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Jueves, 25 de marzo. 10:10 h

WlLHELMSBURG, HAMBURGO

Rastrear a Olsen no había sido difícil. No tenía muchos antecedentes, pero los que sí tenía lo caracterizaban como alguien siempre dispuesto a solucionar sus problemas con los puños. Tenía tres condenas registradas por lesiones, además de una advertencia por una contravención de comercio: había vendido repuestos que habían salido de una motocicleta robada.

Wilhelmsburg es la Stadtteil más grande de Hamburgo, es decir, el distrito más extenso de la ciudad. En realidad es una isla del Elba, la isla fluvial más grande de Europa, y está repleta de puentes, incluyendo el Köhlbrandbrücke, que la comunican con la parte principal de la ciudad al norte y con Harburg al sur. El aspecto de Wilhelmsburg es extraño, impreciso, una combinación de atmósfera rural con un fuerte paisaje industrial, y se ven ovejas pastando junto a imponentes polígonos industriales. También tiene una reputación peligrosa, por lo que se la conoce como el Bronx de Hamburgo, y más de un tercio de su población es de origen inmigrante.

Peter Olsen vendía y reparaba motocicletas en una destartalada planta industrial de la ribera, oculta tras la refinería de petróleo. Fabel decidió llevar a Werner y a Anna para ir a interrogarlo y pidió que lo acompañara un equipo uniformado de la Schutzpolizei. No tenían pruebas suficientes para arrestarlo, pero Fabel había conseguido una orden de la oficina del fiscal, la Staatsanwaltschaft, para requisar la motocicleta y practicarle un examen forense.

Fabel detuvo el coche junto al bordillo de la acera llena de maleza junto a la alambrada de dos metros de altura que rodeaba el taller de Olsen. Mientras esperaban la llegada de los uniformados, examinó el taller y el patio donde se veían los esqueletos retorcidos y oxidados de cuatro o cinco motocicletas y un inmenso rottweiler tumbado de lado, que cada tanto levantaba su pesada cabeza para vigilar con expresión indolente su territorio. Desde donde estaba, Fabel no alcanzaba ver si el perro estaba sujeto con correa o no.

– Werner, comunícate con la Wilhhelmsburg Polizeirevier -dijo Fabel sin dejar de atisbar las instalaciones de Olsen-. Averigua si pueden mandar a un adiestrador de perros. No me gusta el aspecto del animalito de Olsen.

Un coche patrulla con sus característicos colores verde y blanco aparcó detrás de ellos. Daba la impresión de que el perro de Olsen estaba entrenado para reaccionar a los vehículos de la policía, porque tan pronto apareció el coche el perro se puso de pie de un salto y comenzó a lanzar ladridos graves y fuertes en su dirección. Un hombre corpulento, vestido con un mono, salió del taller, limpiándose las manos con un trapo. Era inmenso, con grandes hombros de los que sobresalía una cabeza sin cuello; era el equivalente humano del rottweiler que protegía su patio. El hombre miró con furia al perro y murmuró algo. Luego, al ver los coches de la policía, giró sobre sus talones y volvió al taller.

– Olvídate del adiestrador de perros, Werner -dijo Fabel-. Será mejor que entremos a charlar con nuestro amigo ahora.

Cuando se aproximaron al portón se dieron cuenta de que el perro no estaba atado. Saltó hacia el grupo que se acercaba con una velocidad y agilidad que no parecían concordar con su tamaño. Fabel notó con alivio que el portón estaba cerrado con cadena y candado. El rottweiler gruñó y ladró ferozmente, mostrando los dientes.

– Tenemos una orden, Herr Olsen -dijo Fabel, sosteniendo en alto el documento para que Olsen pudiera verlo-. Y nos gustaría hacerle algunas preguntas. -El perro ya estaba saltando contra la puerta, empujándola y golpeándola contra la cadena y el candado-. ¿Podría calmar a su perro, Herr Olsen? Tenemos que hacerle algunas preguntas.

