172837.fb2 El Caso Mao - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

El Caso Mao - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

6

El Viejo Cazador se quedó muy intrigado cuando Chen lo invitó a una casa de té en la calle Hengshan.

El inspector jefe conocía su pasión por el té, pero Chen no era ningún entendido en la materia, pensó el Viejo Cazador al divisar la majestuosa casa de té Tang Yun. Un establecimiento tan postinero cobraría por el servicio, por el ambiente y por su supuesto atractivo cultural, pero no por el té en sí.

Una esbelta camarera, ataviada con un vistoso vestido mandarín de profundas aberturas, se le acercó apresuradamente encaramada en sus zapatos de tacón y lo condujo a un reservado decorado con antigüedades. Un juego de delicadas tazas de té, tan pequeñas y exquisitas como lichis pelados, reposaba sobre una mesa de caoba cubierta por un mantel.

Como Chen aún no había llegado, el Viejo Cazador se tomó una taza solo. El té lo decepcionó: le pareció vulgar y corriente, además de aguado.

Como dice el antiguo proverbio, uno no acude a rezar al Templo de los Tres Tesoros si no es para pedir algo. Así que ¿de qué iba a hablarle Chen? De un caso especial, presumiblemente. De ser así, Chen no debería contárselo a él sino a su hijo, el subinspector Yu, compañero de Chen en la policía desde hacía varios años. Los dos eran ahora buenos amigos.

El Viejo Cazador también había mantenido un estrecho contacto con Chen, a quien tenía en gran estima. Chen, un policía hábil y honrado, parecía ser la excepción en un ambiente de corrupción generalizada. Yu era realmente afortunado de trabajar con un jefe -y compañero- como él.

Sin embargo, a veces Chen se mostraba algo esquivo: era terco, escrupuloso e inteligente, pero también astuto y ocasionalmente ladino. Su ascenso a inspector jefe cuando aún estaba en la treintena era buena prueba de ello. El Viejo Cazador, un policía que había trabajado mucho durante toda su vida, no era más que un simple sargento cuando se jubiló.

El Viejo Cazador aún tenía contactos en el Departamento, por lo que también sabía que Chen había recibido una llamada en mitad de una reunión, un mensaje desde Pekín relacionado con su antigua novia. Aparentemente, Chen quedó desolado tras recibir la llamada y, al día siguiente, pidió un permiso de forma repentina. Los rumores sobre sus inesperadas vacaciones se propagaron rápidamente por el Departamento.

Cuando el Viejo Cazador estaba a punto de llevarse a los labios su segunda taza de té, la camarera volvió al reservado acompañada de Chen.

– Siento haberlo hecho esperar -se disculpó Chen, cogiendo la taza de té que le ofrecía el Viejo Cazador-. Gracias.

– No, ése es mi trabajo -protestó la camarera, apartando rápidamente la tetera. La camarera añadió agua caliente a la tetera de arena morada antes de verter el té en las pequeñas tazas formando un grácil arco. Sin embargo, acto seguido vació las tazas en la palangana de cerámica que tenía a su lado-. Esto es para calentarles las tazas -explicó. Sus dedos parecían de un blanco deslumbrante en contraste con la taza. -Así comienza nuestra ceremonia del té. El té tiene que disfrutarse sin prisas.

El Viejo Cazador había oído hablar de la ceremonia japonesa del té, pero se negaba a aceptar cualquier cosa que viniera de Japón. Su tío murió en la guerra contra Japón, y el recuerdo aún le causaba desazón. Cuando la camarera le sirvió por fin el té en una tacita, el Viejo Cazador se lo bebió de un trago, a su manera. La camarera se apresuró a servirle una segunda taza.

El policía jubilado observó que Chen tamborileaba en la mesa distraídamente con los dedos. Quizá fuera una señal de reconocimiento, o de impaciencia. Según el ritual, la camarera debía permanecer junto a su mesa en todo momento a fin de servirles el té. No podrían hablar con tranquilidad.

– En Japón, la ceremonia del té se considera una señal de refinamiento, pero eso es una gilipollez. Disfrutas del té, no de tanto preparativo ni de tanto protocolo -explicó el Viejo Cazador-. Como dice un antiguo proverbio, un imbécil devuelve la perla de valor incalculable, y se queda con el estuche llamativo.

