124201.fb2 La ciudad y las estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 15

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El sol ya estaba alto en el cielo, cuando abandonaron el bosque y se hallaron frente a las montañas de Lys. Ante ellos, el suelo se elevaba abruptamente hacia el cielo en oleadas de desnudas rocas. Allí cerca, el río llegaba a su final en una forma espectacular, al abrirse el suelo y tragárselo literalmente, desapareciendo de la vista. Alvin se preguntó a dónde iría a parar y cuál sería su curso ulterior, y a través de que camino subterráneo viajaría antes de surgir de nuevo a la luz del día. Tal vez existían aún los perdidos Océanos de la Tierra, lejos, muy lejos en la oscuridad eterna y aquel río tan antiguo como el mundo todavía sintiese la llamada misteriosa del mar.

Por un momento, Hilvar se quedó mirando al remolino final del río y la tierra quebrada existente más allá. Después, apuntó hacia un lugar en las colinas.

— Shalmirane está en aquella dirección — dijo confiadamente. Alvin no le preguntó cómo lo sabía y asumió que la mente de su amigo ya habría realizado algún contacto con algún amigo a muchas millas de distancia y que la información precisa ya estaba en su poder.

No le llevó mucho el alcanzar el paso que parecía más a propósito para la ascensión a las montañas y cuando llegaron a la cima, se enfrentaron con una curiosa altiplanicie con suaves laderas a los lados. Alvin ya había dejado de experimentar la fatiga del camino ni tampoco sentía temor alguno… sólo una febril impaciencia por la proximidad y el encanto de la aventura buscada. No tenía la menor idea de qué sería lo que pudiese descubrir. Pero si tenía el cierto presentimiento de que descubriría algo.

Al aproximarse a la cima, la naturaleza del terreno se alteró bruscamente. Las laderas más bajas, consistían en piedra de tipo poroso y volcánico, apiladas aquí y allá en formaciones caprichosas y de grandes volúmenes. Pero entonces, la superficie se convirtió en algo duro, suave traicionero y conformada por largas capas de aquella roca especial, como si alguna vez, las piedras hubiesen discurrido por allí en ríos de lava fundida montaña abajo.

El borde de la altiplanicie estaba ya bajo sus pies. Hilvar llegó primero y segundos más tarde se le unió Alvin, jadeando y sin poder pronunciar una palabra. Sé encontraban sobre el mismo filo, no de la meseta que habían esperado, sino de un gigantesco embudo de media milla de profundidad y de tres de diámetro. Frente a ellos, el terreno se hundía bruscamente hacia abajo, revelando poco a poco la conformación de la ladera que conducía al fondo del valle existente en lo más hondo del embudo y volviendo a subir de nuevo en idéntica forma en el lado opuesto del borde, donde se hallaban. La parte más baja de aquella olla gigantesca, aparecía ocupada por un lago circular cuya superficie temblaba constantemente como si estuviese agitada por olas incesantes.

Aunque estaba expuesto a la completa luz solar la totalidad de aquella gran depresión tenía un aspecto de negro de ébano. Ninguno de los dos amigos pudieron imaginar de qué clase de materia estaba compuesto aquel cráter; pero era negro como las rocas de un mundo que jamás hubiera conocido la luz de un sol. Ni tampoco era aquello, ya que extendiéndose a sus pies y alrededor de la totalidad del cráter aparecía una banda inconsútil de metal de varios cientos de pies de anchura, patinada por una edad inconmensurable aunque aun mostrándose brillante y sin la menor huella ni signo de corrosión.

Mientras que sus ojos se fueron acostumbrando a aquélla escena extraterrestre, Alvin y su compañero apreciaron que la negrura de aquel embudo no era absolutamente completa como les pareció a primera vista. Aquí y allá de forma tan fugaz que apenas si podían ser observadas directamente, unas tenues explosiones de luz, hacían surgir destellos de aquellas paredes de ébano. Surgían al azar, desvaneciéndose tan pronto como surgían, como los reflejos de las estrellas en un mar alterado.

— ¡Eso es maravilloso! — exclamó Alvin —. Pero ¿qué es?

—Parece como si fuese un reflector de alguna especie.

— ¡Pero tan negro!

Sólo para nuestros ojos, recuérdalo. No sabemos qué tipo de radiaciones utilizaron ellos.

— Pero seguramente que tiene que haber algo más que eso… ¿Dónde está la fortaleza?