Olsen hizo un gesto de desdén y empezó a girar hacia el umbral. Fabel miró a Werner, quien sacó su pistola, echó la corredera hacia atrás y apuntó a la cabeza del rottweiler.

Olsen gritó con fuerza «¡Adolf!» y el perro regresó obediente al sitio donde había estado tumbado, pero se quedó de pie, alerta.

Anna echó una mirada a Fabel.

– ¿Adolf?

Fabel le hizo un gesto a Werner, quien respondió guardando su arma. Olsen se acercó hasta la puerta con un manojo de llaves y quitó el candado. Abrió el portón y, con una expresión hosca, se hizo a un lado.

– ¿Podría atar a su perro, por favor, Herr Olsen? -Fabel le entregó una copia de la orden-. ¿Y podríamos ver su motocicleta, por favor? Su propio vehículo. El número de matrícula está en la orden.

Olsen señaló el taller con un movimiento de la cabeza.

– Está allí. No se preocupe por el perro. No va a lastimar a nadie… a menos que yo se lo indique, claro.

Avanzaron hacia el edificio. Adolf los observaba desde su puesto, donde Olsen lo había asegurado con una robusta cadena. El perro mantuvo una postura tensa, yendo con la mirada de los agentes de policía a Olsen y luego de nuevo a aquéllos, como si esperara la orden de atacar.

El interior del taller estaba sorprendentemente ordenado y luminoso. Rammstein o algo similar tronaba desde un reproductor de CD. Olsen bajó el volumen pero no lo apagó, como si quisiera indicar que aquélla era sólo una interrupción temporal de sus actividades. Fabel había supuesto que las paredes estarían cubiertas con los típicos pósteres de porno blando o incluso duro; en cambio, las imágenes eran o bien fotografías estéticas de motocicletas o ilustraciones técnicas. Había una fila de motocicletas en el otro extremo, un par de las cuales eran claramente clásicas. El taller tenía un suelo de cemento que Olsen barría con regularidad y había una estantería contra una pared donde los repuestos estaban ordenados en bandejas y cajas de plástico rojo, cada una cuidadosamente etiquetada. Fabel miró a Olsen con mucha atención. Era un tipo de gran tamaño, de casi treinta años, y habría sido casi apuesto si sus rasgos fueran un poquito menos grandes y toscos. A ello habría que añadir que tenía una mala piel, llena de manchas. Fabel sintió que el orden y el etiquetado metódico de los repuestos no concordaban con el aspecto brutal de Olsen. Se acercó un poco más a las cajas de repuestos y examinó las etiquetas.

– ¿Busca algo en especial? -La voz de Olsen era inexpresiva. Estaba claro que había decidido cooperar, pero con indiferencia-. Pensé que quería ver mi motocicleta.

– Sí… -Fabel se apartó de los repuestos. La escritura de las etiquetas era pequeña y cuidadosa, pero no llegó a ver si era la misma de las notas que habían hallado en los cuerpos-. Sí, por favor.

Había una gran motocicleta americana en el centro de la sala, sobre un soporte. Al motor le faltaban varias piezas que estaban desplegadas en el suelo. Una vez más, Fabel percibió orden y cuidado en la manera en que esas piezas habían sido ubicadas sobre el cemento. Era evidente que Olsen estaba trabajando en esa motocicleta cuando ellos llegaron.

– No, no es aquélla. Por aquí. -Olsen señaló una motocicleta plateada y gris marca BMW. Fabel no sabía nada de motocicletas pero notó que el modelo era R1100S. Tuvo que admitir que había cierta belleza en esa máquina, una amenaza fina y elegante que la hacía parecer veloz incluso cuando estaba quieta. Le recordó, de una manera extraña, al perro guardián de Olsen, con esa energía, incluso violencia contenida, esperando con impaciencia el momento de soltarse. Hizo un gesto a los dos agentes uniformados, que comenzaron a arrastrar la moto en dirección a la furgoneta que la aguardaba.

