173692.fb2 ?Incre?ble Kamo! - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

?Incre?ble Kamo! - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

12 Are you my dream, dear Kamo?

SICK frog!(¡Y mucho más sick de lo que erees!):

No te hagas ilusiones, Kamo, no es tu Cathy la que te escribe. Soy sólo yo.

No tengo más remedio que escribirte porque ya no se te puede hablar. A propósito de tu Cathy, te advierto que la he visto. Cuando quieras, te la presento. Valía la pena verla, créeme.

Chao Yo

Sabía que Kamo contestaría aquella carta. Estaba seguro porque se la había enviado en uno de los sobres que utilizaba Catherine Earnshaw. El mismo sello de lacre, el mismo matasellos, un sobre escrito por la misma mano… ¡con pluma de ganso!

Efectivamente, me contestó ¿ti día siguiente arrinconándome contra la fila de percheros, a la entrada de la clase de mates.

– No sé lo que has hecho ni cómo te lo has montado, pero has cometido un grave error.

Me estaba triturando el brazo y su codo me aplastaba contra la pared. Con la cabeza aprisionada entre dos colgadores, no tenía más remedio que mirarle a la cara.

– ¡Nunca despiertes al que está soñando, puede volverse loco!

Su voz le silbaba entre los dientes y en su mirada titilaba una auténtica chispa de locura.

La llegada del señor Arenes me libró por los pelos.

– Lo primero las matemáticas, jovencitos: ya os mataréis uno a otro después.

Con el pretexto de una jaqueca salí de la clase de matemáticas diez minutos antes de que acabara y me escapé del colegio por la puerta de atrás.

Me zambullí en el metro y desaparecí debajo de París durante dos horas, intentando despistar a un Kamo al que creía ver por todas partes y que, sin embargo, no me seguía. Saltos al vagón en la fracción de segundo en que se cerraban las puertas, saltos al andén cuando el tren aún estaba en marcha, sonoras fugas por los pasillos, bruscos cambios de dirección, miedo del auténtico. Hasta que una risita muda sonó dentro de mí… Y es que no hay más remedio que tranquilizarse en algún momento.

Era noche cerrada cuando busqué a tientas el interruptor automático en el portal de mi casa… Mi mano se posó sobre otra mano.

¡Sobresalto espeluznante!

La luz del techo se encendió. Kamo estaba de pie ante mí.

– Entonces, ¿me presentas a Calhy?

– Mañana. Kamo, mañana.

– ¡Ahora mismo!

– Mis padres me están esperando.

– A mí mi madre no me espera.

Ya no había rastro de locura en sus ojos. Una voluntad firme como un muro, nada más. No había forma de retroceder.

Volvimos a internarnos en la noche. Silencio en las calles. Silencio en él metro. Era como si la ciudad entera estuviera callada. Iban pasando las estaciones y Kamo no me miraba. Tampoco yo miraba a Kamo. Por fin habló con la mirada fija delante de sí.

Y lo que me dijo me sorprendió tanto que abrí la boca haciendo el ruido de una ventosa al despegarse.

– De todas formas, Cathy me dijo que fuese a verla.

Todavía yo no había vuelto a cerrar la boca cuando añadió:

– He esperado todo lo posible, pero ahora ya no puedo echarme atrás; sufre demasiado, tengo que ir.

Y se puso a hablarme de todas las cartas que le había mandado Cathy (¡se las sabía de memoria!), hasta las últimas, en las que sólo hablaba de una cosa: la desaparición de «H».

– Porque «H» se ha largado de la casa, -¿lo sabías?

No. Eso yo no lo sabía.

Una noche de tormenta. «H» había huido. Cathy había acabado por cansarse de sus rebeldías, de su pelo hirsuto y de su temperamento salvaje. Había hecho nuevos amigos: Edgar e Isabelle Linton, bien educados, bien vestidos y delicadamente perfumados, y había abandonado a «H» a sus harapos, a su ira. a sí mismo. Así que él había desaparecido en medio de la noche y nadie había vuelto a verle. ¡Maldito invierno de 1777! ¡Invierno maldito! Las cartas de Cathy no eran ya más que largas lamentaciones:

¡Oh, Kamo, Kamoí ¡Al dejar de ser amadas, dejamos de existir!

Se acusaba de haber "arrojado a "H" a un poza de cuyo fondo no ascendía llamada alguna"… Frases de ese tipo. Sí, cartas desesperadas a las que Kamo sólo podía dar una respuesta, siempre la misma:

Yo estoy aquí, Cathy, y soy su amigo.

¿Ahí, decís? ¿Y eso dónde es, si me hacéis el favor? ¿Dos siglos más allá?

Y una nueva oleada de pena empujaba las palabras de Cathy unas contra otras. («Sopla un viento terrible en sus cartas», decía Kamo.) Frases enteras enloquecían de repente y se empujaban hasta los márgenes:

Soy mala, Kamo. ¡Soy tan mala! Lo fui con mi padre, lo he sido con "H" Soy mala, todo el mundo ¡o dice y todo el mundo tiene razón.

No, Cathy, no es usted mala, yo lo sé muy bien…

¡Oh! Y vos, mi querido Kamo, a doscientos años de distancia… ¿Sereis acaso un sueño mío? ¿Existiréis siquiera?

De carta en carta, un dolor que las respuestas de Kamo aliviaban cada vez menos, hasta el día en que Catherine le escribió (¡aquella letra de lluvia violeta, casi borrada. Dios mío!):

Ya no creo en vuestra existencia, querido Kamo, no lo suficiente como para seguir escribiéndoos… Si existís tal y como yo os imagino, os lo ruego, encontrad el medio: es necesario que os vea…

Y era esta última carta la que ahora agitaba Kamo delante de mis narices mientras e! metro chirriaba hasta detenerse.

– ¿Lo ves? ¡Habría ido incluso sin ti! Así que ¿dónde nos apeamos?

La pregunta me hizo estremecer. Eché una mirada aterrorizada a mi alrededor.

– Media vuelta, Kamo. Con tus chorradas has hecho que nos pasáramos de estación.

En el andén, di una patada a una papelera metálica, que saltó de la pared y resbaló por el suelo aullando. Alguien me llamó golfo. Yo estaba indignado. ¡Acababa de escuchar a Kamo durante un cuarto de hora largo como si me lo creyera todo! Los ojos de mi amigo se habían llenado de lágrimas y a mí se me había encogido el corazón. ¡Una estación más y habría llorado con él! A medida que me recitaba sus cartas (¡y en inglés!), Cathy me iba resultando tan conmovedora como a él… ¡Pero, maldita sea, si yo había visto a la verdadera Cathy! ¡La había visto! ¡En carne y hueso! ¡Y la había oído!