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II VAMPIRA

***

10

Ojeada a la fiesta:

El Coconut Grove, un grupo de conocidos. El jefe Parker, Exley; sonrisas para nuestro muchacho: Bob «Cámara de Gas» Gallaudet. Camareros, bebidas, baile; Meg llevó a Jack Woods para poder darle al mambo. Dudley Smith, el alcalde Poulson, Tom Bethune: ni un «gracias por el trabajo con el rojillo».

Periodistas, ejecutivos de los Dodgers. Gallaudet sonriente, bombardeado por los flashes.

Alterno, observo:

George Stemmons, Senior; los dos matones de Smith: Mike Breuning, Dick Carlisle. Leo en sus labios: INVESTIGACIÓN FEDERAL, INVESTIGACIÓN FEDERAL. Parker y Exley con unos cócteles en la mano (y hablando de la INVESTIGACIÓN FEDERAL, me jugaría algo). Meg, bailando con Jack; los rufianes seguían poniéndola a cien. Culpa mía.

Hora de dejarme ver: le debía mis felicitaciones a Bob. Mejor esperar, hablarle a solas: mi mal expediente personal pesaba. Observé a los reunidos y adjudiqué pensamientos a los rostros.

Exley: alto, fácil de distinguir. Había leído mi informe sobre el 459: las pistas Lucille/mirón, un añadido espúreo: olvide el asunto, es un callejón sin salida. Él dijo que continuara y una parte de mí se alegró: tenía ganas de arrastrar al arroyo a aquella familia. Los dos extremos contra el centro: le había dicho a Dan Wilhite que me despreocuparía del asunto.

El inspector George Stemmons, Senior, junto a la ponchera: Junior con veintitantos años más. Junior, desaparecido desde el encuentro con Georgie Ainge; tablas: él también sabía que Glenda Bledsoe había matado a Dwight Gilette. Su informe del caso Kafesjian, una chapuza. Los archivos de putas/clientes, sin comprobar; mi batida del barrio negro le mostraba demasiado ocupado: la paliza al negro en el aparcamiento del Bido Lito's, la confabulación con un «policía rubio». El «angelito», identificado: Johnny Duhamel, el nuevo muchacho de Dud Smith en la brigada anticacos.

Junior. No se podía confiar en él, ni había modo de apartarle del caso, de momento.

Ahora, un solo:

Repasé las listas de las comisarías; suerte en University: nombres de clientes, sin nombres de chicas asociados. Pedí comprobaciones a Identificación; todos falsos. La mayoría de policías de Antivicio no se esforzaban en conseguir la identidad real, no ponían empeño en exprimir a los rondadores de chicas. La suerte, al carajo. Guardé los nombres para nuevas comprobaciones: la mayoría de clientes usaba siempre el mismo alias.

Ronda por el barrio negro:

Durante tres noches, interrogué a las putas de Western Avenue: ninguna identificación de la foto de Lucille. Llamé a la brigada 77: todavía sin localizar el mirón denunciado. Hice de mirón yo mismo: la casa de los Kafesjian, jazz en la radio del coche para matar el aburrimiento. Dos noches, broncas familiares; una noche, Lucille sola, desnudándose ante la ventana: la radio se acompasaba a sus movimientos. Tres noches en total, sin ningún observador más; yo era el único voyeur. Y aquella Gran Intuición, confirmada: merodeador/mirón/ladrón, todos la misma persona.

Trabajo en casa, dos noches: Art Pepper, Champ Dineen… Escuchando lo que rompió el intruso. Mi fonógrafo, el volumen alto: la Intuición, firme. Una sesión me empujó de nuevo al local; de allí, seguí a Tommy K. hasta el Bido Lito's. Tommy: entrando con su propia llave, bolsas de hierba escondidas junto a máquinas tragaperras. Visité a Lester Lake: ponme al día sobre los socios conocidos de Tommy.

Charla feliz: los asistentes a la fiesta, pavoneándose. Meg y Jack Woods hablando: probablemente, se liarían otra vez. Jack cobraba por la fuerza nuestros alquileres; él se llevaba un porcentaje. Su territorio, nuestro edificio del Westside. Mi hermana y mi amigo rufián, cogidos de la mano. Agotado, me dejé llevar por el Impulso Glenda.

Colgado; no pude subcontratar el encargo de Hughes. Pluriempleo: seguí a la chica, atento a si me seguían a mí: conseguí algunos «tal vez». Vigilancia en el plato, seguimientos en coche:

Glenda entra en los picaderos de Hughes; Glenda regala la comida robada al asilo del «Drácula». Frecuentes visitantes de Glenda: Touch V. y Rock Rockwell. Georgie Ainge no aparece por ninguna parte. La última noche, Glenda «Buena Obra»: foie-gras para los viejos de la residencia del Jardín Soñoliento.

Identificaciones. Bledsoe, Glenda Louise:

Ninguna requisitoria, ninguna condena, ninguna detención por prostitución. 12/46: diez días por hurto en tienda, juvenil. Una nota en el expediente del Tribunal de Menores: Glenda le atizó a una marimacho amorosa.

Homicidios, LAPD. Dwight William Filette, DOD 19/4/55 (sin resolver): CONCENTRARSE EN GLENDA LOUISE BLEDSOE.

Falsos informes a Bradley Milteer: los robos de Glenda, borrados; la cita publicitaria, enmascarada de «salida amistosa». El Impulso Glenda adueñándose de mí, alarmante/alarmantemente agradable.

Me encaminé hacia los invitados. Gallaudet llevaba un corte de cabello nuevo, en el estilo Jack Kennedy/Welles Noonan. Me dirigió un gesto de cabeza, pero no hubo apretones de manos; los policías con mala prensa no se cotizaban bien. Walter O'Malley pasó cerca, furtivo; Bob casi hizo una genuflexión. ¡Chavez Ravine, el estadio, el estadio…!, estentóreo, feliz.

– Hola, muchacho.

Aquel palurdo, Dudley Smith.

– Hola, Dud.

– Bonita fiesta, ¿verdad? Recuerda mis palabras: estamos celebrando el inicio de una espléndida carrera política.

Un sobre cambiando de manos: del hombre de los Dodgers al hombre de la Fiscalía.

– Bob siempre fue ambicioso.

– Igual que tú, muchacho. ¿No te emociona la perspectiva de un estadio para el equipo de la ciudad?

– No especialmente.

Dud, con una carcajada:

– A mí, tampoco. Chavez Ravine era un lugar magnífico para tratar con los hispanos, pero ahora me temo que será reemplazado por atascos de tráfico y más contaminación. ¿No sigues el béisbol, muchacho?

– No.

– ¿No te interesan los deportes? ¿Tu única pasión es el dinero extraoficial?

– Es este apellido judío que me ha tocado.

Aullidos de risa; se le entreabrió el gabán. Pasé revista a su armamento: magnum, porra, navaja automática.

– Muchacho, tienes el don de divertir a este viejo.

– Yo sólo soy divertido cuando me aburro, y el béisbol me aburre. Prefiero el boxeo.

– ¡Ah!, debería haberlo sabido. Los hombres crueles siempre admiran las peleas. Y lo de «cruel» es un cumplido, muchacho.

– No me había ofendido. Y hablando de boxeo, Johnny Duhamel está trabajando para ti, ¿no?

– Correcto, y es un espléndido refuerzo en la brigada por el miedo que impone. También le he dado participación en el trabajo del robo de pieles y está demostrando ser un espléndido policía joven, versátil y completo. ¿Por qué lo preguntas?

– Salió su nombre en la conversación. Uno de mis hombres enseñaba en la Academia. Duhamel fue alumno suyo.

– ¡Ah, sí! George Stemmons, Junior, ¿me equivoco? Este muchacho debe tener una memoria de elefante para los antiguos alumnos.

– Puedes estar seguro.

Exley me clavó la mirada con un seco gesto de cabeza. Dud lo captó:

– Ve, muchacho, el jefe Exley te llama desde el otro extremo de la sala. ¡Ah, vaya mirada de tiburón!

– Me alegro de verte, Dud.

– El placer es mío, muchacho.

Fui para allí. Exley, directo:

– Pasado mañana hay una reunión. Nueve en punto, todos los oficiales de la brigada. No falte; hablaremos de la investigación federal. Además, quiero que consiga las declaraciones de impuestos de la familia Kafesjian. Es usted abogado: encuentre un pretexto.

– Las declaraciones de impuestos precisan un mandamiento federal. ¿Por qué no lo pide a Welles Noonan? Es su distrito.

Nudillos blancos. El vaso le tembló en la mano.

– Leí el informe y me interesan los nombres de los clientes. Quiero una redada en Western y Adams mañana por la noche. Organícelo con Antivicio de University y lleve los hombres que necesite. Quiero información detallada sobre los clientes de Lucille Kafesjian.

– ¿Está seguro de querer arriesgarse a enfurecer a la familia con los federales a la vuelta de la maldita esquina?

– Hágalo, teniente. No cuestione mis motivos ni pregunte por qué.

Frustrado, salí al vestíbulo soltando chispas. Un teléfono, una moneda: llamada a la oficina.

– Subdirección Administrativa, agente Riegle.

– Sid, soy yo.

– Hola, patrón. Esto debe de ser telepatía. Acaban de dejarle un mensaje de Hollenbeck.

– Aguarda. Primero, necesito que me organices una cosa.

– Todo oídos.

– Llama a University y prepara una redada. Pongamos ocho hombres y dos furgones para las chicas. Mañana por la noche, a las once, en Western y Adams. Autorización del jefe Exley.

Sid soltó un silbido.

– ¿Le importaría explicarse?

INSPIRACIÓN SÚBITA:

– …Y dile al teniente de allí que necesito una serie de salas de interrogatorio, y dile a Junior Stemmons que se reúna conmigo en la comisaría. Quiero que se ocupe de esto.

Garrapateo de anotaciones.

– Ya he tomado nota. Y ahora, ¿quiere el mensaje?

– Dispara.

– Una casa de empeños ha entregado la vajilla de los Kafesjian. Un mexicano intentó colocarla en Boyle y el propietario de la tienda vio nuestro anuncio y le denunció. Lo tienen en la comisaría de Hollenbeck.

Solté una exclamación; varias cabezas se volvieron.

– Llama a Hollenbeck, Sid. Diles que metan al mexicano en la sauna. Estaré allí enseguida.

– Ya estoy en ello, patrón.

De vuelta a la fiesta; Bob «Cámara de Gas» se había esfumado. Imposible buscarle sin llamar la atención. Una rubia pasó como un torbellino: Glenda. Un parpadeo: sólo otra mujer.

11

Jesús Chasco: gordo, mexicano: no es mi mirón. Sin ficha, una carta verde del 58 a punto de expirar. Asustado; en la sauna se suda.

– ¿Habla inglés, Jesús?

– Hablo inglés igual que usted.

Repaso la hoja de denuncia.

– Aquí dice que has intentado vender una vajilla robada en la casa de empeños Happytime. Les has dicho a los agentes que tú no robaste la vajilla, pero no has querido decirles de dónde la habías sacado. Bueno, eso es un delito: receptar objetos robados. Y has dado como dirección tu coche, lo cual es otra falta leve: vagancia. ¿Cuántos años tienes, Jesús?

Camiseta y pantalones militares. Sudados.

