172880.fb2 El hombre de mi vida - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

El hombre de mi vida - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

Charo necesitó toda la cabeza y mucho espacio para negar aquella posibilidad. No. El presidente Pujol le pidió, como un favor personal, que no diera ese escándalo político.

– Resumiendo, Pepe. He vuelto a Barcelona y Quimet me ha puesto un negocio.

– ¿Un estanco?

Ahora Charo no quería enfadarse y se dedicó a desacreditar los negocios relacionados con el tabaco. Cada vez se fumará menos. Quimet ha trabajado en un plan catalán antitabaco que va a superar al de los norteamericanos. Tiene un lema precioso: Som sis milions però cap fumador <strong>[2]</strong>. Pasó por alto la mujer que Carvalho escogiera el momento para encender un puro Hoyo de Monterrey que sacó casi encendido del cajón y recuperó los andares mientras sacaba del bolso una tarjeta de visita.

– Me ha puesto una boutique de dietética alimentaria y cosmética biótica. Mis señas. No rompas la tarjeta. He pensado en ti. Te haces viejo. No tienes porvenir, ni dinero suficiente para vivir el poco porvenir que te queda. Quimet puede ayudarte. Ya lo hemos hablado.

Ahora Charo, impetuosa y volcada sobre la mesa, le metió la lengua en la boca, como orientándose o reconociendo los recuperados rincones de la cavidad, y en

sus ojos había promesas cuando se retiró de espaldas hasta la puerta.

– Pepe, aún podemos ser felices y solucionar los problemas, tener donde caernos muertos.

– ¿A ti te interesa dónde te vas a caer muerta?

– Me interesa el cómo y ahí interviene el pensar en el futuro.

– Pensar en la muerte no es precisamente pensar en el futuro.

– ¿Cómo vas a envejecer tú, Pepino? Yo me hice la misma pregunta ante el espejo de mi habitación del hotel de Andorra: ¿cómo vas a envejecer tú, Charo? Una cosa es morirte de frío por no tener ni un duro y otra cosa es además llevar el frío dentro por no tener ni un afecto, ni siquiera la propia estimación. ¿Quién te quiere a ti, Pepe? ¿Te guardas autoestima?

Autoestima. El lenguaje de Charo había mejorado. Autoestima. Siempre había hablado bonito pero popular, jamás se había atrevido a pronunciar en su presencia palabras como autoestima. Sería una palabra inculcada por el Quimet ese.

– ¿Quimet siente mucha autoestima?

– Se la merece. Se lo debe casi todo a sí mismo. Quimet es un hombre importante en Cataluña, de los que «hacen país», aunque casi nunca aparece en primer plano. Gracias a él pude tirar adelante y ahora vuelvo porque me ha ayudado a montar ese pequeño negocio y ya me siento segura de mí misma. ¿Puedes decir tú lo mismo de ti?

Charo pertenecía pues a dos sectas, la de la Teolo gía de la Alimentación y la de la Teología de la Segu ridad.

– ¿Qué relaciones tienes con la OTAN?

– ¿Qué tiene que ver la OTAN con los alimentos biológicos?

– Sólo puedes sentirte segura si tienes buena relación con la OTAN.

– No te entiendo. Me parece que te quieres quedar conmigo, pero comprendo que unos minutos no compensan siete años. Sólo quiero que te grabes una cosa en la cabeza: Quimet me ha ayudado y quiere ayudarte a ti.

No le dio tiempo a organizar un sarcasmo verbal, ni siquiera gestual. Charo, ligerísima, dejó una tarjeta de visita sobre la mesa, le dio la espalda y, desde la puerta, la espalda de la mujer le habló.

– Tendrás noticias mías.

Cuando Carvalho asumió que volvía a estar a solas, que tenía una tarjeta de Charo en la mano y una erección entre las piernas, de pronto el fax se puso en marcha.

Comprendo que no es responsable de lo que se dice de usted, pero no ignorará que lo han convertido en héroe social o antihéroe para más exactitud. Me sorprendió su sorpresa, pero usted debe estar acostumbrado a que le paren por la calle y le pidan un autógrafo. No me atreví a pedírselo yo y le envié a mi hijo mayor para que lo hiciera. Yo estaba muy cerca para decirle: Mira, es aquel señor, y comprendí que a usted no le gustaba la demanda, por el gesto y por la dedicatoria, en la que no decía casi nada, pero la acompañaba con una firma desmesurada. «Para complacer al cliente…», escribió. Definición. CLIENTE: respecto del que ejerce alguna profesión, persona que utiliza sus servicios. Respecto de un comerciante,comprador habitual. Me consta que no le hacen falta las definiciones, eso lo hace más lamentable, es de suponer que usted sabe lo que dice. Pues sí, estoy ofendida, el término me parece incorrecto, un cliente devuelve el género cuando no le satisface y yo, sin embargo, guardo con cariño su autógrafo, porque en cierta ocasión descubrí que Pepe Carvalho era un ser humano, que puede equivocarse y que por eso tiene, quizá, más mérito todo cuanto hace bien, muy bien, «divinamente». Y lo comprendí a pesar de que la experiencia, lejana, que compartimos, no me pareció demasiado humana, por su parte, ¿o la falta de humanidad o de madurez debo atribuírmela yo sola?

