121093.fb2 Besos Oscuros - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 14

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Intenté no apartar la mirada mientras caminaba hacia mí. Los tentáculos tenían el mismo blanco brillante que el resto de su cuerpo. Se apreciaba un leve efecto marmóreo en los tentáculos más gruesos, y yo sabía por Bathar que éstos eran sus brazos musculosos, los tentáculos que realizaban el trabajo pesado. Había tentáculos más largos y más delgados agrupados alrededor de sus costillas y su estómago. Eran los dedos, aunque cien veces más sensibles que los de un sidhe. A continuación, justo encima del ombligo se apreciaba una línea de tentáculos más cortos con puntas ligeramente más oscuras. El hecho de que tuviera estos tentáculos hizo que me cuestionara si lo que había debajo de sus pantalones era sidhe o no.

Me senté en la cama y miré hasta que se puso de pie delante de mí. Miraba hacia un lado y mantenía las manos enlazadas detrás de la espalda, como si no quisiera verme ni tocarme. Le alcancé y toqué uno de aquellos delicados tentáculos musculosos; se estremeció. Le acaricié, y sentí la mirada de Sholto antes de levantar la mía para encontrarme con sus ojos.

Volví a tocar la piel del tentáculo.

– Éstos son para el trabajo duro, levantar cosas, capturar presas. -Puse un dedo en la parte inferior del tentáculo, sintiendo una textura ligeramente diferente. No era desagradable, aunque era más grueso que la piel humana, casi elástico, como la piel de un delfín.

– Supongo que Bathar te lo dijo. -Su voz mostraba preocupación.

– Sí.

Toqué la base del tentáculo, donde éste se unía al torso. Lo recorrí con mis dedos, despacio pero con firmeza. Se enredó alrededor de mi mano, sosteniéndola, separándola de su cuerpo.

– No lo hagas -dijo.

– ¿Te ha gustado, verdad? -pregunté.

Me miró, muy enfadado y asustado:

– ¿Cómo sabes lo que le gusta a un ave nocturna?

– Sólo preguntaba.

Entonces pareció desconcertado, y pude apartar la mano de él. Toqué uno de los grupos de tentáculos más delgados y éstos se encogieron como algas marinas cuando un submarinista las roza en el fondo de un mar de coral.

– Bathar sabía tejer las labores más complicadas con sus dedos. -Moví la mano hacia abajo, sin tocar la última hilera visible de tentáculos-. Éstos son muy sensibles, sirven para los trabajos táctiles más delicados, pero en realidad son un órgano sexual secundario.

Sholto se mostraba atónito.

– Normalmente, no compartimos este tipo de información con extraños.

– Lo sé. -Me puse a reír-. Bathar solía usarlos para acariciar a las mujeres que le visitaban. Muchas veces tenían miedo de decirle que las dejara, por miedo a ofenderle y ofender a mi padre. Cuando finalmente regresé a la corte me di cuenta de que el Huésped solía acariciar a los que no eran sluagh con los tentáculos inferiores. Es una especie de broma privada. Nos tocáis con el equivalente de vuestros pezones, y nosotros sin saberlo.

– Pero tú lo sabes -dijo.

– Me gustan las bromas cuando no son a costa mía. -Moví la mano en un largo movimiento sobre su última línea de órganos. Sholto dejó escapar en un suspiro el aire que había estado conteniendo. Su mirada permanecía desafiante, a la defensiva. No le culpaba por ello. Tenía demasiada mezcla genética en mi sangre para meterme en esta cuestión.

Toqué sus tentáculos inferiores con delicadeza, y empezaron a moverse alrededor de mis dedos. Las puntas eran ligeramente prensiles, no tanto como las de arriba, pero todos ellos mostraban una ligera depresión en una cara. Metí un dedo en una de las depresiones, y esto le hizo estremecer.

– Supongo que esto cumple una misión especial si estás con un ave nocturna hembra.

Asintió, sin pronunciar palabra.

– ¿Qué pueden hacer por mí?

Formulé la pregunta por varias razones. En primer lugar, tenía curiosidad. En segundo lugar, tenía que saber si podía aguantar que me tocara íntimamente con ellos. Le estaba tocando de una manera casi científica. Uno hace x, y sucede y. La objetividad me permitía tocarle, pero no me conduciría al sexo.

Él bajó las manos, pero esto puso los tentáculos más gruesos en una masa que se apoyaba en mi cara. Me causó repulsión y retrocedí. Sholto se enderezó de inmediato. Quizá pensaba apartarse de nuevo, pero le agarré varios tentáculos inferiores. Esto le detuvo, y contuvo el aliento. La reacción me hizo recordar lo que ocurre cuando tocas el pene de un hombre cuando no se lo espera.

