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KAMO ya era bilingüe: francés-argot, argot-francés en traducción directa e inversa… El inglés era una herencia de su padre. -¡El argot es la lengua de los Parises, chaval!
Pero algunas veces los padres se mueren. El último día, en la clínica, el padre de Kamo aún tuvo fuerzas para tomárselo a broma:
– Mala pata; hubiera preferido que llegara más tarde, pero va a tener que ser ahora.
¡Qué blanca, la clínica!
Su madre hablaba con un médico en el pasillo. Negaba con la cabeza, detrás del cristal. ¡No, no y no! El médico bajaba los ojos.
Sentado a los pies de la cama, Kamo escuchaba las palabras que le susurraba su padre… sus últimas palabras…
– Comprobarás que tiene su genio..Sólo hay una receta: hacerla reír, le encanta. Si no cierras el pico y oído al parche. Siempre tiene razón.
– ¿ Siempre?
– Siempre. No se columpia nunca.
Kamo había creído durante mucho tiempo que era verdad (que su madre jamás se equivocaba!. Pero ya no pensaba lo mismo.
– Esta vez se cuela. Nadie puede aprender un idioma en tres meses. ¡Nadie!
– Pero ¡por qué tiene tanto empeño en que hables inglés?
– Precauciones de emigrante. Mi abuela se piró de Rusia en el 23, y de Alemania diez años después por culpa del bigotes de la cruz gamada. Por eso su hija aprendió casi una docena de idiomas y le gustaría que yo hiciera lo mismo, por si…
Nos quedamos un momento en silencio. Recorrí con los ojos la lista de corresponsales:
Maisie Parange, Gaylord Fentecost. John Trenchard. Catherine Earnshaw, Holden Caufield… etcétera, etcétera: quince nombres. Esto ocurría en el colegio. Nos habíamos quedado castigados. Lanthier el Largo inclinó sobre nosotros su corpachón.
– ¿Una lista de invitados? ¿Das una fiesta, Kamo?
– ¡La fiesta la vas a tener tú como no me dejes en paz, Lanthier!
Lanthier el Largo se replegó como un acordeón. Yo pregunté:
– ¿Qué vas a hacer?
Kamo se encogió de hombros.
– ¿Qué quieres que haga? ¡Obedecer, maldita sea!
Luego esbozó una sonrisa disimulada:
– A mi manera…
Su madre volvió tarde aquella noche. Kamo se había encerrado en su cuarto. -¿Estás ahí, querido?
Siempre llamaba a la puerta de su hijo. Nunca se molestaban el uno al otro en su trabajo.
– Estoy.
Pero ella no intentó abrir.
– ¿No cenas conmigo?
Él no había hecho la compra. Tampoco había preparado la cena.
– Estoy escribiendo.
Kamo escuchó una risa contenida detrás de la puerta.
– ¿Una novela?
Él sonrió a su vez. Hubiera preferido ir a charlar y reír con ella. Se limitó a responder:
– De eso nada, querida mamaíta; estoy escribiendo a mi corresponsal; miss Catherine Earnshaw. Queda rosbif en la nevera.