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Chen llegó a la casa de té de la calle Henshan en compañía del Viejo Cazador. Al reconocerlos, la camarera los condujo al reservado y los dejó solos.
Nada más sentarse a la mesa, el Viejo Cazador comenzó a explicarle a Chen lo que había hecho, y lo que Peng le había revelado a Yu. Por una vez, no se comportó como un cantante de ópera de Suzhou, sino que habló deprisa, sin perderse en divagaciones. Chen lo escuchó sin interrumpirlo. A continuación, el Viejo Cazador apuró su taza y se levantó.
– Tengo que irme, jefe.
– ¿A qué viene tanta prisa? -preguntó Chen-. La segunda taza de té es la mejor.
– Tengo que volver a la tienda de agua caliente que hay frente al complejo de pisos de Jiao. Un viejo guarda de seguridad llamado Bei tiene la costumbre de ir allí a comprar agua caliente con una taza de acero inoxidable; luego vuelve a toda prisa a su cubículo. Apuesto a que compra un céntimo de agua caliente para calentar su arroz frío. El dueño de la tienda intentará presentármelo hoy.
– Vaya con cuidado. Seguridad Interna continúa vigilando.
– No se preocupe. Me sentaré allí, y será como un encuentro casual en la tienda entre dos clientes viejos. ¿Quién se va a fijar en nosotros? Ya ve, voy a tomarme una segunda tetera dentro de una hora. Bei también está jubilado. Seguro que dos jubilados tendrán mucho de que hablar.
– Realmente, como dice uno de sus proverbios favoritos, el jengibre viejo es mucho más picante.
– Mucho más picante -repitió el policía jubilado con una sonrisa sarcástica-. Pero le diré algo: éste es otro caso Mao, y el párpado izquierdo me ha estado temblando toda la mañana. Tal vez no sea un buen augurio.
– Frótese el ojo izquierdo tres veces y repita: «es un buen augurio» -sugirió Chen sonriendo-. Funciona, según mi madre.
Chen se levantó para acompañar al anciano a la puerta, y observó cómo se alejaba hasta perderlo de vista. Entonces volvió a la mesa, a la taza de té súbitamente solitaria. La camarera debía de haberse llevado la otra.
Le preocupó la idea de que Yu se hubiera involucrado en el caso, aunque era imposible evitarlo. Tratándose de un caso sobre Mao, el Viejo Cazador no podía hacer demasiado por su cuenta. Tuvo que intervenir el subinspector Yu, un refuerzo que ya empezaba a dar frutos. No había forma de impedir que un compañero tan leal como Yu colaborara con el inspector jefe Chen.
Lo que el subinspector había descubierto no se podía pasar por alto, pensó Chen, sorbiendo el té sin llegar a saborearlo.
El hecho de que Peng hubiera visto al misterioso hombre de cara redonda sólo una vez, y que Seguridad Interna ni siquiera lo hubiera visto, ni antes ni después, excluía casi por completo la posibilidad de que fuera un amante secreto de Jiao. Probablemente era un comprador que había estado negociando con la muchacha en la Puerta de la Alegría. No tenía sentido que Jiao hubiera llevado una antigüedad valiosa a la sala de baile, así que decidieron cerrar el trato en su piso. En cuanto a la «escena íntima» que alcanzó a ver Peng junto a la ventana, tal vez no fuera tal. Y quizá Peng no fuera un narrador muy fiable.
Sin embargo, esta hipótesis podía aclarar el origen del dinero de Jiao y la fecha en que lo recibió. En el mercado actual, aquellas antigüedades debían de valer millones, siempre que Jiao consiguiera un comprador. Esto también explicaba sus frecuentes visitas a la mansión de Xie. Jiao esperaba encontrar allí compradores. Además, si Jiao vendía pieza a pieza, se entendía que, pese a no contar con una cuenta bancaria abultada, viviera en la abundancia.
Al menos, eso parecía más probable que la posibilidad de que Jiao hubiera recibido un anticipo por un libro. Una editorial no habría pagado ese dinero sin ver el material de Mao, fuera lo que fuese.
Sin embargo, si Jiao había heredado un tesoro, se planteaban varias incógnitas. Ciertamente, Mao podría haberse llevado cualquier objeto de la Ciudad Prohibida sin impedimentos. Kang Sheng, uno de los aliados más estrechos de Mao en el Partido, sacó clandestinamente muchos objetos del palacio. Kang estuvo vinculado a la Banda de los Cuatro durante la Revolución Cultural y eso provocó que se descubrieran los robos. Mao, por el contrario, no tuvo que llevarse ningún objeto a hurtadillas. Él era mucho más que un emperador: era un dios comunista. No tenía que perseguir a las mujeres; eran ellas las que corrían a su encuentro.