Siguió bajando las manos y me sacó la blusa. El movimiento provocó que los gruesos miembros musculosos se colocaran contra mi cara. Esta vez no me aparté, aunque me costó bastante esfuerzo.

Me sacó la camisa por la cabeza, y la dejó caer al suelo. El desafío estaba teñido con algo distinto, algo más oscuro y más real. Utilizaba dos de los tentáculos musculosos para apartar delicadamente mis manos de los órganos inferiores. Entonces, los largos y delgados tentáculos se estiraron, volviéndose aun más largos y más delgados. Las puntas me acariciaban los pechos con movimientos rápidos.

Cuando las puntas se adentraron en mi sujetador fue como si una serpiente reptara por mi piel. Estaba a punto de decirle que no, que no podía hacerlo, cuando aquellas puntas rojizas encontraron mis pezones y descubrí para qué servían las depresiones de la cara inferior. Tenían capacidad de succión, y su toque era experto.

Mis pezones se endurecieron con la sensación de ser chupados y apretados.

Un segundo órgano actuaba en mi vientre, hurgando por la parte de arriba de mis pantalones. Preguntó sin palabras y yo lo aparté delicadamente.

– Basta ya, por favor.

Se apartó de mí, pero esta vez no estaba herido. Su semblante era casi la viva imagen del triunfo.

– Por ahora me basta con ver tu cara. Significa mucho para mí.

Tomé un respiro e intenté pensar.

– Me alegra oír eso, pero hay algo más que tengo que comprobar antes de estar segura.

Me miró.

– Desabróchate el cinturón, por favor.

No tuve que pedírselo dos veces. Se sacó el cinturón, pero dejó los pantalones abrochados. Me gustaba que hubiera hecho exactamente lo que le había pedido, ni más, ni menos.

Le desabroché los pantalones, dejando al descubierto la goma de los calzoncillos. El bulto que cubrían era consistente y firme, y tenía un aspecto muy… humano. Pero después de lo que acababa de ver, tenía que estar segura. Le quité la ropa interior, delicadamente, y le vi desnudo por primera vez.

Estaba tan erguido y perfecto como lo había anunciado su cara, como una escultura de alabastro. Puse mi mano a su alrededor, y él dejo escapar un grito.

Yo no estaba jugando, estaba buscando algo. Bathar tenía una espina casi tan grande como mi mano dentro de su pene. Algo que no resistiría ninguna mujer humana. Sólo los seres reales de su tipo la tenían, y significaba que eran machos fértiles: sin espina, las hembras no ovulaban durante el acto sexual.

Sholto me miró con impaciencia.

– El control de un hombre no es perfecto.

– Por eso llevo las bragas puestas. -Era como un terciopelo duro y musculoso en mis manos, pero allí sólo había carne, ninguna sorpresa desagradable-. ¿Tu padre no era noble?

– Estás buscando la espina. -Su voz era baja, ronca.

– Sí.

– Mi padre no pertenecía a los esclavos reales.

Susurró estas palabras sensatas con una voz que a cada caricia se volvía menos razonable.

– ¿Entonces, cómo conseguiste llegar a ser rey?

Mi voz era tranquila. Ya no estaba excitada después de que los tentáculos dejaran de tocarme. No había durado, porque no estaba excitada con su visión. Que el Señor me perdone, pero para mí los extras eran una especie de deformidad.

– La corona de los sluagh no se hereda, se gana.

– Que se gana -dije-. ¿Cómo se gana?

Negó con la cabeza.

– Ahora mismo me cuesta pensar.

– Me pregunto por qué será.

Lo planteé de forma graciosa, pero no lo era. Me hubiese gustado que lo fuera. Me habría gustado tomarlo tentáculo a tentáculo, pero tenía más de una docena. La idea de apretar mi cuerpo desnudo contra el suyo, de ser abrazada por aquel racimo de tentáculos… Me estremecía de sólo pensarlo.

Sholto no comprendió mi reacción, y uno de sus tentáculos musculares peinó mi pelo igual que habría hecho la mano de un hombre. Cerré los ojos e intenté disfrutar de la caricias, pero no pude. Una noche, quizá, pero no noche tras noche. Simplemente, no podía.

Bajé la cara, y el tentáculo se apartó. Sostuve a Sholto en mi mano, tan sólido y encantador como cualquier hombre con el que había estado, pero por culpa de lo que se retorcía por encima, no obtuve el placer esperado.

