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– Bueno, volvamos a nuestra historia -dijo Chen-. Me estaba hablando sobre cómo murió Shang, sobre el vendedor ambulante.
– Ah, sí, era un hombre muy hablador. Hizo una descripción muy gráfica de la escena de la muerte de Shang, aunque me pregunto cómo pudo recordar todos aquellos detalles después de tantos años.
– ¿Shang murió en el acto?
– No. Dijo algo antes de perder el conocimiento.
– ¿Qué dijo?
– Que vivía en la quinta planta.
– ¿Y eso qué podía significar?
– El vendedor ambulante no tenía ni idea -respondió Diao con expresión pensativa, quitándose una espinita de pescado de entre los dientes-. ¿Quería que alguien fuera a su habitación de la quinta planta? Tal vez la hubieran torturado, o la hubieran empujado por la ventana. ¿Quería que alguien llamara a una ambulancia desde el teléfono de la habitación? En aquella época sólo había una centralita en todo el barrio. Nadie sabe qué pudo pasarle por la cabeza en los últimos momentos.
– Entonces, ¿qué sugiere usted?
– Bueno, Shang era tan «negra» que la gente ni se acercó a ella mientras yacía en el suelo. Nadie hizo nada, salvo mirar y señalarla con el dedo. Un par de hombres con brazaletes rojos salieron a toda prisa del edificio, hablando con acento pekinés…
Un momento, señor Diao. En su libro menciona a una escuadra especial de Pekín. Entonces, ¿esos hombres pertenecían a aquella escuadra?
– El vendedor ambulante no sabía quiénes eran, pero se quedaron junto a Shang, para impedir que la gente se acercara. Cuando por fin llegó una ambulancia, Shang llevaba mucho rato muerta.
– ¿Vino la policía?
– El coche de la policía tardó horas en llegar. ¿Y qué hicieron? Intentaron limpiar las manchas de sangre de la acera. De hecho, ni siquiera lo hicieron bien. Las moscas revolotearon durante días sobre las manchas de color rojo oscuro.
– ¡Qué final tan trágico!
– Un final lleno de giros inesperados -dijo Diao, tras acabarse una crep rellena de pato y limpiarse los dedos manchados de salsa con la servilleta, como si quisiera borrar sus recuerdos-. Como sabe, Shang se hizo famosa en los años cuarenta. Debió de atraer a muchos hombres ricos y poderosos, y eso le causó problemas después de 1949. Las cosas eran muy distintas a principios de los años cincuenta. Los jóvenes amantes que se besaban en el parque Bund podían ser detenidos por llevar «un estilo de vida burgués». Pero Shang continuó llevando una vida «abiertamente burguesa». Lo que es peor, su marido se metió en asuntos políticos, y aquello supuso el fin de la carrera de Shang.
»Fue entonces cuando apareció en su vida un guiren. Un guiren, ya sabe, un hombre importante que provoca un cambio de suerte en la vida de alguien. Un día, el alcalde de Shanghai le envió una nota de su puño y letra: "Camarada Shang, venga a verme, por favor". Shang se dirigió sin dilación al Pabellón de la Amistad Sino-rusa, donde Mao la recibió. Aquella noche daban un baile de gala. Mientras giraba en brazos de Mao, Shang le contó sus problemas. Poco después, volvieron a asignarle papeles en varias películas, uno tras otro. En los años cincuenta, el Estado controlaba y planificaba la industria cinematográfica. Sólo se filmaban unas cuantas películas al año. Muchos actores y actrices famosos no pudieron conseguir papeles, tuvieran o no problemas políticos. Aunque parezca increíble, Shang interpretó el papel de una miliciana, por el que llegó a ganar un premio importante. Incluso visitó varios países extranjeros como miembro de una delegación de artistas chinos. En aquella época, los dirigentes del Partido acostumbraban a recibir a los miembros de las delegaciones antes o después de cada visita al extranjero, por lo que Shang apareció fotografiada en los periódicos junto a Mao.
– Se ha documentado mucho, señor Diao.
