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I UNA VIDA CONVENCIONAL

***

1

El trabajo: una redada en una casa de apuestas, dejar que se inmiscuya la prensa: un poco de tinta para competir con la investigación del boxeo.

Un marica que sudaba una denuncia por sodomía se chivó: catorce teléfonos, un telégrafo. La nota de Exley decía: utilizar alguna fuerza, exprimir a los testigos del hotel más tarde; descubrir qué habían planeado los federales.

En persona: «Si las cosas se tuercen, no permita que los reporteros tomen fotos. Es usted abogado, teniente. Recuerde que a Bob Gallaudet los casos le gustan claros.»

Odio a Exley.

Exley cree que compré el título de Derecho con dinero de sobornos. Le pedí cuatro hombres, armas, y a Junior Stemmons de segundo.

Exley: «Chaqueta y corbata; esto saldrá en televisión. Y nada de balas perdidas: recuerde que trabaja para mí, no para Mickey Cohen.»

Algún día le meteré una lista de sobornos por la garganta.

Junior preparó el asunto. Perfecto: una calle del barrio negro, acordonada; agentes de uniforme guardando el callejón. Periodistas, coches patrulla, cuatro hombres con chaqueta y corbata empuñando hierros del calibre doce.

El sargento George Stemmons, Jr., dando unas rápidas chupadas al cigarrillo.

Alboroto: reunión de holgazanes desocupados, vigilantes ojos de vudú. Mis ojos en el objetivo -cortinas cerradas, el camino de la casa lleno de coches- calculan que hay un buen puñado de gente haciendo apuestas en el interior. Una choza inexpugnable; con la puerta de plancha de acero, supongo.

Lancé un silbido; Junior se acercó, guardando el arma.

– Tenla en la mano, puedes necesitarla.

– No, tengo un rifle antidisturbios en el coche. Echamos abajo la puerta y…

– No echamos abajo la puerta. Está blindada. Si empezamos a llamar, quemarán los boletos. ¿Todavía cazas aves?

– Desde luego. Dave, ¿qué…?

– ¿Tienes munición en el coche? ¿Algún cartucho de perdigones?

Junior sonrió:

– La ventana grande. Disparo, la cortina recibe los balines y entramos.

– Exacto. Ve a decírselo a los demás. Y diles a esos payasos de las cámaras que lo filmen, con los saludos del jefe Exley.

Junior volvió atrás a toda prisa, extrajo las balas del rifle, cargó las postas. Cámaras a punto; silbidos y aplausos de los ociosos, entre trago y trago.

Manos en alto, cuenta atrás…

Ocho: Junior corre la voz.

Seis: los hombres, colocados.

Tres: Junior apunta a la ventana.

Uno: «¡Ahora!»

El vidrio estalló ka-BUM, fuerte fuerte fuerte; el retroceso derribó al suelo a Junior. Los agentes, demasiado aturdidos para gritar «¡DIANA!».

La cortina de la ventana, hecha jirones.

Gritos.

Carreras. Salto el alféizar. Caos: salpicaduras de sangre, confeti de boletos de apuestas y billetes de banco. Mesas de teléfono derribadas, una estampida: peleas de apostadores en la salida de atrás.

Un negro tosiendo cristal.

Un pachuco sin varios dedos.

Munición equivocada Stemmons:

– ¡Policía! ¡Quieto todo el mundo o disparamos!

Le agarro, le grito:

– Ha sido un maldito altercado criminal. Nos han disparado desde el interior. Hemos hecho el asalto por la ventana porque calculamos que la puerta no cedería. Sé simpático con los de la prensa y diles que les debo una. Reúne a los hombres y asegúrate bien de que aprenden la lección. ¿Entendido?

Junior se desasió de una sacudida. Golpes y pateos: agentes de paisano irrumpiendo por la ventana. Ruidos para la coartada: saqué mi arma de reserva, dos tiros al techo. Limpié la pistola: Pruebas.

Arrojé el arma a un rincón. Más caos: los sospechosos, en el suelo a patadas, boca abajo, esposados.

Gemidos, gritos, casquillos de bala/hedor a sangre.

«Descubrí» el arma. Los reporteros irrumpieron en la casa; Junior les echó un sermón: Fuera, largaos al porche a tomar el aire.

– Me debes mil cien, consejero.

Reconozco la voz: Jack Woods. Oficios diversos: corredor de apuestas/guardaespaldas/intermediario de sobornos.

Me acerqué a él.

– ¿Has visto el espectáculo?

– Llegaba en este momento. Y deberías atar más corto a ese Stemmons.

– Su papá es inspector. Yo soy el mentor del chico, por encargo del capitán. ¿Tenías alguna apuesta pendiente?

– Exacto.

– ¿Qué haces por los barrios bajos?

– Yo también estoy en el negocio, de modo que vengo a negociar las apuestas con mi clientela. Dave, me debes mil cien.

– ¿Cómo sabes que has ganado?

– La carrera estaba amañada.

Alboroto: periodistas, vecinos.

– Los sacaré de la caja fuerte de las pruebas.

– C'est la guerre. Por cierto, ¿qué tal tu hermana?

– Meg está bien.

– Salúdala de mi parte.

Sirenas: coches patrulla en blanco y negro frenando ante la casa.

– Jack, lárgate de aquí.

– Me alegro de haberte visto, Dave.

Comisaría de Newton Street: Fichar a los detenidos.

Comprobaciones de informes: nueve órdenes de detención pendientes en total. El tipo de los dedos amputados resultó una delicia: violación, agresión, estafa. Pálido de conmoción, quizá muñéndose. Un enfermero le dio café y aspirinas.

Anoté en el registro de pruebas la pistola, los boletos de apuestas y el dinero, menos los mil cien de Jack Woods. Junior, relaciones con la prensa: el teniente te debe una historia.

Dos horas de un trabajo que es pura basura.

4.30; de vuelta en el despacho. Mensajes pendientes: Meg, para decir que se pasaría por allí; Welles Noonan, para recordarme el turno de vigilancia, a las seis en punto. Y Exley: «Informe con detalle.» Detalles. Mecanografiarlos. Más basura:

Naomi Avenue, 4701; 14.00 horas. Cuando nos disponíamos a irrumpir en un local de apuestas ilegales, el sargento George Stemmons, Jr., y yo oímos unos disparos procedentes del interior. No informamos a los demás agentes por temor a sembrar el pánico. Ordené disparar una andanada contra la ventana delantera; el sargento Stemmons despistó a los demás con una historia inventada sobre un «asalto a perdigonadas». En el registro apareció un revólver del 38. Detuvimos a seis apostadores. Los sospechosos han sido fichados en la comisaría de Newton Street. Los heridos han recibido los primeros cuidados precisos y tratamiento hospitalario. La comprobación de antecedentes ha revelado que los seis tienen pendientes numerosas órdenes de detención, por lo que serán enviados a la prevención de la Audiencia para comparecer ante el tribunal bajo la acusación de violar los artículos 614.5 y 859.3 del Código Penal de California. A continuación, los seis hombres serán interrogados acerca de los disparos efectuados y sobre sus relaciones con las apuestas ilegales. Me ocuparé de los interrogatorios yo mismo, pues, como jefe de la sección, debo garantizar personalmente la veracidad de todas las declaraciones realizadas. La cobertura del suceso por parte de la prensa será mínima; los reporteros presentes en el lugar no estaban preparados para la rapidez con que se desarrollaron los hechos.

Firmado: teniente David D. Klein, Placa 1091, oficial responsable, Subdirección Administrativa.

Copias a: Junior, jefe Exley.

El teléfono…

– Subdirección Administrativa, Klein.

– ¿Dave? ¿Tienes un momento para un viejo ex convicto?

– ¡Mickey! ¡Cielo santo!

– Ya sé, debería haberte llamado a casa. Esto… Dave… ¿puedo pedirte un favor de parte de Sam G.?

G. de Giancana.

– Supongo que sí. ¿De qué se trata?

– ¿Conoces a ese croupier que tenéis bajo protección?

– Sí.

– Bueno…, el radiador de su dormitorio está suelto.

2

Reuben Ruiz, el boxeador:

– Esto es de puta madre. Podría acostumbrarme a esta vida.

El hotel Embassy: salita, dormitorios, televisión. Noveno piso, servicio completo en la suite: comida y bebida.

Ruiz, nervioso y medio trompa, se arrea tanganazos de whisky. Sanderline Johnson mira dibujos animados con la mandíbula colgando.

Junior, hace prácticas de desenfundar el arma con rapidez.

Tal vez un poco de conversación, me digo.

– ¡Eh, Reuben!

– ¡Eh, teniente! -responde, amagando unos directos.

– Oye, Reuben. ¿Mickey intentó violar tu contrato?

– Lo que hizo fue sugerirle a mi representante con… con mucha insistencia, ¿entiende a qué me refiero?, que le cediera el contrato. Envió a los hermanos Vecchio para que hablaran con él y luego se achantó cuando Luis les dijo, «Eh, largaos porque no voy a firmar ningún traspaso». ¿Quiere saber mi opinión? Creo que Mickey ya no tiene huevos para andar dando mamporros.

– Pero tú tienes cojones <strong>[2]</strong> para andar de soplón.

Directos, ganchos.

– Tengo un hermano desertor del ejército, quizá perseguido ya por los federales. Dentro de poco tengo tres peleas en el Olympic y Welles Noonan me las puede joder a citaciones. Mi familia es lo que se dice una larga estirpe de ladrones, lo que se dice propensa a los problemas, de modo que me gusta hacer amigos entre lo que se podría llamar la comunidad de servidores de la ley.

– ¿Te parece que Noonan tiene algo sólido contra Mickey?

– No, teniente, me parece que no.

– Llámame Dave.

– Le llamaré teniente. Ya tengo suficientes amigos entre la comunidad de servidores de la ley.

– ¿Por ejemplo?

– Por ejemplo, Noonan y su colega del FBI, Shipstad. ¿Eh, conoce a Johnny Duhamel, «el Escolar»?

– Claro. Estuvo en los «Guantes de Oro», pasó a profesional y se retiró enseguida.

– Si pierdes el primer combate profesional, es mejor que te retires. Así se lo dije, porque Johnny y yo somos viejos amigos, y ahora Johnny es el «agente» Johnny Duhamel, «el Escolar», del jodido LAPD, en la intocable Brigada Antibandas, nada menos. Y es muy amigo del… ¿cómo le llamáis?, legendario capitán Dudley Smith. Así que basta ya de joder…

– Ruiz, cuida ese vocabulario.

Junior, enojado. Johnson, embobado ante el televisor: el ratón Mickey huyendo del pato Donald. Junior bajó el volumen.

– Conocí a Johnny Duhamel cuando estuve de instructor en la Academia. Le tenía en mi clase de recogida de pruebas y era un estudiante condenadamente bueno. No me gusta que los criminales confraternicen con los policías, ¿comprende, pendejo?

– Pendejo, ¿eh? Bien, yo seré el estúpido, pero tú eres un vaquero de pacotilla, jugando con la pistola como ese ratón marica de la jodida televisión.

Un tirón de la corbata, una seña a Junior: QUIETO AHÍ.

Junior se inmovilizó… jugueteando con la pistola. Ruiz:

– Siempre puedo utilizar a otro amigo, «Dave». ¿Hay algo que quiera saber?

Subí el volumen del televisor. Johnson miraba, extasiado: Daisy vampirizando al pato Donald. Ruiz:

– Eh, «Dave». ¿Se ha traído a este tipo para sonsacarme?

Me arrimé a él, para hablar casi en privado:

– Si quieres hacer otro amigo, suelta información. ¿Qué tiene Noonan?

– Tiene lo que uno llamaría aspiraciones.

– Eso ya lo sé. Más.

– Bien…, he oído hablar a Shipstad con ese otro tipo del FBI. Decían que Noonan quizá teme que la investigación sobre el boxeo sea demasiado limitada. En cualquier caso, ya está dándole vueltas en la cabeza a ese plan complementario.

– ¿Y?

– Y se trata de una especie de redada general contra las bandas de Los Angeles, sobre todo en el Southside. Drogas, tragaperras… ya sabe, máquinas expendedoras ilegales y mierdas por el estilo. Oí a Shipstad decir algo de que el LAPD no investiga los homicidios de negros a manos de otros negros, y como todo esto se reduce a que Noonan consiga dejar en mal lugar al nuevo fiscal del Distrito…, ¿cómo se llama?

– Bob Gallaudet.

– Exacto, Bob Gallaudet. En fin, se trata de hacerle quedar mal para que Noonan pueda disputarle el cargo en las próximas elecciones.

El barrio negro, el negocio de las tragaperras: el último asunto que Mickey C. tenía entre manos.

– ¿Qué hay de Johnson?

Risitas.

– Vaya con el mulato cabeza de serrín. Quién diría que tiene un historial de cuarenta y tres, cero y dos, ¿verdad?

– Vamos, Reuben, habla.

– Está bien, reconozco que no le falta mucho para ser un idiota profundo, pero tiene una memoria asombrosa. Es capaz de memorizar barajas enteras, de modo que unos tipos bien situados le dieron un empleo en el Lucky Nugget, en Gardena. También es capaz de memorizar conversaciones, y algunos clientes no eran lo que se dice muy discretos en su presencia. He oído que Noonan quiere hacerle exhibir esos trucos de memoria en el estrado y…

– Me hago una idea.

– Bien. Yo abandono mis actividades conflictivas, pero sigo teniendo una familia propensa a meterse en problemas. No debería haberle contado lo que he hecho pero, como es usted amigo mío, estoy seguro de que no va a llegar a oídos de los federales, ¿verdad, «Dave»?

– De acuerdo. Ahora, termina la cena y descansa un poco, ¿vale?

Medianoche. Luces apagadas. Yo me encargué de Johnson; Junior, de Ruiz. Lo propuse yo.

Johnson leía en la cama: El poder secreto de Dios puede ser tuyo. Acerqué una silla y observé sus labios: Sigue el camino interior hacia Cristo, combate la conspiración judeo-comunista que intenta desnaturalizar la América Cristiana. Envía tu contribución al apartado de Correos bla, bla, bla.

– Sanderline, permíteme una pregunta.

– ¿Uh? Sí, señor.

– ¿Tú crees lo que dice ese folleto?

– ¿Uh? Sí, señor. Aquí pone que una mujer que resucitó dice que Jesucristo garantiza a todos los contribuyentes de la categoría de oro un coche nuevo cada año en el cielo.

HOSTIA SANTA.

– Sanderline, ¿verdad que te sacudieron un poco en tus dos últimas peleas?

– ¿Uh? No. El árbitro detuvo el combate con Bobby Calderón por heridas y perdí en decisión dividida frente a Ramón Sánchez. Señor, ¿cree usted que el señor Noonan nos traerá un almuerzo caliente al gran jurado?

Saco las esposas.

– Póntelas mientras echo una meada.

Johnson, levantado de la cama; bosteza, se despereza. Compruebo el radiador: tubos gruesos, resistentes.

La ventana, abierta; nueve pisos de altura; el mestizo zumbado y su sonrisa grotesca.

– Señor, ¿qué coche cree usted que debe conducir Él, allá arriba?

Le estrellé la cabeza contra la pared y lo arrojé por la ventana, gritando.

3

Homicidios declaró suicidio, caso cerrado.

La Fiscalía del Distrito: probable suicidio.

Confirmación -Junior, Ruiz-: Sanderline Johnson, chiflado.

Declaración:

Le vi leer, dormirse, despertar. Johnson proclamó que podía volar. Y saltó por la ventana sin darme tiempo ni a expresar mi incredulidad.

Preguntas: Federales, LAPD, hombres de la Fiscalía del Distrito. Hechos: Johnson se estrelló sobre un De Soto aparcado, muerte instantánea, ningún testigo. Bob Gallaudet parecía complacido: un tropiezo en el camino de un rival político. Ed Exley: mañana por la mañana, en mi despacho a las diez en punto.

Welles Noonan: vergüenza de policía incompetente, triste parodia de abogado. Suspicaz; mi antiguo apodo: «el Contundente».

Ninguna mención del 187 CP: homicidio culposo.

Ninguna mención de investigaciones externas.

Ninguna mención de acusaciones interdepartamentales.

Me fui a casa, tomé una ducha y me cambié. Ningún periodista rondando, todavía. Al centro, un vestido para Meg; lo hago cada vez que mato a un hombre.

Diez en punto de la mañana.

Esperando: Exley, Gallaudet, Walt Van Meter (el jefe de la sección de Información). Café, pastas… Mierda.

Tomo asiento. Exley:

– Teniente, ya conoce al señor Gallaudet y al capitán Van Meter.

Gallaudet, todo sonrisas:

– Nos hemos llamado «Bob» y «Dave» desde la facultad de Derecho y no voy a fingir la menor indignación por lo sucedido anoche. ¿Has visto el Mirror, Dave?

– No.

– «Caída mortal de un testigo federal», con un antetítulo: «Declarada suicidio: "¡Aleluya, puedo volar!"» ¿Te gusta?

– Es una mierda.

Exley, frío:

– El teniente y yo discutiremos eso más tarde. En cierto sentido, está relacionado con lo que nos ha traído aquí, de modo que vamos a ello.

– Una intriga política. -Bob Gallaudet tomó un sorbo de café-. Cuéntaselo, Walt.

– Bien… -Van Meter carraspeó-. Investigación ha hecho algunas operaciones políticas anteriormente y ahora tenemos el ojo puesto en otro objetivo, un abogado rojillo que tiene por costumbre criticar al departamento y al señor Gallaudet.

Exley:

– Continúa.

– Bien. La próxima semana, el señor Gallaudet debería ser elegido para un periodo normal. Es un ex policía y habla nuestro idioma. Tiene el apoyo del departamento y de parte del Consejo Municipal, pero…

Bob le interrumpió.

– Morton Diskant. Está igualado con Tom Bethune para la concejalía del Distrito Quinto y lleva semanas metiéndose conmigo. Ya sabes: que si sólo he sido fiscal durante cinco años, que si me aproveché fraudulentamente cuando Ellis Loew dimitió de la Fiscalía del Distrito. He oído que tiene amistad con Welles Noonan, quien podría estar en mi carnet de baile el año sesenta. Y Bethune es de los nuestros. Están muy a la par. Diskant anda diciendo que Bethune y yo somos unos derechistas cerriles, y el distrito tiene un veinticinco por ciento de negros, muchos de ellos registrados como votantes. Sigue desde ahí.

Van Meter tomó de nuevo la palabra.

– Diskant ha estado agitando el asunto de Chavez Ravine; algo así como «Votadme para que vuestros hermanos mexicanos no sean expulsados de su barrio de chabolas para dejar sitio a un estadio de béisbol para las clases acomodadas». El Consejo está cinco a cuatro a favor nuestro y tomará una decisión definitiva hacia noviembre, después de la elección. Bethune ocupa el cargo interinamente, como Bob, y si pierde tiene que dejarlo antes de que se tome la decisión. Si Diskant consigue el puesto, hay empate. Y todos nosotros somos hombres blancos civilizados que sabemos que los Dodgers son buenos para los negocios, de modo que manos a la obra.

Exley, sonriente:

– Conocí a Bob en el cincuenta y tres, cuando era sargento en la oficina de la Fiscalía. Aquel mismo día, dejó la abogacía y se registró como republicano. Ahora, los popes nos dicen que sólo le tendremos dos años como fiscal del Distrito. En el sesenta, Fiscal General; ¿qué vendrá luego? ¿Te quedarás en gobernador?

Un coro de risas. Van Meter:

– Yo conocí a Bob cuando él era patrullero y yo, sargento. Ahora somos «Walt» y «señor Gallaudet».

– Sigo siendo «Bob». Y tú solías llamarme «hijo».

– Volveré a hacerlo, Robert. Si retiras tu apoyo al juego en el distrito.

Una broma estúpida: el legislativo del estado no aprobaría la ley. Cartas, tragaperras y apuestas, confinadas a ciertas zonas y gravadas con muchos impuestos. Los policías estaban en contra; Gallaudet aprovechaba el tema para conseguir votos.

– Cambiará de idea. Es un político.

No hubo risas. Bob carraspeó, incómodo.

– Parece que la investigación sobre el boxeo está acabada. Con Johnson muerto, no tienen ningún testigo que pueda confirmar nada y tengo la impresión de que Noonan sólo utilizaba a Reuben Ruiz porque su nombre suena. ¿No estás de acuerdo, Dave?

– Sí, Reuben es una celebridad local que despierta simpatías. Al parecer, Mickey C. cometió la torpeza de intentar apoderarse de su contrato, de modo que Noonan, probablemente, se proponía utilizar a Mickey y aprovecharse de su popularidad.

Exley, entrando a cuchillo:

– Y todos sabemos que el teniente es un experto en Mickey Cohen.

– Nos conocemos de antiguo, jefe.

– ¿En calidad de qué?

– Le he ofrecido cierto asesoramiento legal. Gratis.

– ¿Por ejemplo…?

– Por ejemplo, «no le busques problemas al departamento de Policía», Por ejemplo, «cuidado con el detective jefe Exley, porque nunca dice exactamente lo que piensa».

Gallaudet, tranquilizador:

– Vamos, vamos, ya basta. El alcalde Poulson me pidió que convocara esta reunión, de modo que estamos empleando su tiempo. Y tengo una idea, que es conservar a Ruiz de nuestro lado. Le utilizaremos para apaciguar a los mexicanos de Chavez Ravine: si el asunto de los desahucios se pone feo, Ruiz puede ser nuestro relaciones públicas. ¿No tiene antecedentes por robo?

– Correccional juvenil por robo con allanamiento. He oído que formaba parte de una banda de ladrones de casas y sé que sus hermanos también hacen trabajitos. Tienes razón: podríamos utilizarle. Prometerle que no habrá líos con su familia si colabora.

Van Meter:

– Me gusta.

– ¿Qué hay de Diskant? -Gallaudet. Yo me lancé a fondo:

– Es un rojillo, ¿no? Entonces, ha de tener algunos colegas comunistas. Daré con ellos y los intimidaré. Los amenazaré con sacarlos por la tele y seguro que lo delatarán.

Bob, moviendo la cabeza:

– No. Es demasiado inconcreto y no tenemos tiempo suficiente.

– Chicas, chicos, licores…, denme una debilidad. Escuchen, anoche metí la pata. Déjenme que cumpla mi penitencia.

Silencio, largo, sonoro. Van Meter, tras un suspiro:

– Tengo entendido que le gustan las jovencitas. Se supone que engaña a su mujer con mucha discreción. Le gustan las chicas de universidad. Jóvenes, idealistas.

Bob, con un asomo de sonrisa presuntuosa:

– Dudley Smith puede encargarse de prepararlo. Ya ha hecho cosas parecidas otras veces.

