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— Si los Invasores se encuentran todavía en el Universo — dijo Alvin al Consejo— debería haberlos hallado en alguna parte y desde luego en el centro. Pero no existe traza alguna de vida inteligente entre los Siete Soles; esto es cosa que ya habíamos supuesto antes de encontrarnos con Vanamonde y que éste lo confirmará. Yo creo que los Invasores partieron hace muchos siglos ya; y desde luego, Vanamonde que por lo menos tiene que tener la misma edad que Diaspar, no sabe absolutamente nada de ellos.
Una sugerencia, Alvin — interrumpió repentinamente uno de los Consejeros —. Vanamonde puede ser un descendiente de los Invasores, y en cierta forma que se halla más allá de nuestra comprensión actual. Ha olvidado su origen; pero eso no significa que un día pueda volver a ser peligroso.
Hilvar, que estaba presente y como un simple espectador, no esperó el permiso adecuado para tomar la palabra. Era la primera vez que Alvin le vio tan irritado.
— Vanamonde ha mirado en el interior de mi mente — dijo— y yo tengo a mi vez una visión general de su ser. Mi pueblo ya ha aprendido muchísimo de él, aunque no haya terminado de descubrir quién es. Pero una cosa es cierta: es amistoso y pareció muy contento de hallarnos. No tenemos nada que temer de él.
Tras aquella explosión de Hilvar, se produjo un corto silencio e Hilvar se relajó un tanto de su expresión apasionada. Pudo notarse a partir de entonces, que la tensión del Consejo fue menguando paulatinamente, como si se hubiese apartado una nube sombría del espíritu de aquellos honorables miembros del Consejo de la Ciudad. Y el Presidente no hizo nada, como era de esperar, para censurar a Hilvar por su inesperada interrupción.
Para Alvin estuvo claro, conforme continuaba el debate, que allí se hallaban presentes, tres escuelas de pensamiento, representadas en el Consejo de Diaspar. Los conservadores, que se hallaban en minoría, aún esperaban que las cosas volvieran a su punto de partida y que de algún modo se restaurase el viejo orden. Contra toda razón, mantenían la esperanza de que Diaspar y Lys se persuadieran de que deberían volver a olvidarse para siempre unos a otros.
Los progresistas estaban igualmente en una notable minoría; y el hecho de que algunos de ellos estuviesen presentes en el Consejo fue una circunstancia que agradó y sorprendió a Alvin. Ellos no son que diesen exactamente a la invasión procedente del mundo exterior, pero estaban en cambio, determinados a hacer lo mejor que pudiesen en favor de la realidad presente. Algunos de ellos fueron tan lejos, que sugirieron que podría existir un medio de romper las barreras psicológicas que por tanto tiempo habían mantenido apartadas a Diaspar y a Lys, de forma más efectiva que las puramente físicas.
La mayor parte del Consejo, reflejando claramente el estado de ánimo de la Ciudad, había adoptado una actitud de prudente espera y observación de los hechos, mientras se preparaban para encararse con las nuevas disposiciones a seguir en el futuro que tenían a la vista, pronto a emerger a la superficie. Se dieron cuenta de que no podrían hacer planes generales, ni poner en práctica una política definida, hasta que la tormenta hubiera pasado.
Jeserac se reunió con Alvin e Hilvar una vez que la sesión hubo terminado. Parecía haber cambiado ostensiblemente desde la última vez que le vieron en la Torre de Loranne, con el desierto extendido a sus pies. El cambio no era el que Alvin había esperado, aunque lo tendría que ver en días sucesivos, conforme el tiempo fuese pasando.
Jeserac parecía más joven, como si el fuego de la vida hubiese encontrado un nuevo combustible y estuviera quemándose en sus venas. A despecho de su edad, era uno de los que habían aceptado abiertamente el desafío que Alvin había llevado a Diaspar.
— Tengo noticias para ti, Alvin — le dijo —. Creo que conoces al Senador Gerane.
Alvin le miró confuso por el momento; pero después recordó.
— Ah, sí, por supuesto, fue uno de los primeros hombres con quien me encontré en Lys. ¿No es un miembro de la delegación?