Hilvar apuntó hacia el lago.

— Mira con cuidado — advirtió a Alvin.

Alvin se quedó fijamente mirando a la ondulante superficie del lago, intentando penetrar en los secretos de sus profundidades. Al principio apenas si pudo ver nada; después, en las aguas menos profundas próximas al borde, descubrió una ligera disposición reticular de luz y sombras. Estuvo finalmente en condiciones de rastrear el dispositivo aparente hacia el centro del lago, hasta que las aguas más profundas ocultaban ya ulteriores detalles.

Aquel oscuro lago se había engullido la fortaleza. Allá abajo se hallaban las ruinas de lo que una vez fueron poderosos e imponentes edificios, aniquilados por el tiempo. Así y todo, no toda la gigantesca y poderosa construcción estaba sumergida, ya que al extremo lejano del cráter, Alvin pudo descubrir enormes pilas de rocas y piedras mezcladas en caótica confusión y grandes bloques que en tiempos pretéritos tuvieron que haber formado parte de sus murallas. Las aguas lamían rumorosamente aquellas impresionantes ruinas, sin que aún hubiesen podido completar su victoria sobre tan fantásticas construcciones hechas por la mano del Hombre.

— Iremos alrededor del lago dispuso Hilvar, hablando en voz baja, como si la majestad de aquella desolación pusiera una nota de espanto en su espíritu —. Quizá podamos encontrar algo entre esas terribles ruinas.

Durante los primeros centenares de pies, las paredes del cráter eran tan profundas y suaves que apenas si les permitían mantenerse en pie; pero tras un buen rato de ir deslizándose medio agachados y sosteniéndose firmemente en el suelo, llegaron a donde la ladera se hacía menos brusca y pudieron caminar más fácilmente. Cerca del borde del lago, la suave superficie de ébano aparecía escondida por una fina capa de tierra sucia que sin duda debió llevar hasta allí el constante soplar de los vientos procedentes de Lys a través de las edades.

A un cuarto de milla de distancia, bloques titánicos de piedra, aparecían apilados uno sobre otro, como los juguetes rotos de algún niño hijo de un gigante. En una parte, toda una sección maciza de la muralla era aún reconocible, más allá, dos obeliscos grabados con misteriosos signos, marcaban, lo que una vez tuvo que haber sido una imponente entrada al recinto amurallado. Por todas partes crecían el musgo y plantas trepadoras y algunos raquíticos y maltrechos árboles. Incluso el viento parecía haberse alejado de aquel lugar de completa desolación.

Y de aquella forma, Hilvar y Alvin se fueron aproximando a las ruinas de Shalmirane. Contra aquellas murallas y contra las energías y el poder que habían albergado, unas fuerzas que hicieron saltar al mundo en pedazos reduciéndolo a polvo habían tronado y lanzado su fuego infernal y habían sido totalmente derrotadas. Alguna vez en el pasado, aquel cielo entonces en calma, habría ardido con fuegos sacados del corazón de los soles y las montañas de Lys tendrían que haberse conmovido hasta sus entrañas por la poderosa fuerza y la furia de sus amos.

Nadie pudo capturar a Shalmirane. Pero ahora, aquella fabulosa fortaleza, la inexpugnable fortaleza de la epopeya, había caído al fin… capturada y prisionera, abatida y destrozada por los pacientes tentáculos de la hiedra, por las incontables generaciones de gusanos e insectos trabajando ciegamente con su instinto y las agitadas aguas del lago.

Sobrecogidos por aquella imponente majestad, Alvin e Hilvar marcharon en silencio hacia aquella catástrofe colosal. Pasaron por el interior de la sombra de una muralla rota y entraron en un pasadizo en forma de cañón donde aquellas montañas de piedra se habían desgarrado de arriba abajo. Ante ellos, yacía el lago y enseguida estuvieron a su mismo borde, con el agua rumorosa lamiéndoles los pies. Diminutas olas, de unas cuantas pulgadas de altura, se rompían en cadena sin fin contra la estrecha orilla.

Hilvar fue el primero en hablar, y su voz sonó como tocada de incertidumbre, lo que hizo que Alvin le mirase en el acto en una súbita sorpresa.

— Hay algo aquí que no logro comprender dijo. No hay aire, por tanto… ¿qué es lo que causa ese rizar constante del agua? El agua debería hallarse perfectamente en calma.