Exley, con extraña insistencia:

– No; Dudley, no. Klein, ¿conoce a la gente adecuada?

– Conozco a un redactor jefe de la Hush-Hush. Puedo hablar con Pete Bondurant para las fotos y con Fred Turentine para poner los micrófonos. Subdirección reventó una casa de citas la semana pasada y tenemos pendiente de pagar la fianza a la chica perfecta para el asunto.

Intercambio de miradas. Exley, con una media sonrisa:

– Entonces, cumpla su penitencia, teniente.

Bob G., diplomático:

– Vamos, Ed, sé amable. Dave me dejó estudiar sus apuntes en la escuela de Derecho.

Desfile hacia la salida. Gallaudet, tan tranquilo; Van Meter, con aire avergonzado.

– ¿Y los federales? ¿Pedirán una investigación?

– Lo dudo. El año pasado, Johnson estuvo noventa días en observación en Camarillo y los doctores le confirmaron a Noonan que el tipo era inestable. Seis hombres del FBI han peinado el barrio buscando testigos pero no han llegado a ninguna parte. Serían idiotas si abrieran una investigación. Está usted limpio, teniente, pero no me gusta el aspecto del asunto.

– ¿Habla usted de negligencia criminal?

– Hablo de sus relaciones con criminales, bastante conocidas y que vienen de antiguo. Hablo, y me quedo corto, de que tiene «trato» con Mickey Cohen, un objetivo de la investigación que ha echado por tierra con su negligencia. Alguien con un poco de imaginación podría dar un pequeño salto a «conspiración criminal», y Los Angeles está llena de gente así. Ya ve cómo…

– Jefe, escuche…

– No, escuche usted. Les asigné esa misión a usted y a Stemmons porque confiaba en su competencia y quería una opinión de abogado sobre los planes de los federales en nuestra jurisdicción. Y lo que he conseguido ha sido, «¡Aleluya, puedo volar!» y «Detective estornuda mientras un testigo salta por la ventana.»

Reprimí una carcajada.

– ¿Dónde nos deja eso?

– Dígamelo usted. ¿Tiene idea de qué piensan hacer los federales, además de la investigación sobre el boxeo?

– Yo diría que, con Johnson muerto, poca cosa. Ruiz me habló de que Noonan tenía la vaga idea de montar una investigación del crimen organizado del Southside: drogas, las máquinas tragaperras y expendedoras de Darktown… Si esos planes se quedan en nada, la imagen del LAPD puede salir malparada. Pero si la investigación se pone en marcha, Noonan correrá a anunciarlo. Le encantan los titulares. Eso nos dará ocasión de prepararnos.

Exley sonrió.

– Mickey Cohen dirige el negocio de las monedas en el Southside. ¿Le avisará de que lo deje?

– Ni soñarlo. Cambiando de tema, ¿ha leído el informe sobre la casa de apuestas?

– Sí. Excepto los disparos, todo fue correcto. ¿Qué sucede? Me mira como si quisiera algo.

Me serví café.

– Écheme una mano a cambio de lo de Diskant.

– No está en situación de pedir favores.

– Después de Diskant, lo estaré.

– Entonces, pida.

Un café malísimo.

– Subdirección me aburre. Pasaba casualmente por Robos y he visto pendiente un caso que tiene buen aspecto.

– ¿El atraco a la tienda de electrodomésticos?

– No, el trabajo del almacén de pieles Hurwitz. Un millón en pieles desaparecido, sin rastro, y Junior Stemmons pilló a Sol Hurwitz en una partida de dados el año pasado. Es un jugador empedernido, de modo que apostaría por un fraude para cobrar el seguro.

– No. El caso es de Dudley Smith y ha descartado la estafa. Y usted es un oficial con mando, no un sabueso de casos.

– Entonces, sáltese las normas. Yo le encierro a ese comunista y usted me hace ese favor.

– No, es trabajo de Dudley. El caso tiene tres días y ya le ha sido asignado a él. Además, no me gustaría tentarle a usted con objetos vendibles como esas pieles.

Tirando a dar. Esquivé el dardo:

– Usted y Dud no se llevan bien. Él aspiraba a detective jefe, pero usted consiguió el cargo.

– Los oficiales con mando siempre se aburren y quieren casos. ¿Tiene alguna razón particular para pedirme éste?

– Robos está limpio. Y usted no sospecharía de mis amigos si me ocupara de asaltos y atracos.

Exley se puso en pie.

– Una pregunta antes de que se marche.

– ¿Señor?

– ¿Algún amigo suyo le dijo que empujara por la ventana a Sanderline Johnson?

– No, señor. Pero, ¿no se alegra de que el tipo saltara?

Pasé la noche fuera, en una habitación del Biltmore. Los periodistas ya debían de haber localizado mi piso. No soñé nada. Servicio de habitaciones: seis de la tarde, desayuno, periódicos. Nuevos titulares: «La Fiscalía Federal, furiosa con el policía "negligente"»; «Detective dice lamentar el suicidio de un testigo». Puro Exley: la nota a la prensa, mis lamentaciones…, todo cosa suya. Página tres, más Exley: sin pistas del asunto Hurwitz; una banda con expertos en electrónica y herramientas se había llevado más de un millón en pieles. Foto: un guardia de seguridad lleno de vendajes; Dudley comiéndose con los ojos un visón.

Robos, agradable trabajo: pescar al ladrón y quedarse con el botín.

Manos a la obra con el comunista: llamadas telefónicas.

Fred Turentine, el de los micrófonos: sí, por quinientos. Pete Bondurant: sí, por uno de los grandes, y él pagaría al fotógrafo. Pete, íntimo de Hush-Hush: más presión en el chantaje.

La celadora de la cárcel para mujeres me debía un favor; una tal La Verne Benson la liberó de la deuda. La Verne: tercera denuncia por prostitución, sin fianza, sin fecha de juicio. La Verne al teléfono: supón que perdemos tu ficha… ¡Sí, sí, sí!

Inquieto. Mi estado habitual después de matar. Entre inquieto e impaciente. Subo al coche.

Una ronda por mi casa. Periodistas. Imposible quedarse allí. Sigo hacia Mulholland, semáforos en verde/sin tráfico: 90, 100, 120. Coleadas, derrapaje en una curva: más despacio, me digo.

Pienso en Exley.

Inteligente, frío. En el cincuenta y tres se cargó a cuatro negros: punto final del caso del Night Owl. Primavera del cincuenta y ocho: las pruebas demuestran que los muertos no tenían nada que ver. El caso fue reabierto; Exley y Dudley Smith se encargaron de él: el mayor trabajo en la historia de Los Angeles. Homicidios múltiples/redes de obscenidad/conspiraciones interrelacionadas: Exley lo resolvió de una vez por todas. Su padre, un rey de la construcción, se suicidó sin razón aparente; Ed, ya inspector, heredó su dinero. Thad Green dejó el puesto de detective jefe; Parker, el gran jefe, se saltó a Dudley para reemplazarlo por Edmund Jennings Exley, treinta y seis años.

No se llevaban bien, Exley y Dudley: dos odios mutuos.

Ninguna remodelación en la sección de Detectives; simplemente, Exley frío como un témpano.

Semáforos en verde hasta la casa de Meg. Su coche delante de la entrada. Meg, en la ventana de la cocina.

La observé.

Lavando los platos. Una cadencia en sus manos; quizás una música de fondo. Sonriente. Casi mi mismo rostro, pero en dulce. Toco el claxon…

Sí; un rápido retoque: el cabello, las gafas. Una sonrisa. Nerviosa.

Subí los peldaños al trote. Meg aguardaba con la puerta abierta.

– Tenía el presentimiento de que me traerías un regalo.

– ¿Por qué?

– La última vez que saliste en los periódicos me compraste un vestido.

– Eres la más lista de la familia. Vamos, ábrelo.

– Qué cosa más terrible, ¿no? Lo han dado por la tele.

– El tipo estaba sonado. Vamos, ábrelo.

– David, tenemos que hablar de un asunto.

Con suavidad, la empujé adentro.

– Vamos…

Meg tira, rasga. Jirones de papel de envoltorio. Una exclamación, una carrera al espejo: seda verde, la talla perfecta.

– ¿Te va?

Un torbellino. Las gafas casi vuelan.

– ¿Me subes la cremallera?

Se lo ajusta y tiro de la cremallera. Perfecto.

Meg me dio un beso y se miró en el espejo.

– Cielos, tú y Junior. Él tampoco puede dejar de admirarse.

Un giro, un recuerdo: el baile de promoción del treinta y cinco. El viejo dijo que llevara a Sissy; los chicos que la perseguían no eran adecuados.

– Es bonito. Como todo lo que me regalas. -Meg suspiró-. ¿Qué tal Junior Stemmons, últimamente?

– Gracias, de nada, y Junior Stemmons está regular. En realidad, no está hecho para el trabajo de detective y, si no fuera porque su padre me consiguió el mando de Subdirección, le devolvería a su puesto de instructor de una patada en el culo.

– ¿No tiene una personalidad suficientemente enérgica?

– Exacto. Y con una sensibilidad de perrito caliente que aún lo hace resaltar más. Y más nervios que si estuviera vaciando la caja fuerte de las drogas en Narcóticos. ¿Dónde está tu marido?

– Repasando los planos de un edificio que está proyectando. Y ya que hablamos de eso…

– Mierda. Nuestros edificios, ¿no? ¿Morosos? ¿Alguien se ha ido sin pagar?

– Somos caseros de barrio pobre, así que no te sorprendas. Son las casas de Compton. Tres inquilinos con atrasos.

– Aconséjame, pues. Tú eres la agente inmobiliaria.

– Dos de los morosos deben un mes; el otro, dos. Conseguir una orden de desahucio lleva noventa días y precisa una vista ante el juez. Y tú eres el abogado.

– Detesto los litigios, maldita sea. ¡Y siéntate de una vez!

Meg se arrellanó en una silla. Una silla verde, el vestido verde. El verde en contraste con el pelo: negro, un poco más oscuro que el mío.

– Eres un buen litigador, pero sé que te limitarás a enviar a unos cuantos matones con papeles falsos.

– Es más sencillo de este modo. Enviaré a Jack Woods o a alguno de los muchachos de Mickey.

– ¿Armado?

– Sí, y peligroso. Ahora, dime otra vez que te encanta el vestido. Dímelo para que pueda irme a casa y dormir un rato.

Contando puntos, nuestra vieja costumbre:

– Uno, me encanta el vestido. Dos, me encanta mi hermano mayor, aunque se llevara todo el atractivo y la mayor parte del cerebro. Tres, como novedades te diré que he dejado de fumar otra vez, que estoy harta de mi trabajo y de mi marido y estoy pensando en acostarme con alguien antes de que cumpla los cuarenta y pierda el resto de mis encantos. Cuatro, si conocieras a algún hombre que no fuera policía o ladrón, te pediría que me lo presentaras.

Réplica a los puntos:

– Yo tengo el atractivo de Hollywood, tú tienes el auténtico encanto. No te acuestes con Jack Woods, porque la gente tiene una extraña propensión a dispararle y porque la primera vez que Jack y tú intentasteis vivir juntos, la cosa no duró mucho. Y conozco algunos fiscales, pero te aburrirían.

– ¿Quién me queda? Como consorte de un gángster, fui un fracaso.

La habitación osciló. Se consumió el tiempo.

– No lo sé. Vamos, acompáñame a la puerta.

Seda verde; Meg la acarició.

– Estaba pensando en ese curso de lógica al que asistimos en la universidad. Ya sabes, causa y efecto.

– ¿Sí?

– Yo… en fin, los periódicos traen un delincuente muerto,

y yo recibo un regalo…

Osciló de mala manera.

– Déjalo.

– Trombino y Brancato, luego Jack Dregna. Cariño, puedo vivir de recuerdos.

– Tú no me quieres como yo a ti.

4

Reporteros ante mi puerta, engullendo comida preparada.

Aparqué lejos, me acerqué por la parte de atrás, forcé una ventana del dormitorio. Ruido. Periodistas charlando de mi historia. Luces apagadas, abro la ventana. Hablo para desactivar la bomba Meg.

Sincero: soy alemán, no judío; en Ellis Island se comieron letras del apellido del viejo. Departamento de Policía de Los Angeles en el 38; en el 42, los marines. Servicio en el Pacífico y vuelta al departamento en el 45. El jefe Horrall deja el cargo; le sustituye William Worton (un general de división del cuerpo de Marines de una integridad chirriante). Semper Fidelis: Worton forma una brigada de matones ex marines. Esprit de Corps: rompemos huelgas, apaleamos a los tipos que quebrantan la libertad provisional antes de encerrarlos otra vez.

Escuela de Leyes, trabajos eventuales: la paga de desmovilización no cubre la Universidad. Recuperador de coches, cobrador de Jack Woods: Mi apodo, «el Contundente». Trabajo para Mickey C. arreglando disputas sindicales por la fuerza.

Hollywood me llama: soy alto y guapo. No sale nada, pero eso proporciona trabajo de verdad. Soluciono una extorsión a Liberace: dos aficionados, chantaje con fotografías. Estoy en buenas relaciones con Hollywood y con Mickey C. Entro en la Brigada, llego a sargento. Cruzo la raya, llego a teniente.

Todo cierto.

Liquidé a mi número veinte el mes pasado: cierto. Con mis ganancias como «el Contundente» compré bloques de pisos en los barrios bajos: cierto. Conviví con Anita Ekberg y la pelirroja del programa de Spade Cooley: falso.

Después, empezaron las estupideces; la conversación derivó hacia el asunto de Chavez Ravine. Cerré la ventana y traté de dormir.

No hubo forma.

Abro la ventana: ningún reportero. Televisión: sólo cartas de ajuste. Apago, me largo: MEG.

Siempre resultaba incómodamente equívoco… y nos tocamos durante demasiado rato para decirlo. Yo impedía que los puños del viejo la tocasen; ella impedía que yo lo matara. Juntos en la universidad, la guerra, cartas. Otros hombres y otras mujeres llegaron y se fueron.

Turbulentos años de posguerra: «el Contundente». Meg: colega, la compinche del matón. Una aventura con Jack Woods; no intervine. Los estudios ocupaban todo mi tiempo y Meg se movía por su cuenta. Conoció a dos rufianes: Tony Trombino, Tony Brancato.

Junio del cincuenta y uno: nuestros padres mueren en un accidente de coche.

Los restos, el testamento…

Una habitación de motel, Franz y Hilda Klein recién enterrados. Nos desnudamos sólo por ver. Uno encima del otro: cada caricia, medio escalofrío de rechazo.

Meg se aparta de pronto, sin acabar. Revuelve la habitación: nuestras ropas, palabras, las luces apagadas.

Yo aún lo deseaba.

Ella, no.

Se echó en brazos de Trombino y Brancato.

Los jodidos se entrometieron en algún asunto de Jack Dragna, el número uno de la Organización en Los Angeles. Jack me enseñó una foto: Meg. Contusiones, marcas. Trombino/Brancato. Comprobado.

Comprobado: habían atracado una partida de dados de la banda.

Jack dijo: cinco de los grandes y los quitas de en medio. Asentí.

Preparé el cebo: un buen golpe, «Vamos a limpiar ese local de apuestas». El 6 de agosto, frente al 1648 de North Odgen: los dos Tonys en un Dodge del cuarenta y nueve. Me colé en el asiento de atrás y les volé los sesos.

Titulares: «Guerra de bandas.» El principal pistolero de Dragna reaccionó enseguida. Su coartada, el párroco de Jack D. El mundo del hampa, revuelto: que los jodidos italianos se mataran entre ellos.

Cobré lo convenido, más un plus sorpresa: un hombre descargando su rabia sobre la escoria que había hecho daño a su hermana. La voz de Dragna, desconcertada. La mía: «Los mataré, me cago en ellos. Los mataré gratis.»

Me llamó Mickey Cohen. Jack decía que ahora, yo estaba en deuda con la Organización: saldaría la deuda con unos cuantos favores. Jack me llamaría, me pagaría los trabajos; simples negocios.

Colgué.

Llamó:

2 de junio del cincuenta y tres: me cargué a un químico que preparaba droga en Las Vegas.

26 de marzo del cincuenta y cinco: maté a dos tipos que habían violado a la mujer de un tipo de la Organización.

Septiembre del cincuenta y siete, un rumor: Jack D., enfermo del corazón. Grave.

Le llamé.

– Ven a verme -dijo Jack.

Nos encontramos en un motel de playa, su picadero privado. Paraíso para ítalos: bebida, revistas obscenas, putas en la sala contigua.

Le supliqué: cancela mi deuda.

– Las putas trabajan menos -respondió Jack.

Le asfixié con una de las almohadas.

Veredicto del forense/consenso entre los hampones: ataque cardíaco.

Sam Giancana, mi nuevo patrón. El intermediario no cambió: Mickey C; favores policiales, trabajos sucios.

Meg notó algo. Me callé lo que tenía relación con ella, asumí toda la responsabilidad. Dormí inquieto, bañado en sudor.

El teléfono. Descuelgo:

– ¿Sí?

– ¿Dave? Dan Wilhite.

Narcóticos: el jefe.

– ¿Qué sucede, capitán?

– Sucede… Mierda, ¿conoces a J.C. Kafesjian?

– Sé quién es. Sé qué representa para el departamento.

Wilhite, en voz baja:

– Estoy en la escena del crimen. No puedo hablar con libertad y no tengo a nadie a quien enviar, de modo que te he llamado.

Encendí las luces.

– Dame detalles. Iré enseguida.

– Es… Mierda, es un robo en casa de Kafesjian.

– ¿La dirección?

– South Tremaine, 1684. Está pasado el…

– Sé dónde está. Alguien llamó a los sabuesos de Wilshire antes de que te llegara la noticia, ¿no es eso?

– Exacto. La mujer de J.C. Toda la familia había salido a una fiesta, pero Madge, la mujer de Kafesjian, volvió a casa antes que los demás. Encontró la casa revuelta y llamó a la comisaría de Wilshire. J.C. y los chicos, Tommy y Lucille, llegaron más tarde y encontraron la casa llena de detectives que no sabían nada de nuestro… hum… de nuestro acuerdo con la familia. Al parecer, se trata de un simple y estúpido robo con escalo y los tipos de Wilshire se están poniendo muy pelmazos. J.C. ha llamado a mi esposa y ella se ha encargado de localizarme. Dave…

– Voy para allá.

– Bien. Trae a alguien contigo y apúntate una en la cuenta.

Colgué e hice unas llamadas para encontrar quien me acompañara. Riegle, Jensen: no respondían. Mierda de suerte. Junior Stemmons:

– ¿Hola?

– Soy yo. Te necesito para un recado.

– ¿Asunto particular?

– No, es un trabajo para Dan Wilhite. Se trata de tranquilizar a J.C. Kafesjian.

Junior soltó un silbido.

– He oído que su chico es un auténtico psicópata.

– South Tremaine, 1684. Espérame fuera y te pondré al corriente.

– Allí estaré. Oye, ¿has visto las últimas noticias? Bob Gallaudet nos ha llamado «policías ejemplares», pero Welles Noonan ha dicho que éramos «parásitos incompetentes». Ha dicho que pedir licores para nuestros testigos al servicio de habitaciones contribuyó al suicidio de Johnson y que…

– Ponte en marcha.

Código 3, respaldar a Wilhite: ayudar al traficante protegido por el LAPD. Narcóticos/J.C. Kafesjian: veinte años de relaciones. Lo introdujo el viejo jefe Davis. Hierba, píldoras, H.: la escoria de Darktown por clientela. A cambio de soplos, J.C. consiguió la franquicia de la droga. Wilhite actuó de perro guardián; J.C. Kafesjian delataba a los traficantes rivales, siguiendo nuestra política: mantener los estupefacientes aislados al sur de Slauson. Su trabajo legal: una cadena de lavado en seco. El de su hijo: rey de los matones.

Crucé la ciudad hasta la casa: un edificio moruno, todas las luces encendidas. Frente a ella, varios coches: el Ford de Junior, un coche patrulla.

Focos de linterna y voces en el camino particular. Junior Stemmons:

– ¡Vaya mierda! ¡Vaya mierda!

Aparqué y me acerqué. La luz directa a los ojos. Junior: «Es el teniente.» Un olor desagradable: a sangre descompuesta, quizá.

Junior, dos agentes de paisano.

– Dave, el agente Nash y el sargento Miller.

– Señores, Narcóticos se encarga de esto. Vuelvan a la comisaría. El sargento Stemmons y yo haremos los informes, si llega el caso.

– ¿Si llega el caso? ¿No huele eso, teniente?

– ¿Un homicidio? -El tono grave, ácido.

– No exactamente, señor. -Nash-. Señor, no creería usted cómo nos ha tratado ese Tommy… como se llame. ¡Si llega el caso…!

– Vuelvan y díganle al jefe de turno que me ha enviado Dan Wilhite. Díganle que es la casa de J.C. Kafesjian, de modo que no es un 459 normal. Si eso no le convence, hagan despertar al jefe Exley.

– Teniente…

Agarro una linterna, sigo el rastro del olor hasta una verja con una cadena cortada. Mierda. Dos doberman: sin ojos, el cuello rebanado, los dientes aferrados a unos trapos empapados en alguna sustancia. Destripados: entrañas, sangre. Un rastro de sangre en dirección a una puerta trasera forzada.

Dentro, gritos: dos hombres, dos mujeres. Junior:

– Ya he echado a los tipos de la comisaría. De modo que un 459, ¿eh?

– Explícame el asunto. No quiero interrogar a la familia.

– Bueno, estaban todos en una fiesta. A la mujer le dolía la cabeza, de modo que volvió antes en un taxi. Salió a buscar a los perros para encerrarlos y los encontró así. Llamó a Wilshire y Nash y Miller recibieron la denuncia. J.C, Tommy y la hija (los dos chicos viven aquí, también) llegaron a casa y montaron un escándalo al encontrarse unos policías en la sala de estar.

– ¿Has hablado con ellos?

– Madge, la mujer, me ha enseñado los daños ocasionados; después, J.C. la ha encerrado arriba. Han robado una vajilla de plata, la típica «herencia familiar de gran valor sentimental». Y los daños son una cosa muy rara. ¿Tú concibes algo así? En mi vida había visto un robo con escalo como éste.

Gritos, toques de claxon.

– No es ningún robo. ¿Y qué significa «una cosa muy rara»?

– Nash y Miller han dejado etiquetas de identificación. Ya las verás.

Barrí el patio con la linterna: pedazos de carne espumajosos. Veneno para los perros, sin duda. Junior:

– El tipo les dio esa carne, después los mutiló. Se manchó de sangre y luego entró con ella en la casa.

