124300.fb2 La se?orita Found en una m?quina del tiempo abandonada - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 2

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¿Quieres saber otra cosa? Creo que no soy el único viajero del tiempo que está aquí ahora. Estoy empezando a formar una teoría, según la cual toda esta generación podría haber llegado aquí procedente del futuro.

Belfast, Irlanda del Norte. 28 de mayo. Seis personas resultaron muertas a primeras horas de hoy a causa de una gran explosión de bomba en Short Strand, un barrio católico de Belfast.

Tres de los muertos, todos hombres, fueron posteriormente identificados como miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA). Las fuerzas de seguridad dijeron que, en su opinión, la bomba explotó accidentalmente mientras estaba siendo transportada a otra parte de la ciudad.

Uno de los muertos fue identificado como un bien conocido experto del IRA en explosivos, que había ocupado un puesto importante en la lista de los buscados por el ejército inglés. Las tres otras víctimas, dos hombres y una mujer, no pudieron ser identificados inmediatamente.

Diecisiete personas, entre ellas varios niños, fueron heridas a causa de la explosión, y veinte de las casas de la estrecha calle donde se produjo quedaron tan dañadas que tendrán que ser derribadas.

Un día, me desperté y no pude respirar. Durante todo ese día y los siguientes, en los parques verdes y en las casas de los amigos, e incluso al lado del mar, no pude respirar. El aire estaba contaminado. Cada cosa que veía que era fea, y comprendí que era fea a causa del hombre: hecha por el hombre, o tocada por el hombre. Así es que abandoné a mis amigos y viví solo.

Eugene, Oregon (UPI). Un jubilado y su perro fueron enterrados juntos recientemente por expreso deseo del amo del perro.

Horace Lee Edwards, de setenta y un años de edad, había vivido solo con su perro durante veintidós años, desde que éste era un cachorro. Expresó su deseo de que, al morir, el perro fuera enterrado con él.

Los miembros de la familia de Mr. Edwards mataron al perro tras el fin de la enfermedad de Mr. Edwards. Después fue colocado a los pies de su amo, en el ataúd.

Yo acepto el caos. Pero no estoy seguro de si el caos me acepta a mí.

Un memorándum para el Actualizador:

Querida máquina:

Necesitamos más asesinos. En sí mismo el sistema es fundamentalmente violento, y hemos intentado transformarlo a través del amor, pero eso no ha funcionado. Les entregamos flores, y nos recibieron con balas. Muy bien. Hemos llegado a un punto tan miserable, que la única forma en que podemos combatir su violencia es con la violencia, con nuestra propia violencia. Ha llegado el momento de eliminar a los que eliminan. En consecuencia, vieja máquina, tu tarea para hoy consiste en crear un cuerpo de asesinos capaces, un cuadro de seres humanos convencionales, y de aspecto convencional, que sirvan a las necesidades del Movimiento. Matar a los androides, eso es lo que queremos.

Estas son las características:

EDAD: entre diecinueve y veinticinco años.

ALTURA: entre 1,65 y 1,75 mts.

PESO: más bien bajo, o bien muy pesado.

RAZA: blanca, más o menos.

RELIGIÓN: antiguamente cristiano, ahora agnóstico o ateo. Los ex-fundamentalistas serían estupendos.

PERFIL PSICOLÓGICO: nervioso, extraño, un solitario, un perdedor. Mala historia sexual: impotencia, eyaculación prematura, incapacidad para encontrar compañeras voluntariosas. Mala relación con los parientes (si conserva alguno) y con los padres. El sujeto debe tener alguna afición (colección de sellos o monedas, chismes, carreras a campo traviesa, etc.) pero no debe ser un “intelectual”. Sería deseable un toque de paranoia. También que le resultara imposible cumplir con sus libres ambiciones.