– ¿Para qué la quieren? -preguntó Olsen. Fabel no prestó atención a la pregunta.

– ¿Sabe lo de Hanna Grünn? Supongo que se ha enterado, ¿ verdad?

Olsen asintió.

– Sí, me he enterado -respondió, fingiendo desinterés.

– No parece especialmente disgustado, Herr Olsen -dijo Anna Wolff-. Es decir, creí que usted era su novio.

Olsen escupió una risita y no hizo nada para ocultar la amargura y el dolor.

– ¿El novio? No, yo no. Yo no era más que un juguete. Uno de los muchos juguetes de Hanna. Me abandonó hace muchos meses.

– Eso no es lo que dicen los que trabajaban con ella. Según ellos, usted la iba a recoger con su moto. Hasta hace muy poco tiempo.

– Es posible. Ella me usaba, yo me dejaba usar. ¿Qué puedo decir?

Estaba claro que Olsen asistía regularmente al gimnasio; Fabel notó lo fuerte que eran los hombros y brazos que abultaban contra la tela de su mono. No costaba mucho imaginarlo dominando al más pequeño y liviano Schiller y matándolo con dos golpes de un cuchillo afilado.

– ¿Dónde estuvo usted, Herr Olsen, el viernes por la noche? -preguntó Anna-. ¿El diecinueve; toda la noche, hasta la mañana siguiente?

Olsen se encogió de hombros. «Estás exagerando esa actitud de desinterés -pensó Fabel-. Tienes algo que ocultar.»

– Salí a tomar un trago. En Wilhelmsburg. Luego volví a casa cerca de la medianoche.

– ¿A qué sitio fue?

– Der Pelikan. Es un bar nuevo del Stadtmitte. Me dieron ganas de conocerlo.

– ¿Alguien lo vio allí? -preguntó Anna-. ¿Hay alguien que pudiera confirmar que usted estuvo en ese sitio?

Olsen hizo un gesto como dando a entender que la pregunta de Anna era estúpida.

– Había cientos de personas. Como ya he dicho, es un sitio nuevo y es evidente que mucha gente tuvo la misma idea que yo, pero no vi a ningún conocido.

Fabel hizo un gesto casi como pidiendo disculpas.

– En ese caso, me temo que tendremos que pedirle que nos acompañe, Herr Olsen. No nos está aportando información suficiente como para descartarlo de la investigación.

Olsen lanzó un suspiro de resignación.

– Entiendo. Pero no es culpa mía no tener una coartada. Si fuera culpable de algo, habría hecho un esfuerzo para conseguir una coartada convincente. ¿Tardará mucho? Tengo que hacer unas cuantas reparaciones.

– Lo retendremos tan sólo lo que haga falta para averiguar la verdad. Por favor, Herr Olsen.

– ¿Puedo cerrar con llave antes de salir?

– Desde luego.

Había una puerta trasera en el otro extremo del taller. Olsen se dirigió hacia ella e hizo girar la llave en la cerradura. Luego comenzó a salir, seguido por Jos tres detectives. El perro estaba dormido en el patio.

– Si voy a estar fuera toda la noche, tengo que hacer que alguien dé de comer al perro. -Se paró de repente y miró hacia atrás, en dirección al taller-. Mierda. La alarma. No puedo dejar las motos allí sin poner la alarma. ¿Puedo volver a activarla?

Fabel asintió.

– Werner, acompaña a Herr Olsen, por favor.

Cuando ya no podían oírlos, Anna se volvió hacia Fabel.

– ¿No tienes la sensación de que estamos apoyando a un perdedor?