Sigo el rastro:

Marcas de palanca en la puerta trasera. En el porche, un lavadero; en el suelo, unas toallas ensangrentadas: el intruso se había limpiado con ellas.

La puerta de la cocina, intacta: el tipo había abierto el pestillo. No más sangre. Etiqueta en la prueba del fregadero: «Botellas de whisky rotas.» Etiqueta con anotación de lo robado de los cajones de la cómoda: «Vajilla de plata antigua.»

Ellos:

– ¡Tú, puta, dejar entrar en nuestra casa a unos policías desconocidos!

– ¡Papá, por favor, no!

– ¡Cuando necesitamos algo, siempre llamamos a Dan!

Una mesa de comedor; sobre ella, un montón de fotografías hechas pedazos: «Fotos familiares.» Lamentos de saxo en el piso de arriba.

Recorrí la casa.

Alfombras demasiado gruesas, sofás de terciopelo, papel pintado velludo. Ventiladores en las ventanas; imágenes de Jesucristo colocadas junto a ellos. Una alfombra con otra nota: «Discos rotos/cubiertas de discos.» El legendario Champ Dineen: Muuy calmoso; Una vida convencional: The Art Pepper Quartet; El Champ interpreta al Duke.

Elepés junto a un alta fidelidad; apilados en orden. Junior entró en la sala.

– Lo que te decía, ¿no? Algunos daños.

– ¿Quién hace ese ruido?

– ¿El saxo? Es Tommy Kafesjian.

– Ve arriba y sé agradable. Pide excusas por la intromisión y ofrécete a llamar al servicio de Control de Animales para que se encarguen de los perros. Pregunta a Kafesjian si quiere una investigación. Sé amable, ¿entiendes?

– Dave, ese tipo es un criminal.

– No te preocupes, yo estaré lamiéndole las suelas a su padre.

Del otro lado de las puertas cerradas, gritos:

– ¡PAPÁ, NO!

– ¡J.C., DEJA EN PAZ A LA CHICA!

Inquietantes. Junior fue arriba corriendo.

– ¡ESO ES, VETE!

Un portazo. «Papá» ante mis narices.

Primer plano de J.C.: un gordo seboso que se hace viejo. Corpulento, marcado de viruelas, arañazos sangrantes en la cara.

– Soy Dave Klein. Dan Wilhite me ha enviado para arreglar las cosas.

J.C., ceñudo:

– ¿Qué es tan importante como para impedirle venir en persona?

– Podemos hacer esto como usted quiera, señor Kafesjian. Si quiere una investigación, la haremos. Si quiere que busquemos huellas digitales, tal vez encontrar un nombre, lo haremos. Si quiere darle su merecido, Dan le apoyará hasta donde sea razonable, no sé si me entiende…

– Entiendo lo que me dice, y mi casa la limpio yo. Yo sólo trato con el capitán Dan; ni quiero desconocidos en mi salón.

Dos mujeres asomaron la cabeza. Morenas, delgadas de tipo. La hija saludó con la mano: uñas plateadas, gotas de sangre.

– Ya ha visto a mis chicas; ahora, olvídelas. No tiene por qué conocerlas.

– ¿Tiene idea de quién lo ha hecho?

– No le diré nada que pueda comentar por ahí. Quítese de la cabeza que le dé nombres de rivales en los negocios que podrían querer perjudicarme a mí y a lo mío.

– ¿Rivales en el negocio de la limpieza en seco?

– ¡No me venga con chistes! ¡Mire, mire!

Una etiqueta en una puerta: «Ropa estropeada.»

– ¡Mire, mire, mire! -J.C. tiró del pomo-. ¡Mire, mire, mire!

Miro: un pequeño vestidor. Clavadas con chinchetas a las paredes, pantalones de mujer con las perneras abiertas y la entrepierna desgarrada.

Manchas en la ropa; las huelo: semen.

– No tiene ninguna gracia. Les compro a Lucille y a Madge tanta ropa bonita que tienen que guardar una parte aquí abajo. Ese pervertido degenerado quería estropear las preciosidades de Lucille. ¡Mire!

Ropa de puta de Tijuana.

– Bonita.

– Ahora no se ríe, ¿verdad, chico de los recados de Wilhite? Esto ya no es tan divertido, ¿verdad?

– Llame a Dan. Dígale qué quiere que hagamos.

– ¡Mi casa la limpio yo!

– Buenas telas. ¿Su hija se paga la universidad trabajando, Kafesjian?

Puños cerrados/venas hinchadas/facciones sudorosas: el gordo seboso casi encima de mí.

Unos gritos en el piso de arriba.

Subí a la carrera. Una habitación a un lado del pasillo. Evalúo los daños:

Tommy K., de pie contra la pared. Porros en el suelo; Junior zarandeando al tipo con rudeza. Carteles de jazz, banderas nazis, un saxo sobre la cama.

Me eché a reír.

Una sonrisa congraciadora de Tommy, un tipo flaco y magro. Junior:

– ¡El jodido ha sacado la marihuana con todo el descaro! ¡Se está burlando del departamento!

– Sargento, pida disculpas al señor Kafesjian.

Junior, medio enfurruñado, medio chillando:

– ¡Dave…! ¡Dios…! Lo siento.

Tommy encendió uno de los porros y echó el humo a la cara de Junior. Desde el piso de abajo, el padre:

– ¡Ahora, largo! ¡Mi casa la limpio yo!

5

Dormir mal, no pegar ojo.

Me despertó una llamada de Meg: arregla el asunto de los alquileres retrasados, ningún comentario sobre el vestido de seda. «Claro, claro», respondí. Colgué y llamé a Jack Woods: veinte por ciento de cada dólar de alquileres que consiguiera. Él subió a veinticinco. De acuerdo.

Llamadas de trabajo: Van Meter, Pete Bondurant, Fred Turentine. Los tres, luz verde: micrófonos ocultos en la casa de La Verne y un fotógrafo escondido en el dormitorio. Diskant, seguido y espiado: cita para unas copas en el Ollie Hammond's Steakhouse, a las seis en punto.

El cebo estaba preparado: nuestra comunista consorte. Pete dijo que Hush-Hush estaba encantada: político rojillo tropieza con el pito.

Llamé a Narcóticos. Dan Wilhite había salido. Dejé un mensaje. Dormir mal, no pegar ojo: la pesadilla de los Kafesjian. Desahogo cómico: Junior, la noche anterior: «Sé que crees que no doy la talla para oficial, pero ya verás. Te aseguro que ya verás.»

Cinco de la tarde: al carajo la siesta.

Me lavé y eché una ojeada al Herald: Chavez Ravine había desplazado de la primera página a mi muerto. Bob Gallaudet: «Los latinoamericanos que pierdan sus viviendas serán compensados generosamente y, en último término, una sede para los Dodgers será un motivo de orgullo para los angelinos de todas las razas, credos y colores.»

Para partirse de risa. Aquello alivió mi resaca de los Kafesjian.

Ollie Hammond's. Apostado a la entrada del bar, esperando. Morton Diskant en la puerta, a las seis en punto. La Verne Benson entra a las 6.03: falda de tweed, calcetines hasta las rodillas, cárdigan.

6.14: Pete B. se desliza en el asiento.

– Diskant está con sus amigos. La Verne, a dos mesas de ellos. No llevaba ni dos segundos sentada y ya le lanzaba miradas ardientes.

– ¿Crees que el tipo picará?

– Yo lo haría, pero es que para estas cosas soy un cerdo.

– ¿Como tu jefe?

– Puedes decir su nombre. Howard Hughes. Es un tipo ocupado. Como tú.

– Era un jodido idiota. Si no hubiera saltado, es muy probable que yo mismo le hubiese empujado.

Pete apoyó las manos en el salpicadero. Unas manos enormes. Sus puños habían matado a un borracho camorrista en las celdas de una comisaría. La Policía le despidió; Howard Hughes encontró un alma gemela.

– ¿Y tú? ¿También has estado ocupado?

– Más o menos. Consigo droga para Hush-Hush, mantengo al señor Hughes al margen de Hush-Hush. Si alguien quiere querellarse contra Hush-Hush, le convenzo para que no lo haga. Busco gatitas para el señor Hughes, aguanto al señor Hughes cuando empieza con esas divagaciones sobre los aviones. En este momento, el señor Hughes me hace seguir a esa actriz que le ha plantado. Imagina: esa fulana abandona el picadero número uno del señor Hughes, además de un contrato de trescientos a la semana, y todo para actuar en una película barata de terror. El señor Hughes le hizo un contrato de esclava para siete años y quiere denunciarla por violación de una cláusula de moralidad. ¿Te imaginas, ese cerdo putero predicando moralidad?

– Sí, y a ti te encanta porque…

– … porque soy un auténtico cerdo, como tú.

Me reí. Bostecé.

– Esto puede llevar toda la noche.

– No, La Verne es impetuosa. -Pete encendió un cigarrillo-. Se hartará y abordará al pájaro. Buena chica. Incluso ayudó a Turentine a instalar los micrófonos.

– ¿Qué tal Freddy?

– Ocupado. Esta noche compromete al comunista ése, la semana que viene hace escuchas clandestinas para Hush-Hush en una sauna de maricas. El problema con Freddy T. es que le da mucho a la botella. Demasiadas denuncias por conducir borracho, de modo que la última vez el juez le condenó a trabajos comunitarios y ahora enseña electrónica a los internos de Chino. Klein, mira.

La Verne a la puerta del bar. Dos pulgares hacia arriba. Pete respondió con un gesto.

– Eso significa que Diskant se reunirá con ella cuando se haya desecho de sus amigos. ¿Ves ese Chevrolet azul? Es el de la chica.

Nos pusimos en marcha detrás de La Verne. A la derecha por Wilshire, luego recto al oeste; Sweetzer, al norte, el Strip. Calles secundarias con curvas, en dirección a las colinas. La Verne se detuvo junto a una casa de estuco dividida en cuatro apartamentos.

Fea: luces fuertes, estuco ¡rosa!

Aparqué dejando espacio para el coche del rojo.

La Verne llegó hasta su puerta contoneándose. Pete le mandó unos toques amorosos con la sirena.

La luz del vestíbulo se encendió y se apagó. Se iluminó una ventana en el apartamento inferior izquierdo. Ruido de fiesta: el apartamento contiguo al de La Verne.

Pete se desperezó.

– ¿Crees que Diskant habrá sido lo bastante listo para darse cuenta de la trampa?

La Verne abrió las cortinas, en salto de cama y luciendo ligas.

– No, nuestro amigo sólo tiene una idea en la cabeza.

– Tienes razón, el tipo es un cerdo. Yo digo una hora, o menos.

– Van veinte a que no más de un cuarto de hora.

– Acepto.

Esperamos, con la vista en la ventana. Silencio en el coche, ruido de fiesta: canciones, voces. Un Ford marrón claro: ¡Bingo!

– Cuarenta y un minutos -dijo Pete. Le di sus veinte. Diskant anduvo hasta la puerta, llamó con los nudillos, luego pulsó el timbre. La Verne, enmarcada en la ventana: buenas curvas y un contoneo.

Pete silbó por lo bajo.

Diskant entró.

Diez minutos que se hicieron interminables (…) se apagan las luces del nido de amor de La Verne. Aguardo la señal del fotógrafo: el destello del flash en la ventana.

Quince minutos… veinte… veinticinco. Un coche patrulla de la policía local aparca en doble fila. Pete me dio un codazo.

– Mierda. Esa fiesta. 116.84 del Código Penal de California: Reunión tumultuaria. Mierda.

Dos agentes caminan hasta la casa. Llaman con las porras a la ventana del apartamento de la fiesta. No hay ninguna respuesta.

– Klein, esto no tiene buena cara.

Tac, tac, tac. La ventana de la sala de estar de La Verne. El destello del flash en la ventana del dormitorio; improvisación: a grandes males, grandes remedios.

Gritos: nuestra cazacomunistas.

Los agentes del sheriff derribaron a patadas la puerta del vestíbulo. Eché a correr tras los entrometidos, mientras sacaba la chapa…

Crucé el patio delantero y subí los peldaños hasta la puerta. Una imagen breve y confusa: el fotógrafo saltando por una ventana sin la cámara; al otro lado del vestíbulo, un revuelo de asistentes a la fiesta. La puerta de La Verne, abierta de par en par. Me abrí paso a empujones entre el grupo, derramando bebidas en mi avance.

– ¡Policía! ¡Agente de policía!

Crucé el umbral de un salto, rezumando whisky. Uno de los agentes locales me retuvo. Le puse agriamente la chapa ante las narices:

– ¡Sección de Inteligencia! ¡LAPD!

El muy imbécil se limitó a mirarme con cara de tonto. Chillidos en el dormitorio…

Irrumpí por sorpresa…

Diskant y La Verne rodando por el suelo: desnudos, agarrados, agitando brazos y piernas. Sobre el colchón, una cámara. Un grito estúpido:

– ¡Eh, ustedes dos, ya basta! ¡Policía!

Pete llegó a la carrera. Una sonrisa en la cara de tonto: el agente había reconocido al viejo compañero. Pete, rápido, echó enseguida de allí a aquel payaso. La Verne contra el rojillo: patadas, débiles puñetazos.

La cámara sobre la cama: la cojo, saco el carrete, vuelvo a cerrarla. Pulso el disparador: destello de flash en los ojos de Diskant.

Un comunista ciego. La Verne se desembarazó de él. Lancé una patada contra el caído, luego un puñetazo; el tipo soltó un gemido, parpadeó y fijó la mirada: EN EL CARRETE.

Chantaje:

– Esto tenía que ser más sencillo, pero esos tipos de la patrulla lo han estropeado. La prensa iba a montar un buen escándalo, algo así como «Político rojo bla, bla, bla». Pórtate bien y te lo evitarás, porque no me gustaría nada tener que enseñarle este carrete a tu mujer. Y ahora, ¿estás seguro de que quieres ser concejal?

Sollozos. Cerró la mano con el puño americano en los nudillos:

– ¿Estás seguro?

Más sollozos. Golpes a los riñones. Mis puños machacaron la carne fláccida.

– ¿Estás seguro?

Una exclamación, rojo como la remolacha:

– ¡No me pegue, por favor!

Dos golpes más. Diskant echó espuma por la boca.

– Mañana, retira la candidatura. Ahora, dime que lo harás, porque no me gustaría tener que seguir con esto.

– Sí, sí, por fa…

Mierda de trabajo. Salí al salón reprimiendo un estremecimiento. No vi a los policías locales. La Verne estaba envuelta en una sábana.

Pete, mientras recuperaba los micrófonos ocultos:

– Me he ocupado de los patrulleros y Van Meter ha llamado por la radio. Tienes que reunirte con Exley en su despacho, enseguida.

El despacho. Exley, tras su escritorio.

Acerqué una silla y le entregué el carrete.

– El tipo se retira de la elección, de modo que no tendremos que acudir a la Hush-Hush.

– ¿Le ha gustado el trabajo?

– ¿Le gustó a usted disparar contra aquellos negros?

– El público no tiene idea de lo que cuesta la justicia a los hombres que la hacen cumplir.

– ¿Qué significa eso?

– Significa que se lo agradezco.

– Y eso significa que me debe un favor.

– Ya le he hecho uno hoy, teniente, pero pida de todos modos.

– El robo de pieles. Puede que sea una estafa a la compañía de seguros, puede que no. En cualquier caso, quiero llevar la investigación.

– No. Ya le dije que se ocupa Dudley Smith.

– Sí, claro; usted y Dud son buenos amigos, ¿eh? ¿Y cuál es ese favor que «ya» me ha hecho hoy?

– ¿Además de evitarle reprimendas o acusaciones interdepartamentales en el asunto de Sanderline Johnson?

– ¡Vamos, jefe!

– He destruido el informe de la autopsia sobre Johnson. El forense descubrió una magulladura extraña, con fragmentos de pintura incrustados en la frente, como si se hubiera golpeado la cabeza contra un alféizar antes de saltar. No estoy diciendo que sea culpable, teniente, pero es probable que otras personas, sobre todo Welles Noonan, pudieran insinuarlo. He hecho destruir el expediente. Y tengo un caso para usted. Ahora mismo voy a retirarle de Subdirección para que ponga manos a la obra.

– ¿De qué se trata? -Las rodillas me flaquean.

– El robo en casa de los Kafesjian. He leído el informe del incidente de la patrulla de Wilshire y he decidido que quiero una investigación a fondo. Conozco perfectamente la historia de la familia y el LAPD y no me importa lo que diga el capitán Wilhite. Usted y el sargento Stemmons están asignados al caso desde ahora. Interrogue a la familia y a sus socios conocidos. Kafesjian tiene un corredor llamado Abe Voldrich; hable con él. Quiero un análisis forense completo. Y busque en los archivos otros robos con escalo parecidos. Empiece mañana… con una demostración de fuerza.

Me puse en pie.

– Esto es de locos. Acosar al rey de la droga de Southside, que tiene nuestra protección, justo cuando la Fiscalía quizás está preparando una investigación de las bandas que operan en la zona. Un pervertido mata a un par de perros y se corre encima de…

Exley, incorporándose/empujándome hacia la puerta:

– Hágalo. Escoja algún agente de las patrullas callejeras de Wilshire y lleve a los del laboratorio. A Stemmons le falta experiencia en estos asuntos, pero utilícele de todos modos. Demostración de fuerza. Y no haga que me arrepienta de los favores que le he hecho.

6

Demostración de fuerza.

South Tremaine, 1684; ocho de la mañana. Personal: expertos del laboratorio, equipo de huellas, cuatro agentes de uniforme.

Los uniformados se desplegaron: búsqueda de testigos oculares en las casas vecinas, inspección de cubos de basura. Policía de Tráfico preparada para ahuyentar a la prensa.

Demostración de fuerza: Exley, furioso hasta los pelos del culo.

Demostración de fuerza: liquidar el asunto lo antes posible.

Un compromiso con Dan Wilhite: una llamada telefónica, su voz irritada. Le dije que Exley había sido terminante; Dan replicó que era una locura: Kafesjian y el departamento, veinte años de provecho mutuo. Yo estaba en deuda con Dan; él lo estaba conmigo (favores acumulados). Wilhite, asustado:

– Me jubilo dentro de tres meses. Mis tratos con la familia

no resistirían una investigación externa. Dave… ¿puedes… puedes dejarme fuera del asunto?

– Primero mi culo, después el tuyo -dije.

– Llamaré a J.C. y le pondré sobre aviso -dijo él.

8.04: la hora de la función.

Coches patrulla, una furgoneta del laboratorio. Policías de calle, técnicos. Un montón de mirones, chiquillos.

El camino de la casa. Conduje a los tipos del laboratorio a la parte de atrás. Ray Pinker:

– He llamado a Control de Animales. Dicen que no han tenido llamadas sobre perros muertos desde esta dirección. ¿Crees que los habrán llevado a algún cementerio de animales?

Día de recogida de basura: cubos alineados en el callejón.

– Puede ser, pero mirad en esos cubos de detrás de la valla. Me parece que el viejo Kafesjian no es tan sentimental.

– He oído que es un auténtico encanto. Bien, encontramos a los perros; luego, ¿qué?

– Tomad muestras de tejido para descubrir con qué los envenenaron. Si aún tienen unos trapos entre los dientes, analizad la sustancia; olía a cloroformo. Necesito diez minutos para hablar con J.C; luego, quiero que entres y recojas muestras en la cocina, el salón y el comedor. Después, haz entrar a los chicos de huellas y diles que sólo en el piso de abajo; no creo que el ladrón subiera al de arriba. El tipo se hizo una paja sobre unos pantalones de mujer, así que, si papá no los ha tirado, podéis buscar el grupo sanguíneo en el semen.

– ¡Dios!

– Sí, Dios. Escucha; si se ha deshecho de la ropa, estará probablemente en esos cubos de basura. Pantalones ajustados de mujer, color pastel, desgarrados en la entrepierna. Ropa poco corriente. Y Ray, quiero un informe bien gordo de todo lo que encontréis.

– ¡No me vengas con rodeos! Si lo que quieres es que ponga mucha paja, dilo.

– Ponle paja. No sé qué quiere Exley, de modo que vamos a darle algo a lo que hincar el diente.

Madge en la puerta de atrás, observando. Una gruesa capa de maquillaje para disimular los cardenales.

Ray me dio un codazo:

– No parece armenia.

– No lo es. Y sus hijos tampoco lo parecen. Ray…

– Sí, le meteré paja.

Volví a la calle; los mirones se arremolinaban. Junior y Tommy K., frente a frente.

Tommy, haragán de porche: camisa a flores, pantalones de pinza, el saxo.

Junior, luciendo su nuevo aire de perro apaleado con una vena de mala leche. Le sujeté, con talante veterano:

– Vamos, no dejes que ese tipo te ponga nervioso.

– Es esa mirada que tiene. Como si supiera algo que yo no sé.

– Olvídalo.

– Tú no has tenido que lamerle el culo.

– Yo no desobedecí a mi oficial superior.

– Dave…

– ¡Ni Dave, ni nada! Tu padre es inspector, te metió en la oficina y mi jefatura de Subdirección era parte del trato. Es un juego. Tú estás en deuda con tu padre, yo estoy en deuda con tu padre, y también lo estoy con Dan Wilhite. Los dos nos debemos al departamento, así que tenemos que llevar las cosas como si Exley fuera a perder los estribos en este asunto. ¿Lo has entendido?

– Sí, lo entiendo. Pero es tu juego, de modo que no te limites a decirme que está bien.

Cruzarle la cara de un revés… No. No debía.

– Si me sales otra vez con toda esa mierda idealista, le envío a tu padre un informe que te devuelve al puesto de instructor en un tiempo récord. Estás metido hasta el cuello en mi juego. O colaboras, o esta noche encontrarás «dotes de mando ineficaces», «excesivamente volátil» y «poca tranquilidad en situaciones de tensión» sobre el escritorio de tu padre. Tú decides, sargento.

Junior, una inútil bravata:

– ¡Ya estoy jugando! He llamado a la central de casas de empeño y les he dado una descripción de la vajilla robada. También tengo una lista de las lavanderías de Kafesjian. Tres para ti, tres para mí. ¿Las preguntas habituales?

– Bien, pero antes veamos qué consiguen los patrulleros. Después, cuando hayas visitado tus tres tiendas, ve al centro y busca antecedentes de otros 459 con modus operandi parecidos en los archivos de la Central y de la policía local. Si encuentras algo, estupendo. Si no, repasa los homicidios por resolver; quizás ese payaso es un maldito asesino.

Un olor nauseabundo, una nube de moscas. Los hombres del laboratorio sacaron los perros de los cubos, chorreando basura.

– Supongo que no me dirías esas cosas si no te importara.

– Exacto.

