172956.fb2
El serasquier se sentó en el borde del diván y se quedó contemplando sus relucientes botas de montar de piel.
– Algo habremos de anunciar -dijo finalmente-. Tal como van las cosas, demasiada gente sabe lo que pasó.
Los horrorizados hombres que habían ido al desagüe habían quedado tan asustados que no fueron capaces de tocar la obstrucción en cuanto vieron de qué se trataba. Dejándolo aún atravesado en el fondo del desagüe, habían huido colina abajo a informar al responsable de los desagües de su macabro hallazgo. Éste informó al imán, que en aquel momento se disponía a subir al minarete para la llamada de la oración de la mañana. Apresuradamente, sin saber del todo lo que hacía, el imán envió al pocero a localizar la guardia de la mañana: el viejo pudo oír el sonido de la plegaria extendiéndose por toda la ciudad mientras caminaba por las calles.
No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su Profeta.
A las luces del alba, pudo verse a un grupo de hombres arremolinándose en torno al desagüe. Uno de ellos se había mareado. Otro, más duro, más valiente o más desesperado que el resto por ganarse unos cequíes de la guardia de la noche, había sacado el grotescamente deformado cadáver del desagüe y lo había dejado sobre los adoquines, donde finalmente fue depositado sobre una sábana, envuelto y subido a un carro tirado por un asno que empezó a bajar resbalando y oscilando por la pendiente hacia la Nusretiye, la mezquita de la Victoria.
El hombre que había realizado el descubrimiento se había marchado ya a su casa para que el sueño le ayudara a recuperarse del horror, o para darse un buen baño. Su compañero, menos afectado por el shock, se quedó para disfrutar de su momento de gloria con la multitud. Su historia, un poco mejorada desde su primera entrega, estaba siendo nuevamente contada con apropiados adornos a los recién llegados a la escena, y al cabo de una hora varias versiones de los hechos circulaban por toda la ciudad. A la hora del almuerzo, estas historias habían sido tan finamente pulidas que dos de ellas eran realmente capaces de entrecruzarse sin la más pequeña fricción, haciendo creer a algunas personas que aquél había sido un día de rarezas en el que una esfinge egipcia había sido desenterrada de la playa mientras que en Tophane un nido de caníbales había sido sorprendido en su sangriento desayuno.
El serasquier había interceptado aquellos rumores considerablemente más temprano, y de una forma más reconocible. Oyó que un hombre, muy posiblemente uno de sus extraviados reclutas, había sido hallado en extrañas circunstancias cerca de la mezquita de la Victoria. Envió a unos propios a la mezquita en busca de más información, y se enteró de que el cuerpo había sido colocado en un desagüe normalmente usado como retrete por algunos de los obreros de la zona. Mandó una nota a Yashim, que estaba en aquel momento comiéndose su borek en el café de Kara Davut, sugiriéndole que se reunieran en la mezquita, y se dirigió allí a investigar.
Conmocionado y repelido por la condición y aspecto del cuerpo desnudo, se volvió a sus habitaciones para encontrar a Yashim -ignorante de todo y despreocupado- examinando los lomos de los manuales militares y los reglamentos que llenaban los estantes que había frente al diván.
El serasquier se irritó mucho.