172822.fb2 El barco de los grandes pesares - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 16

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13

El teléfono sonaba, amortiguado, aparentemente a kilómetros de distancia. Pero cuando Vlado abrió los ojos se dio cuenta de que el sonido llegaba a través de la pared de la habitación de Pine. Eran las siete de la mañana, así que decidió que tampoco le vendría mal ponerse en marcha. Hoy cerrarían el trato con Matek, y sólo con pensarlo se ponía nervioso.

Pine llamó a la puerta antes de que hubiera tenido tiempo de vestirse siquiera, y la noticia no era buena.

– Acaba de llamar Spratt. -Pine parecía nervioso, venía con el cabello apuntando en todas direcciones y la camisa sin abotonar-. La operación ha sido un desastre. Andric se ha escapado.

– ¿De cien soldados? ¿Qué ha pasado?

– Quién sabe. Sus centinelas, los que han quedado vivos, porque los malditos franceses han matado a tres, han dicho que estaba dormido en el búnker. De eso estaban seguros. Pero cuando miraron no había ni un alma dentro.

A Vlado se le cayó el alma a los pies. Todos los planes, el engaño y las revelaciones sobre su pasado formaban parte supuestamente del motivo más amplio y superior de llevar a Andric ante la justicia. Lo único que quedaba era la tarea de detener al anciano, si es que aquello seguía formando parte de los planes del Tribunal.

– ¿Y eso en qué lugar nos deja a nosotros? -preguntó.

– Spratt ha dicho que sigamos adelante. Por el momento, Matek es lo único que tienen a la vista, y podríamos utilizarlo para guardar las apariencias. Al parecer, ése es también el deseo de nuestros patrocinadores.

– ¿Patrocinadores?

– Harkness y Leblanc. Es probable que todo tenga que ver con cuestiones presupuestarias. En otras palabras, el Tribunal necesita un triunfo, y nosotros lo somos. Así que nos lo vamos a quitar de encima. Vamos a coger a ese viejo cabrón, que Harkness y Leblanc reciban la información que prometimos y luego lo entregaremos a los croatas y nos largaremos de aquí.

Vlado estaba demasiado aturdido para hablar.

– ¡Por Dios! -exclamó Pine, furioso-. Cuando por fin conseguimos que los franceses hagan algo, pasa esto. Ahora no volverán a mover un dedo. Nunca. Y la prensa nos va a matar. Con SFOR o sin SFOR, la culpa se la llevará el Tribunal.

Se sentó en la cama. Por primera vez pareció darse cuenta de que estaba descalzo y necesitaba afeitarse.

– Será mejor que me vista -dijo, recobrando la calma-. Y no me vendría mal un poco de café. Tenemos que repasarlo todo otra vez antes de salir. Asegurarnos de que no la cagamos.

Llegaron al Skorpio diez minutos antes de lo previsto, sólo para mayor seguridad, lo cual significaba que estarían sentados a su mesa cuarenta minutos antes de la hora fijada para la llegada de Matek. El local estaba prácticamente vacío. Sólo el camarero y un único cliente que tomaba café hacia el fondo. Un Humvee y un vehículo acorazado estaban estacionados a unos treinta metros a la vuelta de la esquina, en dirección contraria a la que se esperaba a Matek. Los vehículos constituían una presencia bastante habitual en el valle desde el Acuerdo de Dayton, así que no era probable que nadie se alarmase.

Cuando Matek llegara, Pine debía asegurarse de que no iba acompañado de guardaespaldas. Ni Pine ni Vlado llevaban armas ni radio, por si a Matek le daba por cachearlos. En cuanto todo pareciera estar en orden, Pine se excusaría y se iría a los servicios de caballeros, desde donde llamaría a la unidad de la SFOR desde un teléfono móvil y recuperaría una pistola del calibre 45 que estaría en un dispensador de toallas.

Vlado pensó que todo aquel tinglado estaba lleno de deficiencias. ¿Qué sucedería si llegaban antes los guardaespaldas? ¿Y si Matek llevaba un arma? ¿Habría alguien más armado en el bar? Contaban con el valor disuasorio de unos pocos M-16 para que el asunto no se les fuera de las manos.

La puerta del bar se abrió y Vlado levantó la vista. Pero sólo era un borracho que bizqueó al entrar en la penumbra, tratando de orientarse. Miró hacia su mesa y pareció sonreír. Le pareció ligeramente conocido del día anterior en el hotel, pero a Vlado le resultó difícil imaginar que aquel hombre fuera un huésped. Probablemente un empleado. El hombre se acercó despacio a la barra, donde dio un golpe con su mano derecha. El camarero sacó una botella y un vaso sin decir palabra, y el hombre comenzó a beber.

– Un personaje local -susurró Pine-. No debería ser un problema.

Vlado miró su reloj. Matek llevaba cinco minutos de retraso.

El retraso se prolongó hasta diez minutos. Y después hasta quince.

– No va a venir -dijo Pine.