– Ya verás, Dave. Esta vez demostraré que valgo.

Tommy K. hizo sonar el saxo. Los espectadores aplaudieron; Tommy saludó con una reverencia y les dedicó un gesto obsceno, llevándose la mano a la entrepierna.

J.C. en el porche, con una bandeja en las manos.

– ¡Eh, teniente, venga a hablar conmigo! ¿Le apetece un trago?

Me acerqué. Cerveza en botella. Tommy cogió una y bebió unos tragos. Observé sus brazos: rasguños en la piel, esvásticas tatuadas. J.C. sonrió:

– No me diga que es demasiado temprano para usted.

– Schlitz, desayuno de campeones -dijo Tommy tras un eructo.

– Cinco minutos, señor Kafesjian. Sólo unas cuantas preguntas.

– De acuerdo. El capitán Dan dice que es usted de fiar, que esto no es idea suya. Venga conmigo. Tommy, tú ve a ofrecer el Desayuno de Campeones a los demás.

Tommy cargó la bandeja como un consumado camarero. J.C. ladeó la cabeza, indicando que le siguiera.

Me condujo hasta su cuarto de trabajo: paredes de pino, armeros. Volví la cabeza hacia el salón: el equipo de huellas, Tommy ofreciéndoles las cervezas. J.C. cerró la puerta.

– Dan me ha dicho que se trata de un mero trámite.

– No del todo. El caso está en manos de Ed Exley y sus reglas son diferentes de las nuestras.

– Mi gente y la suya hacen negocios. Exley lo sabe.

– Sí, y esta vez está forzando las normas. Exley es el jefe de Detectives y Parker le deja hacer lo que quiera. Intentaré ir con cuidado, pero usted tendrá que colaborar.

J.C.: seboso y desagradable. Unos arañazos en la cara, obra de su propia hija.

– ¿A qué viene esto? ¿Está chiflado, ese Exley?

– No sé a qué viene, pero es una buena pregunta. Exley quiere que este caso reciba un tratamiento especial, y le aseguro que es un detective condenadamente mejor que yo. Con él no hay trucos que valgan.

J.C. se encogió de hombros:

– Oiga, si es usted listo, puede sacar más jugo. Usted es abogado y tiene tratos con Mickey Cohen.

– No. Yo arreglo cosas, Exley las dirige. Hablando de listos, Exley es el mejor detective que ha visto nunca el LAPD. Vamos, señor Kafesjian, ayúdeme. Usted no quiere a unos policías cualquiera husmeando por aquí, lo comprendo. Pero un chiflado entra a robar en su casa y organiza una carnicería…

– ¡Mi casa la limpio yo! ¡Tommy y yo encontraremos al tipo!

Ahora, con tranquilidad:

– No. Lo encontraremos nosotros; después, quizá Dan Wilhite le dé el soplo. Sin problemas, limpio y legal.

Kafesjian sacudió la cabeza: no, no.

– Dan ha dicho que me iba a interrogar. Adelante, pues: pregunte, y yo le respondo.

Saqué el bloc de notas.

– ¿Quién lo hizo? ¿Alguna idea?

– No. -J.C, impasible. Inexpresivo.

– Enemigos. Deme algún nombre:

– No tenemos enemigos.

– Vamos, Kafesjian. Usted vende narcóticos…

– ¡No pronuncie esa palabra en mi casa!

AHORA, CON TRANQUILIDAD:

– Llamémoslo negocios, entonces. ¿Sabe de algún competidor comercial que no le tenga simpatía?

J.C. agitó el puño: no, no.

– Las reglas las marcan ustedes; nosotros las acatamos. Llevamos los negocios con orden y limpieza y así no nos hacemos enemigos.

– Entonces, probemos otra cosa. Usted es lo que denominamos un informador pagado, y los tipos así se crean enemigos. Piense en ello y deme algún nombre.

– ¡«Informador pagado»! Una manera muy fina de decir soplón, delator, chivato…

– Nombres, señor Kafesjian.

– Un tipo que está en chirona no puede colarse en una bonita y tranquila casa familiar. No tengo ningún nombre que darle.

– Entonces, hablemos de los enemigos de Tommy y de Lucille.

– Mis hijos tampoco tienen enemigos.

– Piénselo bien. El tipo irrumpe en la casa, rompe una colección de discos y destroza la ropa de su hija. Los discos eran de Tommy, ¿no?

– Sí, era la colección de mi hijo.

– Ya. Y Tommy es músico, de modo que quizás el ladrón tenía alguna cuenta pendiente con él. Quizá quería destruir sus cosas y las de Lucille aunque, por alguna razón, no subió a sus dormitorios. Hábleme, pues, de los enemigos de sus hijos: viejos colegas músicos, ex novios de Lucille… Piense.

– No, no se me ocurre…

J.C. no terminó la frase. Como si acabara de encenderse una luz en su cerebro.

Cambio de tema:

– Tengo que tomar las huellas digitales de toda la familia. Las necesitamos para compararlas con las que pueda haber dejado el ladrón.

Kafesjian sacó un fajo de billetes:

– No. De eso, nada. Mi casa la limpio…

Le estrujé la mano con la mía.

– Haga lo que le parezca, pero recuerde que esto es cosa de Exley y que estoy más obligado con él que con Wilhite.

J.C. se desasió y agitó en la mano unos billetes de cien.

– A la mierda -solté-. A la mierda toda su sebosa familia.

Un rápido movimiento, un crujido: Kafesjian agitaba más billetes; un par de miles, en total.

Me di la vuelta antes de que la cosa empeorase.

7

Tiempo de trabajo fastidioso.

Pinker llevó los perros al laboratorio. Los chicos de huellas encontraron rastros, impresiones parciales. La multitud de mirones se redujo; los agentes de uniforme interrogaron a la gente del barrio. Junior recopiló los informes: nada de especial esa noche; una velada típica de los Kafesjian.

Es decir: épicas disputas familiares y ruido de saxo toda la noche. J.C. regó el césped luciendo un suspensorio. Tommy echó una meada por la ventana de su dormitorio. Madge y Lucille estuvieron enfrascadas en una áspera discusión a gritos. Cardenales, ojos a la funerala: lo de costumbre.

Horas de espera; dejé que transcurrieran lentamente.

Lucille y Madge se marcharon; adiós en un Ford Vicky rosa. Tommy practicó escalas: los hombres del laboratorio se pusieron tapones en los oídos. Latas de cerveza por las ventanas: Almuerzo de Campeones.

Junior fue a por el Herald. Un anuncio de Morton Diskant: conferencia de prensa a las seis de la tarde.

Mucho tiempo que matar: subí a la furgoneta del laboratorio y observé el trabajo de los técnicos.

Disección de tejidos, extracción: nuestro tipo había metido los ojos de los perros en sus respectivas gargantas.

Volví al coche dispuesto a echar una cabezada; dos noches seguidas sin apenas pegar ojo me habían dejado para el arrastre.

– Dave, despierta y despéjate -Ray Pinker; demasiado pronto, maldita sea. Yo, con un bostezo:

– ¿Resultados?

– Sí, e interesantes. No soy médico y lo que he hecho no era una autopsia, pero creo que puedo sacar algunas cosas importantes en limpio.

– Adelante. Cuéntame ahora y luego envíame un informe resumido.

– Bien, los perros fueron envenenados con hamburguesa rociada de trictocina de sodio, conocida comúnmente como veneno de hormigas. He encontrado fragmentos de guante de piel en los dientes y las encías, lo cual me lleva a pensar que el ladrón les echó la comida pero no esperó a que murieran para mutilarlos. Me dijiste que habías olido a cloroformo, ¿recuerdas?

– Sí. Imaginé que eran los trapos que tenían metidos en la boca.

– Hasta ahí tienes razón. Pero no era cloroformo, sino clorestelfactiznida, un producto químico para la limpieza en seco. Pues bien, J.C. Kafesjian es dueño de una cadena de tiendas de lavado en seco. Interesante, ¿no?

El tipo había entrado, robado y destruido. Un psicópata, pero preciso: nada de desorden. Atrevido y parsimonioso. Un psicólogo, mierda; y limpio, preciso.

– ¿Estás diciendo que quizá conoce a la familia, que quizá trabaja en una de las tiendas?

– Exacto.

– ¿Habéis encontrado los pantalones de la chica?

– No. Había restos de tela quemada en el cubo de basura de los perros, así que no hay modo de descubrir el grupo sanguíneo por el semen.

– Mierda. Eso de los pantalones fritos parece cosa de J.C.

– Escucha, Dave. Esto no es más que una teoría, pero me gusta.

– Adelante.

– Bien: los perros tenían quemaduras químicas alrededor de los ojos, y los huesos del hocico fracturados. Creo que el ladrón los debilitó con el veneno, les aplastó el hocico y luego intentó dejarlos ciegos mientras aún estaban vivos. La clorestelfactiznida causa la ceguera si se aplica localmente, pero los animales se agitaban demasiado e incluso le mordieron. Murieron por el veneno y el tipo los destripó postmortem. Tenía alguna extraña fijación con los ojos, así que los arrancó con mucho cuidado, los introdujo en sus gargantas y luego metió los trapos empapados en esa sustancia. Los cuatro globos oculares estaban saturados de ese tóxico, de ahí mi conclusión.

Junior y un agente de uniforme se acercaban.

– Dave.

– Ray -le corté al instante-, ¿has oído alguna vez que se torturase a un perro guardián en un 459?

– Nunca. Y no se me ocurriría un motivo.

– ¿Venganza?

– Venganza.

– ¿Dave…? -Junior.

– ¿Qué?

– Dave, éste es el agente Bethel. Agente, cuéntele al teniente.

Nervioso; un novato:

– Esto…, señor, tengo dos confirmaciones de un merodeador en este bloque la noche del robo. El sargento Stemmons me ha hecho preguntar en las casas donde no había nadie antes. Una anciana me dijo que había llamado a la comisaría de Wilshire, y otro hombre ha declarado haberlo visto también.

– ¿Descripción?

– Un tipo joven, caucasiano. Eso es todo. Ningún detalle más, pero he llamado a la comisaría de todos modos. Han confirmado que mandaron un coche, pero no hubo suerte y esa noche no se detuvo ni se comprobó la identidad de ningún merodeador blanco en toda la zona.

Una pista; se la pasé a Junior.

– Llama a Wilshire y consigue cuatro hombres más para visitar las casas que faltan; empezad, digamos, a partir de las seis. Que consigan descripciones de posibles merodeadores. Comprueba los archivos que te dije y pásate por las tres primeras tiendas de Kafesjian de tu lista. ¿Ray?

– ¿Sí, Dave?

– Ray, cuéntale a Stemmons tu punto de vista químico. Junior, investiga ese aspecto con los empleados de las tiendas. Si das con algún sospechoso, no hagas ninguna estupidez como matarlo.

– ¿Por qué no? Quien a hierro mata, a hierro muere.

– No seas idiota. Quiero saber qué tiene ese tipo contra los Kafesjian.

Tres tiendas E-2 Kleen; la más próxima, en South Tremaine, 1248. Me acerqué al lugar; el Ford rosa estaba aparcado ante el local.

Estacioné en doble fila; un tipo salió enseguida con aire nervioso. Le reconocí: Abe Voldrich, mano derecha de Kafesjian.

– Por favor, agente. Ellos no saben nada del maldito robo. Llame a Dan Wilhite, hable con él de… de…

– ¿De las ramificaciones?

– Sí, es una buena palabra. Agente…

– Teniente.

– Teniente, déjelo estar. Sí, la familia tiene enemigos. No, no le van a decir quiénes son. Puede preguntárselo al capitán Dan, pero dudo que se lo diga.

Mariquita espabilado.

– Así pues, no hablaremos de enemigos.

– ¡Eso está mucho mejor!

– ¿Qué me dice de la clorestelfactiznida?

– ¿Qué? Eso me suena a chino.

– Es un producto para la limpieza en seco.

– De ese aspecto del negocio conozco poco.

Entré en el local:

– Quiero una lista de empleados. De todas las tiendas.

– No. Sólo contratamos a gente de color para el trabajo de lavado y planchado, y la mayor parte están en libertad provisional. No les gustaría tenerle por ahí haciendo preguntas.

¿El crimen de un negro? No; no me sonaba.

– ¿Tienen vendedores negros?

– No. J.C. no confía en ellos para el dinero.

– Déjeme inspeccionar el almacén.

– ¿Qué busca, ese producto del que hablaba? ¿Por qué?

– Se lo echaron a los perros guardianes.

Voldrich, con un suspiro:

– Adelante, pues. Pero no alborote a los obreros.

Rodeé el mostrador. Detrás había una pequeña fábrica: cubas, planchadoras a vapor, negros doblando camisas. Estanterías en la pared: botellas, frascos.

Comprobé las etiquetas; dos hileras completas y allí estaba: clorestelfactiznida, una calavera y dos tibias cruzadas.

Olfateé un frasco. Repulsivo/familiar. Escozor en los ojos. Devolví el frasco al estante y me demoré en la trastienda: podían aparecer las mujeres. No tuve suerte; sólo unas furtivas miradas de esclavo. Regresé a la parte delantera de la tienda chorreando sudor.

Lucille en el mostrador, colgando camisas. Bum bum, meneo de caderas al ritmo de la radio. Bum bum, destello: sonrisa de vampiresa.

Le devolví la sonrisa. Lucille cerró los labios como si corriera una cremallera y arrojó lejos una llave ficticia. Fuera, Voldrich y Madge. Mamá K.: el maquillaje corrido, unas lágrimas.

Regresé al coche. Cuchicheos; no logré entender una mierda.

Encontré un teléfono público. A la mierda las tiendas E-Z Kleen.

Llamé a la oficina y dejé un mensaje para Junior: llama a Dan Wilhite, consigue una lista de soplones de Kafesjian. Probablemente era inútil: Dan se negaría, impaciente por aplacar a J.C. Un mensaje de Junior: había hecho averiguaciones y la cloresteleches era un producto estándar de amplio uso en el negocio del lavado en seco.

De vuelta a South Tremaine; un coche patrulla ante la casa. Bethel me hizo señales.

– Señor, hemos conseguido dos confirmaciones más del merodeador.

– ¿Más detalles de la descripción?

– No, pero parece que también es un mirón. Sacamos la misma descripción de un «varón joven, blanco», y las dos personas han declarado que le vieron asomarse a las ventanas.

Pienso: el instrumental para el robo/mutilación.

– ¿Han dicho si el hombre llevaba algo en las manos?

– No, señor, pero se me ocurre que podía ocultar las herramientas para el delito en su ropa.

– Pero no hubo ninguna denuncia.

– No, señor, pero tengo una pista que puede estar relacionada.

– Explíquese, agente -le pido con paciencia.

– Bien, la mujer de la casa de enfrente me ha dicho que, a veces, Lucille Kafesjian baila desnuda ante la ventana de su dormitorio. Ya sabe: con las luces detrás, de noche. La mujer dice que lo hace cuando sus padres y su hermano no están en casa.

Posibilidad:

Lucille, exhibicionista; mirón/merodeador/ladrón, enganchado a la familia.

– Bethel, usted llegará.

– ¿Eh? Sí, señor. ¿Adónde?

– En general. Pero, de momento, se queda aquí. Siga insistiendo en las direcciones donde aún no ha encontrado a nadie. Intente conseguir una descripción del mirón, ¿entendido?

– ¡Sí, señor!

Ronda de trabajo fastidioso:

Comisaría de Wilshire, repaso de papeles: listas de detenidos, fichas de modus operandi, informes de incidencias. Resultado: jóvenes blancos mirones, cero. Ladrones mataperros, cero.

Comisaría de University, listas, fichas: nada. Incidencias, tres recientes: un hombre blanco «de aspecto joven», «constitución normal», denunciado por mirón de moteles de alterne. ¿Mi hombre de los ojos? Tal vez, pero:

No consta dirección de moteles, sólo una anotación: «South Western Avenue». No consta nombre de denunciante ni número de identificación del agente.

De momento, no tenía adónde más ir.

Llamé a la comisaría de la calle Setenta y siete. El oficial de guardia, aburrido:

Nada sobre perros. Un joven blanco visto merodeando por los tejados: moteles de citas, clubes de jazz. Sin detenciones, ni sospechosos, ni informes; la comisaría estaba pendiente de un nuevo sistema de papeleo. Me enviaría las direcciones del club y del motel… cuando y si las encontraba.

Los discos rotos de Tommy K. ¿Los discos de jazz de Tommy K?

Más llamadas: calabozos de Central del LAPD/oficina de Investigación de la policía local. Resultados: ninguna detención por maltrato a perros este año; cero en jóvenes blancos mirones/merodeadores. Otros 459 postKafesjian: ningún sospechoso caucasiano.

Llamadas; un teléfono público acaparado durante tres horas. Repasadas todas las comisarías del LAPD y de la policía local. Mierda: ningún mirón joven blanco detenido; dos espaldas mojadas mataperros deportados a México.

Esperando: el archivo de pervertidos de la Central.

Bajé al centro. Una visita a la oficina: ningún mensaje; un informe sobre la mesa:

CONFIDENCIAL

30/10/58

A: TENIENTE DAVID D. KLEIN

DE: SARGENTO GEORGE STEMMONS, JR.

ASUNTO: KAFESJIAN/459 C.P.

947.1 (CÓDIGO DE SEGURIDAD E HIGIENE: MUTILACIÓN

CRIMINAL DE ANIMALES)

SEÑOR:

Según lo ordenado, he revisado los archivos de la Central del LAPD y de la Policía Local en busca de otros 459 parecidos al nuestro. No he encontrado ninguno. También he cruzado los datos sobre los detenidos por 947.1 (había muy pocos) con los archivos de 459, pero no he encontrado ningún nombre repetido. (El acusado de 947.1 más joven tiene ya 39 años, lo cual contradice la descripción del merodeador que nos proporcionó el agente Bethel.) También he revisado los expedientes locales y estatales sobre homicidios hasta 1950. No he encontrado ningún 187 o 187 anexo a robo con escalo que recuerde el modus operandi de nuestro hombre.

Ref.: Capitán Wilhite. Le he pedido «diplomáticamente» que nos proporcionara una lista de camellos/adictos delatados por los Kafesjian y me ha dicho que nunca se ha llevado un registro de sus soplos, que no ha quedado constancia por escrito, para proteger a la familia. El capitán Wilhite me ha proporcionado un nombre, el de un tipo delatado recientemente por Tommy Kafesjian: un vendedor de marihuana llamado Wardell Henry Knox, un negro que trabajaba de barman en diversos clubes de jazz. Los agentes del capitán Wilhite no daban con Knox, pero he sabido que éste fue asesinado hace poco (caso por resolver). Se trata de un homicidio entre negros que, probablemente, fue objeto de una investigación superficial.

Ref.: tiendas E-Z Kleen. En los tres locales que he visitado, el personal se ha negado de plano a hablar conmigo.

Volviendo al capitán Wilhite: Francamente, creo que miente respecto a que no hay constancia de los soplos de Kafesjian. Me ha expresado su disgusto por la discusión que tuviste con J.C. y me ha dicho que le habían llegado rumores de que la investigación federal sobre la delincuencia organizada se llevará a cabo finalmente y de que se centrará en el tráfico de narcóticos en las zonas centro y sur de Los Angeles. También le preocupa que se haga público el cohecho del LAPD a la familia Kafesjian, con el consiguiente descrédito para el departamento en general y para los agentes de Narcóticos que han llevado personalmente la relación con la familia.

Aguardo nuevas órdenes.

Respetuosamente,

Sgto. George Stemmons Jr.

Placa 2104

Sec. Subdirección Admva.

Junior: un novato competente, cuando se ponía a ello. Le dejé una nota: el mirón, más datos de la exhibicionista Lucille. Ordenes: volver a la casa, hablar con los agentes que interrogaban al vecindario, evitar a la familia.

Excitación: una ojeada al archivo de pervertidos. Perros/robos con escalo/mirones. A ver qué salía:

Un marine sorprendido tirándose a un pastor alemán. Un «Doctor Can», detenido por rociar a su hija con pus de perro pachón. Mataperros (ninguno que se ajustara a la descripción de nuestro hombre), folladores de perros, mamones de perros, apaleadores de perros, adoradores de perros, un chiflado que acuchilló a su mujer cuando llevaba puesto un disfraz de Pluto. Olfateadores de bragas, defecadores en lavabos y pilas, masturbadores (sólo fetichistas). Asaltantes de maricas, ladrones de travestidos, «Rita Hayworth» (vestido de Gilda, melena teñida, sorprendido abusando de un chiquillo dormido con cloroformo). La edad concordaba, pero un chulo lo había capado y el tipo se había suicidado: enterrado en San Quintín con su ropa de mujer. Mirones: ventanas, tragaluces, tejados; los payasos de los tejados, todo un número de circo. Ningún carnicero de perros guardianes; todos los degenerados, catalogados de pasivos: sorprendidos gimiendo, con la mano en la entrepierna. Darryl Wishnick, un modus operandi atractivo: espiar, forzar la entrada, violar perros guardianes sedados con carne rociada de narcótico… Una lástima que hubiera muerto de sífilis en el 56. Un pensamiento repentino: todos los mirones eran pasivos, nuestro hombre mataba perros de mala manera. Nada útil.

5.45: inquieto, hambriento. Una visita a Rick's Reef; tal vez Diskant en la tele.

Tomé el coche hasta el bar y engullí unos bocados. Noticias en televisión: Chavez Ravine, muertos en accidente de tráfico, el rojo.

Subí el volumen:

«…y anuncio mi retirada por motivos personales. Thomas Bethune será reelegido por falta de contrincante, pero tengo la ferviente esperanza de que esto no signifique que se apruebe el proyecto de usurpación de tierras de Chavez Ravine. Yo continuaré protestando de esta burda maniobra como ciudadano privado y…»

Ya sin apetito, me largué.

Una simple ronda, a ningún lugar en concreto. Hacia el distrito Sur: como atraído por un imán.

Figueroa, Slauson, Central. Un Plymouth gris de la policía detrás de mí; Asuntos Internos, seguramente, por orden de Exley. Aceleré: adiós, posible perseguidor.

Terreno de mirones: clubes nocturnos, burdeles. Bido Lito's, Klub Zamboanga, Club Zombie: techos bajos, fáciles de escalar. Motel Lucky Time, motel Tick Tock. Buenos observatorios: acceso al tejado, hierbas altas hasta el hombro. Una idea, clic: coger a Lester Lake en el Tiger Room.

Cambio de sentido, mirada por el retrovisor, mierda: un Plymouth gris aparcado.

¿Asuntos Internos o Narcóticos? ¿Matones al acecho?

