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Moscú, Rusia
Mil ochocientos kilómetros al norte de Tel Aviv, el Consejo de Seguridad ruso celebraba una reunión para discutir sobre los sucesos acaecidos en Israel. Eran las doce y cinco en Moscú, las cuatro y cinco en Nueva York y las once y cinco en Israel.
A sus ochenta y seis años, el ministro de Defensa Vladimir Leon Josef Khromchenkov era el mayor de los trece hombres que se hallaban reunidos en el gabinete de guerra del Kremlin. Khromchenkov había nacido en los albores de la Revolución rusa. Su padre no había asistido al alumbramiento y ese día se encontraba luchando en Petrogrado. Durante la revolución y los años que siguieron, el padre de Khromchenkov se las había ingeniado para mantenerse siempre cerca de Lenin, de Stalin y de Trotsky, aunque nunca se acercó tanto a ninguno como para que los otros dos le consideraran una amenaza. Su hijo había heredado aquella habilidad para moverse por las traicioneras aguas de la política. Tras pasar casi cuarenta años al servicio del Ejército Soviético, Vladimir Khromchenkov había accedido al Kremlin al comienzo del gobierno Gorbachov como candidato de la facción dura contraria a las reformas del presidente y temerosa de que éste acabara por vender el país.
Boris Yeltzin y Vladimir Putin habían intentado infructuosamente debilitar su influencia política e incluso echarle del Consejo de Seguridad. Pero Khromchenkov conocía bien la maquinaria del poder y había sabido emplearla en su beneficio. Si hubiese querido podría haber accedido a la presidencia, pero prefería manipular antes que ser manipulado. Se decía de Khromchenkov que estaba convencido de que era su destino no morir hasta el restablecimiento de la Unión Soviética como potencia mundial. Y aunque atribuía el mérito a otros, era él quien había ideado la invasión de Israel como un paso clave hacia el advenimiento de su destino.
– Camaradas -empezó el ministro de Defensa Khromchenkov con aquel arcaico estilo soviético que tanto irritaba a algunos de quienes le rodeaban pero que también alegraba los corazones de otros-, nuestro servicio de información nos confirma que el ataque que esta mañana han sufrido nuestras fuerzas internacionales de paz ha sido concebido y lanzado por insurgentes israelíes. Hace un rato recuperábamos la comunicación con el general Serov, que está al frente del Centro de Operaciones de Defensa Estratégica de Mizpe Ramon. Nos informa de que, al parecer, los israelíes consiguieron hacerse con el control sobre el armamento nuclear desde una instalación remota para luego lanzar el ataque de esta mañana. En este momento, los insurgentes luchan contra las tropas que tenemos apostadas en las ciudades, y un pequeño destacamento de israelíes ha acampado en el exterior del centro de operaciones. El general Serov ha sellado las puertas blindadas para proteger a sus hombres de los insurgentes e intenta detectar el puerto de acceso al sistema para recuperar de nuevo el control. Otra cosa -dijo Khromchenkov, como restando importancia a lo que en realidad era lo más importante-, además de controlar las instalaciones de lanzamiento, los israelíes han conseguido hacerse también con el control de su defensa estratégica.
El ministro de Exteriores Cherov advirtió la trascendencia del último comentario de Khromchenkov. El control de la defensa estratégica en manos israelíes limitaba enormemente las opciones de respuesta de Rusia.
– La estimación de daños revela que se ha tratado de un ataque con misiles Gideon cargados con bombas de neutrones de cinco megatones. El objetivo era el límite exterior del perímetro de cada una de nuestras seis instalaciones temporales. Creemos que las pérdidas humanas en los campamentos han sido masivas.
– ¿Qué hay del material? -preguntó el ministro de Economía, más interesado en los depósitos de armamento que en los miles de vidas perdidas.
– Por el momento no disponemos de información sobre los daños sufridos por el armamento, pero cabe la probabilidad de que haya sobrevivido al ataque.
– ¿Qué sugiere? -preguntó el presidente Perelyakin al ministro de Defensa.
