124201.fb2 La ciudad y las estrellas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 14

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Como en una súbita inspiración, apuntó a la invisible cúpula que les protegía de la noche.

— Explícame de qué forma ese techo que tenemos por encima es creado por esa caja que tienes en el suelo y entonces yo podría explicarte cómo funcionan los Circuitos de la Eternidad.

Hilvar se sonrió de buena gana.

— Sí, supongo que es una buena comparación. Tendrías que preguntar eso a uno de nuestros expertos en la teoría de los campos, si quieres saberlo. Desde luego, ciertamente, no soy yo quien pueda decírtelo.

Aquella respuesta hizo que Alvin se quedase pensativo. Según aquello, aún quedaban en Lys quien comprendía cómo funcionaban sus máquinas, lo que suponía mucho más de lo existente en Diaspar.

Y así siguieron hablando y discutiendo hasta que Hilvar le dijo:

— Estoy cansado, Alvin. ¿Qué te parece… si nos vamos a dormir?

Alvin se frotó sus miembros fatigados todavía.

— Pues sí que me gustaría — contestó— pero no estoy seguro de que pueda. Es algo todavía difícil para mí él acostumbrarme a la idea de dormir.

— Es algo más y mejor que una costumbre — le dijo Hilvar —. Me han dicho hombres sabios que una vez constituyó una verdadera necesidad para todos los seres humanos. Nosotros todavía gustamos de dormir al menos una vez al día, aunque sólo sean unas cuantas horas. Durante este tiempo, el cuerpo se refresca y también la mente. ¿Es que en Diaspar no duerme nadie?

— Sólo en muy raras ocasiones. Jeserac, mi tutor, ha dormido una o dos veces en su vida, tras haber hecho algún esfuerzo mental de tipo excepcional. Un cuerpo perfectamente construido no tendría necesidad de tales períodos de reposo; esto es algo que ya conocemos desde hace millones de años.

Aunque pronunciaba aquellas palabras con cierto orgullo de ser superior, sus acciones estaban traicionándole. Sintió una laxitud que jamás había experimentado antes; algo dulce y agradable que se extendía de la cabeza a los pies, como fluyendo por todo su cuerpo. No había nada de desagradable en tal sensación… más bien lo contrario. Hilvar le estaba observando con una sonrisa divertida. Y Alvin supuso si su compañero no estaría ejerciendo sobre él sus misteriosos poderes mentales. De ser así, no tuvo ninguna objeción que hacer.

La luz que se esparcía procedente de la cúpula se redujo a un leve resplandor, aunque el calor radiante continuaba incambiado. Al llegar a su mínimo resplandor, la mente adormecida de Alvin registró un curioso hecho, que no pudo inquirir hasta la mañana siguiente:

Hilvar se desnudó de sus ropas, y por primera vez Alvin comprobó en qué medida se habían diferenciado y divergido los seres humanos. Algunas de tales variaciones eran simplemente de énfasis o proporción; pero otros, tales como los órganos genitales externos y la presencia de dientes, unas y pelo en el cuerpo, resultaban más fundamentales. Lo que más le sumió en la perplejidad, sin embargo, fue el hoyito que Hilvar tenía poco más abajo del estómago.

Cuando, algunos días más tarde, recordó súbitamente la cuestión le llevó mucho rato la explicación adecuada. Cuando Hilvar le explicó convenientemente y con claridad lo que significaba el ombligo, ya había tenido que hacer media docena de diagramas y emplear cientos de nuevas palabras para Alvin.

Y así, los dos amigos, fueron dando un gran paso hacia delante en la comprensión de la base sobre la que estaban asentadas sus respectivas culturas.

CAPÍTULO XII

La noche aún estaba en medio de su normal transcurso, y Alvin se despertó. Algo le había sobresaltado, como un sonido o un murmullo que había penetrado claramente en su mente, a despecho del constante tronar de la catarata. Se incorporó en la oscuridad, agudizando la mirada por todo el contorno, hasta distinguir perfectamente el sordo rumor profundo de la cascada y los sonidos más huidizos e irregulares de las criaturas de la noche.

— ¿Qué ocurre? — le llegó el murmullo interrogante de Hilvar.

— Pensé que había escuchado un ruido.

— ¿Qué clase de ruido?

— No lo sé, tal vez haya sido cosa de la imaginación.

Se produjo un silencio, mientras que dos pares de ojos escudriñaban como queriendo perforar el misterio de la noche. Entonces, súbitamente, Hilvar cogió a Alvin por el brazo.

— ¡Mira! — exclamó.