– Entiendo lo que quieres decir. Tengo la sensación de que lo único que Olsen está ocultando es lo angustiado que está por la muerte de Hanna…

Fue en ese momento que se oyó un rugido repentino, urgente y ronco desde el interior del taller. Anna y Fabel se miraron y comenzaron a correr hacia el edificio. El perro guardián, despertado por el ruido y con su instinto depredador estimulado por la carrera de los dos policías, comenzó a agitarse rabiosamente, con sus feroces mandíbulas masticando el aire. Fabel trazó una curva, esperando haber hecho una estimación correcta del alcance de la cadena a la que estaba sujeto el rottweiler. Habían cubierto la mitad de la distancia hasta el taller cuando Olsen apareció a toda velocidad a un costado del edificio mon tado en una inmensa bestia roja de motocicleta. Tanto Fabel como Anna se quedaron paralizados durante un momento cuando la pesada y musculosa moto de competición se abalanzó sobre ellos. Olsen llevaba la cabeza cubierta por un casco rojo de motociclista y había bajado el visor sobre los ojos, pero Fabel reconoció el mono manchado de aceite. Olsen movía la moto como un arma. La rueda delantera se separó un poco del suelo cuando él aceleró el motor, que lanzó un agudo rugido de furia.

La adrenalina inundó el cuerpo de Fabel, ralentizando el tiempo. Hasta ese momento la moto se había movido a gran velocidad, pero ahora pareció embestir hacia delante con una aceleración imposible, como si Fabel la estuviera enfocando con un zoom muy veloz. Fabel y Anna se arrojaron en direcciones opuestas y la motocicleta saltó entre ambos. Fabel rodó en el suelo un par de veces antes de detenerse. Acababa de incorporarse sobre una rodilla cuando algo inmenso y oscuro chocó contra él. Por una fracción de segundo pensó que Olsen había vuelto con la motocicleta para acabar con ellos, hasta que giró y vio las enormes mandíbulas del rottweiler que se le venían encima. Fabel echó la cabeza hacia atrás justo cuando el perro cerraba los dientes con fuerza. Sintió el frío del moco y la saliva el perro en la mejilla, pero se dio cuenta de que el animal no había logrado alcanzarlo. Volvió a rodar, esta vez en la dirección opuesta, y sintió un dolor agudo cuando algo se le clavó con fuerza en el hombro, haciendo un ruido de desgarro. Fabel siguió rodando en un movimiento continuo y oyó los feroces gruñidos del perro que se convertían en un ladrido de furia y frustración cuando el animal llegó al límite de la cadena.

Se puso de pie. Anna Wolff también se había incorporado y estaba mirándolo para comprobar que estuviera bien. Tenía la actitud de alguien que estaba a punto de salir a la carrera, y Fabel le hizo un gesto de asentimiento. Ella se abalanzó sobre el coche de Fabel y la furgoneta verde y blanca de la policía. Los dos policías uniformados se quedaron quietos, como aturdidos, cada uno a cada extremo de la motocicleta que estaban cargando en la parte posterior de la furgoneta. Sin dejar de correr, Anna cambió la trayectoria pasando del coche de Fabel a la motocicleta.

– ¿ La llave está puesta? -le gritó a los dos SchuPos, que seguían paralizados. Antes de que pudieran contestar ella llegó hasta la motocicleta y apartó de un empujón al SchuPo que estaba sosteniéndola por atrás. Anna arrastró hacia atrás la moto para sacarla de la cola de la furgoneta, encendió el motor y salió a toda velocidad en la dirección que había cogido Olsen.

Fabel se agarró el hombro. La tela de su cazadora Jaeger estaba arrancada y el relleno estaba destrozado por la parte que los dientes del rottweiler habían desgarrado. Sentía el hombro dolorido, pero la tela de su jersey de cuello alto estaba intacta y no había rastros de sangre. Miró con furia al perro, que reaccionó tirando de la cadena, levantándose y clavando sus garras impotentes en el aire.

