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— Por supuesto. Sabemos siempre cuando los conductores funcionan. Dime… ¿cómo descubriste el camino? Hace tanto tiempo que tuvimos la última visita, que temíamos ya que el secreto se hubiera perdido.
El portavoz del grupo fue interrumpido por uno de sus compañeros.
— Creo que será mejor que refrenemos nuestra curiosidad, Gerane. Seranis está esperando.
Aquella palabra de «Seranis» estuvo precedida por una palabra desconocida para Alvin, lo que le hizo suponer que se trataba de un título de cierta clase. No tenía dificultad en comprender el lenguaje de los otros, y nunca se le ocurrió pensar que ocurriese de forma diferente. Diaspar y Lys compartieron el mismo lenguaje hereditario y la antigua invención del registro de los sonidos habían conservado el discurso hablado en un molde irrompible.
Gerane se encogió de hombros con un cierto gesto de buen humor.
Muy bien — dijo sonriendo —. Seranis tiene sus privilegios, y no seré yo quien se los robe.
Conforme se adentraban más en la población Alvin fue estudiando a los hombres que veía a su alrededor. Teman el aspecto de ser bondadosos e inteligentes; pero aquéllas eran virtudes que él daba por descontadas toda su vida; fijándose más en otras formas en las que pudiesen diferir de cualquier grupo similar de Diaspar. Existían tales diferencias, aunque resultaba difícil definirlas. Todos eran algo más altos de talla que Alvin y dos de ellos, ostentaban las marcas equívocas de la vejez en sus cuerpos. Tenían la piel morena tostada y en todos sus movimientos parecían irradiar un vigor y un atractivo que Alvin halló grato y refrescante al espíritu, aunque al propio tiempo un tanto asombroso. Sonrió al recordar la profecía de Khedrom, de que si alguna vez llegaba a Lys lo hallaría exactamente igual a Diaspar.
La gente de la población le observaba, entonces con franca curiosidad, mientras que Alvin seguía a sus guías. De repente, se produjeron unos chillidos procedentes de los árboles situados a la derecha y un grupo de pequeñas y excitadas criaturas surgieron del bosque y rodearon a Alvin.
El joven se detuvo, lleno de un completo asombro, incapaz de creer a sus propios ojos. Allí aparecía algo, que su mundo había perdido hacía ya demasiado tiempo atrás y había quedado relegado al dominio de la mitología. Aquella era la forma en que la vida había comenzado siempre, con aquellas ruidosas y fascinantes criaturas que eran los Alvin les observó sumido en la maravilla y la confusión, niños humanos.
Alvin les observó sumido en la maravilla y la confusión, sintiendo algo en su corazón, cuya sensación no pudo identificar. Ninguna otra visión le hubiera podido llevar a su ciudad de origen tan vívidamente, para mostrarle su pasado lejano, como aquélla. Diaspar había pagado, y muy alto, el precio de la inmortalidad.
El grupo se detuvo frente al edificio más grande y amplio de los que parecían existir en la población. Se alzaba en el centro y de una torre coronada por un asta, un pendón verde se mecía a la brisa del día.
Todos, excepto Gerane, quedaron tras él, al entrar en el edificio. El interior aparecía lleno de quietud y de frescor; la luz del sol se filtraba a través de paredes traslúcidas produciendo un resplandor suave y sedante. El suelo era suave también y brillante, bordado de finos mosaicos. Sobre las paredes, un artista de exquisita sensibilidad y destreza, había dibujado una serie de escenas de los bosques y praderas. Mezcladas con aquellas pinturas, existían otros murales que no decían nada a la mente de Alvin, siendo como eran, atractivos al reposar la vista sobre ellos. Sobre una de las paredes, aparecía una pantalla rectangular repleta de un colorido cambiante… presumiblemente un receptor visifónico, aunque más bien de pequeño tamaño.