– Puede que siga el horario bosnio -dijo Vlado, deseoso de creérselo-. O sólo nos está haciendo esperar. Relájate.

– No. No va a venir. Toda la operación ha sido una cagada desde el principio, y éste es el final perfecto. Es un no presentado.

Pasaron diez minutos más, y Vlado supo que Pine tenía razón. Vio que éste lo miraba, y no le gustó la expresión.

– ¿Qué le dijiste? -preguntó Pine, no en tono acusador ni con acritud, pero tampoco de forma amistosa.

– Nada -dijo Vlado, con cierta vehemencia-. ¿Piensas que lo avisé? ¿Que le dije que todo era una gran trampa? ¿Como favor a un viejo amigo de la familia?

– Por supuesto que no. ¿Pero qué le preguntaste sobre tu padre? ¿De qué hablasteis? Algo debió de ponerle sobre aviso. Algo que dijiste o que hiciste. Tu lenguaje corporal. Tu turbación. Joder, ¿qué le dijiste?

Vlado podría haber estado más furioso si no se hubiera estado preguntando lo mismo. Matek pareció estar encantado de verlo, entonces ¿qué coño había fallado?

– No lo sé -dijo Vlado por fin-. No lo sé.

– La hemos jodido. Y fuera hay veinte soldados a los que nos toca darles la noticia. Su oficial al mando lo filtrará a través de la cadena de mando, y en un par de días seremos noticia de primera plana con Andric -negó con la cabeza-. Un buen comienzo para Contreras y la «nueva agresividad». Terminará siendo tan sumiso como cualquiera de ellos ahora, y Dios sabe qué será de nuestro presupuesto.

Decidieron esperar hasta que el retraso de Matek fuera de una hora, pero los dos sabían que era un gesto inútil. A las nueve, Pine fue a los servicios de caballeros para recuperar la 45. Dejaron dinero sobre la mesa y se levantaron para marcharse.

– Vamos -dijo cansinamente-. Averigüemos quién es el oficial al mando. Quién sabe, a lo mejor nos ponen una escolta armada para subir a la montaña donde está el complejo residencial de Matek. Cosas más raras se han visto.

Los soldados holgazaneaban alrededor del Humvee, y algunos daban patadas en el suelo para combatir el frío. Pine se dirigió a un teniente norteamericano alto que llevaba el nombre de Hundley en el uniforme.

– Hay un cambio de planes -comenzó a decir Pine en tono optimista, y explicó que quería una escolta para subir a la montaña.

El oficial pensó lo que le decía.

– Lo que me está diciendo es que la operación ha sido un fracaso. Lo cual significa que nosotros nos retiramos. Nuestras órdenes eran sólo para la ciudad. Nadie dijo nada de subir por una carretera de montaña que no hemos reconocido. Podía seguir estando minada por lo que yo sé.

– Este hombre subió allí ayer mismo -dijo Pine, señalando con la cabeza hacia Vlado-. Él solo. Así que no está minada. Sólo hay un guardia en la puerta. Tal vez dos más en el interior, más un sospechoso de setenta y cinco años. Ahí tiene su reconocimiento.

– Lo siento, señor -dijo el teniente, sin cambiar de entonación-. No vamos a ir. Pero puede usted hablar con mi coronel -ofreció a Pine un auricular de radio.

– Me diría más de lo mismo, ¿no es así?

– No puedo hablar por mi coronel, señor. Pero supongo que así sería. A menos que ofrezca dejarle hablar con su oficial al mando.

– Podría pasarme todo el día ascendiendo por la cadena de mando. ¿Cree que cuando se ponga el sol podría haber llegado al Despacho Oval?

Aquello arrancó por fin una sonrisa de Hundley, pero nada más.

– Sí. Ya sé -dijo Pine-. Sólo cumplen órdenes. Que tenga un buen día, teniente.

– Que así sea, señor -dijo el oficial de forma inexpresiva-. Nos retiramos, muchachos.

Y con un estruendo de motores y un remolino invernal de polvo, los soldados desaparecieron, dejando varados a Pine y Vlado en el bordillo como anfitriones de una cena frustrada.

Después de cuatro tazas de café del Skorpio, Vlado estaba irritado y con los nervios a flor de piel. Casi estaba por montar en el Volvo blanco y subir a la colina para averiguar por sí mismo qué había ocurrido. Puede que Matek los estuviera poniendo a prueba, haciéndose el interesante. Pero lo dudaba.

– Lo que necesitamos es apoyo -dijo Pine-, al menos lo suficiente para ir a echar un vistazo. ¿No dijo Benny que estaría en Vitez?

– Durante el resto de la semana.

– Entonces vale la pena intentarlo. Está a sólo treinta kilómetros. Y si alguien disfruta metiéndose con quien ha huido de la SFOR, ése es Benny.

Pine marcó un número y esperó.

– ¿Benny? Calvin Pine. Acaba de pasarnos una gran cagada, y si andas cerca de Travnik desde luego que nos vendría bien un poco de ayuda. ¿Sí? Perfecto.

