124201.fb2 La ciudad y las estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 25

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La causa de la luz nacarada característica del Sol Central, resultaba entonces claramente visible. La gran estrella se hallaba envuelta por una cobertura de gas que suavizaba su radiación proporcionándole tan peculiar coloración. La nebulosa envolvente podía ser vista indirectamente, retorcida en extrañas formas que escapaban a la simple visión del ojo humano. Pero allí estaba, y cuanto más se la miraba, más grande parecía ser.

— Bien, Alvin — dijo Hilvar— tenemos ahora muchos mundos para elegir. ¿O es que esperas explorarlos todos?

— Será mucha suerte el no tener que hacerlo — admitió Alvin —. Si podemos hacer algún contacto en cualquier parte, creo que podremos obtener la información que necesitamos. La cosa más lógica sería dirigirse al planeta más grande del Sol Central.

— Sí, a condición de que no sea demasiado grande. Algunos planetas, según tengo entendido, que son tan enormes que la vida humana no podría sostenerse en ellos; un hombre sería aplastado bajo su propio peso gravitatorio.

— Dudo que esta circunstancia pueda darse aquí, puesto que tengo la seguridad de que este sistema es totalmente artificial. En cualquier caso, estaremos en condiciones de apreciar desde el espacio si existen ciudades o edificaciones de algún tipo.

Hilvar señaló al robot.

— Creo que el problema se nos resolverá solo. No olvides que nuestro guía ha estado ya antes aquí. Nos está llevando a su hogar y francamente, me gustaría saber qué está pensando en este momento.

Aquello era algo que también le habría gustado saber a Alvin. Pero… ¿resultaba cuerdo, y no sería un completo absurdo imaginar que el robot sintiese algo que tuviese parecido con las emociones humanas ahora que estaba de vuelta al viejo hogar del Maestro, tras tantos eones de tiempo pasado?

En todos sus tratos con él, el robot no había mostrado el menor signo de sentimientos ni de emoción alguna. Había contestado a sus preguntas y obedecido sus órdenes, pero su personalidad real había resultado absolutamente inaccesible. De que tenía una personalidad definida, Alvin estaba más que seguro.

Ahora estaría, sin duda, trazando de nuevo sus recuerdos inmemoriales hacia atrás en su origen. Casi perdido en el resplandor del Sol Central, apareció una pálida chispa de luz y a su alrededor, los leves puntos luminosos de otros tantos pequeños mundos. Aquella enorme jornada llegaba a su fin; dentro de bien poco, sabrían los dos cosmonautas si había sido en vano.

CAPÍTULO XX

El planeta al que estaban aproximándose, se hallaba ahora a sólo unos cuantos millones de millas de distancia, y aparecía como una bella esfera de luz multicolor. No debería existir sombra alguna en su superficie esférica, ya que girando bajo el Sol central las otras estrellas le proporcionarían su luz una tras otra, en su paso por la órbita correspondiente. Alvin comprendió en aquel instante el significado de las palabras del Maestro: «Es maravilloso contemplar las sombras multicolores de los planetas de la luz eterna».

A poco, se hallaron tan cerca, que pudieron apreciar continentes y océanos y un leve resplandor de atmósfera. A pesar de todo, había algo de desconcertante respecto a sus características visibles y enseguida comprobaron que las divisiones entre las tierras y los mares, eran curiosamente regulares. Los continentes de aquel planeta no eran los que la Naturaleza había dejado; pero ¡qué tarea tan pequeña tuvo que haber sido la de conformar aquel mundo para aquellos que construyeron sus soles!

— ¡Eso no son océanos, en absoluto! — exclamó Hilvar de repente —. ¡Mira… puedo ver señales artificiales en ellos!

Hasta que el planeta estuvo mucho más próximo, Alvin no pudo ver claramente qué es lo que había querido decir su amigo. Entonces comprobó unas leves bandas y líneas a lo largo de los bordes continentales, bien hacia el interior y que él había tomado por los límites del mar. Aquella visión le llenó de una súbita duda, porque conocía demasiado bien el significado de aquellas líneas. Ya las había visto una vez en el desierto que se extendía al exterior de Diaspar, y le dijeron que el viaje había sido en vano.

— Este planeta está tan seco como la Tierra — dijo sombríamente —. El agua ha desaparecido… esas marcas son los lechos salados de donde se han evaporado los mares.

— Nunca debieron permitir que eso ocurriera — replicó Hilvar —. Creo que después de todo llegamos demasiado tarde.