Callejuelas, sin tiempo para maniobras evasivas: el garito de Lester cerraba a las ocho en punto. Lester Lake: inquilino, informador. Soplos baratos: Lester estaba en deuda conmigo.

Otoño del cincuenta y dos:

Una llamada de Harry Cohn, magnate del cine. Mi apodo de «el Contundente» le había intrigado. Me había creído judío, por el «Klein». Un cantante negro estaba tirándose a su chica: diez de los grandes por liquidarlos.

Dije que no.

Mickey Cohen dijo que no.

Cohn llamó a Jack Dragna.

Supe que me tocaría el trabajo: no podía rechazar la orden. Mickey: un capricho por una fulana no merece la muerte. Pero Jack insiste. Llamé a Jack: el asunto es una memez, no merece la pena. Dale una buena lección a ese Lester Lake, no lo mates.

Jack dijo: dásela tú.

Jack dijo: lleva a los hermanos Vecchio.

Jack dijo: lleva al negro a alguna parte y córtale las cuerdas vocales.

Tragó saliva. Una fracción de segundo…

– O cuento lo de Trombino y Brancato. Y arrastro por el fango el nombre de tu golfa hermanita.

Sorprendí a Lester Lake en la cama; o te corto, o te mato: tú eliges. Lester dijo, corta, rápido, por favor. Entraron los Vecchio; Touch traía un escalpelo. Unos tragos para relajar las cosas; unas gotas para dejar K.O. a Lester.

Anestesia: Lester llamando a mamá. Convencí a un médico expulsado del colegio: cirugía a cambio de no denunciarle por practicar abortos. Lester se curó. Harry Cohn encontró otra amiguita: Kim Novak.

A Lester le cambió la voz de barítono a tenor; desde entonces sólo se enrollaba con negras. Touch Vecchio acudía con sus novios a escucharle.

Lester dijo que estaba en deuda conmigo. Nuestro trato: un piso en mi bloque sólo para negros, alquiler reducido a cambio de buena información. Éxito: intimidaba a los morosos y daba soplos de apostadores.

El club: una fachada atigrada, un portero de esmoquin atigrado. Dentro: paredes de piel de tigre, camareras con ropa atigrada. Lester Lake en el escenario, cantando «Blue Moon» con voz chillona.

Ocupé un reservado y llamé a una tigresa: «Dave Klein quiere ver a Lester.» La chica desapareció detrás del escenario; estrépito de las máquinas tragaperras tras la puerta. Lester: reverencias de fingida humildad, falsos aplausos.

Las luces del local se encienden. Panorámica: conejitas de la jungla despatarradas en reservados de piel de tigre. Lester delante de mí, con un plato en la mano.

Pollo y wafles, todo grasiento.

– Hola, señor Klein. Iba a llamarle.

– Te has retrasado en el alquiler.

Lester tomó asiento.

– Sí, y ustedes los caseros no le dejan respirar a uno. Aunque podría ser peor. Podría tener un casero judío.

Miradas en nuestra dirección.

– Siempre me veo contigo en público. ¿Qué se imagina la gente que estamos haciendo?

– Nadie lo pregunta nunca, pero imagino que suponen que todavía recoge usted apuestas para Jack Woods. Yo soy hombre de apuestas, así que parece lo más lógico. Hablando de Jack, esta tarde le he visto cobrando los alquileres pendientes; por eso iba a llamarle a usted antes de que su hombre me sacuda como a ese pobre desgraciado del fondo del pasillo.

– Ayúdame y te lo sacaré de encima.

– De acuerdo. Pregunte lo que sea.

– No. Primero acaba esa bazofia. Luego, yo pregunto y tú contestas.

Pasó una tigresa; Lester se deshizo del plato y cogió un whisky. Un trago, un eructo:

– Pregunte, pues.

– Empecemos por nombres de ladrones de casas.

– Bien. Leroy Coates, en libertad provisional y gastando dinero. Wayne Layne, maestro del escalo, chuleando a su mujer para pagarse el hábito. Alfonzo Tyrell…

– Mi hombre es blanco.

– Sí, pero yo no salgo de la parte oscura de la ciudad. La última vez que supe de un ladrón blanco fue nunca.

– No está mal, pero yo le llamaría psicópata. El tipo rajó a dos doberman, sólo robó una vajilla de plata y luego revolvió algunas cosas de tipo familiar. Continúa.

– Continúo para ir a ninguna parte. No sé nada de un chiflado parecido, pero no hay que ser un Einstein para imaginar que tiene algo contra esa familia. Wayne Layne se caga en las lavadoras y es el ladrón de pisos más desquiciado que conozco.

– Está bien. Voyeurs, entonces.

– Mirones. Tipos que se excitan espiando por las ventanas. Tengo informes sobre mirones merodeando cerca de la casa del robo y por todo el Southside: moteles de sábanas calientes y clubes de jazz.

– Preguntaré por ahí, pero no va usted a sacar gran cosa a cambio del alquiler, estoy seguro.

– Probemos con Wardell Henry Knox. Vendía hierba y trabajaba de barman en tugurios de jazz, al parecer por esta zona.

– Al parecer porque los clubes de blancos no le contrataban. Y hacían bien, porque al tipo lo liquidaron hace unos meses. Persona o personas desconocidas, por si le interesa saber quién lo hizo.

La máquina de discos a todo volumen cerca de nosotros. Tirón del cable. Silencio inmediato.

– Ya sé que le mataron.

Murmullos de negros indignados. Que se jodan. Lester:

– Señor Klein, sus preguntas van muy lejos. De todas maneras, sospecho un motivo para lo de Wardell.

– Te escucho.

– Chicas. Wardell tenía sangre de chulo. Era el rey de los folladores. Se tiraba todo lo que se movía. Debía de tener un millón de enemigos.

– ¡Ya basta, joder!

Lester hizo un guiño.

– Pregúnteme algo de lo que pueda decirle alguna cosa.

– La familia Kafesjian. Tú tienes que saber más que yo.

Lester habló en voz baja.

– Sé que están en contacto con ustedes. Sé que sólo venden a negros y a lo que podría llamarse cualquiera, menos a blancos, porque así es como quiere las cosas el jefe Parker. Píldoras, hierba, caballo, esa gente son los proveedores número uno del Southside. Sé que prestan dinero y que tienen las manos libres a cambio de soplos; es decir, que delatan a los vendedores independientes al LAPD porque es parte del trato que tienen con ustedes. En fin, sé que J.C. y Tommy usan a esos negros en los que nadie se fija para mover el material, mientras Tommy controla al grupo. ¿Y busca un tipo loco?: pruebe con Tommy K. Suele rondar por el Bido Lito's con sus amigos y se levanta y se pone a tocar ese maldito saxo cada vez que le dejan, que es a menudo porque, ¿quién se atreve a decir que no a un tío loco, aunque sea un tipo canijo como Tommy? Tommy está chiflaaado. Está como una cabra. Él es el matón de los Kafesjian y he oído que es condenadamente bueno con la navaja. También he oído que hará cualquier cosa por estar a bien con los de Narcóticos. Dicen que se cargó al conductor borracho que atropelló a la hija de ese tipo de Narcóticos y se largó.

Chiflaaado.

– ¿Eso es todo?

– ¿No tiene suficiente?

– ¿Qué hay de Lucille, la hermana de Tommy? Es una tía rara: se exhibe desnuda en su casa.

– ¡Vaya! Bueno, ¿y qué? Lástima que Wardell esté muerto; seguro que querría tirársela. A lo mejor a ella le gustan los negros, como a su hermano. Me la tiraría yo mismo si no fuera porque la última vez que probé carne blanca me rebanaron el cuello. Usted debería saberlo: estaba allí.

Trinos en la máquina de discos. El propio Lester. Alguien había enchufado otra vez.

– ¿Te dejan poner tus propias canciones?

– Es cosa de Chick y Touch Vecchio. Son más sentimentales sobre el viejo incidente del cuello rajado que Dave Klein, el casero de barrio pobre. Mientras ellos se encarguen de las máquinas expendedoras y tragaperras del Southside para el señor Cohen, la versión de Harbor Lights de Lester Lake seguirá en esa máquina tocadiscos. Lo cual no me da mucha tranquilidad, porque el último par de semanas o así esos tipos nuevos con aspecto de recién llegados a la ciudad han estado trabajando la maquinaria, y eso puede pintar mal para el viejo Lester.

«Those haaarbor lights…»: pura sensiblería.

– Mickey debería andarse con cuidado, los federales podrían venir a investigar las máquinas de la zona. ¿Y no te han dicho nunca que cantas como un marica? ¿Como un Johnnie Ray sin trabajo?

Lester, con un aullido:

– Sí. Mis amigas. Hago que piensen que tengo tendencias afeminadas y así se esfuerzan mucho más para enderezarme. Touch V. suele venir con sus amigos mariquitas y yo estudio sus poses. Cuando me presentó a ese figurín rubio, fue como hacer toda una carrera universitaria en mariconería.

Bostecé. Las franjas atigradas empezaron a girar vertiginosamente.

– Duerma un poco, señor Klein. Parece agotado.

A la mierda el sueño: aquel imán seguía atrayéndome.

Recorrí en zigzag el este y el sur. Ningún Plymouth gris pegado al culo. Western Avenue: terreno de mirones, moteles de putas, ninguna dirección con la que empezar a trabajar. Western y Adams, paraíso de las putas: chicas esperando junto a Cooper's Donuts. Negras, mexicanas, unas cuantas blancas: vestidos con aberturas laterales hasta los muslos, pantalones ajustados.

Vuelco del corazón: la ropa de Lucille, rasgada y salpicada.

Vuelco del cerebro: Western y Adams, zona de University. Antivicio de University, allí estaba el archivo de prostitución: archivos de alias, listas de clientes, informes de arrestos. La sonrisa de buscona de Lucille, la sangre de papá en las zarpas: ¿Y si la chica hacía la calle por gusto?

Mucho imaginar. Las posibilidades eran muy remotas.

Decidí probar de todos modos.

Comisaría de Uny, convencer al responsable; el material sobre las putas, un revoltijo.

Fotos de fichas despegadas, copias de informes. Nombres: putas, apodos de las putas, hombres detenidos/fichados con las putas. Tres armarios de papeles sin ningún orden reconocible.

Hojeo entre ellos:

Ningún «Kafesjian», ningún nombre armenio. Una hora perdida; no era de extrañar: la mayoría de chicas utilizaba un apodo para salir bajo fianza. Una reflexión: si Lucille hacía la calle, y si la habían encerrado, probablemente habría llamado a Dan Wilhite para enfriar el asunto. 114 informes de detenciones, 18 chicas blancas: ninguna de las descripciones se ajustaba a Lucille. Una tarea inútil: la mayoría de los policías descuidaba los informes sobre prostitutas; las chicas se repetían siempre. Listas de apodos. Ninguna chica blanca que se hiciera llamar Luce, Lucille o Lucy; ningún apellido armenio.

Más fotos: algunas con cartel de datos colgado al cuello y anotaciones: nombres reales, alias, fechas. Chicas negras, mexicanas, blancas: 99,9 por ciento inútil. Piel de gallina: Lucille -de frente, de perfil-, sin cartel, sin anotaciones.

Manos a la obra: repasar todo el papeleo. Tres veces: cero, nada, tampoco. Ninguna referencia más a Lucille.

Sólo unas fotos de identificación.

El resto del expediente, traspapelado. Quizás.

O quizá Dan Wilhite había sacado los papeles, y se había descuidado las fotos.

Teoría: ladrón = mirón = cliente de Lucille K. Escribí una nota a Junior:

«Repasa todas las listas de prostitutas y clientes de la comisaría; busca información sobre las costumbres de Lucille». Piel de gallina: aquella condenada familia.

Pasé por la oficina y dejé la nota en la mesa de Junior. Medianoche: Subdirección, vacía.

– ¿Klein?

Dan Wilhite al otro extremo del pasillo. Le hice pasar. Estábamos en mi terreno.

– ¿Y bien?

– Y bien, lamento mucho el lío con los Kafesjian.

– No me interesan las excusas. Volveré a preguntarlo: ¿Y bien?

– Y bien, la situación es apurada y estoy tratando de ser razonable. Yo no pedí este trabajo, ni lo hago con gusto.

– Ya lo sé, y tu sargento Stemmons ya se ha disculpado por tu conducta. También me ha pedido una lista de los camellos denunciados por J.C. y su gente. Por supuesto, no se la he dado. Y no volváis a pedirla, porque todas las anotaciones relativas a los Kafesjian han sido destruidas. ¿Y bien?

– En fin, así están las cosas. Y la pregunta debería ser, «¿Y bien, qué es lo que quiere Exley?».

Wilhite, brazos en jarras, a un palmo de mí.

– Dime qué piensas tú de ese 459. A mí me parece un aviso de una banda de traficantes. Creo que Narcóticos está más preparado para llevar el asunto y creo que deberías decírselo así al jefe Exley.

– Yo no opino igual. Para mí que el ladrón tiene una fijación por la familia; quizá por Lucille, concretamente. Podría ser un mirón que ha estado actuando por el barrio negro en los últimos tiempos.

– O tal vez sea cosa de un chiflado. Una banda rival que utiliza tácticas de terror.

– Tal vez, pero no lo creo. En realidad no soy un experto en investigaciones, pero…

– Desde luego. Lo que eres es un matón con un título de Derecho…

FRÍO/TRANQUILO/QUIETO.

– …y lamento haberte dado vela en este entierro. Bien, he oído que la investigación federal se llevará a cabo, finalmente. Me he enterado de que Welles Noonan tiene auditores comprobando las declaraciones de la renta: la mía y la de algunos de mis hombres. Probablemente, eso significa que conoce lo de Narcóticos y los Kafesjian. Todos hemos recibido dinero, todos hemos comprado cosas caras que no podemos justificar, así que…

Sudoroso, echándome encima el aliento pestilente a tabaco.

– …así que cumple tu deber para con el departamento; tienes una lista de veinte nombres; yo, no, y mis hombres, tampoco. Tú puedes hacer de abogado y chupar de Mickey Cohen, y nosotros no. Y estás en deuda con nosotros, porque tú dejaste que Sanderline Johnson saltara. Welles Noonan tiene esa fijación con el Southside porque tú has comprometido su campaña. La presión sobre mis hombres es culpa tuya, de modo que a ti te toca arreglar las cosas. Ahora bien, J.C. y Tommy están fuera de sí. Nunca han tratado con agencias policiales hostiles y, si los federales empiezan a presionarles, serán incapaces de dominarse. Quiero que se tranquilicen. Aparca esa mierda de investigación, Dave. Dale a Exley lo que sea necesario, pero quítate del camino de esa familia lo más deprisa que puedas.

A un palmo de su rostro, también con los brazos en jarras:

– Lo intentaré.

– Hazlo. Imagina que es uno de tus trabajos pagados. Supón que yo estoy convencido de que arrojaste a Johnson por esa ventana.

– ¿De veras lo crees?

– Eres lo bastante codicioso, pero no tan estúpido.

Acompañé a Dan hasta la puerta; al andar, las piernas me temblaban. Sobre la mesa del despacho encontré una nota del escribiente: «Ha llamado P. Bondurant. Dice que llames a H. Hughes al hotel Bel-Air.»

8

– …y Pete me ha hablado de su espléndida actuación en el asunto Morton Diskant. ¿Sabía que Diskant es miembro de cuatro organizaciones que han sido clasificadas como tapaderas comunistas por la Fiscalía General del estado de California?

Howard Hughes: alto, delgado. Una suite de hotel, dos lacayos: Bradley Milteer, abogado; Harold John Miciak, guardaespaldas.

Siete de la mañana. Aturdido, maquinando un plan: encerrar a algún chiflado por el trabajo en casa de los Kafesjian.

– No, señor Hughes, no lo sabía.

– Pues debería. Pete me ha dicho que sus métodos eran rudos y quiero que sepa que los antecedentes de Diskant justificaban el trato que le dio. Entre otras cosas, proyecto establecerme como productor de películas independiente. Me propongo producir una serie de películas de batallas aéreas contra los comunistas, y uno de los argumentos principales de esas películas será que el fin justifica los medios.

Milteer:

– El teniente Klein también es abogado. Si acepta lo que usted va a proponerle, seguro que le hará llegar una interpretación adicional de los términos del contrato.

– No he practicado mucho como abogado, señor Hughes. Y en estos momentos estoy bastante ocupado.

Miciak carraspeó. Manos tatuadas: la marca de alguna banda.

– Eso no es trabajo para un abogado. Pete Bondurant ya tiene lleno el plato, así que…

Hughes, interrumpiéndole:

– La palabra que mejor resume el asunto es «vigilancia», teniente. Explíqueselo en detalle, Bradley.

Milteer, remilgado:

– El señor Hughes contrató en exclusiva a una joven actriz llamada Glenda Bledsoe, la instaló en una de sus casas de invitados y la estaba preparando para que interpretara papeles importantes en esas películas sobre las Fuerzas Aéreas. La chica ha violado el contrato al abandonar la casa y faltar a sesiones de ensayo sin pedir permiso. Actualmente, hace de protagonista femenina en una película de miedo de una productora no agremiada que se rueda en Griffith Park. Se titula El ataque del vampiro atómico, así que ya puede usted imaginar la calidad de la obra.

Hughes, remilgado:

– El contrato de la señorita Bledsoe le permite hacer una película al año con otro productor que no sea yo, de modo que no puedo romper el contrato por eso. Sin embargo, existe una cláusula de moralidad que podemos utilizar. Si demostramos que la chica es alcohólica, delincuente, adicta a los narcóticos, comunista, lesbiana o ninfómana, podemos denunciar el contrato y cerrarle las puertas de la industria del cine basándonos en ello. La única alternativa a eso es conseguir pruebas de que la señorita Bledsoe ha participado conscientemente en actos publicitarios de otras productoras rivales de Hughes, aparte de su trabajo para esa ridícula película de monstruos. Teniente, su trabajo consistiría en vigilar a la señorita Bledsoe con el objeto de reunir información sobre violaciones del contrato. Sus honorarios serán de tres mil dólares.

– ¿Le ha explicado la situación a la chica, señor Milteer?

– Sí.

– ¿Cuál fue su reacción?

– Sus palabras fueron, «¡Que te jodan!». ¿Qué responde usted, teniente?

El «no» en la punta de la lengua. Lo reprimí. Recordé:

Hush-Hush decía que Mickey C. financiaba aquella película.

«Casa de invitados» significaba «picadero». Que Howard Hughes se ocupara de poner orden en su propio gallinero.

Una idea:

Utilizar a algunos muchachos de la sección para el trabajo de seguimiento. Echar mano de un fondo especial: el dinero de los detenidos por los soplos de Kafesjian.

REGATEA. SUBE LA CIFRA.

– Cinco mil, señor Hughes. Puedo recomendarle alguien mas barato, pero no puedo desatender mis obligaciones normales por menos de esa cantidad.

Hughes asintió; Milteer sacó un fajo de billetes.

– Está bien, teniente. Aquí tiene dos mil por adelantado, y espero informes cada dos días, por lo menos. Puede llamarme aquí, al Bel-Air. Y ahora, ¿hay algo más que necesite saber de la señorita Bledsoe?

– No, ya me las arreglaré con el equipo de la película.

Hughes se puso en pie. Le tendí la mano gustosamente:

– La atraparé, señor.

Un apretón débil. Unos dedos fláccidos. Hughes se limpió la mano, restregándola a escondidas.

Dinero nuevo: gastarlo con vista. Pensar con vista:

Atrapar a Glenda Bledsoe enseguida. Dejar que Junior llevara parte del asunto Kafesjian, si había terminado de repasar los archivos que le dije. Aclarar la pista del barrio negro y evitar que volvieran a seguirme.

Instinto: Exley no me delataría en lo de Johnson. Lógica: destruyó el informe del forense; yo podría dar el soplo de lo de Diskant. Instinto: su interés por Kafesjian, ASUNTO PERSONAL. Instinto: me utilizaba como cebo; un policía bruto enviado para aumentar la presión.

Conclusiones:

Número uno: Wilhite y Narcóticos, los más peligrosos; para ellos era un policía torcido enredando con su fuente de ingresos. Quizás estaba a punto de sonar el blues del gran jurado federal: acusaciones en firme, procesos. Luego, policías corruptos sin trabajo y una cabeza de turco: un abogado-casero con una pensión de policía segura. Y para los asesinos sin trabajo, un objetivo: yo.

Número dos: Encontrar un ladrón/pervertido confesante; algún chiflado que cargara con el 459. Untar a los detectives de la comisaría para dar con alguno: mantener a Junior en la investigación real. ¿Que no aparece el auténtico ladrón?, Míster Pervertido se carga el muerto.

Me acerqué a la comisaría de Hollywood. El encargado del archivo no estaba. Eché un vistazo a «459 Resueltos» y «Falsas Confesiones», 1949-1957. Una hoja 187 en el tablón: el Diablo de la Botella. Asunto de pervertidos; estupendo. Cogí una copia.

Conclusión número tres:

Todavía bastante asustado.

Griffith Park, carretera oeste arriba: riachuelos, pequeñas montañas. Curvas empinadas, cañadas y matorrales: Peliculandia.

Un aparcamiento improvisado, abarrotado de vehículos. Añadí el mío. Gritos, carteles de manifestantes moviéndose a lo lejos. Salté a un remolque plano y observé el alboroto.

Piquete del sindicato; Chick Vecchio plantándoles cara; el bate de béisbol preparado, en alto. Un claro, camiones y plataformas, el plató: cámaras, una nave espacial medio Chevrolet.

– ¡Esquiroles! ¡Basura de esquiroles!

Suficiente; cargo contra el piquete: «¡Oficial de Policía!» Los manifestantes, acogotados: me dejan pasar sin protestas.

Chick me saludó; sonrisas, palmadas en la espalda.

– ¡Escoria! ¡Connivencia policial!

Nos alejamos hasta los remolques. Silbidos, nada de piedras; llorones. Chick:

– ¿Buscas a Mickey? Apuesto a que tiene un bonito sobre para ti.

– ¿Te lo ha dicho él?

– No, es lo que mi hermano llamaría una «conclusión inevitable para un buen conocedor». ¡Vamos, hombre! Un testigo vuela por la ventana en presencia de Dave Klein. ¿Qué va a suponer cualquier buen conocedor que se precie?

– Creo que estabas a punto de repartir un poco de leña sindical.

– ¡Oye!, deberíamos haber llamado al viejo Contundente. En serio, ¿se te ocurre alguna idea? Mickey está de un humor insoportable. ¿Sabes de algún muchacho que no nos costara un ojo de la cara?

– ¡Mierda!, déjales que protesten.

– No. Se ponen a gritar mientras rodamos y luego tenemos que volver a grabar el sonido. Y eso cuesta dinero.

