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Las puertas del fondo del pasillo eran pequeñas esta noche: de la altura de una persona. A veces las puertas eran lo suficientemente grandes para que pasara un elefante por ellas. Eran de un gris pálido con ribetes dorados, muy al estilo Luis algo. No era mi intención preguntar a Rhys si la reina las había redecorado. Los sithen, igual que la Carroza Negra, cuidaban de su propia redecoración.
Rhys abrió las elegantes puertas dobles, pero no llegó a entrar en la habitación porque Frost nos detuvo. No es que estuviera bloqueando físicamente la puerta, aunque lo estaba. Se había puesto el conjunto que quería la reina, y la visión de él de esta manera me dejó patidifusa. Creo que Rhys se detuvo porque yo también lo hice.
La camisa era completamente transparente y se ceñía a su pecho como una segunda piel, pero las mangas eran abombadas, con tela transparente, cortadas justo por encima de su codo con un ancho apliqué de plata brillante. El resto de la manga caía en forma de tubo. El hilo que mantenía la camisa unida era de plata y brillaba en todas las costuras. Los pantalones estaban hechos de satén plateado, tan caídos que dejaban a la vista los huesos de la cadera a través de la tela transparente de la camisa. Si se hubiese puesto ropa interior, se habría visto por encima de los pantalones. Éstos sólo se mantenían subidos porque ajustaban de un modo increíble. Una serie de cuerdas blancas en la entrepierna, con ganchitos como los de un corpiño, hacía las veces de cremallera.
Su cabello había sido dividido en tres secciones. La parte superior estaba levantada mediante una pieza de hueso labrado, con lo cual el cabello de plata le caía por la cabeza como el agua de una fuente. La segunda sección de cabello estaba simplemente echada hacia atrás a cada lado y aguantada en su sitio con pasadores de hueso. La sección inferior colgaba libremente, pero quedaba tan poco pelo que era como un delicado velo de plata que realzaba su cuerpo, en lugar de esconderlo.
– Frost, casi eres demasiado bello para ser real.
– Nos trata como muñecas que han de ser vestidas a su antojo.
Era lo más cercano a una crítica abierta de la reina que le había oído pronunciar.
– Me gusta, Frost -dijo Rhys-. Eres tú.
Rectificó a Rhys.
– No soy yo.
Nunca había visto al guardia alto tan enfadado por algo tan insignificante.
– Es sólo ropa, Frost. No te hará daño llevarla con gracia. Mostrar tu desagrado sí podría hacerte daño, y mucho.
– He obedecido a mi reina.
– Si sabe lo mucho que odias esta ropa, encargará más de lo mismo para ti. Ya lo sabes.
Siguió frunciendo el ceño hasta que se le dibujaron arrugas a lo largo de aquella cara perfecta. Entonces se oyó un grito desde la habitación de atrás. Aun sin palabras, reconocí aquella voz. Era Galen. Di un paso hacia adelante. Frost no se movió.
– Déjame pasar, Frost -dije.
– El príncipe ha ordenado este castigo, pero ha permitido graciosamente que tuviésemos intimidad. Nadie puede entrar hasta que haya terminado.
Miré a Frost. No podía abrirme paso, y no lo iba a matar. No me quedaban opciones.
– Nombrarán coheredera a Merry esta noche -dijo Rhys.
Los ojos de Frost se pasearon entre Rhys y yo.
– No me lo creo.
Galen volvió a gritar. El sonido me puso la carne de gallina y me hizo cerrar los puños.
– Seré coheredera esta noche, Frost.
Sacudió la cabeza.
– Eso no cambia nada.
– ¿Qué pasaría si ella te dijera que nuestro celibato será levantado para Merry, y sólo para Merry? -preguntó Rhys.
Frost se las arregló para parecer arrogante e incrédulo.
– No tengo ganas de jugar al «¿qué pasaría si…?».
Galen lanzó otro grito agudo. Los cuervos de la reina no gritan fácilmente. Me dirigí a Frost, y se puso tenso. Creo que esperaba una lucha.
Pase mis dedos por su camisa, y saltó como si le hubiese hecho daño.