– Cuarenta y tres. ¿Por qué lo pregunta?

– Estaba calculando… Cinco años en San Quintín y luego, patada y a México. Cuando consigas volver aquí, quizá te lleves un premio al espalda mojada más viejo del mundo.

Chasco agitó los brazos; el sudor salpicó a su alrededor.

– ¡Duermo en el coche para ahorrar!

– Sí, claro. Para traerte aquí a la familia. Ahora, quédate quieto o te esposo a la silla.

Jesús escupió en el suelo; yo balanceé las esposas a la altura de sus ojos.

– Dime de dónde has sacado la vajilla. Si puedes demostrarlo, te dejaré ir.

– ¿Quiere decir que…?

– Quiero decir que te largas. Sin cargos, sin nada.

– Suponga que no se lo digo.

Aguardo. Le dejo que se haga un poco el valiente. Diez segundos, una típica bravata de pachuco.

– Trabajo de vigilante en un motel, el Red Arrow Inn, en la Cincuenta y tres y Western. Es… ya sabe, para putas y sus tipos.

Cosquilleo.

– Continúa.

– Bueno… yo estaba arreglando el baño de la habitación 19 y encontré toda esa plata tentadora metida en la cama…, o sea, las sábanas y el colchón todos desgarrados. Yo… imaginé… imaginé que el tipo que alquiló la habitación se había vuelto loco y que… que no iba a poner una denuncia si le limpiaba el material.

Sigo la pista:

– ¿Qué aspecto tiene «el tipo»?

– No lo sé. No le he visto. Pregunte a la conserje de noche, ella se lo dirá.

– Nos lo dirá a los dos.

– ¡Eh! Usted ha dicho…

– Pon las manos a la espalda.

Protestas. Dos segundos. Ni caso. Le puse las esposas flojas para que viera mi actitud amistosa.

– ¡Eh, tengo hambre!

– Te compraré un caramelo.

– ¡Usted dijo que me soltaría!

– Y es lo que voy a hacer.

– ¡Pero tengo el coche ahí detrás!

– Toma el autobús.

– ¡Pinche cabrón! ¡Puto! ¡Gabacho maricón!

Media hora de trayecto. Bien por Jesús: ni quejas ni ruido de esposas en el asiento de atrás. El Red Arrow Inn: apartamentos adosados, dos hileras, un camino en el centro. Un rótulo de neón: «Habitaciones.»

Me detuve ante el apartamento 19: luces apagadas, ningún coche ante la puerta. Jesús Chasco:

– Tengo la llave maestra.

Le quité las esposas. Conecté los faros y puse las luces largas; Jesús abrió la puerta 19, iluminado por detrás.

– ¡Venga! ¡Exactamente como le he contado, mire!

Me acerqué. Indicio: marcas de palanca en el batiente de la puerta; marcas frescas, madera recién astillada. La habitación: pequeña, suelo de linóleo, sin muebles. La cama: sábanas rasgadas, colchón destripado, miraguano desparramado.

– Ve a por la encargada. No te escapes o me enfadaré contigo.

Jesús dio media vuelta y salió. Examiné a fondo la cama: pinchazos en el colchón, cuchilladas hasta los muelles. Manchas de semen; mi mirón gritaba ATRÁPAME AHORA. Rasgué un pedazo de sábana: de aquellos restos se podía sacar el grupo sanguíneo.

– ¡Basura de blanquitos inútiles!

Me volví. Una abuela gruñona agitando en la mano una ficha de huésped.

– ¡Esa basura de blanquito me ha destrozado la cama!

Cogí la tarjeta: «John Smith.» Era de esperar. Diez días pagados por anticipado; fin del plazo, mañana. La abuela siguió gastando saliva; Jesús me llamó afuera con un gesto.

Le seguí. Jesús, impaciente:

– Carlotta no sabe quién alquiló la habitación. Le parece que era un joven blanco. Dice que un borracho que ronda por aquí trató con él, y que el tipo insistió en que le diera la número 19. Carlotta no ha visto nunca al inquilino y yo tampoco, pero escuche: Conozco a ese borracho; por cinco dólares y un viaje de vuelta hasta mi coche, se lo encuentro.

Aflojé el dinero, dos billetes de cinco, y saqué la foto de Lucille.

– Uno para ti, otro para Carlotta. Dile que no busco problemas y pregúntale si conoce a la chica. Después, ve a buscar a ese borracho.

Jesús corrió de nuevo hasta la vieja, le pasó el dinero y le mostró el retrato. La abuela movió la cabeza: sí, sí, sí. El chicano volvió hasta mí.

– Carlotta dice que la chica es una especie de eventual; alquila por poco rato y no rellena ficha de huésped. Según Carlotta, es una prostituta y siempre pide la número 18, justo al lado de donde encontré esa plata. Dice que la chica quiere ésa porque tiene una buena vista de la calle, por si acaso aparece la policía.

Cavilo:

Habitación 19, habitación 18: el mirón mirando los polvos de Lucille con sus clientes. Marcas de palanca en la habitación 19: ¿acaso había participado un tercer sujeto?

La abuela hizo sonar una lata de conserva.

– ¡Para Jehová! Jehová se lleva el diez por ciento de todo el dinero que ingresa en este antro del pecado. Yo misma tengo «ludopatía» de las máquinas tragaperras, y aparto el diez por ciento de lo que gano para Jehová. Usted es un policía joven y guapo, así que por un dólar más para Jehová le daré más detalles de esa blanquita de barrio bajo amante de las emociones fuertes, la chica de la foto que me ha enseñado su socio.

Mierda. Aflojo la pasta otra vez. Mami engorda la lata.

– Vi a la chica en Bido Lito's, donde yo estaba pecando con mi máquina favorita para pagar mi diezmo a Jehová. Había un colega de usted en el bar, preguntando por ella. Le dije lo mismo que a usted: sólo es una blanquita que ronda los barrios bajos porque le gustan las emociones fuertes. Más tarde, esa noche, vi a la chica de la foto haciendo un striptease con un abrigo de visón precioooso. Ese otro policía también lo vio, pero se quedó tan ancho, como si no fuera policía; no le impidió hacer esa exhibición lamentable y ni tan sólo se mostró nervioso o alterado.

Piensa. No saltes todavía.

– Jesús, ve a buscar al borracho. Carlotta, ¿qué aspecto tenía el policía?

Jesús desapareció. La abuela:

– Tenía el cabello castaño claro peinado con gomina, y unos treinta años. Bastante resultón, aunque no tan guapo como usted, señor policía.

Sobresalto: pista número dos de Junior en el Darktown. Sobresalto invertido: Rock Rockwell en Fern Dell; un marica había dicho que nuestra unidad estaba operando en el parque. Junior había confesado: era «un favor» que le debía a un amigo que trabajaba en Antivicio de Hollywood.

Clac-clac. Entregué a la vieja unas cuantas monedas.

– Escuche, Carlotta, ¿ha visto alguna vez al hombre que se alojaba en esta habitación?

– Jehová sea loado, le vi de espaldas.

– ¿Le ha visto alguna vez con alguien más?

– Jehová sea loado, no, nunca.

– ¿Cuándo ha visto por última vez a la chica de la foto?

– Jehová sea loado, cuando hizo ese numerito en el Bido's, hace cuatro, quizá cinco noches.

– ¿Cuándo fue la última vez que trajo a un tipo a esa habitación?

– Jehová sea loado, hará una semana.

– ¿Dónde busca a sus clientes?

– Jehová sea loado, no tengo idea.

– ¿Ha traído al mismo hombre más de una vez? ¿Tiene clientes regulares?

– Jehová sea loado, me he enseñado a mí misma a no mirar a la cara a esos pecadores.

Jesús Chasco volvió con un vagabundo borracho.

– No sé, pero me parece que este tipo no está para muchas preguntas.

«Este tipo»: mexicano, filipino, cubierto de mugre, bronco.

– ¿Cómo te llamas, sahib?

Murmullos, hipos. Jesús le hizo callar.

– Los policías le llaman «el Mechero» porque a veces, cuando se emborracha, se prende fuego.

«El Mechero» exhibió varias cicatrices. Mami Carlotta se largó con un «¡puaj!». Jesús:

– Mire, le pregunté por el tipo que alquiló la habitación y me parece que no se acuerda muy bien. ¿Aún va a llevarme…?

De vuelta en el apartamento 19; las luces del coche, encendidas. Abro la puerta, echo un vistazo. Zoom: una puerta de comunicación.

Paso de la habitación 19 a la 18, el picadero favorito de Lucille. Marcas de palanca en el reborde del batiente de la puerta interior. Diferentes de las que había encontrado en el marco de la delantera.

Pienso:

El mirón entra o intenta entrar en la habitación de Lucille.

El mirón destroza su apartamento, olvida la plata y se larga, llevado por el pánico. O bien: marcas de palanca diferentes en la puerta de la habitación del mirón. Pongamos que fue otro quien entró. ¿Quizá participó un tercer individuo?

Llamé a la puerta de comunicación. No hubo respuesta. Una carga con el hombro: resiste, cede, se astilla. Las bisagras saltaron e irrumpí en la habitación 18.

Igual que la 19, pero sin puerta en el cuarto de baño. Algo más: unas irregularidades en la pared de la cabecera de la cama.

Me acerqué más: papel pintado con arrugas, restos de engrudo. Una abolladura cuadrada; debajo, la pared, perforada. Una tira estrecha de papel pintado arrancada. Seguí su recorrido.

Lo más probable:

Un micrófono oculto, instalado sobre la cama y luego retirado; el mirón de Lucille, conocimientos básicos de electrónica.

Volví la habitación del revés: vacía, cero, nada. La número 19: doble inspección, vistazo al baño: unos pantalones cortos y, enredado en ellos, un carrete de cinta magnetofónica.

Confirmada huida precipitada.

La abuela y Jesús, fuera, protestando a gritos. Me abrí paso entre ellos a paso ligero. Carlotta me amenazó con la lata de conservas.

El despacho -Código 3-, un alto en el laboratorio, órdenes: investigar el grupo sanguíneo en las manchas del retal de sábana. En el despacho, mi viejo equipo de química: rastreé el carrete.

Huellas digitales borrosas, ninguna impresión latente. Nervioso esta vez, cogí una grabadora del almacén.

Turno de noche; tranquilidad en la oficina. Cerré la puerta, pulsé la tecla, apagué la luz.

Escucho:

Estática, rumor de tráfico, vibración de la ventana. Ruidos exteriores: actividad en el Red Arrow Inn.

Prostitutas hablando nerviosamente: diez minutos de chismorreos sobre chulos/clientes. Podía VERLO: busconas junto a la ventana de ELLA. Silencio, el siseo de la cinta, un portazo. «Adelante, encanto»… pausa… «Sí, quiere decir ahora»: Lucille.

«Está bien, está bien»: un hombre. Una pausa, unos zapatos que caen, unos chirridos del somier; tres minutos en total. La cinta casi terminada, gemidos: el orgasmo del tipo. Silencio, voces confusas, Lucille: «Juguemos a una cosita. Ahora yo seré la hija y tú el papá, y si eres complaciente conmigo, luego lo haremos otra vez sin cobrar.»

Ruido de tráfico, ruido en el camino, jadeos. Fácil de imaginar:

Aquella pared entre ellos.