Alguien, en alguna parte:

– ¡Cámaras! ¡Acción!

– En serio, Dave.

– Está bien, llama a Fats Medina, del gimnasio de Main Street. Dile que he dicho cinco muchachos y una barricada. Dile que cincuenta por cabeza.

– ¿De verdad?

– Hazlo esta noche y mañana ya no tendrás problemas con el sindicato. Vamos, quiero echar un vistazo a la película.

Llegamos al plató. Chick se llevó el índice a los labios: estamos rodando.

Dos «actores» gesticulando. La nave espacial en primer plano: aletas de Chevrolet, parrilla de Studebaker, pista de lanzamiento de cartón piedra.

Touch Vecchio:

«Los cohetes rusos han arrojado basura atómica sobre Los Angeles; una trama para convertir a los angelinos en autómatas receptivos al comunismo. ¡Han creado un virus vampiro! ¡La gente se ha convertido en monstruos que devoran a sus propias familias!»

Su coprotagonista: rubio, un relleno en la entrepierna:

«La familia es el concepto sagrado que une a todos los americanos. ¡Tenemos que detener esta invasión que nos arrebata el alma, al precio que sea!»

Chick, en un susurro con la mano delante de la boca:

– Los del piquete gritan que mi hermano ha matado a ocho hombres, y Touch se toma en serio los abucheos. Y, encima, él y ese encanto rubito se ponen a hacer guarradas en los remolques cada vez que pueden; incluso bajan a ligar a los lavabos de Fern Dell. ¿Ves al tipo del megáfono? Es Sid Frizell, el presunto director. Mickey le contrató barato y para mí que es un ex convicto que no podría dirigir un desfile de mongólicos. Siempre anda hablando con ese tipo, Wylie Bullock, el cámara, que al menos tiene un lugar donde dormir, y no como la mayoría de los vagabundos que ha contratado Mickey. Imagina: contrató al personal en los mercados de esclavos de los barrios bajos. Duermen en el plato, como si esto fuera una especie de jungla de mendigos. ¿Y el diálogo? También Frizell; Mickey le suelta diez pavos extra al día para que se ocupe del guión.

Ni Mickey, ni mujeres. Touch:

«¡Mataría a los máximos jerarcas del Secretariado soviético para proteger la santidad de mi familia!»

El rubito: «Te comprendo, desde luego, pero primero debemos aislar la basura atómica antes de que se filtre a la presa de Hollywood. ¡Mira a esas desgraciadas víctimas del virus vampiro!»

Corte a unos extras disfrazados de hombre lobo bailando un loco hip-hop. Hip, hop… Botellas asomando del bolsillo de atrás de los pantalones.

Sid Frizell:

– ¡Corten! ¡Os he dicho que dejéis el vino con las mantas y los sacos de dormir! ¡Y recordad la orden del señor Cohen: nada de vino antes del descanso para el almuerzo!

Uno de los tipos, tambaleante, acabó chocando con la nave espacial. Touch le pellizcó el culo al rubito disimuladamente.

– ¡Cinco minutos de descanso y nada de beber! -Frizell.

Ruido de fondo:

– ¡Esquiroles! ¡Policía, títeres!

Nada de Glenda Bledsoe.

Touch pasó junto a la cámara, lento, viscoso.

– Hola, Dave. ¿Buscas a Mickey?

– Todo el mundo me pregunta lo mismo.

– Bueno, es la conclusión inevitable del buen conocedor.

Chick me guiñó un ojo.

– Ya aparecerá. Habrá ido a comprar pan de hace una semana para los bocadillos. Imagina la cocina que tenemos: pan seco, donuts rancios y esa carne que venden por la puerta de atrás en ese matadero de Vernon. Dejé de comer en el plató cuando encontré piel y pelos en mi salchicha con queso.

Me reí. Comentario de script: el rubio y un viejo vestido de Drácula. Touch suspiró.

– Rock Rockwell va a ser un gran astro. Fíjate, le está diciendo al mismísimo Elston Majeska cómo debe interpretar el papel. ¿Qué significa eso para el buen conocedor?

– ¿Quién es Elston Majeska?

Chick:

– Era una especie de estrella del cine mudo en Europa y ahora Mickey le consigue permisos del asilo. Está enganchado, así que Mickey le paga con caballo cortado que consigue barato. Elston dice sus frases, se mete la aguja y le entra furor por el dulce. Deberías verle tragar esos donuts secos.

El viejo, tambaleándose, quitó el envoltorio de un pastelillo Mars. El rubito le agarró por la capa.

Touch, embelesado:

– ¡Se lo va a follar!

– ¡Glenda al plató dentro de cinco minutos! -Frizell.

– Cuando conocí a Mickey, ganaba diez millones al año. De aquello a esto, Dios santo.

– Las cosas vienen y se van -Chick.

– La antorcha pasa -Touch.

– Bobadas. Mickey salió de McNein Island hace un año, y nadie se ha hecho cargo aún de su viejo negocio. ¿Está asustado, acaso? Ya han liquidado a tiros a cuatro de sus muchachos y todos los casos están por resolver; y con eso quiero decir que nadie sabe quién lo ha hecho. Vosotros dos sois los únicos matones que le quedan y no comprendo cómo estáis con él todavía. ¿Qué le queda a Mickey, el negocio de las tragaperras del barrio negro? ¿Cuánto puede sacar con eso?

Chick se encogió de hombros:

– Míralo de esta manera: llevamos mucho tiempo con él y quizá no nos apetece cambiar. Mickey es un tipo listo y los tipos listos consiguen resultados tarde o temprano.

– Bonitos resultados. Y Lester Lake me dijo que unos tipos de fuera de la ciudad están trabajando las tragaperras del Southside.

Chick se encogió de hombros. Piropos y silbidos de admiración entre los extras: Glenda Bledsoe con un vestido de majorette.

Alta, esbelta, rubia miel. Toda piernas, toda pechos; una sonrisa que decía que nunca se creía nada. Un poco patizamba, ojos grandes, pecas oscuras. Puro algo: quizás estilo, quizás energía.

Touch me dio más detalles:

– Glenda la seductora. Rock y yo somos los únicos del plató inmunes a sus encantos. Servía bandejas de comida por la ventanilla de los coches en el autor restaurante Scrivner's cuando Mickey la descubrió. Mickey está embobado con ella; Chick, también. Glenda y Rock hacen de hermanos. Ella se ha infectado con el virus vampiro y trata de seducir a su propio hermano. Después, se convierte en un monstruo y obliga a Rock a huir a las montañas.

– ¡Actores en sus puestos! ¡Cámara! ¡Acción!

Rock: «Susie, soy tu hermano mayor. El virus vampiro ha atrofiado tu crecimiento moral y todavía te quedan dos años para entrar en el instituto de Hollywood.»

Glenda: «Todd, en tiempos de lucha histórica, las reglas de la burguesía no sirven.»

Un abrazo, un beso. Frizell:

– ¡Corten! ¡Toma buena! ¡Positivar!

Rock se desasió del abrazo. Silbidos, gritos de júbilo. Uno de los vagabundos abucheó; Glenda le dedicó un gesto: a tomar por culo. Mickey C. se encerró en un remolque, cargado de paquetes.

Di un rodeo por detrás del plató y llamé a la puerta.

– ¡El dinero para el vino no se repartirá hasta las seis en punto! ¡Hatajo de borrachos atontados! ¡Esto es un plató para filmación de exteriores, no la misión de Cristo Redentor!

Abrí la puerta y atrapé un bollo volador. Seco. Lo mandé de vuelta.

– ¡David Douglas Klein! El «Douglas» es una prueba concluyente de que no eres de mi sangre, jodido holandés pedorrero. Rechazas mi comida, pero dudo mucho que rechaces el dinero que Sam Giancana me ha encargado darte. -Mickey metió un sobre con un fajo de billetes bajo mi pistolera-. Sammy dice que gracias. Dice que ha sido un trabajo condenadamente bueno, con tan poco tiempo de aviso.

– Salió bien por muy poco, Mick. Me ha causado muchos problemas.

Mickey se dejo caer en un sillón.

– A Sammy no le importan tus problemas. Tú, más que nadie, deberías conocer el carácter de ese loco pedorrero chupapollas.

– Pues más vale que se preocupe por los tuyos.

– Ya lo hace, aunque sea con sus métodos bastos de tragón de espaguetis.

Fotos de Glenda casi desnuda en las paredes.

– Digamos que esta vez ha calculado mal.

– Como dice la canción, «¿Debe importarme?»

– Sí, debe importarte. La investigación de Noonan sobre el boxeo también saltó por la ventana, de modo que ahora anda loco por organizar algo en el barrio negro. Si los federales se meten en el Southside, seguro que investigarán tu negocio con las máquinas. Si me llega alguna noticia, te lo diré, pero es posible que no me entere. Sam ha puesto en verdaderas dificultades tu último negocio productivo.

Chick V. junto a la puerta; Mickey, con los ojos en las fotos.

– David, estas dificultades que predices me dejan asombrado. Mi única aspiración es ver legalizado el juego en este distrito; luego, pienso retirarme a las Galápagos y dedicarme a contemplar cómo las tortugas folian bajo el sol.

Solté una carcajada:

– El Legislativo del Estado no aprobará nunca el juego en el distrito. Y, si alguna vez lo hiciera, tú no conseguirías nunca una concesión. Bob Gallaudet es el único político de prestigio que lo apoya, y cambiará de opinión si consigue la Fiscalía.

Chick carraspeó; Mickey se encogió de hombros. Un permiso en la puerta: «Parques y Esparcimiento: Autorización para filmar.» Forcé la vista. En letra muy pequeña: «Robert Gallaudet.»

Otra carcajada.

– Bob te ha dejado filmar aquí a cambio de una contribución a su campaña. Está a punto de alcanzar la Fiscalía, de modo que piensas que un par de miles te dará ventajas en el asunto del juego. ¡Mick, debes de estar metiéndote más droga que ese viejo Drácula!

Un montón de fotos de chicas. Mickey les echó besos.

– La pareja que no tuve en el baile de promoción de 1931. Puedo garantizarle a la chica un aderezo de flores y muchas horas de diversión.

– ¿Y ella te corresponde?

– Mañana, tal vez sí, pero hoy me rompe el corazón. Ya habíamos quedado para cenar esta noche, pero luego ha llamado Herman Gerstein. Su compañía va a distribuir mi película y necesita a Glenda para que acompañe a Rock Rockwell, su amor loco, a un acto publicitario. Esos problemas… Herman está preparando a ese chapero para el estrellato sin contar conmigo, pero tiene pánico a que las revistas de escándalos descubran que le va la marcha por la puerta de atrás. Ya ves, todo un montaje y yo me quedo sin la compañía de mi bonita tetuda.

«Acto publicitario»: violación de contrato.

– Mickey, vigila tu negocio de las monedas. Recuerda lo que te digo.

– Adiós, David. Llévate un bollo para el camino.

Salí del remolque; Chick entró. Abrí el sobre: cinco de los grandes.

Un teléfono público; dos llamadas: a Identificaciones y a Junior.

Datos: Glenda Louise Bledsoe, 1,72 m, 58 kg, rubia/azules, FN 3/8/29, Provo, Utah. Permiso de conducir de California desde 8/46, cinco multas de tráfico. Chevrolet Corvette del 56, rojo/blanco, Cal. DX 413. Dirección: 2489 1/2 N. Mount Airy, Hollywood.

Junior. Sin suerte en la oficina. El escribiente de Subdirección me dijo que no había pasado por allí. Dejé un mensaje: que me llamara al autorrestaurante Stan's.

Fui hasta allí y ocupé un espacio libre cerca de la cabina telefónica. Café, una hamburguesa. Repaso de las copias de fichas.

Ladrones de casas confesos: datos físicos/modus operandi/antecedentes. Tomé notas. Mierda, el Diablo de la Botella, todavía suelto. Nombres, nombres, nombres; candidatos a psicópata inculpado. Más notas, aturdido: camareras coquetas, más dinero. Una idea irritante: un falso culpable no resolvía el caso; no había modo de encajar a Lucille y al ladrón en un ¿POR QUÉ?

El teléfono. Corrí a descolgarlo.

– ¿Junior?

– Sí. El escribiente me ha dicho que te llamara.

Cauteloso. Raro en él.

– ¿Has visto la nota que te dejé, verdad?

– Sí.

– Bueno ¿has encontrado algún papel sobre Lucille Kafesjian en el archivo de prostitutas de la comisaría?

– Estoy trabajando en ello, Dave. Ahora no puedo hablar. Escucha, te… te llamaré más tarde.

– ¡Una mierda, más tarde! Termina enseguida con eso y…

CLIC. Zumbido.

En casa, papeleo. Furioso con Junior: un inútil errático, cada vez peor. Papeleo: engordando el informe Kafesjian para Exley. Después, listas: posibles seguidores para Glenda, posibles pervertidos a inculpar. Llamadas recibidas: Meg (Jack Woods ha cobrado los alquileres atrasados), Pete B. (dile que sí al señor Hughes, le he convencido de que no eres subnormal). Llamadas realizadas: Subdirección, piso de Junior (sin suerte; cuando lo encuentre, le aplasto ese corazón insubordinado). La lista de seguidores; una suerte de perros: nadie libre para empezar esta noche. Me tocaría a mí por defecto: un acto publicitario significaba quebrantamiento de contrato.

De vuelta a Hollywood: calles secundarias, la autovía. No me siguió nadie, cien por ciento seguro. Gower arriba, Mount Airy, giro a la izquierda.

2489: apartamentos con patio: estuco color melocotón. Un cobertizo para coches con un Corvette blanco y rojo guardado.

5.10, recién oscurecido. Aparqué cerca: vista del patio/cobertizo. Matar el rato, el blues de la vigilancia; mear en una taza, deshacerse de ella, una cabezada. Tránsito de peatones/automóviles.

7.04, tres coches en el bordillo. Puertas abiertas, destellos de flashes: Rock Rockwell: esmoquin, una flor. Una carrerita hasta el patio, de vuelta con Glenda: guapa, un suéter ajustado. El resplandor de los flashes iluminó su expresión patentada: Mirad, es una broma y lo sé.

Zoom: los tres coches dieron media vuelta y se encaminaron al sur. Seguimiento en marcha, cuatro coches en comitiva: Gower, Sunset oeste. El Strip, Club Largo: tres coches se vaciaron.

Los conserjes perdieron el culo, serviles. Más fotos: Rockwell con cara de aburrido. Aparqué en lugar prohibido y coloqué en el parabrisas: «Vehículo Oficial Policía.» Los alrededores se correspondían con el local.

Entré con la placa, eché a un cliente de un taburete de la barra con la placa. Turk Butler en el escenario: el rey del club. En primera fila: Rock, Glenda, plumíferos. Fotógrafos junto a la salida: zoom funcionando.

Violación de contrato.

Cena: agua de seltz, pastas. Trabajo de vigilancia fácil: Glenda, locuaz; Rock, enfurruñado. Los periodistas le ignoraron: un soso.

Turk Butler dejó el escenario y salieron las chicas del coro. Glenda fumaba y reía. Las bailarinas tenían grandes tetas. Glenda se subió el suéter por bromear. Rock se dedicó a beber: whisky sours.

Salida del club a las diez en punto; a pie por Sunset hasta el Crescendo. Otro taburete de bar, vigilancia: pura Glenda. Glenda llamando la atención. Pequeños vestigios de Meg, y su ALGO personal.

Medianoche, una carrerita hasta los coches. Seguí a la caravana descaradamente de cerca. Regreso a casa de Glenda, farolas en la acera: un fingido beso de buenas noches recogido en fotos.

El periodista se marchó; Glenda le dijo adiós con la mano. Silencio, y unas voces contenidas.

– ¡Mierda, ahora no tengo coche! -Rock.

– Coge el mío, y tráete a Touch cuando vuelvas -Glenda-. ¿Pongamos dos horas?

Rock cogió las llaves y echó a correr, encantado. El Corvette salió quemando llanta; Glenda frunció el entrecejo. «Tráete a Touch cuando vuelvas» me sonó raro. Salí tras el coche.

Gower sur, Franklin este. Poco tránsito y nadie siguiéndome a mí. Al norte por Western, una pasada por el plató de filmación; el permiso de Mickey mantuvo abierta la carretera del parque.

Los Feliz, giro a izquierda, Fern Dell: arroyos y arboledas antes de las colinas de Griffith Park. Luces de frenos. Mierda: Fern Dell. En la brigada lo llamaban Paraíso del Chupa-pollas.

Rockwell aparcó. Hora punta. Luciérnagas rojas de cigarrillos en la oscuridad. Me eché a la derecha y paré el motor. Mis faros enfocaban a Rock y un chapero joven, muy mono.

Apagué las luces, bajé un poco el cristal. Cerca, capté la proposición:

– Hola.

– Hola.

– Esto… el otoño es la mejor estación en Los Angeles, ¿no crees?

– Sí, claro. Oye, acaban de dejarme un coche estupendo. Podríamos hacer una última visita al Orchid Room y luego ir a alguna parte. Tengo un poco de tiempo antes de recoger a mi chico… quiero decir, a una persona.

– No te andas con rodeos…

– Te aseguro que no. Anda, di que sí.

– No, encanto. Eres grande y brusco, y eso me gusta, pero el último tipo grande y brusco al que dije sí resultó ser un policía.

– ¡Oh, vamos!

– No, niet, nein, no. Además, he oído que los detectives de la Central también han estado rondando por Fern Dell.

Falso. Subdirección no se ocupaba nunca de homosexuales. Posible explicación: un exceso de celo de Junior, hombre de la brigada.

– Gracias por el aviso.

Una cerilla. Rock encendió un cigarrillo y siguió la ronda. Fácil de rastrear: el resplandor de la colilla pasando de marica en marica.

Pasó el tiempo, con una banda sonora penosa: jadeos de sexo entre los árboles. Una hora, una hora y diez; Rock reapareció subiéndose la bragueta.

Zum… el Corvette salió lanzado. Le seguí sin prisas. No había tráfico. Directo al plató, imaginé. Una barrera en la carretera, salida de la nada: unos hombres con bates de béisbol le dejaron pasar sin detenerle.

Faros de camión acercándose. Me detuve a distancia y observé. Chirriar de frenos, un camión grande con remolque: otra vez, los payasos del piquete. Se encendió un foco: una brillante ceguera blanca sobre el objetivo.

Los matones asaltaron el camión blandiendo bates claveteados. El parabrisas estalló; un hombre salió tambaleándose y eructando cristal. El conductor echó a correr; un clavo certero le arrancó la nariz.

La compuerta trasera saltó y los matones subieron en bloque: trabajando los costillares. Fats Medina sacó a un tipo arrastrándolo por el pelo; le arrancó el cuero cabelludo.

Ningún grito. Malo. ¿Por qué ningún ruido?

De vuelta a Fern Dell, y a casa de Glenda. Ningún grito. Muy raro; luego, el pulso dejó de resonarme en los oídos y éstos volvieron a funcionar.

Aguardé a que salieran los muchachos: Rock, Touch el amanerado, el matón con ocho muescas. Sospechoso: dos de la madrugada, una sirena de películas de serie B haciendo de anfitriona.

Un patio con la luz encendida: el suyo. Conecté el emisor y pasé las cintas para matar el aburrimiento. Mensajes, voces; la frecuencia de la comisaría.

Comentarios sobre el asunto de las pieles de Hurwitz: ladrones. Reconocí las voces: Dick Carlisle y Mick Breuning, guardaespaldas de Dudley Smith. Ni rastro de las pieles; Dud quería que se apretara fuerte a los peristas. Crepitación: interferencia entre comisarías. Breuning: Dud había sacado a Johnny

Duhamel de Antidisturbios. Un ex boxeador zumbado y peligroso. Más estática; pasé el dial: atraco a una licorería en La Brea.

El Corvette entró en el cobertizo; los muchachos caminaron hasta la casa haciéndose arrumacos.

Un timbrazo: la puerta se abre y se cierra.

Estudio de los accesos.

El patio delantero: demasiado arriesgado. El tejado, no: imposible subir. Detrás del apartamento: quizás una ventana por la que espiar.

Me arriesgo. Merece la pena, por una conversación jugosa.

Rodeé el bloque, conté las puertas traseras -una, dos, tres-; la de Glenda, cerrada con llave. Una ventana, cortinas entreabiertas. Ojos pegados al cristal:

Un dormitorio a oscuras; la puerta, ajustada. Presiono el cristal y se desliza en la guía. Se abre sin un chirrido, sin una vibración. Salvo el alféizar: arriba… y adentro.

Olores: algodón, perfume rancio. La oscuridad se hace gris. Una cama y unos estantes con libros. Voces. Me pego a la puerta y escucho:

– Bien, hay un precedente -Glenda.

– No muy afortunado, encanto -Touch.

Rockwell:

– Mary McDonald, «el Cuerpo». Una carrera saliendo de la nada; luego, ese secuestro salido de la nada. Los periódicos enseguida se olieron un truco publicitario. Yo pienso que…

– No era realista, por eso salió mal. -Glenda-. Ni siquiera se le desordenó el peinado. Recordad, Mickey Cohen financia nuestra película y está embobado conmigo, de modo que la prensa pensará enseguida en una intriga entre bandas. Hasta hace poco me administraba Howard Hughes, así que ya tenemos un personaje secundario…

– «Administraba»… ¡Vaya eufemismo! -Touch.

– ¿Qué es un eufemismo? -Rock.

– Tienes suerte de estar tan bueno, porque con ese cerebro no llegarías muy lejos.

– Cortad ya y escuchad. -Glenda-. Me pregunto qué pensará la policía. No es un secuestro por un rescate porque, francamente, nadie pagaría un dólar para librarnos de problemas a Rock y a mí. Lo que pienso…

Touch:

– La policía imaginará que alguien se quiere vengar de Mickey o algo parecido, y Mickey no tendrá la menor idea. A la policía le encanta molestar a Mickey. Molestar a Mickey es una de las actividades favoritas del departamento de Policía de Los Angeles. Y vosotros dos seréis buenos. Georgie Ainge os va a sacudir sólo un poquito más que una pizca, para darle realismo. La policía tragará, no os preocupéis. Los dos seréis víctimas de un secuestro y los dos tendréis un montón de publicidad.

– Actuación de método -Rock.

– Será un compromiso para Howard, ese cerdo -la chica-. No se le ocurriría denunciar el contrato de la bella víctima de un secuestro.

– Dime la verdad, encanto. ¿El tipo estaba colgado?

– Más loco que una cabra, Touch.

Todos se echaron a reír. El auténtico chiste: que los falsos secuestros siempre fracasaban.

Una rendija en la puerta. Me acerqué y apliqué el ojo. Glenda, en bata, con el cabello mojado:

– Hablaba de aviones para excitarse. Llamaba a mis pechos «mis hélices».

