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— Tal vez fue abandonado aquí y rompió la valla por hallarse hambriento. O puede que algo le haya trastornado…
— Descendamos más — dijo Hilvar —. Quiero echarle un vistazo al terreno.
Bajaron hasta que la astronave casi rozaba el terreno rocoso y desnudo y fue entonces cuando se dieron cuenta de que la llanura estaba salpicada con innumerables pequeños agujeros de no más de una o dos pulgadas de anchura. Al exterior de la estacada, sin embargo, el terreno aparecía libre de aquellas misteriosas mareas. Sé detuvieron en seco en la misma línea de la valía.
— Tienes razón dijo Hilvar —. Estaba hambriento. Pero no era un animal, creo que sería más atinado considerarlo una planta. Sin duda había agotado el suelo del interior de su refugio vallado y ha tenido que salir a buscar nuevo alimento al exterior. Probablemente ha debido moverse con lentitud; es posible que le haya llevado años el romper el cerco.
La imaginación de Alvin comenzó a divagar con los detalles relativos a aquel fantástico suceso, que nunca le serían conocidos con exactitud. No puso en duda que el análisis de Hilvar era básicamente correcto, y que alguna especie de monstruo botánico, tal vez moviéndose de forma tal que apenas si el ojo pudiera apreciarlo, había ido deslizándose lentamente, pero sin descanso, luchando contra las barreras que le habían tenido confinado.
Es posible que aún estuviese vivo en alguna parte, incluso después de aquel inmenso período de tiempo transcurrido, corroyendo otro lugar del planeta y buscando en su superficie su especial alimento mineral. Él haberse dedicado a buscarlo, no obstante, habría resultado una tarea imposible, ya que sería preciso rastrear la totalidad del planeta. Hicieron un inútil intento de buscarlo durante algunas millas cuadradas y localizaron una gran zona circular moteada con aquellos mismos agujeros, en una distancia de casi quinientos pies de anchura, donde obviamente aquella criatura tuvo que haberse detenido en busca de alimento… si podía aplicarse tal término a un organismo que de algún modo obtenía sus elementos nutritivos de la roca al desnudo.
Al elevarse una vez más en el espacio, Alvin sintió una extraña fatiga adueñarse de toda su persona. Había visto muchas cosas, y con todo, aprendido muy poco. Existían muchas otras maravillas en aquellos planetas. Pero su búsqueda resultaba un proyecto sin límites de tiempo y el resultado les hubiera sido inútil, en seguir visitando aquellos mundos de los Siete Soles. De existir inteligencia en alguna parte del Universo, ¿a dónde ir a buscarla? Miró a las estrellas esparcidas como un polvo brillante en la pantalla de la astronave y pensó que no disponían de tiempo para poder explorar ni una millonésima de todo aquello, ni una porción infinitesimal.
Una sensación de soledad y de opresión pareció sobrecogerle, como jamás la había sentido en su vida. Entonces comprendió el temor de las gentes de Diaspar, ante la contemplación de los inmensos espacios del Universo, el terror que había hecho que su pueblo se reuniese en el pequeño microcosmos de su ciudad. Era duro creerlo; pero después de todo, tenían razón y por primera vez tuvo que admitirlo.
Se volvió hacia Hilvar como buscando apoyo en su amigo. Pero Hilvar aparecía con los puños cerrados, tenso y con una brillante mirada en sus ojos. La cabeza la tenía ladeada hacia un lado y parecía escuchar, como queriendo captar el menor sonido que pudiese existir en aquella soledad y en aquel vacío que les rodeaba por doquier.
¿Qué ocurre, Hilvar? — preguntó Alvin. Tuvo que repetir la pregunta hasta que Hilvar mostrase algún signo de haberle escuchado.
Hay algo que se aproxima — repuso Hilvar lentamente —. Algo que no comprendo…
A Alvin le pareció que la cabina de la astronave se volvía repentinamente muy fría y que la pesadilla racial de los Invasores resurgía para enfrentarse a ellos en todo su inmenso terror. Con un esfuerzo de voluntad que agotó sus fuerzas, forzó a su mente a no caer presa del pánico.
— ¿Es… amistoso? — preguntó. ¿Deberé poner proa a la Tierra?
Hilvar no contestó a la primera pregunta… sólo a la segunda. Su voz apenas si era audible; aunque sin mostrar signos de miedo ni temor. Más bien parecía sorprendido y fascinado por la curiosidad, como si se hubiese encontrado tan sorprendente que le resultase imposible satisfacer la curiosidad de Alvin.
