No. -Sacudidas de cabeza, rotundas-. Mire, señor, ese hombre no es ningún criminal. Podría pasarme mirando sus fotos hasta que este nuevo bebé mío cumpla los dieciséis, y no encontraría ahí su cara.
– ¿Mencionó si tenía un hijo llamado Richie?
– No hablamos mucho, pero en nuestra segunda cita, creo, dijo que su esposa acababa de intentar matarse. Al principio no le creí, porque muchos hombres le cuentan a una cosas tristes de su esposa para que una se compadezca y finja que lo pasa mejor.
– Dice que al principio no le creyó. ¿Qué fue lo que la convenció?
– Me contó que habían tenido una pelea hacía unas semanas, y que ella se había puesto a chillar y había agarrado un frasco de Dranos y había empezado a tomárselo. Él la había detenido y había ido a buscar a un vecino médico para no tener que llevarla al hospital. Créame, la historia era tan horrible que no podía haberla inventado, estoy segura.
– ¿Dijo si la mujer fue al hospital para seguir algún tratamiento?
– No. El médico vecino se ocupó de todo. Dijo que se alegraba de ello, porque así nadie sabría lo chiflada que estaba su esposa.
Un rastro agotado.
– ¿Le dijo el nombre de su esposa?
– No.
– ¿Y el de algún otro miembro de la familia?
– No. Seguro.
– ¿Mencionó a otras chicas que trabajaban para Doug Ancelet?
Gestos de asentimiento. Impacientes.
– Una de ellas tenía uno de esos apellidos extranjeros terminados en «ian». Me pareció que el hombre tenía…
– ¿Lacey Kartoonian?
– ¡Exacto!
– ¿Qué le dijo de ella?
– Que disfrutaba haciéndolo. Es una buena cosa para los clientes de un servicio de compañía. Cada fulano se cree el único capaz de lograr que una disfrute haciéndolo.
– Sea más concreta.
– Me dijo: «Hazlo como Lacey.» Yo le pregunté cómo lo hacía ella y él me contestó: «Disfruta haciéndolo.»
– ¿No mencionó que fuera esa Lacey quien le pasó la infección?
– No; eso fue todo lo que dijo. Y yo no llegué a conocer en persona a la chica, ni nadie me volvió a hablar de ella nunca más. Y si no fuera por ese nombre tan raro, no me habría acordado de ella en absoluto.
Conexiones cronológicas:
Navidades del 57: la madre del mirón, otra vez con el blues del suicida. Susan Glynn/Joseph Arden: citas en 9/56. La señora Arden, tomadora de Dranos; tratamiento privado. La policía daba carpetazo a los casos de suicidio. Arden, rico: si su mujer se suicidaba, cobraría por una cláusula legal extra.
Relación:
Cartas, cintas del mirón, Ancelet.
Frases:
Joseph Arden a Lucille: «esa infección que me pasaste.»
Mamá a Champ/mirón: «Tu padre me pasó lo que esa prostituta le había pasado a él.»
Conclusión:
El mirón había espiado a su propio padre follando con Lucille. Susan:
– Un centavo por sus pensamientos.
– No le gustarían.
– Hágame otra pregunta.
– Cuando trabajaba para la agencia, ¿conoció a una chica llamada Gloria Benson? Su verdadero nombre es Glenda Bledsoe.
Susan, con una sonrisa complacida:
– La recuerdo. Dejó a Doug para hacerse estrella de cine. Cuando leí que había firmado un contrato con Howard Hughes, me sentí muy contenta.
Comisaría de Wilshire. Espera, trabajo. Empolvé los sobres de las cartas mamá/mirón. Aparecieron dos huellas. Comprobé las de Jack Woods en los archivos. Coincidían: Jack había tocado la mercancía. Ninguna carta posterior a Navidad en el apartado de Correos; ¿por qué?
Llamé a Sid Riegle: comprueba suicidio/intentos de suicidio, mujer blanca, desde Navidad del 57. Supón que hay informe de conclusiones del forense; pregunta en la comisaría, brigada por brigada. Policía local y del condado. Buscar: marido, acomodado, edad mediana/hijo/hijas. Sid: te ayudaré en los ratos libres, nunca apareces por aquí, estoy llevando la sección por ausencia.
Llamé a las granjas Arden, un tiro a ciegas a ese alias de Joseph Arden. Intento nulo: ningún propietario/empleado apellidado Arden; el fundador, muerto, sin herederos.
Llamé a la comisaría de University (cuatro de la madrugada: en plena reunión del turno de noche). En comunicación abierta vía radio:
¿Alguien conocía a un tal Joseph Arden, cliente de prostitutas, varón blanco, nombre supuesto?
Un patrullero: «creo que fiché ese alias.» No recordaba el nombre real, el vehículo ni la descripción.
Joseph Arden, muerto de momento.
Un repaso al teletipo: ningún 187 de Topanga Canyon. Miciak, el alfiletero, descomponiéndose.
Cena: barras de dulce de una máquina expendedora. Ocupo una sala de sudar, espero.
Echo la silla hacia atrás y me invade una oleada de sueño. Medio dormido: el señor Tercera Persona dice hola.
El Red Arrow Inn. El mirón apalanca la puerta de Lucille. Las marcas de palanca en la puerta del mirón no correspondían.
El 459 de Kafesjian: perros guardianes degollados y cegados; los ojos, embutidos en la garganta.
El mirón sollozando, escuchando:
A Lucille con varios clientes… y con el padre del mirón.
El mirón, visiblemente pasivo.
El ladrón, visiblemente brutal.
La vajilla de plata robada, encontrada: la cama del mirón rasgada y acuchillada. Presunto autor: el propio mirón. Mi nuevo instinto: tercera persona/apalancador de la puerta = ladrón/destrozacamas =
Un loco distinto.
Medio soñando: gárgolas locas de sexo persiguiéndome. Medio despierto:
– Dos a la vez, teniente.
Un agente de paisano desconocido, haciendo entrar en la sala de interrogatorio a dos tipejos, uno blanco, otro moreno. El agente los esposó a las sillas, con las manos pegadas al asiento.
– El rubio es Patrick Orchard y el negro es Leroy Carpenter. Mi compañero y yo fuimos a casa de Stephen Wenzel y parece que la ha abandonado precipitadamente.
Orchard: enjuto, con granos. Carpenter: traje púrpura, la facha de moda entre los morenos.
– Gracias, agente.
– Encantado de servirle -una sonrisa-. Encantado de ganar unos cuantos puntos ante el jefe Exley.
– ¿Se les busca por algo?
– Desde luego. Leroy, por abandono infantil. Y Pat ha violado la libertad condicional en Kern.
– Si colaboran, les dejaré libres.
– Claro que sí. -El agente me guiñó un ojo.
Le devolví el guiño:
– Mire mañana en la lista de detenidos, si no me cree.
Orchard sonrió. Leroy dijo, «¡Vamos, hombre!» El agente de paisano, «¿Uh?» y se marchó, encogiéndose de hombros.
La hora del espectáculo.
Tanteé debajo de la mesa. Bingo: una porra sujeta con cinta adhesiva.
– Lo digo en serio, y esto no tiene nada que ver con vosotros. Tiene que ver con un policía llamado George Stemmons, Jr. Le vieron mientras os apretaba las tuercas a vosotros dos y a un tipo llamado Stephen Wenzel, y lo único que quiero de vosotros es que me habléis del asunto.
Orchard: labios secos, impaciente por cantar. Leroy:
– ¡A la mierda, blanquito hijo de puta! ¡Conozco mis derechos!
Le aticé con la porra -brazos, piernas- y volqué la silla.
Dio contra el suelo de costado, sin gemidos, sin gañidos; buenas piedras.
Orchard, frenesí chivato:
– ¡Eh, yo conozco a ese Junior!
– ¿Y?
– ¡Y me chantajeó y se quedó con mi pasta!
– ¿Y?
– Y me robó mi… mis…
– Y te robó tus narcóticos ilegales. ¿Y?
– ¡Y ese tipo estaba drogado hasta las cejas!
– ¿Y?
– ¡Y soltaba no sé qué tonterías de «soy un genio criminal»!
– ¡Y se tomó lo mío! ¡Se tomó todas mis papelinas allí mismo, delante del club Alabam!
Confirmado por Tilly Hopewell.
– ¿Y?
– Y… y…
Golpeé su silla con la porra:
– ¿¿¿Y…???
– Y… Y conozco a Steve Wenzel. ¡Steve me dijo que Junior también le había ido con esa misma mierda!
También confirmado por Tilly. Observé a Leroy (demasiado callado), me fijé en sus dedos…
Hurgando en el cinturón, furtivos.
Levanté su silla y tiré del cinturón. Varias papelinas de caballo saltaron de sus pantalones. Improvisé:
– Mira, Pat, esto no se lo he encontrado al señor Carpen-ter, sino a ti. Y ahora, ¿tienes algo más que decir sobre Junior Stemmons, Steve Wenzel o tú mismo?
Leroy:
– ¡Estás loco, detective!
– ¿Y, señor Orchard?
– Y Steve dijo que había hecho un trato con ese loco. Junior prometió a Steve un montón de pasta para comprar ese montón de caballo. Hace un par de días, Steve me dijo que Junior necesitaba veinticuatro horas para conseguir el dinero.
– ¡Blandengue, chivato, hijo de puta! -Leroy.
Junior, chiflaaado. JACK, MÁTALE. Volteando la porra:
– Posesión de heroína con intención de vender. Conspiración para distribuir narcóticos. Agresión a un agente de policía, porque me acabas de dar un puñetazo. Y ADEMÁS, señor Orch…
– ¡Está bien! ¡Está bien! ¡Está bien!
Descargué un cachiporrazo sobre la mesa:
– ¿¿¿Y…???
– Y ese loco de Junior me obligó a ir con él al club Alabam. ¿Usted… usted conoce a ese policía boxeador?
– ¿Johnny Duhamel?
– Eso es. El que ganó los Guantes de Oro. Junior empezó a incordiar al… al…
La lengua trabada de mala manera. Le quito las esposas, dejo que se tranquilice. Leroy:
– ¿Qué, señor policía, le da miedo soltarme las manos a mí también?
– ¡Joder, así está mucho mejor! -Orchard.
– ¿¿¿Y…???
– Y Junior estaba espiando con micrófonos ocultos a ese chico de los Guantes de Oro.
– ¿Qué hacía Duhamel en el club Alabam?
– Parecía estar vigilando a los tipos reunidos en esa trastienda cerrada con cortinas que tienen en ese local.
– ¿Qué tipos? ¿Qué hacían allí?
– Parecían anotar cifras de esas máquinas tragaperras.
– ¿Y?
– Oiga, ¿no sabe decir otra cosa?
Di otro porrazo sobre la mesa. Fuerte. La hice saltar del suelo.
– ¿Y por qué te llevó Junior Stemmons al club Alabam?
Orchard, con las manos alzadas, suplicante:
– Está bien, está bien, está bien. Junior como se llame estaba hasta las cejas de polvos. Estuvo charlando con el hombre de los Guantes de Oro y le contó esa loca fantasía de que yo tenía un montón de pasta con la que comprar abrigos de visón. El policía boxeador casi se volvió loco tratando de hacer callar a Junior. Estuvieron a punto de llegar a las manos.
También vi a esos otros dos policías que conozco de vista, observando toda la escena con mucho interés.
– Describe a esos otros dos policías.
– Un aspecto poco recomendable, mierda. Un tipo rubio y corpulento y su compañero, delgado y con gafas.
Breuning y Carlisle: seguir desde allí:
Duhamel espiando la actividad con las máquinas tragaperras: ¿de servicio para la brigada Antibandas? Matones espiándole a él: ¿como sospechoso del robo de pieles?
Orchard:
– Mire, ya no tengo más «y esto, y lo otro…» para usted. A partir de aquí me puede amenazar con lo que quiera, pero todo cuanto le diga serán bobadas.
Presionar al otro tipejo:
– Canta, Leroy.
– «Canta», una mierda. Yo no soy ningún soplón.
– No, lo que eres es un vendedor de narcóticos independiente de poca monta.
– ¿Cómo dices?
– Digo que esta heroína es la paga de un mes para ti.
– Di también que tengo un fiador dispuesto a pagar mi fianza y un honrado abogado judío para defenderme. Si me encierra, me bastará con mi llamada telefónica. ¿Qué dices a eso, mierda de policía?
Le quité las esposas.
– ¿Nunca te ha dado una paliza Tommy Kafesjian, Leroy?
– Tommy K. no me asusta.
– Claro que sí.
– Una mierda.
– Una de tres: o le pagas protección, o le haces de soplón, o vendes para él.
– Una mierda.
– Bien, no creo que te dediques a los chivatazos, pero creo que tienes el cuello dolorido de tanto volverlo para ver si algún tipo de Kafesjian te descubre.
– Quizá sea verdad lo que dices, pero quizá los Kafesjian no sigan controlando el tráfico en el Southside mucho tiempo más.
– ¿Te lo ha dicho Junior Stemmons?
– Quizá sí. Pero quizás es sólo un rumor relacionado con esa gran movida federal en el Southside. Y, en cualquier caso, no soy ningún soplón.
El drogota, un tipo duro.
– Leroy, ¿por qué no me cuentas cómo te zurró Junior Stemmons?
– Que te jodan.
– ¿Por qué no me cuentas de qué hablasteis?
– Que jodan a tu madre.
– Mira, si colaboras conmigo, quizás eso ayude a arruinar a los Kafesjian.
– Que te jodan. No soy ningún soplón.
– Leroy, ¿conocías a un vendedor de marihuana llamado Wardell Knox?
– Que te jodan. ¿Y qué, si lo conocía?
– Le mataron.
– Vaya cosa, Sherlock.
– Verás, ahora mismo hay toda una campaña para aclarar esos homicidios de negros.
– Vaya cosa, Dick Tracy.
Duro y estúpido. Llevé a Orchard a la sala contigua y le esposé donde no pudiera moverse. Volví con Leroy:
– Háblame de ti y Junior Stemmons o te llevo a la calle Setenta y siete y le digo a Dudley Smith que tú mataste a Wardell Knox y abusaste de un puñado de chiquillos blancos.
Golpe de gracia. Dejé la heroína sobre la mesa.
– Cógela. No la he visto nunca.
Leroy recuperó sus polvos. Zooom… colaboración instantánea:
– Lo único que hicimos ese chiflado de Junior y yo fue hablar. Sobre todo, él habló y yo escuché, porque me sacó la pasta y unas cuantas papelinas y yo supe enseguida que lo que me enseñaba no era una placa de juguete.
– ¿Mencionó a Tommy Kafesjian?
– A Tommy en concreto, no.
– ¿A su hermana, Lucille?,
– No.
– ¿A un mirón que espiaba a Lucille?
– Tampoco. Sólo dijo que la familia Kafesjian estaba jodida, que lo iba a tener mal con ese asunto de los federales. Dijo que Narcóticos del LAPD iba a ser neutralizado por los federales y que él iba a ser el nuevo rey de la droga del Southside…
MATARLE.
»… ese desgraciado de policía moqueante volando con las narices llenas de droga. Dijo que tenía pruebas contra los Kafesjian, y acceso a la investigación de su jefe sobre el robo, que estaba lleno de cosas sucias para chantajear a J.C. Kafesjian…
MATARLE.
»… y dijo que iba a echar a los Kafesjian y robarles el territorio. Todavía ahora tengo que morderme la lengua para no echarme a reír. Después dijo que tiene algo contra esos hermanos que trabajan para Mickey Cohen. Dijo que preparan esos chantajes sexuales a estrellas de cine…
Las fichas de Junior: Vecchio y su servicio de sementales…
»… y lo mejor es que el pequeño Junior dice que va a apoderarse del reino de Mickey Cohen, aunque me parece que ya no es un reino tan apetecible.
– ¿Y?
– Y estoy pensando que el dinero y la droga que perdí merece la pena por coger a ese chiflado hijo de puta.
La vigilancia de Woods: Junior, Tommy y J.C. en Bido Lito's. Implícito: él LES protegería de MÍ. Junior, doble agente: eutanasia para él.
– Devuélveme la droga.
– ¡Eh, quedamos en que era para mí!
– Dámela.
– ¡Que te jodan, mentiroso hijo de puta!
Le di con la porra, le rompí las muñecas, recuperé las papelinas.
– ¡Loco hijo de puta!
La puerta de Junior, seis candados. Nuevas precauciones de chiflado. El muy idiota había utilizado cerrajería del LAPD: mis llaves maestras me franquearon el paso.
Encendí la luz:
Arroz inflado en el suelo.
Cuerda de piano extendida a la altura del tobillo. Puertas del armario cerradas con clavos; ratoneras sobre los muebles.
LOOOCO.
Esta vez, un registro a fondo; la anterior ocasión, el baúl me había distraído.
Abrí el armario con una palanca: dentro, sólo restos de comida.
Copos de maíz y chinchetas en el suelo de la cocina.
Grasa en el fregadero: aceite de motor con fragmentos de vidrio.
Cinta aislante sellando la nevera. La arranco:
Ampollas de nitrato de amilo en una cubitera…
Colillas de porro en un cuenco de loza.
Helado de chocolate; un plástico metido en un compartimento abierto. Lo saqué, lo rasgué:
Una cámara espía Minox; sin carrete.
El pasillo: cables a la altura del cuello; me agacho. El baño: ratoneras, un cajón de medicinas cerrado con pegamento. Lo abro a golpes: un tubo de gomina y dos billetes de cien en una repisa.
Una canasta, con la tapa claveteada también.
Apalanco, tiro:
Hipodérmicas ensangrentadas, con las agujas hacia arriba: una trampa. Las aplasto; debajo, una pequeña caja fuerte de acero.
Cerrada. La abrí a golpes contra una pared.
Botín:
Una libreta de depósitos del Banco de América, sucursal de Hollywood. Saldo: 9.318,40 dólares.
Dos llaves de cajas de seguridad, con una tarjeta de instrucciones: «El acceso a la caja requiere contraseña y/o autorización visual.» Mierda.
Pensamiento:
Faltan pruebas; la cautela de Junior, completamente LOOOCA.
Lógica:
Las relaciones Glenda/Klein guardadas ALLÍ, junto con el arma que Georgie Ainge le vendió a Glenda.
Descubrir la contraseña.
Registré el dormitorio: una alfombra gruesa sembrada de cristales. El baúl, desaparecido. Los cajones de la cómoda, pura basura: pedazos de papel con anotaciones sin sentido.
Volqué el colchón, el sofá, las sillas: ningún siete, ningún rastro de cuchilladas. Arranqué la tapa del televisor; saltaron varias ratoneras. El desconchado de la pared contra la que había disparado la otra vez había sido rellenado con yeso.
No encontré la contraseña, ni más fichas de identificación, ni notas sobre Glenda y yo, ni documentación de Exley o de Duhamel.
Chasquidos bajo mis zapatos: el arroz inflado.
El teléfono: brrring…
El supletorio del pasillo. Descuelgo.
– ¿Eh, sí?
– Soy yo, Wenzel. Esto, Stemmons… mira, tío… no quiero tratos contigo.
Fingí la voz de Junior:
– Veámonos.
– No… Te devolveré el dinero.
– Vamos, hombre, hablemos…
– ¡No! ¡Tú estás chalado!
Clic. Deducción: Junior le compra droga a Wenzel. Wenzel es puesto sobre aviso después.