La observación no era suficiente.

Mi mirón jadeando agitadamente, temiendo echar abajo la pared.

12

La estática farfulló sueños: Lucille murmurando comentarios sexuales en mi oído. Mi primera llamada del día, al laboratorio: el semen daba un grupo 0+. Un escalofrío al recordar otra reciente novedad telefónica: Antivicio de Hollywood decía que la historia de Junior sobre la batida de maricas era un montaje.

– Pura basura. Quien le contó esa película le ha engañado como a un chino. Aquí estamos demasiado ocupados con el Diablo de la Botella para preocuparnos de unas locas, y ninguno de los nuestros ha alborotado el gallinero de Fern Dell Park desde hace más de un año.

Café. Media taza: tenía los nervios crispados.

El timbre, muy alto.

Abrí. Mierda: Bradley Milteer y Harold John Miciak.

Miradas severas: su colega policía envuelto en una toalla. Miciak estudió mi cicatriz de espada japonesa.

– Entren, caballeros.

Cerraron la puerta tras ellos. Milteer:

– Hemos venido a por un informe de progresos.

Sonreí, servil.

– En el plató de filmación tengo gente recogiendo información sobre la señorita Bledsoe.

– Lleva usted una semana trabajando para el señor Hughes, teniente. Con franqueza, hasta el momento no ha producido los resultados que él esperaba.

– Estoy en ello.

– Entonces, haga el favor de aportar resultados. ¿Tal vez sus obligaciones normales de policía interfieren en su trabajo para el señor Hughes?

– Mis obligaciones de policía no tienen nada de normales. ¿no lo sabían?

– En fin, sea como sea, se le está pagando por conseguir información sobre Glenda Bledsoe. Bien, el señor Hughes parece pensar que la señorita ha estado robando comida de los domicilios de sus actrices. Una acusación de robo criminal sería una violación del contrato, así que, ¿querrá usted vigilar con más diligencia?

Miciak flexionó las manos. Sin tatuajes de pandillas.

– Empezaré la vigilancia ahora mismo, señor Milteer.

– Bien. Espero resultados. El señor Hughes también espera resultados.

Miciak: ojos de presidiario. Odio a los policías.

– ¿Primera galería o zona especial, Harold?

– ¿Eh? ¿Qué?

– Esos tatuajes que el señor Hughes te hizo borrar.

– Oiga, estoy limpio.

– Seguro. El señor Hughes hizo limpiar tu ficha.

– ¡Vamos, teniente! -Milteer.

– ¿Y usted, de dónde ha sacado esa cicatriz? -el matón.

– De una espada japonesa.

– ¿Y qué pasó con el japo?

– Le metí la espada por el culo.

Milteer puso los ojos en blanco: ¡salvajes!

– Resultados, señor Klein. Harold, vamos.

Harold fue. Gestos con el puño vuelto hacia mí. Pura zona especial.

Bullicio en el plató:

Reparto de vino. Mickey C. distribuyendo botellas a su «equipo». El «director», Sid Frizell, el «cámara», Wylie Bullock; ¿cómo sacarle los ojos al monstruo, con un garrote o una navaja? Glenda dando de comer esturión a los extras; leo su mirada: «¿Quién es ese tipo?; ya le he visto antes.»

El remolque de Rock Rockwell. Llamada a la puerta.

– ¡Está abierto!

Entré. Acogedor: un colchón, una silla. Rockwell haciendo flexiones en el suelo. LA MIRADA: ¡Oh, mierda, la policía!

– No es una redada. Soy amigo de Touch.

– ¿He oído mi nombre?

Touch salió del baño: Paredes lisas, sólo televisores apilados hasta el techo.

– No los habías visto, ¿verdad, Dave?

– ¿Ver qué?

Rockwell se deslizó a la cama; Touch le arrojó una toalla.

– Meg es mi principal cliente. Me dijo que quiere poner televisores en todos vuestros pisos amueblados libres, para poder aumentar el alquiler. ¡Ah!, discúlpame: Rock Rockwell, David Klein.

No hubo holas. Rock se desembarazó de la toalla. Touch:

– ¿De qué va todo esto, Dave?

Miré a Rockwell. Touch captó la indirecta.

– Rock sabe guardar las confidencias de un policía.

– Tenía algunas preguntas sobre actividades en Fern Dell Park.

Rockwell rascó el colchón; Touch se tendió a su lado.

– ¿Actividades de Antivicio?

Ocupé la silla.

– Algo así, y es un asunto delicado porque creo que uno de mis hombres podría estar cobrando extorsiones en Fern Dell.

Touch dio un respingo.

– ¿Qué? ¿Qué pasa?

– David, ¿qué aspecto tiene ese hombre tuyo?

– Uno setenta y ocho, setenta y pocos kilos, cabello largo rubio arena. Bastante guapo. Os gustaría.

Sin risas. Touch se volvió hacia Rockwell.

– Vamos, cuenta. Hace tiempo que nos conocemos: sabes que nada de lo que digas saldrá de estas paredes.

– Verás… como el asunto tiene alguna relación con Mickey y tú eres amigo suyo…

Le presiono:

– Vamos… Como dice esa revista: «muy confidencial.»

Touch se incorporó, se puso una bata, dio unos pasos:

– La semana pasada, ese tipo, el… el policía que acabas de describir tan perfectamente, me interrogó en Fern Dell. Yo le dije quién era, a quién conocía, incluido Mickey Cohen, pero no me hizo el menor caso. Mira, yo estaba allí buscando rollo, ya sabes cómo soy, David. Rock y yo tenemos un acuerdo en esto y…

Rockwell: ¡BAM!, salió dando un portazo y subiéndose los pantalones.

– Es así cómo tenemos que hacer la gente como nosotros para arreglarnos y ese… ¡oh, mierda!, ese policía dijo que me había visto instalando máquinas tragaperras un rato antes en el Southside y que iba a haber una investigación federal y que me entregaría si no colaboraba con él, así que… bueno, Dave, nosotros dos sabemos hacer negocios, pero ese policía estaba tan excitado, tan chiflado, que me di cuenta de que él no sabía, así que escuché. Me dijo, «Tú debes de conocer muy bien el barrio negro», y yo le dije que sí. Me dio la impresión de que estaba hasta las orejas de benzes o de anfetas o de las dos cosas, y luego empezó a divagar acerca de ese «despampanante» (cito tus palabras, Dave; de hecho, él también utilizó esa misma palabra, «despampanante») otro policía que trabaja en la brigada Antibandas…

El «despampanante» Johnny Duhamel. Noté unas punzadas en la cabeza: el parloteo del marica se acompasó con ellas…

– Ese policía no hacía más que divagar. No me daba detalles, sólo… sólo divagaba. Me contó una historia loca de una puta con abrigo de visón que hacía un striptease y que el despampanante policía se puso histérico y la hizo parar. Y… bueno, Dave, aquí es donde la cosa se pone extraña y graciosa y un tanto… en fin… incestuosa, porque el policía loco vio que el asunto del abrigo de pieles me ponía un poco a la defensiva. Entonces se puso duro y me encontró un arma encima y me amenazó con una denuncia por encubrimiento, y yo respondí que el asunto de las pieles me daba miedo porque Johnny Duhamel, el ex boxeador con cierta fama en algunos círculos, había intentado venderle a Mickey un buen cargamento de pieles robadas, que Mickey no quiso. El policía chiflado se echó a reír y luego empezó a murmurar, «el despampanante Johnny». Luego me soltó una especie de advertencia y se marchó. Y, David, ese policía es uno de los nuestros, ¿comprendes a qué me refiero, querido?, y sólo te he contado todo esto porque nuestro mutuo amigo Mickey ha tenido un papel secundario en esta película.

Touch: las manos en los bolsillos, las saca con un arma. Seguro que había estado a punto de metérsela por el culo a Junior.

Pienso:

Junior sacude a un tipo en el Bido Lito's.

Trata con Johnny Duhamel: en el Bido Lito's.

Presencia el numerito de Lucille con las pieles: en el Bido Lito's.

Más:

Junior; el trabajo Kafesjian, echado a perder.

Extorsiones en Fern Dell Park; Junior, mariquita (Touch conocía el paño): una posibilidad, digamos. Touch:

– No quiero que le cuentes a Mickey lo que acabo de decirte. Duhamel sólo se acercó a Mickey porque es quien es. Mickey no sabe nada de ese policía extorsionador, de eso estoy seguro. ¿Me estás escuchando, Dave?

– Te escucho.

– No se lo contarás a Mickey, ¿verdad?

– No, no se lo diré.

– Parece como si acabaras de ver un fantasma.

– Acabo de ver muchos.

Perseguidor de fantasmas.

El aparcamiento del Observatorio: llamadas telefónicas.

Primera moneda: Jack Woods: enviado para rastrear las andanzas de Junior después de la redada. Segunda: confirmación de Sid Riegle/Vicedirección; todo preparado, Junior avisado de que no se mueva de la comisaría de University. Ordenes: acercarse a Robos y hojear el expediente del robo de pieles. Riegle: desde luego, llamaría cuando lo tuviera.

Tic, tic, tic. El pulso corría más que el reloj. Once minutos, Sid con noticias viejas:

Sin sospechosos, peristas vigilados: ninguna piel a la vista. Entre tres y cinco hombres, un camión, conocimientos notables de electrónica y empleo de herramientas. Dud Smith descartaba el fraude; no había móvil económico, pues Sol Hurwitz tenía una póliza de seguros bastante baja. Sid: «¿A qué viene tanto interés?» Le corté y puse la tercera moneda: un empleado de Personal me debía un favor.

Mi oferta: saldar la deuda a cambio de información de un expediente: agente John Duhamel. Mi amigo estuvo de acuerdo; hice una pregunta: ¿Qué conocimientos técnicos tenía Duhamel?

Esperé. Veinte largos minutos colgado del teléfono. Resultados: Duhamel, cum laude en Mecánica, Universidad de Southern California, 1956. Promedio de sobresaliente. ¡Ra, ra, ra, vaya con «el Escolar»!

Duhamel, posible ladrón de pieles. Posibles cómplices: Reuben Ruiz y sus hermanos: Reuben y Johnny habían luchado juntos en aficionados. Taché tal posibilidad por instinto: Ruiz reventaba pisos, igual que sus hermanos y la especialidad de la familia era el robo de coches.

Más probable: Dudley capta a Johnny para el trabajo de las pieles; Johnny monta una jugada por su cuenta y distrae un puñado de pieles. Muy hábil, pero comete una tontería: ofrecer los artículos a Mickey Cohen. El chico no sabe cómo se gana la vida Mickey.

Mi modus vivendi: ¿denunciarle a Dud? Me lo pensé mejor. Tic, tic, tic. Todavía no; demasiado circunstancial. Mis prioridades, investigar a Junior y a Johnny, sacar a Junior de encima de Glenda.

Perseguidor de fantasmas.

Glenda.

Resultados.

Tenía tiempo antes de la redada. La seguiría.

La carretera del parque. Esperé a que apareciera.

Su rutina: volver a casa a las dos, luego unas copas. Tiempo que matar, tiempo para pensar…

Fácil: mi «pasión» por la chica me ponía en una situación demasiado comprometida; sorprenderla robando y delatarla, HOY. Esperanzas: conseguirle un abogado comunista furioso con el gran capital; Morton Diskant, el tipo perfecto. Acusación, proceso: Glenda paga en especies a Morton, el putero.