Más risas. Glenda salió de mi campo de visión. Crujidos de aguja, Sinatra. Esperé toda la canción por echarle otro vistazo.

No hubo suerte; sólo Ebb Tide, cantada muy lento. Crucé el dormitorio y salté por la ventana con una idea loca: No delatarla.

9

Monstruos:

Charles Issler, confeso: sádico con ansias de publicidad. «¡Pegadme! ¡Pegadme!»: con fama de morder a los tipos de Homicidios que no querían hacerle el favor. Michael Joseph Krugman, confeso: el Jesucristo número 187. Motivo: venganza. Cristo se había follado a su mujer.

Torbellino:

Muchas confesiones; encontrar un primo en la lista de identificaciones del LAPD. Y mientras, abriéndose paso dentro de mí, un INSTINTO…

Donald Fitzhugh: confeso de la muerte de un marica; Thomas Mark Janeway: abusos deshonestos a niños exclusivamente. Aquella COSA INSTINTIVA cada vez más intensa, casi una provocación. El Diablo de la Botella: estrangulador/mutilador/asesino de boxeadores sonados. Ningún candidato firme.

Desperté. ESE INSTINTO, enorme:

Los Kafesjian sabían quién había revuelto su casa; si encerraba al primer desgraciado que tuviera a mano, la familia jodería el asunto.

Sábanas sudadas/expedientes sudados/esa ficha que había pasado por mis manos últimamente:

George Sidney Ainge, alias «Georgie». Varón blanco, F.N. 28/11/22. Condenas por proxeneta en el 48 y el 53: catorce meses cumplidos en la cárcel del condado. Denuncias por venta de armas en el 56, 57 y 58: sin condenas. Ultima dirección conocida: S. Dunsmuir, 1219, L.A. Vehículo: Eldorado Caddy del 51, QUR 288.

Touch a Glenda: «George Ainge os va a sacudir sólo un poquito más que una pizca.»

Me afeité, me duché, me vestí. Glenda sonrió, respondiendo que frenara las cosas de momento.

La oficina, una nota interna de Exley: «Kafesjian/459: informe en extenso.» Ocho de la mañana; aún por entrar de servicio el turno de día: ninguna información sobre Georgie Ainge.

Café, pasado. Llamó un tipo de la Fiscalía por el asunto de esa incursión chapucera en la casa de apuestas: me cagué en él de abogado a abogado. Llegó Junior; sus pasos en la escalera secundaria, furtivo. Lancé un silbido, largo y agudo. Entró en el despacho. Cerré la puerta y bajé la voz:

– No vuelvas a colgarme el teléfono ni cualquier bobada parecida. A la próxima, firmo una petición de traslado que te arruina la carrera en la brigada tan deprisa…

– Dave…

– Dave, mierda. Stemmons, estás pasándote de la jodida raya. Obedece mis órdenes y haz lo que te diga. Bien, ¿has comprobado si hay papeles sobre Lucille Kafesjian en el archivo de la comisaría?

– No… no hay nada. Lo… lo repasé todo a fondo.

Nervioso, suspicaz. Cambié de tema:

– ¿Has estado acosando a los maricas de Fern Dell?

– ¿Qué?

– Un chapero dijo que nuestra gente estaba actuando en el parque y los dos sabemos que es mentira. Te lo repito, ¿has estado…?

Junior, con las manos levantadas, conciliador:

– Está bien, está bien, culpable. Le debía un favor a un antiguo alumno mío de la Academia. Trabaja en Antivicio de Hollywood y está atascado: el jefe le ha destinado al caso de los mendigos rajados. Yo sólo hice unos cuantos arrestos y dejé que él se los apuntara. Escucha, siento mucho si me salté algunas normas.

– Apréndete esas malditas normas.

– Seguro, Dave. Lo siento.

Temblando, sudoroso. Le ofrecí un pañuelo.

– ¿Has oído hablar de un chulo llamado Georgie Ainge? También se dedica a vender armas.

Movimientos de cabeza, ansioso por agradar.

– He oído que es un sádico. Un tipo de la comisaría me dijo que le gustan los trabajos en que tiene que hacer daño a alguna mujer.

– Sécate esa jodida cara; estás manchándome el suelo con el sudor.

Junior se apresuró a sacar: la pistola me apuntó. A mí. Rápido, le crucé la cara. Mi anillo de la escuela de Derecho le hizo sangre.

Nudillos blancos en torno al arma. Por fin, dejó de encañonarme. Buen tino.

– Conserva esa mala leche, tipo duro. Tenemos un trabajo en la calle y quiero que estés rabioso.

Coches separados. Que Junior se comiera el coco con la mitad de la película: buen chico/mal chico, ninguna detención. Que siguiera rabioso: yo tenía entre manos otro trabajillo privado y un falso secuestro podría echarlo a rodar. Junior: «Seguro, Dave, seguro», impaciente.

Llegué el primero. Un falso château: cuatro pisos, quizá diez apartamentos cada uno. Un Eldorado del cincuenta y uno junto al bordillo. Encajaba con la ficha de Ainge.

Repasé los buzones: G. Ainge, 104. El Ford de Junior frenó ante la casa: dos ruedas encima de la acera. Avancé por el pasillo en línea recta.

Junior me alcanzó a la carrera. Le hice un guiño; él me lanzó otro, medio crispado. Llamé al timbre.

La puerta se abrió unos centímetros. Tirón de orejas: señal al chico malo. Junior:

– ¡Policía, abran!

Error. Le hice una seña: patada a la puerta.

La puerta se abrió de par en par. Allí estaba: un gordo hijo de puta con las manos en alto. Cicatrices viejas en los brazos. Ahora vendría la jaculatoria: «Estoy limpio.»

– ¡Estoy limpio, agentes! Tengo un buen trabajo y tengo los resultados de un test de nalina que demuestran que ya no le doy a la aguja. Todavía estoy en libertad provisional y mi oficial de vigilancia sabe que he cambiado del caballo a la botella.

– Estamos seguros de que está usted limpio, señor Ainge. ¿Podemos pasar? -Una sonrisa.

Ainge se hizo a un lado; Junior cerró la puerta. El agujero: una cama empotrada, botellas de vino arrojadas a troche y moche, un televisor, revistas: Hush-Hush, varias de chicas. Junior:

– Besa la pared, pichón de mierda.

Ainge se abrió de brazos y piernas. Eché un vistazo a la portada de Hush-Hush: Marie McDonald, «el Cuerpo», reina del falso secuestro.

Georgie comió papel pintado; Junior le cacheó detenidamente. Página dos: algún amiguito de Marie se la había llevado a Palm Springs y la había apuñalado en una vieja cabaña minera. Una petición de rescate; su agente había llamado al FBI. Sátira: organice su propio secuestro por publicidad, cinco pasos fáciles.

Junior hizo agacharse a Ainge: golpe en los riñones, aceptable.

Georgie soltó un jadeo. Hojeé las otras revistas: sado-maso, mujeres amordazadas y atadas.

Junior tumbó boca abajo a Ainge de una patada. Una rubia tenía cierto parecido con Glenda. Abrí la boca:

– Lección número uno: llama a Hedda Hopper por anticipado. Lección número dos: no contrates secuestradores de la lista de Central. Lección número tres: no pagues a tu publicista con dinero marcado del rescate. ¿De quién fue la idea, Georgie? ¿Tuya, o de Touch Vecchio?

Ninguna respuesta.

Levanté dos dedos: EMPLÉATE A FONDO. Junior soltó un par de golpes a los riñones; Georgie Ainge vomitó bilis. Hinqué la rodilla cerca de él.

– Háblanos de eso. Ya no sucederá, pero cuéntanos de todos modos. Habla y no le decimos nada a tu oficial de vigilancia. Haznos enfadar y te encerramos por posesión de heroína. Gorgoteos:

– ¡Que os jodan!

Dos dedos/A FONDO.

Golpes a la nuca. Fuertes. Ainge se enroscó en posición fetal. Un golpe dio contra el suelo. Junior soltó un alarido y echó mano a la pistola.

Se la arrebaté, vacié la recámara, saqué el cargador.

Junior: «¡Dave, caray!» Adiós, tipo duro.

Ainge soltó un gemido. Junior lo pateó. Crujido de costillas.

– ¡VALE! ¡VALE!

Le senté en una silla; Junior recuperó el arma. Una botella sobre la cama; se la arrojé a Georgie.

Echó un trago, tosió, eructó sangre. Junior buscó el cargador. A gatas.

– ¿De quién fue la idea?

– ¿Cómo lo han sabido? -Ainge, con una mueca de dolor.

– No importa. He preguntado de quién fue la idea.

– De Touch. Touch V. El trato era arruinar la carrera de ese guapito y llevarnos a la rubia para poner un poco de picante. Touch dijo trescientos y nada de pasarse. Mire, yo acepté el trabajo por catarlo un poco.

Junior:

– ¿Catarlo? ¿Caballo? Pensaba que estabas limpio, escoria.

– «Escoria» pasó de moda con el vodevil. ¿De dónde ha sacado la placa, de una caja de cereales?

Contuve a Jr.

– ¿Catar qué, entonces?

– Ya no vendo armas, ni busco mujeres con intención de prostituirlas. He cambiado los polvos por el agua de fuego -una risita-, así que mis gustos no le importan a…

– ¿Catar qué?

– ¡Mierda, sólo quería tirarme a esa Glenda!

Me quedé quieto. Ainge continuó hablando: aliento pestilente a vino.

– …sólo quería darle un tiento a algo que Howard Hughes ha estado utilizando. Durante la guerra me despidieron de Hughes Aviación, así que podría decirse que esa golfa, Glenda, es una especie de indemnización. Sí, señor, ésa sí que es una buena…

Derribé su silla y le arrojé el televisor a la cabeza. Lo esquivó: las válvulas reventaron, estallaron. Cogí la pistola de Junior, apunté, disparé. Chasquidos. Ni una maldita bala, maldita sea.

Ainge se arrastró bajo la cama. En tono suave, medido:

– ¿Oiga, acaso cree que esa Glenda es My Fair Lady? Mire, yo la conozco, era la puta de Dwight Gilette, ese chulo. Puedo entregársela por un polvo con cámara de gas garantizada.

– Gilette…

Un recuerdo vago: un 187 sin resolver. Vacié de munición mi pistola: válvula de seguridad. Ainge, suave:

– Verá, yo entonces vendía armas. Glenda lo sabía. Gilette la estaba zurrando, así que compró una 32 para protegerse. No sé, sucedió algo y Glenda le pegó un tiro a Gilette. Le disparó y terminó usando la navaja del propio tipo. Sí, lo rajó también, y luego me vendió otra vez la pistola. La tengo guardada, ¿sabe? Pensé que algún día, por alguna razón… Quizá tiene huellas suyas. Me proponía amenazarla con eso en este asunto del secuestro. Touch no sabe nada del tema, pero usted podría hacer de esto un jodido caso para la cámara de gas.

Años 55 y 56: Dwight Gilette, proxeneta mulato, muerto en su casa. Llevaron el caso los sabuesos de Highland Park: disparos mortales, arma no encontrada, el fiambre apuñalado postmortem. Gilette, tipo de navaja: apodo, «Hoja Azul». Informe forense: descubiertos dos tipos sanguíneos, cabellos de mujer y esquirlas de hueso. Hipótesis: pelea a cuchilladas con una puta, la tía fríe/raja a un experto navajero.

Un hormigueo en el espinazo.

Ainge continuó hablando. Un galimatías. No le presté atención. Junior tomó notas en la libreta a toda prisa.

Rápido, encontrar el arma. Sin reflexionar por qué.

Una habitación, cómoda: baño, armario, cajonera. Ainge parloteando sin cesar, Junior ordenándole salir de debajo de la cama. Rebusqué a fondo; resultado, cero: más revistas, impresos de libertad condicional, gomas. Señales de desorden: prueba de que el profesor Junior había revuelto los papeles.

Ningún arma.

– Dave.

Ainge asomó con aire amistoso; una nueva botella medio vacía. Junior:

– Dave, tenemos un homicidio.

– No. Es demasiado viejo y sólo está la palabra de este payaso.

– Dave, vamos…

– No. Ainge, ¿dónde está la pistola?

Ninguna respuesta.

– Dime dónde está la pistola, maldita sea.

Ninguna respuesta.

– Ainge, dame la jodida pistola.

Junior, un breve gesto con las manos: DÉJAMELO A MÍ.

Déjamelo, leches. Cogí su libreta de notas. La hojeé. La confesión de Georgie: detalles, fechas aproximadas. Ningún rastro del arma. No más de una entre treinta posibilidades de que quedara alguna huella latente en ella.

Junior, conteniendo la cólera:

– Dave, devuélveme esa libreta.

Lo hice.

– Espera fuera.

La mirada de rayos X; no estaba mal para un blandengue.

– Stemmons, espera fuera.

Junior salió por fin; un chico duro muuuy lento. Cerré la puerta y me concentré en Ainge.

– Entrégame el arma.

– Ni lo sueñe. Antes estaba asustado, pero ahora veo las cosas de otra manera. ¿Quiere mi interpretación?

Puño americano en los nudillos, el puño preparado.

– Mi interpretación es que el chico piensa que una denuncia por asesinato contra esa Glenda es una buena idea pero usted, por alguna razón, no lo ve igual. También sé que si entrego esa pistola, es una descarada violación de la libertad provisional por posesión ilegal de armas. ¿Usted sabe qué es un «as en la manga»? ¿Sabe…?

Lo descargué: golpes arriba y abajo; carne ensangrentada/huesos de la cara rotos/hora de temor de Dios:

– Nada de secuestros. Ni una palabra a Touch o a Rockwell. Ni un comentario más sobre Glenda Bledsoe. No te acerques a ella. Y no le soples el paradero de la pistola a mi compañero ni a nadie más.

Toses/gemidos/escupitajos, intentando asentir. Flemas sanguinolentas en mis manos; ondas de choque subiéndome por el brazo de atizar.

Al salir, me abrí paso a puntapiés entre los restos del televisor.

Junior en la acera, fumando. Sin preámbulos:

– Cojamos a la Bledsoe por lo de Gilette. Bob Gallaudet garantizará la inmunidad a Ainge por lo de la pistola. Dave, la chica es la ex novia de Howard Hughes. Éste es un caso de primera.

Punzadas de jaqueca.

– Es un caso de mierda. Ainge me ha dicho que la historia de la pistola era mentira. Lo que tenemos es un homicidio de hace tres años con un presunto testigo condenado por proxeneta. Es un caso de mierda.

– No. Ainge te ha engañado. Estoy seguro de que esa pistola existe.

– Gallaudet no tragaría, créeme. Soy abogado; tú, no.

– Escúchame un momento, Dave.

– No, olvídalo. Ahí dentro has estado muy bien, pero ya se ha acabado. Hemos venido para frustrar la preparación de un delito y…

– Y para proteger ese pluriempleo tuyo.

– Exacto. De lo que saque, te daré una comisión.

– Lo cual es un ingreso no declarado. Lo cual es violar el reglamento del departamento.

Echando chispas:

– ¡No hay caso! Estamos en el asunto Kafesjian, que es un caso importante porque Exley anda salido por resolverlo. Si quieres ver pasta, apóyame en esto. Quizá le echemos tierra encima, quizá no. Tenemos que andarnos con ojo en este asunto para proteger al departamento, y no quiero que te vayas de la lengua prematuramente por un fiambre de chulo que ya es pan rancio.

– Un homicidio es un homicidio. ¿Y sabes qué pienso?

Presuntuoso hijo de puta.

– ¿Qué?

– Que quieres proteger a esa Glenda.

Furioso, ciego de rabia:

– Y yo pienso que, para ser un policía que empieza, te conformas con muy poco. Si quieres robar, roba a lo grande. Si yo me saltara las reglas alguna vez, no empezaría por la última.

CIEGO DE RABIA. Puños americanos fuera.

Ciego de miedo: Junior se metió en su coche a toda prisa. Abrió la ventanilla, sacó la cabeza:

– ¡Me las pagarás por tratarme como a un idiota! ¡Me las pagarás! ¡Y pienso cobrarme muy pronto, maldita sea! CIEGO FURIOSO RABIOSO. Junior se saltó un semáforo en rojo, con el coche coleando.

Me acerqué por el plato sólo para verla; imaginé que una mirada me diría sí o no.

Sus grandes ojos azules me miraron sin interés. No saqué ninguna conclusión. Ella actuó, se rió, habló: su voz no delató nada. Me quedé junto a los remolques y la encuadré en planos largos: la señorita vampira/posible acuchilladora de chulos. Un cambio de vestuario, de ropa recatada a vestido escotado…

Cicatrices en los omoplatos. Identificación: marcas de navajazos, una herida punzante/lesión ósea. Descripción a la Hush-Hush:

¡PROSTITUTA/ACTRIZ ASESINA A CHULO MESTIZO! ¡MAGNATE DE LOS AVIONES ENAMORADO! ¡POLICÍA CORRUPTO PASA DE LA OPULENCIA AL ARROYO!

La vi actuar, la vi realizar con ironía aquel estúpido trabajo. Se hizo de noche, seguí observando: nadie molestó al tipo emboscado junto a la entrada de artistas.

La lluvia puso fin a todo; de no ser por ella, me habría quedado toda la noche observando.

Una parada en un teléfono público, sin suerte: ni Exley en el despacho, ni Junior a quien persuadir o amenazar. Wilhite -todos mis tentáculos extendidos-: ni en Narcóticos, ni en casa. Bajé al Hody's de Vine Street: papeleo, cena.

Escribí dos informes para Exley: uno completo, otro omitiendo lo de Lucille, puta. Un seguro por si al final me decantaba por Wilhite. El proyecto del falso culpable, tachado: Exley no picaría y los Kafesjian eran un gran obstáculo. Me costó concentrarme; Junior rondaba todo el rato, provocándome con Glenda asesina.

Ex puta, Glenda; Lucille, puta.

La lluvia hacía borrosa la gente, fuera. Era difícil ver las caras, fácil imaginarlas. Fácil convertir a las mujeres en Glenda. Una morena se acercó al cristal: Lucille K., por una fracción de segundo. Me incorporé de un brinco y choqué contra la mesa; ella saludó a una camarera: una Jane cualquiera.

Barrio negro; ningún otro sitio donde ir.

Metódico:

Sin situaciones exactas de los mirones -dos brigadas habían rellenado los informes de cualquier manera-, sin direcciones precisas de moteles de putas/clubes de jazz donde empezar a buscar. Al sur por Western, conduciendo con una mano, la otra libre para puntear nombres de hoteles. Metódico: nadie pegado a mi cola. Cuarenta y un tugurios de sábanas calientes entre Adams y Florence.

Clubes de jazz, más confinados: Central Avenue, hacia el sur. Diecinueve clubs; contando bares, la cifra se elevaba a sesenta y pico. Pasaba poca gente a pie, por la lluvia; los rótulos de neón latían, hipnóticos. Destellos de medio segundo en el parabrisas.

Tamborileo de lluvia. Me decidí a una ronda de café y donuts.

Un puesto de Cooper's en Central, paraíso de putas. Invité a café a las chicas y enseñé la foto de Lucille. Grandes noes, un sí: una chica de Western y Adams con acento del este. Su historia: Lucille trabajaba de «eventual»; pantalones deportivos ajustados; ni nombre de batalla, ni trato con otras chicas.

Pantalones ajustados, rasgados/manchados de semen: mi ladrón.

Medianoche; la mitad de los clubes, cerrados. Los neones, apagados. Encontré a los jefes cerrando las puertas. Preguntas sobre mirones/merodeadores. Inmediatos «¿Cómo dice?». La foto de Lucille: caras inexpresivas.

La una de la madrugada, las dos: rutina policial. Chicas haciendo la calle en paradas de autobús y de taxi: hablé de Lucille con el pensamiento puesto en Glenda. Más noes, más lluvia; me refugié en un local de comidas.

Un mostrador, reservados. Lleno, todos habituales. Cuchicheos, codazos: negros olfateando a la Ley. Dos chicas con aspecto de busconas en un reservado; sus manos bajo la mesa, rápidas y furtivas.

Me senté con ellas. Una se levantó de un respingo; la retuve retorciéndole la muñeca. Sentada junto a mí, una negra de piel clara poco atractiva. Rezumaban nervios de adicto; los percibía.

– Vaciad el bolso sobre la mesa.

Lento y frío: dos bolsos de seudopiel de serpiente vueltos del revés. Indicio de delito: bencedrina envuelta en papel de aluminio. Cambio de tono:

– Muy bien, estáis limpias.

– ¡Mieeerda! -la de piel más oscura.

– ¿Oiga, qué…? -la Morena Clara.

Les mostré la foto de Lucille.

– ¿La habéis visto?

La basura del bolso reapareció; Morena Clara acompañó el café con unas benzedrinas.

– He dicho si la habéis visto.

Morena Clara:

– No, pero ese otro policía ha…

Su compañera la hizo callar; vi el codazo.

– ¿Qué «otro policía»? Y no me mientas.

– Otro agente ha estado preguntando por esa chica. Él no tenía fotos, pero traía un… un retrato robot, lo llamó. Era la misma chica; un dibujo muy bueno, se lo aseguro.

– ¿Era un hombre joven? ¿Cabello rubio, veintitantos años?

– Exacto. Un tipo con un gran tupé que anda tocándose todo el rato.

Junior. Trabajando con un esbozo policial sacado de la brigada, quizás.

– ¿Qué clase de preguntas te hizo?

– Quería saber si esa ratita blanca rondaba por aquí. Le he dicho que no lo sabía. Entonces me ha preguntado si trabajaba los bares de la zona y le he dicho que sí. Me ha preguntado por un mirón y le he dicho que no conocía de ningún mirón de jazz.

Probé con su compañera:

– ¿A ti te preguntó lo mismo, verdad?

– Ajá. Y yo le contesté lo mismo, que es la pura verdad.

– Sí, pero le acabas de dar un codazo aquí, a tu amiga, lo cual significa que tú le has contado algo más sobre ese policía. Porque eres tú la que está resultando sospechosa. Vamos, habla antes de que encuentre algo más en ese bolso tuyo.

Murmullos de odio a la policía en todo el local.

– Habla, maldita sea.

Morena Clara:

– Lynette me ha dicho que vio a ese policía sacudiendo a un tipo en el aparcamiento del Bido Lito's. Un negro, y Lynette dice que vio al agente del tupé sacarle dinero. También dice que vio al policía en el Bido, hablando con ese policía rubio, el angelito que trabaja para el malvado señor Dudley Smith, al que le encanta mandar a sus matones a hacer redadas contra los morenos. ¿No es ésta la verdad y toooda la verdad, Lynette?