La cuenta del banco, las llaves de la caja: ahora, en mi poder. Cerré los candados con mano torpe. Mátale, Jack.
Fui a casa de Tilly. Aparqué ante la casa. Cuarto piso. Llamada. Sin respuesta.
Me asomé a la mirilla, pegué el oído: luz, risas de televisión. Una carga con el hombro reventó la puerta.
Tilly cambiando de canales, tendida en el suelo, adormilada por la droga.
Varios paquetes de polvos sobre una silla; más o menos, medio kilo.
La tele: Perry Como, boxeo, Patty Page. Tilly cara de palo, en el séptimo cielo. Cerré la puerta como pude y pasé el cerrojo. Tilly continuó pasando canales con ojos embobados: Lawrence Wolk, Spade Cooley. La agarré, la arrastré…
Debatiéndose, dando patadas: bien. El cuarto de baño, la ducha, el agua a toda presión…
Fría: empapando sus ropas, devolviéndola a la sobriedad. Mojándome, ¡mierda!
Helada: grandes escalofríos, piel de gallina colosal. Castañeteo de dientes intentando suplicarme. A sudar:
Agua caliente. Ahora, Tilly se resiste con fuerza; intenta dar patadas, descargar los puños, escabullirse. De nuevo, el chorro helado:
– ¡Está bien! ¡Está bien! -Sin la lengua de estropajo de la droga.
La saqué de la ducha, la senté en el retrete.
– Creo que Steve Wenzel te dejó esa droga para que la guardaras. Iba a dársela a ese policía, Junior Stemmons, del que hablamos la otra noche, y Junior ya se la había pagado. Ahora quiere devolverle el dinero porque Junior está loco y él, asustado. Ahora, dime lo que sepas del asunto.
Tilly temblorosa; escalofríos espasmódicos. Le arrojé las toallas y conecté el calefactor. Ella se arropó.
– ¿Va a contárselo a los de Libertad Condicional?
– No, si colaboras conmigo.
– ¿Y qué hay de…?
– ¿De esa mierda de la otra habitación que te va a costar una buena temporada en algún corral de lesbianas si decido ser desagradable?
Bañada ahora en sudor frío:
– Sí.
– No la voy a tocar. Y sé que tienes ganas de colocarte, así que cuanto antes hables, antes podrás.
Resistencias al rojo, calor. Tilly:
– Steve oyó que Tommy Kafesjian se propone matarle. Verá, hay un camello, Pat Orchard, al que detuvieron esta tarde. Un policía le apretó las tuercas…
– Fui yo.
– No me sorprende, pero deje que le cuente. Según Steve, ese policía que supongo que era usted hizo a ese Pat Orchard un montón de preguntas sobre ese policía, Junior. Tan pronto le ha soltado, Orchard ha acudido a Tommy Kafesjian y le ha soplado lo de ese Junior y Steve. Le ha contado que Steve le había vendido a Junior esa buena cantidad y que el policía andaba proclamando esa chifladura de que será el próximo rey de la droga. Steve me dijo que se había largado de casa e iba a intentar devolverle el dinero a Junior porque había oído que Tommy se propone matarle.
– Y dejó aquí los polvos para mayor seguridad.
Tilly, ansiosa, arropándose más con las toallas:
– Eso es.
– Hace menos de tres horas que he soltado a Orchard. ¿Cómo has sabido todo esto tan pronto?
– Tommy estuvo aquí antes de que se presentara Steve. Me lo contó porque sabe que conozco a Steve y se le ocurrió que quizá sabía dónde se escondía. No le dije que había hablado con usted la otra noche y le aseguré que no sabía dónde estaba Steve, lo cual es cierto. Se marchó, y luego llegó Steve y dejó aquí el material. Yo le he aconsejado que escapara de ese chiflado de Tommy y de ese chiflado de Junior.
Steve llama a Junior… y yo respondo al teléfono.
– ¿De qué más hablasteis Tommy y tú?
Calor agobiante del calefactor. Tilly goteaba sudor.
– Quería hacerlo conmigo, pero le dije que no porque usted me contó que él mató a Wardell Knox.
– ¿Qué más? Cuanto antes me vaya, antes podrás…
– Tommy dijo que anda tras el tipo que espía a su hermana, Lucille. Dijo que se está volviendo loco buscando a ese espía.
– ¿Qué más te dijo de él?
– Nada.
– ¿Dijo si se llamaba Richie?
– No.
– ¿Dijo si era músico?
– No.
– ¿Dijo si tenía pistas sobre quién era el tipo?
– No. Dijo que el mirón era un jodido fantasma y que no sabía dónde estaba.
– ¿Mencionó a alguien más, a otro hombre que espiara al espía?
– No.
– ¿Seguro que dio algún nombre al tipo?
– Seguro.
– ¿Champ Dineen, tal vez?
– ¿Me toma por estúpida? Champ Dineen era ese compositor que murió hace años.
– ¿Qué más dijo Tommy de Lucille?
– Nada.
– ¿Mencionó el nombre de Joseph Arden?
– No. Por favor, necesito…
– ¿Dijo Tommy si estaba follando con su hermana?
– Señor, usted tiene una curiosidad malsana por la chica.
Rápido: salgo a la otra sala y vuelvo con la droga.
– Señor, eso es de Steve.
Abrí la ventana y miré abajo: una partida de dados en el callejón, justo debajo.
– Señor…
Arrojé uno de los paquetes: diana en la manta de los dados.
– ¿Qué más dijo Tommy de Lucille?
– ¡Nada! ¡Por favor, señor!
Abajo, gritos: droga caída del cielo.
Dos paquetes más -«¡Señor, necesito eso!»-, cuatro, cinco: rugidos en el callejón.
– ¡TOMMY Y LUCILLE! -Seis, siete, ocho.
Nueve, diez:
– Pensar lo que está pensando está mal. ¿Usted lo haría con su propia hermana?
Sueños de juegos insensatos, ¡Dios sea loado! Once, doce: los arrojé a Tilly.
Al centro. Archivo de Información. Un vistazo a la ficha de antecedentes y las fotos de identificación de Steve Wenzel. Dos detenciones por droga, condenas cortas: basura blanca de quijadas largas y delgadas.
Ninguna lista de socios conocidos de los Kafesjian. Dediqué mi atención a los K.
Una ronda por su casa: luces encendidas, coches frente a la entrada. Aparqué, reconocí el terreno por la ventanilla.
Llegué a la altura del camino particular, a oscuras, atento a si había perros sustitutos. Salté la valla y eché un vistazo: Madge cocinando. No vi a Lucille. Estancias a oscuras, el despacho: J.C., Tommy y Abe Voldrich.
Me agaché. Las ventanas, cerradas: ningún sonido. Eché una mirada:
J.C., agitando papeles; Tommy, con una risilla. Voldrich, el gesto de sus manos: calma.
Gritos apagados. El cristal de la ventana trasmitió un zumbido. Miré de nuevo: J.C. seguía agitando los papeles. Se acercó a la ventana: ¡mierda, impresos de Subdirección Administrativa!
Imposible leer el contenido.
Probablemente, comunicaciones de Klein a Exley: pistas sobre el mirón. Robadas, filtradas. Quizá Junior, quizá Wilhite.
«Tommy se está volviendo loco buscando a ese espía.»
Volví al coche dando un rodeo. Vigilancia de mirón: mis ojos en la ventana de Lucille. Cuarenta minutos después, ahí está: la chica despreocupadamente desnuda. Apagó las luces demasiado pronto, mierda, y clavé la vista en la puerta delantera, deseoso de seguir mirando.
Diez minutos, quince.
Portazo. Los tres hombres salieron precipitadamente, cada cual a su coche. El Mercedes de Tommy rascó el bordillo al ponerse en marcha, levantando chispas.
J.C. y Voldrich se dirigieron al norte.
Tommy, directo al sur.
Le seguí.
Al sur por La Brea, al este por Slauson. Aquel chulo negro vestido de color púrpura. Más al este, y al sur por Central Avenue.
Territorio del mirón.
Semáforo: disimular, sin perder al tipejo. Más al sur. Watts. Al este.
Luces de freno -Avalon y 103-, encrucijada de clubes nocturnos sin hora de cierre.
Nigger Heaven:
Dos edificios conectados por pasarelas de madera, tres pisos de altura, ventanas abiertas, acceso a la salida de incendios.
Tommy aparcó. Yo pasé sin detenerme; luego, retrocedí y le observé dirigirse hacia el edificio de la izquierda.
Se encaramó por la escalera de incendios y pisó la pasarela.
Tommy, a rastras: tablones oscilantes, pasamanos de cuerda.
Tommy, en cuclillas.
Tommy, fisgando por la ventana de la izquierda.
Mi expectativa de grandes sucesos, frustrada: Tommy se limitaba a mirar.
Salté del coche y subí a saltos la escalera de acceso al edificio de la izquierda. Nadie en el vestíbulo; lo crucé corriendo.
Tercer piso. Matones apostados. Miradas: ¿quién es este policía? Dejé atrás a los gorilas conserjes y entré.
Paredes de imitación de piel de cebra, una fiesta de degenerados: blancos, de color. Música, ruido de juerga.
Eché una ojeada a la habitación. Nadie parecido al retrato robot del mirón. Tampoco Tommy.
Un vistazo a la ventana: Tommy ya no estaba en la pasarela.
Los juerguistas, muy apiñados -blancos amantes del jazz/negros llamativos-; costaba moverse.
Humo de marihuana en las inmediaciones: Steve Wenzel, el carilargo, pasando un porro.
Un grupo de juerguistas entre los dos.
Tommy detrás de mí, las manos en el abrigo.
Saca las manos: unos cañones recortados a la vista.
Solté un grito…
Un negro tocó un interruptor. La habitación quedó a oscuras.
El rugido de un disparo, rotundo; un largo estampido. Rociada/disparos de pistola al azar/gritos. El resplandor de los disparos iluminó a Steve Wenzel, sin cara.
Gritos.
Me abrí paso entre ellos hasta la ventana.
Crucé la pasarela a gatas, con restos de cristales y de sesos entre el cabello.
Harbor Freeway dirección norte; el altavoz de la radio:
«Código 3 todas las unidades próximas a Avalon y 103 homicidio múltiple South Avalon 10342 tercer piso envíen ambulancias repito todas las unidades 187 múltiple South Avalon 10342 ver al portero del edificio…»
Respirando sangre; me limpié con la gabardina. Limpio, pero aún oliendo a ella.
«Repito todas las unidades cuatro muertos South Avalon 10342 código 3 envíen ambulancias.»
Neurosis de guerra peor que en Saipan. La calzada se hizo borrosa. «Unidades de Tráfico en las inmediaciones de 103 y Avalon Código 3 contacten con el sargento Disbrow Código 3 urgente.»
Salida de la vía rápida por la calle Seis, camino del local de Mike Lyman, donde Exley tomaba su último bocado. Solté un billete al camarero: llévame hasta el jefe, ahora.
A mi alrededor, gente feliz: carantoñas.
– Por aquí, teniente, hágame el favor.
Seguí al camarero. Un reservado del fondo: Exley de pie, Bob Gallaudet repantigado. ¿Qué sucedía? Exley:
– Klein, ¿qué sucede?
Los asientos de la barra, muy próximos. Le hice un gesto para que se acercara. Bob, con las antenas puestas, fuera del alcance del oído.
– Klein, ¿qué sucede?
– ¿Recuerda esa orden de detención que firmó esta mañana?
– Sí. Tres hombres que hay que detener en la comisaría de Wilshire. Me debe una explicación por eso, así que empiece a…
– Uno de los hombres era un camello independiente llamado Steve Wenzel y, hace media hora, Tommy Kafesjian se lo ha cargado en uno de esos tugurios consentidos de Watts. Yo estaba allí y lo vi; ahora está en boca de toda la ciudad. Cuatro muertos hasta el momento.
– Explíqueme eso.
– Todo es culpa de Junior Stemmons.
– Explíquese.
– Mierda, está más sucio de lo que nadie podría… ¡mierda, está inyectándose droga y anda por ahí extorsionando a los vendedores! Es marica y se dedica a sacarle la pasta a los chaperos de Fern Dell Park. Y creo que le está filtrando a los Kafesjian mis informes sobre el 459. También se mueve por el barrio negro como si estuviera chiflado, anunciando que él será el nuevo…
Exley, refrenándome:
– Y usted ha intentado ocuparse del asunto personalmente.
– Exacto. Junior le compró material a Wenzel para, citando sus palabras, «establecerse como el nuevo rey de la droga del Southside». Otro de los hombres de esa orden de registro, al que interrogué extensamente sobre Stemmons y Wenzel, les delató a ambos a Tommy K. Yo he seguido a Tommy hasta Watts y ha sido allí donde se ha cargado a ese Wenzel.
Exley, puro hielo patricio:
– Enviaré un equipo del grupo de Asuntos Internos para ocuparse de los homicidios. ¿Seguro que son Wenzel y víctimas inocentes?
– Sí.
– Entonces, asegúrese de que la identidad de su hombre no llega a la prensa. Así evitaremos que esa orden de detención nos cause problemas.
– Usted no quiere que los federales metan las narices en esto, de modo que pretende correr un velo ante la prensa ahora mismo.
– Klein, ya sabe que no debe acercarse…
– De acuerdo, no me acercaré a Tommy Kafesjian… por ahora. Aunque le haya visto matar a un hombre. Aunque usted no quiera decirme por qué está utilizándome para manipular a la familia.
Ningún rechazo. Ninguna réplica.
– ¿Dónde está Stemmons ahora?
– No lo sé. -MÁTALO, JACK.
– ¿Cree que le…?
– No, no creo que le maten. Quizá pongan a ello a Dan Wilhite, pero no creo que vayan a cargarse a un miembro del LAPD.
– Quiero un informe detallado y confidencial del asunto dentro de veinticuatro horas.
Me acerqué más a él, bajo la mirada atenta de Bob G.:
– ¡Nada de papeles! ¿Se ha vuelto loco? Y ahora que hablo con usted, debe saber que a Junior le hace tilín Johnny Duhamel. La próxima vez que vea a Dudley, dígale que tiene trabajando para él al amorcito de un mariquita.
Exley pestañeó. La mera referencia a aquello le tocó en lo más hondo.
– Entonces, debe haber una razón para que no me contara antes estas cosas de Stemmons.
– Usted no inspira la charla franca y abierta, jefe.
– Pero, pero usted anda mucho más listo en saltarse la autoridad cuando con ello puede conseguir algún provecho.
– Entonces, ayúdeme a conseguir un mandamiento judicial para investigar unas cajas de seguridad de un banco. Junior tiene droga guardada en ellas. Ayúdeme a sacarla antes de que ponga en un apuro al departamento.
– Tanta preocupación es muy altruista por su parte, pero usted es abogado y sabe que esos mandamientos son asunto federal, y el fiscal federal del distrito es Welles Noonan…
– Podría pedirlo a un juez federal.
– No.
– No, ¿y…?
– No, y quiero que vaya ahora mismo a casa de ese Wenzel y la registre en busca de pruebas de sus tratos con Junior Stemmons. Si encuentra algo, destrúyalo. Eso sí que será un servicio al departamento.
– Jefe, deje que yo me ocupe de Stemmons.
– No. Voy a llamar a todos los de Asuntos Internos y a silenciar lo de ese tiroteo en Watts. Voy a encontrar a Stemmons y a secuestrarle aquí, donde los federales no puedan encontrarle.
Junior delatando a Glenda: pantalla ancha/VistaVisión/3-D:
– ¿Silenciará usted todo cuanto pueda incriminarme a mí?
– Sí, pero no disimule sus motivos egoístas apelando al interés del departamento. Dado lo que es usted, teniente, sus intenciones resultan penosamente transparentes.
Cambio de tema:
– ¿Sabe si los de Asuntos Internos me han estado siguiendo esporádicamente desde el asunto Johnson?
– Seguro que no. Si le han estado vigilando, es cosa de los federales. Yo ya le perdoné ese asesinato, ¿recuerda?
Rayos X en los ojos; el jodido me hizo pestañear.
– Y lávese, teniente. Huele a sangre.
Fui hasta la casa de Wenzel. Ante la puerta estaba aparcado el coche de J.C. Supuse que estaban limpiando rápidamente los posibles indicios de relación con Tommy.
Imágenes de neurosis de guerra:
Los federales cogen vivo a Junior. Él pide hacer un trato: silenciar el asunto de los maricas a cambio de delatar a Dave Klein. Junior, experto maestro en obtención de pruebas: todos mis muertos, todos mis sobornos, pormenorizados.
Decidí registrar una vez más aquella casa de locos:
Me acerqué hasta la casa, abrí los seis candados y entré. Luces encendidas, nuevo horror:
Casquillos de bala en el horno.
Petardos de feria embutidos en una tostadora.
Hojas de cuchilla obstruyendo un conducto de calefacción.
Lo hago:
Cojo la cámara espía.
Cojo las notas garabateadas.
Vuelco de nuevo los muebles: cuatro sillas con puntadas sueltas en la tapicería. Rasgo ésta, hurgo el interior. Dinero escondido: 56 dólares. Copias del 187 de Gilette, sacadas de Homicidios. Un nuevo informe Glenda/Klein, más detallado:
ANTES DEL DISPARO FATAL Y DEL APUÑALAMIENTO DE GILETTE, LA SEÑORITA BLEDSOE HIZO DOS DISPAROS MAS, SIN DAR EN EL BLANCO, CON EL MENCIONADO REVÓLVER DEL 32 QUE HABÍA ADQUIRIDO DE GEORGIE AINGE. (VER INFORME DE BALÍSTICA # 114-55, ANEXO AL EXPEDIENTE DE LA BRIGADA DE HIGHLAND PARK, PARA MAS DETALLES SOBRE LA BALA EXTRAÍDA DEL CUERPO DE GILETTE Y LAS DESCUBIERTAS INCRUSTADAS EN LAS PAREDES DEL SALÓN DE LA CASA.) EL REVÓLVER SE ENCUENTRA AHORA A SALVO EN MI PODER; ME FUE ENTREGADO POR AINGE ANTES DE SU PARTIDA DE LOS ÁNGELES. HE EFECTUADO SEIS DISPAROS DE PRUEBA CON EL ARMA Y EL ANÁLISIS DE BALÍSTICA INDICA QUE LAS BALAS SON IDÉNTICAS A LAS EXTRAÍDAS DEL CUERPO Y DE LAS PAREDES DE GILETTE. EL REVOLVER ESTÁ ENVUELTO EN UN PLÁSTICO Y LAS CACHAS LISAS DE NÁCAR MOSTRABAN UNAS HUELLAS DE LOS PULGARES IZQUIERDO Y DERECHO QUE COINCIDEN EN ONCE PUNTOS DE COMPARACIÓN RELEVANTES CON LA FICHA DE DELINCUENTE JUVENIL DE GLENDA BLEDSOE, DETENIDA POR ROBO EN TIENDAS EN 1946.
Rompí el papel, lo arrojé al inodoro y tiré de la cadena.
«A salvo»/«envuelto»/huellas = el revólver guardado en la caja de seguridad.
Tanteé las paredes: no noté huecos.
Destripé cojines: ratoneras cebadas con matarratas saltaron al tocarlas.
Tiré de una tabla floja del piso: en un tablero electrificado se iluminó Jesucristo, brillante y tornasolado.
Solté una carcajada.