Caminaron juntos subiendo un corto tramo de escalones que les condujo al piso superior del edificio. Desde aquel punto, resultaba visible la totalidad de la población, donde Alvin pudo calcular que consistía en un centenar de edificios. En la distancia, los árboles se abrían paso para mostrar extensas praderas, donde unos animales de diverso tipo, aparecían tranquilamente pastando. Alvin no pudo ni siquiera imaginar qué animales serían; la mayor parte eran cuadrúpedos, aunque ciertos otros parecían disponer de seis e incluso ocho patas.
Seranis le estaba aguardando en la sombra de la torre. Alvin trató de imaginarse la edad de aquella mujer, ya que sus largos cabellos dorados aparecían con ligeros toques grises, que sugerían el paso de la edad. La presencia de los chiquillos, con todas las consecuencias que implicaban, le habían dejado muy confuso. Donde existía el nacimiento, tenía que existir con toda seguridad la muerte y la duración de la vida en Lys, debería ser muy diferente a la de Diaspar. No pudo decir si Seranis tenía cincuenta, quinientos o cinco mil años; pero mirándola a los ojos, sí pudo apreciar que la sabiduría y la experiencia asomaban en ellos, como sentía frecuentemente cuando estaba con Jeserac en Diaspar.
Ella hizo un gesto para que tomase asiento en un pequeño taburete, pero aunque sus ojos parecieron sonreírle en un exquisito gesto de bienvenida, no dijo nada hasta que Alvin se sintió confortablemente sentado, tan confortablemente como podía estarlo bajo el escrutinio a que estaba sometido, sí bien amistoso y cordial. Ella suspiró después y se dirigió al joven con una voz gentil y suave.
— Esta es una ocasión que no se presenta con frecuencia, por lo que te ruego me perdones si no me conduzco con la conducta correcta. Pero hay ciertos deberes que se deben a un invitado, incluso a uno que no se espera. Antes de que hablemos, hay algo que deseo advertirte. Puedo leer tu mente. Sonrió ante la consternación de Alvin y continuó: No es preciso que esto te preocupe. No hay derecho que más se respete que la vida mental privada de cada uno. Yo entraré en tu mente, sólo si me invitas a hacerlo. Pero creo que no sería conducirse lealmente si te hubiese ocultado este hecho, que por otra parte explica él por qué encontramos el discurso en cierta forma, lento y dificultoso. Aquí apenas si se utiliza.
Aquella revelación, aunque ligeramente alarmante, no sorprendió a Alvin. En tiempos pasados tanto los hombres como las máquinas habían poseído aquel poder y las incambiantes máquinas de Diaspar podían leer todavía las órdenes mentales de sus dueños. Pero en su ciudad, el hombre en sí mismo, había perdido ya aquel regalo que una vez había compartido con sus esclavos.
— No sé qué es lo que te ha traído desde tu mundo al nuestro continuó Seranis—; pero si estás buscando la vida, tu búsqueda ha terminado. Aparte de Diaspar, sólo queda el desierto más allá de esas montañas.
A Alvin le resultó extraño que habiendo aceptado creencias diferentes con tanta frecuencia antes, creyese totalmente en las palabras de Seranis. Su sola sensación que el hallar cierto lo que se le había enseñado, produciéndole una sombra de tristeza y de decepción.
— Háblame de Lys, por favor — dijo a Seranis —. ¿Cómo es que han permanecido ustedes separados totalmente de Diaspar durante tanto tiempo, cuando parecen saber tanto de nosotros?
Seranis sonrió ante la vivacidad y el anhelo del joven Alvin.
— Desde luego, enseguida dijo ella —. Pero me gustaría primero saber algo de ti. Dime cómo encontraste la salida para llegar hasta aquí y por qué has venido.