– Tiene mucha razón, y además siempre respalda sus opiniones con antiguos proverbios -comentó Chen, volviéndose hacia la camarera con una sonrisa-. Disfrutaremos del té a solas. No hace falta que se quede aquí para servirnos.

– Así es como se hace en nuestra casa de té -replicó ella, sonrojándose avergonzada-. Hoy en día la ceremonia del té está muy de moda.

– Nosotros estamos chapados a la antigua. No se puede tallar un objeto moderno con un trozo de madera podrida. Gracias -concluyó Chen; y después de que la camarera se hubiera ido añadió a modo de disculpa-: Lo siento. Ésta es la única casa de té que conozco. Con un reservado en el que poder hablar, quiero decir.

– Ya entiendo -respondió el Viejo Cazador-. ¿Qué hay de nuevo bajo el sol, jefe?

– Bueno, hace mucho que no hablamos.

El Viejo Cazador sabía que la respuesta de Chen era una excusa, por lo que preguntó como de pasada:

– ¿Así que está disfrutando de sus vacaciones?

– La verdad es que no, no exactamente.

– En este mundo nuestro, ocho veces de cada diez las cosas no salen según se había previsto, pero, como reza otro antiguo proverbio, ¿quién sabe si es buena o mala fortuna que el anciano de Sai pierda su caballo? Le vendrá bien tomarse unas vacaciones, jefe. Ha trabajado demasiado.

– Ojalá pudiera hablarle más sobre la fortuna, buena o mala -respondió Chen de manera esquiva-, pero no he cogido las vacaciones por motivos personales.

– Lo entiendo. ¿Sabe?, en los últimos meses he estado disfrutando de una ópera de Suzhou basada en el Romance de los tres reinos. Los versos finales son sencillamente magníficos: «Tantas cosas, pasadas y presentes, están relatadas como las historias que intercambian los amigos mientras toman una taza de té».

– Ya veo que le apasiona la ópera de Suzhou -dijo Chen-. El tiempo vuela, ésa es la verdad. Cuando leí el Romance de los tres reinos por primera vez aún estaba en la escuela primaria. Hay muchas partes de la novela que no entendí. Por ejemplo, el episodio en el que Cao Cao construye las tumbas en secreto.

– Sí, lo recuerdo. Cao Cao mandó construir varias tumbas y después mató a todos los obreros que las construyeron, de modo que nadie supiera dónde estaba la tumba auténtica. Y Cao Cao no fue el único en hacer algo así: también lo hizo el Primer Emperador de la dinastía Qing, quien ordenó que enterraran junto a él, en distintas tumbas, tanto a seres humanos como a soldados de terracota.

– Efectivamente, conocer el secreto del emperador podía resultar mortal.

El Viejo Cazador depositó la taza de té sobre la mesa al detectar un tono extraño en la voz del policía más joven. No creía que Chen lo hubiera invitado sólo para hablar relajadamente sobre los emperadores y sus tumbas.

– Entonces, ¿eso es lo que lo preocupa, jefe?

Chen asintió con la cabeza sin responder a la pregunta y alzó su taza de té.

– Fíjese en la frase inscrita en la taza: «¡Una vida larga, eterna!». Originalmente, era lo que se les solía gritar a los emperadores. Durante la Revolución Cultural, la primera frase en inglés que aprendí fue «¡Que el presidente Mao tenga una vida larga, eterna!». Exactamente la misma frase con la que se aclamó a los emperadores durante miles de años. Seguro que Mao lo sabía, pero ¿acaso puso alguna objeción?

El Viejo Cazador sospechó que se estaba llevando a cabo una investigación secreta sobre algún asunto relacionado con Mao. Había trabajado con Chen alguna vez, aunque no fueran compañeros en la brigada, y se tenían confianza mutua. Normalmente Chen habría ido al grano, pero un caso relacionado con Mao podría cambiar su modo de comportarse. Chen estaba obligado a actuar con cautela, tanto en interés de terceras personas como en el suyo propio. Cualquiera que fuera la situación, el Viejo Cazador tenía que mostrarle su apoyo.

