172880.fb2 El hombre de mi vida - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

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– No se justifique. Me gusta que haya venido. Me gusta la voz humana. Usted tiene una voz bonita. Grave.

Mantenía los ojos cerrados y cuando los abrió a Carvalho le parecieron tristes, viejos, hermosos. El detective perdió la urgencia de marcharse, dejó de sentarse en el canto del sofá y se dejó caer sobre el respaldo mientras le contaba a la mujer cuanto había captado durante el día que guardara relación con la muerte de su hijo, buscando palabras que no evocaran crudamente las relaciones que mantenían los dos jóvenes satánicos. Al llegar a este punto Delmira sonrió, tendió una mano llena de venas y de manchas para tocar apenas un brazo de Carvalho y luego retirarla.

– Gracias por la corrección de su lenguaje, pero yo sabía que mi hijo era homosexual. Varias veces lo comentamos y él creía que, desde luego, era el resultado de una elección libre de sexualidad, pero también una reacción contra su padre.

– ¿Complejo de Edipo?

– No. Era mi hijo pequeño. Yo era una madre vieja, de esas que no inspiran complejos de Edipo. Simplemente era un muchacho sensible que no podía soportar a su padre. ¿Ha visto usted El silencio de los corderos ¿Esa película sobre un criminal caníbal que siempre lleva mordaza para que no pueda matar y comer carne humana?

– Sí.

– Pues a mí y a mi hijo nos pareció una metáfora de mi marido.

Regresó a Vallvidrera con la compra recién hecha en la Boqueria. También el mercado estaba en obras y Car-valho temía que cayeran sobre él las mismas fumigaciones que habían eliminado todas las bacterias y todos los virus de la ciudad. Se había hecho deshuesar musli-tos de pollo, había comprado butifarra para rellenarlos y guisárselos con la tecnología punta de la pepitoria con nueces picadas acompañada de un paisaje de alcachofas. «Las nueces van bien para el colesterol bueno y disminuyen el colesterol malo», había dicho ante las cámaras de televisión un sabio con aspecto de estar severamente enfermo, tal vez porque no había comido nueces ni alcachofas a tiempo. Sobre las alcachofas todo lo sabía Carvalho, si las estofas se aprovechan todas sus propiedades y sabores, y, según pregonaban sus apologetas, es un alimento completo y poco tóxico para las personas de edad. ¿Qué puede ser más tóxico para la edad? El carecer de dinero. Las alcachofas son diuréticas, antirreumáticas, antiartríticas, depuradoras de la sangre y, sin embargo, se pueden comer e incluso cocinar. Le evocaban aquellos arroces individuales de su abuela, con una alcachofa sólo una, con un calamar sólo uno, un tomate, un pimiento, como si el uno fuera la expresión misma de su soledad y de la impotencia de comunicarse o simplemente de lo miserable de la pensión que cobraba como viuda de un guardia de la porra jubilado por la Ley de Azaña.

No quería complicarse la vida cosiendo los muslitos sobre su relleno e hizo una farsa de carne de cerdo, de pollo y jamón más algo de miga de pan, huevo y una trufa. Rellenó los muslos, los salpimentó, los untó con aceite con un dedo y los envolvió en papel metálico para hacerlos en papillotte. Mientras tanto tramó el sofrito, le añadió vino blanco, la picada de huevo duro, ajo, perejil y nueces y corrigió la salsa con un chorrito del coñac que conservaba las trufas. Una vez cocidos los muslitos, les quitó la mortaja, estaban perfectamente ensimismados y los dejó cocer cinco minutos con la pepitoria que bien podía nominar como si fuera suya. «Pepitoria Pepe Carvalho.» Todo ser humano debería poder tener un hijo, escribir un libro, plantar un árbol y patentar una receta de pollo en pepitoria.