– La reina anunciará esta noche que tengo que elegir entre los guardias. Me ha ordenado acostarme con uno de vosotros esta noche. Si no lo hago, mañana tendré un papel protagonista en una de sus pequeñas orgías. -Puse mis brazos alrededor de su cintura, apretando ligeramente mi cuerpo contra el suyo-. Créeme, Frost, tendré a uno de vosotros esta noche, y mañana, y pasado mañana. Sería una lástima que no estuvieras en la lista de invitados a mi cama.
La arrogancia desapareció, sustituida por algo de entusiasmo y de miedo. No entendía el miedo, pero sí el entusiasmo. Miró a Rhys.
– Júrame que es verdad.
– Lo juro -dijo Rhys-. Déjala pasar, Frost.
Me miró. Todavía no me había tocado -mi caricia había sido como un beso contra unos labios pasivos-, pero se apartó, retirándose del círculo de mis brazos. Me miraba como quien mira a una serpiente enroscada, sin movimientos bruscos, y temeroso de que pueda morderte de todos modos. Tenía miedo de lo que estaba sucediendo en aquella sala.
Pasé junto a él. Sentía a Rhys a mi espalda, pero lo único que podía ver era lo que había en el centro de la habitación: un pequeño jardín en torno a un pequeño lago, con una gran roca decorativa en medio. Una serie de piedras conducían a la roca, en las cuales había unas cadenas incrustadas. Galen estaba encadenado a la roca. Su cuerpo quedaba prácticamente oculto por el lento aleteo de mariposas de los semielfos. Eran como auténticas mariposas al borde de un charco, alas que se movían lentamente al ritmo de la energía que recibían. Pero no estaban bebiendo agua, se estaban bebiendo su sangre.
Volvió a gritar, y yo eché a correr hacia él. Doyle se plantó delante de mí. Seguramente había estado custodiando las otras puertas.
– No puedes detenerlos una vez que han empezado a alimentarse.
– ¿Por qué está gritando? No debería doler tanto.
Intenté pasar junto a él, y me cogió del brazo.
– No, Meredith, no.
Galen lanzó un interminable alarido, y su cuerpo se arqueó hasta estirar al máximo las cadenas. El movimiento desalojó a algunos de los semielfos, y atisbé el motivo de sus gritos. Su entrepierna estaba ensangrentada y los semielfos también se alimentaban de carne, no sólo de sangre.
Rhys silbó.
– Bestias sanguinarias. Doyle me apretó el brazo.
– Lo están mutilando -protesté.
– Ya se curará.
Intenté apartarme, pero sus dedos parecían soldados a mi piel.
– ¡Doyle, por favor!
– Lo siento, princesa.
Galen gritó, y la roca se tensó bajo la presión de su cuerpo, pero las cadenas aguantaron.
– Esto es excesivo y lo sabes.
– El príncipe está en su derecho de castigar a Galen por desobedecerle. -Intentó apartarme, como si eso fuera a solucionar la situación.
– No, Doyle, si Galen tiene que sufrir, no miraré a otro lado. Ahora suéltame.
– ¿Prometes no ser imprudente? -Te doy mi palabra -dije.
Me dejó, y cuando le toqué el hombro, se apartó a un lado para dejarme ver bien. Las alas eran de todos los colores del arco iris, y algunos que el arco iris sólo puede soñar: grandes alas, mayores que mis manos, agitándose lentamente apenas me permitían vislumbrar el cuerpo casi desnudo de Galen. Tenía los pantalones bajados hasta los tobillos, y no llevaba ninguna otra prenda. La escena tenía una belleza terrible, como un hermoso retablo del infierno.
Un juego de alas era mayor que el resto. Correspondía a la propia reina Niceven que se estaba dando un festín justo encima de la entrepierna de Galen. Tuve una idea.
– Reina Niceven -dije-, no es digno de una reina hacer el trabajo sucio de un príncipe.
Levantó su pequeña cara pálida y me miró, con los labios y el mentón rojos por la sangre de Galen, y la parte delantera de su cuerpo manchada de carmesí.
Levanté la mano con el anillo en ella.
– Me nombrarán coheredera esta noche.
– ¿Y qué me importa? -Su voz era como un toque de muerte, dulce y preocupante.
– Una reina se merece más que la sangre de un señor sidhe.
Me miró con ojitos pálidos. Parecía un fantasma.
– ¿Qué me ofreces que sea más tierno que esto?
– Algo no más tierno, pero sí más poderoso. La sangre de una princesa sidhe para la reina de los semielfos.