– ¡Por aquí! -exclamó Fabel, llamando a los dos policías uniformados al tiempo que corría hacia la puerta abierta del taller. Werner estaba en el suelo. Había conseguido levantarse un poco, como si estuviera sentado a medias, y estaba usando un pañuelo ya bastante teñido de rojo en un infructuoso intento de frenar la sangre que manaba copiosamente del costado derecho de su cabeza. Fabel se agachó a su lado y apartó la mano de Werner y el pañuelo empapado de sangre de la herida. El corte era feo, profundo y grande, y la piel del cráneo, entre el ralo cabello de Werner, ya estaba muy hinchada. Fabel cogió su propio pañuelo limpio y lo usó para reemplazar el de Werner, volviendo a colocarle la mano en la herida. Luego le rodeó los hombros con un brazo para ayudarlo a sostenerse.

– ¿ Te encuentras bien?

Werner tenía los ojos vidriosos y desenfocados, pero consiguió hacer un leve gesto de asentimiento que no tranquilizó nada a Fabel. Los dos uniformados ya estaban en el interior del taller. Fabel señaló las estanterías con un movimiento de la cabeza.

– Tú. Fíjate si puedes encontrar un botiquín de primeros auxilios. -Miró al otro agente-. Tú. Pide una ambulancia por radio. -Fabel examinó la planta del taller. La llave inglesa estaba más o menos a un metro de Werner. Tenía una punta pesada y gruesa y tanto el cilindro de ajuste como las mordazas estaban bañados en la sangre de Werner. «Maldito bastardo», pensó Fabel. Olsen sí que era un tío listo. Había abierto tranquilamente la puerta delante de todos ellos, mientras fingía que estaba asegurando las instalaciones. Había calculado su actuación con mucha precisión, adivinando que su cooperación impaciente e irritada significaría que solamente un bulle, un simple poli, lo acompañaría mientras él «activaba la alarma». Luego había golpeado a Werner con la llave inglesa y se había escapado por la puerta trasera, donde seguramente ya tenía preparada la motocicleta roja. Fabel estaba seguro de que no la había visto entre las otras del taller.

Werner gimió y se movió como si tratara de ponerse en pie. Fabel lo sujetó.

– Quédate donde estás, Werner, hasta que llegue la ambulancia. -Miró al policía de uniforme, quien asintió.

– Está de camino, Herr Kriminalhauptkommissar.

– No me gustaría estar en los zapatos de Olsen cuando lo atrapes, chef -dijo Werner. A Fabel le alivió ver que sus ojos estaban menos empañados, pero a su mirada le faltaba mucho para estar alerta.

– Claro que sí -dijo Fabel-. Nadie golpea a un miembro de mi equipo.

– No me refiero a eso. -Werner sonrió débilmente e hizo un gesto señalando el abrigo desgarrado de Fabel-. ¿Esa no es una de tus chaquetas favoritas?

Había doblado la última esquina a demasiada velocidad. Anna llevaba la habitual chaqueta de cuero, pero sus piernas estaban protegidas sólo por la tela de sus téjanos, y la rodilla casi había rozado el asfalto en la última curva. Sabía que si Olsen entendía tanto de conducir motocicletas como de repararlas, lo que era probable, entonces ella debía acelerar su vehículo al máximo para mantenerlo a la vista. Anna no llevaba casco y ni siquiera tenía puestas las gafas de sol, de modo que tenía que entrecerrar los ojos para protegerlos del rugido del viento cuando aceleraba en las rectas. Se agachó detrás del carenado para estar menos expuesta y protegerse del viento lo más posible. La carretera corría paralela al muro de la refinería y no había tráfico, así que aceleró a toda máquina. Había salido a la Hohe-Schaar-Strasse, obligando a un Mercedes a clavar los frenos y virar abruptamente. Alcanzó a ver una mancha roja a lo lejos cuando Olsen cruzaba como un trueno el puente sobre el Reiherstieg, y se lanzó en su persecución. La BMW rugía debajo de sus piernas mientras ella calculaba la distancia hasta la curva siguiente. Tanto Anna como su hermano Julius tenían moto y muchas veces habían hecho excursiones de fin de semana juntos: a Francia, a Baviera e incluso, en una ocasión, hasta Inglaterra. Pero más tarde, cuando las profesiones de ambos se habían vuelto más exigentes, los viajes se habían hecho más cortos y más infrecuentes. Y cuando Julius se casó, ya no volvieron a reanudarse. Anna había conservado su moto hasta un año antes, cuando la había cambiado por un coche. El único recuerdo que le quedaba de aquellos tiempos era la chaqueta de cuero de talla demasiado grande que seguía llevando al trabajo casi todos los días.

