172880.fb2 El hombre de mi vida - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

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– ¿Por ejemplo?

– Ventolrá, Sitjar, Rigalt i Mataplana.

Retuvo con los oídos el nombre completo de Quimet Rigalt i Mataplana; con los ojos cerrados para aumentar la impasibilidad de su rostro, calculó la próxima pregunta.

– ¿Tiene algo que ver esta operación con Región Plus?

Anfrúns estaba demasiado alarmadamente sorprendido como para fingirlo.

– No me haga caso, en esto de las teologías soy un recién llegado. De esos que me ha nombrado me interesaría saber quién es quién.

– Ventolrá es uno de los príncipes herederos del gobierno nacionalista, uno de los delfines de Pujol, aunque lo peor que le puede ocurrir a un catalán ambicioso es que todo el mundo lo considere delfín de Pujol. Ninguno ha sobrevivido políticamente para contarlo. Sitjar lo sabe todo sobre las finanzas del presidente y su familia. Y Rigalt i Mataplana lo sabe todo y de todos. Es un hombre de gran habilidad, muy fiel al presidente desde que eran adolescentes. Un gran conseguidor. Se hizo rico en Andorra y riquísimo en las islas Caimán pero nadie se lo recuerda. Nunca se le ha relacionado con ninguna corruptela. Está casado con una Fatjó, no sé si le dice algo el apellido. De los Fatjó de cementos Pols, recientemente vendidos a una multinacional. No le digo lo que han cobrado porque no me cabe en la boca, ni a usted en el cerebro. Por la cara que pone usted no sabe nada del quién es quién de este país. Es como si usted fuera un marciano.

– Estoy de paso.

– ¿Desde cuándo y hasta cuándo?

– Desde siempre y para siempre. Concretemos, Anfrúns. Me resulta extraño hablar con usted de religiones y poder. Le suponía un señor de las tinieblas del sexo y ahora le veo como intermediario de una secta satánica.

– Soy el intelectual orgánico del grupo. Lo mío es ser intelectual orgánico. Lo fui del PSUC. Luego de la sexología orgánica, como usted recuerda, y ahora trato de seguir siendo un gran urdidor, pero no soy el que era. Concretemos si quiere. El chico asesinado era un neófito en la secta, pero muy bien escogido porque se dice tenía relaciones sexuales con el profeta.

– ¿No era un follica de chicas el profeta?

– Está saturado de heterosexualidad. Era lógico que quisiera probar otras cosas. A mí me pasó. ¿A usted no?

– Si me molestan las mujeres mal afeitadas, imagínese los hombres.

– No sólo se dice que se acostaba con el profeta sino que es un Mata i Delapeu.

– ¡Cono, Anfrúns! Aquí todo el mundo suena a muy importante y tiene dos apellidos unidos por una conjunción copulativa. Sea maricón o no, sea el profeta o su padre o el asesinado.

– Este país, al igual que España y como sucedió en Europa después de la segunda guerra mundial, ha creado una nueva clase y ha asumido las oligarquías anteriores. Usted sabe que yo empecé de sociólogo y sé lo que digo. No me eternice la tarde. Estoy llegando al final de lo que sé. El chico Pérez i Ruidoms sigue imputado pero está en libertad bajo fianza. El crimen bien pudieran haberlo cometido un grupo de sicarios balcánicos que se alquilan a buen precio y a estas horas estarán otra vez en su país cortándose los cojones losunos a los otros. Ahora se llevan mucho las cuadrillas de sicarios kosovares porque de algo tienen que vivir y los mejores sicarios vienen del hambre y de las guerras. Pronto vendrán sicarios chechenos. Los pobres del mundo son pobres pero no tontos y ya saben que los ricos del mundo necesitan asesinos.

– La petición de que investigue el caso me ha llegado desde el arzobispado de Barcelona.

– Si el arzobispado de Barcelona ha recurrido a usted para que investigue es porque las sectas se han especializado en llenar de grafitti los muros del arzobispado y porque lo ha solicitado la madre de Mata i Delapeu, Delmira, de soltera Rius i Casademont, que es una beata metida en todas las ONG católicas para olvidar que su marido la engaña hasta con muñecas hinchables, hinchadas o deshinchadas.

– Me convenía saberlo antes de hablar con el señor obispo. De hecho, la llamada me llegó de Caritas.