Pine le puso al corriente de los hechos de la mañana, y Vlado pudo oír prácticamente cada palabra de la obligada diatriba de Benny sobre la impotencia de la SFOR. Tenía que terminar una entrevista y después se reuniría con ellos en el hotel al cabo de una hora.

– Es el único que tiene huevos para algo así -dijo Pine.

La otra ventaja de Benny era que solía llevar pistola. Aquello iba en contra de la política del Tribunal -la 45 prestada de Pine había sido aprobada sólo para la detención y ya había sido devuelta a la SFOR-, pero todos los que estaban por debajo de Spratt en La Haya sabían que el intérprete local de Benny guardaba una pistola Beretta para él, escondida en su sótano.

– ¿Crees que es suficiente con un arma? -preguntó Vlado.

Para él la operación estaba degenerando de chapucera a descabellada.

– No vamos a tomar por asalto la casa. Sólo quiero un pico en la puerta principal.

– Nos verá mientras nos acercamos.

– Por eso quiero que esté allí Benny. Tiene mentalidad de policía callejero de Brooklyn.

– Del Bronx.

– Lo que sea. Podemos enterarnos de qué terreno pisamos, ver si Matek recibe visitas. Puede que hasta tengamos suerte y nos tropecemos con él mientras baja por la colina.

– Si es que sigue por allí.

– Sí. -Pine frunció el ceño-. También existe esa posibilidad.

Benny llegó tan impaciente y exaltado como cuando estaba en su escritorio, lo que hizo recelar a Vlado. Nervioso todavía por la cafeína, se imaginó que subían disparados por la montaña para encontrarse con una falange de guardaespaldas con órdenes de disparar contra cualquier vehículo de la Unión Europea. Una pistola no sería gran cosa contra unos cuantos Kalashnikov.

– ¿La has usado alguna vez? -preguntó Vlado.

– Sólo una. La esgrimí en un asqueroso control hace unos años. Croatas borrachos que querían un «peaje» y tal vez mi coche. Se quedaron como una malva al instante, en cuanto vieron el cañón. Intentaron actuar como si todo hubiera sido una gran broma. Pero de eso hace años, inmediatamente después de Dayton. Lo cierto es que ahora no se necesita ir armado a menos que se vaya detrás de alguien como Andric. Que se escapó esta mañana, por cierto. Lo dicen a todas horas por la radio. Pero supongo que vosotros ya lo sabíais, ¿eh?

Pine asintió con la cabeza.

– ¿Así que en realidad era un dos por uno, entonces?

– Pero ahora es un cero por dos. A no ser que tengamos suerte.

– Franceses de mierda. -Benny negó con la cabeza-. Me pregunto quién se habrá ido de la lengua en este caso. ¿Leblanc, tal vez? Nunca pensé que este trato saldría bien desde el momento en que supe de su existencia.

– No tenías por qué saber nada en absoluto.

– Los nombres circulaban el día antes de que apareciera Vlado.

– Estupendo.

– ¿Qué esperas cuando dejas que sean Harkness y Leblanc quienes lleven las riendas? El que con perros se acuesta, con pulgas se levanta.

Pine explicó el tinglado que los esperaba en la montaña. Acordaron pecar de cautelosos, jurando dar marcha atrás a la primera señal de recibimiento hostil.

A Vlado el viaje le pareció más largo que la víspera, pero como conducía Pine, podía contemplar la vista que tenía ante sí. Vieron por primera vez la casa unos quince minutos después de la desviación. Benny sacó unos pequeños prismáticos.

– Tomad. Que alguien más eche un vistazo. A mí me parece tranquilo, pero nunca he estado allí.

Vlado enfocó la gran ventana de la planta alta en la parte posterior, que dominaba la montaña desde el dormitorio de Matek. Debajo estaba su despacho. Las cortinas estaban corridas en las dos.

– O no nos espera o no le importa -dijo Vlado, sin saber con certeza si sentirse aliviado o decepcionado.

El lugar parecía muerto. Ni siquiera las cabras estaban fuera.

Se asomaron lentamente por la última curva y redujeron la velocidad hasta acercarse a la caseta del guarda. Había una puerta abierta en un costado. La barrera que atravesaba el camino de entrada estaba levantada, y un BMW cubierto de polvo estaba estacionado en el arcén. En la caseta del guarda, alguien se puso de pie. Benny sacó la Beretta de la funda colgada del hombro.

– ¿Lo conoces?

Vlado vio el reflejo del sol en las gafas. No parecía que aquel hombre estuviera armado.

– Sí. Es Azudin. Su ayudante.

Azudin salió, entrecerrando los ojos al recibir la pálida luz del sol. Parecía indefenso, fuera de lugar. Ni siquiera llevaba puesto un abrigo.

– Está bien -dijo Vlado-. Éste no muerde.

– Todos muerden -dijo Benny.

– Y algo va mal cuando está de guardia. Los otros deben de haberse ido.

Azudin se acercó vacilante al coche mientras Vlado bajaba el cristal de la ventanilla.

– Se ha ido -dijo Azudin, con el lastimero balido de un cordero perdido.

