124201.fb2 La ciudad y las estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 32

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— No las verás por mucho tiempo. Hemos perdido el contacto con las estrellas y pronto otros planetas también serán abandonados. Nos llevará millones de años el hacer la jornada hacia el exterior… pero sólo pocos siglos para volver de nuevo al hogar. Y dentro de bien poco, incluso tendremos que abandonar la propia Tierra en su mayor parte.

— ¿Y por qué lo hiciste? — preguntó Jeserac. Sabía la respuesta, pero así y todo se sintió impulsado a hacer la pregunta.

— Necesitábamos un refugio para protegernos contra dos clases de temor, el temor a la muerte y el temor al espacio. Éramos un pueblo enfermizo espiritualmente y ya no deseábamos ir a ninguna parte del Universo… y así, pretendimos creer que no existía. Vimos el caos extenderse entre las estrellas y ansiábamos la paz y la estabilidad. En consecuencia, Diaspar tenía que ser resguardada, cerrada, de forma que nada ni nadie pudiese entrar más en ella.

— Diseñamos la ciudad que tú conoces e inventamos un falso pasado para esconder nuestra cobardía. Oh, no fuimos nosotros los primeros en hacer eso; pero sí los primeros en llevarlo a cabo con todas sus consecuencias. Y rehicimos el espíritu humano, reconformándolo, suprimiéndole sus pasiones y su ambición de tal forma que quedase contento y feliz con el pequeño mundo que poseía.

«Se llevó mil años en construir la ciudad y todas sus máquinas. Mientras que cada uno de nosotros cumplía su tarea, su mente iba siendo lavada de sus recuerdos, al propio tiempo que se insertaba en ella la idea de su personal identidad para ser restaurada, tras haber quedado encerrada en los Bancos de Memoria, y resurgir llegado el momento en el futuro.

«Y así, al final llegó el día en que no quedó ni una sola persona viviente en Diaspar; quedando sólo el Computador Central que obedecía fielmente las órdenes que se habían alimentado en su complicada estructura electrónica, y controlando los Bancos de Memoria en donde estábamos en estado latente, durmiendo. No quedó uno sólo que tuviese cualquier contacto con el pasado… y a partir de ese momento, comenzó su historia.

«Después, uno tras otro, en una secuencia predeterminada, fuimos siendo llamados fuera de los circuitos de memoria y reencarnados de nuevo. Como una máquina que— acaba de ser construida y comenzaba a operar por primera vez, Diaspar comenzó a cumplir con sus deberes en la forma en que había sido diseñada y concebida.

«Así y todo, algunos de nosotros, tuvimos nuestras dudas desde el principio. La eternidad era demasiado tiempo, reconocimos los riesgos que implicaba el no dejar una espita abierta, al tratar de encerrarnos completamente al margen del resto del Universo. No podíamos desafiar los deseos de nuestra cultura, por lo que trabajamos en secreto, haciendo las modificaciones que estimamos necesarias.

«Los Únicos fueron invención nuestra. Ellos deberían aparecer a largos intervalos e intentarían, si las circunstancias se lo permitiesen, descubrir si existía algo más allá de Diaspar que valiese la pena de ser contactado. Nunca imaginamos que se llevaría tanto tiempo para que uno de ellos tuviera éxito… ni tampoco que semejante éxito fuese tan grande.

A despecho de la suspensión de las facultades críticas, que es la pura esencia de un sueño, Jeserac quiso saber y se preguntó inconscientemente cómo Yarlan Zey podía hablar con tal conocimiento de las cosas que habían ocurrido hacía mil millones de años antes de su tiempo. Resultaba muy confuso… sin saber en qué lugar del tiempo o del espacio se hallaba.

La jornada llegaba a su fin; las paredes del túnel dejaron de pasar rápidamente ante sus ojos a tan tremenda velocidad. Yarlan Zey comenzó a hablar con verdadera prisa y con una tal autoridad, como no había mostrado antes.

— El pasado ha terminado — continuó —, hicimos nuestro trabajo, para bien o para mal y con esto terminó. Cuando tú fuiste creado, Jeserac, se te imprimió un tal miedo al mundo exterior que por nada del mundo hubieras abandonado la ciudad, impulsándote instintivamente a permanecer en ella siempre, temor que compartes con todos los demás ciudadanos de Diaspar. Ahora sabes que ese temor está carente de fundamento y que fue impuesto artificialmente en tu personalidad. Yo, Yarlan Zey, que te lo impuso, desde este momento te relevo de semejante esclavitud espiritual. ¿Comprendes bien?

Y con aquellas últimas palabras, la voz de Yarlan Zey se hizo más y más fuerte hasta que parecía reverberar a través de todo el espacio. El transporte subterráneo en donde se iba deslizando, comenzó a borrarse y a desintegrarse alrededor de Jeserac como un previo aviso de que el sueño estaba llegando a su fin. Y con todo, mientras que la visión se desvanecía, todavía pudo oír aquella imperiosa voz tronar en sus oídos:

— ¡Ya no volverás a sentir miedo, Jeserac! ¡No volverás a temer nada!