Estaba cociendo arroz al caldo corto para acompañar el guiso cuando llamaron a la puerta y hacia ella fue no sin antes tomarse medio vaso de vino tinto Aillón. Charo era quien llamaba y Carvalho la hizo pasar con la naturalidad de un reencuentro inmediato, como si sus relaciones no hubieran tenido un aplazamiento de casi siete años. Ella había conservado los reflejos con los que se metía en la casa y reaccionaba ante evidencias que la obligaban a admirarse por más que las hubiera asumido a lo largo de tantos años: que Carvalho estuviera cocinando, que tuviera la botella de vino abierta, y ya echó una ojeada sobre la biblioteca como tratando de adivinar qué libro iba a quemar Carvalho en la chimenea por encender como último resplandor del verano. Al retenerle esta mirada, Carvalho tuvo que plantearse por dónde entraría en contacto con el cuerpo de Charo y qué libro podría quemar para encender la chimenea. Probablemente ella esperaba el abrazo ahora mismo, cuando caminaba delante de Carvalho y era previsible que él la abrazara por detrás y la asumiera toda, entera, pero precisamente por la condición de abrazo total y recuperativo, Carvalho lo consideraba excesivo. Tal vez cuando ella le diera la cara podría darle un beso en cada mejilla o quizá Charo lo consideraría un protocolo banal y esperaba que él la abrazara de frente, que la besara, que la besara profundamente. Más difícil que un primer encuentro, el reencuentro empeoraba el cálculo estratégico porque no estaba claro qué grado de recuperación querían Carvalho o Charo y era de temer el desencanto al que podría llevarles una dramaturgia mal calculada. En el primer encuentro el deseo ayuda a la imaginación, pero en el reencuentro son inevitables las ruinas del sentimiento y de las sensaciones que asisten al acontecimiento como un paisaje correlato de destrucciones. En cuanto Charo hablara, su tono de voz marcaría el de la recuperación, y la mujer se volvió de pronto, tenía lágrimas en los ojos y se lanzó a detener el andar calculador de Carvalho para abrazarlo, besarle una, diez, cien veces en todos los lugares del rostro donde le alcanzaban los labios, y él asumía el asalto con los ojos cerrados, sintiendo los besos como picotazos blandos que trataban de romper una coraza de tiempo y distancia. Maquinalmente tomó la iniciativa, la inmovilizó mediante el abrazo y se besaron con las lenguas como avanzadillas del cerebro. El hijo predilecto de Carvalho se inquietó entre las piernas y fue la señal de que la noche podía ser afortunada, porque era indeseable quedarse en la superficie del recuento de lo no vivido y no acceder a la verdad de la penetración. Hubiera sido no lograr el grado cero de la recuperación. Ya estaba roto el hielo o lo que fuera y lo urgente era que lo banal los liberara de la teatralidad excesiva, pasar del drama sentimental a la ligereza de una alta comedia y, para conseguirlo, Carvalho llenó dos vasos de vino e iba a proponer un brindis cuando se contuvo, consciente de la responsabilidad excesiva del brindis, o demasiado comprometedor o demasiado distanciados ¿Por nosotros? ¿Por el reencuentro?

– Porque siempre podamos besarnos con ilusión.

Había proclamado Charo y Carvalho secundó el brindis temeroso de que brindaban excesivamente. Pero ya le convocaba la voluntad del anfitrión y calculó si los efectivos de la cena para uno cumplían como cena para dos.

– Es plato único.

– Qué mal suena eso y en cambio qué rico debe de estar.

– Te haré un postre.

Limpió Carvalho dos manzanas, las cortó en gajos y las pasó por una sartén apenas untada con mantequilla. Cuando ya estaba casi vencida la resistencia de la carne, añadió medio vaso de Grand Marnier y fructosa y esperó a que las frutas cedieran en su resistencia sin ablandarse del todo. Batió un huevo, harina, tres claras a punto de nieve, fructosa y colocó el líquido en el molde caramelizado para distribuir luego los gajos de manzana simétricamente. Cuando ya estaba la composición dentro del horno, Charo se interesó por el empleo de la fructosa.

– ¿Tienes diabetes? Biscuter no me ha dicho nada.

– Biscuter no lo sabe todo sobre mí. No, no tengo diabetes, pero la tendré. Bromuro tenía razón. El enemigo está dentro de nosotros mismos y el muy hijo de puta estudia cada día por dónde puede jodernos y llega un momento en que se da cuenta de que envejecemos, de que se nos ha debilitado la defensa y entonces nos ataca por todos los frentes y si puede lo más que nos permite es agonizar bebiendo agua con una pajita o alimentándonos por la nariz.

– ¡Qué hombre éste!