Anna desaceleró la moto y presionó un poco los frenos para conseguir bajar la velocidad antes de la pronunciada curva a la izquierda que estaba al final de la línea recta. Se inclinó para tomar la curva, volvió a incorporarse y dejó que la fuerza gravitacional la arrastrara en el momento de acelerar. Había otra recta larga y pudo ver el borrón rojo de la motocicleta de Olsen más adelante. Puso el acelerador al máximo y la BMW volvió a incrementar la velocidad. Anna tenía la boca seca y sabía que tenía miedo. Esa idea la excitaba. No miró el velocímetro; tenía muy presente que estaba llevando a la moto casi a su límite de doscientos kilómetros por hora y no quería enterarse de cuánto le faltaba para alcanzarlo. Estaba acercándose a Olsen; era obvio que él no había mirado su espejo retrovisor y no quería correr riesgos. Seguramente esperaba que lo persiguieran en coche, y jamás podrían igualarlo en velocidad o maniobrabilidad. La distancia entre ambas motos se redujo. «No mires -pensó ella- no mires todavía, cabrón.» Ahí estaba. Un movimiento casi imperceptible de la cabeza cubierta con el casco rojo y la motocicleta de Olsen se aceleró de pronto. No podía alejarse de la BMW que Anna llevaba a toda máquina, pero podía mantener la brecha hasta que alguno de los dos cometiera un error. Era como jugar a ver quién era más gallito, pero viajando en la misma dirección.

Cuando apareció la siguiente curva, Olsen la cogió mejor y más rápido que Anna, aumentando un poco la distancia entre ambos. El paisaje industrial que los había rodeado se evaporó y de pronto se vieron en medio de unos pastizales de muy mal aspecto. Había muchas curvas en la carretera y Anna se dio cuenta de que estaba tomando muchas de ellas por el carril izquierdo, aunque, por suerte, no venía ningún vehículo en dirección opuesta.

Otra curva pronunciada, pero esta vez Olsen la juzgó mal, consiguió cogerla por muy poco y tuvo que disminuir la velocidad para volver al camino. Anna achicó la distancia a veinte metros. Su universo había implosionado, hasta que lo único que quedaba del mismo era la cinta de carretera delante y la motocicleta debajo de ella, a la que su cuerpo parecía indisolublemente unido. Era como si su sistema nervioso central estuviera conectado a los circuitos electrónicos de la BMW y cada pensamiento, cada impulso, se transmitiera automáticamente a la moto. Su foco estaba fijado en la motocicleta roja de Olsen y ella estaba totalmente concentrada, tratando de anticipar su movimiento siguiente.

Esa concentración máxima le impedía apartar una mano de la columna de dirección de la moto. No podía coger su arma; no podía indicar su posición por teléfono. De pronto se dio cuenta de que estaba desorientada; había estado tan concentrada en Olsen y en la carretera inmediatamente delante de ella que ya no sabía con exactitud dónde se encontraban. Tampoco conocía muy bien Wilhelmsburg, y debido a la emoción y el desafío de la persecución no había prestado ninguna atención a las señales del camino. La llanura que la rodeaba y la dirección que habían tomado indicaban que estaban en alguna parte de Moorwerder, el extraño apéndice rural de Wilhelmsburg que por alguna razón se había mantenido invisible para los promotores inmobiliarios.