Su decepción fue tan amarga que Alvin no quiso ni seguir hablando, limitándose a mirar fijamente aquel gran mundo que tenía ante sus ojos. Con una impresionante lentitud, el planeta giraba bajo la astronave, y su superficie fue levantándose majestuosamente para encontrarse con ellos. Entonces, los dos cosmonautas pudieron apreciar edificios; unas diminutas incrustaciones blancas por todas partes, excepto en los lechos de los océanos.

Una vez aquel mundo había sido el centro del Universo. Ahora permanecía en la quietud y el silencio, vacío de aire y sobre el suelo no se apreciaba nada que pudiera sugerir la presencia de la vida. Y con todo, la nave continuaba deslizándose con un obstinado propósito sobre aquel mar helado de piedra… un mar que aquí y allá debió haberse reunido en grandes olas que desafiaron al cielo.

El navío estelar llegó a un punto de reposo, como si el robot hubiese seguido las trazas de sus recuerdos, desde su exacto origen. Bajo ellos, aparecía una columna de piedra blanca como la nieve, surgiendo del centro de un inmenso anfiteatro de mármol. Alvin esperó durante un buen rato; después, mientras la máquina había quedado inmóvil, la dirigió a un punto de aterrizaje al pie del inmenso pilar.

Incluso hasta aquel momento, Alvin había jugado con la esperanza de hallar alguna vida en aquel planeta. La esperanza se desvaneció al instante, al abandonar la cámara de compresión. Nunca antes en su vida, incluso en la desolación de Shalmirane, se había hallado ante un silencio tan profundo y absoluto. En la Tierra siempre existía el murmullo de voces, el producido por las criaturas vivientes o el suspiro del viento. Allí no existía nada de aquello, ni probablemente volvería a existir.

— ¿Por qué nos has traído a este lugar? — preguntó Alvin. Sintió un ligero interés en la respuesta, interés que se desvaneció antes de que llegase a su mente.

— El Maestro salió de aquí —repuso el robot.

— He pensado que esto sería toda una explicación — dijo Hilvar —. ¿No ves la ironía que hay en todo esto? Salió volando de este mundo en desgracia… ¡y fíjate el mausoleo que construyeron para él!

La gran columna de piedra tendría quizá cien veces la altura de un hombre, y estaba dispuesta en un círculo de metal, ligeramente levantada sobre el nivel del suelo, en aquella inmensa planicie. No tenía ningún ornamento especial, ni ostentaba inscripción alguna. ¿Por cuántos millones de años, pensó Alvin, se habrían reunido allí sus discípulos para honrarle? ¿Habrían sabido de alguna forma que murió en el exilio en la lejana Tierra?

Entonces, la cosa tenía poca importancia. El Maestro y sus discípulos se hallaban enterrados y en el más completo olvido.

— Vamos afuera — dijo Hilvar, tratando de impulsar a Alvin a salir de aquel estado depresivo de ánimo —. Hemos viajado casi la mitad del universo para ver este lugar. Al menos podremos hacer el pequeño esfuerzo de salir fuera de la nave, ¿no te parece?

A despecho de sí mismo, Alvin sonrió y siguió a Hilvar a través de la cámara reguladora de presión. Una vez fuera, sus fuerzas parecieron revivir un poco. Aunque aquel mundo estaba muerto, contenía muchas cosas de interés, cosas que podrían ayudarles a resolver alguno de los misterios del pasado.

El aire era rancio; pero respirable. A pesar de tantos soles en el cielo, la temperatura era baja. Sólo el blanco disco del Sol Central proveía de calor, dando la impresión de haber perdido mucha de su fuerza en su pasaje a través de la nebulosa que envolvía a la estrella. Los otros soles ponían su nota de color pero sin calor alguno.

Les llevó algunos minutos el hallarse seguros de que el obelisco no les diría nada. Aquel durísimo material de que estaba hecho, mostraba algunos signos definidos del paso del tiempo; sus bordes aparecían redondeados y el metal sobre el cual se erguía, había sido corroído por los pies de las generaciones de discípulos y visitantes. Resultaba extraño pensar que ellos pudieran ser los últimos, entre miles de millones de seres humanos, los que visitaran aquel lugar.