— Sí, hemos llegado a incrementar nuestra amistad bastante. Es un hombre brillante y tiene un conocimiento de la mente humana que me hubiera resultado imposible concebir antes, aunque me ha dicho que para los usos y costumbres de Lys sólo es un principiante. Mientras permanece aquí, ha comenzado un proyecto que estará muy cerca de tu corazón. Está esperando analizar la compulsión que nos mantiene en la ciudad y cree, que una vez que haya descubierto cómo fue impuesta, estará en condiciones de suprimirla. Unos veinte de nosotros estamos cooperando sinceramente con él.
— ¿Y usted es uno de ellos?
— Así es, hijo — dijo Jeserac, con un aire de juventud que a Alvin le resultó increíble. No es nada fácil y ciertamente poco agradable… pero resulta estimulante.
— ¿Y cómo trabaja Gerane?
— Está actuando e investigando a través de las Leyendas. Tiene a su disposición una buena serie de ellas y estudia la reacción que nos produce cuando experimenta con ellas. ¡Nunca pensé que a mi edad, pudiera encontrar un nuevo entretenimiento como en mi infancia!.
— ¿Qué son las Leyendas? — preguntó Hilvar, curioso.
— Sueños de mundos imaginarios — explicó Alvin —. Cuando menos, muchos de ellos, son puramente imaginarios, aunque probablemente muchas de esas leyendas estén basadas en hechos históricos. Existen millones de esas Leyendas almacenadas en las células de los Bancos de Memoria de la ciudad; puedes elegir cualquier clase de experiencia o de aventura que te agrade y aparecerá tan absolutamente real que no podrás distinguirlo de la ficción mientras que los impulsos convenientes están siendo alimentados en tu mente. — Y se volvió hacia Jeserac —. ¿Con qué clase de Leyendas está operando Gerane?
— La mayor parte de ellas son las relativas al hecho de abandonar Diaspar. Algunas llevan casi hasta los principios de la construcción de la ciudad. Gerane está seguro de que cuanto más nos aproximemos al origen de esa compulsión miedosa de abandonar Diaspar más fácilmente estará en condiciones de determinar su causa y erradicaría.
Alvin se sintió inyectado de un nuevo valor frente a aquellas noticias. Su trabajo sólo estaría hecho a medias, si después de haber abierto las puertas de Diaspar, nadie quisiera pasar por ellas.
— ¿Usted desea realmente salir de Diaspar? — le preguntó Hilvar al anciano maestro de Alvin.
— No — repuso Jeserac sin vacilar —. La sola idea de hacerlo, me aterra. Pero me doy cuenta de que estuvimos equivocados al pensar que Diaspar era todo lo que importaba del mundo y la lógica me dice que hay que hacer algo para enmendar semejante equivocación. Emocionalmente, yo aún continúo incapaz de abandonar la ciudad; tal vez lo haya estado siempre. Gerane piensa que puede conseguir que algunos de nosotros vayamos a Lys y quiero sinceramente ayudarle en tal experimento… aunque la mitad de las veces me parece que sería un fracaso.
Alvin miró a su tutor con un nuevo respeto. No descontaba ya más el poder de la sugestión, ni subestimaba las fuerzas que compelían a un hombre a actuar con tal desafío frente a la lógica de los hechos. No pudo evitar el comparar el valor tranquilo de Jeserac, con el pánico incoercible de Khedrom volando hacia el futuro y hurtando el bulto al peso de la realidad presente, aunque con su nuevo conocimiento de la naturaleza humana, ya había dejado de preocuparse por condenar al Bufón por lo que había hecho.
Gerane llevaría a cabo lo que se había propuesto, parecía no quedarle duda alguna a Alvin al respecto. Jeserac era demasiado viejo como para echar por la borda una forma de vivir de toda una vida, a pesar de su gran deseo de recomenzar una nueva. Pero aquello no importaba, ya que otros tendrían éxito con la diestra inteligencia y hábil guía de los psicólogos de Lys. Y una vez que unos cuantos escapasen del molde de mil millones de años todo se reduciría a una cuestión de tiempo en que el resto siguiera los mismos pasos.
Se preguntó qué ocurriría a Diaspar y a Lys cuando las barreras hasta entonces existentes entre dos mundos tan diversos cayeran. De algún modo, los mejores elementos de ambos mundos subsistirían, mezclándose y creando una nueva cultura, más saludable y poderosa. Era una tarea formidable y necesitaría toda la sabiduría y toda la paciencia que todos y cada uno pudiera aportar.