– Ha dado en el clavo, jefe. Mao fue un emperador moderno, aunque hablara tanto de marxismo y de comunismo. Durante la Revolución Cultural, cualquier cosa que dijera Mao, unas palabras, una frase, se consideraba «decreto supremo», y teníamos que celebrarlo tocando tambores y marchando por las calles bajo un sol abrasador. Y no podías quejarte del calor. Una vez incluso cogí una insolación. Antiguamente comparaban a los emperadores con el sol, pero Mao sencillamente era el sol. Un miembro del Politburó acabó en la cárcel, acusado de difamar a Mao, porque escribió un artículo sobre las manchas negras del sol.

– Usted sabe mucho acerca de esos años, aunque tal vez no sea justo juzgar a Mao por algo así, teniendo en cuenta la larga historia feudal de China -replicó Chen.

– No conozco esa supuesta historia feudal, no es una palabra que me resulte familiar. Un emperador es un emperador, es todo lo que sé. -El Viejo Cazador dio otro sorbo; las hojas de té se abrieron inesperadamente en la taza blanca, como si fueran renacuajos-. Deje que le hable de un caso que investigué hacia el final de la Revolución Cultural.

»En la ópera de Suzhou, las historias tienen que contarse desde el principio. Para comprender lo que pasó durante la Revolución Cultural, hay que remontarse a sus comienzos.

– Suena como un cantante de esas óperas -dijo Chen-. Siempre cita proverbios para dar más sentido a la narración, y martiriza al público con digresiones antes de llegar a los momentos claves. Sí, por favor, empiece desde el principio. El té empieza a tener sabor, y yo soy todo oídos.

– Tenía más o menos su edad en aquella época, jefe. Li Guohua, que entonces era secretario adjunto del Partido, me encomendó una misión, el primer caso «de gran importancia política» de mi carrera. Por aquel entonces, todo el mundo confiaba incondicionalmente en Mao y en la propaganda comunista. Yo, que no era más que un poli de poca monta, estaba muy orgulloso de trabajar para la dictadura del proletariado. Juré que lucharía por Mao como hacían los jóvenes Guardias Rojos, así que, en secreto, bauticé aquel caso como «el caso Mao».

– ¿El caso Mao?

– Bueno, no sabe cómo me alimentó el ego. Era como si me hubiera envuelto en una gran bandera a modo de piel de tigre. El sospechoso del caso se llamaba Teng, un profesor de secundaria acusado de calumniar a Mao en sus clases. Pertenecía a una familia trabajadora y era miembro de la Liga Juvenil Comunista. Salía con una chica de familia políticamente intachable, por lo que su culpabilidad resultaba más que dudosa. No tenía el menor motivo para calumniar a Mao. Así que me dirigí al colegio, donde Teng ya llevaba varios días aislado y sometido a interrogatorios.

– ¿Cómo cometió Teng el delito?

– A eso voy, Chen. No puede disfrutar del tofu caliente si se muestra tan impaciente -repuso el Viejo Cazador, sosteniendo su taza en el aire-. En aquella época, los poemas de Mao ocupaban gran parte de los libros de texto de secundaria. Alguien acusó a Teng de ofrecer en clase una interpretación calumniosa y malintencionada de uno de los poemas de Mao. Sin embargo, Teng replicó que los datos que presentó a sus alumnos procedían de diversas publicaciones oficiales. Aseguró haberse documentado muy bien y haber investigado el tema de forma exhaustiva…

– Espere un momento, ¿a qué poema se refiere?

– Al poema que Mao escribió a su esposa Yang Kaihui.

– ¡Ah, ése! «Perdí a mi orgullosa Yang, y tú perdiste a tu Liu» -recitó Chen, susurrando el primer verso del poema-. Cuando estudiaba secundaria, este poema se consideraba un ejemplo perfecto del romanticismo revolucionario. En un vuelo de la imaginación, Mao describía el viaje del alma leal de Kaihui hasta la luna, donde la diosa de la luna bailaba y le servía licor de osmanto fermentado. Kaihui vertía un torrente de lágrimas tras conocer la victoria del Partido Comunista. Mao echó mucho de menos a su primera esposa…

– No, su segunda esposa -lo interrumpió el Viejo Cazador-. Mao tuvo una primera esposa, Luo, en su antigua casa de Hunan. Según la biografía oficial de Mao, el matrimonio entre Luo y Mao fue concertado. Así que no reconoció a Luo como esposa, aunque vivió con ella como mínimo dos o tres años. En las publicaciones oficiales no apareció jamás ningún detalle de su vida matrimonial, claro está. Entonces se enamoró de Kaihui y se casó con ella. Esta vez, y dadas las circunstancias, la boda se interpretó como un acto revolucionario.