No siempre soy yo la que está pendiente de lo que usted hace. Todos a mi alrededor, mi marido y mis dos hijos son mi alrededor fundamental, conocen la afición que le tengo, por ello frecuentemente me tienen al corriente de lo que se dice de usted, personaje del que muchos hablan y pocos conocen. Para que vea que soy generosa, le diré que no sólo estoy ofendida por mí, también lo estoy por usted. No creo, en absoluto, que sea un «comerciante» (el comerciante compra para vender, El Corte Inglés, por ejemplo), ni que ser un detective privado sea una «profesión» o al menos una profesión solvente. Bueno, ya veo que he empezado a bajar la guardia, se deberá, seguro, a la «afición desordenada» que le tengo. De cualquier modo, ahora cada vez que contemplo el autógrafo y veo el tamaño de su firma me entristezco. Conmover no, conmoción sí; cuanto usted me sugiere es siempre así de exagerado.

Pienso que debo aclararle que he perseguido su dirección (electrónica, telefónica, postal…) por todas partes, por lo que cabe dentro de lo posible que, desde algún medio, le den cuenta de ello. Y todo para descubrir que usted está donde estaba cuando le conocí. No sé por qué me extrañó que usted no contase con e-mail (en la búsqueda no se libró ni Internet); en realidad, dadas sus circunstancias, era más fácil pensar que su medio de comunicación estaría más cerca del tam-tam, por lo que tiene de mágico, arcano. En fin es obvio que yo le adoro. No tiene más remedio que cargar con esa responsabilidad, le ha tocado.

MORGANA (la Bruja)

Nada más acabar la lectura no reprimió la tentación de los ojos de indagar el fax emisor, unas siglas, «SP Asociados» y un número de telefax que a Carvalho no le interesaba retener. No quería contestar. No quería intrigarse por la personalidad de la corresponsal de sí misma, ni preocuparse por la supuesta «… experiencia, lejana, que compartimos»: La Morgana legendaria de la leyenda artúrica no había sido propiamente una bruja, era una hada sin cursilerías o quizá una hada y una bruja sean el blanco y el negro de la misma transgresión. Se imaginó a la bruja vieja y gorda, cúbica, una casada frustrada y letraherida en busca de héroes de papel ya que no podía obtenerlos de carne y hueso. Al fin y al cabo la prensa había hablado alguna vez de sus investigaciones, pero entre Carvalho y Julio Iglesias habitaban millones de héroes de papel que se merecían que una vaca fofa y neurótica les enviara un fax. Se sorprendió de no querer romper el mensaje. También de meterlo en el cajón que podía cerrar con llave, como protegiéndolo de miradas indiscretas, que no podían ser otras que las de Biscuter. No quería recordar todas las experiencias compartidas con mujeres y sólo las más dotadas para la fabulación y la sintaxis podían hacerse responsables de la carta.

Salió a la calle con el malhumor aplazado en un rin-con de su cerebro, no tan aplazado como creía porque de vez en cuando se detenía para preguntarse: ¿Por qué estás de mala leche?, y no tardaba en responderse: La tía del fax. Con la tarjeta de Charo entre los dedos buscó el emplazamiento de su boutique de dietética y cosmética biótica situada en la Vila Olímpica, y Carvalho encaminó hacia allí sus pasos en un deseo de releer la ciudad, de reconciliarse con la voluntad de Barcelona de convertirse en una ciudad pasteurizada y en olor a gamba de las frituras que salían de la metástasis de los restaurantes de la Vila Olímpica. No habrá suficientes gambas en los mares de este mundo para todas las que se cocinan en Barcelona y así cambiar el aroma de pólvora, axila e ingle de la ciudad de los pecados por el de una mezcla de ambipur de pino y gambas a la plancha. Todas las metáforas de la ciudad se habían hecho inservibles: ya no era la ciudad viuda, viuda de poder, porque lo tenía desde las instituciones autonómicas; tampoco la rosa de fuego de los anarquistas, porque la burguesía había vencido definitivamente por el procedimiento de cambiar de nombre; ahora se llamaba «sector emergente» y ¿cómo se puede poner una bomba o montar una barricada al «sector emergente»? Barcelona se había convertido en una ciudad hermosa pero sin alma, como algunas estatuas, o tal vez tenía una alma nueva que Carvalho perseguía en sus paseos hasta admitir que tal vez la edad ya no le dejaba descubrir el espíritu de los nuevos tiempos, el espíritu de lo que algunos pedantes llamaban «la posmodernidad» y que Carvalho pensaba era un tiempo tonto entre dos tiempos trágicos. Pero estaba reenamorándose de su ciudad y especialmente debía reprimir la tendencia ala satisfacción cuando bajaba por las Rambles, desembocaba en el puerto y al borde del Molí de la Fusta comenzaba un recorrido junto al mar en busca de la Barceloneta y la Vila Olímpica. A pesar de las nuevas construcciones de centros comerciales y lúdicos, el mar le pertenecía, por fin se integraba como uno de los cuatro elementos de la ciudad: Gaudí, las gambas a la plancha, la torre de comunicaciones de un tal Foster que tenía avión privado y estaba casado con una sexóloga española y el mar. Quimet había ubicado el negocio de Charo en una de las naves mal comercializadas del centro de negocios del Port Nou, a la sombra de la Torre de les Arts. Estaban acabando las obras de acondicionamiento y permaneció a una prudente distancia para observar cómo se movía Charo entre ebanistas y electricistas, con unos planos en una mano, la otra sobre la osamenta de la cadera izquierda de unos pantalones téjanos muy bien llenos. Por un instante la edad de Charo le pasó por el centro del cerebro como un rótulo en movimiento, pero se negó a leerlo. Seguía teniendo silueta de muchacha aunque se le había redondeado la cara y era evidente el teñido de sus cabellos blancos, transmutados en el caoba de moda en muchas cabezas femeninas. En las playas cercanas que crecían a su izquierda hacia la escollera, las playas de su infancia, y hacia el Maresme a su derecha, la Copacabana barcelonesa heredada de los Juegos Olímpicos, los cuerpos consumían Mediterráneo y sol gratis, y entre esos cuerpos evocaba la silueta grácil de la Charo que había conocido, para convenir que la actual Charo llenaría más los biquinis, más y bien, y sería necesario acercarse mucho a ella para verle el tango o el bolero de una vidaen el rostro. No quería ser sorprendido en su condición de voyeur, pero cuando dio la vuelta se topó con un hombre delgadito, de reducidas proporciones, canoso, super-vestido, encarnación de lo pulcro, que olía demasiado bien y le miraba con ojos excesivamente perspicaces.