CONVICCIONES POLÍTICAS: cualquiera. Preferiblemente muy flexibles. Dispuesto a declararse un anarquista libertario el martes y un marxista convencido el jueves si piensa que eso le llevará a alguna parte que le permita realizar el cambio. Dispuesto a disparar con igual entusiasmo contra candidatos presidenciales, senadores actuales, jugadores de baseball, estrellas del rock, policías de tráfico o cualquier otro componente del misterioso “ellos” que ostentan la gloria e “impiden” al sujeto que ocupe su verdadero lugar en el universo.

Muy bien. Tú misma puedes suministrar los accesorios, máquina. Cualquier color en los ojos, siempre y cuando sean un poco brillantes e hipertiroideos. Cualquier color del pelo, aunque ayudaría que fuera prematuramente escaso y que el sujeto se quejara de que su falta de éxito con las mujeres se debe en parte a eso. Cualquier historia matrimonial (soltero, divorciado, viudo, casado) que demuestre que cualquier enlace que pudo haber existido demostró ser insátisfactorio. El resto depende de ti. Empieza a trabajar y utiliza tu creatividad. Empieza a grabar sus nombres en cantidad:

Oswald Sirhan Bremer Ray Czolgosz Guiteau

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Danos los hombres. Nosotros encontraremos en qué utilizarlos. Y cuando hayan cumplido con su sucio trabajo, les arrojaremos al esperanzador kármico para que sean reciclados, y que Dios nos ayude a todos.

Cada día, miles de naves contaminan rutinariamente el mar con desechos petrolíferos. Cuando un petrolero ha descargado, tiene que añadir peso de cualquier otra clase para mantener la estabilidad; esto suele hacerse llenando alguno de los tanques de almacenamiento del buque con agua del mar. Antes de poder recoger una nueva carga de petróleo, el barco tiene que deshacerse de este lastre acuoso existente en sus tanques; y, a medida que se bombea el agua hacia el exterior, se lleva consigo la escoria petrolífera que permaneció en los tanques cuando se descargó el último cargamento.

Hasta 1964, la limpieza de un petrolero medio de 40.000 toneladas enviaba al mar ochenta y tres toneladas de petróleo. La mejora en los procedimientos de limpieza de los tanques ha reducido la descarga habitual de petróleo a unas tres toneladas. Pero existen tantos petroleros —más de 4.000— que, a pesar de todo, se lanzan al mar varios millones de toneladas al año. Los 44.000 barcos de pasajeros, de carga, militares y de placer que existen ahora en servicio añaden una cantidad similar de contaminación, deshaciéndose de los desechos petrolíferos de sus pantoques. En conjunto, y según una estimación científica, el hombre puede estar arrojando al mar la cantidad de diez millones de toneladas de petróleo al año.

Cuando el explorador Thor Heyerdahl realizó su viaje de 3.200 millas marinas utilizando un bote de papiro en el verano de 1970, desde el norte de África hasta las Indias Occidentales, vio «una continua extensión de por lo menos 1.400 millas contaminadas por masas informes de petróleo solidificado flotantes, como asfalto, en Atlántico abierto». El oceanógrafo Jacques Yves Cousteau calcula que el 40 por ciento de la vida marina mundial ha desaparecido en el presente siglo. Las playas cercanas al puerto de Boston contienen una acumulación media de petróleo de diez kilos por milla cuadrada, una cifra que se eleva a 793 kilos por milla en un área del cabo Cod.

El Centro Científico de Mónaco informa: «En la costa mediterránea, prácticamente todas las playas están manchadas por las refinerías de petróleo, así como el fondo del mar, que sirve como reserva alimenticia para la fauna marina y que está quedando esterilizado debido a los mismos factores».

Es un frío día de primavera y aquí estoy, en Washington D.C. Allá abajo está el Capitolio y también la Casa Blanca. No puedo ver el monumento a Washington, porque no lo han terminado todavía y, desde luego, no hay ningún Lincoln Memorial porque el Honorable Abe está vivo y se encuentra muy bien en la avenida Pennsylvania. Hoy es viernes 14 de abril de 1865. Y aquí estoy. ¡Lejos!

—Disponemos del poder para efectuar el cambio. Muy bien, ¿qué debemos cambiar? ¿Toda la fea cuestión racial?