– No hablará con él. La cosa quedará más abajo. Además no es sólo obispo o arzobispo, es cardenal. ¿Qué haría usted si le recibiera el cardenal? Me descojono imaginando su reacción.

– Si llevara sotana le pediría un baile. Lo leí en alguna parte. Una vez un gamberrillo le pidió un baile a un obispo seducido por lo bonitas que eran sus faldas. Pero hagamos un resumen del organigrama oligárquico-satánico de Cataluña y corríjame si me equivoco: un chico Pérez i Ruidoms monta una secta satánica para poder follar y con el tiempo aparece el cadáver de un chico Mata i Delapeu, que al parecer jugaba a papas y mamas con el chico Pérez i Ruidoms. La madre de Mata i Delapeu, que sigue utilizando los apellidos del marido aunque él se acueste con muñecas hinchables, me pide que investigue el caso y usted, intelectual orgánico de Testigos de Luzbel, me informa que aunque las apariencias acusen a Albert Pérez i Ruidoms, todo es un montaje de oligarcas para hundir a otro oligarca, el todopoderoso Pérez i Ruidoms, Gran Oriente o Gran Rabino del Opus Dei y padre del profeta satánico. Oriénteme en la selva del sectarismo y de los sicarios.

Anfrúns le hizo un resumen de las sectas en presencia, una broma subdesarrollada si las comparamos con las sectas norteamericanas, por ejemplo. Los neonazis se van metiendo en las sectas porque no saben dónde meterse. El capitalismo de momento no les necesita y hay que ser de algo, del Barca, del Español, del Real Madrid o de la Iglesia de Satanás o de Ordo Templi Orientalis o de Orde Illuminati. Derechas. Derechas tradicionales o anarcoderechas.

– La más notable es la Iglesia de Satán, fundada por un diplomático del PP y con algunas vinculaciones con la secta Moon a través de sus dirigentes. La secta OTO-Auténtica tiene como líderes a un taxista y a un guardia jurado. Hay algo de misas negras y de venta de cuchillos de sacrificios rituales pero, que se sepa, sólo matan gallinas, gatos y borreguitos, tal vez algún perrillo. La nuestra es una secta modesta, pero con mucha capacidad creativa, que sin modestia alguna me atribuyo, porque yo soy un profesional de la imaginación teórica y me gusta izquierdizar un poco la propuesta, no porque espere hacer la revolución a través de la religión, sino para tocarle los cojones a la burguesía. Aunque a veces la mejor manera de tocarle los cojones a la burguesía sea hinchárselos y que se crea que tiene cojones. Recuer-de mis teorías sobre la sexualidad orgánica. Estuvimos a punto de hundir el sistema predicando la libertad sexual. Todo el mundo se apuntaba, pero llegó el sida y el papa polaco. Se me acaba el tiempo. Tenga una lista y molésteme lo menos posible.

Le dejó un papel en una mano y se marchó: Corrent 93, DV 69, Fundació del Gen Sagrat, Grupo Astaroth, Germanes d'Halo de Beelsebul, Germans de Changó, Macho Cabrío, Templo de Seth… Carvalho apenas se entretuvo en la lectura del resto de la lista y saltó en seguimiento de la estela de Anfrúns, que caminaba con andares de sociólogo con poco tiempo para acabar una investigación de campo. El sociólogo atravesó la plaza de Cataluña, tomó hacia la Via Laietana y descendió por la acera de la derecha a paso rápido hasta llegar al edificio de la Central de Policía, para entonces atravesar la calle, como si no le gustara pasar por delante de la puerta de la antigua cheka franquista, actitud que Carvalho frecuentemente compartía y esta vez le agradeció. Anfrúns ganó el mercado de Santa Catalina, del que sólo quedaba la fachada a la espera de la reconstrucción de los interiores y se metió en las calles de la Barcelona gótica hasta llegar a un viejo caserón medieval en el que se introdujo por el procedimiento de dar un empujón al portón. Cerrada la puerta ante sus narices, Carvalho buscó en el marco, en la fachada alguna indicación sobre la función del edificio, pero no la había y decidió meterse en el bar El Xampanyet, situado frente al callejón, desde el que podía ver quién entraba y quién salía. Sobre la barra, correctamente alineados, montaditos a la vasca que se habían expandido por Barcelona como una epidemia de tapeo posmoderno, «collage y eclecticismo», había leído en una nota de La Vanguardia a cargo de una tal Carme Casas. Al segundo montadito su seguimiento y expectativa tuvieron compensación. Quimet se introducía por la misma puerta que había engullido un cuarto de hora antes al socio-logosexual reciclado en intelectual orgánico de Satán, Jordi Anfrúns.