De ser cierto, se organizaría un escándalo, pero las autoridades de Pekín no tenían que admitirlo. Después de todo, nadie podía probarlo. Entonces ¿por qué habían abierto una investigación?
La taza de té solitaria que había encima de la mesa parecía mirarlo fijamente.
Por fin, cuando estaba a punto de irse, su móvil comenzó a vibrar violentamente, como si el sonido saliera de la taza medio vacía.
– Ha aparecido el cuerpo de una muchacha en el jardín de Xie -dijo bruscamente el teniente Song.
– ¿Cómo? -Chen se levantó-. ¿Cuándo?
– A primera hora de esta mañana. Lo he llamado a su casa, pero no lo he encontrado. El secretario del Partido Li me ha dado su número de móvil.
Chen creía que él mismo le había dado su número, pero no era el momento más indicado para preocuparse por eso. Consultó el reloj. Seguridad Interna debía de llevar ya dos o tres horas en el escenario del crimen.
Cuando Chen llegó a la mansión, se sorprendió de que no hubiera ningún policía en el exterior.
Ni una multitud de curiosos merodeando por la calle.
El salón también estaba vacío.
Sin embargo, al final del salón vio a un agente de paisano que hacía guardia al pie de la escalera. Xie debía de estar en el dormitorio de la primera planta.
Chen salió al jardín. Ya se habían llevado el cuerpo; los agentes de Seguridad Interna no habían esperado a que él llegara. Dos policías inspeccionaban la zona acordonada con una cinta de plástico amarillo, muy cerca del lugar en el que Chen se había sentado con Xie hacía unos días, bajo el peral en flor.
El teniente Song se dirigió hacia él con paso enérgico, y Chen le indicó con un gesto que lo siguiera hasta el fondo del jardín. No quería que nadie escuchara la conversación que iban a mantener.
Song le mostró en silencio varias fotografías de la escena del crimen. La muchacha llevaba un vestido de verano amarillo; tenía los tirantes bajados hasta medio hombro, y la falda arremangada hasta los muslos. Calzaba sandalias blancas, pero le faltaba una. Parecía haber sufrido una agresión sexual. Sin embargo, no se veían indicios de lucha en las fotografías, ni tampoco en el jardín, pensó Chen al levantar la vista y observar la zona acordonada.
La víctima era Yang, la chica que había intentado llevar a Jiao y a Chen a otra fiesta sólo dos días antes. Al igual que Jiao, se decía que Yang provenía de una «buena familia», aunque Chen no sabía si eso era cierto.
– Dadas las circunstancias, hemos impedido que la noticia se difunda por el momento -explicó Song-. La mataron al tratar de defenderse de una agresión sexual.
Chen asintió con la cabeza mientras sujetaba una fotografía para examinarla más de cerca.
– ¿Alguna pista?
– Hemos identificado a la fallecida. Se llamaba Yang Ning, era una de las alumnas de Xie. La hora de la muerte se estima entre las diez y las doce de la noche de ayer.
– Sin embargo, ayer no hubo clase, por lo que recuerdo.
– No hubo clase, y tampoco se celebró ninguna fiesta por la noche.
– Entonces, ¿qué hacía aquí?
– La cuestión es -dijo Song con parsimonia-: ¿cómo consiguió entrar?
– ¿A qué se refiere, Song?
– No vino volando hasta el jardín como una mariposa. Alguien debió de abrirle la puerta y dejarla entrar. ¿Quién más estaba aquí a esa hora? Nadie, excepto Xie.
– ¿Qué ha dicho él?
– No sabía nada, por supuesto. ¿Qué otra cosa iba a decir?
Chen no supo qué responder.
– Xie dice que sólo él tiene llave -continuó explicando Song-. Como en los medios de comunicación se menciona la mansión con frecuencia, Xie se preocupa de cerrar siempre la puerta con llave. Los visitantes deben llamar al timbre, y alguien tiene que abrirles la puerta. Ayer por la noche Xie se acostó temprano.
– Bueno… -Chen sabía adónde quería ir a parar Song.
– Hemos apostado a un hombre ante la puerta de su dormitorio.
¿Era posible que hubieran abandonado el cuerpo en el jardín para incriminar a Xie? De eso modo, Seguridad Interna podía justificar sus «medidas contundentes», pero Chen decidió, por el momento, apartar esa idea de su mente.
– Deme más detalles sobre cómo se descubrió el cuerpo, Song.