— Demasiado tarde — contestó. Ya está aquí.
La Galaxia había girado varias veces sobre su eje, desde que la consciencia llegó por primera vez a Vanamonde. Apenas si podía recordar algo de los primeros eones de tiempo y de las criaturas que le habían cuidado entonces… aunque recordaba todavía su desolación cuando se habían marchado y le dejaron solo entre las estrellas. Desde entonces y al paso de las edades, había ido errando de sol en sol, evolucionando lentamente e incrementando sus poderes y facultades. Una vez había soñado el encontrar a aquellos que le atendieron en su nacimiento y aunque el sueño ya se había desvanecido, no había muerto del todo de sus inmensos recuerdos y su fabulosa capacidad mental.
Sobre incontables mundos, había ido encontrando la catástrofe y las ruinas que la vida había dejado tras de sí, pero sólo encontró la inteligencia una vez… y desde el Sol Negro había escapado presa del terror. Pero el Universo era demasiado grande y su búsqueda apenas si había comenzado para él…
Desde la inmensa lejanía del espacio y el tiempo, aquel inmenso y aterrador despliegue de energías surgidas del corazón de la Galaxia, parecía hacerle señales de aliento a Vanamonde a través de los años luz de distancia. Fue algo totalmente desemejante de la radiación de las estrellas y había aparecido en el campo de su consciencia tan súbitamente como la traza de un meteoro a través de un cielo sin nubes. Se movió hacia aquella llamada a través del Espacio y el Tiempo y así lo haría hasta el último momento de su existencia, desprendiéndose de él en la forma que conocía la muerte, como una pauta incambiada del pasado.
Aquella forma metálica alargada, con sus infinitas complejidades de estructura, era algo que se escapaba a su comprensión, ya que le resultaba tan extraño como casi todas las cosas del mundo físico. A su alrededor notaba el aura del poder que le había lanzado a través del Universo; pero no era aquello precisamente lo que tenía entonces interés para Vanamonde. Cuidadosamente, con la delicada nerviosidad de una bestia solitaria, se dirigió hacia las dos mentes que acababa de descubrir.
Y entonces comprendió que su larga búsqueda había terminado.
Alvin cogió a Hilvar por los hombros y le sacudió varias lentamente, tratando de sacarle del mundo de los sueños hacia el de la realidad.
— ¡Dime qué es lo que está ocurriendo! — suplicó a su amigo. ¿Qué es lo que quieres que haga?
Aquella remota mirada de los ojos de Hilvar, se desvaneció de su vista.
— Todavía no lo comprendo muy bien; pero no es preciso asustarse. De eso estoy bien seguro. Sea lo que sea, no nos hará ningún daño. Parece simplemente… interesado.
Alvin estuvo a punto de replicar a su amigo, cuando se sintió súbitamente sobrecogido por una sensación como jamás hubiese experimentado antes en su vida. A través de su cuerpo pareció extenderse una oleada de ternura y de calor que sólo duró algunos segundos, pero cuando desapareció, ya había dejado de ser el Alvin de siempre. Algo compartía ahora su cerebro, envolviéndole como un círculo puede encerrar a otro en su interior. Se dio perfecta cuenta también de que Hilvar tenía su mente igualmente hechizada por la criatura, cualquiera que fuese, invisible pero perfectamente perceptible, que había descendido sobre ellos. La sensación era extraña más que desagradable y proporcionó a Alvin su primera experiencia de la telepatía… el poder que su pueblo había perdido, habiendo degenerado tanto que sólo sabían utilizarla las máquinas con su control ultrasensible.
Alvin se había rebelado una vez, cuando Seranis había intentado dominar su mente; pero no había luchado contra su intrusión. Habría resultado un esfuerzo infructuoso y supo que aquella criatura, cualquiera que pudiera ser, no era hostil ni inamistosa. Se dejó relajar, aceptando sin resistencia el hecho de que una inteligencia infinitamente más grande que la suya, estaba explorando su mente. Pero en aquella creencia no tuvo toda la razón.
Una de aquellas inteligencias, según pudo comprobar en el acto Vanamonde, era más afín y accesible que la otra. Pudo darse cuenta de que ambas se hallaban asombradas con la maravilla de su presencia, lo que le sorprendió extraordinariamente. Resultaba difícil creer que ellos hubieran olvidado; el olvido, como la mortalidad, era algo más allá de la comprensión de Vanamonde la comunicación era muy difícil; muchas de las imágenes — pensamientos eran tan extrañas que apenas si pudo reconocerlas. Se encontró confuso y un tanto asustado por la insistente idea de los Invasores, entre el tumulto de pensamientos de los jóvenes en sus respectivas consciencias y le recordó su primera emoción cuando el Sol Negro llegó la primera vez al campo de su conocimiento.