A partir de la percepción, casi cabalística, que me sugiere su vivencia del asesinato de Lázaro Conesal, andaba yo a caballo de distintas y encontradas emociones… Las ecuaciones de segundo grado (¿ recuerda?), esas que resuelven las expresiones matemáticas que admiten 2 resultados, son triviales para mí y, al parecer, también para usted.

Siempre me parecieron las matemáticas un producto etéreo, seráfico, sujeto a los más estrictos preceptos, sin mácula, sin fisuras, virginal, tan sólido y consistente que… daba asco; hasta que aparecieron por el horizonte, para rescatarlas de ranciedad, de rigidez, de olor a virtud (¿polillas?), las mencionadas ecuaciones (como el séptimo de caballería, en panavisión y la banda sonora acorde con el momento), convirtiendo esta disciplina en: mágica, imprevista, sorprendente, indeterminada, ambigua; en una palabra: desconcertante. El plural con el que se las nombra ya pronostica tan mudable naturaleza.

Me consta que usted siempre sabe quién es el real asesino, y que tolera que la soáedad asuma el asesino necesario, incluso con el acuerdo más total del entregado. Una personalidad tan intrincada como la suya es capaz de astucias sibilinas capaces de idear, fraguar, objetivos que le permitan seguir siendo un voyeur, como siempre, de la historia y de la vida.

Una pericia, por otra parte, ampliamente demostrada entodos los trabajos en los que participa. Incluso en el que aparecía yo. ¿Sigue sin identificarme? ¿Por qué no quiere identificarme? ¿Será tanta su indiferencia o su soberbia que no tiene ningún interés en reconocerme? Puede localizarme a través del fax remitente. ¿No es usted un detective? ¿Por qué no lo hace? ¿Me tiene miedo? Quiero ocultar mi personalidad para obligarle a descubrirla. Pero volvamos a mi desguace de su aventura madrileña escenificada en ese hotel convertido en el misterio de la habitación cerrada. Por lo que me han contado de lo ocurrido allí dentro antes de que se convirtiera en dominio público, allí hubo una farsa barroca y entrecortada, como si de estertores se tratara, prolongada y fatigosa. Usted, como siempre, o como últimamente, lo vivió todo pasivamente, mirón, mirón, supongo que la misma actitud que demuestra ante mis fax, la misma que demostró ante mí misma. Yo soy capaz de «perdonarle» y defender su causa en casi todas las circunstancias, también ahora lo haría ante mí, pero la condición necesaria no se da, que usted diga, haga algo. Espero que entienda mi disgusto, aunque éste no depende de su grado de comprensión, es inmutable.

No, no hay música.

TORQUEMADA

(¿era un hombre?, ¿seguro?)

Los fax se sucedían y, una vez agotado el caso Conesal, ella se dedicó a analizar otras andanzas, como si hubiera espiado su trayectoria profesional y se hubiera convertido en detective de otro detective. Quizá lo mejor sea llamarla y proponer un encuentro, pero el verano se ultima como un balance de la verdad del invierno, con su falsa promesa de cambiarlo todo, y cuando pase, la vaca del fax ya habrá olvidado su obsesión. El cadáver del hijo de la señora Mata i Delapeu ha recibido cristiana sepultura pese a su satanismo y la madre reclama de la sabiduría privada de Carvalho lo que no espera recibir de la policía pública.

– Justicia y paz de espíritu. Hasta que pueda mirar al fondo de los ojos del asesino de mi hijo no podré dormir en paz.

