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CAPÍTULO 01

Jessica Randall salió a toda prisa de la zanja llena de agua, su corazón martilleando. La gélida lluvia acuchillaba a través de la noche oscura, mojando su cara y su ropa. Sin aliento, se arrodilló en el barro, sorprendida de haber llegado a la orilla en una sola pieza. Miró por encima del hombro y se estremeció. A los caimanes les gustaba frecuentar los canales de Florida. Unos instantes más y podría haber sido… Ahogó el pensamiento con un estremecimiento.

Con las manos temblorosas, se refregó el agua de la cara y se puso de pie.

Cuando el miedo disminuyó, miró a través de la oscuridad y apenas pudo ver su coche. Pobre Taurus, la parte frontal estaba bajo el agua turbulenta alrededor del capot.

– Volveré por ti. No te preocupes -le prometió, -sintiendo como si estuviera abandonando a su bebé.

Una vez en el estrecho camino rural, se apartó el pelo enredado de la cara y miró a cada lado. Oscuridad y oscuridad. Maldita sea, ¿por qué no podría haber tenido un accidente justo frente al jardín de alguien? Pero no, la casa más cercana era probablemente la que había pasado cerca de un kilómetro y medio atrás. Se dirigió hacia allí, deteniéndose para mirar al charco de agua donde su coche se había patinado justo al lado del camino. El armadillo, por supuesto, había seguido de largo. Al menos no lo había golpeado.

Con la cabeza baja, caminó por el asfalto hacia la casa, mojándose cada vez más. Con suerte ella no se tropezaría con algo en la oscuridad. Romperse la pierna sería el colmo de un día que había sido un desastre de principio a fin.

Primer error: arreglar un encuentro en un punto a mitad de camino en su primera cita, cuando el hombre vivía a kilómetros y kilómetros de Tampa.

Seguramente él no había valido la pena el viaje. Ella habría encontrado más emoción en la auditoría de las cuentas comerciales. Por otro lado, él no había parecido todo lo impresionado para su bien. Ella hizo una mueca. Había reconocido la mirada en sus ojos, la que decía que él realmente quería una mujer alta y delgada, tipo Angelina Jolie, sin importar que su foto publicada la reflejaba con bastante exactitud: una pequeña Marilyn Monroe.

Hasta ahora, ella tendría que decir que encontrar un tipo a través de Internet que había seleccionado justo en un acceso directo de una parte remota del país, era su segundo error del día.

La tía Eunice siempre juraba que las cosas pasaban de tres en tres. Así que frenar por un armadillo podría considerarse como su tercer error, ¿o había otro desastre al acecho en su futuro cercano?

Se estremeció cuando el viento aulló a través de los palmitos y aplastó su ropa empapada contra su cuerpo frío. No se podía detener ahora. Obstinadamente, puso un pie delante del otro, sus zapatos encharcados aplastándose a cada paso.

Una eternidad después, vio un rayo de luz. El alivio se precipitó a través de ella al llegar a un camino salpicado de luces colgantes. Sin duda, quien vivía aquí le permitiría quedarse hasta que pase la tormenta. Caminó a través de las ornamentadas puertas de hierro, siguiendo la línea de palmeras del camino de céspedes verdes, hasta que finalmente llegó a una mansión de piedra de tres pisos. Linternas negras de hierro forjado iluminaban la entrada.

– Bonito lugar -murmuró. Y un poco intimidante. Se miró a sí misma para comprobar los daños. El lodo y la lluvia manchaban sus pantalones de diseño y su blanca camisa abotonada, apenas una imagen adecuada para una conservadora contadora. Se veía más como algo en lo que incluso un gato se negaría a arrastrarse.

Temblando con fuerza, se cepilló la tierra e hizo una mueca, ya que sólo se manchaba peor. Levantó la vista hacia las enormes puertas de roble que custodiaban la entrada. Un pequeño timbre en forma de un dragón brillaba en el panel lateral de la puerta, y ella lo presionó.