Me miró, limpiándose la sangre de la boca con la mano. Agitó las alas para volar hacia mí. Los demás continuaron alimentándose. Niceven se quedó flotando ante mí, mientras sus alas provocaban una pequeña corriente de aire junto a mi piel.
– ¿Ocuparías su lugar?
– No, princesa -dijo Doyle.
Le hice callar con un gesto.
– Ofrezco mi sangre a la reina Niceven de los semielfos. La sangre de una princesa sidhe es un premio demasiado importante para ser compartido.
Frost y Rhys se situaron al lado de Doyle. Nos miraban como si nunca antes hubieran visto un espectáculo semejante.
Niceven se lamió los labios con su lengua delgada, igual que el pétalo de una flor.
– ¿Me dejarías beber tu sangre?
Levanté un dedo en dirección a ella.
– Deja que se vaya, y podrás perforarme la piel y beber.
– El príncipe Cel pidió que acabáramos con su hombría.
– Como dijo Doyle, se curará. ¿Por qué iba a pedir el príncipe el favor de los semielfos para causar un daño que no será permanente? Revoloteó en torno a mi dedo, como una mariposa inspeccionando una flor.
– Eso tienes que preguntárselo al príncipe Cel. -Paseó su mirada desde mi dedo a mi cara-. Deberías haber oído lo que quería que hiciéramos en primer lugar. Quería que acabáramos con su hombría para siempre, pero la reina no permite que sus amantes se malogren. -Niceven se acercó a mi cara y me tocaba la punta de la nariz con su delicada mano-. El príncipe Cel me recordó que será rey algún día. -Tocó mis labios ligeramente con aquellos dedos diminutos-. Le recordé que todavía no gobierna aquí y que no me arriesgaría a sufrir la cólera de la reina Andais.
– ¿Qué contestó?
– Aceptó el trato. Probamos sangre y carne reales, las dos preciosas, y por esta noche él será inútil en la cama de la reina. -Frunció el entrecejo, cruzando los brazos encima de su delicado pecho-. No sé por qué tiene celos de éste y no de los demás.
– No estaba apartando a Galen del lecho de la reina -dije.
Niceven ladeó la cabeza, y un largo cabello de telaraña acompañó el movimiento.
– ¿Tú?
Moví el anillo delante de ella.
– Me han ordenado acostarme con un guardia esta noche.
– ¿Y éste iba a ser tu elegido?
Asentí.
Niceven sonrió.
– Cel está celoso de ti.
– No de la manera que te imaginas, reina Niceven. Podemos llegar a un acuerdo, mi sangre para tu dulce boca, y Galen queda libre.
Continuó cerca de mi cara durante unos cuantos segundos más, y a continuación asintió.
– Trato hecho. Extiende el brazo y dame sitio para aterrizar.
– Primero, libera a Galen, y después aliméntate.
– Como quieras.
Voló de nuevo hacia sus súbditos, y lo que les dijo los hizo huir hacia el techo en una nube multicolor. La piel pálida y verde de Galen estaba cubierta de pequeñas mordeduras rojas; unas delgadas líneas de sangre empezaron a dibujarse en su piel, como si un bolígrafo rojo invisible estuviera tratando de unir los puntos.
– Desencadénadlo y curadle las heridas -dije.
Rhys y Frost se movieron para obedecerme. Sólo Doyle se quedó cerca, como si no confiara en alguna de nosotras, o en ninguna de las dos.
Extendí mi brazo, ligeramente levantado. Niceven aterrizó en mi antebrazo. Era más pesada de lo que parecía, pero seguía siendo ligera y extrañamente quebradiza, como si sus pequeños pies desnudos estuvieran hechos de huesos secos. Me puso las dos manos alrededor del índice, a continuación bajó su cara hacia la punta de mi dedo, como si pretendiera besarme. Unos dientecitos muy afilados mordieron mi dedo. El dolor fue profundo e inmediato. Su pequeña lengua de pétalo empezó a lamer la sangre haciéndome cosquillas. Encorvó su cuerpo alrededor de mi mano hasta que se insinuó a mi piel cada centímetro de su pequeño ser. Era un movimiento extrañamente sensual, como si obtuviera algo más que simplemente sangre para alimentarse.
El resto de los semielfos pululaban por el aire a mi alrededor formando un viento de color que soplaba suavemente. Sus delicadas bocas presentaban manchas de sangre, manos de miniatura rojas con la sangre de Galen. Niceven me acarició la mano con sus manos, sus pies desnudos; una minúscula rodilla golpeó la palma de mi mano.