Con cierta precaución al principio y apresuradamente después, Alvin le contó toda su historia. Jamás había hablado con tanta libertad en ninguna ocasión de su joven vida anteriormente; allí al menos, tenía frente a sí a alguien que no se burlaría de sus sueños, porque sabía que tales sueños eran verdad. Una o dos veces le interrumpió Seranis con agudas preguntas, al mencionar ciertos aspectos de Diaspar, que parecían serle poco familiares. Le resultaba difícil a Alvin imaginar qué cosas de las que formaban parte de su vida diaria pudieran tener una carencia de significado para cualquiera que nunca hubiese vivido en la ciudad y no supiese nada de su compleja cultura y de su organización social. Seranis escuchó con tal comprensión, que Alvin dio por descontado la captación de tales explicaciones, aunque después cayó en la cuenta de que otras mentes estaban escuchando sus palabras.
Cuando acabó su relato se produjo un prolongado silencio. Entonces, Seranis le miró y con una dulce y calmosa voz le preguntó:
— ¿Por qué viniste a Lys?
Alvin la miró sorprendido.
— Ya se lo dije. Quería explorar el mundo. Todos me habían dicho que sólo existía el desierto más allá de la ciudad; pero era preciso que lo comprobase con mis propios ojos.
— ¿Y… ha sido ésa la única razón?
Alvin vaciló. Cuando repuso al fin, no era el explorador indomable el que hablaba, sino el muchacho que había nacido en un mundo extraño.
— No dijo entonces, no ha sido ésa la única razón… aunque no la supiera antes. Me encontraba solo.
— ¿Solo? ¿En Diaspar? — Se dibujó una sonrisa en los labios de Seranis y una gran expresión de simpatía en sus bellos ojos. Alvin comprobó que ella no esperaba ya otra respuesta.
Una vez que ya hubo contado toda su historia, Alvin esperó que Seranis compartiese sus sentimientos. Ella se puso en pie y comenzó a andar de un lado a otro por la terraza.
— Sé las preguntas que quieres hacer — le dijo —. Puedo contestar a algunas de ellas; pero me resultaría un tanto complicado y molesto expresarlo en palabras. Si quieres abrir tu mente para mí, te diré cuanto necesitas saber. Puedes confiar absolutamente: no tomaré nada sin permiso tuyo.
— ¿Y qué es lo que quieres que haga? — preguntó Alvin.
— Que aceptes mi ayuda. Cierra los ojos… y olvídate de todo — le ordenó Seranis.
Alvin no estaba seguro de lo que ocurriría entonces. Se produjo como un eclipse total de todos sus sentidos y aunque nunca pudo recordar cómo lo había adquirido, cuando miró en el interior de su mente, el conocimiento se hallaba allí. Miró atrás en el pasado, aunque no con toda claridad, sino más bien como el hombre que en la cúspide de una alta montaña, mira a través de una vasta y neblinosa llanura. Comprendió que el Hombre no había sido siempre un habitante de la ciudad y que desde que las máquinas le dieron libertad para liberarse de ciertas servidumbres, había existido siempre una rivalidad entre dos diferentes tipos de civilización. En las Edades del amanecer, habían existido millares de ciudades; pero una gran mayoría del género humano había preferido vivir más bien en pequeñas comunidades. El transporte universal y las comunicaciones instantáneas les habían provisto de todo contacto requerido con el resto del mundo y que tales personas no necesitaban vivir amontonadas o juntas con millones de sus congéneres en grandes ciudades como colmenas.
Lys había sido poco diferente, desde las épocas más remotas, de cientos de otras comunidades. Pero gradualmente a lo largo de las edades, fue desarrollando una cultura independiente que llegó a ser una de las más grandes que había conocido la humanidad. Era una cultura basada principalmente en el uso directo del poder mental, lo que llegó a colocarla al margen de la sociedad humana en general, que fue confiando ciegamente más y más en la utilización de las máquinas.
A través de eones de tiempo, y mientras avanzaban por tan divergentes caminos, el abismo existente entre Lys y las demás ciudades se fue ensanchando. Se tendía un puente en ocasiones de crisis, cuando la Luna comenzó a desplomarse sobre la Tierra y cuya destrucción fue llevada a cabo por los hombres de ciencia de Lys. Así también, fue el baluarte de defensa de la Tierra contra los Invasores, que fueron rechazados finalmente en la gran batalla de Shalmirane.