– Permítame que le cuente algo acerca de mi investigación. Incluso las publicaciones oficiales reconocieron la pasión de Mao por el baile. Después de 1949, el baile como actividad social fue condenado y prohibido por formar parte del estilo de vida burgués, pero en el interior de los altos muros de la Ciudad Prohibida, Mao seguía bailando siempre que le apetecía. Según la interpretación que ofrecía el Diario del Pueblo, Mao trabajaba tan duramente por el bien de China que aquellas fiestas eran necesarias para que el gran líder se relajara. Pero eso es una tontería. En cuanto a lo que sucedía después de que Mao bailara con Shang, no creo que haga falta entrar en detalles.
– No, no hace falta -respondió Chen-. Aunque hay algo que quiero preguntarle. Durante aquellos años, tal vez en la Ciudad Prohibida no hubiera demasiadas mujeres que supieran bailar. Dado que fue una actriz célebre antes de 1949, Shang debía de bailar muy bien. ¿Le parece posible que Mao recurriera a ella por esa razón?
– Una joven aprende a bailar como una profesional en un par de horas. Mao no era un gran bailarín. No hacía falta que se molestara en buscar parejas de baile en otra ciudad. En aquella época, tenía otros rivales en las altas esferas. Incluso le habían instalado micrófonos ocultos en su tren especial. ¿Qué diría la gente sobre su relación con una actriz tan criticada? -siguió explicando Diao, después de meterse en la boca una crujiente lengua de pato-. Pero Mao no pudo resistirse. Cuando la conoció, ella tenía treinta y tantos años y estaba en la plenitud de su belleza. Era elegante, muy culta y venía de una buena familia. Su forma de bailar era como el oleaje rizado por la brisa, como las nubes que flotan en el cielo. Y puede que Mao hubiera visto sus películas ya en Yan'an. La señora Mao también era actriz, no lo olvidemos.
– ¿Quiere decir que Mao tenía una fijación con las actrices?
– Llámelo como quiera, la cuestión es que la suerte de Shang cambió de la noche a la mañana.
– ¿No podrían algunos cuadros locales haber contribuido a ese cambio? Quizás al ver que era la pareja de baile favorita de Mao, intentaron congraciarse con ella para ganarse el favor del presidente. Tal vez Mao ni siquiera fuera consciente de ello.
– No se habrían esforzado tanto por una de sus parejas de baile -repuso Diao-. Tenía muchísimas, y ellos lo sabían. Y los poemas que Mao le escribió eran evidentes.
– Poemas como «La miliciana», ¿no?
– ¿Usted también ha oído hablar de ese poema? De hecho, hay otro, «Oda a la flor de ciruelo».
– ¡No me diga! -exclamó Chen, recordando lo que le había contado Long acerca de los poemas-. ¿Está seguro? ¿Llegó a ver el pergamino con el poema que Mao escribió a Shang?
– No, no lo vi, pero el significado del poema es obvio. «Tan bella, no quiere apropiarse de la primavera / y se contenta con ser su heraldo. / Cuando las colinas se llenan de flores silvestres, / entre ellas sonríe.» Sigue el estilo del Poemas. En el primer poema de ese volumen, la virtuosa mujer de un emperador se alegra de que su marido haya encontrado un nuevo amor. Creo que Shang nunca hubiera exhibido un pergamino así en su casa -dijo Diao con aire pensativo-. Entrevisté a algunos de sus vecinos, y, según uno de ellos, Shang tenía colgado un pergamino con un poema en su dormitorio. Pero el poema era de Wang Changling, un poeta de la dinastía Tang, y se titulaba «Concubina imperial abandonada en la habitación de Changxing».
– Sí, lo conozco. «Al amanecer, después de barrer el patio / con la escoba, no le queda nada / por hacer, salvo girar / y girar el abanico redondo de seda / entre los dedos. Exquisita como el jade, / no puede competir con el cuervo otoñal que vuela / en lo alto, y que aún conserva en sus alas el calor / del palacio del Sol Imperial.»
– El significado del poema es inequívoco -dijo Diao, asintiendo con la cabeza en señal de aprobación-. La concubina se queja de la falta de atención del emperador, sintiéndose peor que un cuervo otoñal que aún conserva en las alas el calor, por así decirlo, del palacio del Sol Imperial.
– Pero Shang no era una concubina imperial.
