173692.fb2 ?Incre?ble Kamo! - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

?Incre?ble Kamo! - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

9 Dream, dream, dream

SUEÑO agitado, aquella noche. Había releído por enésima vez la carta de Catherine Earnshaw antes de dormirme, y mis párpados cerrados habían conservado la huella de su escritura. Los rasgos inclinados y tensos caían como ráfagas de lluvia. Las líneas enloquecidas se deshilachaban en los márgenes como nubes desgarradas por el viento. Los tachones rayaban todo el conjunto con relámpagos violetas. Me encontraba en medio de una espantosa tormenta, tanto más terrorífica cuanto que era absolutamente silenciosa. Calado hasta los huesos, sostenía en mi mano el sobre de grueso papel gris y trataba desesperadamente de descifrar la dirección que había escrita en él. Pero la lluvia disolvía la tinta, que goteaba en forma de sucias lágrimas. Yo intentaba guardar en mi memoria cada letra como si me fuera en ello la vida. ¡Necesitaba aquella dirección, la necesitaba!

Sentía el sobre espeso, húmedo y frío entre mis dedos. Pronto empezó a deshacerse; el papel mojado se disgregaba. Y no me quedó en la palma de la mano más que una de esas bolas de papel secante mascado que Lanthier el Largo pegaba en el techo de la clase en cuanto los profesores se daban media vuelta. Sin las señas estaba perdido. Miré a mi alrededor para encontrar el camino. Y fue entonces cuando vi, flotando sobre un cielo devastado, el rostro transparente de Catherine Earnshaw.

Me desperté gritando, abrazado a Moune, mi madre, que me cubría de besos.

La «pequeña pesadilla» me conmovió tan violentamente que aquel día me quedé en la cama.

Pope, mi padre, daba vueltas por la habitación como un león enjaulado.

– Pero, vamos a ver, ¿qué pasaba en ese sueño?

Hablaba de él como de un enemigo a quien hay que retorcerle el pescuezo.

– Ya no me acuerdo.

En realidad, el pálido rostro de Catherine Earnshaw seguía flotando ante mis ojos, en el centro del cuarto.

– Tengo frío, Pope. ¿Te importaría encender el fuego?

Las llamas brotaron casi inmediatamente en la chimenea.

– ¿Quieres un buen ponche?

– No, gracias, Pope; voy a intentar dormir.

Pope salió, pero Catherine Earnshaw se quedó. ¡Qué triste aquella cara helada, tan cercana que hubiera podido tocarla! En cambio, me alejé de ella todo lo posible, arrebujándome contra la pared dentro de la cama. «Vete… ¡Vete, te digo! ¡VETE!» Pero se quedaba. Era como si hubiera encontrado un refugio en aquella habitación. Por un momento tuve la impresión de que su pelo mojado empezaba a secarse. No sé por qué, aquel detalle me aterrorizó más que cualquier otra cosa. Y entonces salté de mi cama, agarré su carta, que estaba en mi mesilla de noche, y la eché al fuego. El sobre se hinchó, se ennegreció y se apergaminó de repente en medio de un chorro de llamas de una luminosidad extraordinaria. Y, mientras ardía, el rostro súbitamente tembloroso de Catherine Earnshaw se evaporó como el vaho en una ventana…

Me había quedado solo. Solo y completamente agotado. Se abrió la puerta del cuarto y entró Kamo.

Desde que éramos amigos, cuando uno de los dos se ponía enfermo, el otro acudía enseguida.

– ¿Sarampión? ¿Varicela? ¿Tos ferina? ¿Alguna fractura? ¡Trastornos del crecimiento? ¿Cirrosis? ¿Vaguitis?

El Kamo de los mejores días.

– Nada de eso. Kamo. Estoy enfermo de miedo.

– ¿Miedo de qué? ¡Si estoy yo aquí! ¿Dónde está el enemigo para que le ajuste las cuentas?

– Kamo, tienes que dejar de escribir a Catherine Earnshaw.

– ¿A Cathy? ¿Por qué?

– Porque está muerta desde hace doscientos años.

Nunca me ha desconcertado más una reacción que la de Kamo en aquel momento. Arqueó las cejas y se limitó a contestar:

– ¿Y qué?

No estaba sorprendido en absoluto. Hasta el punto de que una loca sospecha cruzó por mi cabeza.

– ¿Cómo?… ¿Es que lo sabías?

– ¡Claro que lo sabía! No irás a creer que me he dejado los codos aprendiendo una lengua extranjera para cartearme con la primera persona viva que apareciese…

Por un segundo pensé que me estaba tomando el pelo.

– ¿Y cómo lo has sabido?

– ¡Pero hombre, si salta a la vista! Cartas escritas con pluma de ganso, un sello de lacre típico del XVIII, un viejo tampón KING GHORGE III y encima el estilo, chaval, el estilo… Mira, enséñame su primera carta, verás…

– Ya no tengo su primera carta.

Si se nos hubiera desplomado encima el piso de arriba con su piano, su vajilla y sus seis inquilinos. Kamo no se habría quedado más estupefacto.

– ¿Cómo dices?

– La he quemado.

A Pope y a Moune les costó todo el trabajo del mundo arrancarme de las manos de Kamo. Me sacudía con tanta fuerza que pensé que mi cabeza acabaría cayendo a sus pies.

– Pero ¿qué te ha hecho? ¿Qué te ha hecho? ¡Quieto! -aullaba Pope.

– ¿Qué me ha hecho? ¡Tirar al fuego una carta del siglo XVIII! ¡Eso es lo que me ha hecho este animal!

Cuando se fue Kamo (todavía se le oía vociferar insultos en el patio del edificio), Moune se inclinó sobre mí sinceramente indignada.

– Pero ¿por qué has hecho una cosa así, maldita sea? ¿Qué locura te ha dado? ¿No te das cuenta?

¡Que si me daba cuenta!