– Viejo Cazador, es usted toda una autoridad en lo que concierne a Mao. Debería haberlo sabido antes. -Chen levantó su taza-. Siento que sólo sea té, pero brindo por sus conocimientos.

– ¡Al diablo mis conocimientos! -exclamó el Viejo Cazador, agitando la mano-. Volvamos al caso en cuestión. Según dijo Teng, él intentó mostrar a sus alumnos los enormes sacrificios que Mao había hecho por la revolución. Su hermano menor, su esposa Kaihui, sus hijos, y después los hijos que tuvo con su siguiente esposa, Zizhen, o murieron o perdieron toda relación con sus padres por el bien de la revolución.

– No sé qué hay de malo en todo esto -interrumpió nuevamente Chen.

– Eso pensaba yo también, por eso me costó bastante aclarar las cosas. Teng llevaba días en una celda de aislamiento, y era ya un hombre destrozado que repetía su declaración una y otra vez como un robot: «Me limité a recopilar información procedente de varios libros. Los libros debían de estar equivocados».

»Así que interrogué a sus colegas. Todos declararon que Teng había realizado un trabajo concienzudo, al menos en apariencia. En los años setenta no había fotocopiadoras en los colegios. Teng tuvo que trabajar como un condenado recortando plantillas, copiando fragmentos de diversos libros, revisándolo todo él solo y pagándolo de su bolsillo. Reuní toda la información que Teng había recopilado, incluyendo los datos sobre la segunda esposa de Mao, Kaihui, y sobre su tercera esposa, Zizhen. El material que Teng distribuyó entre sus alumnos procedía de publicaciones oficiales, y todo estaba escrito con la intención de elogiar el espíritu revolucionario de Mao, eso era indudable.

»Pero ahí radicaba el problema. Uno de sus alumnos leyó todo el documento y dijo en clase: "Profesor Teng, hay un error. El presidente Mao no podía haberse casado con Zizhen aquel año". Pero Teng era un ratón de biblioteca, además de un hombre muy terco. Casualmente, llevaba el libro original en su bolsa, así que lo sacó y volvió a comprobarlo delante de la clase. "La fecha es correcta, estudia más y no me molestes." El alumno, exasperado por la respuesta de Teng, y demasiado influido por la teoría de Mao sobre la lucha de clases, lo denunció ante la Escuadra para la Propaganda del Pensamiento de Mao del colegio, alegando que, según Teng, Mao se había casado con Zizhen cuando Kaihui aún estaba viva.

»Ahora bien, en la mayoría de publicaciones oficiales, no se mencionaba la fecha de la boda de Mao con Zizhen. Se daba por sentado que se casó con ella después de la muerte de Kaihui. Pero, en uno de los textos que había recopilado Teng, aparecía un párrafo en el que se mencionaba la fecha de la boda. Y en otro aparecía la fecha de la muerte de Kaihui. Era innegable que las fechas coincidían.

El Viejo Cazador hizo una pausa un tanto teatral y cogió la tetera, pero, para su consternación, ya no quedaba agua. Decidió continuar sin pedir más agua caliente. Había llegado al momento crucial de su relato.

– Resultó evidente que Mao era culpable de bigamia. Y eso supuso un desastre para Teng. Si no hubiera querido ser tan minucioso, podría haber afirmado que se trataba de un error tipográfico. Pero al ser interrogado por la Escuadra para la Propaganda del Pensamiento de Mao, Teng insistió en que había revisado cuidadosamente todos los textos. Es más, incluso les indicó el libro en que aparecía la fecha de la boda de Mao con Zizhen.

– ¿Quién había escrito el libro?

– Alguien que había trabajado a las órdenes de Mao, su ordenanza personal. A la escuadra no le quedó más remedio que aislar a Teng y someterlo a un interrogatorio, para evitar que continuara hablando demasiado. Enviaron un informe al Departamento de Policía, pasando el problema como si fuera una patata caliente. Y entonces el caso me llegó a mí.