A lo lejos y hacia el sur, resplandecía un punto de luz solitario, demasiado bajo en los cielos para ser confundido con una estrella. Era de un blanco brillante, tintado de violeta y aun cuando no dejaban de mirarlo, comenzó a subir el espectro de su intensidad, hasta que sus ojos no pudieron soportar el brillo. Después, pareció explotar… y fue como si un gigantesco rayo hubiese caído en el límite del mundo. Por unos breves instantes, las montañas y el terreno que circundaban, dieron la sensación de arder con aquel fuego contra la oscuridad de la noche. Mucho más tarde, les llegó claramente el estampido de una gigantesca explosión y en los bosques yacentes a sus pies, comenzó a soplar un repentino viento que sacudía ostensiblemente los árboles. Después, el fenómeno se fue desvaneciendo poco a poco, mientras que las estrellas surgían de nuevo en el firmamento.

Por segunda vez en su vida, Alvin sintió miedo. No era tan personal e inminente como el padecido en la cámara de las Vías Rodantes, cuando tuvo que tomar la decisión de embarcarse hacia Lys. Tal vez fuese espanto más que temor, estaba de cara a lo desconocido y era como si sintiese que allá a lo lejos, más allá de las montañas, existía algo que no tendría otro remedio que ir a encontrar, y con lo que encararse.

— ¿Qué fue eso? — dijo al fin.

— Estoy tratando de descubrirlo — le repuso Hilvar, quedándose de nuevo en silencio. Alvin supuso qué era lo que estaba haciendo y no quiso interrumpir la búsqueda silenciosa de su amigo.

A poco Hilvar dejó escapar un suspiro de decepción.

— Todo el mundo duerme — dijo —. No ha habido nadie que haya podido decírmelo. Tendremos que esperar hasta la mañana, a menos que despierte a alguno de mis amigos. Y es algo que no quisiera hacer, a menos que fuese realmente importante.

Alvin se preguntó mentalmente qué sería lo que Hilvar consideraba de real importancia. Estaba a punto de sugerirle a Hilvar un poco irónicamente, que muy bien se merecía la cosa el interrumpir el sueño de cualquiera. Pero antes de que dijese nada, su amigo le dijo:

— Tenía que haberlo recordado — dijo Hilvar en un tono de excusa —. Hace mucho tiempo que no vengo por aquí, y no estoy absolutamente cierto; pero tiene que haber sucedido en Shalmirane.

— ¿Shalmirane? Pero… ¿es que existe todavía?

— Sí, casi lo había olvidado. Seranis me dijo una vez que la fortaleza está en esas montañas. Por supuesto se halla en ruinas desde hace miles de años; pero es posible que alguien o algo siga viviendo allí todavía.

— ¡Shalmirane! Para aquellos jóvenes de las dos razas, en ampliamente distintos en sus respectivas culturas e historia, constituía ciertamente un nombre mágico. En toda la larga historia de la Tierra, no había existido una epopeya mayor que la defensa de Shalmirane contra el Invasor que hubo conquistado todo el mundo. Aunque los verdaderos hechos se hallaban totalmente perdidos en la, neblina pasada tan espesamente reunida alrededor de las Edades del Amanecer, las leyendas no se habían olvidado del todo, sin embargo, y durarían tanto como el Hombre sobre la superficie de la Tierra.

La voz de Hilvar interrumpió las ideas de Alvin y el discurrir de su Imaginación.

— La gente del sur, podría decirnos muchas cosas al respecto Tengo allí algunos amigos, res llamare por la mañana.

Alvin apenas si le escuchaba, estaba inmerso en profundos pensamientos, tratando de recordar todo cuando había oído decir sobre Shalmirane. No era mucho; tras aquel inmenso lapso de tiempo transcurrido, nadie pudo decirle la verdad de la leyenda. Todo lo que de ello había de cierto, es que la gran Batalla de Shalmirane marcaba el fin de las conquistas del Hombre y constituía el principio de su larga decadencia.

Entre aquellas montañas, pensó Alvin, podría hallarse la respuesta a todos los problemas que le habían atormentado durante tantos años.

— ¿Cuánto tiempo nos llevaría llegar hasta la fortaleza?

— le preguntó a Hilvar.

— Nunca he estado allí; pero es mucho más lejos de lo que pensaba ir. Dudo mucho que pudiéramos hacerlo en un día.

— ¿No podríamos utilizar el coche todo terreno y ahorrarnos así todo ese tiempo?

— No, sólo puede irse a pie, ningún coche dispone de líneas para su recorrido.

Alvin creyó que todo habría acabado. Estaba cansado, los pies le dolían y los músculos de sus piernas aún le martirizaban por el esfuerzo al que estaba desacostumbrado. Estuvo tentado de posponer la cuestión para otra ocasión. Pero… lo más probable es que jamás tuviera otra oportunidad.