«Culpable», temporada a la sombra, David Klein en la puerta con unas flores cuando la sueltan.

Conecto la radio, paso el dial.

Bop -quizás unos policías maricas patrullando el barrio negro-, demasiado discordante, demasiado frenético. Sigo moviendo el dial: baladas. «Tennessee Waltz»: Meg. Año cincuenta y uno, la canción, los dos Tonys; Jack Woods conocía toda la historia, probablemente. Él y Meg, liados otra vez; yo arrojaba a un testigo por la ventana y ella se mostraba suspicaz. Y Jack no le mentiría. Meg se enteraría, se asustaría, me perdonaría. Ella y Jack… No me sentía celoso: Jack resultaba peligroso y seguro. Más seguro que yo.

De vuelta al bop, ahora agradablemente estridente. Reflexiono:

Lucille en la grabación: «yo seré la hija y tú el papá». Lucille, desnuda: carnosa como aquella prostituta de campamento de reclutas que tuve. Tonadas de big band, la guerra, Glenda en la escuela… dejarla fuera del asunto…

Las doce, la una, la una y media: estornudé y desperté acalambrado. Gruñidos de estómago, una meada entre los matorrales. Temprano: el Corvette pasando a toda velocidad con el capó bajado.

Me puse en marcha. Un Chevrolet marrón se interpone entre nosotros. Me resulta vagamente familiar. Fuerzo la vista y reconozco al conductor: Harold John Miciak.

Una comitiva de tres coches persiguiéndose. Absurdo.

Arriba hasta el Observatorio; descenso hasta las calles del centro. Glenda, despreocupada, con el pañuelo de cuello al viento. Furioso, conecto la sirena y adelanto al matón.

Miciak pisó el acelerador: pegados parachoques con parachoques. Glenda volvió la cabeza; él volvió la cabeza. Noventa kilómetros por hora, corto la sirena, abro el micrófono:

– ¡Policía! ¡Deténgase inmediatamente!

El matón dio un golpe de volante, golpeó el bordillo y frenó. Glenda aminoró la marcha y se detuvo.

Bajé del coche.

Miciak bajó del suyo.

Glenda presenció la escena. Así fue como ella debió de verla:

El matón se acerca gritando; el tipo en mangas de camisa con la pistola en la sobaquera responde, también a gritos:

– ¡Esto es cosa mía! ¡Ya tendréis los resultados! ¡Díselo a tu jodido jefe!

El matón vacila, vuelve sobre sus pasos, sube al coche, da media vuelta y se aleja.

El policía regresa a su coche. Su diosa de película de serie B ha desaparecido.

Tiempo desocupado. Tiempo de imaginar qué ruta había tomado. Probé al este: el picadero de Hughes en Glendale.

Conduje hasta allí. Una mansión Tudor flanqueada por setos recortados en forma de avión. Un camino circular. Eure-ka: el Corvette ante la puerta.

Frené. Lloviznaba; me apeé y toqué la lluvia. Glenda salió de la casa cargada de cosas de comer.

Me vio.

Me quedé donde estaba.

Ella me arrojó una lata de caviar.

13

Western y Adams; las putas se portaron muy bien; por una noche, fueron casi agentes.

Policías de uniforme en masa: deteniendo clientes, interviniendo coches de clientes.

Furgones para las chicas detrás de Cooper's; detectives de Antivicio realizando identificaciones. Hombres apostados al sur y al norte, ansiosos por cazar buscadores de sexo como si fueran conejos.

Mi atalaya: el tejado de Cooper's. Pertrechos: prismáticos, megáfono.

Observé el pánico:

Clientes abordando a las prostitutas: policías deteniéndoles. Vehículos intervenidos, furgón de detenidos: catorce peces ya en la red, interrogatorio preliminar:

– ¿Casado?

– ¿En libertad condicional o con suspensión de condena?

– ¿Le gustan blancas o de color? Firme este volante. Quizá le soltemos en comisaría.

Ninguna Lucille K.

Un payaso intentó huir; un novato le reventó las ruedas de atrás.

Epidemia de lloros: «¡NO SE LO DIGAN A MI ESPOSA!» Ruidos de grilletes para los pies en los furgones de las prostitutas.

Suerte; las putas, mezcladas mitad y mitad: chicas blancas y negras. Catorce clientes arrestados: todos caucasianos.

Pánico a mis pies: Miembros de una secta atrapados en masa. Cinco hombres, cinco casquetes volando. Una prostituta agarró uno de los gorros y se pavoneó.

Conecté el megáfono:

– ¡Ya tenemos diecinueve! ¡Acabemos ya!

La comisaría; un rato de espera. Dejar que Sid Riegle se ocupe de la situación. Suerte: el Ford de Junior junto a la puerta de la brigada. Las señales de unos faros me iluminaron al entrar: Jack Woods, encargado provisional de la vigilancia.

Sala de guardia, sala de reunión, celdas. Mostré la placa al vigilante. Clic/clac, la puerta se abrió. Pasillo adelante, doblé la esquina: la celda de homosexuales frente a la de borrachos. Borrachos y clientes abucheaban el espectáculo de los travestidos masturbándose.

Riegle frente a los barrotes, anotando nombres. Le vi sacudir la cabeza: demasiado ruido para hablar.

Eché un vistazo a la pesca: mierda, nada que se pareciera a mi mirón. Mierda. Subí a la sala de identificaciones.

Sillas, un estrado con marcas de estaturas: un falso espejo muy iluminado. Unas fichas y hojas de identificaciones preparadas para mí; las contrasté con mi lista de alias.

Ninguna coincidencia. Era de esperar: ya había comprobado los nombres en el servicio general de Identificación. Ningún nombre auténtico sospechoso; las edades de los permisos de conducir, de treinta y ocho para arriba: diez años más que mi mirón, como poco. Seis clientes tenían antecedentes por faltas leves: ningún mirón, ladrón de pisos ni delincuente sexual. Una nota al margen: dieciséis de los diecinueve tipos estaban casados.

Riegle entró.

– ¿Dónde está Stemmons? -le pregunté.

– Esperando en una de las salas de interrogatorio. ¿Es verdad lo que cuentan, Dave? ¿La hija de J.C. Kafesjian hace de puta?

– Es verdad, y no me preguntes qué pretende Exley. Y no me digas que el departamento no necesita esta mierda con los federales husmeando por aquí.

– Iba a comentarlo, pero creo que voy a hacerte caso. De todos modos, una cosa.

– ¿De qué se trata?

– He visto a Dan Wilhite en la oficina del comandante de guardia. Dado el trato que tiene con los Kafesjian, yo diría que está bastante furioso.

– Mierda, eso es más mierda que no necesito.

– Sí -sonrió Sid-, pero es una cacería de patos: todos han firmado que no presentarán denuncia por detención ilegal.

Le devolví la sonrisa:

– Hazlos pasar.

Riegle salió y cogí el micrófono del intercomunicador. Ruido de grilletes, arrastrar de grilletes: buscadores de putas en escena, a plena luz.

«Buenas noches, caballeros, y presten atención», vomitó el altavoz.

«Han sido detenidos por incitación a la prostitución, una violación del Código Penal de California punible con hasta un año de cárcel en la prisión del Condado de Los Angeles. Puedo hacer que esto sea muy sencillo o puedo convertirlo en la peor experiencia de sus vidas, y mi decisión sobre lo que haga depende completamente de ustedes.»

Parpadeos, arrastrar de pies, secos sollozos: una hilera de sacos compungidos. Leí mi lista de alias y estudié sus reacciones:

«John David Smith, George William Smith… vamos, sean originales. John Jones, Thomas Hardesty… eso está mejor. D.D. Eisenhower… ¡oh, eso es muy poco para usted! Mark Wilshire, Bruce Pico, Robert Normandie: nombres de calles, ¡por favor! Timothy Crenshaw, Joseph Arden, Lewis Burdette… es un jugador de béisbol, ¿verdad? Miles Swindell, Daniel Doherty, Charles Johnson, Arthur Johnson, Michael Montgomery, Craig Donaldson, Roger Hancock, Chuck Sepulveda, David San Vicente…, joder, más nombres de calles.»

Mierda, no podía fijarme en las caras, tan deprisa.

«Caballeros, ahora es cuando el asunto se pone fácil o muy complicado. El departamento de Policía de Los Angeles desea ahorrarles un mal trago y, con franqueza, sus andanzas extra-conyugales ilegales no nos preocupan en exceso. En pocas palabras, han sido ustedes detenidos para ayudarnos en la investigación de un robo. Está involucrada una mujer que sabemos que vende sus servicios esporádicamente en South Western Avenue y necesitamos encontrar a alguien que haya contratado esos servicios.»

Riegle salta al estrado, saca la foto.

«Caballeros, podemos retenerlos legalmente durante setenta y dos horas antes de presentarlos ante el tribunal de Delitos Menores. Tienen derecho a una llamada telefónica por cabeza y, si deciden llamar a sus esposas, pueden decirles que están detenidos en la comisaría de University, acusados de un uno dieciocho barra seis cero: incitación a la prostitución. Supongo que no tienen demasiadas ganas de hacerlo, así que presten atención; sólo lo diré una vez.»

Murmullos; las respiraciones empañaron el espejo.

«El agente Riegle les enseñará unas fotos de la mujer. Si han contratado sus servicios, den dos pasos al frente. Si la han visto hacer la calle pero no han tenido tratos con ella, levanten la mano derecha.»

Un compás de espera.

«Caballeros, una confirmación auténtica les pondrá a todos en la calle en cuestión de horas, sin cargos. Si ninguno del grupo reconoce haber contratado los servicios de la dama, llegaré a la conclusión de que están mintiendo o de que, sencillamente, ninguno de ustedes la ha visto o ha hablado nunca con ella, lo cual significa en ambos casos que los diecinueve serán sometidos a un interrogatorio intensivo, y que los diecinueve serán fichados, retenidos durante setenta y dos horas y presentados ante el juez bajo la acusación de inducción a la prostitución. Durante ese plazo, permanecerán encerrados en la zona que aquí reservamos a los presos homosexuales, es decir, en la jaula de las locas, con esas preciosidades negras que les enseñaban el rabo. Caballeros, si alguno de ustedes reconoce haber tratado con la dama y su declaración nos convence de que dice la verdad, no será acusado formalmente de ningún cargo y sus revelaciones serán estrictamente confidenciales. Una vez convencidos, les dejaremos a todos en libertad y les permitiremos recuperar sus propiedades confiscadas y sus coches intervenidos. Los coches están en un aparcamiento oficial, cerca de aquí, y como recompensa por su colaboración no les cobraremos la tarifa normal por retirada del vehículo. Lo repito: queremos la verdad. No pretendan salir de aquí diciéndonos que jodieron con la chica si no es así; no nos tragaremos sus mentiras. Sid, pasa las fotos.»

Pase: de Riegle a un tipo larguirucho, ya mayor.

Aturdido, abogado por una vez: David Klein, Iuris Doctor.

Bajé la vista, contuve el aliento, alcé el rostro: un masón y un profesional de los salones de baile se habían adelantado. Miré las fotos de los permisos de conducir y leí los nombres.