Antes de que Alvin pudiera pensar algo y responder, Hilvar se amagó, volvió la cabeza de lado y hundió la oreja derecha en el agua. Alvin trató de imaginar qué sería lo que esperaba descubrir su amigo en aquella ridícula postura; después comprobó que estaba escuchando algo. Con cierta repugnancia — ya que aquellas aguas oscuras no invitaban a hacerlo siguió el ejemplo de Hilvar.

El primer contacto frío sólo le sorprendió por un instante y cuando pasó, pudo distinguir claramente, leve pero con claridad, un firme y rítmico palpitar. Era como si estuviese escuchando desde las profundidades del lago, el latido pulsátil de un gran corazón.

Se sacudieron el agua de los cabellos y se quedaron mirándose el uno al otro con la mayor perplejidad. Ninguno de los dos quería decir lo que estaba sintiendo: que el lago estaba vivo.

— Creo que sería lo mejor — dijo entonces Hilvar— si buscamos entre esas ruinas y nos alejamos del lago.

— ¿Crees que habrá algo en esas profundidades? — preguntó Alvin señalando hacia las enigmáticas rizaduras de la superficie, que continuaban rompiéndose suavemente; constantemente contra sus pies —. ¿Supones que podría ser algo peligroso?

— Nada que posea una mente puede ser peligroso — replicó Hilvar. (¿Sería aquello verdad? — pensó Alvin —. ¿Qué había ocurrido con los invasores?) No puedo detectar pensamientos de ninguna clase aquí aunque no creo que estemos solos. Es algo muy extraño.

Y entonces caminaron despacio de vuelta a las ruinas de la fortaleza, llevando cada uno en la mente, aquel sonido firme y misterioso del rítmico palpitar de las profundidades del lago. Le pareció a Alvin que un misterio se superponía a otro y que todos los esfuerzos que realizase, nunca le conducirían al descubrimiento de la verdad que anhelaba conocer.

No parecía que aquellas ruinas pudiesen enseñarles alguna cosa. Sin embargo, continuaron buscando cuidadosamente entre la pila de cascotes, y enormes trozos de roca. Allí, tal vez, estuviera la tumba de las enterradas máquinas… la maquinaria que tuvo que haber ayudado — a construir todo aquello en tiempos remotísimos. Estarían inútiles por entonces, pensó Alvin, y lo serían desde luego si los Invasores volvían de nuevo. ¿Por qué no habían vuelto más? Pero aquel era todavía otro misterio: ya que tenía bastantes enigmas con qué enfrentarse, no era preciso enfrascarse en la meditación de otro más.

A pocas yardas de distancia del lago, encontraron un pequeño claro del terreno entre los cascotes y las ruinas. Daba el aspecto de haber estado recubierto de matorrales; pero entonces se les apareció ennegrecido y chamuscado por un tremendo calor, de tal forma, que fueron sorteando el terreno con cuidado entre las cenizas al aproximarse, manchándose las piernas con tiznes de carbón. En el centro de aquel claro, aparecía erguido un trípode de metal, firmemente anclado en el suelo, soportando un anillo circular, inclinado sobre su eje de tal forma que apuntaba hacia un lugar a medio camino del cielo. A primera vista, aquel anillo no parecía contener nada; pero al mirar Alvin con más cuidado observó que estaba ocupado en su totalidad con un leve resplandor que hacía daño a la vista con alguna radiación extraña seguramente procedente del límite del espectro visible de la luz. Era el resplandor de alguna gran energía, sin duda alguna, y tampoco dudó que aquel aparato misterioso fuese el autor de la explosión que les había llamado como un señuelo hacia Shalmirane.

No se aventuraron más cerca, sino que prefirieron mirar fijamente la extraña máquina desde una distancia que consideraron segura. Se hallaban ya sobre la pista segura, pensó Alvin; ahora todo lo que quedaba por hacer era descubrir quién — qué cosa— había dispuesto aquel aparato allí, y cuáles podían ser sus propósitos y finalidad. Aquel anillo inclinado… era cosa clara que apuntaba hacia el Espacio. ¿Habría sido el resplandor que observaron alguna especie de señal? Aquella era una idea que suponía una serie de implicaciones como para perder el aliento.

— Alvin dijo Hilvar de repente, con un tono de urgencia en la voz —. Tenemos visitantes.