– Exacto, encanto. Toooda la verdad. ¡Y que me muera si miento!

La verdad:

Junior: ¿artista de la extorsión? («Si quieres robar, roba a lo grande.») El policía rubio, el «angelito»:??????

– ¿Quién era el tipo de la paliza en el Bido Lito's?

– No lo sé; no lo había visto antes, ni he vuelto a verle después.

– ¿Qué significa eso de «sacarle dinero»?

– Significa que apuntaba con el arma al pobre hombre reclamándole dinero y, mientras tanto, le insultaba.

– ¿Sabes cómo se llama ese policía rubio?

– No le puedo dar ningún nombre, pero le he visto con el señor Smith, y está tan bueno que a él se lo hago gratis.

Lynette soltó una carcajada; Morena Clara, una risotada. Todo el local se rió. De mí.

Bido Lito's, 68 y Central: cerrado. Anotación: una pista sobre Junior, el chiflado.

Vigilé el aparcamiento: nada sospechoso; música saliendo de una puerta en la acera de enfrente. Forcé la vista y leí el nombre en la marquesina: «Club Alabam: Art Pepper Quartet, todas las noches.» Art Pepper, Vida convencional: uno de los discos rotos de Tommy K.

Música extraña, pulsante, discordante. La distancia distorsionaba el sonido; el ritmo se acompasó con las voces de la gente que charlaba en la acera. Difícil reconocer los rostros, fácil imaginarlos: todas las mujeres me parecieron Glenda. Un crescendo, aplausos; encendí los faros para ver mejor. Demasiada luz. Unos tipos pasándose un porro; desaparecieron sin darme tiempo a parpadear.

Bajé del coche y entré. Oscuro: ni portero ni taquilla a la entrada. En el escenario, cuatro tipos blancos, iluminación de Fondo. Saxo, bajo, piano, batería; cuatro compases: ni música, ni ruido. Tropecé con una mesa, tropecé con una jarra olvidada.

Mis ojos se acostumbraron: bourbon y un vaso justo delante. Cogí una silla, observé, escuché.

Solo de saxo: bocinazos/sobreagudos/quejidos. Me serví un trago. Lo tomé de un golpe.

Calor. Pensé en Meg: tener padres alcohólicos nos había vacunado contra el licor. La llama de una cerilla: Tommy Kafesjian en primera fila. Tres tragos seguidos, mi respiración se acompasó con la música. Crescendos; sin interrupción, una balada.

Pura belleza: saxo, piano, bajo. Cuchicheos: «Champ Dineen», «El Champ, eso es suyo». Un disco roto de Tommy: (Muuy calmoso).

Un trago más, notas de bajo, latidos irregulares. Glenda, Meg, Lucille: algún reflejo de la bebida iluminaba sus rostros.

La luz de la puerta: Tommy K, saliendo.

Resumen del paseíto por los tugurios, puro instinto de policía:

Mirón/merodeador/ladrón destripaperros: un mismo hombre. Loco del jazz/voyeur: el ruido alimentaba la vigilia.

Ruido/música: adelante, sigue por ahí…

Barrio de sábanas calientes, moteles apretados uno junto a otro a lo largo de un extenso bloque. Tugurios de estuco, colores brillantes, un callejón en la parte de atrás.

Escalera de acceso al tejado: aparqué, subí, miré.

Vértigo. Los efectos del ruido/música y del licor, todavía. Piso resbaladizo, cuidado; un puesto de observación. Por puros huevos escogí un rótulo junto a la fachada. Un golpe de brisa, una vista: ventanas.

Unas cuantas luces encendidas: habitaciones para citas -paredes desnudas-, nada más. El bourbon se evaporó en escalofríos. La música golpeó con más fuerza.

Luces que se encienden y se apagan. Paredes desnudas; imposible ver caras, fácil imaginarlas:

Glenda matando al macarra.

Glenda desnuda; el cuerpo de Meg.

Escalofríos. Volví al coche, conecté el aire caliente, di vueltas:

En casa de Meg; ninguna luz encendida. Amanecía. Hollywood: la casa de Glenda, a oscuras. De vuelta a mi piso: una carta de Sam G. en el buzón.

Entradas para la temporada universitaria. Una P.D.: «Gracias por demostrar que las ratas del arroyo pueden volar.»

Ruido/música: golpeé el buzón con ambos puños.

L.A. Times, 4/11/58:

DECEPCIÓN EN LA CARRERA POR LA CONCEJALÍA;

EL VOTO DECISORIO PARA EL ASUNTO CHAVEZ RAVINE,

CONSEGUIDO POR ABANDONO

Se esperaba una lucha hasta el último minuto en la carrera por la concejalía del Distrito Quinto; la votación de hoy tenía que haber sido muy reñida. Pero mientras los candidatos estatales, municipales y judiciales aguardan con nerviosismo noticias de las urnas, el inminente concejal, el republicano Thomas Bethune, descansa con su familia en su casa de Hancock Park.

Hasta la semana pasada, Bethune se veía gravemente amenazado por el liberal Morton Diskant, su oponente demócrata. Armado con sus credenciales de abogado de las libertades civiles, Diskant presentaba a Bethune como un peón de los capitostes políticos de Los Angeles, cuyo principal interés era el asunto de Chavez Ravine. La concejalía del Distrito Quinto, que tiene un 25% de población negra, se había convertido en una prueba del tornasol: ¿cómo responderían los votantes cuando toda la campaña giraba en torno a si reubicar o no a unos latinoamericanos empobrecidos con vistas a hacer sitio a un estadio de béisbol para los Dodgers de L.Á.?

Diskant insistía en este tema, junto a otras que llamó «cuestiones colaterales»: el uso de la fuerza por parte del departamento de Policía de Los Angeles, calificado de excesivo, y la «borrachera de peticiones de cámara de gas» de la Fiscalía de Distrito. Más que una prueba del tornasol, la disputa por el Distrito Quinto era fundamental para la aprobación de la propuesta sobre Chavez Ravine. Una encuesta extraoficial en el Consejo mostraba que los miembros actuales están a favor por 5 a 4, y todos los demás candidatos que optan a los escaños, tanto demócratas como republicanos, han hecho público su apoyo a la medida. Así pues, sólo la elección de Diskant podía forzar un empate en el Consejo municipal y retrasar legalmente durante un tiempo la boda entre Chavez Ravine y los Dodgers.

Pero las cosas no iban a suceder así. La semana pasada, Diskant se retiró de la carrera, en el preciso instante en que las encuestas empezaban a colocarle por delante de su oponente. El voto del Consejo sobre Chavez Ravine se mantendrá 5 a 4 a favor y se espera que la proposición se convierta en ley a mediados de noviembre. Como justificación de la retirada, Diskant alegó «motivos personales»; no se extendió en más detalles. En los círculos políticos han corrido las sospechas y el titular de la Fiscalía Federal para el distrito de Southern California, Welles Noonan, manifestó su opinión al reportero del Times, Jerry Abrams: «No citaré nombres; francamente, no puedo hacerlo. Pero la retirada de Diskant huele a coacciones de alguna clase. Y añadiré una cosa, como demócrata y como decidido luchador contra el crimen con credenciales, como mi trabajo para el Comité McClellan sobre el Crimen Organizado: Se puede ser a la vez liberal moderado y enemigo del crimen, como demostró mi buen amigo, el senador John Kennedy, con su trabajo para el Comité.» Noonan declinó responder a las preguntas sobre sus propias ambiciones personales y no hemos conseguido que Morton Diskant ampliara sus explicaciones. El concejal Bethune declaró al Times: «Me disgusta ganar de esta manera porque prefiero una lucha cerrada. Prepare esos perros calientes y esa manteca de cacahuete, Walter O'Malley (presidente de los Dodgers), porque voy a comprar las entradas para la temporada. ¡Viva el béisbol!»

L.A. Mirror, 5/11/58:

GALLAUDET, ELEGIDO FISCAL DEL DISTRITO; EL MÁS JOVEN EN LA HISTORIA DE LA CIUDAD

No hubo sorpresas: Robert «Llámeme Bob» Gallaudet, de 38 años, antiguo agente del departamento de Policía de Los Angeles y de la Fiscalía que se licenció en Derecho en la Universidad del Estado con cursos nocturnos, fue elegido ayer fiscal del Distrito de Los Angeles, superando a otros seis candidatos con un 59% de los votos emitidos.

Su elección marca un hito en una rápida carrera aliada con la fortuna, sobre todo debido a la dimisión del anterior fiscal del Distrito, Ellis Loew, en abril pasado. Gallaudet, entonces acusador favorito de Loew, fue nombrado interinamente para el cargo por el Consejo Municipal, en cuya decisión pesó sobre todo, se comenta, su amistad con Edmund Exley, jefe de Detectives del LAPD. Se espera que Gallaudet, republicano, sea candidato a Fiscal General del Estado en 1960. Es un firme defensor de la ley y el orden y frecuente objeto de ataques de los grupos que propugnan la derogación de la pena de muerte.

El nuevo fiscal del Distrito ha recibido recientes críticas desde otro frente. Welles Noonan, fiscal federal para el distrito de Southern California y citado a menudo como probable oponente de Gallaudet en la carrera por la Fiscalía General, ha declarado al Mirror: «El apoyo del fiscal Gallaudet a la ley de Juego en el Distrito, actualmente frenada en la Cámara del Legislativo del Estado de California, está en abierta contradicción con su pretendida filosofía de firmeza contra el crimen. Esta ley (es decir, la propuesta de legalizar establecimientos de juego, restringidos a determinadas zonas controladas por las fuerzas de la Policía Local, donde se permitirían las cartas, las máquinas tragaperras, las apuestas fuera de los hipódromos y otros juegos de azar, aunque sometidos a fuertes impuestos estatales) es una vergüenza moral que perdona el juego compulsivo bajo el disfraz del provecho político. Se convertirá en un imán para el crimen organizado y exhorto al fiscal Gallaudet a dar marcha atrás en su apoyo a la medida.»

En una conferencia de prensa para anunciar su próxima gala de celebración de la victoria, que tendrá lugar dentro de dos noches en el Coconut Grove del hotel Ambassador, Gallaudet desautorizó a sus críticos, en especial al fiscal federal, Noonan. «Miren, apenas acaban de elegirme para este cargo y ya está haciendo campaña contra mí para llegar a ser Fiscal General. Sobre mi futuro político, sin comentarios. Mi comentario sobre mi elección para la Fiscalía de Distrito de Los Angeles: mucho ojo, delincuentes. Y ánimo, angelinos: estoy aquí para hacer de esta ciudad un refugio pacífico y seguro para todos sus habitantes respetuosos de la ley.»

Revista Hush-Hush, 6/11/58:

¡HOLA, DODGERS!!! ¡ADIÓS, CHUSMA DESHARRAPADA»!

Enteraos, gatitos y gatitas, chicos y chicas: a nosotros nos gusta el pasatiempo nacional tanto como a cualquiera, pero esto ya es pasarse. ¿Es que esa gran señora, la Estatua de la Libertad, no tiene una especie de lema inscrito a sus pies, algo así como: «Dadnos a vuestras masas pobres, hacinadas y desheredadas, que anhelan ser libres»? Veamos, la geografía de la Costa Este no es nuestro fuerte y es evidente que ya estáis hartos de esa palabrería patriótica. Mirad, aquí todo el mundo quiere una casa fija para los Dodgers, incluidos nosotros. Pero… nuestra iconoclasia nos dicta que tomemos otro enfoque distinto, aunque sólo sea para ver si con esto aumenta nuestra venerada «cuota de mercado». ¡Protesta social en las páginas de Hush-Hush! ¡Habían dicho que eso era imposible! Recordad, queridos lectores, que la primera noticia la habéis leído aquí.

Enteraos: El Consejo Municipal de L.Á. se dispone a desahuciar de sus chabolas de tablas y chapa ondulada el enclave, enraizado de antiguo, de aparceros mexicano-americanos improductivos, empobrecidos e impetuosamente machistas que ocupan Chavez Ravine, ese Shangri-La sombrío y envuelto en contaminación. Esos artistas del bate, nuestros ídolos, los Dodgers, se trasladarán allí tan pronto como se despeje la polvareda y se construya el estadio… ¡Y entonces tendrán un nuevo hogar desde el cual dominar el gallinero de la Liga Nacional! ¡Estupendo! ¡Vosotros contentos, nosotros felices! ¡Hala, Dodgers! Sí, pero, ¿qué será de esos desposeídos, de esa gente arrojada a la delincuencia por los Dodgers, de esos mexicanos desprotegidos por la Administración?

Noticia: el servicio de Tierras y Caminos del Estado de California paga a los chabolistas 10.500$ por familia como gastos de realojamiento, apenas la mitad de lo que cuesta un cuchitril viejo en lugares tan pintorescos como Watts, Willowbrook y Boyle Heights. El servicio de Tierras y Caminos también está examinando con ánimo emprendedor diversas propuestas de instalación de tugurios presentadas por promotores inmobiliarios rápidos y rapaces: ¡posibles «Casas del Taco» y «Tascas de la Enchilada» donde los Atracadores del Burrito expulsados del penoso cobijo de Chavez Ravine podrían vivir en un esplendor barato de barrio bajo, cantando fandangos en sus ratoneras sin medidas contraincendios!

Hemos oído el rumor de que entre los emplazamientos que se barajan están esas caballerizas convertidas en celdas que se utilizaron para encerrar a los japoneses internados durante la Segunda Guerra Mundial, y en un motel de bungalows reconvertido de Lynwood, amueblado con camas en forma de corazón y esos espejos de marco dorado de pacotilla. ¡Oíd, esos lugares recuerdan esta redacción de Hush-Hush!

¡Eh! Aquí, en el centelleante y sensacional Sunset Strip, los alquileres se han puesto por las nubes y hemos oído que algunos desposeídos decepcionados y disgustados han cogido el dinero y se han vuelto a México adelantándose a la fecha definitiva de desahucio, ¡y han dejado abandonadas sus chabolas! ¡Bien, Hush-Hush podría trasladar a ellas su centro de operaciones! De esta manera podríamos incluso bajar el precio de nuestra revistucha. ¡Si os tragáis eso, terminaremos vendiéndoos un Pendejo Penthouse y un Chevrolet Chorizo a estrenar!

Pero bien, volviendo a los asuntos serios, parece que los poderes fácticos de Los Angeles han mandado a un personaje a conversar con los muchos residentes que aún siguen en Chavez Ravine, a repartirles chucherías y a intentar convencerles para que se trasladen antes de la fecha fijada para el desahucio y sin necesidad de requerimiento judicial. Ese personaje es Reuben Ruiz, un popular boxeador del peso gallo clasificado en el octavo lugar de la categoría, según la Ring Magazine. Un hombre cuyo probado pasado turbulento se apresura a descubrir Hush-Hush.

Ejemplo:

Reuben Ruiz cumplió condena en el reformatorio Preston por robo juvenil.

Ejemplo:

Reuben Ruiz tiene tres hermanos: Ramón, Reyes y Reynaldo (¡Dios, cómo les gusta ese sonido a los mexam!), y los tres tienen condenas por robo con allanamiento y/o tirones callejeros en sus historiales.

Ejemplo:

Reuben Ruiz fue un testigo protegido durante la investigación sobre el boxeo, de corta vida, que llevó a cabo recientemente el brillante fiscal federal, Welles Noonan. (Seguro que recordáis esa investigación, amigos jazzeros: otro testigo saltó por la ventana mientras el detective del LAPD encargado de su custodia echaba una cabezadita.)

Ejemplo:

Reuben Ruiz fue visto hace pocos días almorzando en el Pacific Dining Car con el fiscal del Distrito, Bob Gallaudet, y el concejal municipal, Thomas Bethune.

Una última hora, en secreto y muy Hush-Hush:

Un hermano de Reuben Ruiz, Ramón, fue detenido hace unos días por un robo, pero ahora los cargos han sido retirados misteriosamente…

Coacciones; he aquí una conclusión cautivadoramente corrosiva que considerar.

¿Es Reuben Ruiz un hombre de paja, un relaciones públicas de la Fiscalía de Distrito y del Consejo Municipal? ¿Ese travieso hermano suyo, el camorrista Ramón, le debe la libertad a los prudentes trapicheos políticos de Reuben? Todos estos esfuerzos ajenos al plan de entrenamientos, ¿afectarán al mortífero gancho de izquierda de Reuben cuando combata con el duro Stevie Moore en el Olympic, la semana que viene? Recuerda, querido lector, que ha sido aquí donde has tenido la primera noticia: en secreto, confidencial y muy Hush-Hush.

Columna «El mundo del crimen», revista Hush-Hush, 6/11/58:

VACIADOS LOS FRIGORÍFICOS DEL REY DE LAS PIELES ¿DÓNDE ESTÁN LOS VISONES?

Mis fieles lectores, todos sabéis quién es Sol Hurwitz, «el rey de las pieles»: ¿Quién no ha visto sus anuncios en el programa de Spade Cooley de la tele? En el último se ve una copiosa nevada cayendo sobre el Teatro Chino de Grauman mientras los desprevenidos angelinos tiritan en bermudas. Hurwitz intercala en estos anuncios un decorado en forma de iglú donde su mascota, el muñeco Vinnie Visón, lanza su agresivo mensaje de coro griego: los científicos predicen una nueva era glacial a pocos siglos vista, compre ahora su abrigo de piel Hurwitz a precios de saldo, en cómodos plazos, y guarde sus pieles durante la «temporada baja» en nuestro almacén de San Fernando Valley sin cargo alguno. ¿Captáis la idea, gatitos y gatitas? Sol Hurwitz sabe que las pieles son un objeto inútil en Southern California, y se divierte como un cosaco al tiempo que olvida mencionar lo fundamental de su negocio: Que la gente compra pieles por dos razones: sentirse elegantes y hacer ostentación del dinero que tienen.

¿Captáis este modo de ser especial de L.Á.? Bien, entonces estáis en nuestra onda. Y también entenderéis que el almacén gratuito de Hurwitz es útil para un montón de negocios.

¡Brrr, qué escalofríos! Vuestros amados Charlie Chinchilla, Vicky Visón y Mario Mapache están a salvo con Sol, ¿verdad? Bien, hasta el 25 de octubre nadie habría pensado lo contrario…

Esa noche aciaga, tres o cuatro atrevidos malhechores a quienes se supone expertos en electrónica y manejo de herramientas marcaron un hito en sus carreras delictivas al reducir a un guarda de seguridad y desaparecer con pieles almacenadas en el guardarropía por valor de un millón de dólares. ¿Y habéis leído la letra pequeña de los contratos de almacenamiento «gratuito», mis queridos amantes del jazz? Si no, prestad atención: en caso de robo, la compañía de seguros de Hurwitz os reembolsa un 25 % del valor estimado de la estola o el abrigo perdidos.

Y, además, la policía sigue sin tener la menor pista de quiénes pueden ser los «cazadores furtivos». El capitán Dudley Smith, jefe de la sección de Robos del LAPD, contó a los periodistas en la comisaría de Van Nuys: «Sabemos que utilizaron un remolque grande para entrar y salir, y el guarda de seguridad que resultó brutalmente agredido ha declarado que tres o cuatro hombres enmascarados con medias le redujeron. Esta banda de ladrones ha demostrado unos considerables conocimientos técnicos y no descansaré hasta detenerlos.»

Colaboran con el capitán Smith los sargentos Michael Breuning y Richard Carlisle. Y un añadido sorpresa al famoso equipo de cazacriminales: el agente John Duhamel, conocido entre los aficionados al ring de esta parte de California como Johnny Duhamel, «el Escolar», ex campeón de los Guantes de Oro en los pesos medios. El capitán Smith y los sargentos Breuning y Carlisle se negaron a hablar con Hush-Hush, pero nuestro as de reporteros Duane Tucker abordó al agente Duhamel en la reunión pugilística de la semana pasada en el Hollywood Legion Stadium. En secreto, confidencialmente y muy Hush-Hush, «el Escolar» dio su opinión.

Calificó de «rompecabezas» el robo y descartó el fraude por el seguro, aunque corre la voz de que Sol Hurwitz es un vicioso de los dados. Tras esto, «el Escolar» se mordió la lengua y no añadió más comentarios.

En un nuevo capítulo de la historia, un puñado de furiosos propietarios de pieles montaron una manifestación ante la escena del crimen, el almacén de Sol Hurwitz en Pacoima. Con una magra indemnización del 25 % del valor tasado de sus piezas, los perplejos padres imprecaban impacientes a Vicky Visón, Mario Mapache y Charlie Chinchilla: ¡Volved a casa! ¡Estamos a veinticinco grados y nos helamos sin vosotros!

Estad atentos a nuevos acontecimientos en próximas entregas de «El mundo del crimen». ¡Y recordad que os enterasteis primero aquí, en secreto, confidencial y muy Hush-Hush!

L.A. Herald-Express, 7/11/58:

LA FISCALÍA FEDERAL ANUNCIA INVESTIGACIÓN DEL CRIMEN ORGANIZADO DEL SOUTHSIDE

Esta mañana, en una declaración preparada y en términos enérgicos y sucintos, el fiscal federal, Welles Noonan, ha anunciado que los investigadores del departamento de Justicia asignados a la oficina del Distrito de Southern California iniciarán próximamente una investigación «minuciosa, compleja y de gran alcance» del crimen organizado en Los Angeles Central-Sur. Denominó a la investigación «obtención de pruebas con el propósito de descubrir tramas delictivas» y dijo que su objetivo era presentar «evidencias convincentes» ante un Gran Jurado federal formado especialmente para el caso, con vistas a que éste emita actas de acusación formales.

Noonan, de 40 años, ex consejero del comité McClellan sobre el Crimen Organizado del Senado federal, dijo que la investigación abarcaría delitos relacionados con el tráfico de narcóticos y las máquinas de discos, expendedoras y tragaperras ilegales, y que «exploraría a fondo» los rumores de que el departamento de Policía de Los Angeles permite la extensión del vicio en el Southside y rara vez investiga los homicidios en los que tanto la víctima como los agresores son negros.

El fiscal Noonan declinó responder a las preguntas de los periodistas, pero afirmó que su fuerza de choque contaría con cuatro fiscales acusadores y al menos una docena de agentes del departamento de Justicia especialmente seleccionados. Cerró la conferencia de prensa con el comentario de que está convencido de que el departamento de Policía de Los Angeles se negará a colaborar en la investigación.

William H. Parker, jefe del LAPD, y Edmund Exley, jefe de Detectives, fueron informados del anuncio del fiscal federal. Los dos se abstuvieron de comentarlo.


  1. <a l:href="#_ftnref2">[2]</a> Las palabras en cursiva, en castellano en el original. (N. del T.)