Junior, 99% LOOOCO – 1% cuerdo. Evidencia de cordura: conducta metódica, lógica, concisa, sucinta, plausible. Di por sentado que había tomado disposiciones para el caso de' muerte: poner aquellas pruebas concisas, lógicas, plausibles y sucintas en manos de su heredero más lógico, de su más posible reivindicador: Howard Jodido Hughes.
Más carcajadas, hasta casi no poder respirar. Arroz inflado crepitando en el suelo. Voces en la puerta de al lado. ¿A qué vendrán esas LOOOCAS carcajadas del agradable y educado señor Stemmons?
Agarré el teléfono, lo moví torpemente, marqué.
– ¿Hola? ¿Dav…?
– Sí, soy yo.
– ¿Dónde estás? ¿Qué sucedió con Doug?
Ancelet. Distorsión del tiempo: asunto ya viejo.
– Te contaré cuando nos veamos.
– Entonces, ven ahora.
– No puedo.
– ¿Por qué?
– Estoy en un sitio, esperando. Es posible que el tipo que vive aquí aparezca pronto.
– Entonces, déjale una nota diciéndole que te llame a mi casa.
Reprimiendo la risa:
– No puedo.
– Te noto muy raro.
– Te contaré cuando nos veamos.
Silencio, crepitaciones en la línea. Flotaba en el aire lo de Miciak.
– ¿David, tú…?
– No digas su nombre. Y si no ha salido en los periódicos o en televisión, imagino que no.
– Y cuando sea que sí, ya sé lo que tengo que hacer.
– Tú siempre sabes qué tienes que hacer.
– Y tú siempre intentas sonsacarme cómo puedo saberlo.
– Soy detective.
– No, tú eres el hombre que ejecuta las cosas. Y no puedo explicarte todas mis cosas.
– Pero yo…
– Pero tú no dejas nunca de intentarlo, así que ven ahora y prueba otra vez.
– No puedo. Glenda, dime cosas. Distráeme.
La oigo: enciende una cerilla, exhala:
– Bueno, Herman Gerstein ha venido hoy por el plató y ha tenido una agarrada con Mickey. Parece que ha visto algunas secuencias y teme que Sid Frizell esté metiendo demasiada sangre en la película. También, cito sus palabras, «Esa historia de incesto con vampiros puede meternos en el culo a esa maldita Legión de la Decencia cristiana», fin de la cita. Encima, Touch me ha dicho que Rock le ha pasado las ladillas. Y Sid ha estado ofreciendo proyecciones privadas de esa película porno que está filmando en Lynwood. Los actores no son los más atractivos, pero el equipo parecía pasárselo en grande.
– ¿Esta noche, pues?
– Te llamaré.
– Ten cuidado.
– Siempre.
Colgué, cogí una silla y viajé a alguna parte. Allí había vampiros: Tommy, papá persiguiendo a Meg con la bragueta abierta. Sueño en blanco, unas manos me sacuden:
– Sí, es el jefe de Subdirección Administrativa.
– Despierte, teniente.
Arriba, con movimientos violentos.
Dos hombres prototipo de Asuntos Internos, las armas en la mano.
– Señor, Junior Stemmons ha muerto.
Código 3 a Bido Lito's: dos coches. Sin explicaciones. Mosqueo: Jack había dicho que se desharía del cuerpo. Calles secundarias, allí:
Reporteros, coches patrulla, varios Plymouth. Federales tomando fotos con zoom. Civiles arremolinándose; aún no había barrera policial.
Aparqué y seguí a una brigada del depósito de cadáveres. Federales charlando; a hurtadillas, escucho:
– …y no tenemos sus fotos en los archivos. Eran desconocidos; lo más probable, tipos de fuera de la ciudad encargados del mantenimiento de las máquinas tragaperras aquí y en una docena de sitios parecidos del Southside.
– Frank…
– Tú escucha, haz el favor. Ayer, Noonan recibió un soplo anónimo sobre un garaje de ahí abajo. Fuimos y encontramos tragaperras a capazos. Pero… era un garaje aislado en una callejuela sucia y no podemos identificar al propietario ni que nos maten.
Intriga de tragaperras. Al carajo.
Corrí adentro. Mucho jefazo: Exley, Dudley Smith, inspector George Stemmons, Senior. Hombres de Laboratorio pululando, Dick Carlisle, Mike Breuning.
Las miradas de vudú me traspasaron: el salvador de Lester Lake. Los dedos rígidos se abrieron a tirones con gesto furtivo; Breuning besó los suyos.
Los auxiliares del depósito entraron una camilla. Les seguí, dejé atrás la tarima del escenario, unos pasillos traseros. Una sala de máquinas tragaperras.
MIERDA…
Junior, muerto: en postura fetal, en el suelo.
Con el lazo del yonqui: torniquete en un brazo, cinturón entre los dientes, sujeto por el rigor mortis.
Una aguja colgando de una vena; ojos desorbitados. Mangas cortas: a la vista, carreras de aguja y cicatrices en venas.
Un agente de uniforme, abstraído:
– He buscado en los bolsillos. Llevaba encima una llave de la puerta principal.
Un hombre de Laboratorio:
– El portero llegó temprano y le encontró. ¡Cómo, una cosa así en medio de la movida de los federales!
El forense, lector de mentes:
– Puede ser una sobredosis auténtica, o un homicidio muy hábil. Esas marcas demuestran que el hombre era un adicto. ¡Dios mío, un oficial de la Policía de Los Angeles!
Jack Woods: nunca.
Ray Pinker me tocó en el codo.
– Dave, el jefe Exley quiere verte. Ahí fuera, detrás.
Salí a toda prisa al aparcamiento. Exley estaba junto al coche de Junior.
– Interprete esto.
– Interprete, mierda. O es verdad, o han sido los Kafesjian.
– Asuntos Internos dice que le encontraron dormido en el apartamento de Stemmons.
– Es verdad.
– ¿Qué hacía allí?
– Me acerqué a la casa de Steve Wenzel y vi el coche de J.C. aparcado frente a la puerta. La casa de Junior no estaba lejos y pensé que tal vez aparecería. ¿Cómo terminó lo de Watts?
– Cinco muertos, sin testigos presenciales. Cuando Tommy Kafesjian disparó no había luz, ¿verdad?
– Ajá. Hizo que uno de los negros apagara la luz. ¿Jefe, ha…?
– Wenzel era la única víctima blanca y el estado del cuerpo impedía una identificación rápida. Al parecer, los disparos provocaron la reacción de diversos individuos también armados presentes en el club. Bob Gallaudet y yo bajamos allí y apaciguamos a la prensa. Contamos que todas las víctimas eran negras y les prometimos pases para los desahucios de Chavez Ravine si suavizaban la historia. Naturalmente, todos dijeron que sí.
– Sí, pero puede apostar a que los federales controlaban nuestras llamadas por la radio.
– Estaban allí también, tomando fotos, pero hasta donde ellos saben el asunto no fue más que un altercado entre negros, aunque de proporciones insólitas.
– Y dado que nos acusan de mirar para otro lado en los homicidios entre morenos, has enviado una docena de sabuesos de Homicidios para cubrir las apariencias.
– Exacto, y Bob y yo charlamos con un clérigo negro bastante influyente. El tipo tiene aspiraciones políticas y ha prometido hablar con los familiares de las víctimas. Cuando lo haga, insistirá en la conveniencia de que no hablen con los federales.
El coche de Junior: ventanillas tiznadas de suciedad, asquerosas.
– ¿Qué han encontrado ahí dentro?
– Narcóticos, comida enlatada y literatura homosexual. Asuntos Internos se encarga de taparlo.
Ruido dentro del club. Miro por la ventana: Stemmons, Senior, derribando sillas a patadas.
– ¿Qué hay de Junior?
– Contaremos a la prensa que ha sido una muerte accidental. Asuntos Internos investigará, con mucha discreción.
– Y dejará en paz a los Kafesjian.
– Ya nos ocuparemos de ellos en su momento. ¿Cree que Narcóticos podría haber hecho algo así?
Stemmons, sollozando. Exley:
– ¿Klein…?
– No. Desde luego, son capaces de quitar de en medio a cualquiera, pero no creo que sea cosa de ellos. Me inclino más por una sobredosis auténtica.
– ¿Y eso?
– Un patrullero me ha dicho que Junior tenía una llave de la puerta del local en el bolsillo. Era un jodido adicto chiflado y este antro es un conocido lugar de reunión y de venta de drogas de Tommy K. Si le hubiera matado la familia, no habría dejado el cuerpo aquí.
– ¿En qué estado encontró su apartamento?
– No me creería si se lo contara, y debería dejar la inspección forense en mis manos. Saqué sobresaliente en Criminología en la Academia y, además, estuve revolviendo la casa y probablemente hay huellas mías por todas partes.
– Hágalo, pues; luego, limpie la casa. Y llame a la Pacific Bell y haga que guarden bajo llave la lista de las llamadas telefónicas. Y otra cosa: anoche dijo que Stemmons tenía droga guardada en cajas de seguridad.
– Sí.
– ¿Sabe de qué bancos?
– Tengo sus libretas de ahorros y las llaves de las cajas.
– Bien, Klein, es usted abogado, de modo que daré por buena su fantasía del «alijo de droga» y le diré que estudie sus libros de Derecho y busque una estrategia para saltarse a Welles Noonan y conseguir una autorización judicial para inspeccionar esas cuentas y cajas.
– ¿Mi fantasía?
Exley, con un suspiro:
– Stemmons tiene un montón de mierda acerca de usted. Muy probablemente, estará guardado en esas cajas. Seguro que él le estaba extorsionando de alguna manera, o le habría usted quitado de en medio con sus inimitables métodos violentos, antes de que esa chifladura suya quedara tan fuera de control.
AHORA, SUÉLTALO:
– Tenía un archivo sobre usted. Estaba oculto con varios documentos de Personal sobre Johnny Duhamel. Anoche hice un comentario tonto sobre Duhamel que le disparó la presión veinte puntos, por lo menos, así que no me venga con zarandajas.
– ¿Qué es eso del archivo? -Sin la menor reacción, puro hielo.
– Todos sus casos en la brigada. Exhaustivo. Junior era el mejor que he conocido para encontrar pistas entre los papeles. La semana pasada hice un registro en su apartamento y lo encontré. Y anoche había desaparecido.
– Interprete eso.
Guiñé un ojo al estilo de Dudley:
– Digamos que me alegra saber que mi estimado colega Ed también tiene un interés personal en esto. Y no se preocupe por el 459 de Kafesjian: estoy demasiado metido en el asunto para dejarlo. -Vistazo a la ventana. Papá Stemmons, lamentándose-. Debería calmarle, Eddie, no vaya a jorobarnos ese asuntillo personal que tenemos entre manos.
– Llámeme después de inspeccionar la casa.
Media vuelta. Le observo alejarse.
Una mirada a la ventana:
Exley abordando a Stemmons: sin apretones de manos, sin abrazos de condolencia. Entreabro la ventana, escucho:
– Su hijo… le prohíbo que intervenga y que hable con la prensa… ahorrarle el dolor de que sus tendencias perversas se hagan públicas.
Stemmons tambaleándose, desquiciado de pena.
Por la radio del coche, emisoras del centro de la ciudad:
KMPC: Policía encontrado muerto en un club de jazz del Southside; el LAPD habla de ataque cardíaco.
KGFJ: ¡Tiroteo de madrugada! ¡Cinco negros muertos!
Censura de comunicaciones. Exley, trabajando deprisa.
Nada sobre Harold John Miciak.
Paso a la frecuencia de la policía: un policía tarado identificando a Junior por su nombre.
La oficina, mi despacho: un alto para cambiarme de ropa. Una ducha y un afeitado en los vestuarios. Excitado, agotado.
Pasillo adelante, a Personal.
Pedí un análisis de huellas de Junior. A escondidas, me llevé también el de Duhamel.
Laboratorio: cogí un equipo de rastreo de huellas y una cámara.
Una llamada a la compañía de teléfonos. Dejo caer el nombre de Exley. Hagan lo siguiente:
Recopilar todas las llamadas efectuadas desde Gladstone 4-0629 de los últimos veinte días.
Anotar nombres y direcciones de todas las personas llamadas.
Guardar todos los datos registrados sobre George Stemmons, Jr., a la espera de que el jefe Exley obtuviera la orden judicial.
Llamarme a mí a ese número en el plazo de cuatro horas, con los resultados completos.
De nuevo, la radio del coche. Emisoras comerciales:
Los muertos de Watts. El predicador negro culpa al alcohol «que esclaviza a nuestro pueblo».
Fantasía filtrada a la prensa por Exley:
Durante una accidentada persecución en el interior de un club nocturno clausurado del Southside, el sargento George Stemmons, Jr. sufre un ataque cardíaco fatal. El ladrón escapa. No habrá autopsia: va contra la religión del difunto.
Nada de Miciak.
Nada de los federales.
Uniformados a la puerta de la casa de Junior; les encerré fuera y me puse manos a la obra.
Tomé fotografías:
Trampas/montones de copos de maíz/desorden.
Recogí fibras, hice inventario de propiedades.
Después, búsqueda de huellas. Tediosa, lenta. Estaban las de Junior, múltiples impresiones coincidentes en diez puntos con el análisis. El salón/pasillo/cocina: otras huellas, con cicatrices visibles. Fáciles de identificar: mías. Una vez, papá me sorprendió robando y me quemó los dedos.
Tres habitaciones inspeccionadas: las dejé totalmente limpias. En la parte interior de la puerta, una identificación: Duhamel, positivo en ocho puntos de comparación. Extrapolación: Johnny, asustado de entrar.
Las borré. Sonó el teléfono. La Pacific Bell, con lo solicitado.
Tomé nota:
28/10/58 – BR 6-8499 – Señor y señora Stemmons, Dresden 4129, Pasadena.
30/10/58 – BR 6-8499 – ídem.
2/11/58 – MA 6-1147 – LAPD, Subdirección Administrativa.
2/11/58 – Mamá/Papá.
3/11/58, 3/11/58, 4/11/58, 4/11/58 – Sub. Administrativa.
5/11/58, 5/11/58, 6/11/58 – GR 1-4790 – John Duhamel, Oleander 10477, Eagle Rock.
6/11/58, 6/11/58, 7/11/58, 9/11/58, 9/11/58 – AX 4-1192 – motel Victory, Gardena.
9/11/58 – MU 8-5888 – teléfono público, 81/Central Los Angeles.
9/11/58 – MU 7-4160 – teléfono público, 79/Central Los Angeles.
9/11/58 – MU 6-1171 – teléfono público, 67/Central Los Angeles.
9/11/58 – motel Victory.
9/11/58 – ídem.
9/11/58 – casa de Duhamel
10/11/58 – WE 5-1243 – teléfono público, Olympic/La Brea, L.Á.
10/11/58 – motel Victory
10/11/58, 10/11/58, 11/11/58, 12/11/58 – KL 6-1885 -teléfono público, Aviation/Hibiscus, Lynwood.
16/11/58 – HO 4-6833 – Glenda Bledsoe, N. Mount Airy 2489 1/2, Hollywood.
Calambre de escritor. Interpretación de los datos:
Primeras llamadas a mamá-papá/despacho: asuntos normales. Llamada siguiente a Duhamel: Junior volviéndose loco. El motel Victory, sede de la brigada Antibandas: hogar de los matones de Smith/Johnny Duhamel de servicio.
Después, teléfonos públicos situados en el barrio negro: posiblemente, negocios de drogas, quizá conversaciones con Steve Wenzel. Una cabina telefónica en Olympic/La Brea: la casa de los Kafesjian, seis manzanas al sur. Junior, loco: ELLOS le habían dicho que no llamara a la casa.
12/11 a 16/11, sin llamadas. Junior CHIFLADO. 16/11: mi llamada nocturna a Glenda.
Lógico, pero:
Llamadas al teléfono público de Lynwood =????
Borracho de agotamiento, busqué huellas en el travesaño del cabezal de la cama. Mierda:
Indicios de manos entrelazadas; dedos entrecruzados asidos a la barra. Restos de sudor, huellas dactilares ocultas viables. Y no correspondían a Johnny. Impresiones claras de Junior entrelazadas con las desconocidas: algún chapero anónimo.
Borrarlas. Riiing… riiing: agarro el teléfono, cierro el dormitorio.
– ¿Exley?
– Soy Johnny Duhamel.
– ¿Qué…? ¿Cómo has sabido que estaba aquí?
– He oído una comunicación por radio acerca de Stemmons. Me he acercado por su casa y los patrulleros me han dicho que estabas dentro. Yo…, escucha, tengo que hablar contigo.
ADRENALINA. Un zumbido en la cabeza.
– ¿Dónde estás?
– No…, veámonos esta noche.
– ¡Vamos, hombre! ¡Ahora!
– No. Pongamos a las ocho en punto. Spindrift, 4980. En Lynwood.
– ¿Por qué allí?
– Pruebas.
– Johnny, dime…
Clic. Tono de marcar. Llevé el dedo al disco. Exley, deprisa…
NO.
No. Exley está cegado con Johnny (sólo quizá).
Llamada alternativa: marco MA 4-8630.
– Oficina del fiscal del Distrito.
– Con Bob Gallaudet, de parte de Dave Klein.
– Lo siento, señor. El señor Gallaudet está reunido.
– Dígale que es urgente.
Chasquidos de conexión y:
– Dave, ¿qué puedo hacer por ti?
– Un favor.
– Adelante. Tú me has hecho unos cuantos, últimamente.
– Necesito una ojeada a un archivo personal de Asuntos Internos.
– ¿Qué es esto, una innovación de Ed? Asuntos Internos es su guardia de élite.
– Sí, es cosa de Exley. Cuando alguien entra en la brigada de Detectives, Asuntos Internos realiza una investigación de antecedentes muy completa. Esta noche tengo que verme con alguien y necesito saber más cosas de él. Tiene que ver con el alboroto del barrio negro y tú podrías echar una ojeada al expediente sin que hayan preguntas.
– Estás haciendo esto a espaldas de Ed, ¿verdad?
– Sí, como esos informes sobre los Kafesjian que te hice llegar.
Una pausa. Segundos eternos.
– Touché, así que llámame dentro de unas horas. No puedo dejar la oficina, pero te prepararé una sinopsis. ¿Cómo se llama el tipo?
– John Duhamel.
– Johnny, «el Escolar». Perdí un buen fajo de billetes en su debut profesional. ¿Te importaría explicarme…?
– Cuando haya terminado, Bob. Gracias.
– Bien; de momento, favor por favor. Y la próxima vez que nos veamos, recuérdame que te cuente lo de la reunión que Ed y yo tuvimos con ese ministro negro. Extraños compañeros de cama, ¿eh?
La cama. Las manos entrelazadas.
– Extrañísimos, maldita sea.
Excedente de adrenalina. Me entono para ir a espiar a los Kafesjian.
Aceché la casa desde tres puertas más allá: no hubo espectáculo en la ventana del dormitorio. Nadie buscando mirones. Tres coches en el césped.
Pasatiempos del espía: la radio del coche.
Elegía por Junior. Capellán del LAPD, Dudley Smith: «Era un gran muchacho. Un esforzado luchador contra el crimen, y es un cruel capricho del destino que un hombre tan joven haya sufrido un fallo cardíaco durante la persecución de un vulgar ratero.»
Welles Noonan por la KNX: «…no digo que la sorprendente muerte de un joven policía supuestamente sano esté relacionada con las otras cinco muertes ocurridas durante las pasadas veinticuatro horas en los barrios de South Central Los Angeles, pero me parece curioso que el departamento de Policía de Los Angeles se haya dado tanta prisa en explicar los hechos y dar el asunto por terminado.»