Segundos más tarde, las puertas se abrieron. Un hombre, demasiado grande y desagradable como una encarnizada pelea con un Rottweiler, la miró.

– Lo siento, señorita, llega demasiado tarde. Las puertas están cerradas.

¿Qué diablos significaba eso?

– P-por favor -dijo, tartamudeando por el frío. -Mi coche está en una zanja, y yo estoy empapada, y necesito un lugar para secarme y llamar a la ayuda. -Pero, ¿realmente quería entrar con este tipo de aspecto aterrador? Luego se estremeció con tanta fuerza que sus dientes resonaron, y su decisión estaba tomada. -¿Puedo entrar? ¿Por favor?

Él frunció el ceño, su huesuda cara brutal a la luz amarilla de la entrada.

– Tendré que consultarlo con el Maestro Z. Espere aquí. -Y el cabrón le cerró la puerta, dejándola en el frío y la oscuridad.

Jessica se abrazó a sí misma, aguantando miserablemente, y finalmente la puerta se abrió de nuevo. Otra vez la bestia.

– Muy bien, entre.

El alivio le trajo lágrimas a los ojos.

– Gracias, oh, gracias. -Pasando a su alrededor antes de que él pudiera cambiar de opinión, ingresó a una pequeña sala de estar y se estrelló contra un cuerpo sólido. -Oomph, -resopló.

Firmes manos la agarraron por los hombros. Ella sacudió su pelo mojado de los ojos y miró hacia arriba. Y arriba. El tipo era grande, un buen metro noventa, los hombros lo suficientemente amplios como para bloquear la habitación contigua.

Él se rió entre dientes, sus manos suavizando el agarre sobre sus brazos.

– Ella está congelada, Ben. Molly dejó un poco de ropa en el cuarto azul, envía a alguna de las subs.

– Muy bien, jefe. -El bruto… Ben… desapareció.

– ¿Cómo te llamas? -La voz de su nuevo anfitrión era profunda y oscura como la noche afuera.

– Jessica. -Ella se apartó de su agarre para obtener una mejor visión de su salvador. Lacio pelo negro, plateado en las sienes, apenas tocando el cuello. Moreno, ojos de color gris con líneas de risa en las esquinas. Un rostro delgado, duro con la sombra de una barba añadiendo un toque de aspereza. Vestía pantalones negros hechos a medida y una camisa de seda negra que delineaba los fuertes músculos debajo. Si Ben era un Rottweiler, este tipo era un jaguar, elegante y mortal.

– Siento haber molestado… -comenzó.

Ben volvió a aparecer con un puñado de prendas de vestir doradas que se las arrojó a ella.

– Aquí tienes.

Ella tomó las prendas, sosteniéndolas alejadas para evitar que toquen la tela mojada.

– Gracias.

Una leve sonrisa se arrugó en las mejillas del jefe.

– Tu gratitud es prematura, me temo. Este es un club privado.

– Oh. Lo siento. -¿Y ahora qué iba a hacer?

– Tienes dos opciones. Puedes sentarte aquí, en la entrada con Ben hasta que pase la tormenta. El pronóstico indica que los vientos y la lluvia se calmarán alrededor de las seis más o menos por la mañana, y no conseguirás que una grúa atraviese por estos caminos rurales hasta entonces. O puedes firmar papeles y unirte a la fiesta de esta noche.

Miró a su alrededor. La entrada era una pequeña habitación con un escritorio y una silla. Sin calefacción. Ben le dirigió una mirada severa.

¿Firmar algo? Ella frunció el ceño. Por otra parte, en este feliz mundo demandante, cada lugar hacía que una persona firme un descargo, incluso para asistir a un gimnasio. Así que se podía sentar aquí toda la noche. O… estar con gente divertida y calentarse. Ni pensarlo. -Me encantaría participar de la fiesta.

– Tan impetuosa, -murmuró el jefe. -Ben, dale los papeles. Una vez que los haya firmado, o no, podrá utilizar el vestidor para secarse y cambiarse.