—Eso es demasiado frío. Pero ¿qué hacemos al respecto?

—Bien, ¿qué tal sería desenraizar toda la institución de la esclavitud retrocediendo al siglo XVI y bloqueándola en sus inicios?

—No. Habría demasiadas ramificaciones. Tendríamos que alterar la dinámica de todo el impulso imperialista-colonial, y eso es un trabajo demasiado grande, incluso para un puñado de dioses. Podemos ser omnipotentes, pero no infatigables. Si bloqueamos ese impulso allí, no haría más que surgir en cualquier otro momento a lo largo de la línea del tiempo; una fuerza tan poderosa no puede ser sofocada inmediatamente.

—Lo que necesitamos es un punto preciso para invertir todo el barullo racial. Hemos de encontrar un acontecimiento individual, ubicado en un nexo crucial en la historia de las relaciones entre negros y blancos en los Estados Unidos y que no haya sucedido todavía. ¿Alguna sugerencia?

—Es claro, Thomas. El asesinato de Lincoln.

—¡Estupendo! Hacedlo pasar por la máquina; veamos cuáles serían las consecuencias.

Llevamos a cabo las estimulaciones necesarias y veinte veces de cada veinte dan como resultado una recomendación para que desasesinemos a Lincoln. Cualquier tonto con un rifle puede cometer un asesinato, pero sólo nosotros podemos llevar a cabo un desasesinato. Alors: Lincoln continúa hasta completar su segundo mandato; el débil e ineficaz Andrew Johnson sigue siendo vicepresidente, y la facción radical republicana del Congreso tiene éxito en decretar su «humillación de los orgullosos traidores» de la política del Sur. Bajo la guía uniforme de Lincoln, el Sur será reconstruido sanamente y se le dará la bienvenida de regreso a la Unión; no se producirá ninguna era vengativa de reconstrucción, y tampoco existirá la reacción, igualmente vengativa, de un Jim Crow contra los aventureros políticos que condujeron a todos los linchamientos y las leyes restrictivas, y quizá podamos impedir un siglo de amargura racial. Quizás.

Ahí está el Teatro Ford. Se está representando esta noche Nuestro primo americano. En estos momentos John Wilkes Booth se encuentra alojado en algún hotel céntrico, supongo, engrasando su arma, ensayando sus palabras. «¡Sic semper tyrannis!» es lo que gritará, y eliminará para siempre al pobre y viejo Abe.

—Una entrada para la obra de esta noche, por favor.

Mira a las damas y caballeros elegantes que descienden de sus carruajes. Saben que el presidente acudirá al teatro, y se han puesto sus más finas alhajas y vestidos. Y… ¡sí! ¡Esa es la carroza de la Casa Blanca! ¿Es Mary Todd Lincoln esa dama de aspecto tan imponente? Tiene que serlo. Y ahí está el presidente, extendiendo el billete de cinco dólares: barba grisácea, hombros caídos, ojos cansados, agotados, rostro arrugado. ¡Pobre viejo Abe! ¿Te estoy haciendo un gran favor salvándote esta noche? ¿No quieres abandonar tu carga? Pero la historia te necesita, hombre. Todos los niños y niñas negros te necesitan.

El presidente saluda con un gesto de la mano; yo le devuelvo el saludo. Saludos desde el siglo XX, Mr. Lincoln. ¡Estoy aquí para evitarle su martirio!

Se levanta el telón. Abe sonríe en su palco. No puedo seguir la representación; palabras, sólo palabras. El tiempo se arrastra: tic-tac, tic-tac, tic-tac. Finalmente, las diez. Se está acercando el momento. Allí, ¿lo ves? Allí: el hombre de ojos frenéticos con el arma de fuego. ¡Vaya! ¡Tiene el tamaño de un cañón! Se ha levantado y se dirige hacia el presidente. ¿Por qué no se da cuenta nadie? ¿Acaso la obra es tan malditamente interesante que nadie…?

—¡Eh! ¡En, tú, John Wilkes Booth! ¡Mira aquí, hombre! ¡Mírame!