Luchó por despertarse, como un submarino salta desde el océano a la superficie del mar. Yarlan Zey se había desvanecido, pero existía un extraño interregno en que voces que conocía por su matiz, aunque irreconocibles en las personas que las usaban, le hablaron dándole ánimos y se sintió como sostenido por manos amistosas. Después, como un relámpago que cruzara su mente, volvió a la realidad.

Abrió los ojos y vio a Alvin, Hilvar y Gerane permanecer ansiosamente junto a él. Pero Jeserac no les prestó atención, su mente estaba demasiado repleta con la maravilla que ahora se extendía ante él… el panorama de bosques y ríos y la bóveda azul del cielo abierto.

Se hallaba en Lys y no sentía el más pequeño temor.

Nadie le molestó en aquel momento sin tiempo, cuya huella había quedado estampada en su mente para siempre. Al fin, cuando estuvo satisfecho de que el entorno era real, se volvió hacia sus amigos.

— Gracias, Gerane. Nunca creí que tendría semejante éxito.

El psicólogo, con aire satisfecho de sí mismo, estaba haciendo unos delicados ajustes en una pequeña máquina que colgaba en el aire junto a él.

— Nos dio usted unos momentos de ansiedad — admitió —. Una o dos veces, comenzó a hacer preguntas que no podían ser respondidas lógicamente y tuve miedo de que se rompiese la secuencia.

— Suponiendo de que Yarlan Zey no me hubiera convencido… ¿qué habría hecho entonces?

— Le habríamos mantenido inconsciente y devuelto a Diaspar donde hubiera despertado en una forma natural, sin haber sabido nunca que había estado en Lys.

— Y esa imagen de Yarlan Zey que alimentó en mi mente… ¿cuánto de lo que dijo era verdad?

— Creo que la mayor parte, ciertamente. Yo estaba realmente ansioso de que mi pequeña leyenda tendría que convencerle con bastante precisión histórica: Callitrax la ha examinado y no ha encontrado errores en ella. Puede considerarse ciertamente consistente en todo cuanto conocemos respecto a Yarlan Zey y a los orígenes de Diaspar.

— Así, podemos ahora abrir realmente la ciudad — dijo Alvin —. Puede que se lleve mucho tiempo; pero eventualmente, estaremos en condiciones de neutralizar ese temor, de forma que quien lo desee, pueda salir de Diaspar.

— Se llevará mucho tiempo, desde luego — asintió Gerane —. Pero no olvides que Lys es lo suficientemente grande como para albergar a varios millones de personas más, en el caso de que todo tu pueblo decida venir aquí. No creo que será verosímil; pero es posible.

— Ese problema se resolverá por sí mismo — repuso Alvin —. Lys, puede ser diminuto; pero el mundo es muy grande. ¿Por qué deberíamos dejar al desierto que lo impida?

— Vaya, otra vez estás soñando, Alvin — dijo Jeserac con una sonrisa —. Estaba preguntándome qué es lo que va a quedarse sin que tú no intervengas.

Alvin no respondió, aquélla era una cuestión que se había hecho más y más insistente en su propia mente durante las últimas semanas pasadas. Permaneció como perdido en sus propios pensamientos, quedándose detrás de los demás, mientras caminaban colina abajo y en dirección a Airlee. ¿Acaso los siglos que tenía frente a sí se convertirían en un largo y penoso anticlinal?

La respuesta estaba en sus propias manos. Había cumplido ya con su destino; ahora, tal vez, podría empezar a vivir.

CAPÍTULO XXVI

En todo objetivo conseguido hay siempre una especial tristeza, en el conocimiento de que una meta largamente deseada se ha logrado al fin, y que la vida tiene entonces que ser moldeada y encaminada en busca de nuevos fines. Alvin conocía aquella tristeza, mientras vagaba por los bosques y los campos de Lys. Ni incluso Hilvar le acompañaba, ya que hay veces en que un hombre necesita hallarse solo y aparte incluso de sus más íntimos amigos.

Alvin no es que caminase sin objetivo determinado, aunque nunca sabía qué próxima población sería su puerto de escala. No se hallaba en busca de ningún lugar determinado sino de un estado de ánimo, una influencia… ciertamente, de una forma de vida. Diaspar ya no le necesitaba, los fermentos que había introducido en la ciudad estaban ya produciendo su efecto rápidamente, y nada que pudiese hacer por su parte, aceleraría o retardaría los cambios que tendrían que llevarse a cabo allá.

Aquella pacífica tierra, cambiaría también. Con frecuencia se preguntaba si habría obrado equivocadamente, en aquel impulso incontrolable de satisfacer su propia curiosidad, al abrir un camino antiguo entre las dos culturas. Pero seguramente sería mucho mejor que Lys conociera la verdad, ya que como Diaspar, en parte había sido fundada y establecida sobre temores y falsedades.

A veces trataba de imaginarse qué forma de nueva sociedad iría a producirse. Creía que Diaspar necesitaba escapar de la prisión de los Bancos de Memoria y restaurar de nuevo el ciclo del nacimiento y de la muerte. Hilvar, según sabía Alvin, estaba seguro de que aquello se llevaría a cabo, aunque sus propósitos eran demasiado técnicos para ser seguidos por Alvin. Tal vez el tiempo llegaría donde el amor en Diaspar no estuviese completamente olvidado y como inexistente.