Debía ir al encuentro de aquella viuda de su hijo. Otra madre culta y rica engendrando un desplazado rico, culto y tonto. Un tema de satanismo ayuda a pasar el verano, además debía reunirse cuanto antes con Charo para clarificar lo que pudo haber sido y no fue o lo que ya no podría ser, aunque se asumía a sí mismo por primera vez molesto ante la idea de que Charo dependiera de otro hombre, porque ya no ejercía un oficio, sino que se había consagrado como amante o concubina de un señor respetable que le había puesto un negocio. La vaca del fax. Satán, Charo. Quimet y el espionaje catalán. Demasiado para una rentrée. Tiró de uno de los cajones de su mesa de despacho y junto al radiocasete que Charo le había enviado desde Andorra tenía el traje de baño. Biscuter en la cocina trajinando guisos que olían a azafrán, en el lavabo Carvalho se puso el traje de baño a guisa de calzoncillos, se volvió a vestir y bajó hasta el parking en busca de su coche, al que le regalaba la condición de cabina de playa. Condujo Ramblas abajo hasta el puerto y luego fue a la Vila Olímpica a por el parking situado a la sombra de la Torre Mapire. En el interior del coche se quedó en traje de baño y camisa, guardó su ropa en el maletero y subió hasta el Port Olímpic para avistar la lontananza de playas sucesivas y gratuitas donde los cuerpos depredadores asumían el regalo del mar recuperado tras varios siglos de murallas y contaminaciones. A su izquierda la Vila Olímpica empezaba a enmascararse de árboles y se hacía perdonar su escasa ambición arquitectónica, y a la derecha el mar rutilante y ciudadanía en sus mejores y peores cueros, pero dispuesta a gozar del paraíso. Era de nuevo el mundo de su infancia, cuando las playas «libres» por gratuitas de la Barceloneta le regalaban la condición de bañista y la sorpresa de su propio cuerpo liberado por las aguas. Ahora las playas se sucedían y de seguir andando llegaría hasta la frontera francesa sin perder el favor del mar, pero lo que le interesaba era comprender la nueva ciudad, el sentido de aquel añadido urbano junto a la voluntad de supervivencia del cementerio cerrado y romántico del Poblenou, los caserones cúbicos reciclados por la cirugía estética de la cultura del simulacro, las chimeneas desesperadas, acorraladas en su condición de obsoletos testimonios de lo que había sido a la vez Manchester e Icaria, tan acorraladas como las viviendas en otro tiempo baratas, protegidas, mal construidas que de pronto se convertían en un lacerante Harlem alzado junto a Malibú, en viviendas para pobres milagrosamente erguidas sobre el suelo más encarecido de la ciudad. ¿Qué bisagra unía su imaginario de Barcelona con esta atlántida de pronto emergente de los mares? Una huida hacia adelante o un nuevo sentido de ciudad definitivamente abierta y profiláctica, pasteurizada, al tiempo que la piqueta le rompía las ingles del Barrio Chino y las fantasmales barricadas de la memoria de la ciudad de la rabia y de la idea de la subversión, de la ciudad franquista, la ciudad de rodillas, Señor, ante el Sagrario, que guarda cuanto quedade amor y de verdad. Tal vez la bisagra fuera el olor a gamba, la venganza de los olores de aceites envilecidos, refritos, aceites incorrectos en contra de la ciudad más correcta del Mediterráneo, un aceite sólido cargado de memoria, evocador de posguerras y derrotas.

Decidió sumergirse en la playa previa a la de los nudistas, porque era tópico que allí las aguas eran más limpias y que incluso se salvaban del retorno de la mierda desde los colectores cuando soplaba viento de levante. Estaban las parejas de siempre, las mujeres solas de siempre, los maricas de siempre, todos ellos en olor a una especial acracia, como si fueran descendientes directos de teósofos vegetarianos y anarquistas adoradores del sol, y convencidos de que la cebolla o el ajo, y sobre todo el agua de mar, lo curan todo. Y fue gozo lo que sintió cuando se puso de acuerdo con el frescor de las aguas y pudo nadar como había nadado la primera vez en que se sintió dominador del mar tras un cursillo infantil de natación en el Club Natación Montjuic, como si las aguas le devolvieran consciencia de aprendizaje y de ciudad, añoranza de aquellas escapadas hacia el otro elemento, a manera de huida de la solidez de los días y los barrios laborables, escapadas a bordo de tranvías jardineras, tranvías desvestidos, tranvías con escote y falda corta, sólo aptos para recorridos de verano y para muchachas convocadas por desnudeces precarias de posguerra, los sobacos sudados y entre los senos el resplandor de humedades profundas porque les llegaban hasta el sexo. Ganó pie otra vez sobre el fondo y con el agua hasta los hombros contempló los árboles jóvenes inmediatos, la púber Vila Olímpica, los ciclistas, los adolescentes surfistas, las parejas diríase que ácratas,los maricas en tanga y en régimen de jornada intensiva y se sintió fresco, feliz, reconciliado con la ciudad aunque sentía ganas de llorar porque sabía que no podía volver a casa, que nunca volvería a casa y que además era imprecisa la casa a la que no podía volver, como si fuera sólo un muro blanco donde el recuerdo reconstruía apenas los esbozos de los muertos que sólo él recordaba.