Aquella prueba, como una inacabable ordalía, dejó agotado al género humano; una por una fueron muriendo todas las ciudades y el desierto las acabó devorando. Al ir disminuyendo la población, la humanidad comenzó su emigración cuya consecuencia fue hacer de Diaspar la última y la más grande de todas las ciudades.
La mayor parte de aquellos cambios no afectaron a Lys, pero tuvo sin embargo, que luchar su propia batalla: la batalla contra el desierto. La barrera natural de las montañas no era suficiente, teniendo que transcurrir siglos para que aquel gran oasis quedase anclado como cosa segura. La imagen mental de Alvin quedó borrosa, quizás deliberadamente. Alvin no pudo ver qué se había hecho para dar a Lys la virtual eternidad que había logrado Diaspar.
La voz de Seranis parecía llegarle desde una gran distancia, y con todo, no era sólo su voz, ya que aparecía entremezclada con una sinfonía de palabras, como si muchas otras lenguas fuesen cantando las palabras al unísono con la suya.
— «Y ésa es brevemente, nuestra historia, de forma muy resumida. Habrás visto, que incluso en las Edades del Amanecer, tuvimos muy poco que ver con las ciudades, aunque sus gentes vinieron con frecuencia a nuestra tierra. Nunca pusimos obstáculos a nadie, ya que muchos de nuestros más grandes hombres vinieron desde el Exterior; pero cuando las ciudades fueron muriendo, no deseamos vernos envueltos en su caída. Al acabarse el transporte aéreo, sólo quedaba un medio de comunicación en Lys… el sistema subterráneo hacia Diaspar. Fue cerrado en el terminal de Diaspar, al construirse el Parque y vosotros nos olvidasteis aunque ciertamente, nosotros nunca os hemos olvidado.
«Diaspar nos había sorprendido. Esperamos que hubiera seguido la pauta de las demás ciudades; pero en su lugar, consiguió lograr una cultura estable que puede permanecer tanto como la propia Tierra. No es precisamente una cultura que admiremos, con todo, estamos contentos de que todos aquellos que escaparon a la destrucción del desierto, hayan podido hacerlo. Más de los que tú te imaginas han hecho esa misma jornada, y han sido casi siempre hombres relevantes que trajeron algo valioso cuando llegaron hasta Lys».
La voz se desvaneció, la parálisis de los sentidos de Alvin fue desapareciendo y de nuevo se halló a sí mismo. Comprobó con asombro que el sol había descendido ya por debajo de los árboles y que por el horizonte oriental, asomaba un ligero toque anunciador de la noche próxima. En alguna parte, el tañido de una campana vibró con un resonante sonido que se extendió lentamente en el silencio, dejando en el aire una sensación de misterio y premonición. Alvin se encontró a sí mismo temblando ligeramente, no a causa del frescor del atardecer; si no tocado de un profundo sentimiento de sorpresa y de maravilla por cuanto había sabido en su estado hipnótico. Era ya demasiado tarde y se hallaba lejos de su ciudad. Sintió un repentino impulso de volver a ver a sus amigos de nuevo y entre el ambiente familiar de Diaspar.
— Tengo que volver Khedrom… mis padres… estarán esperándome.
Aquello no era ciertamente la verdad Khedrom estaría con seguridad tratando de imaginar lo que hubiera podido ocurrirle, y era con toda seguridad, la única persona que sabía que faltaba de Diaspar. No pudo explicar la razón de haber dicho tal cosa y casi se sintió avergonzado de haber pronunciado tales palabras.
Seranis le miró pensativamente.
Me temo que la cosa no sea tan fácil.
— ¿Qué quiere decir? ¿Acaso el vehículo que me trajo no está en condiciones de devolverme a Diaspar? — Al decir aquello, rehusaba encararse con el hecho de que podía ser retenido en Lys contra su voluntad, aunque la idea le cruzó por la mente.