Vlado tradujo para Pine, que apagó el motor. Los tres descendieron del vehículo mientras Azudin permanecía al borde del camino, sin apenas prestar atención, como si estuviera pensando en qué iba a hacer después.

– ¿Dónde están los demás? -preguntó Vlado.

– Les pagué la mensualidad y los mandé a casa.

– ¿Y Matek?

– Se fue anoche. Me mandó a casa a eso de las cinco, así que pudo suceder en cualquier momento a partir de entonces. Cuando llegué aquí esta mañana se había largado. El centinela de noche debía de estar dormido, porque no vio nada.

– ¿Es ése su coche?

Vlado señaló hacia el BMW.

Azudin negó con la cabeza.

– Es el mío. El suyo no está. Tampoco sus armas y la mayor parte del dinero. Ha dejado esto.

Azudin tendió un papel. Al acercarse, Vlado vio que Azudin estaba pálido y demacrado, claramente afectado. Cogió la nota de su mano.

– ¿Qué dice? -preguntó Pine.

– Que Matek se largó anoche. Voy a traducir la nota que ha dejado.

Vlado entrecerró los ojos ante la apretada caligrafía de un hombre acostumbrado a aporrear un teclado. Cuando comprendió lo fundamental, lo tradujo al inglés en voz alta para Pine y Benny.

– Edin, siempre existió la posibilidad de que este día llegara, y ahora tengo que irme. Todas las llaves están en el cajón de arriba de mi escritorio. La combinación de la caja fuerte está escrita al final. He firmado los documentos necesarios, que también encontrarás en el escritorio. Sendic los autentificará en la ciudad. Mis negocios te pertenecen ahora. Mis cuentas bancarias, no. Hay suficiente dinero en efectivo en este sobre para pagar un mes al personal. El resto es cosa tuya. No podrás alcanzarme, así que no lo intentes. Cuando venga el hijo de Enver Petric, dales a él y a su amigo americano de La Haya mis mejores deseos. Deberían poder responder al resto de tus preguntas. Buena suerte. Pero.

– Parece que lo sabía todo de vosotros, chicos -dijo Benny en voz baja, frotándose las manos; había enfundado la Beretta.

Vlado y Pine guardaron silencio. La montaña pareció de pronto un lugar inmenso y vacío.

– Esa caja fuerte -dijo Pine-. ¿La ha abierto ya?

Vlado tradujo.

– Dice que no. Que apenas ha tocado nada.

– Dile que nos gustaría echar un vistazo, si no le importa. Y que nos gustaría usar su teléfono.

Sorprendentemente, Azudin accedió, pero cuando se volvía para acompañarlos por el camino pareció caer en la cuenta de que debía pedir una explicación. Se detuvo y se volvió como un autómata.

– ¿Por qué lo buscan?

– Matek es un presunto criminal de guerra.

Azudin frunció el ceño.

– Pero si él estuvo aquí durante toda la guerra. No hizo nada, salvo ganar un poco de dinero. Lo sé, yo estaba con él.

– No de esta guerra. De la última. Tu jefe fue oficial de la Ustashi. En Jasenovac.

Azudin no parecía convencido.

– ¿Y por eso huye? ¿Por algo que pasó hace cincuenta años? -Negó con la cabeza, más perplejo que furioso-. Pensaba que el mundo quería que olvidásemos todo aquello. Vengan por aquí.

Continuó guiándolos con aspecto de director de funeral.

– ¡Por Dios! -farfulló Benny-. Cualquier diría que ha perdido a su padre.

Una mirada de odio de Pine y Vlado le hizo darse cuenta de que sus palabras no habían sido bien elegidas, pero era el único que no entendía por qué.

– Tranquilos, chicos -dijo Benny-. La parte difícil ha terminado. Sólo este Ichabod Crane y un montón de archivadores. Dile que lo dejaremos en paz en cosa de unas horas.

Vlado se preguntó vagamente quién era aquel Ichabod Crane. Parecía que lo peor del peligro había desaparecido junto con Matek y sus matones, pero no podía librarse de la sensación de que estaban pasando por alto algo en su despreocupado paseo hacia la casa. Las palabras de advertencia de Jasmina se le pasaron fugazmente por la cabeza, y se puso en tensión cuando entraban por la puerta principal, medio esperando que Matek arremetiera contra ellos desde el vestíbulo en penumbra, Kalashnikov en mano. Pero todo estaba tranquilo a no ser por el zumbido de un ordenador en una habitación al fondo del vestíbulo.

Cuando llegaron a su despacho, Pine descolgó el teléfono.

– También podríamos terminar con el trabajo sucio.

– Espero que no te importe que escuche -dijo Vlado, dirigiéndose hacia el teléfono de Azudin en la habitación contigua antes de que Pine pudiera decir que no.

No podían tenerlo a oscuras sobre cualquier otro detalle operativo.

Spratt se desinfló como un neumático pinchado al oír la noticia, y emitió un largo suspiro de desesperación que ni la interferencia pudo ocultar. Era evidente que seguía angustiado por el fracaso del asunto Andric.