Astuto, Noonan: la mierda atrae a las moscas.
Cuatro de la madrugada, graznidos de saxo de Tommy. La señal para marcharme. Animado por mi propia música: me estaba acercando a ALGO.
Primeras luces, nubes, lluvia. Parada junto a una cabina telefónica: Bob fuera, Riegle al aparato. Pocas novedades en la investigación de la comisaría: ningún suicidio que encajara con LA MADRE DEL MIRÓN.
Me acerco al plató, llueve fuerte, no hay filmación. Suerte: la luz del remolque, encendida. Una carrera hasta la puerta, saltando charcos.
Glenda estaba fumando, inquieta. Tendida en la cama. Sin prisas por tocarme. Fácil de adivinar por qué:
– ¿Miciak?
Ella asintió.
– Ha venido Bradley Milteer. Al parecer, él y Herman Gerstein se conocían aparte de su trabajo para Hughes. Dijo a Herman que habían encontrado el coche y el cuerpo de Miciak y que iban a ser investigados discretamente todos los actores y actrices contratados por Hughes. Mickey le oyó decirle a Herman que vendrían detectives de la policía local de Malibú para hablar conmigo.
– ¿Es todo lo que oíste?
– No. Mickey dijo que la policía lleva la investigación entre algodones para evitar poner en apuros a Howard.
– ¿Mencionó a la sección de Hollywood del LAPD? ¿Habló de un asesino apodado «el Diablo de la Botella»?
Glenda jugó a hacer anillos de humo.
– No. Yo pensaba… es decir, los dos pensábamos que Hughes se limitaría a esconder el asunto bajo la mesa.
– No. Eso fue lo que deseamos. Y no hay ninguna prueba de que Miciak muriese en…
– ¿…en el picadero donde Howard Hughes me follaba y donde ese hombre que maté quería follarme también?
Hacerla callar/hacerla pensar.
– Tú te lo buscaste, y ahora pagas por ello. Ahora, tienes que salir del apuro bien librada.
– Dirígeme. Dime algo para facilitar las cosas.
Tócame, dime cosas.
– Declara que esa noche estabas en casa, sola. No coquetees con los agentes ni trates de caerles bien. Deja caer sutilmente que Hughes es un libertino y apunta alguna prueba de ello. Utiliza eso que no me has querido contar nunca y que te trastorna tanto… ¡Oh, mierda, Glenda!
– Está bien.
Sólo eso: «Está bien.» La besé, chorreando agua de la lluvia.
– ¿Hay por aquí algún teléfono que pueda usar?
– Delante del remolque de Mickey. ¿Sabes una cosa? Si pudiera llorar en el momento oportuno, lo haría.
– No, por favor.
– ¿Te vas?
– Tengo que ver a un tipo.
– ¿Más tarde, entonces?
– Sí, me acercaré por tu casa.
– No espero gran cosa. Tienes aspecto de no haber dormido en una semana.
Llovía a cántaros cuando me refugié bajo el toldo del remolque de Mickey. El teléfono funcionaba y marqué el número de la línea privada de Gallaudet. Descolgó él en persona.
– ¿Diga?
– Soy yo, Bob.
– Hola, Dave. Favor cumplido. ¿Atento?
– Dispara.
– John Gerald Duhamel, veinticinco años. Por lo que respecta a los expedientes personales de Asuntos Internos, no había gran cosa, de modo que he revisado otros archivos para comparar los datos.
– ¿Y?
– Y, aparte de una interesante combinación de licenciatura cum laude en ingeniería y una carrera de boxeador aficionado, no hay mucho que destacar.
– ¿Familia?
– Hijo único. Parece que sus padres eran gente acomodada, pero murieron en un accidente de aviación que dejó arruinado al muchacho cuando aún estaba en la universidad; en cuanto a socios conocidos, tenemos a ese tramposo de Reuben Ruiz y a sus hermanos de manos largas. Pero Reuben, por supuesto, está ahora de nuestra parte. A lo que parece, Duhamel folla a diestro y siniestro sin ser demasiado exigente, igual que me sucedía a mí a su edad. Hubo rumores no confirmados de que amañó su primera y única pelea profesional. Y esas son todas las noticias de interés que he encontrado en los papeles.
Nada que me resultara útil.
– Gracias, Bob.
– Mira, muchacho, no pienso desairarte nunca. Tengo demasiado presente la información sobre ti que había reunido Stemmons.
– Gracias.
– Cuídate, muchacho.
Colgué, respiré profundamente, eché a correr…
– ¡Dave! ¡Por aquí!
El resplandor de un relámpago iluminó la voz: Chick Vecchio bajo un toldo de lona. Detrás de él, unos vagabundos dándole a la botella.
Corrí hacia allí. Tenía tiempo que perder. Chick:
– Mickey está en casa, esta noche.
Lo de Glenda. Chick lo sabía a medias.
– Debería haberlo sabido. Mierda de lluvia.
– El Herald anunció cuatro gotas. El Herald también dijo que ese joven compañero suyo tuvo un ataque cardíaco. ¿Por qué será que no me creo al Herald?
– Porque tu hermanito te dijo que mi joven compañero le apretó las tuercas en Fern Dell Park.
– Sí, y porque no acabo de tragarme que un policía chantajista de veintinueve años tenga un ataque de corazón.
– ¡Oh, Chick, vamos!
– Está bien, está bien. Touch me dijo que le había contado a usted lo de Stemmons y él y Fern Dell, pero hay algo más que no le explicó.
Me adelanté a él:
– Que tú, Touch y Pete Bondurant estáis planificando vuestro propio tinglado de chantajes. Va de sexo, y va de «escupe la pasta o las fotos van a parar a Hush-Hush». Stemmons se lo sacó a Touch, de modo que ahora tenéis miedo de que nosotros lo sepamos.
– Bueno, usted lo sabe…
– Stemmons me lo dijo. -Mentira.- El resto del departamento no tiene idea de esto y, si se enteraran, lo taparían para proteger la reputación del muchacho. Vuestro trabajo está tapado.
– Excelente, pero eso del ataque de corazón sigue sin convencerme.
– ¿Te cuento algo en secreto?
– «En secreto y confidencialmente», como dicen en Hush-Hush.
Ahuequé la mano y le susurré al oído:
– Junior estaba incordiando a J.C. y a Tommy Kafesjian. Estaba tomando heroína y se inyectó una sobredosis, o alguien se la administró. Es un asunto que huele mal y seguro que el departamento encubrirá lo sucedido.
Chick también ahuecó la mano para cuchichear:
– Me parece que los Kafesjian no son buena gente para buscarles las cosquillas.
– Me parece que empiezo a pensar que Ed Exley va a cargarse a esos traficantes dos segundos después de que desaparezca esa presión federal.
– Lo cual puede tardar, tal como están las cosas.
Lluvia, viento…
– Oye, Chick, ¿qué sucede con Mickey? He visto a unos tipos sacando máquinas tragaperras del Rick Rack mientras, al otro lado de la calle, los federales sacaban fotografías.
Chick se encogió de hombros.
– Mickey es como es. La mitad del tiempo se comporta como un chiflado testarudo al que no hay modo de hacer entrar en razón.
– La escena era de lo más curiosa. Además, varios de los tipos de las máquinas eran mexicanos, y Mickey no contrata nunca a pachucos. Le di el soplo de los federales con tiempo suficiente, pero no ha querido tomar precauciones.
– Touch y yo estamos fuera de todo ese asunto del Southside. Me da la impresión de que Mickey está contratando mercenarios.
Vagabundos borrachos meando contra la nave espacial.
– Sí, y baratos, como vuestros extras aquí. ¿Tanto necesita el dinero? Sé que está protegido, pero tarde o temprano esos federales le acusarán de controlar esas máquinas.
– ¿Le digo algo en secreto?
– Claro.
– Pues bien, suponga que Mickey está devolviendo un préstamo al sindicato con lo que saca de las máquinas, de modo que está obligado a dejarlas en funcionamiento un poco más. Imagino que conoce el riesgo que corre, pero se resiste a tomar medidas.
– Sí. «Mickey es un tipo ahorrador y los tipos ahorradores consiguen resultados, tarde o temprano.»
– Eso dije, y lo mantengo.
– Y sigue convencido de que va a conseguir una autorización para el juego en el distrito.
– Suponga que la ley se aprueba.
– ¿Con Bob «Cámara de Gas» Gallaudet en la Fiscalía General? ¿Imaginas que entonces le concedería una autorización a Mickey Cohen?
Chick, con una sonrisa presuntuosa:
– Imagino que no ha venido aquí a ver a Mickey, ¿verdad?
El suelo, enfangado. La nave espacial se volcó. Los vagabundos aplaudieron.
– Espero que la película dé dinero.
– Lo mismo espera Mickey. ¿Eh, adónde va?
– A Lynwood.
– ¿Una cita caliente? -Sí, con un policía rudo y buen mozo. -Se lo diré a Touch. Se pondrá celoso. Adrenalina. La lluvia la consumió.
Lynwood. Viento. Lluvia, calles cruzándose en perpendicular y en diagonal. Oscuro, difícil de ver algo. Aviation con Hibiscus: el teléfono público de la esquina.
Risas macabras. Me asaltó el recuerdo de la llamada de Jack: «¿Fue muerte natural o se lo cargó otro? Vamos, déjame compensarte. Welles Noonan, por los mismos diez, ¿qué dices?»
Casas de estuco, casi chabolas; patios de apartamentos vacíos. Una ronda por el bloque 4900, contando números.
24, 38, 74. 4980: una construcción de estuco de dos plantas, abandonada.
Una luz encendida en el piso de abajo, a la izquierda. La puerta, abierta.
Entré.
Una sala de estar vacía: telarañas, suelo cubierto de polvo. Johnny «el Escolar» esperándome allí, con aire tranquilo.
Sin chaqueta, la sobaquera vacía: confía en mí.
¿Confiar? Una mierda. Cuidado con sus manos.
– ¿Estás de duelo por lo de Junior, Johnny?
– ¿Qué sabes de Stemmons y yo?
– Sé que te tenía cogido por el trabajo de las pieles. Y sé que lo demás no importa.
«Lo demás» le hizo pestañear. Tres metros de distancia. Cuidado con sus manos.
– También tenía pruebas contra ti, Klein. Junior tenía unos sentimientos terribles hacia ciertas personas y se dedicaba a recopilar pruebas contra ellas para vengarse.
– Podemos negociar un trato. No tengo ningún interés en el asunto de las pieles.
– No sabes ni la mitad… -Pestañeo acelerado.
Pisadas a mi espalda.
Mis manos, sujetas; mi boca, amordazada. Medio asfixiado, con la manga de la camisa subida. Un pinchazo.
Flotando: visión de túnel, hierba periférica. Hormigueo/retortijones de vientre/calor interno.
Puertas secundarias, zapatos, perneras de pantalón aleteando. Un pasillo, recodos, zapatos sobre asfalto, giro a la derecha…
Una puerta abierta: aire cálido, luz. Paredes con espejos, dibujos punto de espina muy cerca de los ojos. Alguien me arrojó al suelo, boca abajo.
Una luz encima de mí. Visión borrosa, copos de nieve.
Brrr, clic/clic. Ruido de carrete, como de una cámara de filmar. Incorporándome hasta quedar de rodillas; papel encerado blanco debajo de ellas.
Puesto en pie a la fuerza.
Esparadrapo sobre los ojos. Privado por completo de visión.
Alguien me golpeó.
Alguien me atizó.
Alguien me quemó: siseos calientes/fríos en el cuello.
Ya no tanto hormigueo, ya no tanto calor interno. No más estremecimientos subiéndome de las ingles.
Alguien me arrancó el esparadrapo. Mis ojos, pegajosos e inyectados en sangre.
Clic-clic, ruido de carrete. Algo en mi mano derecha, pesado y reluciente: MI ESPADA JAPONESA.
Me volví, enfoqué la vista:
Johnny Duhamel, desnudo, empuñando MI PISTOLA.
Quemado: calor/frío en el cuello, en las manos.
Quemado en carne viva. Johnny arrodillándose con ojos vidriosos, con una mueca burlona.
Quemado, ardor en el rostro. Johnny, la sonrisa burlona, los ojos azules rasgados.
Atacarlo, herirlo: espadazos furiosos, fallidos.
Johnny, tambaleándose. Con más firmeza, descargo mandobles.
Tocado, fallo, tocado: piel pálida cortada, tatuajes bañados en sangre. Tocado de nuevo, corte, corte: un brazo desprendido, un chorro de sangre en el muñón del hombro. Johnny farfullando una cantinela japonesa, los ojos azules rasgados…
Fallo, fallo: Johnny el japonés, tendido boca abajo, retorciéndose terriblemente. El tatuaje del pecho, a la vista: romperlo, rasgarlo.
Fallo, fallo: papel encerado rasgándose.
Acierto. Estocada hacia abajo: la columna se quiebra, la hoja se hunde. Al sacarla, roja POR TODAS PARTES.
Un jadeo. Me cuesta respirar. Sangre en la boca.
Alguien me volvió a pinchar. De nuevo, hormigueo/calor interno/estremecimientos ingles arriba.
Perdiendo el conocimiento: el lanzallamas arde con un calor agradable; el japonés se rinde.
Flotando en una negrura cálida. Tic tac. Un reloj en alguna parte. Conté los segundos. Seis mil… Adormilado: diez mil cuatrocientos…
Aviones japoneses planeando. Voces:
Meg: Papá no me tocó nunca, David, no le hagas daño. El mirón: Papá, papá. Lucille: él es mi papá.
Aviones japoneses ametrallando el barrio negro. Tic tac. Catorce mil y pico.
Negrura cálida.
Visión borrosa: pared con dibujos en punto de espina grises, zapatos.
Espejos de las paredes en desorden; los aviones japoneses. Probé a mover los brazos. Inútil: los tenía sujetos con esparadrapo.
Una silla. Atado firmemente a ella.
El chasquido de un proyector»
Luz blanca, una pantalla blanca. Sesión de cine. ¿Papá y Meg? No toleraría que la manoseara. Me debatí. Imposible: el esparadrapo se adhería, no cedía.
Una pantalla en blanco.
Corte a:
Johnny Duhamel, desnudo.
Corte a:
David Klein empuñando una espada.
Zoom a la empuñadura de la espada: Sgto. D.D. Klein, Cuerpo de Marines, Saipan, 24/7/43.
Corte a:
Johnny suplicando, «¡Por favor!», con el sonido mudo.
Corte a:
David Klein revolviéndose, descargando mandobles, fallando golpes.
Corte a:
Un brazo cortado moviéndose aún espasmódicamente sobre el papel encerado del suelo.
Corte a:
David Klein hurgando con la espada; Johnny D., destripado entre estertores.
Corte a:
La lente del objetivo, bañada en rojo; un dedo apartando de ella fragmentos de hueso de la columna.
Solté un grito.
Un nuevo pinchazo me dejó callado de golpe.
Recobrando el conocimiento: Movimiento, noche, imagen borrosa tras el parabrisas.
Barrio negro, South Central.
Dolor en el pecho, dolor en el cuello. Barba incipiente, sin la funda de la pistola.
Un desvío brusco.
Sirenas: uuua uuua.
Escozor en las quemaduras.
Hedor a desinfectante; alguien me mojó.
Dónde/qué/cómo: Johnny Duhamel, suplicando.
No.
No era verdad.
ELLOS me habían obligado a hacerlo.
Por favor… no me gustó.
Sirenas. Llamaradas ante mí.
Coches de bomberos, patrulleros de la policía. Mal afeitado; barba de un día, más o menos. Humo, fuego: Bido Lito's en llamas.
Una barrera policial. Giro brusco a la derecha, saltando el bordillo. Justo allí, hombres de traje gris con cámaras: monstruos. Crujido del parachoques, un rótulo: «La autodeterminación es tuya con el profeta Mahoma.»
Ahora, descansando: el tablero de instrumentos, blando y agradable. Mientras pierdo la conciencia:
– Es Klein. Cógelo.
– Creo que tiene una contusión.
– A mí me parece que está drogado.
– No creo que esto sea legal.
– Es irregular, pero legal. Le hemos encontrado sin sentido cerca de la escena de un incendio provocado con homicidio y es el principal sospechoso de nuestra investigación general. El señor Noonan tiene un informador en la oficina del forense y le ha dicho que el compañero de ese Klein murió de una sobredosis de heroína; ahora, fíjate en el estado de este hombre.
– Jim, para el registro escrito, por si esto llega a algún tribunal.
– Dispara.
– De acuerdo. Son las 3.40 de, la madrugada del diecinueve de noviembre de 1958 y soy el agente especial Willis Shipstad. Conmigo están los agentes especiales James Genstell y William Milner. Nos encontramos en el edificio de la Administración Federal en el centro de la ciudad, con el teniente David Klein del departamento de Policía de Los Angeles. El teniente Klein fue recogido hace una hora en un estado de acusada desorientación en la esquina de la calle Sesenta y siete y Central Avenue, en Los Angeles Sur. Se encontraba inconsciente y ofrecía un aspecto de gran desaliño. Le hemos traído aquí para asegurarnos de que recibe la atención médica adecuada.
– Eso es muy gracioso.
– Jim, elimina el comentario de Bill. En resumen, el teniente Klein, quien según nuestros informes tiene cuarenta y dos años, ha recibido posibles lesiones en la cabeza. Presenta quemaduras en manos y cuello, con características que concuerdan científicamente con las causadas por hielo seco. Tiene manchas de sangre en la camisa y restos de esparadrapo adheridos a la chaqueta. Está desarmado. Hemos dejado su coche, un vehículo policial Plymouth del 57, aparcado correctamente en la intersección donde le encontramos. Antes del interrogatorio, se proporcionará al teniente Klein atención médica.
Sentado en una silla de respaldo alto.
Federales.
– Jim, que pasen esto a máquina y ocúpate de que llegue una copia al señor Noonan.
Una sauna de interrogatorios. Will Shipstad, dos agentes federales. Una mesa, sillas, una máquina de taquigrafía. Shipstad:
– Ya está despertando. Jim, llama al señor Noonan.
Un federal salió. Me desperecé: dolores y agujetas de pies a cabeza. Shipstad:
– Ya nos conocemos, teniente. Nos vimos en el hotel Embassy.
– Lo recuerdo.
– Éste es mi compañero, el agente especial Milner. ¿Sabe usted dónde está?
Mi espada japonesa: pantalla grande/color.
– ¿Quiere que le vea un médico?
– No.
Milner (gordo, colonia barata):
– ¿Está seguro? Tiene un aspecto un poco descompuesto.
– No.
Shipstad:
– Bill, eres testigo de que el señor Klein ha rechazado los cuidados de un médico. ¿Qué me dice de un abogado? Usted mismo lo es, de modo que conoce el derecho que le asiste a que un abogado esté presente en el interrogatorio.
– Renuncio.
– ¿Está seguro?
Dios Santo, Johnny…
– Sí, estoy seguro.
– Bill, eres testigo de que he advertido al señor Klein de su derecho a consejo legal, y que lo ha rechazado.
– ¿Por qué estoy aquí?
– Mírese -Milner-. La pregunta debería ser dónde ha estado usted.