Sholto me miraba con expectación, como si ya hubiera dicho que sí. Lo lógico habría sido levantarme y besarle, pero si le besaba la masa de tentáculos me envolvería y Sholto sabría lo que en realidad pensaba. No quería que me viera retrocediendo horrorizada. Quería que su última caricia de carne de sidhe fuera algo agradable, no humillante. Si no resistía subir por su cuerpo, bueno, sólo quedaba una opción: descender.

Bajé de la cama y me arrodillé frente a él. El movimiento le obligó a apartarse de la cama, y dejó mi cara a la altura de aquel largo trozo de carne firme y sedosa. Tomó aire para decir algo, pero lo paré tomándolo en la boca. Subí mis manos por sus muslos hasta clavarle mis uñas en sus nalgas.

Dejó escapar un grito, y su cuerpo avanzó hacia mí para adentrarse en mi boca. Normalmente, me gustaba subir la mirada por el cuerpo de un hombre para disfrutar de su reacción, pero no en esta ocasión. No quería ver nada. Me alimenté de él, chupándole, usando la lengua, la boca, los labios e incluso, delicadamente, los dientes. Su respiración adoptó un cadencioso jadeo que dejaba claro que tendría que detenerme rápidamente si no quería romper el tabú de la reina. El poder también había vuelto, como un sólido zumbido de energía contra mi cuerpo. Allí donde le tocaba, se desprendía energía. Sentía en la boca una especie de vibración, y tuve una visión repentina de lo que podía representar tener entre las piernas aquella cosa caliente y poderosa. La imagen era tan vívida que me tuve que apartar. Abrí los ojos y encontré su piel blanca, casi traslúcida por el poder.

Subí lentamente la mirada. Cada centímetro de su cuerpo resplandecía. Las puntas de los tentáculos más pequeños brillaban como ascuas rojas, y los tentáculos superiores mostraban una gama de tonos marmóreos. Era hermoso contemplar la combinación de rojo delicado, violeta tenue y tiras de oro del color de sus pupilas en contraste con la blanca luz de su piel.

Le miré, y en ese momento todo lo que veía era bello. Era como se suponía que tenía que ser: un objeto moldeado con luz y rellenado con color y magia. El poder se desprendía de él con una vibración que me acariciaba la piel y me hacía vibrar, abrazándome como una manta invisible y de seda. Quería entrar en su interior, sentir cómo me penetraba.

– Suéltate el pelo. -Mi voz sonó extraña, como si estuviera hablando otra persona.

Sholto hizo lo que le pedí. El cabello le cayó hasta debajo de las rodillas de una forma deslumbrante, como nieve reciente. Me llené las dos manos con él y lo acaricié tiernamente. Hacía tanto tiempo que no disfrutaba de una melena cayendo en cascada sobre mi cuerpo… Era como satén vivo y pesado. Me bajé el sujetador para peinar su cabello con mis pechos. El contacto me hizo estremecer, y esta vez era pasión.

Le miré, todavía de rodillas.

– ¿Piensas que nos podríamos contener si pusieras toda esta masa de cabello sobre mi cuerpo desnudo?

Todos los colores de sus iris brillaban; sus anillos parecían arremolinarse como el ojo de un huracán. El deseo que mostraba su rostro se transformó en risa.

– ¿Tengo que mentir y decir que sí?

Levanté una mano brillante, casi traslúcida, que tocó su cuerpo.

– Sí, miénteme, si eso nos impide parar.

– Esta conversación es peligrosa -dijo, en voz baja.

– Son momentos peligrosos -dije, y le lamí, haciendo que su cuerpo reaccionara desde las piernas hasta los hombros, mientras la cabeza se echaba hacia atrás, y su respiración se convertía en un jadeo.

– Meredith -dijo con aquel tono que un hombre reserva sólo para las ocasiones más íntimas. A1 oírlo mi cuerpo se endureció en sitios que él no había visto, y mucho menos tocado.

La puerta se abrió de golpe con un crujido de madera y un aura de poder nos golpeó como la mano de un gigante. Sholto se tambaleó, pero se mantuvo en pie. Yo capté la imagen de una figura negra que se movía de forma borrosa y a continuación, Sholto había saltado por encima de la cama y se había arrojado al suelo.

Nerys la Gris estaba de pie, enmarcada en el dintel, un instante después se movía a toda velocidad hacia mí. Salté hacia la cama, en pos del arma que había debajo de la almohada, pero me di cuenta de que no llegaría a tiempo.