El masón: Willis Arnold Kaltenborn, Pasadena. El bailarín: Vincent Michael Lo Bruto, East L.A. Un vistazo a los antecedentes, éxito con el italiano: fraude a las ayudas sociales a los niños.

Sid volvió a mi lado del espejo.

– Ya está.

– Sí, ya está. Stemmons espera, ¿verdad?

– Verdad, y tiene la grabadora. Está en la cuarta puerta del pasillo.

– Lleva a Kaltenborn a la sala de sudar número cinco y mete a esa bola de sebo con Junior. Luego, devuelve a los demás a la jaula de los borrachos.

– ¿Les damos de comer?

– Unas barras de dulce. Y nada de llamadas; un abogado rápido podría presentarse agitando un mandamiento. ¿Dónde está Wilhite?

– No lo sé.

– Mantenle lejos de las salas de interrogatorio, Sid.

– ¡Dave! Es un capitán…

– Entonces… ¡mierda, hazlo!

Riegle salió, irritado. Yo también salí, impaciente, en dirección a las saunas: habitaciones estándar, dos metros por tres, espejo falso. En la número cinco: Kaltenborn, el hombre del fez. En la cuatro: Lo Bruto, Junior, una grabadora sobre la mesa.

Lo Bruto movió la silla; Junior se encogió. El comentario de Touch V.: Junior, drogado en Fern Dell. El encuentro con Ainge, un último descubrimiento: ojos de droga. Peor ahora: pupilas como cabezas de alfiler.

Abro la puerta, la cierro con un golpe.

Junior asintió; casi una sacudida. Me senté.

– ¿Cómo te llaman? ¿Vince, Vinnie…?

Lo Bruto se hurgó la nariz.

– Las mujeres me llaman señor Polla Grande.

– Así es como llaman a mi compañero.

– ¿Sí? El tipo nervioso y silencioso. Debe de irle muy bien.

– Sí, pero no estamos aquí para hablar de su vida sexual.

– Una lástima, porque tengo tiempo. La mujer y los chicos están en Tacoma, así que podría haber cumplido las setenta y dos horas, pero he pensado, ¿por qué fastidiar a los demás? Mire, estuve con esa chica, ¿para qué andarme con rodeos?

– Me caes bien, Vinnie. -Le ofrecí un cigarrillo.

– Sí, me llaman Vincent. Y ahórrese el dinero porque dejé el vicio el 4 de marzo de 1952.

Junior tiró del paquete. Nervios a flor de piel: tres intentos para encender una cerilla. Me eché hacia atrás.

– ¿Cuántas veces fuiste con la chica?

– Una.

– ¿Por qué sólo una?

– Una vez está bien por la novedad. Para las sorpresas que te dan las putas, más de una vez sería lo mismo que hacerlo con la parienta.

– Eres un tipo listo, Vincent.

– ¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué soy guarda de seguridad a un dólar veinte la hora?

Junior fumando; chupadas enormes.

– Dímelo tú -respondí.

– No lo sé. Lo que hago es rascarme la tripa en horas pagadas por la empresa. Es un medio de vida.

Calor. Me quité la chaqueta.

– De modo que abordaste a la chica sólo una vez, ¿no es eso?

– Sí.

– ¿La habías visto antes?

– No.

– ¿La has vuelto a ver después?

– No ha habido ningún después. ¡Coño! Me han dado la paga, he salido a dar una vuelta buscando una chica nueva y un policía novato se me ha echado encima de mala manera. ¡Joder…!

– Vincent, ¿qué te llamó la atención de la chica?

– Era blanca. No me gustan las negras. No es que tenga prejuicios; es sólo que no me atraen. Algunos de mis mejores amigos son negros, pero no me dedico a las negras.

Junior fumando, acalorado. Seguía con la chaqueta puesta. Lo Bruto:

– Su compañero no es muy hablador.

– Está cansado. Ha estado trabajando en secreto con los de Hollywood.

– ¿Sí? Vaya, ahora entiendo por qué es un tipo tan arisco. Un hombre de Manischewitz; dicen que ahí arriba el secuestro se da muy bien.

Me reí.

– Es cierto, pero mi compañero ha estado ocupado con maricas. Di, socio, ¿recuerdas cómo te empleaste con esos tipejos en Fern Dell? ¿Recuerdas que ayudaste a ese tipo amigo tuyo de la Academia?

– Claro… -Con la boca seca y la voz ronca.

– Vaya, socio, eso debió de ponerte enfermo. ¿No te detuviste a tomar algo camino de casa, sólo para librarte del REGUSTO?

Chasquidos de sus nudillos sudorosos. Se le subieron las mangas. MARCAS EN LAS MUÑECAS; rápidamente, tiró de los gemelos para ocultarlas. Lo Bruto:

– ¡Eh! Creía que la estrella de este espectáculo era yo.

– Claro que lo es. Sargento Stemmons, ¿alguna pregunta para Vincent?

– No. -Seco, jugando con los gemelos.

Yo, con una sonrisa:

– Volvamos a la chica.

– ¡Sí, eso! -Lo Bruto.

– ¿Era buena?

– La novedad es la novedad. Era mejor que la parienta, pero no tan buena como las no profesionales que ese tipo guapo de ahí debe ligar.

– A él le gustan los ligues rubios y despampanantes.

– Como a todos, pero yo me conformo con tener caucasianas, sin más.

Junior acarició su arma con manos espasmódicas.

– ¿Y en qué era mejor que tu mujer?

– Se movía más y le gustaba decir guarradas.

– ¿Cómo se hacía llamar?

– No me dijo ningún nombre.

El desnudo de Lucille en la ventana, úsalo.

– Describe a la chica desnuda.

Lo Bruto, enseguida:

– Regordeta, tetas algo caídas. Pezones grandes oscuros, como si quizá tuviera algo de sangre paisana.

¡Tilín! El tipo sabía.

– ¿Qué llevaba puesto cuando la recogiste?

– Pantalones ajustados. Ya sabe, de esos deportivos.

– ¿Adónde fuisteis?

– A su pensión, claro.

– La dirección, Vincent.

– ¡Oh! Esto… creo que era un motel llamado Red Arrow Inn.

Di unos golpecitos sobre la grabadora.

– Escucha con atención, Vincent. Hay un hombre complicado en este asunto, pero no creo que seas tú. Sólo dime si la chica dijo algo parecido a esto.

Lo Bruto asintió; yo pulsé Play. Un siseo de estática y: «Ahora yo seré la hija y tú el papá, y si eres complaciente conmigo, luego lo haremos otra vez sin cobrar.»

Pulsé Stop. Junior: ninguna reacción. Lo Bruto:

– Vaya, esa gatita enferma está llena de sorpresas.

– ¿Qué significa eso?

– Significa que no me hizo poner condón.

– Quizás ella utiliza diafragma.

– Niet. Fíese de lo que dice el señor Polla Grande: esas chicas siempre lo hacen con goma.

– ¿Y ella, no?

– Lo que puedo decirle es que este jinete la cabalgó a pelo. Y puedo asegurarle, paisano, que mi salchicha funciona muy bien. Fíjese en el montón de críos que me tienen trabajando como un esclavo para poderlos alimentar.

Una conjetura: Lucille, estéril a consecuencia de algún raspado.

– ¿Qué hay de la cinta?

– ¿Qué hay de ella?

– ¿La chica dijo algo parecido a eso de la hija y el papá cuando estuviste con ella?

– No.

– Pero has dicho que le gustaba decir guarradas.

– Decía que la mía era la más grande. Yo le dije que no me llamaban señor Polla Grande porque sí. Ella dijo que le gustaban grandes desde hacía mucho tiempo y yo le repliqué que, para una chica como ella, «hace mucho tiempo» significaba la semana pasada. Ella dijo algo así como, «te sorprenderías».

Junior se tiró de los gemelos. Le pinché:

– Esa Lucille parece uno de los mariquitas de Fern Dell Park, socio. Pollas grandes: todos los maricas tienen esa fijación. Tú has trabajado con ellos más que yo, socio; ¿verdad que tengo razón?

Junior se retorció, apurado.

– ¿Verdad que tengo razón, sargento?

– Sí… Sí, claro… -Con voz ronca.

Insisto con Polla Grande:

– ¿Así que la chica llevaba pantalones deportivos ajustados?

– Exacto.

– ¿Comentó algo de un pervertido que la acosara, quizás un mirón que fisgaba sus citas con los clientes?

– No.

– ¿Y llevaba pantalones ajustados?

– Sí, ya se lo he dicho.

– ¿Qué más llevaba?

– No lo sé. Una blusa, creo.

– ¿No era un abrigo de pieles?

Nervios de toxicómano: Junior rompió uno de los gemelos de tanto retorcerlo.

– No, ningún abrigo de pieles. O sea, ¡qué coño!, la chica era una puta de Western Avenue.

Cambio de tema:

– Así que has dicho que la chica decía guarradas.

– Sí. Decía que el señor Polla Grande se merecía el nombre.

– Olvídate de la polla. ¿Dijo alguna «guarrada» más?

– Dijo que estaba follando con un tipo llamado Tommy.

Hormigueo/piel de gallina.

– Tommy, ¿qué?

– No lo sé. No le oí ningún apellido.

– ¿Dijo si era su hermano?

– ¡Vamos, eso es una locura!

– ¿Vamos? ¿Recuerdas la cinta que acabas de escuchar?

– ¿De modo que se trata de eso? Pero papá e hija no es lo mismo que hermano, y los blancos no hacen esas cosas. Son pecado, son una infamia, son…

Un golpe sobre la mesa.

– ¿Dijo si era su hermano?

– No.

– ¿Mencionó el apellido?

– No -un susurro; asustado, ahora.

– ¿Dijo algo de perversiones?

– No.

– ¿Dijo si era músico?

– No.

– ¿Dijo si vendía narcóticos?

– No.

– ¿Dijo si le pagó?

– No.

– ¿Dijo si era un ladrón?

– No.

– ¿Un voyeur, un mirón?

– No.

– ¿Te dijo qué le hizo?

– No.

– ¿Te dijo algo de su familia?

– No.

– ¿Describió al tipo?

– No.

– ¿Te dijo si le iban las chicas de color?

– No. Agente, escuche…

Di una palmada sobre la mesa. Polla Grande se santiguó.

– ¿Mencionó a un hombre llamado Tommy Kafesjian?

– No.

– ¿Abrigos de pieles?

– No.

– ¿Robos de abrigos de pieles?

Junior encogiéndose, rascándose las manos.

– Agente, la chica sólo dijo que estaba follando con ese Tommy. Dijo que no era demasiado bueno, pero que él se había presentado y que una siempre seguía enamorada del hombre que la había desflorado.

Me quedé paralizado.

Junior saltó de un brinco. El gemelo rodó bajo la puerta.

Nervios a flor de piel. Abrió la puerta de un tirón. Al otro lado, Dan Wilhite. Parpadeos del altavoz del pasillo; lo había oído.

– Klein, ven aquí.

Obedecí. Wilhite me golpeó en el pecho con el índice. Le doblé la muñeca.

– Este caso es mío. Si no te gusta, entiéndete con Exley.

Los matones de Narcóticos llegaron enseguida.

Solté a Dan. Junior intentó meterse, pero le contuve.

Wilhite, pálido, soltando burbujas de saliva.