– Sí, señor. -Ben hurgó en una caja de archivos sobre el escritorio y sacó unos papeles.

El jefe ladeó la cabeza hacia Jessica.

– Te veré más tarde entonces.

Ben empujó tres páginas de documentos a ella y un bolígrafo.

– Lea las reglas. Firme en la parte inferior. -Él frunció el ceño. -Voy a buscarle una toalla.

Ella empezó a leer. Reglamento de Shadowlands.

– Shadowlands. Ese es un inusual nom… -dijo ella, mirando hacia arriba. Ambos hombres habían desaparecido. Huh. Volvió a leer, tratando de enfocar sus ojos. La letra era demasiado pequeña. Sin embargo, ella nunca firmaba nada sin haberlo leído.

Las puertas se abrirán a las…

El agua formó un charco alrededor de sus pies. Sus dientes rechinaron tan fuertes que tuvo que apretar la mandíbula. Había un código de vestimenta. Algo sobre la limpieza del equipamiento después de su uso. A mitad de la segunda página, sus ojos comenzaron a ver borroso. Maldita sea. Esto era sólo un club, después de todo, no era como que ella estuviera firmando los papeles de la hipoteca.

Giró a la última página y garabateó su nombre.

Cuando Ben regresó, comprobó los documentos con su firma, le dio una toalla, y la llevó a un baño opulento afuera de la entrada. Una sala con puertas de vidrio a un lado frente a una pared de espejos con lavamanos y mostradores.

Se miró en el espejo e hizo una mueca: mujer baja, regordeta, rala cabellera rubia, tez pálida ahora azul por el frío. Sorprendente que ellos incluso le hubieran dejado atravesar la puerta. Ubicando la ropa prestada sobre el mostrador de mármol, pateó los zapatos y trató de desabrocharse la camisa. Sus manos estaban entumecidas, temblando incontrolablemente, y una y otra vez, los botones se le escapaban de los dedos rígidos. Ni siquiera podía lograr sacarse sus pantalones, y se estremeció con tanta fuerza que sus huesos le dolieron.

– Maldita sea -murmuró y volvió a intentarlo.

La puerta se abrió.

– Jessica, ¿estás…? -El jefe. -No, obviamente no estás lista. -Entró, una oscura figura oscilando delante de su visión borrosa.

– Permíteme. -Sin esperar su respuesta, la despojó de sus ropas como si fuese una niña de dos años, incluso quitándole el sujetador y las bragas empapados. Sus manos estaban calientes, casi quemaban, contra su piel fría.

Ella estaba desnuda. A medida que el pensamiento se filtraba a través de su mente adormecida, ella se apartó y agarró la ropa seca. Su mano interceptó la suya.

– No, mascota. -Sacó algo de su pelo, abriendo la mano para mostrarle hojas con barro. -Primero una ducha.

Envolvió un duro brazo alrededor de su cintura y la llevó a una de las salas con puerta de vidrio detrás de donde ella había estado parada. Con su mano libre, abrió el agua y el vapor maravillosamente caliente emergió. Él ajustó la temperatura.

– Entra -le ordenó. Con una mano en su trasero le dio un empujoncito hacia la ducha.

El agua se sentía muy caliente sobre su piel fría, y ella jadeó, luego suspiró cuando el calor comenzó a penetrarla. Después de un minuto, se dio cuenta que la puerta estaba abierta. Con los brazos cruzados, el hombre estaba apoyado contra el marco de la puerta, mirándola con una leve sonrisa en su delgado rostro.

– Estoy bien -murmuró, volviendo su espalda hacia él. -Puedo arreglármelas por mi cuenta.

– No, obviamente no puedes, -dijo sin alterarse. -Lava el lodo de tu cabello. El despachador de la izquierda tiene champú.

Barro en el pelo. Lo había olvidado por completo, tal vez ella necesitaba un guardián. Después de usar el champú con aroma a vainilla, dejó que el agua se deslice por su pelo. Agua marrón y ramitas se arremolinaban por el desagüe. El agua finalmente corrió clara.