Shipstad:
– Le recogimos en la Sesenta y siete y Central. Un rato antes, alguien prendió fuego al club Bido Lito's. Teníamos algunos agentes cerca de la casa, en misión de vigilancia general, y uno de ellos oyó a un testigo que hablaba con los detectives del LAPD. Ese testigo declaró que pasaba junto al Bido Lito's poco después del cierre nocturno del local y vio una ventana rota en la parte delantera. Segundos después, el edificio se incendió. Desde luego, para mí tiene todo el aspecto de un suceso provocado.
Milner:
– En el incendio han muerto tres personas. De momento, suponemos que se trata de los dos propietarios del club y del encargado de la limpieza. Teniente, ¿usted sabe fabricar un cóctel Molotov?
Shipstad de nuevo:
– No estamos insinuando que fuera usted quien prendió fuego al Bido Lito's. Con franqueza, en el estado en que le recogimos creo que no habría sido capaz de encender ni un cigarrillo. Teniente, fíjese qué panorama: Hace dos noches, cinco personas murieron en un club de madrugada en Watts y una fuente bastante fiable nos ha dicho que Ed Exley y Bob Gallaudet ejercieron grandes presiones para mantener silenciados los detalles. Luego, a la mañana siguiente, su colega, el sargento George Stemmons, Jr., aparece muerto en el Bido Lito's. El jefe Exley ofrece a la prensa una comedia musical sobre ataques cardíacos, cuando nos hemos enterado de que la muerte fue, muy probablemente, por una sobredosis de heroína que él mismo se administró. Y ahora, cuarenta y tantas horas después, Bido Lito's se quema y usted aparece casi en el mismo momento, conduciendo en un estado que indica intoxicación por consumo de narcóticos. Teniente, ¿se da cuenta de la impresión que produce todo esto?
La mano de Kafesjian. Johnny D. chorreando sangre…
Milner:
– ¿Klein, está usted despierto?
– Sí.
– ¿Utiliza narcóticos habitualmente?
– No.
– ¿Ah, sólo esporádicamente?
– Nunca.
– ¿Qué le parecería someterse a un análisis de sangre?
– ¿Qué le parecería tener que soltarme por una orden judicial de prueba suficiente a primera vista?
– ¡Vaya, el tipo fue a la escuela de Derecho! -Milner.
– ¿De dónde venía cuando le recogimos? -Shipstad.
– Me niego a contestar.
– ¡Claro! Apelando al derecho a no autoincriminarse -Milner.
– No. Apelando al derecho de silenciar información no incriminadora, según detalla la sentencia del caso Indiana contra Harkness, Bodine y otros, 1943.
– ¡Sí, señor, el tipo se sabe las leyes! ¿Tienes algo más que añadir, listillo?
– Sí. Que tú eres un gordo pedazo de mierda y que a tu esposa se la folla Rin-Tin-Tin.
Milner, rojo cardíaco, gordo de mierda.
Shipstad:
– ¡Ya basta! ¿Dónde estaba usted, teniente?
– Me niego a responder.
– ¿Qué ha sucedido con su arma de servicio?
– Me niego a responder.
– ¿Tiene explicación para el estado lamentable en que le hemos encontrado?
– Me niego a responder.
– ¿Puede explicarnos qué es esa sangre de su camisa?
Johnny, suplicando…
– Me niego a responder.
– ¿Qué, no se te ocurre nada, listillo? -Milner.
– ¿Dónde ha estado, teniente? -Shipstad.
– Me niego a responder.
– ¿Ha sido usted quien ha incendiado el Bido Lito's?
– No.
– ¿Sabe quién ha sido?
– No.
– ¿Ha sido cosa del LAPD, en venganza por la muerte de Stemmons?
– ¿Está loco? ¡No!
– ¿Fue el inspector George Stemmons, Senior, quien ordenó prender fuego al local?
– Yo no… ¡No! ¡Qué locura!
– ¿Lo ha incendiado usted, para vengar la muerte de su compañero?
– No. -Con un ligero mareo.
Shipstad:
– ¿Estaba bajo el efecto de algún narcótico cuando fue encontrado?
– No.
– ¿Utiliza usted narcóticos?
El aparato de escucha de la pared, en funcionamiento. Alguien pendiente de la conversación en alguna parte.
– No.
– ¿Le han sido administrados narcóticos por la fuerza?
– No. -Una buena conjetura: EL COPROTAGONISTA DE JOHNNY. Se abrió la puerta y entró Welles Noonan.
Milner salió de la sala. Noonan:
– Buenos días, señor Klein.
Cabello a lo Jack Kennedy, apestando a laca.
– He dicho «buenos días».
JOHNNY, SUPLICANDO…
– ¿Klein? ¿Me oye usted?
– Le oigo.
– Bien. Tengo unas cuantas preguntas que hacerle antes de que le soltemos.
– Pregunte.
– Eso haré. Y tengo ganas de verme cara a cara con usted. Recuerdo ese precedente que le echó en cara al agente especial Milner, de modo que con esto espero que quedaremos a la par.
– ¿Cómo consigue que el cabello le quede así?
– No estoy aquí para compartir con usted mis secretos de peluquería. Y ahora voy a…
– ¡Cabrón! ¡No he olvidado que me escupió a la cara!
– Sí. Y yo no he olvidado que usted cometió, como mínimo, una negligencia criminal en el asunto de la muerte de Sanderline Johnson. Hasta aquí, estos son…
– Diez minutos, o llamo a Jerry Geisler para que presente un babeas corpas.
– No encontrará a ningún juez que…
– Diez minutos o contrato a Kanarek, Brown y Mattingly para que presenten querella por acoso policial, que conlleva la presentación inmediata ante el tribunal.
– Señor Klein, ¿usted ha…?
– Llámeme «teniente».
– Teniente, ¿hasta dónde conoce usted la historia del departamento de Policía de Los Angeles?
– Al grano, Noonan. No se vaya por las ramas.
– Está bien. ¿Quién empezó lo que, eufemísticamente, llamaré «acuerdo» entre el LAPD y el señor J.C. Kafesjian?
– ¿Qué «acuerdo»?
– ¡Vamos, teniente! ¡Pero si usted les desprecia tanto como yo, estoy seguro!
Despistarle, echarle un cebo.
– Creo que fue el jefe Davis, el anterior a Horrall. ¿Por qué?
– ¿Y eso fue alrededor del treinta y seis o treinta y siete?
– Sí, más o menos por esa época, creo. Yo me incorporé al departamento en el treinta y ocho.
– En efecto, y espero que el hecho de tener asegurada la pensión no le haya causado una falsa sensación de invulnerabilidad. Teniente, el capitán Dan Wilhite es el enlace entre la familia Kafesjian y la sección de Narcóticos, ¿verdad?
– Me niego a responder.
– Comprendo. Lealtad corporativa. ¿Ha sido Wilhite quien ha tratado con los Kafesjian desde el principio del «acuerdo»?
– A mi modo de ver, el jefe Davis hizo tratos con los Kafesjian y fue su contacto hasta que Horrall tomó posesión del cargo, a finales del treinta y nueve. Dan Wilhite no se incorporó al departamento hasta mediados del treinta y nueve, de modo que no pudo ser el primer contacto con la familia, si es que lo ha sido alguna vez…
Noonan, con un tonto aire aristocrático:
– ¡Oh, vamos, teniente! Usted sabe que Wilhite y los Kafesjian son aliados casi ancestrales.
– Me niego a comentar eso. Pero siga preguntando por los Kafesjian.
– Sí, he oído que han despertado su interés.
JOHNNY SUPLICANDO…
Shipstad:
– Tiene usted muy mala cara, Klein. ¿Quiere tomar algo?
Noonan:
– ¿Le dijo usted a Mickey Cohen que retirara sus máquinas expendedoras y tragaperras? Pues no le ha hecho mucho caso. Tenemos fotos de sus hombres encargados del mantenimiento y de la recaudación.
– Me niego a contestar.
– Hace poco hemos encontrado un testigo importante, ¿sabe?
No piqué.
– Un testigo importante -insistió.
– El reloj sigue corriendo.
– Es verdad. Will, ¿crees tú que el señor Klein prendió fuego al Bido Lito's?
– No, señor, no lo creo.
– Klein no puede o no quiere dar cuenta de sus movimientos.
– Señor, no estoy seguro de que él mismo lo sepa.
Me puse en pie. Casi me fallaron las piernas.
– Tomaré un taxi para volver al coche.
– Tonterías. El agente especial Shipstad le llevará. Will, tengo curiosidad por saber dónde ha pasado las últimas veinticuatro horas el teniente.
– Señor, yo diría que ha estado con una mujer de mil demonios o luchando contra un oso.
– Muy agudo, Will. Y la sangre de la camisa apunta hacia lo segundo. ¿Sabes cómo podríamos averiguarlo?
– No, señor.
– Manteniéndonos a la escucha de las llamadas por homicidios en el Southside y observando cuáles de ellos intenta tapar Edmund Exley.
– Me gusta la idea, señor.
– Estaba seguro de que te gustaría. La experiencia nos dice que es un buen sistema, ya que los dos sabemos que aquí, Dave, se cargó a Sanderline Johnson. Me parece que estamos ante una empresa familiar. Dave hace el trabajo sucio y su hermana, Meg, invierte el dinero. ¿Cómo es ese dicho? «La familia que asesina unida, permanece…»
Me abalancé sobre él. Las piernas me fallaron. Shipstad me levantó en vilo por la espalda. Los pulgares en mi carótida, arrastrado por el pasillo mientras perdía el conocimiento…
Encerrado, recuperándome rápidamente. Enseguida, despierto del todo. Una sala de cuatro por seis, paredes acolchadas, sin sillas ni mesa. Un altavoz en la pared y una mirilla acristalada, con vista a la habitación contigua.
Una celda acolchada/puesto de observación. Aprovechar la ocasión:
Cristal agrietado, cierta distorsión. Chirrido del altavoz; le di un golpe. Mejor ahora. Pegué el ojo a la mirilla: al otro lado, Milner y Abe Voldrich. Milner:
– …lo que digo es que, o bien J.C. y Tommy son acusados, o bien les llevará a la ruina la publicidad que se crearán cuando facilitemos a la prensa las actas del gran jurado. Narcóticos va a ser amputada por las rodillas y creo que Ed Exley es consciente de ello, porque no ha tomado ninguna medida para protegerles o para ocultar pruebas. Escucha, Abe: sin Narcóticos, los Kafesjian no son más que un puñado de estúpidos que dirigen un negocio de lavado en seco que les produce un beneficio mínimo.
Voldrich:
– Yo… no… soy… ningún chivato.
– No, tú eres un refugiado lituano de cincuenta y un años con una carta verde que podemos cancelar en cualquier momento. Abe, ¿te gustaría vivir tras el telón de acero? ¿Sabes qué te harían los comunistas?
– No soy ningún soplón.
– No, pero te gustaría serlo. Vas dejando caer indicios. Tú mismo me has dicho que secabas marihuana en una de las máquinas de la tienda.
– Sí, y también dije que J.C., Tommy y Madge no sabían nada.
Humo de cigarrillos. Rostros borrosos. Milner:
– Sabes perfectamente que J.C. y Tommy son basura. Tú siempre te esfuerzas por diferenciar a Madge del resto de la familia. Es una buena mujer y tú eres un hombre básicamente decente que ha ido a parar entre mala gente.
Voldrich:
– Madge es una mujer extraordinaria que, por muchas razones…, en fin, que necesita a Tommy y a J.C, eso es todo.
– ¿Es verdad que Tommy se cargó al conductor borracho que atropelló y mató a la hija de un policía de Narcóticos?
– Me acojo a eso de la Quinta Enmienda.
– Tú y todo el mundo, maldita sea. No deberían haber trasmitido las sesiones del jucio Kefauver. Abe…
– Agente Milner, por favor: acúseme de algo o suélteme.
– Te dejamos hacer tu llamada por teléfono y escogiste hablar con tu hermana. Si hubieras llamado a J.C, él te habría buscado un abogado listo que te sacara pronto con un mandamiento. Me parece que tienes ganas de hacer lo que debes. El señor Noonan te ha explicado el pacto de inmunidad y te ha prometido una recompensa federal por el servicio. Creo que lo deseas. El señor Noonan quiere llevar ante el gran jurado a tres testigos principales, y uno de ellos eres tú. Y lo mejor de todo es que, si los tres declaráis, todos los que podrían causarte algún daño quedarán acusados y condenados.
– No soy ningún soplón.
– Abe, ¿Tommy y J.C. han tenido que ver con la muerte del sargento George Stemmons, Jr.?
– No. -Ronco.
– El sargento murió de sobredosis de heroína. Tommy y J.C. podrían haber preparado algo así.
– No. Quiero decir, no sé.
– ¿Cuál de los dos?
– Quiero decir, no lo creo.
– Abe, no tienes precisamente cara de póquer. Bien, siguiendo con lo que hablábamos, sabemos que Tommy toca el saxo en el Bido Lito's. ¿Es un habitual del local?
– Quinta Enmienda.
– Eso déjalo para la televisión. Hasta los chicos que rompen una ventana se acogen a la Quinta Enmienda. Abe, ¿hasta qué punto los Kafesjian conocían a Junior Stemmons?
– Quinta Enmienda.
– Stemmons y un tal teniente David Klein les estaban incordiando acerca de un robo que se produjo en la casa hace un par de semanas. ¿Qué sabes de eso?
– Quinta Enmienda.
– ¿Esos policías intentaron extorsionar a los Kafesjian?
– No…, quiero decir: Quinta Enmienda.
– Abe, eres un libro abierto. Vamos, Stemmons era un yonqui y Klein, el policía más sucio que puede existir.
Voldrich tosió; el altavoz cogió estática.
– No. Quinta Enmienda.
Milner:
– Cambiemos de tema.
– ¿Hablamos de política?
– Hablemos de Mickey Cohen. ¿Lo conoces?
– Nunca me he encontrado con él.
– Tal vez, pero tú eres un veterano del Southside. ¿Qué sabes del negocio de Mickey con las tragaperras?
– No sé nada del negocio. Sé que las máquinas tragaperras son para gente con mentalidad de pordioseros, lo cual explica su atractivo para esos negros estúpidos.
– Hablemos de otra cosa -Milner.
– ¿De los Dodgers, por ejemplo? Si yo fuera mexicano, me alegraría de abandonar Chavez Ravine.
– ¿Qué me dices de Dan Wilhite?
– Quinta Enmienda.
– Hemos echado un vistazo a sus declaraciones de impuestos, Abe. J.C. le cedió el veinte por ciento de la tienda de la cadena en Alvarado.
– Quinta Enmienda.
– Abe, todos los hombres que trabajan en Narcóticos tienen propiedades que no pueden permitirse con su sueldo y pensamos que las han conseguido por medio de J.C. Hemos hecho una auditoría de las declaraciones de renta y, cuando llamemos a los agentes para que nos expliquen la procedencia de esos bienes y les digamos, «Cuéntanos cómo los conseguiste y te dejaremos en paz», J.C. se verá hasta el cuello con veinticuatro cargos por soborno y fraude fiscal federal.
– Quinta Enmienda.
– Abe, voy a darte un consejo: siempre que te acojas a la Quinta, hazlo desde el principio hasta el final. Eso de intercalar respuestas explícitas entre las apelaciones a la Quinta sólo sirven para subrayar las respuestas que indican un conocimiento culposo.
Silencio.
– Abe, te estás poniendo un poco verde.
Ninguna respuesta.
– Abe, hemos oído que Tommy andaba buscando a un tipo llamado Richie. No sabemos el apellido, pero hemos oído que Tommy y él solían tocar jazz y robar cosas juntos.
Seguí con el ojo aplicado a la mirilla. Humo, distorsión.
– Quinta Enmienda.
– Abe, tú nunca has ganado un centavo jugando al póquer.
Apretado contra la mirilla, forzando la vista, aguzando el oído.
– Estoy convencido de que quieres colaborar con nosotros, Abe. Cuando te decidas a admitirlo, te sentirás mucho mejor.
Ruidos en la puerta de la estancia. Me aparté de la pared. Dos federales flanqueando a Welles Noonan. Yo hablé primero:
– Noonan, usted quiere presentarme como testigo, ¿verdad?
Noonan se atusó el cabello.
– Sí, y mi mujer está a favor de usted. Vio su foto en los periódicos y está impresionada.
– ¿Favor por favor?
– No está lo bastante desesperado, pero pruebe.
– Richie no sé qué. Dígame qué sabe de él.
– No. Y le voy a dar una buena bronca al agente Milner por dejar conectado ese altavoz.
– Noonan, podemos hacer un trato.
– No. Todavía no está maduro para ruegos. Caballeros, acompañen al señor Klein a un taxi.
Bido Lito's. Amanecer. Ruinas chamuscadas, el escenario justo en el centro. Montones de cenizas, cristales hechos añicos.
Teléfonos de la acera, intactos. Una moneda en los bolsillos. Que esté en casa, por favor.
Seis timbrazos:
– ¿Sí? -Voz adormilada.
– Soy yo.
– ¿Dónde estás?
– Estoy bien.
– No es eso lo que… David, ¿dónde estabas?
Hormigueo, sólo de oírla.
– No puedo… Oye, ¿han ido a interrogarte?
– Sí, dos hombres del sheriff. Dijeron que era rutina, que estaban preguntando a todas las actrices bajo contrato con Hughes. No parecían saber que Howard me tenía bajo vigilancia y no tuve que dar ninguna coartada para un momento concreto porque no han podido determinar la hora de la muerte de Miciak…
– No digas nombres.
– ¿Por qué? ¿Desde dónde estás llamando?
– Desde un teléfono público.
– David, pareces asustado. ¿Dónde estabas?
– Te lo diré si…, quiero decir, cuando esto termine.
– ¿Es ese asunto de los Kafesjian?
– ¿Cómo lo has sabido?
– Lo sé y ya está. Hay cosas que tú no me cuentas, así que…
– Hay cosas que tú no me cuentas.
Silencio.
– ¿Glenda?
– Sí, y hay cosas que no te contaré.
– Dime lo que quieras, entonces.
– Ven.
– No puedo, tengo que dormir.
– ¿Qué quieres que te diga?
– No sé, cosas buenas.
Con voz suave, soñolienta:
– Bien, cuando me veía con H.H., le pedí consejo para alguna inversión en acciones y compré barato. Esas acciones suben ahora, de modo que voy a sacar unos buenos beneficios, creo. Anteanoche, cuando viniste a verme, cené con Mickey. Todavía está enamorado de mí y me obligó a hacer una crítica de su estilo de actuar; algo relacionado con un discurso importante que tiene que hacer pronto. Mi coche anda mal de embrague y…
– Escucha, todo va a salir bien.
– ¿Todo? ¿Seguro?
– Sí, seguro.
– No suenas muy convencido.
– Te llamaré cuando pueda.
Unos vándalos me habían robado los tapacubos. Hora de pasar la película, una vez más: «POR FAVOR, NO ME MATES.»
«POR FAVOR, NO ME MATES COMO MATASTE A TODOS LOS DEMÁS.»
Dos puertas más abajo, una licorería.
Entré y compré un frasco de whisky. De vuelta al coche: tres tragos, rápidos.
Escalofríos: sin hormigueos ni calor interno.
Arrojé el resto: el alcohol era para pervertidos y para cobardes.
Meg me lo había enseñado.
Mi casa, sano y salvo. Repuse existencias en la sobaquera: mi 45 de los marines. Acto seguido, un grito:
Mi espada japonesa sobre un estante, salpicada de sangre. Al lado, cinco de los grandes.