El teniente le hizo un resumen bastante escueto. Alrededor de las siete, Xie dio su habitual paseo matinal por el jardín, donde descubrió horrorizado el cadáver tumbado boca abajo junto al árbol. A continuación llamó a la policía. Los primeros agentes tardaron unos veinte minutos en llegar a la mansión. Hasta que un policía le dio la vuelta al cadáver Xie no reconoció a Yang. Xie no tenía ni idea de cómo había podido entrar en el jardín.
– Tal vez Yang hubiera conseguido una llave para luego entrar a escondidas -sugirió Chen-, sin ayuda de nadie.
– En teoría, sería posible, pero ¿para qué entraría, inspector jefe Chen? -repuso Song-. ¿Para ser agredida y asesinada por alguien que se hubiera introducido antes en el jardín?
– Quizá Yang escogiera el jardín como lugar de encuentro para una cita romántica. Es un sitio tranquilo y apartado, sobre todo cuando no se celebra ninguna fiesta en la casa. Xie suele acostarse temprano, Yang lo sabía.
– ¿Cree que Yang se habría molestado en conseguir una llave por esa razón?
– Algunos lo consideran un sitio romántico. Las alumnas no vienen aquí sólo para las clases de pintura -dijo Chen-. ¿Recibió Xie alguna visita ayer?
– Titubeó antes de contestar y sólo dijo que se había ido a dormir temprano.
Xie tenía un problema muy serio, carecía de coartada. Tal vez fuera normal que un hombre de su edad se acostara temprano, pero aquella respuesta no convenció a Song, pese a que fue el propio Xie quien llamó a la policía.
– ¿Qué piensa hacer, Song?
– Vamos a registrar la casa a fondo -respondió el teniente-. En cuanto a Xie, lo detendremos.
Así que el caso Mao volvía al plan inicial, las «medidas contundentes» que proponía Seguridad Interna: presionar a Xie, y luego a Jiao, a fin de recuperar el material relativo a Mao.
– Aparece un cadáver en su jardín y no tiene coartada. Xie no habría cometido un error así -siguió diciendo Chen-. Nadie sería tan estúpido. Además, ¿qué motivo tendría?
– Xie es diferente de los demás. ¿Por qué motivo da clases y celebra fiestas en su casa? Nadie lo sabe.
– Es diferente, pero si lo encerramos como sospechoso, puede que el auténtico criminal se escape.
– Hemos esperado pacientemente durante una semana a que usted llevara el caso a su manera. Pero ¿qué ha sucedido? Se ha malogrado la vida de una joven. Si hubiéramos actuado antes…
Song estaba tan disgustado como Chen.
No obstante, en un caso como éste -el caso Mao- detener a Xie podría ser catastrófico, sobre todo a la luz de la última información que había obtenido el subinspector Yu. Chen se preguntaba si debía compartirla con Song cuando el teléfono del teniente empezó a sonar con estridencia. Presumiblemente, algún nuevo dato sobre Yang. Song escuchaba con el Ceño fruncido, sosteniendo el móvil en la mano ahuecada.
Chen le hizo un gesto vago y volvió al salón.
Le sorprendió ver a Jiao de pie detrás de la cristalera, con los ojos entornados a causa del sol. Vestía una camiseta blanca y vaqueros con una etiqueta de cuero cerca de la cintura. Tal vez los hubiera visto hablando en el jardín.
Jiao era la única persona que había acudido a la mansión aquella mañana, además de Chen.
– ¡Ah! Está aquí -dijo Chen.
– Me temo que nadie más va a venir hoy -respondió ella-. ¿Cómo ha entrado?
– No sabía nada, y he venido como otras veces.
– Ha pasado mucho rato hablando con el poli en el jardín. Imagino que han hablado de la muerte de Yang. ¿Tienen alguna pista?
– No, nada por el momento. Según el agente Song, Yang no podría haber entrado por su cuenta. Alguien debió de abrirle la puerta. A menos que Yang tuviera su propia llave, claro.
– ¿Su propia llave? -repitió Jiao, frunciendo el ceño-. No, no lo creo. Yang sólo venía aquí para asistir a las clases de pintura.
– Cuando ocurrió, el señor Xie estaba solo en la casa, pero no se enteró de nada.
– ¡Dios mío! Entonces, ¿Xie es sospechoso?
– Bueno… -dijo Chen, sorprendido por la preocupación que se veía en el rostro de Jiao-. No soy poli, no puedo decirlo.
– ¿Conoce a ese policía? He visto que le enseñaba algo.
– No. He leído muchas novelas de suspense, y el agente Song ha pensado que podría comentarme el caso por encima, y me ha enseñado una fotografía. También me ha hecho bastantes preguntas.
– Xie no podría haber hecho algo así.
– ¿Tiene algún enemigo, o hay alguien que lo odie?