Ya se habían encontrado algunas de las dificultades de los reajustes que tendrían que tener lugar en el futuro. 1,05 visitantes de Lys, aunque cortésmente, habían rehusado vivir en los hogares que se pusieron a su disposición en la ciudad. Dispusieron una acomodación temporal en el Parque, entre un entorno que les recordaba algo de la tierra de Lys. Hilvar fue la única excepción, aunque le disgustaba vivir en una casa con paredes indeterminadas y mobiliario fantasmal y efímero, aceptó de buen grado la hospitalidad que le brindó Alvin, con la seguridad de que no sería por mucho tiempo.
Hilvar no había sentido la soledad en toda su vida; pero la conoció en Diaspar. La ciudad le resultaba más extraña que Lys para Alvin, sintiéndose oprimido y sobrecogido por su infinita complejidad y las minadas de seres extraños que parecían colmarlo todo a rebosar en cada pulgada de espacio que le rodeaba por doquier. Hilvar estaba acostumbrado a conocer más o menos directamente a todo el mundo en Lys, tanto si le había saludado o no. Pero en mil vidas que tuviera, creyó que jamás llegaría a conocer a nadie en Diaspar y aunque supuso que era un sentimiento irracional en el fondo, se sintió vagamente deprimido. Sólo su lealtad a Alvin le sostuvo en un mundo que nada tenía en común con él.
Había tratado muchas veces de analizar sus sentimientos respecto a Alvin. Su amistad había surgido de la misma fuente que inspiraba su simpatía hacia todas las pequeñas criaturas que luchaban por la vida. Aquello habría sorprendido a los que pensaban que Alvin era un hombre voluntarioso, tenaz y dueño de sí mismo, sin necesitar afecto de nadie e incapaz de devolverlo en el caso de que le fuese ofrecido tal afecto.
Hilvar conocía el problema mejor; lo había sentido instintivamente desde el principio. Alvin era un explorador, y todos los exploradores están buscando algo que creen haber perdido. Suele ser raro que lo encuentren y más infrecuente todavía, que el hallazgo y el logro de sus propósitos les haga más felices que la búsqueda y la exploración. Hilvar ignoraba qué era lo que Alvin buscaba, en realidad. Se sentía impulsado por fuerzas puestas en juego, edades antes, por los hombres geniales que planearon Diaspar con tal perversa destreza… o por los grandes hombres igualmente de genio que se habían opuesto a ellos. Como cualquier ser humano, sus acciones estaban predeterminadas por su herencia. Aquello no alteraba su necesidad por comprensión y simpatía, ni le hacían tampoco inmune a la soledad y a la frustración. Para su propia gente, era una criatura insólita y que era incapaz de compartir sus emociones. Necesitaba la presencia de un extraño procedente de un entorno totalmente distinto para verse como otro ser humano.
A los pocos días de haber llegado a Diaspar, Hilvar conoció a más personas de las que hubo conocido en toda su vida anterior. Las había conocido, aunque prácticamente lo ignoraba todo respecto a ellas. A causa de su vivir multitudinario y de proximidad como en una colmena, los habitantes de la ciudad mantenían paradójicamente una reserva que resultaba difícil penetrar. La única sensación de vida privada que conocía era de su mente, y aun así resultaba difícil mantenerla a través de las actividades sin fin en el aspecto social de la vida en Diaspar. Hilvar sintió pena por ellos, aunque se dio cuenta de que para nada necesitaban su simpatía.
Sin duda, no sabían lo que se perdían; ellos no podían comprender el sentido de la comunidad, la sensación de pertenecer y que como un eslabón encadenado ligaba a cada miembro con los demás en la sociedad telepática de Lys. Naturalmente, aunque procuraban comportarse con extremada cortesía, la gente de Diaspar, a su vez, miraba a Hilvar con cierta lástima, aunque procuraban ocultarlo, al considerarle como a un ser extraño que arrastraba una existencia sombría y monótona.