– ¿Qué coño está pasando? -preguntó cansinamente-. Los dos primeros pasos que damos desde hace meses y todo se va a la mierda.

– Estamos registrando su casa -dijo Pine-. Supongo que deberíamos notificar a las fronteras, los aeropuertos y las estaciones de ferrocarril. Como si eso sirviera de algo.

– Deja eso para los agentes de campo. Haré algunas llamadas. Tú mira a ver qué se te ocurre. Después planearemos nuestro siguiente paso, si es que lo tenemos.

– ¿Sigue sin haber señales de Andric?

– Es como si nunca hubiera existido. Los imbéciles que registraron su búnker no encontraron la trampilla hasta cuatro horas después. ¡Cuatro putas horas! ¿No te parece increíble?

– ¿La trampilla?

– Debajo de un montón de ropa en un armario. Comunica con un respiradero que va a dar a un antiguo túnel que conduce a los bosques a través de la ladera.

– Tito -dijo Vlado sin pensar, asustando a Spratt, que no sabía que estaba en la línea.

– ¿Qué quieres decir con Tito?

– Uno de sus viejos búnkers de escape. Para que él y sus oficiales pudieran huir cuando llegaran los rusos. En todos había túneles.

– Bueno, joder, eso nos pasa por no consultar lo suficiente con los locales. Al final conseguimos que llevaran perros para seguir el rastro. Tardaron una hora en llevarnos hasta una granja abandonada. Rodadas recientes, probablemente de un camión. Empieza a parecer que lo tenía planeado a la perfección. Ahora la cuestión es si sabía que íbamos a llegar o si siempre estaba tan preparado y simplemente tuvo suerte.

– ¿Y ahora qué hacemos? -dijo Pine.

– Tendré que telefonear a Leblanc y Harkness -dijo Spratt-. Están en Sarajevo esperándoos a vosotros y al sospechoso. Les habíamos prometido una sesión informativa privada con Matek. Puede que ahora quieran tenerla con vosotros.

– ¿Y vamos a acceder a eso? -preguntó Pine.

– Tendréis que hablar también con Janet -dijo Spratt, pasando por alto la pregunta.

– ¿Por qué?

– Ella te lo dirá. No os mováis hasta que tengáis noticias de ella. ¿Dónde estáis, por cierto?

– En el despacho de Matek. En las montañas.

– Dame el número. Acaban de llamarme de arriba. Ya es la tercera vez hoy, y esta vez tengo más malas noticias que transmitir. Quedaos ahí hasta que sepáis algo de Janet.

– No hay problema. Registraremos la casa. Su pequeño ayudante ha estado muy colaborador.

Pine se volvió hacia Benny después de colgar.

– Lo siento, pero parece que podemos quedarnos atascados aquí durante algún tiempo. ¿Te apuntas a ayudarnos a echar un vistazo?

– No tengo otra cosa que hacer. ¿Por dónde quieres que empiece?

– Bueno, eres el invitado de honor. ¿Por qué no te ocupas de la caja fuerte? Matek escribió la combinación en la nota… siempre que a nuestro anfitrión no le importe. -Pine miró a su alrededor buscando a Azudin, pero aparentemente estaba aturdido, así que entregó la nota a Benny-. Me llevaré los archivadores a la habitación de atrás. Vlado, ¿por qué no miras en las habitaciones de arriba?

Los dos asintieron, cabizbajos pero resignados a las lentas horas que los esperaban. Se acabó su acción de comando de tres hombres o cualquier esperanza de capturar a Matek en su salida por la puerta de atrás. El viejo había sido más cauto de lo que pensaban.

Vlado sentía curiosidad por ver cómo era la vivienda, sobre todo en comparación con el decorado obligatorio de la planta baja. Pero cuando llegaba a la parte superior de la escalera, un movimiento al otro lado de la ventana le llamó la atención.

Era Azudin, que caminaba a buen paso por los campos yermos que llevaban hasta la puerta delantera, sin parecer ya ni perdido ni confuso. Llevaba una pequeña bolsa en la mano derecha, y miraba furtivamente por encima del hombro hacia la casa, avivando el paso. Por su zancada y su porte no se parecía en nada al hombre sumiso que parecía al borde de las lágrimas sólo un momento antes, y las persistentes preocupaciones de Vlado convergieron en auténtico miedo. Un registro descontrolado e imprudente le pareció de pronto una muy mala idea, y se dio la vuelta para dirigirse de nuevo a la planta baja, bajando los escalones de dos en dos y alzando la voz para gritar un aviso.

Sus primeras palabras quedaron ahogadas por una violenta explosión que lo levantó en el aire, como si una ráfaga de presión se hubiera disparado escaleras arriba. Después supo que estaba sentado en el fondo, con dolor de cabeza y zumbidos en los oídos, la rodilla izquierda retorcida y desgarrada. Un fino polvo blanco caía del techo como neblina, cubriéndole el vello de los brazos. En la casa reinaba una terrible calma.