Sus muchachos se sonrojaron, muy enfadados, con ganas de bajarme los humos. Lo Bruto:

– ¡Caramba, estoy hambriento!

Cerré la puerta.

– De verdad, estoy muerto de hambre. ¿No podría tomar un bocadillo o cualquier cosa?

Pulsé el comunicador.

– Sid, trae al otro tipo.

Lo Bruto fuera, Kaltenborn dentro. Un gordo degenerado con un fez en la cabeza. Junior, bajó los ojos. El tipo:

– Por favor, no quiero problemas…

Su voz, casi familiar. Pulsé Play. Lucille: «Adelante, encanto.» Pausa. «Sí, quiere decir ahora.»

Kaltenborn hizo una mueca. Patata caliente.

Pausa. «Está bien, está bien»: la voz, más familiar. Unos chirridos de somier, gemidos. El gordito se puso a sollozar.

Lucille: «Juguemos a una cosita. Ahora yo seré la hija y tú el papá, y si eres complaciente conmigo, luego lo haremos otra vez sin cobrar.»

Grandes sollozos. Pulsé Stop.

– ¿Era su voz, señor Kaltenborn?

Sollozos, gestos de asentimiento. Junior se movió, intranquilo.

– Deje de llorar, señor Kaltenborn. Cuanto antes responda a mis preguntas, antes le dejaremos irse.

El fez le resbaló hasta quedar ladeado.

– ¿Y Lydia?

– ¿Qué?

– Mi esposa, ella no va a…

– Esto es estrictamente confidencial. ¿Es usted el de la grabación, señor Kaltenborn?

– Sí, sí, soy yo. ¿Es que la policía grabó esa…?

– ¿Esa cita extraconyugal ilegal? No, no fuimos nosotros. ¿Sabe usted quién lo hizo?

– No, desde luego que no.

– ¿Y jugó usted a «papá»?

Con voz amortiguada, sofocada en sollozos:

– Sí.

– Hábleme de eso.

Kaltenborn, agarrando el fez, retorciéndolo, frotándolo:

– Yo quería repetir, así que la chica se puso la ropa y me pidió que se la arrancara. «Arráncame la ropa, papá», me dijo. Yo lo hice, y entonces repetimos. Y eso fue todo. No sé cómo se llama, no la había visto nunca y no he vuelto a verla. Todo esto ha sido una terrible coincidencia. Esa chica es la única prostituta con la que he tenido tratos y estaba en una reunión con mis hermanos de logia para discutir nuestro presupuesto de obras de caridad cuando uno de ellos me preguntó si sabía dónde se podía encontrar prostitutas, así que yo…

– ¿Habló la chica de un hombre llamado Tommy?

– No.

– ¿Y de un hermano llamado así?

– No.

– ¿De un hombre que la pudiera estar siguiendo, o grabando sus palabras, o escuchándola a escondidas?

– No, pero…

– ¿Pero qué?

– Pero oí a un hombre en la habitación de al lado, llorando. Quizá fue mi imaginación, pero era como si estuviera escuchándonos. Era como si lo que oía le afectara.

Bingo. El mirón.

– ¿Vio al hombre?

– No.

– ¿Le oyó decir o murmurar alguna palabra en concreto?

– No.

– ¿Mencionó la chica a otros miembros de su familia?

– No, sólo dijo lo que he declarado y lo que ha oído usted en esa grabación. Agente… ¿de dónde la ha sacado? Yo… no quiero que mi esposa oiga…

– ¿Está seguro de que no mencionó a un tal Tommy?

– ¡Por favor, detective! Me está gritando.

Cambio de actitud:

– Lo siento, señor Kaltenborn. Sargento, ¿tiene alguna pregunta?

El sargento (esa bestia estúpida, acariciando el arma):

– Hum, no… -Se mira las manos.

– Señor Kaltenborn, ¿la chica llevaba un ABRIGO DE PIELES?

– No, llevaba unos pantalones ajustados de torero y una especie de blusa barata.

– ¿Dijo que le gustaba el STRIPTEASE?

– No.

– ¿Mencionó que frecuentaba un club negro llamado BIDO LITO'S?

– No.

– ¿No dijo que desnudarse de un CÁLIDO ABRIGO DE PIELES era el éxtasis?

– No. ¿Qué pretende usted…?

Junior bajó las manos. Estuve atento por si desenfundaba.

– Señor Kaltenborn, ¿mencionó la chica si conocía a un POLICÍA RUBIO DESPAMPANANTE que antes era boxeador?

– No, no dijo nada parecido. Y no… no comprendo su interés por esas preguntas, oficial.

– ¿Dijo si conocía a un policía artista de la extorsión con AFICIÓN a los jóvenes rubios?

HUIDA…

Junior gana la puerta, cruza el pasillo con la pistola desenfundada. Salgo, le persigo, corro…

Llegó hasta su coche, jadeante. Le alcancé, le inmovilicé la mano del arma y eché su cabeza hacia atrás.

– Te dejaré salir de todo esto. Te retiraré del caso Kafesjian antes de que jodas aún más las cosas. Podemos hacer un trato ahora mismo.

Cabello engominado. Junior se desasió agitando la cabeza. Unos faros desviados iluminaron su cara de drogado escupiendo salivazos.

– Esa puta mató a Dwight Gilette y tú lo estás ocultando. Ainge dejó la ciudad y yo quizá tengo el arma que usó la chica. Tú estás colado por esa puta y estoy convencido de que empujaste a ese testigo por la ventana. No hay trato. Y ya verás cómo os amargo la existencia a ti y a esa puta.

Le agarré por el cuello y apreté para matarle. Obsceno: su respiración, sus labios echados hacia atrás para morder. Me retiré ligeramente, en un descuido. Un rodillazo. Me doblo, sin aliento; a patadas, ruedo por el suelo. Neumáticos derrapando sobre la grava.

Unos faros: Jack Woods sale en su persecución.

Los Angeles Oeste, tres de la madrugada. En casa de Junior -cuatro viviendas adosadas de una planta-, todo a oscuras. Ningún Ford de Junior aparcado en las proximidades. Uso la ganzúa, enciendo las luces.

Dolorido desde la entrepierna hasta el pecho: darle una paliza, matarle. Dejé las luces encendidas. Que lo supiera.

Cerré la puerta y recorrí la vivienda.

Salón, comedor, cocina. Muebles a juego: meticuloso. Limpieza, mugre: mobiliario de formas angulosas, polvo.

El fregadero: comida mohosa, cucarachas.

El congelador: cápsulas de nitrato de amilo.

Ceniceros llenos de colillas -la marca de Junior- con manchas de carmín.

Cuarto de baño, dormitorio: lúgubre, equipo de maquillaje: el color del lápiz de labios coincidía con el de las colillas. Una papelera, rebosante de pañuelos de papel manchados de rojo de labios. Una cama revuelta. Cápsulas vacías sobre las sábanas. Levanté las sábanas: una Luger con silenciador y un consolador sucio de mierda debajo.

Libros de bolsillo en la estantería: Como los chicos, A la griega, Deseo prohibido.

Un baúl cerrado con candado.

Una foto en la pared: el teniente Dave Klein en uniforme del LAPD. Sigo el pensamiento de un marica. Zoooom:

No estoy casado.

Ninguna pasión por una mujer hasta Glenda.

De Meg, no podía saber nada.

La Luger, sonriendo: «Adelante, dispara a algo.»

Disparé. Un silencio a quemarropa: rompió el cristal/desconchó el yeso/me desconchó a MÍ. Disparé al baúl: astillas/nube de cordita. El candado voló.

Hurgué en el interior. Pilas de papeles ordenados: Junior, el meticuloso. Lento inventario.

Copias:

El expediente personal de Johnny Duhamel. Informes de capacidad de Dudley Smith: todo de primera. Peticiones de nombramiento: Johnny para el trabajo de las pieles, referencias al robo clasificadas. Extraño: Johnny no había estado nunca en Patrullas; de la Academia, había pasado directamente a la brigada.

Más Duhamel: programas de boxeo, músculos de lujo. Papeles de la Academia, prueba 104: Junior le había contado a Reuben Ruiz que él había enseñado a Johnny. Todo sobresalientes (amor ciego de marica: el estilo de redacción de Duhamel era infame). Más papeles sobre el trabajo de las pieles: informes de Robos… Era posible que Junior se adelantara a Dudley; debía de haber descubierto que Johnny era el ladrón y Dud no se había dado cuenta.

Una declaración formal: Georgie Ainge acusa a Glenda del 187 de Dwight Gilette. El teniente D.D. Klein elimina la prueba; Junior apunta el motivo: lujuria. Agarro esas hojas y la información sobre cajas de seguridad que hay debajo: era posible que Junior tuviera documentos de reserva guardados en algún banco. Ninguna mención de la pistola ni de huellas de Glenda en un arma; quizá Junior guardaba la pistola como carta de reserva.

Polvo de yeso posándose; mis disparos habían rozado algunas tuberías. Diversos expedientes, tarjetas de fichero:

Expediente número uno: el trabajo del Búho nocturno, el asunto de los cuatro muertos del jefe Ed Exley. Expediente número dos: diversos casos de Exley entre el 53 y el 58. Conciso: el Times, el Herald; meticuloso.

¿POR QUÉ?

Las tarjetas: fichas de identificación del LAPD; impresos de datos estándar de diez por quince. «Nombre», «Situación», «Comentarios», llenos de siglas. Fui interpretándolas mientras las leía:

Todas las situaciones eran «F.D.P.»: Fern Dell Park, probablemente. Iniciales, ningún nombre. Números, de artículos del Código Penal de California: conducta lasciva y depravada.

Comentarios: coitus interruptus «homo», multa y cobro inmediato por parte de Junior (metálico, joyas, porros).

Sudoroso, casi sin aliento. Tres tarjetas juntas, sujetas con un clip. Iniciales: T.V. Comentarios: el arresto de Touch Vecchio; conceder a Junior facultades para la extorsión:

Touch llama a Mickey C. desesperado y muerto de hambre. Está impaciente por hacer algo «por su cuenta»; ha estado tramando su propio plan de extorsión. El proyecto: Chick Vecchio, a buscar favores de mujeres famosas; Touch, a buscarlos de maricas célebres. Pete Bondurant, a tomar fotos y aplicar la presión: escupe o los negativos llegan a Hush-Hush.

Escalofríos. Mal asunto. El teléfono: un timbrazo, cuelga, un timbrazo. La señal de Jack.

Cogí el supletorio de la cabecera de la cama.

– ¿Sí?

– Dave, escucha. Seguí a Stemmons al Bido Lito's. Se reunió con J.C. y Tommy Kafesjian en la trastienda que tienen allí. Les vi exigirle información y pesqué algunas palabras antes de que cerraran la ventana.

– ¿Qué?

– Lo que oí fue a Stemmons hablando. Se ofreció a proteger a la familia Kafesjian (dijo precisamente eso, «familia») de ti y de alguien más, pero no pude captar el nombre.

Quizás Exley, a juzgar por los papeles.

– ¿Qué más?

– Nada más. Stemmons salió del local contando dinero, como si Tommy y J.C. acabaran de untarle. Le seguí calle abajo y le vi dar el alto a un tipo, un negro. Creo que el tipo estaba vendiendo marihuana y me parece que también untó a Stemmons.

– ¿Dónde está ahora?