¿Era eso, se preguntó Alvin, lo que siempre había echado en falta en Diaspar… lo que realmente estaba buscando? Ahora sabía lo que era el haber satisfecho el poder y la ambición, e incluso la curiosidad; pero quedaban todavía los sentimientos pertenecientes al corazón. Nadie había vivido realmente hasta que ellos hubieran logrado aquella síntesis de amor y deseo que jamás pudo haber soñado que existiese, hasta que llegó a Lys.

Alvin había llegado hasta los planetas de los Siete Soles, hazaña realizada por el primer hombre en mil millones de años. Y con todo, ahora le importaba muy poco, a veces pensaba que daría todos los logros obtenidos en sus aventuras, por poder oír el llanto de un niño recién nacido, sabiendo que era suyo, de su propia carne y su propia sangre.

En Lys, podría encontrar un día lo que deseaba, existía una ternura, un calor humano y una comprensión que faltaba por completo en Diaspar. Pero antes de que pudiera descansar y antes de hallar la paz, había aún una decisión que tomar.

Tenía en sus manos el poder, un poder que seguía poseyendo. Era una responsabilidad que había buscado y aceptado con decisión y coraje; pero ahora no habría paz en su corazón mientras fuera suyo. Así y todo, él tirarlo por la borda y despojarse de él, sería como una traición a una confianza puesta en su persona…

Se hallaba en una población de diminutos canales, al borde de un anchuroso lago, cuando tomó la decisión. Las casas de distintos colores, alegres y llenas de luz, parecían flotar como ancladas sobre las suaves olas del lago, formando una escena de belleza irreal. Allí había vida, alegría de vivir, calor humano… todas las cosas que había echado de menos entre la desolada grandeza de los Siete Soles.

Un día la Humanidad estaría de nuevo dispuesta para salir al espacio. Alvin no sabía qué nuevo capítulo iría a escribir el Hombre entre las estrellas. Pero aquello no debía importarle, su futuro yacía en la Tierra.

Pero era preciso hacer un vuelo todavía, antes de volver la espalda definitivamente a las estrellas.

* * *

Cuando Alvin comprobó la ascendiente marcha de la nave, la ciudad se hallaba ya demasiado distante para ser reconocida como producto del hombre, y la curva del planeta aparecía claramente visible. Entonces, comprobó la línea del crepúsculo a millares de millas de distancia en su marcha sin fin a través del desierto. Por encima y a su alrededor, estaban las estrellas, tan brillantes como siempre, con toda la gloria que los hombres habían perdido. Hilvar y Jeserac permanecían silenciosos, imaginando, pero sin saber a ciencia cierta el motivo que impulsaba a Alvin a realizar aquel vuelo del espacio ni del por qué les había pedido que le acompañaran. Ninguno pronunció una palabra, mientras que el desolado panorama se extendía bajo ellos en la distancia. Su vaciedad y quietud oprimieron a ambos y Jeserac sintió un súbito desprecio e irritación por los hombres del pasado que habían permitido que la Tierra perdiese toda su belleza, por negligencia y cobardía.

Esperó que Alvin tuviese razón al soñar que todo aquello podía cambiarse. El poder y el conocimiento aún existía, todo era cuestión de volver hacia el pasado y hacer que los océanos volvieran a cobrar vida. El agua estaba allí, en las profundidades escondidas de mil lugares de la Tierra y de ser preciso, la transmutación de las plantas podían hacerlo posible.

Había mucho que hacer en los años por venir en el futuro. Jeserac se dio cuenta de que se hallaba entre dos edades; a su alrededor podía sentir el pulso del género humano comenzando a despertar de nuevo. Había muchos y graves problemas con que enfrentarse; pero Diaspar lo haría. El rehacer el pasado, se llevaría siglos, sin duda; pero cuando todo estuviese concluido, el Hombre habría recobrado casi todo lo que había perdido.

¿Podría ganarlo todo? se preguntó Jeserac. Era difícil imaginar que la Galaxia pudiese ser vuelta a conquistar e incluso de llegar a semejante logro ¿a qué propósito podría servir? Alvin pareció salir de su ensoñación y Jeserac se volvió de la pantalla.

— Quiero que veas esto — dijo Alvin con calma —. Puede que nunca tengas otra oportunidad.

— ¿No vas a dejar la Tierra?

— No, no quiero nada más del espacio. Incluso en el caso de que hubiese otra civilización superviviente en esta Galaxia, dudo que valiese la pena el esfuerzo de hallarla. Hay muchas cosas que hacer aquí, sé ahora que este es mi hogar, y nunca más volveré a dejarlo.

Miró hacia abajo y a los grandes desiertos; pero sus ojos veían en su lugar las aguas que allí se almacenarían a mil años de distancia en el futuro. El Hombre había redescubierto su mundo, y volvería a hacerlo tan bello como lo fue una vez para permanecer en él. Y después…