– Muy bien. -El agua se cerró. Bloqueando la puerta, él se arremangó la camisa, mostrando sus brazos musculosos con venas. Tenía la lamentable sensación que él iba a seguir ayudándola, y que cualquier protesta sería ignorada. Había tomado el mando con la misma facilidad como si ella fuera uno de los cachorros del refugio donde trabajaba como voluntaria.

– Sal de aquí ahora. -Cuando sus piernas se tambalearon, plegó una mano alrededor de la parte superior de su brazo, sosteniéndola levantada con una facilidad desconcertante. El aire frío golpeó su cuerpo, y el estremecimiento comenzó otra vez.

Después de secarle el pelo, la agarró por la barbilla y alzó su cara hacia la luz. Ella miró hacia arriba a una oscura cara bronceada, tratando de reunir la energía suficiente para alejar la cara.

– Sin contusiones. Creo que tuviste suerte. -Tomando la toalla, le secó los brazos y las manos, frotando enérgicamente hasta que se mostró satisfecho con el color rosa. Luego lo hizo en su espalda y hombros. Cuando llegó a sus pechos, ella empujó su mano. -Yo puedo hacer eso.

Él la ignoró como si hubiera una mosca zumbando, sus atenciones gentiles pero minuciosas, incluso levantó cada seno y lo secó por debajo.

Cuando secó su trasero, ella quería ocultarse. Si había alguna parte de ella que debería ser cubierta, eran las caderas. Exceso de peso. Excelente. Él no parecía darse cuenta.

Luego se arrodilló y le ordenó:

– Abre las piernas.

De ninguna manera. Ella se sonrojó, no se movió.

Él miró hacia arriba, levantó una ceja. Y esperó. Su resolución vaciló bajo la firme y autoritaria mirada.

Ella movió una pierna. Su mano con la toalla acarició entre sus piernas, enviando un rubor de vergüenza a través de ella. La completa monstruosidad de su posición se extendió por ella: estaba desnuda frente a un completo desconocido, dejando que la tocara… allí. Su respiración se detuvo incluso mientras un desconcertante placer se movía a través de ella.

Él levantó la vista, arrugando sus ojos, antes de pasar su atención a sus piernas. Rozó su piel hasta que ella pudo sentir el fulgor.

– Listo, ya está hecho.

Haciendo caso omiso de su intento de tomar la ropa, él la ayudó a ponerse una ceñida falda larga, que le llegaba a la mitad de las pantorrillas, por lo menos le cubría las caderas, luego le puso una camiseta elástica sin mangas de color dorado sobre su cabeza. Sus musculosos dedos rozaban sus pechos mientras verificaba el ajuste. La miró por un momento antes de sonreír lentamente.

– La ropa te queda perfecta, Jessica, mucho mejor que la tuya propia. Es una lástima que ocultes una figura tan encantadora.

¿Encantadora? Ella sabía mejor, pero aún así las palabras le produjeron una sensación interior de vivo placer. Bajó la mirada para comprobarse por sí misma y frunció el ceño ante la forma en que la elástica parte superior de corte bajo delineaba sus pechos llenos. Podía ver cada pequeño bulto de sus pezones. ¡Dios mío! Cruzó los brazos sobre su pecho.

Su risa entre dientes era profunda y pronunciada.

– Vamos, la habitación principal es mucho más cálida.

Envolviendo un brazo alrededor de ella, la llevó fuera del baño, a través de la entrada, y hacia una enorme sala llena de gente. Sus ojos se abrieron cuando miró a su alrededor. El club debía de ocupar todo el primer piso de la casa. Una barra circular de oscura madera pulida gobernaba el centro de la habitación. Apliques de hierro forjado emitían parpadeos de luz sobre las mesas y sillas, sofás y mesas de café. Las plantas creaban pequeñas zonas aisladas. En la esquina derecha de la habitación había una pista de baile donde la música pulsaba con un ritmo palpitante. Más abajo, las partes bajas de las paredes tenían luces más brillantes, pero no podía ver más allá de la multitud para entender el motivo.