– Tal vez Mao le hubiera hecho alguna promesa. Entonces la elección del poema que colgaba de la pared de su dormitorio tendría mucho sentido.
– Tiene razón -admitió Chen-. ¿Descubrió algún otro detalle inusual sobre Shang que después no mencionó en su libro?
– Déjeme pensar. Sí descubrí algunos detalles inusuales, pero no les presté demasiada atención -respondió Diao, cogiendo un trozo de ajo en escabeche-. ¡Ah! Le apasionaba la fotografía, entre otras cosas.
– ¿Quiere decir que le gustaba sacar fotografías?
– Sí. Intenté encontrar algunas de esas fotografías para incluirlas en el libro. Según sus vecinos, le sacó muchas fotos a Qian, pero la escuadra especial de Pekín debió de llevárselas. Es algo más que Shang y la señora Mao tenían en común: la afición a la fotografía. Una extraña coincidencia. En los años sesenta no muchos chinos podían permitirse una cámara. Shang incluso revelaba sus propias fotos, después de convertir un trastero en un cuarto oscuro ocasional.
– Eso es bastante inusual -admitió Chen.
La camarera volvió a acercarse a la mesa con un carrito dorado sobre el que había una impresionante selección de platos especiales.
– Aleta de tiburón guisada en forma de dedos de Buda, pezuña de camello estofada con cebolletas, gambas al estilo del pato mandarín, abulón en salsa blanca…
– ¿Por qué en forma de dedos de Buda? -preguntó Diao.
– La emperatriz viuda llevaba las uñas muy, muy largas, como las de Buda -respondió la camarera como para salir del paso-. En aquella época, los que vivían en el palacio la llamaban Vieja Buda…
– Gracias. Nos los iremos comiendo sin prisas -la interrumpió Chen antes de que la camarera comenzara a dar una explicación detallada-. Si necesitamos algo más la avisaremos -y, mientras la camarera sacaba el carrito del reservado, añadió-: Tengo otra pregunta, señor Diao. En los días que precedieron a su muerte, ¿les dijo algo Shang sobre Mao a los Guardias Rojos o a la escuadra especial de Pekín?
– Hablé con los Guardias Rojos de su estudio cinematográfico. Según ellos, Shang dijo que el presidente Mao sabía lo mucho que ella lo quería, o algo por el estilo. Nadie se lo tomó en serio. Al menos no en el sentido que ella insinuaba. Cualquier persona podría haber afirmado algo similar en aquella época. Pero no sé qué pudo decirles Shang a los miembros de la escuadra especial.
– ¿Por qué enviaron a una escuadra especial de Pekín?
– Muchos creían que la envió la señora Mao. El acoso a que sometió a los artistas que la habían conocido fue uno de los cargos presentados en su contra después de la Revolución Cultural. Los que conocían su pasado, sobre todo los que conservaban cartas y periódicos antiguos, tenían que ser silenciados. Otros suponían que fue una cuestión de celos. Cuando se convirtió en directora del Grupo para la Revolución Cultural del CCPC, la esposa de Mao arrasó con todo para vengarse. Varias personas que supuestamente tenían una relación «íntima y personal» con Mao fueron perseguidas hasta la muerte. Weishi, una intérprete de ruso joven y bella que trabajaba para Mao, fue encarcelada al principio de la Revolución Cultural. Apareció muerta en una celda pestilente, completamente desnuda y con el cuerpo cubierto de magulladuras.
– La señora Mao adoraba a la emperatriz Lu de la dinastía Han, y siempre la ensalzó durante la Revolución Cultural. No soy ningún erudito, pero recuerdo una anécdota sobre la emperatriz Lu -comentó Chen, cogiendo con los palillos un trozo de aleta de tiburón con forma de dedo de Buda-. Después de la muerte del emperador, la emperatriz Lu ordenó encarcelar a la concubina favorita de su esposo. Mandó que le cortaran los brazos, las piernas y la lengua, y que le sacaran los ojos a su antigua rival. La emperatriz abandonó a la mujer mutilada, que no dejaba de gemir y de retorcerse de dolor, en una sórdida celda que era como una pocilga pestilente, con el cuerpo sucio y desnudo. La emperatriz Lu quiso que el hijo de la concubina la viera en ese estado, y le dijo que su madre era un cerdo humano.