«Después de investigarlo todo a fondo, le propuse a Li escribir al autor para pedirle su cooperación. Li me echó una buena bronca, alegando que yo no entendía la complejidad de la lucha de clases, y que no era posible contactar con el autor. Teng tenía que confesar que había calumniado a Mao, insistió Li, o al menos admitir que todo se debía a un error tipográfico. Así que no me quedó más remedio que seguir "investigando", convertido en vocero de la famosa cita de Mao: "Indulgencia para con aquellos que confiesen su delito, y severidad para con los que se resistan". Intenté aconsejar a Teng citándole todos los proverbios que me vinieron a la mente, como "un héroe abandona el barco antes de que éste se hunda" o "tienes que agachar la cabeza bajo los aleros de los demás", pero se negó a escucharme. Al cabo de un par de días se suicidó, dejando su testamento escrito en sangre. El testamento sólo incluía una frase: "¡Que el presidente Mao tenga una vida larga, eterna!".

El Viejo Cazador hizo otra pausa para dar un sorbo de la taza vacía, tras sentir de pronto la garganta seca.

– Según Li, fue una conclusión aceptable: «El criminal se suicidó, consciente del castigo que recibiría por su delito». Y así se acabó el caso Mao. Unos dos o tres meses después, el propio Mao también murió.

– ¡Vaya caso!

– Nunca he podido sacármelo de la cabeza. «Fue una misión como otra cualquiera», me he dicho a mí mismo no sé ya cuántas veces. Sólo el Viejo Cielo lo sabe. Después de todo, durante la Revolución Cultural miles de personas murieron como hormigas, como hierbajos. Aparte de citarle a Mao, no presioné a Teng más de lo que ya lo habían presionado. Era un poli, y me limitaba a actuar como se esperaba de mí. Sin embargo, aún me pregunto si podría haber intentado hacer algo más. Para ayudarlo, me refiero. Esta pregunta es como una mosca, que vuelve zumbando al mismo sitio una y otra vez, sin dejar de fastidiarme.

«Después de la Revolución Cultural, hubo un breve periodo en el que se "rectificaron los casos equivocados". No le dije nada al secretario del Partido Li, pero un día me pasé por el colegio de Teng. Para mi consternación, fue imposible "rectificar el caso equivocado" de Teng, porque tal caso no existía. No constaba nada en el registro oficial. Teng se suicidó durante una investigación oficiosa, eso fue todo. El desastre entra y sale de la boca, como dice un antiguo refrán. Como el caso guardaba relación con Mao, nadie estaba dispuesto a hablar del asunto.

»Había tomado notas sobre el caso en un cuaderno, y busqué los libros citados en los apuntes de Teng, además de algunas publicaciones nuevas sobre Mao. Esperaba demostrar que Teng era culpable de la errata de modo que él también fuera responsable de lo sucedido, al menos en parte. O, en todo caso, esperaba demostrar que uno de los autores había cometido un error tipográfico. De una forma u otra, no tendría que sentirme responsable. Un truco para engañar a los demás y para engañarme a mí mismo, podríamos decir, algo parecido a silenciar el sonido de un timbre tapándose los oídos. Pero cuanto más leía, más se me encogía el corazón.

– Espere un momento, Viejo Cazador -interrumpió Chen al ver que volvía la camarera-. Traiga más agua caliente.

– Dos termos de agua caliente -añadió el Viejo Cazador.

– No servimos el agua caliente en termos -protestó la camarera sin excesiva convicción.

– Hemos pagado por un reservado. Al menos tendríamos que poder tomar el té como nos apetezca.

Después de que la camarera les trajera el agua caliente que le habían pedido, el Viejo Cazador le indicó con la mano que saliera de la habitación, se sirvió una taza y continuó hablando.

– En cuanto a los matrimonios de Mao, le resumiré la información que he reunido a partir de distintas fuentes. Después de su boda con Mao, Kaihui dio a luz a tres hijos. En 1927, Mao se fue a combatir como guerrillero a las montañas Jinggong, dejando a Kaihui y a sus tres hijos pequeños a las afueras de Changsha. Sin embargo, menos de un año después Mao se casó con Zizhen, que entonces sólo tenía diecisiete años y era conocida como «la flor del condado de Yongxing». Zizhen era guerrillera y también combatía en las montañas. La prueba indiscutible de esta boda fue un artículo en defensa del matrimonio de Mao con Zizhen. Lo escribió un alto cargo del Partido, y se publicó en Revista de Historia. Según su autor, se trataba simplemente de otro sacrificio exigido por la revolución: Zizhen era la hermana menor de un líder guerrillero que había llegado a las montañas antes que Mao, por lo que éste tuvo que casarse con ella a fin de consolidar las fuerzas revolucionarias de la zona. «Cualquier crítica contra el matrimonio de Mao con Zizhen es irresponsable, y carece de la adecuada perspectiva histórica.»