Levantó la cabeza y respiró.
– Estoy llena de carne y sangre de tu amante. Ya no puedo más. -Se sentó en mi mano, y recostó la cabeza en mi dedo-. Daría lo que fuera por poder beber más algún día, princesa Meredith. Sabes a magia superior y sexo.
Se incorporó y se alzó lentamente de mi mano con suaves movimientos de sus alas. Se quedó mirándome cerca de la cara, como si viera algo que yo no veía, o estuviera intentando encontrar algo en mí que no estaba allí. Finalmente, asintió, y dijo:
– Te veremos en el banquete, princesa.
Dicho esto, se elevó en el aire, y los demás la siguieron en una nube multicolor. Las enormes puertas del final de la sala se abrieron sin que nadie las tocara, y una vez que la multitud voladora se hubo desvanecido, las puertas se cerraron lentamente…
Un pequeño sonido centró de nuevo mi atención en la sala. Galen estaba apoyado contra la pared, con los pantalones en su sitio, aunque sin abrochar. Rhys le aplicó un líquido claro en las pequeñas mordeduras, hasta que el cuerpo desnudo de Galen brilló en las luces.
Me miró.
– ¿Es cierto que el celibato será abolido?
– Lo es -dije, al tiempo que me acercaba a él.
Rió, pero esto llenó sus ojos de dolor.
– No te seré de mucha utilidad esta noche.
– Habrá otras noches -dije.
La sonrisa se amplió, pero hizo una mueca de dolor cuando Rhys le limpió otra herida.
– ¿Por qué le preocupa a Cel que sea yo el que vaya a tu cama?
– Creo que Cel piensa que si yo no puedo acostarme contigo esta noche, dormiré sola.
Galen me miró.
No esperé a que dijera algo que hiciera la situación todavía más desagradable.
– No sé si has oído lo que he dicho antes a los demás, pero si no tengo una relación sexual esta noche con alguien de mi elección, mañana entretendré a la corte con un grupo a elección de la reina.
– Tendrás que llevarte a alguien a la cama esta noche, Merry.
– Lo sé.
Toqué su cara y la encontré fría y ligeramente impregnada de sudor. Había perdido mucha sangre, nada fatal para un sidhe, pero esa noche estaría débil para muchas cosas, no sólo para el sexo.
– Si éste ha sido tu castigo por desobedecer a Cel, ¿cuál fue el castigo de Barinthus?
– Se le prohibió asistir al banquete de esta noche -dijo Frost. Al oír esto, arqueé las cejas.
– ¿Galen es desmenuzado y Barinthus se pierde simplemente la cena?
– Cel tiene miedo de Barinthus, pero no teme a Galen -dijo Frost.
– Soy un chico demasiado agradable.
– Así es -dijo Frost-, lo eres.
– Pretendía ser una broma -dijo Galen.
– Desgraciadamente -dijo Doyle-, no tiene gracia.
– No podemos permitir que la reina continúe esperando -dijo Rhys-. ¿Puedes caminar?
– Ponme de pie y caminaré.
Doyle y Frost lo ayudaron a levantarse.
Se movió con lentitud, artríticamente, como si las articulaciones le dolieran, pero después de que lo acompañaran a las puertas más lejanas, se puso a andar por sus propios medios. Se estaba curando ante nuestros ojos, y su piel absorbía los mordiscos. Era como mirar una película en moviola de las flores abriéndose en primavera.
El aceite contribuyó a acelerar el proceso, pero sobre todo era su propio cuerpo. La sorprendente máquina de carne de un guerrero sidhe. Horas después, los mordiscos estarían curados; dentro de pocos días, el resto del daño habría desaparecido también. A1 cabo de unos días, Galen y yo sofocaríamos el calor existente entre nosotros. Pero tenía que buscar a algún otro para esa noche. Miré a los otros tres guardias como quien mira sus pertenencias, era como ir a tu cocina y comprobar que la alacena está llena de tus galletas favoritas. Ninguno de ellos era un destino peor que la tortura. Sólo era cuestión de elegir cuál. ¿ Cómo decidir entre dos flores perfectas cuando no se trata de amor? No tenía la menor idea. Quizá terminaría lanzando una moneda al aire.