– Camino de ahí. Dave, me debes…

Colgué, marqué el 111 y conseguí el número de teléfono de Georgie Ainge. Marco, dos timbrazos, un mensaje: «El número que ha marcado está desconectado.» Coincidía con la historia de Junior: Ainge había dejado la ciudad.

Opciones:

Neutralizarle: amenazar con delatarle como homosexual. Cortarle las alas, negociar con él: declaraciones y la pistola con las huellas a cambio del silencio.

A la mierda con los razonamientos: los psicópatas no negocian.

Apagué las luces, cogí la Luger. Matarle/no matarle. Péndulo: si toma la decisión equivocada, es hombre muerto.

Pienso: celos de marica. Junior, el psicópata, odia a Glenda, el bombón.

El tiempo se volvió loco.

Me dolían las costillas.

El periódico matinal golpeó la puerta. Le pegué un tiro a una silla. Lógica de bala: todas aquellas molestias por una mujer a la que nunca había tocado.

Salí de la casa. Amanecía. El lechero no sería testigo de ningún asesinato.

Arrojé la Luger a un cubo de basura.

Me acicalé un poco. No lo pienses, hazlo.

14

Llamé a la puerta; ella respondió. Me tocaba mover; ella lo hizo antes:

– Gracias por lo de ayer.

Preparada: vestido y gabardina. Me tocaba mover; ella lo hizo antes:

– ¿Se llama David Klein, verdad?

– ¿Quién se lo ha dicho?

Ella me franqueó la entrada.

– Le vi en el plato y le vi seguirme unas cuantas veces. Sé qué aspecto tienen los coches camuflados de la policía, así que le pregunté por usted a Mickey y a Chick Vecchio.

– ¿Y?

– Y me pregunto qué quiere usted.

Entré. Bonita casa, quizá picadero amueblado. Televisores junto al sofá: material de Vecchio.

– Tenga cuidado con esos televisores, señorita Bledsoe.

– Eso dígaselo a su hermana. Touch me ha contado que le vendió una docena.

Me senté en el sofá, cerca de los Philco calientes.

– ¿Qué más le dijo?

– Que es usted un abogado que juega a casero de arrabal. Y que rechazó un contrato con la MGM porque le atraía más romper huelgas que salir en la pantalla.

– ¿Sabe por qué la seguía?

Ella aproximó una silla, pero no demasiado cerca.

– Está claro que trabaja para Howard Hughes. Cuando le dejé, me amenazó con denunciar el contrato. Y está claro que conoce a Harold Miciak, y que no le cae bien. Señor Klein, ¿usted…?

– ¿Si ahuyenté a Georgie Ainge?

– Sí.

Asentí:

– Es un pervertido. Y los falsos secuestros nunca salen bien.

– ¿Cómo lo supo?

– Eso no importa. ¿Saben Touch y su novio que he sido yo?

– No, creo que no.

– Bien. No se lo diga.

Glenda encendió un cigarrillo. La cerilla temblaba.

– ¿Ainge dijo algo de mí?

– Dijo que había sido prostituta.

– También he sido camarera y Miss Alhambra y sí, trabajé para un servicio de compañía de Beverly Hills. Uno muy caro, el de Doug Ancelet.

La estrujé un poco:

– Trabajó para Dwight Gilette.

Elegante. La pose con el cigarrillo ayudaba.

– Sí, fui arrestada por robo en tiendas en 1946. ¿Mencionó Ainge algo acerca de…?

– No me cuente cosas de las que se puede arrepentir.

Una sonrisa. Barata. No aquella sonrisa:

– ¿De modo que es usted mi ángel de la guarda?

Volqué un televisor de una patada.

– ¡No me tome el pelo!

Ella, sin pestañear:

– Entonces, ¿qué quiere que haga?

– Deje de rehuir a Hughes, pídale disculpas y cumpla lo establecido en el contrato.

Abrió la gabardina: los hombros al aire, cicatrices de cuchilladas.

– ¡Nunca!

Me incliné más cerca de ella.

– Ya ha llegado todo lo lejos que podía en belleza y encanto, así que ahora use el cerebro y haga lo más inteligente.

Una sonrisa:

– ¡No me tome el pelo!

Aquella sonrisa. Se la devolví:

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? ¡Porque yo era despedible para él! Porque el año pasado yo estaba sirviendo comidas en un autorrestaurante y uno de sus «cazatalentos» me vio ganar un concurso de baile. Me consiguió una «audición», que consistió en que me quitara la ropa interior y posara para unas fotos, que al parecer gustaron al señor Hughes. ¿Sabe lo que es ser follada por un tipo que guarda fotos de ti y de otras seis mil chicas desnudas en su Rolodex?

– Bonito, pero no compro.

– Lo que oye. Yo creo que se aburría y decidió ponerse en acción. Es actriz y el toque elegante de dar calabazas a Howard Hughes le atraía. Imaginó que sabría zafarse de las complicaciones, porque ya ha estado metida en toneladas de problemas.

– ¿Por qué, señor Klein?

– ¿Por qué, qué?

– ¿Por qué se está tomando tantas molestias para librarme de problemas?

– Sé apreciar el estilo.

– No, no le creo. ¿Y qué más dijo de mí Georgie Ainge?

– Nada. ¿Qué más dijeron de mí los hermanos Vecchio?

Con una carcajada:

– Touch me dijo que había estado colado por usted. Chick, que es peligroso. Mickey dice que nunca le ha visto con una mujer, así que tal vez deba descartar la razón habitual para explicar su interés por mí. Sólo pienso que debe de sacar provecho por alguna parte.

Ojeada a la habitación: libros, arte; buen gusto sacado de alguna parte.

– Mickey se está yendo a la ruina. Si creyó que saldría ganando con el cambio de Hughes por un gángster de categoría, se equivocó.

Glenda encadenó los cigarrillos.

– Tiene razón, calculé mal.

– Entonces, arregle las cosas con Hughes.

– ¡Nunca!

– Hágalo. Así nos libraremos de problemas los dos.

– No. Como ha dicho hace un momento, ya he estado metida en problemas otras veces.

Ni asomo de miedo: desafiándome a decir YA LO SÉ.

– Debería verse ante la cámara, señorita Bledsoe. Usted se ríe de todo esto y demuestra mucho estilo. Es una lástima que la película termine pasándose en los autocines de pueblo. Es una lástima que no la vaya a ver ningún hombre que pueda ayudarla en su carrera.

Un sonrojo, durante una fracción de segundo.

– No estoy tan obligada a los hombres como supone.

– No digo que le guste; sólo me refiero a que sabe que así es el juego.

– ¿Como ser cobrador de chantajistas y rompehuelgas?

– Sí, cosas seguras. Como lo suyo con Mickey Cohen.

Aros de humo. Bonito.

– No me acuesto con él.

– Bien, porque durante años ha habido tipos que han intentado matarle y siempre sale malparada la gente que le rodea.

– Una vez fue un tío importante, ¿verdad?

– Tenía estilo.

– Y los dos sabemos que usted sabe apreciarlo.

El retrato de la estantería: una mujer maligna.

– ¿Quién es?

– Vampira. Es la presentadora de un horrible programa de terror en la televisión. Yo solía prepararle la bandeja en el autorrestaurante y ella me daba consejos de cómo actuar en tu propia película cuando estás en la película de otro.

Manos temblorosas. Deseé tocarla.

– ¿Siente aprecio por Mickey, señor Klein?

– Claro. Una vez estuvo muy alto, de modo que resulta duro verle luchar por las sobras.

– ¿Cree que está desesperado?

– ¿El ataque del vampiro atómico?

Glenda se rió y se atragantó con el humo.

– Es peor de lo que usted piensa. Sid Frizell está metiendo en la película demasiada sangre y ese incesto, así que Mickey teme que tendrán que distribuirla directamente a los autocines para sacar beneficios.

Arreglé la pila de televisores.

– Sea lista y vuelva con Hughes.

– No. De todos modos, Frizell está dirigiendo algunas películas porno en los ratos libres. Tiene un lugar en Lynwood con dormitorios llenos de espejos, así que podría trabajar allí.

– No es su estilo. ¿Está enterado Mickey?

– Finge que no, pero Sid y Wylie Bullock han estado hablando de ello. ¿Qué va a hacer usted con esto, señor Klein?

Cajones llenos a rebosar: textos de universidad. Abrí uno: redacciones, garabatos: un corazón encerrando unas iniciales: «G.B. & M.H.»

– Sí, robé algunas cosas. ¿Qué va a…?

– ¿Qué fue de M.H.?

Aquella sonrisa:

– Dejó embarazada a otra chica y murió en Corea. David…

– No sé. Quizá me abstenga de intervenir y la deje en manos de un abogado. Pero lo mejor que puede esperar es una querella por incumplimiento de contrato sin acusaciones criminales.

– ¿Y lo peor?

– Howard Hughes es Howard Hughes. Una palabra al fiscal del Distrito y te verás acusada de robo con agravantes.

– Mickey dice que eres amigo del nuevo fiscal.

– Sí, estudiaba mis apuntes en la escuela de Leyes, y Hughes puso doscientos pavos en su fondo de sobornos.

– David…

– Llámame Dave.

– Prefiero David.

– No. Mi hermana me llama así.

– ¿Y?

– Dejémoslo.

Sonó el teléfono. Glenda descolgó:

– ¿Hola?…Sí, Mickey, ya sé que llego tarde… No, estoy resfriada… Sí, pero Sid y Wylie pueden filmar otras escenas… No, intentaré presentarme esta tarde… Sí, no me olvidaré de nuestra cena… No. Adiós, Mickey.

Colgó. Yo dije:

– M. H. voló, pero Mickey no lo hará.

– Bueno, se siente solo. Cuatro de sus hombres han desaparecido y me parece que sabe que están muertos. Los negocios son los negocios, pero creo que los echa de menos más que a cualquier otra cosa.

– Todavía tiene a Chick y a Touch.

Un soplo de brisa. Glenda se estremeció.

– No sé por qué se quedan. Mickey tiene un plan para hacerles seducir a gente famosa. Es tan impropio de él que resulta patético.

«Patético»: las notas de Junior, confirmadas. Glenda: escalofríos, piel de gallina.

Cogí su gabardina y la sostuve ante ella. Glenda se puso en pie con una sonrisa.

Tocarla…

Se enfundó la gabardina; yo tiré de la prenda hacia atrás y toqué sus cicatrices. Glenda se volvió lentamente y me besó.

Día/noche/mañana. El teléfono, descolgado; la radio, baja. Charla, música, suaves baladas arrullando el sueño de Glenda. Dormida ella, TODO volvió a mi mente.

Durmió mucho, despertó hambrienta. Bostezos, sonrisas: al abrir los ojos me sorprendió asustado. Los besos evitaron sus preguntas; la absoluta sensación de que aquello no saldría bien me tenía sin aliento. Apretados el uno contra el otro, sin pensar en nada. Su aliento acelerado, mi mente en blanco. Dentro de ella cuando sus ojos dijeron no te detengas; no más maricas, no más mirones, no más putas hijas de vendedores de drogas burlándose de mí.