Sueño. JOHNNY, SUPLICANDO.
Mediodía. Desperté buscando el teléfono. Un reflejo; una llamada rápida: Alcaldía de Lynwood.
Consulta:
Spindrift, 4980; un edificio de cuatro plantas, vacío: ¿quién era el dueño? Gestiones del oficinista, la respuesta:
Hipoteca ejecutada por la Alcaldía de Lynwood. El propietario murió hacia el 46. Abandonada durante doce años, ofertas de reconstrucción recientes: posible alojamiento de desahuciados de Chavez Ravine. ¿Búsqueda de títulos de propiedad? Imposible: una inundación en el sótano del archivo había destruido los archivos.
Lynwood. ¿Por qué reunirnos allí?
«Pruebas», había dicho Duhamel.
Salí a por los periódicos, volví a por un café. Cuatro diarios de L.Á. llenos de barrio negro:
El tiroteo en el local: cinco muertos, sin rastros, sin sospechosos. Cuatro morenos identificados; el «negro» Steve Wenzel, retrasado. Exley: «Expertos detectives de Homicidios se dedican a este caso exclusivamente. Es un asunto de máxima prioridad para el LAPD.»
Un destello:
Hora de cine; paredes con espejos. Familiares, de alguna manera…
El Herald:
«Tres muertos en incendio de club de jazz: la Policía considera el fuego "accidental".» Exley: «Creemos que el incendio del Bido Lito's no está relacionado con la trágica muerte por ataque cardíaco del sargento George Stemmons, Jr., dos días antes en ese mismo local.»
Intuición: Junior, eliminado. Por ELLOS.
Intuición: posible prueba, quemada.
El Mirror-News, punto de vista escéptico:
Policía muerto/infierno en el night club. Stemmons, padre, citado: «¡Rufianes negros mataron a mi hijo!» Réplica de Exley: «Puras fantasías. El sargento Stemmons murió de paro cardíaco puro y simple. La oficina del Forense ofrecerá los resultados que lo confirmen dentro de veinticuatro horas. Y la idea de que el departamento de Policía de Los Angeles prendiera fuego al Bido Lito's como venganza por la muerte del sargento Stemmons es sencillamente disparatada.»
Junior RIP: funeral católico próximamente. Oficiante: Dudley Smith, capellán laico.
Sarcasmo:
«Con una investigación federal sobre las bandas en pleno desarrollo en Los Angeles Sur-Central (investigación que, además, se considera dirigida a desacreditar al departamento de Policía de Los Angeles), el jefe de Detectives, Edmund J. Exley, está haciendo ciertamente todo lo posible para quitar importancia a la actual ola de crímenes en el Southside en sus encuentros con la prensa. Fuentes locales dicen que en las calles hay tantos agentes federales como hombres del LAPD, con lo que cabría esperar que disminuyeran las estadísticas delictivas. Aquí se cuece algo raro y, desde luego, no es el guiso de barbo que servían en el recientemente chamuscado Club Bido Lito's.»
Exley, L.A. Times: «Siento lástima por las autoridades federales que actualmente intentan desarrollar una investigación sobre las bandas criminales en Los Ángeles. Están condenadas al fracaso, porque las medidas tomadas por el departamento de Policía de Los Angeles llevan muchos años demostrando su eficacia. Al parecer, Welles Noonan ha concentrado sus esfuerzos en incriminar a la sección de Narcóticos del LAPD, y hace poco se me preguntó por qué no he separado del cuerpo a los hombres que trabajan en dicha sección. ¿Mi respuesta? Muy sencilla: que esos hombres no tienen nada que ocultar.
Intuición, GRANDE: Narcóticos, cebo federal.
Times/Herald/Mirror: Ningún hallazgo de cadáveres de varones. El Examiner: «Pocero hace un descubrimiento macabro.» Leo rápidamente:
Un canal de desagüe en el límite de Compton/Lynwood: territorio de la oficina del sheriff. Hallazgo: cadáver de varón blanco, alto, rubio, 72 kilos; sin cabeza, manos ni pies. Muerto entre veinticuatro y treinta y seis horas. DESTRIPADO, COLUMNA VERTEBRAL ROTA.
«No se encontraron documentos de identificación en el cuerpo. Los detectives del sheriff creen que el o los asesinos decapitaron a la víctima y le cortaron las manos y los pies para impedir una identificación forense.
»Si alguien puede ofrecer información acerca de este hombre, J. Doe, núm. 26-1958, Boletín de homicidios del Condado 141-26-1958, llame al Sgto. B.W. Schenker, comisaría de la Policía Local de Firestone, TU 30985.»
Podía llamar a ese número. Podía alegar:
Incapaz de precisar el lugar o el transcurso del tiempo: estaba drogado y sometido a coacción.
Mis presuntos coaccionadores: los Kafesjian. Dos hombres por lo menos: lo dictaba la logística.
LOS TIPOS:
Acceso a droga.
Un motivo: círculos de policías corruptos; Duhamel relacionado con Junior relacionado conmigo.
Podía argumentar detalles:
Johnny y Junior, manchados en el trabajo de las pieles; quizá más. Junior, aspirante a «rey de la droga», extorsionando a LOS TIPOS. Yo, chiflado perseguidor de mirones: LOS TIPOS le querían A ÉL.
Podía alegar pruebas:
Mi espada japonesa y cinco de los grandes sobre un estante.
Mi tarifa por trabajo, conocimiento común de gente del ramo.
Mi espada, conocimiento común también: maté un montón de japos con ella y gané la Cruz de la Marina.
Podía alegar una cadena:
Yo conocía a Junior/Junior conocía a Johnny/Yo incordiaba a los Kafesjian/Junior incordiaba a los Kafesjian/ Johnny también los incordiaba directa o indirectamente; lo de directa o indirectamente, debido a ese loco homosexual de Junior Stemmons/Johnny me llamó para dar explicaciones o para convencerme de algo igual que yo estoy explicándome ahora/los Kafesjian me hicieron matarle: y me convirtieron en estrella del celuloide.
Hora de películas caseras.
Hora de montaje: ¿quién hizo el trabajo?
Dave Klein, dejado con vida: asesino de cine. El tiempo pasaba, dos posibilidades:
Coacción directa: Desiste de lo del mirón.
Montajes LAPD/federales: innumerables ángulos.
Podía alegar teorías:
Supongamos que la llamada de Johnny fue auténtica.
Supongamos que él mantuvo la cita en secreto.
Yo lo comenté con Bob Gallaudet; también con Chick Vecchio, indirectamente.
Chick conocía mi tarifa.
Chick conocía la espada.
Chick conocía a LOS TIPOS, o a gente que sí los conocía.
Chick sabía que Junior estaba incordiando a los Kafesjian.
Chick da el soplo a LOS TIPOS.
99 por 100 seguro: fui coaccionado a matar a Johnny Duhamel.
1 por 100 dudoso: yo, un asesino.
Mi último alegato:
No me gusta.
Ducha y afeitado. Demacrado, con nuevas canas: cuarenta y dos años y en pleno declive. Escozor de quemaduras al contacto con la toalla: el hielo seco me coaccionó a hacerlo. La espada, los cinco billetes: táctica del miedo.
Invertir el dinero.
Llamé a Hughes Aviación. La voz de Pete:
– Bondurant, ¿diga?
– Pete, soy Dave Klein.
Él, sobresaltado:
– Tú nunca me llamas aquí. Algún trabajo, ¿verdad?
– Cinco de los grandes.
– ¿A repartir?
– No, tu parte.
– Entonces, no se trata de un asunto policial, como la última vez.
– No; se trata de «convencer» a un tipo duro.
– Para eso, te bastas tú solo.
– El tipo es Chick Vecchio, y estoy al corriente del plan de extorsiones que estás elaborando con él y su hermano. Quiero sacar algún provecho del asunto.
– Y no piensas decirme cómo te has enterado, ¿verdad?
– Verdad.
– Y si digo que no, te encargarás de frustrarnos los planes, ¿verdad?
– Verdad.
– Y has llegado a la conclusión de que Chick quizá no se avenga a razones si te presentas tú solo, pero que a los dos juntos nos hará caso, ¿verdad?
– Verdad.
Chasquidos de nudillos al otro lado de la línea; Pete, reflexionando sobre la propuesta.
– Sube a siete y responde a algunas preguntas.
– Siete.
Pop, pop. Más chasquidos. Desagradables.
– ¿Y bien, qué tienes contra Chick?
– Me ha puesto en el punto de mira de los Kafesjian.
– Entonces, cárgatelo. Es más tu estilo.
– Necesito sacarle información.
– Chick es un tipo duro.
– Siete. Sí o no.
La línea telefónica, llena de estática. Pop, pop, manos de asesino.
– Sí, con una condición, porque siempre he pensado que Chick era, en el fondo, un seboso ravioli de mierda, y porque Mickey cambió de idea y les dijo a él y a Touch que se olvidaran del tema del chantaje sexual. Creo que Mickey siempre se ha portado bien conmigo, así que le estoy haciendo un favor que ya me devolverá si alguna vez se olvida de esa mierda de ser un magnate del cine y empieza a comportarse de nuevo como un hombre blanco. Bien, ¿qué táctica quieres emplear?
– Violencia directa, con información confidencial sobre el propio Chick por si se le ocurre acudir a Sam Giancana. Es el patrón de Chick y al patrón no le gusta esta clase de extorsión.
– De modo que quieres pillarle por sorpresa. Traeré la cámara y empezaremos desde ahí.
– Bien. Si no tengo que esperar demasiado.
Chasquidos de nudillos…
– Vamos, Pete…
– Necesito dos días.
– Mierda.
– Nada de mierda. Chick se propone llevarse a la cama a la jodida Joan Crawford. Por una cosa así, merece la pena esperar.
Estrellas de cine/tiempo de cine: Johnny, suplicando.
– Está bien. Dos días.
– Y una condición más, Klein.
– ¿Cuál?
– Si sospechamos que Chick piensa vengarse, le liquidamos.
– De acuerdo.
Caminando por el aire. Visión de túnel. Hierba periférica.
Puertas laterales.
Paredes con espejos.
Paredes con motivos en punta de espina, grises. ¿Un abrigo?
Me dirigí a Lynwood rozando el límite de velocidad.
Primero, Aviation e Hibiscus. La cabina telefónica. Una moneda, marcar:
El policía Bell me informó de que las llamadas efectuadas desde un teléfono público no se anotaban.
Sid Riegle: sus pesquisas sobre suicidios, sin resultados.
Spindrift, 4980. Todavía abandonada. El apartamento de la planta baja, izquierda, abierto.
Cuatro habitaciones vacías. Como si Johnny no hubiese aparecido nunca por allí.
Esa noche, llovía; esta vez, el día era soleado. Di una vuelta por las calles; nada que recordase. Patios de apartamentos vacíos; bloques enteros.
Esa noche, flotando al andar, como si me transportaran en volandas. Hierba, puertas laterales, un giro a la derecha.
Quizás una habitación a la derecha del patio. Hora de pasar la película.
Esa noche, lluvia; ahora, día soleado. Posible: huellas secas de pisadas en la hierba.
ADELANTE.
Seis bloques, treinta y tantos patios. Epidemia de malas hierbas: tierra seca llena de arbustos, sin huellas. Puertas del lado derecho cerradas con tablas, con clavos, con cerrojos; cubiertas de polvo, sin señales de uso reciente.
Risas de Johnny: «¿Por qué Lynwood, Dave?»
Más vueltas por la calle: infinitos patios vacíos.
Visita al Registro General de la Central. El archivo de casos de robo con escalo: fichas de delitos desde el año 50.
Agente Milner: «Hemos oído que Tommy andaba buscando a un tipo llamado Richie. No sabemos el apellido, pero hemos oído que Tommy y él solían tocar jazz y robar pisos juntos.»
La ficha de Tommy, destruida sin duda. La de Richie Nosecuántos, tal vez no.
ADELANTE.
Varones adultos: cuatro archivos completos, ningún «Richard» caucasiano. Juveniles: siete Richard -cinco negros y dos blancos-, cebones de más de 110 kilos.
«Sin resolver», adultos/juveniles: documentación desordenada. Año 50 y posteriores, difíciles de leer. Los ojos, cansados. Enfoco: 6/11/51: Tienda «Murray's Musical», N. Weyburn 983, Westwood Village. Trompetas robadas y recuperadas: rastreadas hasta unos delincuentes juveniles anónimos. Sin detenciones, dos chicos sospechosos: «Tommy» y «Richie», sin apellidos. Detective encargado del caso, sargento M.D. Breuning, brigada de L.Á. Oeste.
Tres archivos más: ningún Tommy/Richie localizable.
Fácil de interpretar:
Breuning, el matón, investiga un 459 chapucero. Echa a perder el trabajito y recibe un toque de atención: Tommy es el hijo de J.C. Kafesjian.
Adelante. A tragar quina.
Primero llamé a Robos: «Breuning ha salido.» Lo mismo en la calle Setenta y siete. Pruebo en el motel Victory.
– Sección Antibandas, Carlisle.
– ¿Sargento?, soy David Klein.
Respiración acelerada:
– ¿Sí, qué quiere?
– Escuche, lamento ese lío con Lester Lake.
– Claro. ¡Ponerse del lado de un negro frente a dos…! Mierda, está bien, teniente, Lester era su soplón. ¿Qué quiere? ¿Hablar con Dudley? Ha salido.
– ¿Está Breuning?
– Se ha marchado con Dud. ¿De qué se trata?
– De un antiguo 459 juvenil que llevó Breuning. Noviembre del 51. Dígale a Mike que me llame, ¿de acuerdo?
– ¿Mike? Desde luego, Dave.
Corte/tono de marcar.
Cavilando.
Mi mejor jugada ahora: seguir a LOS TIPOS.
Mi peor jugada: que me descubran.
Mi mejor pesadilla: LOS TIPOS se acercan A MÍ. La escena de la película, explicada: amenazas, ofertas. Al menos, sabría POR QUÉ.
Al barrio negro, a falta de algo mejor. Adelante, que suceda algo.
Ahora, lugares familiares, sincronizados con la música de mi cabeza. Caras familiares devolviéndome la mirada: negras, hoscas. Rodando a poca velocidad, voces por la radio policial.
Comunicaciones del condado. Nada sobre cadáver sin identificar/Johnny Duhamel. Nada de Miciak, nada de Bido Lito's. Alivio incompleto.
Hurgué en la guantera: ningún caramelo, sólo droga escondida y olvidada. Siseo, crepitación de la estática: una pelea de bandas en Jordan High.
Al norte. Una ronda por delante de la casa de LOS TIPOS: numerosa vigilancia federal. Ruido de saxo. Will Shipstan con tapones en los oídos.
Zumbido en la radio: mi banda sonora para Johnny suplicando. Más al norte, llevado de un instinto: Chavez Ravine.
Lleno de federales. No salgo del coche. Observo el panorama:
Ordenes de desahucio clavadas con tachuelas puerta por puerta. Resistencia: un piquete de basura comunista y pachucos. Máquinas removedoras de tierras, camiones volquetes. Antidisturbios del LAPD a la expectativa.
Más:
La calle principal, acordonada: Reuben Ruiz bailando una samba. Admiradores apretujándose, mujeres con los ojos llorosos. Guardaespaldas federales, hastiados.
Llamada por la radio:
«Código 3 todas las unidades en las cercanías de South ARDEN 249 repito South ARDEN 249 homicidio múltiple South ARDEN 249 unidades de Detectives trasmitan su posición South ARDEN 249 unidades de Homicidios a la escucha en esa zona trasmitan su posición.»
Acudiendo al Código 3.
South Arden/Joseph Arden/nombre de calle/nombre de cliente.
Una dirección por Hancock Park. Zona rica. Una casa bien, tal vez.
«Solicito unidad de recogida de animales muertos en South Arden 249. Urgente. Notificadas todas las unidades de servicio.»
Abrí el micrófono:
– Urgente, 4-ADAM-31 a Central. Cambio.
«Adelante, 4-A-31.»
– Urgente. Repito, urgente. Teniente D.D. Klein buscando al jefe Exley. Cambio.
«Adelante, 4-A-31.»
Improviso una clave:
– Urgente. Avise al jefe Exley que los homicidios de South Arden 249 están relacionados probablemente con el caso principal. Solicito permiso para actuar bajo la autonomía de Asuntos Internos. Localice con urgencia al jefe Exley. Cambio.
«Entendido, 4-A-31. Denos su posición.»
– Tercera y Mariposa, hacia el oeste. Cambio.
Silencio de radio. Acelerando…
«Atención, 4-A-31. Responda, por favor.»
– Entendido, aquí 4-A-31.
«4-A-31, asuma el mando en South Arden 249, autonomía de Asuntos Internos. Cambio.»
– Entendido. 4-A-31, cambio y fuera.
Tercera, rumbo oeste. Dolor de oídos de la sirena. Arden Boulevard, giro a la derecha.
Muy cerca:
Un gran caserón Tudor, muy concurrido: coches patrulla, vehículos del depósito de cadáveres.
Corrillos de civiles en la acera, nerviosos.
Furgonetas de helados, niños…
Aparqué junto al bordillo. En el porche, dos oficiales con aspecto de estar mareados. Apreté el paso hacia ellos. Un teniente y un capitán. Verdes. Detrás de ellos, un seto rezumando vómitos.
– Ed Exley quiere silenciar este asunto: nada de prensa, nada de Homicidios de la central. Estoy a cargo de todo esto y Asuntos Internos se encarga de la recogida de indicios.
Asentimientos entre náuseas. Nadie preguntó: «¿Y usted quién es?»
– ¿Quién lo descubrió?
El capitán:
– El cartero nos llamó. Tenía un paquete de entrega especial y quería dejarlo en la puerta de servicio. Los perros no ladraron como era habitual y el hombre vio sangre en la ventana.
– ¿Los ha identificado?
– Sí. Un padre y sus dos hijas. Phillip Herrick, Laura y Christine. La madre murió; según el cartero, se suicidó hace unos meses. Tápese la nariz cuando…
Dentro. Lo huelo: sangre. Flashes de fotógrafos, trajes grises. Me abrí paso entre ellos.
El suelo del vestíbulo: dos pastores alemanes muertos, destripados, rezumando espuma por la boca. Cerca, unas herramientas: pala/tijeras de jardinero/horquilla, ensangrentadas.
Pedazos de carne/babas/regueros de vómitos.
Acuchillados, cortados y pinchados: entrañas amontonadas empapando una alfombrilla.
Me agaché y abrí a la fuerza las mandíbulas de los animales. Los presentes me miraron con asombro.
Trapos en la boca. Empapados en clorestelfactiznida.
Déjà vu: el 459 de Kafesjian.
Caminar/mirar/pensar; los policías de paisano me abrieron paso.
El pasillo delantero: discos rotos/cubiertas rasgadas. Discos de jazz navideños; confirmación de las cartas mamá-mirón.
El comedor:
Botellas de licor y retratos hechos pedazos; otra semejanza con el caso K. Fotos de familia: un padre y sus dos hijas.
Mamá al mirón: «Tus hermanas.»
Menciones a suicidio/confirmación de suicidio.
Estampida de policías de paisano. Voy tras ellos. El cuarto de herramientas.
Tres muertos en el suelo: un varón, dos hembras.
Detalles:
Disparos a los ojos, mejillas negras de la pólvora, agujeros de salida sanguinolentos.