Y aprovechó la vieja jaculatoria para volver a abrazarle, buscarle los labios, obtenerlos, empujarle hacia otro espacio, sin duda en dirección a la cama. Carvalho consideró las posibilidades que tenía de estar a la altura y a tiempo de que no se le quemara el postre, sin incurrir en la grosería de abandonar a una mujer entregada con la motivación de apagar el horno. Por otra parte, si lo apagaba ahora frustraba el cocimiento, ¿qué era peor, que se quemara o que no se cociera? Se fue desnudando abrazado a Charo, mientras ella avanzaba de espaldas hacia la habitación, y luego ella amortiguó las luces y se quitó la ropa con pudor, como siempre se la había quitado, no fuera a pensar Carvalho que se comportaba con él como con sus clientes. Ahora se desnudaba con temor a los años que había acumulado y Carvalho no quería verlos, se negaba a aceptar las erosiones, no fueran a conducirle al fracaso y así cuando Charo desnuda se frotó contra su cuerpo estaba convencido de que era la Charo de la primera vez y, cuando cambió de postura para la penetración, los juegos previos le habían ilusionado y se sintió poderoso, sin abrir los ojos o sólo entreabriéndolos para ver en la penumbra las facciones de Charo gozosa. Y así pudo sentirse contento consigo mismo cuando se desengancharon y Charo se apretó contra él para prolongar el abrazo y musitaba una, cien veces, como siempre, como siempre, como siempre.

– He soñado tantas veces en este reencuentro.

– Tú te marchaste.

– Pero nadie te ha sustituido. Ni Quimet. Él me ha dado una seguridad diferente, pero no es mi hombre. Tú eres el hombre de mi vida.

– Ya no me necesitas.

– ¿Por qué me dices eso?

– Has cambiado de oficio. Antes necesitabas un protector emocional y además te salía gratis. Ahora eres una mujer de negocios.

– ¿Tú pensabas de mí que era una puta?

– No.

– Yo tampoco pensaba que tú eras un protector, ni que salías gratis. Eras mi hombre. Lo sigues siendo.

Ya vestido, Carvalho llegó a tiempo de retirar el pastel de manzanas antes de que padeciera quemaduras de tercer grado. Charo seguía con su discurso. Quería poner sobre la mesa siete años de ausencia y todo el futuro que esperaba. Carvalho no contestaba. Tocaba libros. Los escogía y los desechaba. Por fin se quedó con uno en las manos, La vie quotidienne dans le monde moderne de Henri Lefebvre. Leyó como siempre una frase pretexto para la quema o para el difícil indulto: «la théorie du métalangage se fonde sur les recherches des logiciens, des philosophes, des linguistes (et sur la critique de ees recherches. Rappelons la définition: le métalangage consiste en un message (assemblage de signes) axé sur le code d 'un message, un autre ou le meme». Demasiada gente para llegar a la conclusión de que quemar un libro en una chimenea era un acto metalingüístico, por lo que descuartizó el libro y lo colocó en la base de la futura hoguera.

– ¿Por qué lo quemas?

– Porque todos recurrimos al metalenguaje sin necesidad de que nadie nos lo explique. También porque Lefebvre descubrió tarde el papel de lo cotidiano frente a lo histórico, descubrió tarde que siempre tienen razón los días laborables.

Charo elogió la cena y habló repetidamente de Quimet, de lo buena persona que era, de lo mucho que había hecho por ella y de lo mucho que podría hacer por Carvalho.

– ¿Recuerdas aquel tipo, Anfrúns, aquel sociólogo follica que apareció cuando yo investigaba el caso de la gogo-girl?

– Cómo no lo voy a conocer. Es un asesor de Quimet en asunto de religiones.

Charo amaneció a su lado y la acompañó hasta su tienda en la Vila Olímpica para trasladarse después al despacho de las Rambles. Durante todo el trayecto de descenso por la Ronda de Dalt, en busca de la Ronda del Litoral, la mujer no dejó de cantar y de preguntar, maravillada por todos los cambios de la ciudad. Parece otra, ¿verdad, Pepe? Como nosotros. También parecemos otros, ¿verdad, Pepe? Charo había prolongado el beso de despedida y luego le había retenido la mano de despedida, la mirada de despedida, había convertido la despedida en un final de capítulo de culebrón lleno de inquietantes premoniciones. Pero él sabía dónde estaba su norte desde el comienzo del día y no quería superar la ambigüedad con que acogía el intento de Charo para restablecer las relaciones de dependencia y por eso cuando llegó al despacho buscó los fax de la vaca y seleccionó el número de teléfono que figuraba junto al del fax.