Eriston y Etania, los guardianes de Alvin, fueron descartados rápidamente por Hilvar como perfectas nulidades como personas. Halló algo confuso el oír a su amigo referirse a ellos como a padre y madre; palabras que en Lys seguían teniendo su viejísimo sentido biológico, tan profundo y emotivo. Requería para Hilvar, un continuo esfuerzo de imaginación el recordar que las leyes de la vida y de la muerte habían sido cambiadas por los constructores de Diaspar y había veces, en que Hilvar encontraba la ciudad medio vacía, a pesar del bullicio y sus multitudes, sencillamente por la ausencia de niños en ella.
Se preguntó qué sería ahora de Diaspar, cuando su larguísimo aislamiento había terminado. Lo mejor que podría hacerse, pensó, sería el destruir los Bancos de Memoria que la habían tenido petrificada durante tantos siglos. Milagrosos como eran en realidad, tal vez el supremo triunfo de la ciencia que jamás hubieran producido, eran las creaciones de una cultura enfermiza, una cultura que había tenido miedo de tantas cosas. Algunos de tales temores tenían una sólida base en la realidad; pero otros eran sólo producto de la imaginación. Hilvar tenía algún conocimiento de la pauta general y que iba emergiendo de la exploración de la mente de Vanamonde. En poco tiempo, Diaspar lo sabría también, y entonces descubriría cuánto de su pasado era realmente un puro mito.
Pero con todo, de ser destruidos los Bancos de Memoria, dentro de mil años, la ciudad entera estaría muerta, puesto que sus habitantes ya habían perdido el poder de reproducirse por sí mismos. Aquél era el tremendo dilema con que había que encararse y ya Hilvar había oteado una posible solución. Siempre había existido y existirá la respuesta a cualquier problema técnico y sus gentes eran maestros de las Ciencias Biológicas. Lo que podía ser hecho, podía deshacerse, si es que Diaspar así lo deseaba.
Primero, sin embargo, la ciudad debería aprender lo que había perdido. Su educación en tal aspecto llevaría muchos años, tal vez siglos. Pero sería el principio; muy pronto, el impacto de la primera lección sacudiría a Diaspar hasta los cimientos en cuanto tomase contacto con la propia Lys.
Lys, a su vez, también se sentiría profundamente sacudida en sus estructuras de vida. No había que olvidar que las raíces profundas de ambas culturas, procedían del mismo árbol y en tiempos habían compartido las mismas ilusiones y esperanzas. Y ambas resurgirían con más riqueza y saludables efectos, cuando llegara el momento de mirar, con ojos tranquilos, en el pasado que habían perdido en el decurso de cientos de siglos de apartamento y separación.
El anfiteatro había sido diseñado para soportar perfectamente a la totalidad de la población de Diaspar y apenas sí alguno de sus diez millones de asientos aparecía vacío. Al mirar la gigantesca curva de su estructura impresionante, vista desde el ventajoso punto que ocupaba, Alvin no pudo evitar que volviera a su recuerdo la idea de Shalmirane. Los dos cráteres tenían casi las mismas dimensiones y aproximadamente la misma forma. De haber llenado con personas el cráter de Shalmirane, el resultado habría sido muy parecido.
Rabia, sin embargo, una fundamental diferencia entre ambos. La gran hoya de Shalmirane existía, aquel anfiteatro, no. Ni siquiera se había construido, era sencillamente un fantasma, un dispositivo de cargas electrónicas, manipulado desde el Computador Central y existente en él, hasta que llegado el momento se le daba vida efímera y pasajera. Alvin sabía que en realidad se encontraba en su habitación y que las miríadas de personas que aparecían rodeándole, se hallaban igualmente en la comodidad de sus hogares respectivos. En tanto no hiciera esfuerzo alguno para moverse del lugar que ocupaba, la ilusión era perfecta. Podría imaginarse y hasta creer que Diaspar había desaparecido y que todos los ciudadanos son hallaban reunidos en aquella enorme concavidad. Ni una sola vez en mil años la vida de la ciudad se había detenido y todos sus habitantes reunidos en la Gran Asamblea. También en Lys, según supo Alvin, estaba procediéndose a una reunión a toda escala en forma parecida. Allí habría una reunión de mentes; pero tal vez asociadas con ellas, habría una aparente reunión de cuerpos, tan imaginario y con todo, tan decididamente real como lo que Alvin contemplaba.