Hilvar estaba a punto de sugerir la vuelta a la nave estelar y volar hacia los edificios de los alrededores, cuando Alvin advirtió una raja larga y estrecha en el piso de mármol del anfiteatro. Caminaron a pie una considerable distancia, mientras que la hendidura se ensanchaba a medida que caminaban hasta llegar el momento en que era demasiado amplia para que un hombre la retuviera entre las piernas. Momentos más tarde, llegaron a su origen. La superficie de la planicie había sido aplastada y dividida en una enorme depresión hueca de poco calado, en más de una milla de largura. No hacía falta mucha inteligencia ni imaginación para rehacer su causa. Edades antes — aunque ciertamente mucho después de que aquel mundo hubiera quedado desierto— una forma inmensa y cilíndrica había permanecido allí y después surgido una vez más hacia el espacio abandonado el planeta y sus recuerdos.

¿Quiénes habrían sido? ¿De dónde llegaron? Alvin sólo pudo mirar y hacer especulaciones. Nunca podría saber si aquellos visitantes estuvieron allí hacía mil o un millón de años.

Caminaron en silencio hacia la nave, ahora como algo diminuto en comparación con el monstruo que había yacido enterrado en aquella inmensa grieta del suelo y salieron volando lentamente a través de la planicie hasta que llegaron al más impresionante de los edificios que la flanqueaba. Al tomar tierra frente a la ornamentada entrada principal, Hilvar resaltó algo que Alvin no había advertido hasta entonces.

— Ese edificio no parece ofrecer seguridad. Mira todas esas piedras caídas allí… es un milagro que aún se mantenga en pie. De haber algunas tormentas en este planeta, estarían ya reducidas a polvo hace mucho tiempo. No creo que sea muy prudente que nos aventuremos en el interior ninguno de los dos.

— No voy a ir, enviaré al robot, él puede hacerlo con mucha más velocidad que nosotros y no le causará mucho trastorno aunque le caiga encima todo el techo.

Hilvar aprobó la medida de precaución de su amigo; pero insistió en algo que Alvin había pasado por desapercibido. Antes de que el robot saliese de reconocimiento al lugar indicado, Alvin hizo que pasara un juego de instrucciones casi iguales a las del inteligente cerebro electrónico de la nave, para que ocurriese lo que ocurriese, pudiesen volver a la Tierra sin el piloto, cuando menos.

Les llevó poco tiempo a ambos el convencerse de que aquel mundo tenía muy poco que ofrecerles. Juntos observaron millas de corredores vacíos, alfombrados con una gruesa capa de polvo y pasajes incontables que desfilaban por la pantalla conforme el robot exploraba sus desiertos laberintos. Todos aquellos edificios diseñados por seres inteligentes, fueran cuales fueran la forma de sus cuerpos, parecían cumplir con ciertas leyes básicas y tras un buen rato incluso las formas más fantásticas y extrañas de arquitectura fallaban en evocar ninguna sorpresa, si bien la mente se hacía a fuerza de tanta repetición, propensa a caer en una especie de hipnotismo, incapaz ya de absorber más impresiones. Según parecía, aquellas edificaciones habían sido puramente residenciales y los seres que las habían habitado, habrían tenido aproximadamente el tamaño de los seres humanos. Muy bien pudieron haber sido hombres, aunque era cierto que existía una sorprendente cantidad de habitaciones y habitáculos más apropiados para criaturas dotadas con la facultad de volar, si bien no sugerían que sus constructores hubieran tenido que ser criaturas dotadas con alas. Podrían haber utilizado dispositivos antigravitatorios personales que alguna vez fuesen de uso común; pero de los cuales ya no quedaba ni rastro en Diaspar.

— Alvin — dijo Hilvar al fin —. Podríamos gastar un millón de años en explorar todos esos edificios. Es obvio que no han sido meramente abandonados… han sido cuidadosamente despojados de cuanto contenían de valor. Creo que estamos perdiendo nuestro tiempo.

— Bien, ¿y qué sugieres ahora?

— Creo que deberíamos echar un vistazo por dos o tres zonas de este planeta a ver si vemos lo mismo… como espero que así suceda. Después, podremos efectuar una rápida inspección por otros planetas y aterrizar sólo si tienen algún aspecto fundamentalmente distinto o si advertimos algo fuera de lo corriente. Eso es todo lo que podemos esperar, a menos que nos quedemos aquí por el resto de nuestras vidas.

Aquello era una verdad aplastante; ellos intentaban conectar con alguna inteligencia viva y no llevar a cabo una exploración arqueológica. Lo primero era cuestión de días, si es que podía conseguirse de alguna manera. La segunda tarea habría llevado siglos de trabajo con un ejército de hombres y de robots.

