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—Gracias, Phil —dijo ella.
Mi mano estaba sobre la mesa junto a mi vaso, y durante un segundo ella me puso la suya encima. Muy bien; es una metáfora gastada decir que sentí como si una descarga de alto voltaje me atravesara. Pero así fue, y se trató de una descarga mental tanto como física, porque advertí entonces que estaba colado. Había caído con más fuerza que ninguno de los edificios de Placet. El golpe me dejó sin respiración. No estaba mirando a la cara de Michaelina. pero por la forma en que apretó la mano contra la mía durante un milisegundo y luego la retiró como si se hubiera quemado. debió de sentir también un poco de aquella corriente.
Me levanté, un poco tembloroso, y sugerí que regresáramos a la oficina.
Porque la situación era ahora completamente imposible. Ahora que el Centro había aceptado mi dimisión y yo estaba sin ningún medio de apoyo visible o invisible. En un momento psicótico, yo mismo me había rebanado el cuello. Ni siquiera estaba seguro de poder encontrar un trabajo en la enseñanza. El Centro Terrestre es la organización más poderosa del Universo y tiene el dedo metido en todas partes. Si me ponían en la lista negra…
De regreso. dejé que Michaelina llevara toda la conversación; yo tenía mucho en que pensar. Quería decirle la verdad… y no quería.
Entre respuestas monosilábicas. luché conmigo mismo. Y, finalmente. perdí. O gané. No se lo diría… hasta justo antes de la llegada del Arca. Pretendería que todo iba bien y normal. me daría la oportunidad de ver si Michaelina se enamoraba de mí. Me daría ese respiro. Una oportunidad, durante cuatro días.
Y entonces, bueno…, si para entonces ella llegaba a sentir lo mismo que yo, le diría lo loco que había sido y que me gustaría… No, no la dejaría regresar a la Tierra conmigo, aunque quisiera, hasta que viera luz a través de un futuro nublado. Todo lo que podría decirle era que si tenía la posibilidad de volver a conseguir un trabajo decente, ya que después de todo sólo tenía treinta y un años, entonces podría…
Ese tipo de cosas.
Reagan estaba esperando en mi oficina, con aspecto de estar tan enfadado como un abejorro mojado.
—Esos cretinos del departamento de envíos del Centro Terrestre han vuelto a meter la pata hasta el fondo —dijo—. Esas cajas de acero especial… no son.
—¿No son qué?
—No son nada. Son cajas vacías. Algo debe de haber salido mal con la máquina de embalajes y no se han dado cuenta.
—¿Estás seguro de que esas cajas debían contener eso?
—Claro que estoy seguro. Todas las demás cosas del pedido han llegado, y los albaranes especificaban el acero para esas cajas concretas.
Se pasó una mano por el pelo enmarañado. Le hizo parecer más un airedale que de costumbre.
Le sonreí.
—Tal vez acero invisible.
—Invisible, intangible y sin peso. ¿Puedo enviar un mensaje al Centro diciendo lo que ha pasado?
—Haz lo que quieras —le dije—. Pero espera un momento. Le enseñaré a Mike dónde están sus habitaciones y luego quiero hablar contigo.
Llevé a Michaelina a la mejor cabina disponible del grupo. Ella volvió a darme las gracias por intentar conseguirle a Dim un trabajo allí y yo me sentí más bajo que la tumba de un pájaro widgie.
—¿Sí, jefe? —preguntó Reagan cuando llegué a mi oficina.
—Sobre el mensaje a la Tierra. Me refiero al que envié esta mañana. No quiero que Michaelina sepa nada.
El se echó a reír.
—Quiere decírselo usted mismo, ¿eh? Muy bien, mantendré la boca cerrada.
—Tal vez me precipité al enviarlo —dije tristemente.
—¿Eh? Pues yo me alegro. Fue una idea magnífica.
Salió, y yo conseguí no arrojarle nada.
El día siguiente fue martes, por si importa algo. Lo recuerdo como el día en que resolví dos de los principales problemas de Placet. Un momento irónico para hacerlo, por cierto.
Estaba dictando algunas notas sobre cultura hortícola: la importancia de Placet para la Tierra, naturalmente, es el hecho de que ciertas plantas nativas del lugar y que no crecen en ninguna otra parte producen derivados importantes en farmacia. Dictaba despacito porque observaba a Michaelina tomar notas; ella había insistido en empezar a trabajar en su segundo día en Placet.
Y de repente, caída del cielo y de una mente confusa, llegó una idea. Dejé de dictar y llamé a Reagan. Acudió en seguida.
—Reagan, pide cinco mil ampollas de Condicionador J-17. Diles que se den prisa.
—Jefe ¿no se acuerda? Ya lo intentamos. Aunque podría condicionarnos para ver normalmente en el período medio, no afecta a los nervios ópticos. Seguiríamos viendo cosas raras. Es magnífico para condicionar a la gente a temperaturas altas o bajas, o…
—O para períodos largos y cortos de sueño y vigilia —le interrumpí—. De eso estoy hablando, Reagan. Mira, al girar en torno a dos soles, Placet tiene unos períodos tan cortos e irregulares de luz y oscuridad que nunca nos lo tomamos en serio, ¿no?
—Sí, pero…
—Pero ya que no podríamos emplear ningún día y noche lógicos de Placet, nos hacemos esclavos de un sol tan lejano que no podemos verlo. Usamos un día de veinticuatro horas. Pero el período medio se produce regularmente cada veinte horas. Podemos usar el condicionador para adaptarnos a un día de veinte horas, seis horas de sueño, doce despiertos, y todo el mundo dormido como un bendito a través del período en que los ojos les juegan malas pasadas Y en una habitación a oscuras no se podría ver nada, aunque uno se despierte. Días más y más cortos por año… y nadie se vuelve loco. Dime qué tiene de malo.
Reagan puso los ojos en blanco y se golpeó la frente con la palma de la mano.
—Demasiado simple, eso es lo que tiene de malo. Tan condenadamente simple que sólo un genio podría verlo. Durante dos años me he estado volviendo loco lentamente y la respuesta es tan fácil que nadie podía verla. Cursaré el pedido ahora mismo.
Empezó a marcharse, y de pronto se volvió.
—¿Cómo mantenemos los edificios en pie? Rápido, mientras esté inspirado o lo que sea.
Me eché a reír.
—¿Por qué no usar ese acero invisible de las cajas vacías?
—Genial —dijo él, y cerró la puerta.
Al día siguiente era miércoles y yo dejé el trabajo y me llevé a Michaelina a dar un paseo por Placet. De vez en cuando sienta bien dejar el trabajo. Pero con Michaelina Ittow. cualquier día de paseo sería bueno. Excepto. naturalmente, que yo sabía que sólo tenía un día más para pasar con ella. El mundo terminaría el viernes.
Mañana, el Arca saldría de la Tierra, con la partida de condicionador que resolvería uno de nuestros problemas… y con quienquiera que el Centro Terrestre enviara para ocupar mi puesto. Surcaría el espacio hasta un punto a salvo fuera del sistema de Argyle I–II y usaría el poder de los cohetes a partir de ahí. Estaría aquí el viernes, y yo volvería en ella. Pero traté de no pensar en eso.
Conseguí bastante bien olvidarlo hasta que volvimos a la oficina y me encontré con Reagan. Tenía una sonrisa que dividía su cara amistosa en mitades horizontales.
—Jefe, lo consiguió —dijo.
—Magnífico. ¿El qué?
—Me dio la respuesta a los cimientos de refuerzo. Resolvió el problema.
—¿Sí?