Bajo la pálida luz de las estrellas, algunas de las cuales tal vez hubiesen muerto ya desde que fue construida Shalmirane, Alvin luchó con sus revueltos pensamientos y acabó tomando su decisión. Nada había cambiado; las montañas estaban al límite de aquel mundo sumido en sueños. Pero un punto parecía cobrar vida en las idas y venidas de los ciclos históricos y la raza humana se movía de nuevo hacia un extraño y nuevo futuro.

Alvin y su amigo Hilvar apenas si durmieron la noche completa; con el primer resplandor suave del amanecer, levantaron el campamento. La colina estaba alfombrada con gotas de rocío y Alvin se maravilló de la presencia de aquellas minúsculas joyas esparcidas sobre cada hoja, por minúscula que fuese, de la vegetación del entorno. El suave chasquido de la hierba mojada le fascinó conforme caminaba de nuevo con Hilvar, bajando la colina y adentrándose en una faja de terreno llano. El sol apareció por el horizonte de las murallas orientales de Lys cuando llegaron a los límites de los bosques. Allí, la Naturaleza había vuelto por sus propios fueros. Incluso el propio Hilvar parecía en cierta forma, perdido entre aquellos gigantescos árboles que bloqueaban la luz del sol y las manchas de sombra profunda esparcidas en el suelo de la jungla. Afortunadamente, el río que procedía de la catarata discurría hacia el sur en una línea casi recta, demasiado recta tal vez para ser natural, y bastaba conservar su paso a la orilla para evitar la parte más densa de los grandes bosques. Una buena parte del tiempo se la llevó Hilvar en dominar y controlar a Krif, que desaparecía ocasionalmente en el interior de la jungla o volaba raudo a ras del agua del río. Incluso Alvin, para quien cualquier cosa seguía siendo algo nuevo, pudo apreciar que aquellos bosques tenían una fascinación no poseída por los más pequeños y cuidados grupos de árboles del norte de Lys. Muy pocos de aquellos árboles eran semejantes, muchos de ellos se hallaban en diversos estadios de regresión y algunos habían revertido a través de las edades a casi sus formas originales. Otros muchos, no eran en absoluto pertenecientes a la Tierra probablemente ni incluso al sistema solar. Montando guardia sobre los más pequeños, estaban presentes las gigantescas sequoias a trescientos o cuatrocientos pies de altura. Una vez fueron llamados los árboles y las cosas más antiguas de la Tierra; aún seguían siendo todavía algo más viejas que el propio Hombre.

El río comenzó a ensancharse, para abrirse e ir formando una y otra vez pequeños lagos, en los cuales, unos pequeños islotes parecían hallarse anclados. En todo el entorno, aparecía la presencia de insectos, pequeñas criaturas de vivos colores yendo de un lado a otro sobre la superficie del agua. Una vez, a despecho de Hilvar y de sus órdenes, Krif se alejó demasiado en busca de sus distantes parientes. Desapareció casi instantáneamente entre una nube de brillantes aleteos y el zumbido furioso les llegó claramente a los oídos. Unos momentos más tarde, la nube pareció abrirse como en una erupción volcánica y Krif volvió hacia ellos por sobre la superficie del agua como una centella. A partir de entonces, procuró no alejarse de su dueño y de Alvin.

A la caída de la tarde, comenzaron a ir captando de tanto en tanto, esporádicas vistas de las montañas que tenían como objetivo hacia el sur. El río que había sido un guía tan fiel hasta entonces, discurría ya de una forma más tortuosa como si estuviese próximo el fin de su curso. Pero estaba claro que no llegarían a las montañas a la caída de la noche, bastante antes del crepúsculo la jungla se había vuelto tan oscura que cualquier avance en su marcha se hizo imposible.

Los enormes árboles se extendían en grandes manchas — de sombras oscuras y una brisa fría y helada comenzó a fluir por entre el ramaje y la espesura. Alvin e Hilvar se dispusieron a pasar la noche junto a un pino gigante, cuya copa todavía aparecía coloreada con los últimos rayos del sol poniente.

Cuando al final desapareció toda claridad diurna, la luz todavía discurría suave entre aquellas aguas rumorosas. Los dos exploradores, que así se consideraban ya, descansaron de la fatigosa, jornada, observando el río y pensando sobre cuanto habían visto de nuevo. A poco, Alvin volvió a sentir la dulce sensación que le había invadido la noche anterior y alegremente se resignó a dormir. Aquello era inútil en una vida sin esfuerzo como la que llevaba en Diaspar todo el mundo pero allí era algo que parecía una bendición. En el instante anterior a quedar sumido en la inconsciencia del sueño, pensó vagamente en quién habría sido la última persona que había hecho aquel camino y cuánto tiempo haría desde entonces…