– ¿Estáis bien? -Era Pine, con su ronca voz, quien llamaba desde la habitación de la parte trasera-. ¡Benny! ¡Vlado!

– Estoy al pie de la escalera -gritó Vlado, recuperando la voz. Se puso de pie, temblando como un cervato-. Creo que estoy bien.

– ¡Benny! -dijo Pine. No hubo respuesta. Después, en voz más alta, más desesperada-. ¡Benny!

Vlado entró cojeando en la ruina del despacho de Matek. Las piernas de Benny sobresalían debajo de fragmentos de madera barnizada y un revoltijo de papeles y yeso. No se movían. En el techo, encima de él, había un cráter. La puerta de la pequeña caja fuerte empotrada en la pared estaba abierta, pero el metal gris estaba retorcido y marcado con un estallido de marcas chamuscadas negras, como si hubiera recibido el impacto de un pequeño meteorito. La pantalla del ordenador había quedado hecha añicos, y el gran escritorio estaba astillado, con la parte superior levantada como una fragata bloqueada por el hielo. Pero lo peor eran las salpicaduras rojas por toda la pared, algunas de las cuales comenzaban a gotear y rezumar siguiendo los campos picados de viruela del yeso blanco.

– ¡Dios mío! -exclamó Pine, que acababa de llegar tambaleándose a la puerta, cubierto de pies a cabeza de un polvo blanco que le hacía parecer un muerto viviente.

Vlado supuso que su aspecto debía de ser el mismo. Pero era el silencioso Benny quien llamaba su atención, y convergieron en las piernas inmóviles. Se agacharon y comenzaron a retirar trozos del escritorio y cascotes del techo, trabajando con cuidado, como si les preocupase hacerle más daño.

Pronto estuvo claro que las cosas no podían irle peor a Benny. Retiraron un pedazo de escritorio y descubrieron que de la cintura para arriba era un amasijo de tela, pulpa y carne. Fragmentos irregulares de hueso asomaban por un par de sitios. Estaba boca abajo, con el cabello negro enmarañado y apelmazado. Era todo lo que Vlado podía hacer para no sentir náuseas, y ninguno de los dos tuvo el coraje de volverle la cabeza para mirarle a la cara.

– Dios mío -dijo Pine con voz entrecortada-. Oh, Dios mío.

Se puso de pie, retrocedió dando traspiés y a punto estuvo de caer sobre un montón de escombros ensangrentados. Vlado había visto cuerpos así durante la guerra, y el culpable siempre había sido el mismo: una mina antipersona que expulsaba cientos de fragmentos metálicos volando hasta la víctima. Aquello no era un explosivo casero con tornillos y gasóleo. Era chatarra militar, del mismo tipo que Matek esperaba adquirir gracias a un contrato de remoción de minas.

Vlado se acordó de Azudin andando deprisa por los campos, y pensó en obligarlo a volver rápidamente hacia la puerta. Tal vez hubiera tiempo todavía de atraparlo. Pero Pine gritó.

– ¡No te muevas!

Cuando Vlado dio otro paso, Pine volvió a gritar.

– ¡No te muevas, maldita sea! Por lo que sabemos hay más, y ni siquiera sabemos cómo era ésta ni qué la hizo estallar. Busca alambres. Cualquier clase de caja metálica. Joder, podría ser cualquier cosa.

Pine miró a su alrededor, como miran los gamberros en la calle, una imagen que la capa de polvo volvía irreal. Vlado quería sentarse pero no se atrevía, al menos con todos aquellos escombros a su alrededor que podían ocultar algo.

– ¿Dónde está Azudin? -preguntó Pine, bajando un punto la voz.

– Lo he visto por la ventana. Es probable que haya bajado ya media montaña en su BMW, contando su herencia. Por lo que sabemos, conectó la puerta delantera al cerrarla tras él. Tal vez tengamos que salir por una ventana.

– O tal vez mande a los guardaespaldas subir de nuevo a la montaña para liquidarnos.

– Es posible.

Hicieron una pausa, como si escuchasen para comprobar si venían intrusos o la llegada de un camión. Pero el único sonido que se oía era el motor de un vehículo al arrancar, y después un ronroneo al engranar las velocidades, seguido del crujido de la grava. Azudin se marchaba, y por el sonido que lo revelaba no tenía ninguna prisa, después de oír la explosión. Aquel hombrecillo silencioso los había engañado a todos, al igual que Matek.

Pine se agachó con cuidado junto a Benny, husmeando en los escombros ensangrentados.

– Buscaría la pistola, pero…

– No te molestes. Ya he visto lo que hacen estas cosas. La habrá destruido. Además…

– Lo sé. -Pine estaba paralizado por Benny-. Dios mío. Precisamente él. Pasamos toda la maldita guerra sin un arañazo. Para que un viejo, ni siquiera de la guerra que correspondía, acabe con él. Un especulador de mierda.