– ¡Asombroso! ¡Qué excusa tan vergonzosa!

– Fuera cual fuese la excusa, Mao se casó con Zizhen, lo que constituía un acto de bigamia innegable. Mientras estaba en las montañas, Mao se perdió entre las nubes y la lluvia del cuerpo joven y flexible de Zizhen, quien le dio una hija aquel mismo año.

– Tal vez Mao se sintiera solo en las montañas, o se dejara llevar por un momento de pasión -apuntó Chen-. Quizá no sea justo juzgarlo por un único episodio de su vida personal.

– Yo no soy quién para juzgar lo que hizo como dirigente supremo del Partido. Me refería únicamente a lo que les hizo como hombre a sus mujeres.

– Quizá Mao creía que Kaihui ya había muerto.

– No, eso no es cierto. Kaihui no sabía nada de su traición, e incluso le hizo llegar unos zapatos de tela hechos a mano. También le pidió varias veces que le permitiera irse con él a las montañas; sin embargo, Mao siempre se negó. Como reza una frase de una ópera de Suzhou, sólo oía la risa de la nueva, no las lágrimas de la anterior. Y hay algo más -añadió el Viejo Cazador, saboreando el té como si fuera vino-. Algo que no se creerá usted.

– ¡Ah, el clímax de la ópera de Suzhou llega por fin! -exclamó Chen, asintiendo con la cabeza como un espectador ansioso.

– Al principio, los nacionalistas de Changsha no se metieron con Kaihui ni con sus hijos. Sin embargo, en 1930, cuando Mao lideró el asedio a la ciudad de Changsha, la situación cambió radicalmente. Kaihui y sus hijos corrían peligro. Mao tendría que haberlos sacado de la ciudad, pero no se molestó en intentarlo. El asedio duró unos veinte días. Mao y sus tropas estaban cerca de donde se encontraba Kaihui, y aun así él no hizo nada. Ni siquiera trató de ponerse en contacto con ella.

«Después de que el asedio fracasara, los nacionalistas detuvieron a Kaihui. Querían que firmara una declaración en la que se desvinculara de Mao, pero ella se negó. Fue ejecutada en 1930. Dicen que la arrastraron descalza hasta el patíbulo. Según una superstición local, de ese modo su espíritu sería incapaz de encontrar el camino de vuelta a su casa, de vuelta a Mao.

– ¡Qué historia tan terrible! -exclamó Chen, cogiendo la taza de té para, acto seguido, volver a depositarla sobre la mesa-. ¡Realmente es usted un viejo cazador por haber recabado toda esa información!

– No digo que Mao deseara la muerte de Kaihui. Pero no puede negarse que fue el responsable de su final. Debería haber previsto las consecuencias de sus actos.

– Ahora entiendo algo que dijo Mao años después -añadió Chen-. «No podría reparar la muerte de Kaihui ni muriendo cientos de veces.» Debió de escribir el poema porque se sentía culpable.

– Comenté el poema con un viejo amigo, un catedrático de historia que ha investigado a fondo a Mao, y no sólo su vida personal. Mi amigo lo describió como «un hombre con el corazón de serpiente y de araña», y opinaba que Mao se deshizo de Kaihui porque no podía permitir que sus dos esposas se encontraran en las montañas. No hay que descartar esa posibilidad, y, de hecho, Mao se comportó de forma similar con sus camaradas del Partido.

– Bueno, todo el mundo está dispuesto a opinar.

– No quiero darle más vueltas a este asunto, pero el recuerdo del caso Mao me persigue desde entonces. Cuando Yu volvió a Shanghai como «antiguo joven instruido», me jubilé antes de tiempo para que pudiera ocupar mi puesto en el Departamento. Ésa fue la razón principal, por supuesto, pero no la única. Por culpa del caso Mao, no me considero digno de ser policía. Nos conocemos desde hace muchos años, jefe, pero nunca le he hablado de esto. Ni a usted ni a ninguna otra persona, ni siquiera a Yu. Es como una losa que me aplasta el corazón.