Pudo reconocer muchos rostros a su alrededor, hasta los límites de su visión natural. A más de una milla de distancia y a mil pies por debajo, se hallaba el pequeño escenario circular sobre el que la atención del mundo entero estaba fija entonces. Resultaba difícil creer que pudiera verse algo desde semejante distancia, pero Alvin estaba seguro de que tan pronto como alguien tomase la palabra, le vería y le oiría tan perfecta y claramente como el resto de los ciudadanos de Diaspar.
El escenario apareció como sumido entre niebla y la niebla se convirtió en Callitrax, el líder del grupo cuya tarea había sido la de reconstruir el pasado, a partir de la información que Vanamonde había traído a la Tierra. Aquello había sido un esfuerzo estupendo, casi imposible y no solamente por lo que concernía al vastísimo espacio de tiempo que implicaba. Solamente una vez y con la ayuda mental de Hilvar, Alvin había percibido un breve vistazo de la mente del extraño ser que habían descubierto… o quien les había descubierto a ellos. Para Alvin, los pensamientos de Vanamonde resultaban tan incomprensibles como mil voces gritando al mismo tiempo juntas, en una especie de enorme cueva subterránea llena de ecos. Pero así y todo, los hombres de Lys habían sabido desentrañarlo y después registrarlo y analizarlo a placer. Por lo que ya se rumoreaba — aunque Hilvar ni lo negaba ni lo confirmaba— lo que habían descubierto era tan extraño, que apenas si tenía parecido alguno con la historia que toda la raza humana había aceptado durante mil millones de años.
Callitrax comenzó a hablar. Para Alvin, como para cualquier otra persona de Diaspar, su voz, clara y precisa, parecía proceder de un punto situado a unas cuantas yardas de distancia. Después, en una forma difícil de definir, de la misma manera que la geometría de un sueño desafía a la lógica y con todo no produce sospecha alguna en la mente del que está soñando, Alvin se encontró situado junto a Callitrax mientras que al mismo tiempo mantenía su posición allá en lo alto de la falda del anfiteatro. Aquella paradoja no le produjo ninguna confusión, como las demás obras maestras del dominio del tiempo y del espacio que la Ciencia le había proporcionado.
Brevemente, Callitrax recorrió la aceptada historia de la raza. Habló de los pueblos desconocidos de las Civilizaciones del Amanecer, que no habían dejado nada tras ellas, excepto un puñado de nombres y las desvaídas Leyendas del Imperio. Incluso al principio, según la historia había ido discurriendo, el Hombre había deseado las estrellas, y finalmente había logrado alcanzarlas. Durante millones de años, se había expandido por toda la Galaxia, reuniendo sistema tras sistema tras su gobierno. Después, procedentes de la oscuridad existente en los límites del Universo, los Invasores habían surgido destrozando y — venciendo todo el esfuerzo del Hombre, en todo lo que había logrado.
La retirada hacia el Sistema Solar había sido amarga y tuvo que haber durado por varias edades. La propia Tierra apenas si se había salvado por las fabulosas batallas que habían tenido a Shalmirane como escenario. Cuando todo acabó, el hombre se quedó solo con sus recuerdos y el mundo en que había nacido.
Desde entonces, todo lo demás había sido un largo y penoso anticlímax. Como última ironía, la raza que había esperado gobernar el Universo había abandonado la mayor parte de su diminuto mundo y se había dividido en dos aisladas culturas, las de Lys y Diaspar; oasis de vida de un desierto, tan separadas entre sí como los inmensos espacios existentes entre las estrellas.
Callitrax hizo una pausa. Para Alvin, como para todos los demás ciudadanos presentes en la gigantesca asamblea, parecía que el historiador estaba mirando directamente a su propia persona, con ojos que habían sido testigos de cosas, que incluso en aquel momento, parecía imposible darle crédito.
— Y así es cómo hemos creído tantas cosas desde que nuestros registros comenzaron a funcionar continuó Callitrax —. Tengo que deciros que todo es falso, falso en la totalidad y en cada detalle, tan falso que incluso ahora no podemos reconciliarlo con la verdad.
Esperó a que el significado de sus palabras calase hondo en todos y cada uno de los asistentes. Después, hablando lenta y cuidadosamente, fue proporcionando el conocimiento que había extraído de la mente de Vanamonde, tanto a los ciudadanos de Diaspar como a los de Lys.