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MAMAÉ
Para tal honra júzgome pequeño.
BELISARIO
No abrigues, pues, temor porque te alabo:
MAMAÉ
Ya que no puedo, Elvira, ser tu dueño…
BELISARIO
Déjame por lo menos ser tu esclavo.
Se pone a escribir otra vez Con el último verso, ha entrado Amelia, del interior de la casa, sollozando. Se apoya contra una silla, se seca los ojos. La Mamaé permanece como dormida en su sillón, pero con los ojos abiertos. Una sonrisa melancólica ha quedado fijada en su cara. Entra del interior César con el rostro compungido.
AMELIA
¿Ha muerto, no?
César asiente y Amelia se apoya en su hombro y solloza. A él se le escapa asimismo un sollozo. Entra, también del interior, Agustín.
AGUSTÍN
Vamos, cálmense. Ahora hay que pensar en la mamá. Esto es terrible sobre todo para ella.
CÉSAR
Habrá que tenerla con calmantes, hasta que se haga a la idea.
AMELIA
Me da tanta pena, hermano.
CÉSAR
Es como la desintegración de la familia…
BELISARIO
(Mirando hacia el público)
¿La Mamaé se ha muerto?
AGUSTÍN
Se fue apagando como una vela, a poquitos. Se le murieron los oídos, las piernas, las manos, los huesos. Hoy le tocó al corazón.
BELISARIO
(Siempre en la misma postura)
Mamá ¿es verdad que se ha muerto la Mamaé?
AMELIA
Sí, hijito. La pobre se ha ido al cielo.
CÉSAR
Pero tú no vas a llorar, Belisario, ¿no es cierto?
BELISARIO (Llorando)
Claro que no. ¿Por qué iba a llorar? ¿Acaso no sé que todos tenemos que morirnos, tío César? ¿Acaso los hombres lloran, tío Agustín?
CÉSAR
A comerse esas lágrimas, sobrino y a portarse como quien sabes.
BELISARIO
(Siempre en su escritorio, mirando al público)
¿Como el gran abogado que voy a ser, tío?
Haciendo un esfuerzo para vencer la emoción que se ha apoderado de él, Belisario vuelve a ponerse a escribir.
AMELIA
Así, muy bien, como el gran abogado que vas a ser.
AGUSTÍN
Anda a acompañar a la mamá, Amelia. Nosotros tenemos que ocuparnos del entierro. (Amelia asiente y sale, hacia el interior de la casa. Agustín se dirige a César.) Entierro que, como sabes, cuesta dinero. Le haremos el más sencillo que haya. Pero aún así: cuesta dinero.
CÉSAR
Está bien, Agustín. Haré un esfuerzo, a pesar de que yo estoy más fregado que tú. Pero te ayudaré.
AGUSTÍN
A mí no, a la Mamaé, que era tan Mamaé tuya como mía. Tienes que ayudarme también con los trámites, ese engorro de municipalidad, cementerio…
César y Agustín salen, hacia la calle. La Mamaé se halla inmóvil, acurrucada en su sillón. Belisario acaba de terminar de escribir, y en su cara hay una mezcla de sentimientos: satisfacción, sin duda, por haber concluido lo que quería contar y, a la vez vacío y nostalgia por algo que ya acabó, que ya perdió.