15

– …y ahora están ahí fuera, en nuestra jurisdicción, invadiendo nuestra jurisdicción. Hasta donde sabemos, hay diecisiete agentes federales y tres fiscales federales adjuntos respaldando a Welles Noonan. Y Noonan no ha pedido un enlace con el LAPD, de modo que debemos dar por sentado sin ninguna duda que estamos ante una investigación hostil destinada a desacreditarnos.

Hablaba el jefe Parker. Escuchando, de pie: Bob Gallaudet, Ed Exley. Sentados: todos los jefes de la comisaría y los oficiales con mando de la sección de Detectives. Ausentes: Dan Wilhite, Dudley Smith, representados por Mike Breuning y Dick Carlisle.

Extraño: nadie de Narcóticos. Extraño: Dudley ausente.

Exley al micrófono:

– El jefe y yo consideramos que esta «investigación» ha sido planeada con finalidades políticas. Los agentes federales no son policías de la ciudad y, desde luego, no están familiarizados con la realidad del mantenimiento del orden en los barrios habitados por negros. Welles Noonan desea desacreditar al departamento y a nuestro colega el señor Gallaudet, y el jefe Parker y yo estamos de acuerdo en adoptar medidas para limitar su éxito. Más tarde informaré personalmente a cada jefe de sección, pero antes de hacerlo expondré ciertos puntos clave que todos deberán tener en cuenta.

Bostecé, magullado de la cama, agotado. Exley: -Los jefes de sección dirán a sus hombres, tanto uniformados como de paisano, que atornillen y/o unten a sus soplones y les adviertan que no deben colaborar con los agentes federales que puedan encontrar. Con este mismo fin, quiero que se visite a los dueños de bares y clubes del Southside. «Visitar» es un eufemismo, caballeros. «Visitar» significa que los responsables de las comisarías de Newton, University y calle Setenta y siete deben enviar hombres de paisano intimidadores para advertir a los propietarios de que, dado que hacemos la vista gorda ante ciertas infracciones en sus locales, ellos deberían cuidarse de ser sinceros con los federales. La brigada de Vagos y Maleantes de Central seguirá una línea paralela: detendrán a los habituales para asegurar su silencio bajo la amenaza de medidas represivas que tipos casi liberales como Noonan podrían considerar excesivamente rigurosas. La comisaría de la calle Setenta y siete expulsará por la fuerza, con buenos modos, a todos los peces gordos blancos que encuentren en la zona: no queremos que nadie bien relacionado tenga un lío con los federales. Los detectives de Robos y de Homicidios están trabajando en este momento en los homicidios entre negros sin resolver, con objeto de obtener pruebas para que el señor Gallaudet pueda presentar acusaciones formales; queremos responder a la acusación de Noonan de que nos despreocupamos de los 187 entre morenos. Y, por último, creo que podemos asegurar que los federales harán una redada en los locales de máquinas expendedoras y tragaperras que controla Mickey Cohen. Nosotros dejaremos que lo hagan y dejaremos que Cohen se entienda con ellos. Antivicio de Central ha destruido todas las denuncias contra las tragaperras que hemos estado metiendo en el cajón, y siempre podemos alegar que ignorábamos que esas máquinas existieran.

Implícito: Mickey no abandonaba su negocio en el Southside. Advertirle (otra vez); decir a Jack Woods que retirara sus apuestas del barrio negro.

Parker abandonó la sala; Exley carraspeó, con cierto apuro.

– Al jefe no le ha gustado nunca que las mujeres blancas confraternizaran con negros y está furioso con los dueños de club que lo fomentan. Sargento Breuning, sargento Carlisle, que sus hombres se aseguren de que esos propietarios de clubes no hablen con los federales.

Sonrisas torvas. A los chicos de Dudley les encantaba intimidar. Exley:

– Esto es todo por ahora. Caballeros, por favor, esperen junto a mi despacho. Bajaré enseguida para darles instrucciones individuales. Teniente Klein, haga el favor de quedarse.

Golpes de mazo: reunión terminada. Una salida en tropel; Gallaudet me deslizó una nota.

Exley se acercó. Brusco:

– Quiero que siga con el robo Kafesjian. Estoy pensando en darle más relevancia y quiero un informe detallado sobre la redada de Western.

– ¿Cómo es que no había representante de Narcóticos en la reunión?

– No cuestione mis medidas.

– Por última vez: los Kafesjian son carne federal de primera. Llevan veinte años liados con el departamento. Alborotar su gallinero es suicida.

– Por última vez: no ponga objeciones a mis motivos. Por última vez: usted y el sargento Stemmons sigan con el caso. Prioridad absoluta.

– Escuche, jefe, ¿me adjudicó a Stemmons de compañero en el caso por alguna razón especial?

– No. Sencillamente, me pareció lo más lógico.

– ¿Y eso?

– Y eso, que trabajan juntos en Subdirección y que tiene unos antecedentes excelentes como instructor de toma de pruebas.

Impasible; una actitud dura.

– No me trago esa explicación de la relación personal. De usted, no.

– Hágala personal usted mismo.

Tiro de las riendas, contengo la risa.

– Ya está sucediendo.

– Bien. Y ahora, ¿qué hay de los socios conocidos de la familia?

– He puesto a trabajar en ello a mi mejor soplón. Hablé con un tal Abe Voldrich, pero no creo que sepa nada del robo.

– Es contable de Kafesjian desde hace mucho. Quizá tiene alguna información de interés sobre la familia.

– Sí, pero, ¿qué busca usted, un sospechoso de robo o echar lodo sobre la familia?

No hubo respuesta.

Exley abandonó la sala. Yo leí la nota de Gallaudet:

Dave:

Comprendo tu necesidad de proteger a ciertos amigos tuyos que tienen negocios en el Southside, y creo que la fijación del jefe Exley por los Kafesjian es un poco inconveniente. Por favor, haz cuanto puedas por proteger los intereses del LAPD en el Southside, sobre todo teniendo en cuenta esa maldita investigación federal. Y hazme otro favor: sin decírselo al jefe Exley, ponme al corriente periódicamente sobre la marcha de la investigación de los Kafesjian.

Cuatro días: persigo pruebas, soy perseguido. Corro, soy acosado aún más de cerca. Imágenes que no puedo eludir.

Le dije a Mickey que retirara las máquinas; él quitó importancia al asunto de los federales. Estúpido Mickey; Jack Woods liquidó su negocio en un tiempo récord. Llené a Exley de papeles: el 459 CP de Kafesjian, informe detallado. Suprimidos de él: la grabación del mirón y los interrogatorios a los dos clientes de Lucille.

Exley dijo que adelante. De palique: ¿qué tal llevaba Stemmons el caso?

Respondí que bien. Imágenes mentales: Johnny Duhamel, el músculos; lápiz de labios en las colillas de cigarrillo.

Exley dijo que adelante; yo pasé información a Bob Gallaudet a escondidas. Política: Bob no quería que Welles Noonan sacara jugo de los Kafesjian.

Perseguir, vigilar posibles perseguidores. No había ninguno; casi me estrello varias veces. Exley/Hughes/Narcóticos/federales: posibles perseguidores, grandes recursos.

Buscando pruebas:

Aceché el Red Arrow Inn: ni Lucille, ni sospechosos de mirones. Comprobé en la calle Setenta y siete: ninguna ficha de mirones. Antecedentes de modus operandi de tres estados: cero. Lester Lake dijo que habría novedades pronto, «quizás». Buscando secretos, persiguiendo imágenes…

Redadas de clientes en solitario: ningún cliente más de Lucille confirmado. Western y Adams, dirección sur, buscando historias. Seguí fisgando sobre la familia poniendo toda la carne en el asador.

Igual que Exley.

Llamémoslo «estilo abogado»:

Incordiar a los Kafesjian con una investigación federal sobre narcóticos en puertas es una decidida locura. Edmund Exley es un detective decididamente eficiente con capacidad de mando reconocida a nivel nacional. Narcóticos no estaba presente en la reunión sobre la investigación federal. Narcóticos es la sección del LAPD más autónoma. Narcóticos y la familia Kafesjian llevan veintitantos años relacionándose de un modo autónomo. Exley sabe que la investigación federal tendrá resultados y quiere que la flor y nata del LAPD quede a salvo. Sabe que deben rodar cabezas y ha convencido al jefe Parker de que la estrategia menos gravosa y más sensata es sacrificar Narcóticos a los federales: la brigada puede ser presentada como un grupo de policías corruptos que se volvió loco por sí solo sin causar graves quebrantos al prestigio general del departamento.

No me convenció del todo: aquella obsesión por la familia tenía un aspecto demasiado feo.

Igual que la mía. Igual que la de Junior.

George Stemmons II: mis peores imágenes.

Le perseguí durante cuatro días; sencillamente, había desaparecido. En la oficina: ni señal de vida. La casa que había revuelto: cerrada a cal y canto. El barrio negro: no. La casa de su padre: no. Fern Dell: no. Bares de maricas: no, Junior no tenía agallas para ser tan descarado. Tiro a ciegas: Johnny Duhamel (su querencia conocida).

Personal me facilitó la dirección. Pasé por allí tres días/noches seguidos: ni Johnny, ni Junior. Ni hablar de contactar con Duhamel en horas de servicio: no podía saltarme a Dudley Smith. El instinto me dijo que el amor de Junior no era correspondido: el Rubio y el Despampanante no hacían migas. Posible confirmación: Reuben Ruiz, colega de Johnny. Gallaudet le tenía de relaciones públicas encargado de untar a los chicanos para que dejaran Chavez Ravine.

Le coloqué a Bob una historia convincente: Ruiz conocía a un tipo al que necesitaba sacar información. Gallaudet: está entrenando no sé dónde, búscale en Chavez Ravine dentro de unos días; estará allí trabajándose a la gente.

Sin un centavo.

Tiro seguro:

Junior denuncia a Glenda por homicidio. La víctima, un chulo negro: Gallaudet tal vez no solicite un acta de acusación. Pero: Howard Hughes hace chasquear los dedos y Bob Cámara de Gas salta. Fácil: influir en el juez, ganarse al jurado; Glenda, directa a la celda verde. Acusaciones accesorias pendientes: sobre mí.

En consecuencia:

Neutralizar a Junior. Silenciar sus tratos con los Kafesjian: si Exley se entera, delatará a Glenda para salir bien librado. Mi moneda de cambio: Duhamel; delatarle a Dudley, el momento cumbre, trabajo para Exley; un seguro para Junior/Glenda.

Pagué dos de cien a Jack Woods: encuéntrame a Junior Stemmons. Mi querencia: ELLA; un remolque de plató, avanzada la noche.

Miciak guardó silencio: entre Glenda y yo hicimos que su seguimiento fuera estrictamente independiente. Escribí informes falsos para Milteer y Glenda me proporcionó falsos detalles. El plató: los extras vagabundos de Mickey, dormidos. Hablábamos en voz baja, hacíamos el amor y le dábamos vueltas a TODO.

Yo nunca dije que sabía; ella nunca me presionó. Biografías, huecos: le oculté lo de Meg, ella se calló lo de prostituta.

Nunca le dije que mataba gente. Nunca le dije que Lucille K. me había convertido en un mirón.

Ella dijo que yo agotaba a la gente.

Dijo que yo sólo apostaba en partidas amañadas.

Dijo que ser policía/abogado me colocaba a cierta distancia del típico blanco pobre.

Dijo que yo no me dejaba engañar nunca.

Yo dije: tres de cuatro, no está mal.