Abandonaron el planeta dos horas más tarde, sintiéndose contentos de alejarse. Aun habiendo tenido alguna vida, Alvin decidió que aquel mundo con edificaciones sin fin, le hubiera resultado deprimente. No existían signos de Parques y de espacios abiertos donde pudiese haber habido vegetación alguna. Tuvo que haber sido un mundo estéril, resultando difícil imaginar la psicología de los seres que una vez lo habitaron. Si el próximo planeta a visitar, era igual que aquél, probablemente abandonarían toda exploración.

Pero no fue así; un contraste más grande hubiera sido imposible imaginar. El otro planeta más próximo al Sol, ya parecía más cálido visto desde el espacio. Se hallaba parcialmente cubierto con nubes bajas, indicando una gran cantidad de agua y de humedad, aunque no existían signos de océanos o mares a la vista. Tampoco advirtieron signos de inteligencia, dieron una vuelta a todo el planeta por dos veces, sin poder observar la presencia de ningún artefacto. La totalidad de aquel orbe, desde los polos al ecuador, estaba arropado con una manta de un verde virulento.

— Creo que debemos tener aquí mucho cuidado — dijo Hilvar —. Este mundo está vivo… y no me gusta nada el color de esa vegetación. Creo que será mejor permanecer en la nave y no abrir la cámara reguladora por ningún pretexto.

— ¿Ni siquiera enviar fuera al robot?

— Ni eso. Has olvidado que pueden existir enfermedades inimaginables en esa fantástica vida que ahí florece y estamos a mucha distancia de la Tierra, con muchos peligros a la vista que no podemos entrever. Creo que este mundo está gobernado por la locura. Alguna vez tuvo que haber comenzado por ser un gran jardín o un Parque; pero al ser abandonado, la Naturaleza volvió por todos sus fueros. No ha podido nunca estar así cuando estuvo habitado.

Alvin estuvo por completo de acuerdo con Hilvar. Algo había allí de maligno, de hostil y de temible contra todo lo que significaba el orden y la regularidad sobre los cuales estaban basados Lys y Diaspar. Lo que se observaba allá abajo era una espantosa anarquía, en sentido biológico. Sin duda, se libraba una batalla sin término desde hacía mil millones de años, y sin duda habría de tenerse la cualidad nata de un guerrero para sobrevivir en aquel mundo repelente.

Se aproximaron con precaución a una gran llanura, tan uniforme en su vastedad que planteaba un verdadero problema. La planicie estaba bordeada por terrenos más altos completamente cubiertos de árboles cuya altura era imposible imaginar, y estaban tan espesos y tan entremezclados con la espesa vegetación y los matorrales que sus troncos deberían estar virtualmente enterrados. Se advertía la incontable presencia de criaturas voladoras, revoloteando sobre las ramas más altas de la espesura, aunque se movían tan rápidamente que resultaba imposible decir si eran animales o insectos o ni una cosa ni otra.

De tanto en tanto, un bosque gigante se las había arreglado para sobresalir unos pies por encima de sus combatientes vecinos, que con seguridad habrían formado alguna especial alianza hasta destrozar la ventaja que hubieran conseguido alcanzar. A despecho de ser una guerra silenciosa, llevada a cabo tan lentamente que la vista no pudiera detectarla, la impresión de un conflicto implacable e inmisericorde resultaba sobrecogedora.

La llanura, por comparación, aparecía plácida y sin nada que llamase la atención. Era completamente plana y con variaciones de unas cuantas pulgadas se extendía hasta el horizonte, pareciendo hallarse recubierta con una hierba pinchosa. Aunque descendieron hasta unos cincuenta pies sobre la llanura, no vieron signo alguno de vida animal, cosa que Hilvar encontró sorprendente en cierta forma. Tal vez, decidió, habría sido asustada por su aproximación.

Se mantuvieron flotando por sobre la llanura, mientras que Alvin intentaba convencer a Hilvar de que sería seguro el abrir la cámara de compensación e Hilvar a su vez; le explicaba pacientemente conceptos tales como las bacterias, los hongos, virus y microbios, ideas que Alvin encontró difíciles de asimilar y más difícil todavía de aplicarlas a él mismo. La discusión había ido en aumento durante varios minutos antes de que se diesen cuenta de un hecho peculiar. La pantalla visora, que un momento antes mostraba el bosque que yacía frente a ellos, sé había vuelto completamente blanca.