Cojines destrozados sobre una silla: silenciadores de los disparos.
Cizallas, sierra de cadena, hacha: ensangrentadas, apoyadas en un rincón.
La alfombra, empapada y espumosa.
El hombre, con los pantalones bajados.
Castrado. Su pene, en un cenicero.
Las mujeres:
Acuchilladas/serradas/cortadas a cizalla. Con las extremidades colgando del cuerpo por jirones de piel.
Paredes embadurnadas de sangre, ventanas rociadas. Chiquillos asomándose.
Sangre de color rojo arterial en el suelo, el techo, las paredes. Agentes de paisano rezumando neurosis de guerra.
Una foto enmarcada, salpicada: papá de buen ver, hijas crecidas.
La familia del mirón.
«¡Jodeeer!»/«¡Dios mío!»/«¡Virgen Santísima!»
Di un rodeo evitando la sangre e inspeccioné los accesos. El pasillo de atrás, la puerta trasera, los peldaños: marcas de palanca, pedazos de carne, más babas.
Una zapatilla de tacón alto junto a la puerta.
Reconstrucción:
El tipo apalanca la puerta, entra con sigilo, arroja la carne y espera fuera.
Los perros huelen la carne, la comen, vomitan.
El tipo entra.
Dispara contra Herrick.
Encuentra las herramientas, mata los perros.
Las chicas llegan a casa, ven la puerta, entran corriendo.
Una pierde un zapato -herramientas esparcidas- y el tipo las oye.
LOOOCO: disparos/mutilaciones; las ventanas emplomadas amortiguan el ruido.
Homicidio/destrucción simbólica; probablemente, no robó nada.
Una suposición repentina: las chicas aparecieron inesperadamente.
Salí afuera: árboles, arbustos… Buenos escondites. Ningún reguero de sangre (probablemente, había cogido ropa limpia).
Agentes de uniforme y un cartero fumando un pitillo. Me acerqué a interrogarlos:
– ¿Los Derrick tenían algún hijo?
El cartero asintió.
– Richard. Se fugó de Chino hacia septiembre del año pasado. Estaba condenado por asuntos de drogas.
Mamá: «corresponsales en la misma ciudad»; Richie fugitivo lo explicaba. «Te impulsó a cometer una imprudencia»; Richie había escapado de Chino, cárcel de mínima seguridad.
Uniformados parloteando, nerviosos: Richie, su inmediato sospechoso: capturado/condenado/gaseado.
¿Richie, el asesino? NO. Un repaso minucioso:
Red Arrow Inn: el observatorio de mirón de Richie, asaltado. La cama hecha trizas… con la vajilla de los Kafesjian. Una cosa absolutamente segura: el asesino y el ladrón eran el mismo hombre. Confirmado por: botellas rotas/discos hechos pedazos/perros eliminados. Richie, observador pasivo; alguien le vigilaba y le presionaba. Tommy K., buscándole con insistencia. Jugar con una idea: Tommy, psicópata total, Tommy revuelve su propia casa y, ahora, ESTO.
Vuelvo adentro:
Gotas de sangre -oscuras, disolviéndose- en el pasillo principal, desde la puerta del cuarto de herramientas. Las sigo hasta el piso de arriba, rojo sobre rosa. Un cuarto de baño. Stop.
Agua en el suelo. La taza del retrete, llena. Un cuchillo flotando en agua con meados. En la ducha, agua rosa y coágulos de sangre con cabellos.
Reconstrucción:
Ropas ensangrentadas hechas trizas y arrojadas al retrete (el sumidero, atascado). Luego, ¿tal vez una ducha? Me acerco al colgador: una toalla húmeda.
Reciente. Muertos a la luz del día.
Inspección del pasillo: marcas de pisadas mojadas sobre la moqueta. Huellas fáciles, directas a un dormitorio.
Cajones abiertos, ropas desparramadas. Una cartera en el suelo: abierta, sin dinero.
Un permiso de conducir: Phillip Clark Herrick, EN. 14/5/06. La foto del carnet: «Un tipo» soso y bien parecido.
En los compartimentos interiores, una foto: Lucille, desnuda. Un permiso de conducir falso: Joseph Arden, los datos de Herrick, una dirección falsa.
Me asomé a la ventana: South Arden estaba acordonada. Una línea de uniformados mantenía a distancia a los periodistas.
Otros dormitorios…
Un pasillo, tres puertas. Dos, abiertas; alcobas de chica, intactas. La tercera puerta, cerrada: cargué con el hombro y saltó.
Lo supe al instante: la habitación de Richie, conservada.
Ordenada, apestando a naftalina.
Pósters de jazz.
Libros: biografías de músicos, teoría de saxo.
Pinturas de estilo infantil: Lucille suavizada, recatada.
Una foto de la graduación; el retrato robot del mirón, Richie perfecto.
Batir de puertas. Me asomo a la ventana: Asuntos Internos entrando en tropel.
Lucille, idealizada: una madonna.
Libros: sólo jazz.
Curioso, ningún manual técnico, y Richie sabía poner micrófonos ocultos.
Pasos apresurados. Exley ante mis narices, resollando:
– Debería estar abajo, teniente. -De nuevo, el trato formal-. Ray Pinker me ha hecho un resumen, pero antes quería su interpretación.
– No hay nada que interpretar. Ha sido Richie Herrick, o el tipo que irrumpió en su habitación del motel. Repase mis informes; verá que ya le mencionaba en ellos.
– Lo recuerdo. Y usted me ha estado evitando. Le dije que me llamara después de registrar el apartamento de Stemmons.
– No había nada que informar.
– ¿Dónde ha estado?
– Todo el mundo se empeña en preguntarme lo mismo.
– Ésa no es respuesta.
Sangre en el borde del ala del sombrero. Se acercó más. Yo:
– ¿Y ahora, qué? Y ésta sí que es una pregunta.
– Voy a dictar una orden de busca y captura contra Richard Herrick.
– Piénselo primero. Yo no creo que haya sido él.
– Me doy cuenta de que está usted esperando a que yo le pregunte. ¿Y bien, teniente?
– Y bien, creo que deberíamos detener a Tommy K. He recibido un buen soplo de que ha estado buscando a Richie Herrick. Richie sabe esconderse muy bien, pero Tommy le conoce a fondo. Tiene más probabilidades de encontrarle que nosotros.
– Ninguna aproximación directa a los Kafesjian. Y voy a dictar esa orden porque los Kafesjian están bajo vigilancia permanente de los federales, lo cual les coarta en parte su libertad de movimientos para buscar a Herrick. Además, esas muertes son noticia de primera página. Herrick las leerá y se volverá aún más furtivo. Sólo podemos controlar a la prensa hasta cierto punto.
– Sí. Lo cual debe sentarle a usted como un tiro.
– Con franqueza, no lo sabe bien, teniente. Y ahora, sorpréndame o anticípeme. Dígame algo que no sepa.
Le di unos golpes en el chaleco con la punta del índice. Fuerte.
– Johnny Duhamel ha muerto. Es el cadáver desconocido de la oficina de un sheriff cerca de Compton, y creo que usted y Duhamel estaban juntos en algo sucio. Usted me está echando encima a los Kafesjian, y eso guarda relación con Duhamel. Estos días no tengo la cabeza muy clara y estoy llegando a un punto en que voy a joderle por ello.
Exley retrocedió un paso.
– Quedas apartado de Homicidios y a cargo de esta investigación. Puedes hacer lo que quieras, menos acercarte a los Kafesjian.
Campanillas en la calle. Furgonetas de helados.
Camino de la oficina. Un semáforo en rojo en Tercera y Normandie. Unos Plymouth me cortaron el paso y me encajonaron.
Cuatro coches. Agentes federales salieron en tropel apuntando sus armas. Por la radio, muy alto:
– Está usted detenido. Salga con las manos en alto.
Corté el motor, puse el freno, obedecí. Leeento: manos en el techo, brazos separados.
Inmovilizado/cacheado/esposado. Los gilipollas de corte de pelo militar, encantados. Milner me picó:
Reuben Ruiz ha dicho que te vio empujar a Johnson.
Tres hombres registraron mi coche. Un tipejo enjuto inspeccionó la guantera.
– Milner, mira. ¡Esto parece caballo blanco!
Jodido Ruiz, soplón mentiroso.
Heroína restregada en mis narices.
El edificio Federal, en el centro. Escaleras arriba, esposado. Empujado a un despacho…
Cuatro paredes empapeladas; líneas de gráficos visibles debajo.
Noonan y Shipstan, esperando.
Milner me sentó; Shipstad me quitó las esposas. Mi droga pasó de federal en federal; coro de silbidos. Noonan:
– Una lástima que Junior Stemmons haya muerto. Podría haber sido su coartada para lo de Johnson.
– ¿Quiere decir que usted sabe que Ruiz miente? ¿Usted sabe que Ruiz dormía cuando Johnson saltó?
– Esa bolsa de polvos blancos no lleva ninguna etiqueta que la identifique como prueba policial, teniente -Shipstad.
– Me parece que el teniente está enganchado -Milner.
– Stemmons sí que lo estaba, desde luego -su compañero.
Noonan se aflojó el nudo de la corbata. Sus subordinados salieron.
– ¿Quiere examinar la orden de detención, señor Klein? -Shipstan.
– Tendremos que corregirla para añadir violación de las leyes federales sobre narcóticos -Noonan.
Apunté una conjetura:
– Ha conseguido esa orden de un juez amistoso. Usted le ha dicho a Ruiz que mienta; cuando hayan terminado conmigo, podrá retractarse. Usted le ha contado al juez lo que se proponía. Lo que tiene es una orden federal en base a una inventada violación de derechos civiles, no un acta de Acusación por homicidio de California, porque ningún juez del Tribunal Superior la firmaría.
Noonan:
– Bueno, eso ha conseguido su atención, teniente. Y, por supuesto, tenemos pruebas concluyentes.
– Suélteme.
– He dicho «concluyentes».
Shipstad:
– Poco después de cuando le soltamos a usted, a primera hora de la mañana, dejamos salir a Abe Voldrich para ocuparse de unos asuntos personales. Esta tarde le han encontrado muerto. Ha dejado una nota de suicidio, que un grafólogo ha determinado que fue escrita bajo coacciones físicas. Voldrich había accedido a declarar como testigo federal en todos los temas relativos a la familia Kafesjian y a esta investigación por robo quizá marginal que llevaban a cabo usted y el difunto sargento Stemmons. Un agente pasó por casa de Voldrich para recogerle y continuar los interrogatorios y le encontró.
Noonan:
– El agente Milner recorrió el barrio buscando información. Un Pontiac coupé azul pólvora del 56 fue visto aparcado junto a la casa hacia la hora aproximada de su muerte.
– ¿Le mató usted? -Shipstad.
– Usted tiene un coche verdeazulado, ¿verdad? -Noonan.
– Y usted sabe que yo no lo hice. Sabe que han sido Tommy y J.C. Sabe que tengo un Dodge azul marino del 55.
– Los Kafesjian tienen una coartada excelente para el momento de la muerte de Voldrich -Shipstad.
– Estaban en casa, bajo vigilancia federal permanente.
– Entonces, contrataron a un profesional.
– No, el teléfono estaba intervenido -Shipstad.
– Y lo estaba desde antes de que cogiéramos a Voldrich -Noonan.
– ¿Qué más hablaron por teléfono?
Shipstad:
– Diversos asuntos. Nada relacionado con ese Richie en que parecía tan interesado anoche, Klein.
Reflexioné: Sin novedades de Herrick, sin pistas sobre la matanza de South Arden.
– Al grano, Noonan. ¿Dónde está la «prueba concluyente»?
– Antes, su valoración de la situación, señor Klein.
– Usted se propone llevar tres testigos ante el gran jurado. Yo soy uno, otro acaba de morir y el tercero es ese presunto testigo sorpresa, clave para la acusación. Ahora le falta un hombre, de modo que apostará el doble a mi número. Ésta es mi opinión, y ahora oigamos su oferta.
– Inmunidad en la muerte de Johnson -respondió Noonan-. Inmunidad en todos los posibles cargos criminales que se le puedan hacer. Garantía escrita de que no se iniciará ningún embargo contra usted si se revelara que ha tenido ingresos no declarados como resultado directo de conspiraciones criminales en las que usted haya tomado parte. A cambio de esto, usted accede a someterse a custodia federal y a testificar ante un tribunal público sobre lo que conozca de la familia Kafesjian, su historia con el LAPD y, lo más importante de todo, su propia declaración de tratos con el crimen organizado, excluido Mickey Cohen.
Una luz encendida: Mickey, testigo principal.
Reflejo instantáneo; Mickey, nunca.
– Es un farol, supongo.
Shipstad desgarró el papel que cubría las paredes. Pilas de papel rasgado; debajo, columnas y gráficos.
Me puse en pie. Cifras y letras en negrita, fáciles de leer.
Columna uno: nombres y fechas, los tipos eliminados.
Columna dos: mis transacciones de propiedades, detalladas. Fechas correctas. Sobornos a la Oficina de Bienes Inmuebles, cinco mil dólares cada uno: mi tarifa por contrato, invertida.
Columna tres: lista de receptores de sobornos. Detalle de los edificios de barrios bajos que me habían ofrecido tirados de precio. Fechas correspondientes: depósitos y liquidaciones.
Columna cuatro: declaraciones de impuestos de Meg 51-57. El dinero negro de mi hermana, anotado y documentado, para los sobornos a tasadores y firmantes de permisos.
Columna cinco: nombres de testigos. Sesenta y pico receptores de sobornos.
Nombres y números, latiendo. Noonan:
Muchos de los datos relativos a usted son circunstanciales y sujetos a interpretación. Los muertos de nuestra lista sólo son los que le adjudican los rumores de los bajos fondos, y esos cinco mil dólares que le llueven del cielo después de cada muerte son poco más que detalles circunstancialmente seductores. Lo importante es que usted y su hermana son procesables por siete delitos de fraude a la Hacienda Federal.
Shipstad:
– He convencido al señor Noonan de que amplíe el acuerdo de inmunidad a su hermana. Si accede, Margaret Klein Agee quedará exenta de cualquier cargo federal.
– ¿Qué responde? -Noonan.
– ¿Klein? -Shipstad.
Tictac de reloj, latidos del corazón. Se me había pasado algo por alto.
– Quiero cuatro días de plazo antes de someterme a la custodia. Y quiero un mandamiento federal para acceder a las cajas de seguridad de Junior Stemmons en el banco.
Shipstad, picando el anzuelo:
– ¿Le debía dinero?
– Exacto.
Noonan:
– De acuerdo, siempre que le acompañe al banco un agente federal.
Un contrato ante las narices. Letra pequeña, latiendo. Firmé.
¡Suenas resignado.
– Todo ha adquirido vida propia.
– ¿Qué significa eso?
– Significa que deberías contarme cosas.
– Tú tampoco comentas ciertas cosas. Me llamas desde cabinas de teléfono para no tener que hacerlo.
– Quiero solucionarlo todo, primero.
– Dijiste que se estaba resolviendo solo.
– Sí, pero se me está acabando el tiempo.
– ¿Se te está, o se nos está?
– Sólo a mí.
– No empieces con mentiras. Por favor.
– Sólo trato de dejar las cosas claras.
– Pero sigues sin querer contarme qué estás haciendo.
– Es este lío en el que te he metido. Dejemos el tema.
– El lío me lo he buscado yo misma. Tú lo dijiste.
– Ahora eres tú la que suena resignada.
– Esos hombres del sheriff han vuelto.
– Y un cámara les dijo que me acostaba contigo en mi remolque.
– ¿Saben que me contrataron para seguirte?
– Sí.
– ¿Qué les dijiste?
– Que soy blanca, soltera y tengo veintinueve años, y que me acuesto con quien me da la gana.
– ¿Y?
– Y Bradley Milteen les dijo que tú y Miciak tuvisteis unas
palabras. Yo dije que conocí a Miciak a través de Howard, y que era fácil que cayese mal a cualquiera.
– Bien. Ahí has estado muy lista.
– ¿Significa eso que somos sospechosos?
– Significa que conocen mi reputación.
– ¿Qué reputación?
– Ya sabes a qué me refiero.
– ¿A eso?
– A eso.
– …¡Oh, mierda, David!
– Sí, «¡Oh, mierda!»
– Ahora suenas cansado.
– Lo estoy. Dime…
– Yo sabía que responderías así.
– Y yo sigo colgada de este alemán, y Mickey me ha pedido que me case con él. Me ha dicho que me «dejaría libre» en cinco años y que me convertiría en una estrella, y últimamente está más evasivo que David Douglas Klein en sus mejores momentos. Está metido en no sé qué extraña actuación y no deja de hablar de su «interpretación» y de su «llamada a escena».
– ¿Y?
– ¿Cómo sabes que hay más?
– Lo intuyo.
– Chico listo.
– Y Chick Vecchio me ha estado lanzando indirectas. Es casi como…
– …como si su actitud hubiera cambiado de la noche a la mañana.
– Chico listo.
– No te preocupes, me encargaré de ello.
– Pero no me vas a decir de qué se trata, ¿verdad? No me lo vas a decir.
– Espera unos días más, solamente.
– ¿Porque todo va a resolverse?
– Porque todavía queda una oportunidad para que pueda forzar las cosas a nuestro favor.
– ¿Supón que no puedes?
– Entonces, al menos lo sabré.
– Vuelvo a notar un tono de resignación.
– Es hora de saldar deudas. Lo presiento.
L.A. Herald-Express, 21/11/58:
LA MATANZA DE HANCOCK PARK SACUDE A LA
CIUDAD
El asesinato del acaudalado ingeniero químico Phillip Herrick, de 52 años, y de sus hijas Laura, de 24, y Christine, de 21, sigue estremeciendo el Southland y tiene confundido al departamento de Policía de Los Angeles por su tremenda brutalidad.
La policía supone que, hacia media tarde del 19 de noviembre, un hombre irrumpió en la acogedora mansión de estilo Tudor donde vivía el viudo Phillip Herrick con sus dos hijas. Según la reconstrucción de los hechos realizada por expertos forenses, el hombre accedió al interior por una puerta trasera poco protegida y envenenó a los dos perros de la familia; luego, disparó contra Phillip Herrick y empleó unas herramientas de jardinería encontradas en la propiedad para causar terribles mutilaciones tanto al cuerpo del señor Herrick como a los animales. Según todos los indicios, Laura y Christine llegaron en aquel momento y sorprendieron al asesino, que les dio muerte de manera parecida. Después, el hombre se duchó para limpiarse de sangre y cogió ropas limpias pertenecientes al señor Herrick. Por último, dejó la casa, no se sabe si a pie o en coche, tras haber llevado a cabo estos brutales asesinatos en un silencio casi completo. El empleado de Correos, Roger Denton, que acudió a la casa para entregar un paquete de entrega especial, vio sangre en la ventana del cuarto de trabajo y llamó de inmediato a la policía desde una casa vecina.
«Me quedé de piedra -relató Denton a los reporteros del Herald-. Porque los Herrick eran buena gente que ya habían tenido suficientes desgracias.»
Una familia nada ajena a la tragedia
Mientras la policía empezaba una encuesta casa por casa en busca de posibles testigos y los técnicos de Criminología cerraban la casa para buscar indicios, los vecinos congregados ante la propiedad en un estado de horrorizada perplejidad relataron al reportero Todd Walbrect los trágicos sucesos padecidos por la familia en los últimos tiempos.