– Sí, su hijo nunca se recuperó de la impresión, cayó enfermo y murió. Pero ésa es otra historia, claro.
– Me viene otra pregunta a la cabeza, señor Diao. La emperatriz Lu hizo aquello después de la muerte del emperador, pero la señora Mao atacó a sus rivales cuando Mao aún estaba vivo. ¿Acaso no lo temía?
– Yo me hice la misma pregunta. Se describió a sí misma como un perro fiel a Mao, que mordía y atacaba a quienquiera que él le indicara. Tal vez Mao necesitara desesperadamente su ayuda durante la Revolución Cultural. Además, a Mao le importaban muy poco las mujeres que ya no contaban con su favor -dijo Diao, mordiendo con cuidado el abulón-. Es el primer abulón que como en mi vida.
No era el primero que comía Chen, pero sí era la primera vez que lo pagaba. El inspector jefe esperó a que Diao continuara.
– Mao abandonó a su esposa Kaihui sin divorciarse de ella. Ni siquiera le dijo que se había casado con Zizhen en las montañas Jinggang -siguió contando Diao-. De hecho, Kaihui murió víctima del asedio de Changsha que ordenó Mao. Era una consecuencia que debió de haber previsto. Después de la Larga Marcha, Mao abandonó a Zizhen como si fuera un trapo usado. Permitió que sufriera a solas en una institución mental de Moscú, mientras él disfrutaba de las nubes y la lluvia en una cama kang junto a la señora Mao. Así que acabó abandonando a Shang, una de las muchas mujeres con las que se había acostado. No es sorprendente que no hiciera nada para ayudarla.
– Es increíble -dijo Chen.
La loncha de pezuña de camello estofada se le escurrió de los palillos y manchó de salsa el mantel. No le cabía en la cabeza que los emperadores hubieran disfrutado de algo tan grasiento.
– Piense en lo que le sucedió a Liu Shaoqi. El que fuera presidente de la República Popular China también murió desnudo en la cárcel sin recibir atención médica, y, nada más morir, su cuerpo fue incinerado bajo un nombre falso. Mao podía ser muy cruel.
– Dejando a Mao a un lado, usted menciona en su libro que la escuadra especial presionó a Shang para que cooperara. ¿Qué es lo que intentaban sonsacarle?
– Por lo que sé, «su plan malvado para hacer daño a Mao», o algo por el estilo. Aunque nadie se lo creyó.
– Entonces, ¿de qué pudo tratarse?
– Para empezar, un poema no publicado dedicado a Shang y escrito con la caligrafía de Mao.
– Muy interesante. ¿Un poema escrito durante un momento de pasión amorosa? -preguntó Chen. ¿Justificaría algo así enviar una escuadra especial desde Pekín? Al fin y al cabo, un poema podía tener muchas interpretaciones, a menos que fuera abiertamente erótico u obsceno. Chen lo dudaba-. Así pues, ¿encontraron lo que buscaban, fuera lo que fuese?
– No lo sé, creo que no.
– Entonces, ¿podría Shang habérselo dejado a su hija Qian?
– No parece probable. Como otros niños de «familias negras», Qian denunció a Shang, y no volvió a su casa hasta después de que Shang hubiera muerto. No, Shang no tuvo tiempo de dejárselo antes de saltar por la ventana.
– Entonces la vida de Qian dio un giro drástico. Tras cortar toda relación con su «familia negra», acabó sucumbiendo a una pasión carnal burguesa…
– La muchacha quedó traumatizada a muy corta edad, y vivió atormentada por los rumores que circulaban sobre «la vergonzosa historia sexual» de Shang -explicó Diao-. No quiero ser demasiado duro con ella.
– Estoy totalmente de acuerdo. Qian también sufrió mucho. Y su muerte fue igualmente sospechosa, por lo que me han contado.
– Murió en un accidente, casi al final de la Revolución Cultural. No veo qué tenía de sospechoso.
– Entiendo -respondió Chen mientras cogía un pastelillo de sésamo relleno de carne de cerdo, un bocado sorprendentemente normal que le supo mucho mejor que todas aquellas exquisiteces-. Habrá hablado también con Jiao.