Pine fulminó con la mirada a Vlado, como si fuera de algún modo cómplice. Vlado pensó que sabía por qué, porque incluso él sentía en cierto modo la misma emoción. Era el viejo amigo de su padre el que había hecho aquello, las líneas de sangre corrían directamente hasta él, su país y su gente, en un ciclo que nunca se detenía. Pero qué podía decir o hacer, a no ser asentir levemente, como si lo comprendiera del todo.

Después meneó la cabeza a la manera de un perro mojado, intentando aclarar las ideas. Las lágrimas serpenteaban entre el polvo de sus mejillas. Se dejó caer hasta quedar en cuclillas, sin atreverse todavía a probar su peso sobre aquel revoltijo pero sintiéndose cansado hasta los huesos. Miró las piernas de Benny. El bravucón grande y simple, un hombre generoso, tan celoso de su trabajo. Vlado apenas lo conocía pero le cayó bien enseguida, y ahora estaba muerto. Así, sin más. Jasmina tenía razón al preocuparse. Se acabó la «operación infalible», como Spratt la había calificado con tanta displicencia mientras hacía sonar el hielo de su cóctel. Ahora le parecía que la noche de los trajes y los candelabros en La Haya había sucedido hacía un año, y lo cierto era que quedaba a un mundo de distancia de allí.

– De acuerdo -dijo Pine, más tranquilo-. Vamos a empezar a movernos, pero ten cuidado por dónde pisas. No abras cajones, armarios, puertas ni nada. Puede que haya algún teléfono que funcione todavía en otra habitación. Tiene que venir un equipo de remoción de minas de la ONU antes de que intentemos siquiera salir del edificio. De lo contrario, esto es una ruleta rusa. -Hizo una pausa-. Después tendré que llamar a Spratt. Esto lo cambiará todo. Dios mío, Benny. Dios mío -meneó la cabeza-. Supongo que lo mejor será que también suba una ambulancia hasta aquí. Para llevarse el cadáver.

El teléfono sonó en el despacho de Azudin. Durante un momento Vlado y Pine se limitaron a mirar en esa dirección, como si Matek en persona llamara para inducirles a cometer otra metedura de pata fatal. Al cuarto timbrazo Pine se serenó y comenzó a saltar lentamente entre el revoltijo como un hombre que caminase por un témpano de hielo, buscando lugares donde pisar.

– Tal vez sea Janet -musitó con voz ronca.

Incluso entonces dudó antes de descolgar el auricular. Ahora cada objeto parecía envenenado, una bomba trampa en potencia.

– ¿Diga?

Vlado se acercó al teléfono, y sin esperar que se lo indicase, Pine orientó el auricular hacia fuera para que pudiera escuchar. La torpeza y el hermetismo que les había hecho guardar las distancias había desaparecido. Para bien o para mal, se habían convertido en un equipo, unidos por el momento por su dolor y su tenso recelo hacia todos y todo.

– Bueno. Aquí se ha armado la de Dios -dijo Janet en tono jovial.

– Benny ha muerto -contestó Pine sin rodeos, poniendo fin a todo-. Estaba con nosotros, y le ha matado la explosión de una mina. Era una bomba trampa. Matek había minado su despacho.

Janet no dijo nada por un momento. Oyeron el chirrido de su silla, con el fondo de sonidos de la oficina. La conexión era sorprendentemente clara. Vlado miró hacia el otro lado de la puerta y pudo ver los zapatos negros de Benny, cubiertos de polvo.

Pine puso al corriente a Janet sobre los detalles de la mañana y sus planes para después.

– Estábamos registrando la casa -dijo-. Pero creo que ahora lo mejor es que no toquemos nada.

– ¿Vlado está bien?

– Estoy bien -contestó Vlado.

– Tu mujer ha llamado esta mañana. Estaba preocupada. Le dije que estabas vivo y bien. Me alegro de no tener que llamarla para corregir lo dicho. Señor mío. No puedo creer que sea Benny. ¿Pero qué coño estabais haciendo para llamarlo?

– Dejemos las culpas y las cagadas para después, ¿vale? Ahora mismo tenemos un cadáver y no tenemos misión. Estamos fuera de juego, como puedes suponer. Alguna pista sobre quien esté al mando podría ser bienvenida.

– Volveré a llamar. Quedaos ahí.

– Créeme, no nos vamos a mover.

Pine telefoneó después a la oficina de la ONU encargada de la remoción de minas en la zona, una ironía que se les escapó a los dos. La Rolodex de Matek, en el caso de que tuviera una, había desaparecido, y ahora parecía que lo más probable era que los archivadores de la parte trasera -Pine sólo había tenido tiempo de abrir uno- estuvieran conectados para la destrucción.

