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Belisario ha regresado al escritorio y desde allí los escucha.
AMELIA
En otras circunstancias, no me importaría que fuera lo que quisiera. Pero se va a morir de hambre, Agustín, como nosotros. Peor que nosotros. ¡Poeta! ¿Acaso es una
profesión eso? ¡Tenía tantas esperanzas en él! Su padre se volvería a pegar un tiro, si supiera que su único hijo le salió poeta.
Belisario, regocijado, se ríe y hace con la mano como si se pegara un tiro.
MAMAÉ
¿Te refieres al poeta Federico Barreto? Que no te oiga el tío Menelao. Desde que me escribió ese verso, no quiere ni que se lo nombre en esta casa.
La Mamaé les sonríe a todos, como a desconocidos, haciéndoles venias cortesanas. Belisario, abandonando su mesa de trabajo, se ha puesto las manos en la frente como si fueran dos cuernos y comienza a dar topetazos a los objetos del cuarto y también a los Abuelos, a su Madre y a sus Tíos.
ABUELA
¿Por qué te asombra que quiera ser poeta? Ha salido a su bisabuelo. El papá de Pedro escribía versos. Y Belisario fue muy fantasioso, desde que era así. ¿No se acuerdan en Bolivia, cuando la cabrita?
BELISARIO
¡Es el demonio, Abuelita! ¡Te lo juro que es! Está en las estampas, en el Catecismo y el Hermano Leoncio ha dicho que se encarna en un macho cabrío negro! (Jurando, besándose los dedos en forma de cruz.) ¡Por Dios, Abuelita!
AMELIA
Pero ésta es sólo una cabrita y no un macho cabrío, hijito.
ABUELA
Y es un regalo de tu abuelito, por las Fiestas Patrias. ¿Se te ocurre que tu abuelo nos iba a mandar de regalo al diablo?
BELISARIO (Lloriqueando)
¡Es Belcebú, abuelita! ¡Créeme que es! ¡Por Dios que es! Le he hecho la prueba del agua bendita. Se la eché encima y se espantó, palabra.
AGUSTÍN
A lo mejor esa agua no estaba bien bendita, sobrino.
Belisario se va lloriqueando hacia el sillón de la Mamaé.
MAMAÉ
No se burlen de él, pobrecito. Yo te hago caso, chiquitín, ven para acá. (Se pone a acariciar, a consolar a un niño invisible.)
BELISARIO
(Acariciando a una Mamaé invisible)
Si supieras que todavía, en ciertas pesadillas, vuelvo a ver a la cabrita de Bolivia, Mamaé. Qué grande parecía. Qué miedo le tenías, Belisario. Un macho cabrío, el diablo encarnado. ¿Eso es lo que tú llamas una historia de amor?
AMELIA
¿Qué pasa que estás tan callado, papá? ¿Te sientes mal? ¡Papá, papá!
ABUELO
(Cogiéndose la cabeza)
Un mareo, hijita. En el aparato, otra vez en el aparato…
La Abuela y los tres hermanos, muy alarmados, se afanan en torno al Abuelo, quien está semi desvanecido.
CÉSAR
¡Hay que llamar un médico! ¡Pronto!
AGUSTÍN
Espera. Llevémoslo antes al dormitorio.
Entre exclamaciones de angustia, los cuatro se llevan al Abuelo al interior de la casa. La Mamaé ha permanecido inmóvil, observando.
MAMAÉ
(Mirando al cielo)
¿Fue por lo de la india? ¿Por ese pecadillo de juventud?
Se pone de pie, con gran dificultad. Coge la sillita de madera que le sirve de bastón y, aferrada al espaldar, comienza la —lenta, difícil— trayectoria hacia su sillón. Belisario, muy serio y decidido, está esperándola a los pies del sillón, en la postura en que escucha los cuentos.
BELISARIO
A estas alturas, tengo que saberlo, Mamaé. ¿Cuál fue el pecadillo ése?
MAMAÉ
(Mientras se desliza penosamente hacia su sillón)
Algo terrible que le pasó a la señorita, chiquitín. Sólo una vez en toda su vida. Por la carta ésa. Por la mujer mala ésa. (Hace un alto para tomar fuerzas.) ¡Pobre señorita! ¡La hicieron pecar con el pensamiento!
BELISARIO
¿Qué carta, Mamaé? Cuéntamelo desde el comienzo.
MAMAÉ