Más adelante, después de otra curva, apareció otra larga línea recta. La motocicleta de Olsen se aceleró de repente hasta volver a alcanzar su velocidad máxima. Anna sintió un vuelco en el corazón cuando se dio cuenta de que la llanura dejaba paso a un área urbanizada. Vio un cartel que indicaba que estaban acercándose a Stillborn y Anna dedujo que Olsen había hecho un círculo completo y ahora se dirigía a la Al Autobahn. Si Olsen seguía acelerando demasiado en esta zona, Anna tendría que bajar la velocidad y dejarlo huir, para no poner en riesgo la vida de civiles. Pero todavía faltaba un poco para ese momento.

El tráfico comenzó a hacerse más denso y Olsen y Anna tuvieron que meterse entre coches y camiones, algunos de los cuales se vieron obligados a frenar de golpe, mientras hacían sonar con fuerza el claxon. La ciudad comenzaba a cobrar forma a medida que pasaban de los suburbios al centro. Anna sintió que el corazón le golpeaba contra el pecho. Oyó una sirena policial detrás de ella, pero no sabía si eran refuerzos o simplemente la policía de Stillhorn respondiendo a dos motocicletas que corrían a toda velocidad por esa área. Fuera lo que fuese, se alegró de tener a otros policías cerca cuando por fin consiguiera arrinconar a Olsen. Más adelante, vio cómo él frenaba de pronto y viraba, y cómo la motocicleta casi se deslizó por debajo de él en el momento en que desaparecía por una calle lateral.

Anna pasó la curva de largo y tuvo que girar en redondo por la calle principal, provocando bocinazos todavía más furiosos de los otros vehículos. Cuando entró en la calle lateral, vio que Olsen salía por el otro extremo y una vez más aceleró su motocicleta al máximo. El rugido de la BMW reverberó en la estrecha calle y un par de peatones tuvieron que apretarse contra los edificios cuando ella pasó con un rugido. La cacería estaba poniéndose demasiado peligrosa; Olsen conseguiría escaparse a menos que ella lo alcanzara antes de que se internara más en la ciudad.

Anna estaba a punto de llegar al otro extremo de la calle cuando un coche patrulla verde y blanco, con las luces encendidas, entró en la calle por ese lado. Estaba claro que intentaba bloquearle la salida y ella hizo gestos desesperados de que la dejaran pasar. Pero el coche patrulla frenó con un chirrido y las puertas se abrieron. Salió un policía de cada lado del coche con las pistolas preparadas y apuntando a Anna.

Ella frenó de golpe y viró bruscamente la motocicleta delante del coche. La moto se deslizó por debajo de Anna mientras ella caía sobre el asfalto, sintiendo un fuerte ardor en el muslo cuando el tejido de sus téjanos se desgarró contra el suelo. Anna rodó varias veces hasta detenerse contra un coche estacionado. La motocicleta siguió deslizándose en una lluvia de chispas producidas por el roce del metal contra la calzada, hasta que chocó contra la parte delantera del coche patrulla.

Un segundo coche patrulla frenó detrás de ella y los aturdidos SchuPos se acercaron, guardando sus armas cuando, aun desde el suelo y con una mano acariciándose el muslo lastimado, ella les enseñó su placa ovalada de la Kriminalpolizei. La ayudaron a incorporarse y uno de ellos comenzó a decir algo respecto de que no sabían que era oficial de policía en persecución de un sospechoso.

Anna clavó la mirada en la calle vacía por la que Olsen había desaparecido, luego en la motocicleta BMW encajada debajo del coche patrulla. Con una voz tranquila, contenida, les pidió a los dos policías uniformados que transmitieran por radio el rumbo que había tomado el sospechoso y que trataran de conseguir un helicóptero para buscar a Olsen. Luego, después de tomar un largo aliento, exclamó, con un grito furioso y estridente, ante los cuatro SchuPos:

– ¡Idiotas de mierda!