– Las deudas están pagadas y ya enterré a mis muertos. Perfecto fin de milenio y de vida.

Musitó y al tiempo que lo musitaba pensó que debía llamar a la vaca del fax, que era lo único nuevo que le había pasado desde el viaje a Buenos Aires o probablemente desde el paso de Claire por su vida o más lejos, mucho más lejos, desde el momento en que decidió no dejarse sorprender por nada que pudiera hacerle consciente de su fragilidad. Le molestaba tomar el sol como un león marino varado en la arena y apenas lo resistió diez minutos para volver a zambullirse y solearse diez minutos más antes de acudir a la ducha pública, es decir gratuita. Gratuita, pensó, repensó, Pepe, se dijo, empiezas a tener alma de jubilado. Caminó de regreso al parking mientras se secaba al sol y seleccionaba cuerpos de mujeres tendidos y las piruetas deportivas de niños y muchachos que jugaban a fútbol o a voleibol, evocadoras de fugas infantiles motivadas por el impulso del cuerpo a buscar espacios libres en la naturaleza libre. Le vino a la memoria ¿o de la memoria? una montaña de Montjuïc menos ordenancista que la actual, llena de solares abiertos por las bombas o ganados por el derrumbamiento de pabellones de la Expo del 29. Y si no en Montjuïc, en infinitos extrarradios tan próximos enton-ees y ahora sepultados por las construcciones. ¿Por qué recordaba tanto la infancia últimamente? Ya en el parking se vistió sobre el traje de baño ya seco y recompuso su aspecto de detective vestido con rebajas de El Corte Inglés para merecer una mirada aprobadora de la madre viuda de su propio hijo.

Delmira Mata i Delapeu le esperaba en un importante ático de una calle con arbolado atípico, acacias, y entradas de servicio, un apartamento a la medida de cualquier separada del marido que no necesita al marido para comprarse un ático de más de cien millones de pesetas. Tenía la mesa del living room llena de novedades editoriales: La estructura de la realidad de David Deutsch, Sara y Simón de Erick Hackl, El orden político en las sociedades en cambio de Samuel P. Huntington, La era de la información de Manuel Castells, la revista Realitat del Partit deis Comunistes de Catalunya, publicaciones y folletos de Sal Terrae y En el mismo barco de un tal Sloterdijk, librito de proporciones humanas que Carvalho tomó por su reducido tamaño y abrió para leer: «La posmodernidad es la época "después de Dios" y después de los imperios clásicos y de todas sus sucursales locales. Con todo, el huérfano género humano ha intentado formular un nuevo principio para la coperte-nencia de todos en un nuevo horizonte de unidad: los derechos humanos.» No tuvo tiempo Carvalho de seguir leyendo para establecer la conclusión de si Sloterdijk creía o no en los derechos humanos, porque la madre trágica y más anciana cada día había aparecido vestida con la sobriedad agrisada que su luto interior requería y las arrugas acentuadas en su rostro. Se pasó Carvalho una mano por los ojos para quitarse el filtro irónico que juzgó exagerado, mientras con la otra mano sostenía En el mismo barco. La madre habló.

– Es un pequeño gran libro.

– ¿Decía usted?

– El libro que tiene en la mano es un pequeño gran libro sobre el desorden, sobre el nuevo caos.

Soltó Carvalho el libro como si le quemara en la mano y secundó el asentamiento de Delmira Mata i Delapeu en un sillón de terciopelo crema. Realmente había envejecido en los tres días que le separaban del primer encuentro y le salía la voz mal entonada, como inmotivada.

– ¿Sabe algo nuevo?

– Lo que sé me desconcierta y agrava la situación. Al parecer el asesinato de su hijo puede formar parte de un montaje para desacreditar al padre de Pérez i Ruidoms. Según parece es fácil contratar sicarios en estos tiempos.

Delmira cerró los ojos poco a poco, como si le doliera el simple roce de los párpados sobre los ojos despellejados de tanto llorar.

– Ni siquiera ha sido un asesinato humano.

– ¿Qué quiere decir humano en este caso?

– Por amor, por celos, por pasión. Ha sido un asesinato de probeta, de laboratorio financiero.

– Aún no sé nada. Quizá se había hecho usted ilusiones sobre la visita. He creído conveniente tenerla al día.