– Hizo cuanto estuvo en su mano. Todo aquello ocurrió durante la Revolución Cultural. ¿Por qué es tan duro consigo mismo? -preguntó Chen, con voz emocionada-. Le agradezco enormemente que me haya hablado de este caso. No sólo supone una auténtica lección sobre cómo ser un policía concienzudo, sino que lo tendré muy en cuenta en la investigación de la que voy a hablarle.

– Una investigación relacionada con Mao, supongo. ¿En qué puedo ayudarlo?

– Es muy perspicaz, Viejo Cazador. Ahora que me ha contado su caso, creo que podré hablarle del mío abiertamente. Ya me ha ayudado más de lo que se imagina.

– ¿A qué se refiere, inspector jefe Chen?

– A mí también me han asignado un caso Mao, para emplear el nombre con que usted bautizó el suyo. No concierne a Mao directamente, pero tengo muchas dudas, y también bastantes reservas. Para empezar, antes me gustaban sus poemas, como el que escribió para Kaihui, pero ignoraba lo que había sucedido en realidad. Así que me resistía a creer algunos aspectos de este caso. Sin embargo, si Mao trató de ese modo a Kaihui, es muy posible que también se hubiera comportado así con otras mujeres. -Después de hacer una pausa, añadió-: En este momento puedo contarle muy poco sobre el caso, porque no sé casi nada.

– Entiendo -respondió el viejo Cazador-. En cuanto a lo que Mao era capaz de hacerles a sus mujeres, imagino que ya sabe lo que le sucedió a Zizhen. Según la versión oficial, tuvieron que ingresarla en un psiquiátrico de Moscú y Mao se quedó solo en Yan'an, por lo que podría decirse que su separación «fue inevitable». Entonces apareció Jiang Zing y se convirtió en esposa de Mao. Pero no olvidemos que Mao estaba separado, no divorciado. Mao obligó a Zizhen a permanecer internada en el psiquiátrico de Moscú durante años, completamente sola, sin hablar una palabra de ruso ni poder comer arroz chino, mientras él daba rienda suelta a su lujuria imperial por la Señora Mao, una actriz muy sexy de películas de serie B.

– Si se comportó así con sus esposas, primero con Yang y luego con Zizhen, no me cabe ninguna duda de que podría haberle hecho lo mismo a Shang.

– ¿Shang? ¿Se refiere a la estrella de cine?

Ahora le tocó el turno a Chen de resumir su caso Mao. Tras escucharlo, el Viejo Cazador comprendió por qué Chen había acudido a él en lugar de llamar a su hijo, el subinspector Yu. Tal vez Chen hubiera omitido algunos detalles, pero no tenía sentido presionarlo.

– Es evidente que necesita ayuda, inspector jefe Chen. De ningún modo podrá investigarlo todo por su cuenta. Yo soy un jubilado entrometido, como todo el mundo sabe. Si hago alguna pregunta sobre cosas que pasaron en esos años, nadie se lo tomará en serio. Como asesor de la Oficina de Control de Tráfico, cargo honorífico que tengo gracias a usted, puedo patrullar por cualquier zona, fingiendo que es una especie de estudio de campo. La verdad es que no podría encontrar a un ayudante mejor.

– Usted tiene muchísima experiencia. Seguro que conoce el antiguo proverbio «el pueblo piensa en un general competente al oír el redoble de los tambores de combate», por eso quiero comentar el caso con usted. No sé bien cómo debo proceder, pero creo que podría usted ayudarme vigilando la zona en la que vive Jiao. Tendrá que andarse con cuidado: puede que alguien le siga los pasos.

– Los demás pueden tomar el camino ancho, yo cruzaré por el puente de un solo tablón. No se preocupe por mí. Por algo la gente me llama Viejo Cazador.

– Además, tendría que investigar a dos hombres. Tan, el primer amante de Qian, que murió hace años, y luego Peng, el segundo, que aún vive. -Chen escribió sus nombres en un trozo de papel-. Sea cual sea el puente de un solo tablón que decida cruzar, no lo haga como policía, ya sea en activo o jubilado. El Departamento de Seguridad Interna también está investigando.

– ¡Seguridad Interna! Así que la última batalla puede que sea la mejor. El caso Mao. Gracias, inspector jefe Chen -dijo el Viejo Cazador, levantándose despacio-. Por fin tengo la oportunidad de redimirme.