Durante muchos años, los Herrick parecieron disfrutar de una vida feliz en el barrio acomodado de Hancock Park. Phillip Herrick, químico de profesión y propietario de una industria de productos químicos que abastecía de disolventes industriales a lavanderías y establecimientos de limpieza en seco del Southside, era miembro activo del Lions Club y del Rotary Club; Joan (Renfrew) Herrick se dedicaba a las obras de caridad y encabezaba las campañas para proporcionar cenas especiales a los indigentes habituales de los barrios bajos el día de Acción de Gracias. Laura y Christine se matricularon en la cercana Escuela Femenina Marlborough y, después, en UCLA, mientras que el hijo mayor, Richard, ahora de 26 años, estudió en escuelas públicas y tocó en sus bandas musicales. Sin embargo, negros nubarrones se cernían sobre la familia: en agosto de 1955, «Richie» Herrick, entonces de 23, fue detenido en Bakersfield: le vendió marihuana y «speedballs» de heroína-cocaína a un agente de policía encubierto. En el juicio, fue condenado a cuatro años en la prisión de Chino, una sentencia muy dura para ser el primer delito, impuesta por un juez deseoso de labrarse una fama de severidad.
Los vecinos afirman que el encarcelamiento de Richie le rompió el corazón a su madre. Joan Herrick empezó a beber y a descuidar sus labores caritativas y pasaba muchas horas sola, escuchando discos de jazz que Richie le recomendaba en sus extensas cartas desde la cárcel. En 1956, intentó suicidarse; en septiembre de 1957, Richie Herrick escapó de la sección de mínima seguridad de Chino y permanece huido, según la policía, sin que desde entonces volviera a ponerse en contacto con su madre. Joan Herrick se sumió en lo que varios conocidos han denominado «estado de amnesia» y, el 14 de febrero de este año, se suicidó con una sobredosis de somníferos. Según el cartero, Roger Denton, «es una desgracia terrible que hayan caído tantas calamidades sobre una buena familia como ésa. Recuerdo cuando el señor Herrick instaló esas gruesas ventanas emplomadas. No soportaba el ruido y, ahora, la policía dice que esas ventanas contribuyeron a amortiguar el ruido del asesino mientras hacía su trabajo. Echaré de menos a los Herrick y rezaré por ellos».
Expresiones de estupor mientras se amplía la
investigación de la policía
Una oleada de conmoción se ha extendido hoy por Hancock Park y, de hecho, por todo el Southland, y un funeral por Christine y Laura Herrick atrajo a cientos de personas al Occidental College, donde ambas cursaban estudios de graduación. Por toda la ciudad, los cerrajeros han informado de un tremendo aumento de trabajo y las ventas de perros guardianes se ha doblado. Se está considerando la posibilidad de contratar patrullas de seguridad privadas para Hancock Park.
Mientras tanto, la policía se reserva celosamente cualquier información sobre el curso de las investigaciones. A cargo de las pesquisas se encuentra el teniente David D. Klein, comandante de la Subdirección Administrativa del departamento de Policía de Los Angeles, quien apareció recientemente en los medios de comunicación a raíz de que un testigo federal bajo su custodia se suicidara en su presencia. El teniente Klein ha escogido como ayudantes a seis agentes de la oficina de Asuntos Internos del LAPD, junto a su colaborador, el agente Sidney Riegle.
El jefe de Detectives, Edmund Exley, ha argumentado su decisión de escoger al teniente Klein, de 42 años y con veinte en el Cuerpo, quien carece de experiencia en la sección de Homicidios. Según él, «Dave Klein es abogado y es un detective muy sagaz. Ha trabajado en un caso de robo que podría tener alguna relación marginal con este caso y es muy experto en guardar discreción sobre cualquier posible pista. Quiero resolver este caso y, por tanto, he seleccionado a los mejores hombres posibles para conseguirlo».
El teniente Klein remitió a los periodistas a la sección de Detectives del LAPD. «La investigación avanza con rapidez -declaró-. Se están haciendo progresos. Muchos conocidos de la familia Herrick han sido ya interrogados y eliminados como sospechosos y, tras una minuciosa encuesta de la zona circundante a la escena del crimen, no ha aparecido ningún testigo que viera al asesino entrar o salir de la casa. Hemos eliminado como motivo del crimen el robo y la venganza y, lo más importante, hemos eliminado como sospechoso a Richard, el hijo de Herrick fugado de Chino. En un primer momento fue nuestro principal sospechoso e incluso lanzamos una llamada a todas las unidades solicitando su captura, pero ahora hemos anulado la petición, aunque Richard Herrick sigue siendo un fugitivo y nos gustaría mucho hablar con él. En estos momentos, centramos nuestro interés en un psicópata sexual que, según se rumorea, fue visto cerca de Hancock Park poco antes de las muertes. Aunque las tres víctimas no sufrieron agresiones sexuales, el crimen tiene todos los visos de haber sido perpetrado por un desviado sexual. Personalmente, estoy convencido de que ese hombre, cuyo nombre no puedo revelar, es el asesino. Estamos poniendo todo nuestro empeño en capturarlo.»
Y, mientras tanto, el miedo atenaza Southland. En Hancock Park, los controles policiales se han doblado y el auge repentino en las medidas de seguridad de los hogares sigue creciendo.
Hoy se celebrará un funeral por Phillip, Laura y Christine Herrick en la iglesia episcopaliana de St. Basil, en Brentwood.
L.A. Times, 21/11/58:
LA OLA DE CRÍMENES EN EL SOUTHSIDE DESPIERTA
SUSPICACIAS
Citando estadísticas de delincuencia y rumores actuales, el titular de la Fiscalía federal del condado, Welles Noonan, ha declarado hoy que el Southside de Los Angeles «está rebosando de intrigas criminales» que podrían tener «conexiones en niveles todavía por determinar».
Noonan, que dirige una investigación federal sobre el crimen organizado centrada en las zonas de Los Angeles Sur y Central, y cuya investigación ha gozado de una gran publicidad, recibió a los periodistas en su despacho.
«Durante los últimos cuatro días se han producido ocho muertes violentas en un radio de cinco kilómetros en la zona sur de Los Ángeles -declaró-. Esta cifra dobla la de cualquier periodo de un mes de cualquier año desde 1920. Añadan a ello el curioso ataque cardíaco de un joven policía supuestamente saludable en un club nocturno, después incendiado, y sumen, como curiosidad tal vez, el cuerpo mutilado de un hombre sin identificar encontrado tres kilómetros más allá, en el límite de Compton y Lynwood. En conjunto, verán que tienen ustedes tema para muchas especulaciones interesantes.»
«Hace tres noches, se produjo un tiroteo en un club que funcionaba ilegalmente en Watts -prosiguió Noonan-. Se ignora lo sucedido, pero dos hombres negros y tres mujeres también negras murieron en el suceso, aunque corren insistentes rumores de que una de las víctimas era blanca.
A la mañana siguiente, un joven agente del LAPD llamado George Stemmons, Jr., fue hallado muerto, presumiblemente de un ataque cardíaco, en una dependencia del club de jazz Bido Lito's. Apenas un día y medio después, el Bido Lito's ardió hasta los cimientos. Agentes federales oyeron a un testigo presencial comentar a los detectives del LAPD que había oído una explosión como de un cóctel Molotov momentos antes de que las llamas prendieran en el local, pero la brigada de Incendios Provocados del LAPD atribuye ahora el fuego, que se cobró tres vidas, a un cigarrillo mal apagado.»
Los periodistas interrumpieron la improvisada rueda de prensa con preguntas. Repetidamente, se le preguntó si la investigación federal sobre el crimen organizado iba dirigida específicamente a desacreditar las medidas del departamento de Policía de Los Angeles para mantener la ley y el orden en el Southside, o si la Fiscalía federal estaría adoptando una postura hostil basándose en informaciones incompletas, a lo que Noonan respondió: «Acepto que el cuerpo sin identificar encontrado en Compton quizá no tenga nada que ver, pero les ruego que tomen en cuenta lo siguiente:
»Uno, recuerden lo que les he dicho del testigo presencial del incendio del Bido Lito's. Dos, tengan en cuenta que el padre del joven policía fallecido de un presunto ataque de corazón en el Bido Lito's apenas unas horas antes, que también es oficial de alto rango de la Policía de Los Angeles, declaró que creía que su hijo había sido asesinado. Ese hombre ha sido suspendido de servicio por sus abiertas críticas al tratamiento que ha dado al caso el jefe Exley, y se rumorea que está en su casa, descansando bajo el efecto de los sedantes ordenados por el médico.»
Los periodistas insistieron en si aquella disputa entre los federales y el LAPD no se reduciría a una batalla personal entre dos luchadores contra el crimen que gozaban de un sólido prestigio y de fama nacional: el propio Noonan y el jefe de Detectives del LAPD, Edmund Exley.
Noonan insistió en que no permitiría que las personalidades o las ambiciones políticas pusieran trabas al alcance de la investigación. «Una cosa es segura -declaró-. En Watts se ha permitido que florezcan los clubes nocturnos ilegales con la aprobación no oficial del LAPD. Cinco ciudadanos negros han muerto como consecuencia de ello y, pese a haber asignado una docena de agentes al caso, Ed Exley no ha sido capaz de conseguir una sola detención. Ha escondido bajo la alfombra la sospechosa muerte de un policía de Los Angeles y ha tergiversado deliberadamente los hechos en un caso de incendio provocado con el resultado de tres muertos.»
Respecto a otros acontecimientos relacionados con lo anterior, Noonan se negó a comentar los rumores persistentes de que pronto serán llamados a declarar diversos agentes de la sección de Narcóticos, y guardó silencio sobre si Abraham Voldrich, un supuesto testigo federal muerto recientemente, se suicidó o fue asesinado.
«Sin comentarios sobre estas cuestiones -fue la posición de Noonan-. Pero, sobre el tema de los testigos, permítanme asegurar que, cuando llegue el momento de aportar pruebas ante el gran jurado federal, presentaré a un testigo sorpresa de extraordinaria importancia y a otro testigo dispuesto a ofrecer un testimonio que producirá asombro.»
Edmund Exley ha respondido a las acusaciones de la Fiscalía: «Welles Noonan es un politicastro poco escrupuloso, con falsos antecedentes liberales. No tiene el menor conocimiento de la situación en el Southside y su campaña de desprestigio contra el LAPD está basada en mentiras, rumores infundados e insinuaciones. La investigación federal sobre el crimen organizado es una maniobra con motivaciones políticas, dirigida a dar publicidad a Noonan como candidato a la Fiscalía del Estado. Pero la investigación no tendrá éxito porque Noonan ha subestimado lastimosamente la rectitud moral del departamento de Policía de Los Angeles.»
Hora de saldar cuentas/tiempo agotándose. DEPRISA. El 187 C.P. de los Herrick: seis hombres de Asuntos Internos y Sid Riegle como ayudantes. Cuarenta y ocho horas trabajando en el asunto:
Ningún testigo presencial, ningún vehículo identificado. Ninguna huella dactilar, ninguna carta de Richie a mamá encontrada. Confirmación: los perros respiraron clorestelfactiznida.
Repaso de la situación:
Laura y Christine Herrick, buenas chicas. Buenas estudiantes, novio formal: ya casi amas de casa de Hancock Park.
Joan Renfrew Herrick, bebedora en secreto. Intentos de suicidio, suicidio. Un médico vecino me contó:
Joan se autoinfligió quemaduras y suplicó morfina. Él le recetó Demerol. Las autolesiones continuaron. La matrona, zombi: escuchando jazz todo el día, flotando entre nubes.
El médico: «Esa mujer devoraba los Dranos, teniente. Su suicidio final era inevitable y fue un piadoso alivio para quienes se preocupaban por ella.»
Richie Herrick, chico tímido, músico del montón. Un amigo: «Ese matón, Tommy»; «él y Tommy, uña y carne; creo que Richie estaba colado por la hermana de Tommy». La conmoción del barrio expresada: el tímido Richie, traficante de drogas. Averiguaciones en la Policía de Bakersfield: Richie fue cazado in fraganti, sin atenuantes. Ningún procesado más (ningún Tommy involucrado): de tres a cuatro años en Chino.
Expediente carcelario de Richie: desaparecido. ¿Mal archivado? ¿Traspapelado? ¿Robado? Posible sospechoso: Dan Wilhite; sólo un presentimiento.
Funcionarios de la prisión buscando los papeles: insistí en ver las direcciones conocidas de Richie cuando estaba en Chino.
Informes de fuga, 9/57: adiós, Richie, sin detalles, sin pistas.
Mike Breuning. Todavía sin noticias de él; mi pista de los robos con escalo, arruinada.
Phillip Harrick:
Sin antecedentes, sin ficha en Antivicio del LAPD ni en la policía del condado.
Químico.
Fabricante de productos químicos.
P.H. Disolventes, S.A., suministro a cadenas de lavado en seco.
Clorestelfactiznida, producto de la casa.
Distribución por todo el estado a tiendas de lavado en seco e instalaciones industriales.
NO cliente: cadena E-Z Kleen/J.C. Kafesjian.
Comprobación de coartadas de los empleados de P.H.: todos limpios. Coincidencias en los datos de las dos familias:
Phillip Herrick: EN., 14/5/06, en Scranton, Pennsylvania.
John Charles Kafesjian: EN. 15/1/06, en Scranton, Pennsylvania.
Sin antecedentes penales en Pennsylvania. Ficha de empleos de la policía del Estado:
1930-32: Balustrol Químicas, Scranton. Phillip Herrick: analista de disolventes; J.C. Kafesjian: operario/mezclador.
Ficha de Tráfico de California:
6/32: los dos hombres obtienen el permiso de conducir.
Repaso de fechas de nacimiento:
1932-37: nacen Tommy/Lucille, Richie/Laura/Christine.
El tiempo aprieta. DEPRISA, la custodia se echa encima.
Exley y Noonan, cada cual por su lado, persiguiendo autorizaciones para abrir las cajas de seguridad del banco.
Noonan: un viaje al Este -furtivo- para solicitar consejo a juristas federales. Exley, clavado en el Oeste: más lento, sin relaciones.
Conclusión: EL CASO Kafesjian/Herrick.
Resolverlo ahora: LOOCA voluntad.
Disparatadas filtraciones falsas a la prensa (idea mía).
Anunciamos una falsa orden de búsqueda y captura, luego fingimos retirarla. Un falso sospechoso filtrado a la prensa: un psicópata sin nombre como cebo para tranquilizar a Richie y para tentar a Tommy a seguir buscándole.
Una ayuda: la foto policial de Richie en la primera página. Un vago parecido, un retrato robot imperfecto del mirón.
Un estorbo: federales acosando a LOS TIPOS.
Exley, en primera página, pinchando:
«Dave Klein es un detective muy sagaz.»
«Ha trabajado en un caso de robo que puede tener alguna relación marginal con el caso.»
Un cebo: empujar a LOS TIPOS hacia Richie/empujarLOS hacia mí.
Un obstáculo: estrecha vigilancia federal sobre los Kafesjian.
DEPRISA…
El funeral de Junior, asistencia obligada de los compañeros de
unidad. Exley, presente por cuestiones de relaciones públicas: Dudley Smith, sombrío. Stemmons, Senior, aún perturbado, bombardeado a sedantes.
Adiós padre-hijo: apenadas lecturas de la Biblia. Treinta años sin asistir a una ceremonia luterana holandesa. Capto la esencia del mensaje: piedad por los enfermos y por los locos.
DEPRISA… Perseguidores de Homicidios de la policía del Condado. Preguntas «de rutina», dos sesiones:
¿Le contrataron para que siguiera a Glenda Bledsoe?
¿Ha intimado con ella?
¿Es ella quien ha robado en las casas de invitados de Hughes?
Sí, sí, no. Sonrisa presuntuosa de uno de los policías.
¿Discutió alguna vez con Harold John Miciak?
Sí. Mierda de tipo, odiaba a la policía.
Complicidad instantánea, un comentario irónico: ¿No le parece que el señor Hughes podría querer joderle por haberse quedado con su dinero y, además, con su chica?
Dándose prisa conmigo, Sid Riegle y los seis hombres de A.L: comprobaciones de antecedentes/entrevistas/papeleo. Meg, ocupada en la búsqueda de un título de propiedad: Spindrift, 4980. «¿Por qué encontrarnos allí?» Mi propia hermana hurgando en registros, siguiendo la pista del dinero: la fortuna de Phillip Herrick, muy turbia…
Kafesjian/Herrick. Mamá a Richie: «Larga historia de locura en nuestras dos familias.»
¿Richie, asesino? No.
¿Tommy, asesino? Dudoso.
Lo cual llevaba a: don Tercer Individuo, loco.
Insistentes rumores en la brigada: los hombres de Narcóticos, al borde del pánico. Apartamentos del servicio en masa, revelación de las gratificaciones de Kafesjian. Los rumores ponían a Dan Wilhite suplicándole a Exley: «Di algo, haz algo.»
Exley, sin comprometerse; rumores federales: diecinueve citaciones a otros tantos miembros de Narcóticos.
Mis citaciones, retenidas (vía extorsión de la custodia federal). El testigo clave, Dave Klein, abierto a compromisos si la filmación llegaba al escritorio de Noonan. Digamos que el «si» era un pensamiento ilusorio; seguía convencido de que la película aparecería allí. El tiempo se agotaba.
Corriendo, pensando:
ELLOS tomaron la película; el hombre clave del asunto, Chick Vecchio. Hacerle cantar: ELLOS me forzaron a hacer de protagonista.
Acusaciones por conspiración, posiblemente pendientes; «tal vez» un testigo corrupto no ofrece garantías.
Tal vez puras fantasías.
Corriendo, observando:
La casa de LOS TIPOS. Vigilancia nocturna; agentes aparcados tres puertas más abajo. Lleno absoluto: federales delante de la casa, federales detrás. Dentro, bronca familiar: la banda sonora de mi nostalgia. Los Dos Tonys: salpicaduras de gomina con los disparos a quemarropa a la cabeza. «¡No, mis hijos!», el sollozo de una de mis víctimas. Un violador de doble vida: la perdigonada le arrancó la cara a ese negro.
Vestidos de seda para Meg, regalos de penitencia. Ahora, Meg con Jack Woods (su matón particular). Meg, con diez grandes en el bolsillo: Jack, pendiente de cobro; Junior, por otra parte, muerto. Un pensamiento perdido: Abe Voldrich, eliminado; se observó un coche. El coche de Jack: misma marca, mismo modelo.
Música para acompañar la vigilancia: la primera noche, por la radio del coche, un poco de bop; la segunda, Champ Dineen puro.
Suave: Richie y Lucille, tal vez amantes. Suave: Glenda, volviéndose hacia mí tras un resbalón, tanto valor…
Champ Dineen: la radio del coche, con el volumen muy bajo. El eco de la música en la ventana de Lucille: la misma emisora.
Lucille en la ventana, sin maquillaje, nuevo peinado. Las fotos del dormitorio de Richie, a tamaño natural.
Un camisón puesto, casi recatado.
Federales en la calle; la familia, cerca.
Un estribillo constante, imposible de acallar: Johnny suplicando…
Dos días consumidos, dos más por delante antes de la custodia. Dos últimas noches con Glenda.
– Quizá no salgamos de ésta -dijo ella.
– Tú, sí -respondí.
– Estás cansado -insistió ella-. Tú quieres confesar.