Sus pasos se desaceleraron al darse cuenta de que los miembros del club estaban vestidos con ropa muy provocativa, desde ceñidos cueros y látex a corsés de… Oh una mujer estaba desnuda de la cintura para arriba. Una larga cadena colgaba de… pinzas en los pezones.

¿Qué demonios? Haciendo una mueca, Jessica miró a su anfitrión.

– Um, ¿perdón…? -¿Cuál era su nombre, después de todo?

Él se detuvo.

– Puedes llamarme señor.

¿Cómo en el ejército o algo así?

– Uh, de acuerdo. ¿Exactamente qué tipo de club es este? -Sobrepasando la música y el murmullo de voces, una voz de mujer repentinamente gimió un inconfundible orgasmo. El calor estalló en la cara de Jessica.

La diversión brillaba en los oscuros ojos del hombre.

– Es un club privado, y esta noche es la noche del bondage, mascota. Creí que te habías dado cuenta al leer las reglas.

En ese momento, pasó un hombre vestido en cuero negro, seguido por una mujer descalza, con la cabeza baja y las muñecas esposadas. Jessica abrió la boca, sólo que las palabras no salieron.

Con una ceja levantada, el gerente esperó pacientemente. Ella podía sentir su mano presionada contra la parte baja de su espalda, como una marca.

¿En qué se había metido?

– ¿Bondage? -Se las arregló para decir. -¿Cómo hombres haciendo esclavas a las mujeres?

– No siempre. A veces una mujer domina al hombre. -Él asintió con la cabeza hacia la izquierda donde un hombre vestido con sólo un taparrabos estaba arrodillado al lado de una mujer. La mujer llevaba un chaleco de látex ceñido y calzas con un látigo enroscado unido a su cinturón.

– Y la dominación puede abarcar un completo estilo de vida, veinticuatro/siete, casi una diversión sexual. Muchas mujeres fantasean con tener a un hombre tomando las riendas en el dormitorio. -Él arrastró un dedo hacia abajo de su mejilla enrojecida. -Aquí la fantasía es real.

Algo dentro de ella se tensó ante sus palabras, fascinación mezclada con conmoción. Tomar el control… ¿qué exactamente significaba eso? Luego, el recuerdo se extendió por ella de cómo él había tocado su cuerpo desnudo, cómo simplemente… se había hecho cargo, y no podía dejar de mirarlo.

Sus ojos oscuros estaban absortos en el rostro de ella, como si pudiera leer sus reacciones tan fácilmente como ella leía los libros de un cliente. Sintió el delator enrojecimiento aumentando en sus mejillas.

– Vamos -dijo él, sonriendo, su mano empujándola hacia delante. -Vamos a conseguir algo caliente dentro de ti…

¿Dentro de ella? Como el empuje de un hombre… Ella sacudió su cabeza. Por Dios, había estado aquí cinco minutos y sus pensamientos estaban en la cuneta <sup><sup>[4]</sup></sup>. Una persona inteligente – y ella no era nada más que eso – haría una elegante retirada justo ahora mismo.

– Y luego puedes decidir si deseas ocultarte en la entrada o quedarte aquí con los adultos.

Incluso mientras su columna se ponía rígida, se dio cuenta de la facilidad con que había jugado con ella, y lo miró.

Sus labios se curvaron.

Cuando se aproximaron a la barra circular, el camarero abandonó la bebida que estaba preparando para acercarse. Parecía un Gran Danés con el cabello descuidado, todo huesos y músculos, incluso más alto que… el señor. Ella frunció el ceño por encima de su hombro al gerente. ¿Qué demonios de tipo de nombre era señor?


  1. <a l:href="#_ftnref4">[4]</a> Your mind is in the gutter, en el original: se refiere a pensar sólo en sexo o en cosas relacionadas con el sexo.