– No creo que tenga ningún enemigo, salvo algunos parientes lejanos que le reclaman la casa. Si Xie se metiera en problemas, aprovecharían la oportunidad para quedársela.
Las palabras de Jiao llevaron a Chen a pensar en la inmobiliaria con contactos tanto «blancos» como «negros». Por el momento, prefirió no dirigirse en esa dirección y preguntó:
– ¿Cree que Yang podría haber entrado en el jardín sin que nadie la viera?
No, no sin mi llave. Xie siempre lleva las llaves encima, en su llavero. -Entonces Jiao añadió dubitativa, como si se le acabara de ocurrir-: Hará unos tres meses, Xie se puso enfermo. Lo acompañamos al hospital, y nos turnamos para cuidarlo. Yang podría haberle cogido la llave entonces.
– Es una posibilidad, pero no ayuda demasiado. Cualquiera podría decir que le robaron la llave a Xie e hicieron una copia.
– Él no lo ha hecho, de eso estoy segura. Tiene que ayudarlo. Usted es muy competente, señor Chen.
– Yo tampoco creo que lo haya hecho él, pero los polis sólo piensan en pruebas o en coartadas.
– ¿Coartadas?
– Una coartada demuestra -explicó Chen mirándola a los ojos- que alguien fue incapaz de cometer un delito porque estaba en otra parte, o con otra persona, cuando se cometió.
– ¡Xie jamás mentiría! -exclamó Jiao.
– Tiene usted que demostrarlo.
– ¿A qué hora se cometió el asesinato?
– La hora de la muerte se estimó aproximadamente entre las diez y las doce de la noche, según el agente Song.
– Coartada… Déjeme pensar. Ahora lo recuerdo, lo recuerdo muy bien -afirmó Jiao-. Xie estuvo conmigo entre esas horas. Estuve posando para él en esta sala.
– ¿Qué dice? ¿Estuvo posando para él? Entonces, ¿por qué no lo ha mencionado Xie?
– Posé para él, sí, desnuda -dijo Jiao con un brillo inexplicable en los ojos-. No podía permitirse contratar a modelos profesionales, así que posé sin cobrar. No se lo dijo a la policía porque le preocupa mi reputación, ésa es la razón.
Era una revelación sorprendente. Chen había oído que las alumnas de Xie posaban para él en su estudio, pero aunque eso fuera habitual en una clase de pintura, el inspector jefe se preguntó si Jiao lo hacía por razones «románticas». Chen sospechaba que, entre la mansión, la colección, la pintura y las fiestas, por no mencionar todo lo que había sufrido durante la Revolución Cultural, a Xie no le quedaba apenas dinero ni energía suficientes y no podía hacer otra cosa más que comportarse como un Baoyu o un Don Juan, pero era difícil saberlo.
Con todo, lo que Jiao le había dicho tenía bastante sentido. Incluso en la década de los noventa, en Shanghai, a una modelo que posa desnuda se la consideraba una desvergonzada. Jiao ni siquiera era modelo profesional, y los rumores podrían dar pie a especulaciones de todo tipo.
Jiao corrió hacia las escaleras, alzando los brazos y llamando en voz alta.
– ¡Xie! ¡Tendrías que haberles dicho a los polis que posé para ti aquí ayer por la noche!
La situación había tomado un rumbo inesperado. El agente que hacía guardia al pie de las escaleras parecía estupefacto. Chen se preguntó si Jiao gritaba aquello para ayudar a Xie.
Pero Xie podría haberle hablado a Song de la sesión de pintura sin revelar que Jiao había posado desnuda. No era necesario que se mostrara tan sobreprotector, ni que pagara un precio tan alto por ello.
Por otro lado, si Jiao no había dicho la verdad, ¿por qué se había arriesgado inventando una coartada para Xie? Aquello no hacía sino confirmar que podría haber algo entre Jiao y Xie.
Cuando Chen encendía un cigarrillo Song entró a toda prisa en el salón.
– ¿Qué quiere, Chen?
– Jiao estuvo con Xie ayer por la noche.
Song miró fijamente a Chen, que no dijo nada más. El inspector jefe no era responsable de la sorprendente afirmación de Jiao, aunque no podía negar que le resultaba muy conveniente para seguir con su investigación.
Chen decidió irse. No tenía sentido quedarse con Song, quien parecía cada vez más enfurecido por aquella información inesperada. Si Xie y Jiao se proporcionaban coartadas mutuas, Seguridad Interna no podría retomar el plan original.
Además, el inspector jefe Chen iba a hacer una llamada a Pekín como el policía hábil y concienzudo que era, en palabras del propio ministro.