– Jiao sabía muy poco acerca de su madre, y menos aún de su abuela. Era una chica muy desdichada.
Diao debió de ponerse en contacto con Jiao al menos dos años atrás, por lo que desconocía el rumbo que había tomado después su vida.
– Ahora le va muy bien, creo -dijo Chen-. Bueno, cuénteme qué le pasó a Qian después de la muerte de Shang.
– Qian fue obligada a abandonar el piso…
– ¿De inmediato?
– No, dos o tres meses después de la muerte de Shang.
– Entonces, en teoría, podría haber registrado el piso en busca de cualquier cosa que le hubiera dejado Shang.
– Bueno, Shang podría haberle dejado algo, pero la escuadra especial registró el piso de arriba abajo…
La camarera entró una vez más en el reservado y les sirvió la célebre sopa de pato. La mesa estaba ahora cubierta de platos, muchos de los cuales apenas habían probado.
– Así es como le gustaba al emperador. Es necesario que la mesa esté llena de platos. Simbólicamente completa -explicó la camarera sonriendo, antes de irse con paso ligero-, como el banquete completo de los manchúes y los Han.
– Por eso todos quieren ser emperadores, para pagar un banquete que no pueden acabarse -dijo Diao, metiéndose una cucharada de sopa en la boca-. La sopa está muy caliente.
– Es posible encontrarle un sentido a cualquier cosa desde la perspectiva que uno elija. Otra cuestión, ¿tuvo Shang una relación estrecha con alguna otra persona en los últimos años de su vida?
– No. Circula la superstición de que las mujeres que escogen los emperadores son diferentes, casi divinas, porque con ellas disfrutan de las nubes y de la lluvia. En la antigua China, las concubinas imperiales y las damas del palacio tenían que permanecer solteras durante toda su vida, incluso después de la muerte del emperador. Eran intocables y estaba prohibido relacionarse con ellas, como si formaran parte de la Ciudad Prohibida. Es posible que los hombres, enterados de la relación de Shang con Mao, evitaran tener contacto con ella.
No me refería a eso, no necesariamente a una relación con un hombre.
No tenía amigos íntimos, no podía tenerlos con un secreto tan bien guardado. -Diao añadió con aire pensativo-: Bueno, salvo su criada, que empezó a trabajar para Shang antes de que ésta se casara por primera vez y permaneció a su lado hasta el inicio de la Revolución Cultural.
– Sí, hay varias historias sobre relaciones ejemplares entre amo y criado y señora y sirvienta en la literatura china clásica. Como en la obra Búsqueda y rescate del único heredero de los Zhao. Incluso inspiró a Brecht, si no recuerdo mal. ¿Cree que Shang confió en ella?
– No es usted ningún profano en cuestiones literarias, señor Chen -afirmó Diao, dirigiéndole una mirada escrutadora.
– Soy un profano comparado con usted -respondió Chen, lamentando que un momento de pedantería literaria lo hubiera delatado.
– Si se trataba de algo relacionado con Mao, no creo que Shang se lo hubiera dado a la criada. Es muy probable que, en aquellos años, la criada, debido a su clase social, hubiera denunciado a Shang.
– ¿Averiguó algo sobre la vida de la criada después de la muerte de Shang?
– Cuando me documenté sobre la infancia de Jiao, me enteré de que nadie visitaba a la niña en el orfanato, salvo una anciana no identificada que fue un par de veces. No estoy seguro de si era la criada, que ya debía de ser vieja por aquel entonces -dijo Diao, cada vez más incómodo por el rumbo que tomaba la conversación. Posiblemente ya empezaba a sospechar de las intenciones de Chen. Entonces consultó el reloj-. Lo siento, tengo que ir a cuidar a mi nieto, señor Chen. Esta comida ha durado más tiempo de lo que había imaginado. Puede llamarme si tiene más preguntas.
Eran casi las tres. Una comida prolongada. Chen también se levantó, le dio la mano a Diao y observó cómo se iba.
Después, Chen permaneció sentado a solas en el reservado durante varios minutos frente a la mesa llena de platos, muchos aún intactos.
A continuación cogió el móvil y marcó el número del Viejo Cazador en Shanghai, mientras contemplaba el resplandor de un dragón dorado esculpido en la columna pintada de rojo.