Vlado volvió a subir a la planta alta, buscando con cuidado cables trampa, aunque sólo fuera para echar un vistazo rápido y tener algo que hacer. Sus sospechas sobre la decoración resultaron acertadas. La planta alta era todo cromo y cuero. Fríos pisos de mármol con brillantes alfombras de modernos diseños geométricos. Tan de mal gusto como la planta baja a su modo, pero con un moderno sabor mediterráneo. Matek consideraba que su propia cultura era indigna de él y se había decantado por una chabacana imitación de la italiana. ¿Y por qué no? Si Vlado había pasado toda una guerra intentando borrar una parte importante de esa cultura, también él podía haber intentado de alguna manera mudar de piel en sentido figurado. Pero si eso era así, ¿qué había hecho su padre durante todos aquellos años, volviendo a casa simplemente para reanudar la vida de un campesino balcánico, actuando como si siguiera siendo un ingenuo e inocente obrero que fabricaba herramientas en las postrimerías del siglo xx?

El teléfono sonó en la planta baja. Pine esperó a que Vlado regresara antes de contestar, y de nuevo compartieron el auricular. Era Spratt, y los dos se prepararon para una reprimenda. Pero Spratt se tragó su instinto agresivo.

– Lo primero que tenéis que hacer es largaros de ahí -dijo-. Que una unidad de remoción de minas haga el resto.

– Ya he avisado a una -dijo Pine.

– Volved a Sarajevo y esperad nuevas instrucciones. Pero esto va a depender de cómo reaccione Contreras. Mi recomendación sería abandonarlo todo por completo. Dejar que los agentes internacionales se hagan cargo de la persecución y quitarse de en medio. Pero por lo que he visto de él hasta ahora, es probable que se lo tome como algo personal.

– Para mí desde luego lo es -dijo Pine.

– No digo que no debas tomártelo así. Yo también. Pero operativamente conoces nuestros límites. La otra noticia, lamentablemente, es que nuestros patrocinadores siguen queriendo una reunión, y están esperando en el Holiday Inn.

Vlado tardó un instante en caer en la cuenta de que Spratt estaba hablando de Harkness y Leblanc, las últimas personas a las que deseaba ver en ese momento. Lo único que quería era subir a un avión y volver a casa.

– ¿Por qué? -preguntó Pine.

– Ellos también intentan componer las piezas. -Vlado se estremeció ante las palabras escogidas-. Esto era su criatura, y tendrán algo que decir sobre los pasos siguientes.

– Precisamente lo que necesitamos. ¿Cuándo nos reunimos?

– Los he distraído hasta esta tarde. A las siete. Así tendréis tiempo para recobrar la calma.

– ¿Que hay que hacer con Benny? ¿Repatriar el cadáver?

– Dejad que me preocupe yo de eso. Vosotros volved a Sarajevo. Voy a enviar refuerzos para la reunión.

– ¿Refuerzos?

– Janet Ecker. Va a coger un avión a las dos. Es la única que ha visto el expediente completo. Dependiendo de lo que se decida mientras tanto, tal vez necesitéis saber algo más. En cualquier caso, ella puede ayudar a esquivar los golpes de Harkness y Leblanc.

– ¿Qué te hace pensar que tendremos que esquivarlos?

– La experiencia previa. Además de la manera en que se ha desarrollado toda esta operación. ¿Por qué iban a ser más fáciles las cosas?

– Está bien.

– Por ahora, bajad de esa montaña sin percances. Una baja es más que suficiente, bien lo sabe Dios.

Pero después de colgar fueron incapaces por un momento de marcharse. Ninguno dijo una palabra, ninguno de los dos estaba simplemente dispuesto a largarse mientras el cuerpo de Benny siguiera en la habitación de al lado.

– No parece correcto, ¿verdad? -dijo Pine.

Vlado negó con la cabeza.

– Nada de esto ha parecido correcto desde el principio.

Para él aquello incluía las dos últimas semanas, todo lo que llevaba al momento en que Haris y Huso se presentaron en su puerta, ensangrentados y mugrientos en la oscuridad. Ahora todos los hechos parecían formar parte del mismo paquete terrible, y se preguntó cuál había sido su papel en cada momento. El rastro de cadáveres podía incluir también a un niñito de Sarajevo, muerto de tos ferina y escarlatina, a un joven matón en Berlín, y ahora a un gritón y simpático policía de Nueva York. Pero se quedó de pie, como un hombre que sale ileso de un accidente de avión, un fenómeno del destino. Una súbita oleada de nostalgia de su antigua vida, la que llevaba antes de la guerra, antes de que todo el mundo se hubiera convertido en baja o refugiado, rodó sobre él pesadamente, y dejó de mirar a Pine.

Pero la atención de Pine estaba en otro lugar. Entró lentamente en el despacho en ruinas de Matek y se arrodilló junto a las piernas. El olor a sangre era más fuerte ahora. Vlado observó mientras Pine colocaba suavemente su mano derecha en la parte posterior de la pierna de Benny e inclinaba la cabeza con los ojos cerrados con fuerza. Pronunció unas palabras, en voz demasiado baja para que Vlado las oyera, luego hizo una pausa, todavía agachado. Finalmente espiró profundamente y se levantó despacio. Los vehículos de la ONU acababan de parar en el exterior.

– Muy bien -dijo Pine con calma-. Aquí ya no podemos hacer nada más.

Salieron sin pronunciar palabra.