– ¿Carvalho, supongo?

Original el hombre, pensó, pero no se entregó a su curiosidad, incluso dio un paso atrás para aumentar la distancia hacia la mano que se le tendía.

– Joaquim Rigalt i Mataplana, aunque Charo le habrá hablado de mí como Quimet.

Se lo imaginaba más alto, más gordo, más anodino, más obvio, pero tuvo que darle la mano mientras le estudiaba.

– ¿Ha quedado citado con Charo?

– No exactamente.

– Pero es una magnífica oportunidad de que nos veamos los tres.

Iba a poner reparos pero Charo los había visto y corría hacia ellos con la sonrisa franca, aunque los ojos ya estaban estudiando el continente de Carvalho y le pedían por favor que la ayudara. Besó en la mejilla a Carvalho, le dio la mano a Quimet, mientras miraba a derecha e izquierda por si su gesto era observado. Retuvo Carvalho la gestual prudencia de la mujer y se dejó llevar hasta el Port Nou para tomar una copa en una coctelería que olía a gamba como todo lo demás, mientras ponían al día el triángulo. Quimet dejaba que ella hablara para crear un ámbito propicio a los tres y Carvalho fingía escuchar mientras consideraba qué le iban a pedir y qué podía pedir a aquellas horas de la mañana: un dry martini con gamba. Recuperó la palabra

Quimet en su condición de Joaquim Rigalt i Mataplana, socio de doña Rosario, Charo para los amigos, en la explotación de Bio-Charo, un negocio más de los muchos que tenía, para el que había contado con una experta.

– Hay que diversificar el riesgo.

Guiñó el ojo a Carvalho y no fue correspondido. Luego se inclinó hacia él y le preguntó con voz de tenor lírico:

– ¿Qué piensa usted de Cataluña?

– ¿A quién se refiere?

– A Cataluña.

– No acabo de entender su pregunta. ¿Quién es Cataluña? Una entidad geográfica, administrativa, emblemática, simbólica…

– Nacional. Cataluña es una nación.

– No lo pongo en duda. Un sujeto colectivo, vamos, colectivo y virtual. Usted también es una nación. Todos son una nación. Lo que tengo muy claro es que yo no soy una nación. Bastante me cuesta ser un individuo y no confío en los pueblos. Los individuos pueden tener compasión, los pueblos no. Ser una nación me complicaría demasiado la vida. Pero adoro las naciones de los otros.

Charo le aplaudió con los ojos.

– Empezamos bien, Carvalho. Pero anem per feina <strong>[3]</strong>, no desperdiciemos el tiempo. ¿Cómo le va su trabajo como detective privado?

– Son malos tiempos. La globalización nos ha afectado mucho. Las multinacionales controlan el negocio de las policías privadas y los detectives artesanos empezamos a ser considerados como una curiosidad antropológica. Nunca ha habido tanta Teología de la Seguri dad ni tanto chorizo y asesino en el mercado, pero la competencia de las multinacionales de la represión es desleal. Lo de la OTAN ya no tiene nombre. Ahora bombardean con misiles inteligentes, pero en el futuro van a detener y encarcelar con imanes sensibles a la carne humana vencida y a distancia.

– Es decir, no le va bien.

Carvalho se encogió de hombros y Quimet se consideró dueño del escenario.

– ¿Qué piensa usted de los servicios de información?