– Perdone. He recibido varios fax de ustedes, de SP Asociados, pero no precisan quién me los envía. No. No puedo dar más detalles.

El interlocutor debía recorrer toda la oficina preguntando quién había enviado fax a un tal Pepe Carvalho. Notó el ruido del teléfono al moverse, también el sonoro silencio voluntario que se cernía al otro lado de la línea y de pronto brotó una estudiada voz de mujer, como si hubiera preparado lo que iba a decir durante mucho tiempo.

– ¿Carvalho? ¿Es usted? ¿Seguro?

– No lo ponga en duda. No aumente mi sensación de inseguridad.

Los Reyes Magos existen, ya lo sé.

Su llamada telefónica ha sido «una experiencia religiosa», todavía estoy aturdida, sorprendida y balbuceante (como habrá percibido). Yo le recordaba tímido, muy tímido, pero aparentemente prepotente (conmigo ejerció su prepotencia), además de muy ocupado. Por ello supuse que, como mucho y con suerte, me enviaría mediante el fax un lacónico Sí o No.

Me ha sorprendido del todo, no sólo por el medio, también sus explicaciones y mas aún que no supiera a qué debía responder. Yo, de momento, sólo le habría hecho una propuesta que, en el caso de resultar positiva, se traduciría en una aportación a su paladar (unas recetas de cocina, un vino…, ¿recuerda?); todo ello con el ánimo de compensar su generosa atención hacia mí. Debería estar cumpliendo ya con mi compromiso, pero ahora no puedo centrarme en contarle, pormenorizadamente, los secretos de mi «empanada de bonito en hojaldre» y mi «ensalada de naranjas con ajo». Usted no me recuerda cocinera, al contrario, pero gracias a usted lo soy. ¡En tantos aspectos ha sido usted el hombre de mi vida! Quisiera enviarle unas botellas de vino blanco del Empordá que mi familia elabora, está de moda lo de meterse en negocios de vino. Necesitaré que me indique si puedo hacérselo llegar a su despacho ¿Sigue Biscuter con usted?¿Sabe que tiene una voz más cálida que la de antes?, también retórica, y un punto «suficiente»…, ¿en el Olimpo, todos los dioses hablan como usted? Todavía bajo los efectos de su llamada de ayer, es decir deslumbrada, en las nubes, nubes, nubes… (¡ojalá! pudiera sonar esto, como suena Alberti con sus olas, olas, olas…). Quedo en estado de gracia, vamos.

Compré un vestido precioso, estoy (me siento)' guapíííííísi-ma con él; todo fue ayer absolutamente perfecto.

Ríase cuanto quiera, en casa había una cena familiar y era tal mi estado de enajenación que decidieron poner un cubierto en la mesa para usted, de ese modo resultaba más «natural» que yo siguiera mi/nuestra alelada, e íntima, conversación; es decir: cuando miraba hacia su plato nadie debía interrumpirme/nos; soporté bromas de todos los colores y tuve que darles cuenta de qué era lo que usted había opinado acerca de «la sopa fría de melón» y del «bacallá a la llauna»…, ¡lo que hace la envidia!, les dije. Era el menú de la cena y usted como siempre, aunque no lo sepa, asiste a mis cenas, a mis comidas, cuando las hago, cuando compro lo que necesito para hacerlas u ordenarlas a la asistenta. Usted está presente en lo que vivo y en lo que sueño y mi familia lo sabe, porque Mauricio, mi marido, conoce que gracias a usted nos casamos y tuvimos dos hijos espléndidos.

La cosa tuvo su gracia, más, cuando me retiré a descansar (ellos están, ya, de vacaciones y alargaron la sobremesa), con todas las historias que sobre usted se cuentan, incluida la que me afecta. No fue un: ja, ja, ja, no, el carcajeo general sonó: jua, jua, jua.

he notifico todo esto porque es justo que conozca los resultados de su buena obra de ayer. A estas alturas no será preciso que le diga que yo no soy ni tímida ni prudente, y como en el pedir no se debe ser tacaño, a la vuelta de vacaciones, tal como usted precisó, le propondré una cita: Boadas, El Viejo Paraguas…, pero escoja usted el sitio, seguro que me gustará (no, no tiene alternativa).

Escarlata

(sentada en las escaleras

y llenando un librillo de bailes)