Pero aquellos dos lo ignoraban todo respecto al Sol Negro y entonces sus propias preguntas comenzaban a tomar forma en su mente.
—¿Quién eres tú?
Y suministró la única pregunta que tenía a mano.
— Yo soy Vanamonde.
Entonces se produjo una pausa. ¡Cuánto tiempo tardaban aquellas criaturas en dar forma a sus pensamientos! Después repitieron la pregunta. Ellos no habían comprendido; aquello resultaba extraño, ya que seguramente aquella especie de inteligencias vivas le habían dado sus nombres que podían hallarse entre las memorias y recuerdos de su nacimiento. Aquellos recuerdos eran escasos, y comenzaron como un simple punto en el tiempo; pero resultaban ya claras y diáfanas como el cristal.
De nuevo sus débiles pensamientos lucharon por abrirse paso en su consciente cósmico.
—¿Dónde está la gente que construyó los Siete Soles? ¿Qué les ocurrió en el paso del tiempo?
Vanamonde lo ignoraba; ellos apenas si podían creerle y la decepción de Alvin e Hilvar le llegó clara y aguda a través del abismo que separaba su mente de la de los otros. Pero parecían pacientes y contentos de ayudarle y Vanamonde también sintió la alegría de saberse acompañado en su soledad eterna a través del Universo ya que al fin le proporcionaban la única compañía que jamás hubiera conocido.
Por tanto tiempo como viviera, Alvin no hubiera podido creer de nuevo el sufrir tan extraña experiencia ni aquella conversación sin palabras y sin sonidos. Le resultaba duro de imaginar que apenas si él contaba allí poco menos que un simple espectador de algo inasible, ya que no se preocupó de admitir, incluso para sí mismo, que la mente de Hilvar era en ciertos aspectos mucho más capaz que la suya propia. Sólo podía esperar y sentirse maravillado, medio hechizado por el torrente de ideas y pensamientos que se escapaban fuera de los límites de su comprensión normal.
A poco, Hilvar, más bien pálido y bajo una inmensa tensión interior, rompió aquel contacto mental y se volvió hacia Alvin.
— Alvin — le dijo con voz cansada —. Aquí hay algo muy extraño. No acabo de comprenderlo del todo.
Aquellas palabras devolvieron un poco de confianza a la capacidad mental de Alvin y su rostro mostró una sonrisa de simpatía hacia su camarada de aventuras.
— No puedo descubrir bien qué es Vanamonde… continuó —. Es una criatura que posee un tremendo conocimiento; pero da la impresión de poseer una pequeña inteligencia. Por supuesto — añadió— su mente puede ser de un orden tan diferente que no podamos comprenderla muy bien y con todo, de alguna forma, no creo que esta sea la explicación correcta de los hechos.
— Bien ¿y qué es lo que has aprendido? — preguntó Alvin con cierta impaciencia —. ¿Sabe algo respecto a los Siete Soles?
La mente de Hilvar daba la impresión de hallarse todavía muy alejada de allí.
— Fueron construidos por muchas razas, incluida la nuestra — dijo como ausente —. He podido sacar eso en consecuencia; pero no parece comprender su significación. Creo que es la consciencia del Pasado sin tener la capacidad para interpretarlo. Todo lo que ha ocurrido, parece bullir conjuntamente en su mente como algo caótico y sin ordenación comprensible.
Se detuvo pensativamente por unos instantes y después su rostro se iluminó.
— Hay sólo una cosa que debemos hacer, de una u otra forma, y es llevarle a la Tierra para que nuestros filósofos puedan estudiarlo.
— ¿Sería eso una medida razonable y segura? — preguntó Alvin.
— Sí. Vanamonde es una criatura amistosa. Más que eso, de hecho, parece incluso afectiva.
Y súbitamente, el pensamiento que durante todos aquellos momentos había estado rondando por el borde de la consciencia de Alvin, se hizo claro como la luz del día. Recordó a Krif y a todos los animales que escapaban continuamente para molestia o alarma de los amigos de Hilvar. Y recordó —¡qué lejos le parecía aquello! — el propósito zoológico que se escondía detrás de su expedición a Shalmirane.
Hilvar había encontrado otro animal doméstico.