Alvin dio la vuelta sobre sus talones inmediatamente y se encontró de pronto mirando fijamente a un triángulo con unos ojos sin párpados. Aquella era, cuando menos la primera impresión, después, tras aquellos ojos fijos, vio la silueta de una pequeña pero compleja máquina. Aparecía suspendida del aire a pocos pies sobre el suelo y su aspecto era el de una especie de robot que jamás hubiera visto en toda su vida anterior.

Una vez se hubo disipado la sorpresa inicial, se sintió completamente dueño de la situación. Toda su vida había estado acostumbrado a dar órdenes a las máquinas robóticas y el hecho de que aquélla no le fuese familiar, no tenía importancia. En realidad apenas si había podido ver un pequeño porcentaje de todos los robots que proveían sus necesidades diarias allá en Diaspar.

— ¿Puedes hablar? — preguntó. Silencio.

— ¿Hay alguien que te controle?

El silencio continuó por parte de la máquina.

— Vete. Ven aquí. Levántate. Cae.

Ninguno de aquellos pensamientos convencionales en forma de órdenes mentales produjeron ningún efecto. La máquina continuaba despectivamente inactiva. Aquello sugirió a Alvin dos posibilidades. O era demasiado inteligente para comprenderle… o siendo ciertamente inteligente, disponía de su propio poder de elección y volición para sus actos. En cualquier caso, estaba siendo tratado como a un igual. Incluso aunque pudiera subestimarlo, no podría sentir ningún resentimiento, ya que la arrogancia no era un vicio que sufrieran nunca los robots.

Hilvar no pudo evitar la risa ante el desconcierto sufrido por Alvin, tan evidente. Estaba a punto de sugerirle que debería abandonar aquel empeño de comunicarse con la extraña máquina, cuando las palabras murieron en sus labios. La calma de Shalmirane fue sacudida repentinamente por un espantoso e inequívoco ruido… el gorgoteante chasquido de un cuerpo enorme que emergiese del agua del lago.

Fue la segunda vez, desde que salió de Diaspar, en que Alvin deseó con todas sus fuerzas haberse encontrado plácidamente en su hogar. Entonces recordó que aquella no era la forma apropiada para ir en busca de aventuras y comenzó entonces a aproximarse lentamente al lago.

La criatura que estaba emergiendo de las oscuras; aguas, parecía la parodia de un monstruo, hecha de materia viva, y del robot que seguía manteniéndoles como objeto de silencioso escrutinio. No podía ser una coincidencia la misma disposición equilateral de los ojos, incluso el dispositivo de sus tentáculos y de sus cortos y pequeños miembros juntos, habían sido en ella rudamente reproducidos, de una forma tosca y primitiva. Más allá de aquel parecido cesaba toda coincidencia. El robot carecía — lo que obviamente no necesitaba— de las delicadas orlas de palpos casi suaves como hechas de plumas, que batían el agua con rítmica firmeza, de las múltiples patas macizas con que la bestia se aproximaba a la orilla ni de los orificios de ventilación, si tal cosa podía llamarse a aquello, y con los cuales parecía respirar profundamente el aire sutil del entorno.

La mayor parte de aquella monstruosa criatura, permanecía dentro del agua, sólo los primeros diez pies de su envergadura, asomaban en lo que resultaba claramente para ella un extraño elemento. El cuerpo de la bestia debería tener unos cincuenta pies de largo y cualquiera, incluso sin tener nociones de biología, hubiera podido comprobar que en ella radicaba algo fuera de lo normal. Tenía como un aspecto de improvisación y falta de diseño, como si sus componentes hubiesen sido fabricados sin mucho cuidado y arrojados en masa, para utilizarla cuando Surgiese la necesidad.

A despecho de su tamaño y de sus dudas iniciales, ni Alvin ni Hilvar sintieron la menor nerviosidad una vez que hubieron mirado bien al habitante del fondo del lago. En aquella extraña criatura radicaba también una especie de torpeza, que hacía casi imposible el mirarla como a una seria amenaza, incluso suponiendo como parecía lógico, que pudiera ser peligrosa. La raza humana se había sobrepuesto desde hacía siglos al terror infantil de lo puramente extraterrestre en apariencia. Aquel era un temor que había dejado de sobrevivir tras el primer contacto con razas amistosas de otros mundos.

— Déjame tratar con esa bestia — advirtió Hilvar —. Estoy acostumbrado a tratar con los animales.

— Pero eso no es un animal — murmuró Alvin como respuesta —. Estoy seguro de que es una criatura inteligente y que posee un robot.