– Debemos asumir -empezó Khromchenkov- que el empleo de bombas de neutrones de escasa carga tenía como objeto matar a nuestros soldados y permitir a los israelíes hacerse con nuestro armamento para defenderse contra los árabes. Aunque todavía hay esperanzas de que el general Serov recupere el control sobre el armamento nuclear y la defensa estratégica, debemos planear nuestra respuesta en caso de que los intentos del general resulten infructuosos. Por lo tanto, además de la restitución inmediata de nuestras fuerzas de paz, recomiendo preparar una respuesta nuclear y otra convencional. Primero, si recuperamos el control de la defensa estratégica, la respuesta al ataque nuclear israelí debe ser del mismo tipo. Recomiendo el lanzamiento de seis bombas de neutrones de bajo impacto sobre objetivos israelíes como respuesta al ataque no provocado contra nuestras tropas. Segundo, si no conseguimos recuperar el control de la defensa estratégica, debemos lanzar en el espacio de veinticuatro horas, antes de que Israel pueda hacerse con nuestro armamento, un ataque aéreo contra los mismos seis objetivos que establezcamos, seguidos de otros ataques contra cualquier destacamento israelí que intente hacerse con nuestro equipo. La segunda opción no es tan llamativa, pero cumplirá su función.
– Ministro Khromchenkov -dijo el ministro de Interior Stefan Ulinov-, si recuperamos el control sobre la capacidad nuclear de Israel, sugiero que el lanzamiento se ejecute desde sus propios silos.
– Excelente idea -aprobó el presidente Perelyakin.
Todos los presentes asintieron.
– En cuanto a la posibilidad de una respuesta nuclear -continuó Ulinov-, si la defensa estratégica israelí es tan efectiva como revelan los informes del servicio secreto, entonces creo que el ministro Khromchenkov tiene toda la razón. No debemos lanzar una respuesta nuclear si no estamos seguros de que las ojivas alcanzarán sus objetivos. No podemos permitirnos ofrecer al mundo una demostración de lo que un buen escudo de misiles puede conseguir. Sería -dijo Ulinov midiendo sus palabras para mayor efecto- un error colosal que el resultado final de este incidente fuera el de animar definitivamente a Occidente a dotarse de un sistema de defensa estratégica. -Ulinov hizo una pausa para que los miembros del Consejo de Seguridad tomaran en consideración la sabiduría de sus palabras y a continuación miró al ministro de Defensa Khromchenkov para devolverle el protagonismo.
– Por último -dijo Khromchenkov-, en el caso de que fallaran nuestros intentos de recuperar el control sobre las capacidades nucleares o la defensa estratégica, tendremos que emplear importantes contingentes de fuerzas para la desactivación de los silos de misiles mediante ataques aéreos. Estoy convencido de que, desprovisto una vez más de su armamento nuclear; Israel entregará el control sobre la defensa estratégica.
– Excelente -repitió el presidente-. Señor ministro de Defensa, estimo encomiables su clarividencia y su concepción de una respuesta razonable al incidente.
El ministro de Defensa Khromchenkov se rezagó terminada la reunión para quedarse a solas con el ministro de Exteriores Cherov. Khromchenkov estaba casi convencido de cuál sería la respuesta de Cherov a la pregunta que estaba a punto de hacer, pero uno no debía bajar la guardia jamás.
– Dime, camarada Cherov -dijo después de asegurarse de que nadie oiría su conversación-, ¿qué opinas de mis recomendaciones de una respuesta limitada?
– No podrían ser mejores… si tu intención era satisfacer los deseos del presidente Perelyakin, claro está. -Cherov no ocultaba nada en su tono; era obvio que no le satisfacía el plan de Khromchenkov.
– ¿Tal vez esperabas una respuesta algo más… dura? ¿Tal vez una que aprovechara mejor la oportunidad?
– Eso esperaba, sí.
– El caso es que sí que he ideado una recomendación alternativa. Puede que te interese echarle un vistazo. -Khromchenkov entregó un gran sobre blanco a su camarada y salió de la habitación.
Nueva York, Nueva York
Eran las ocho de la mañana en Nueva York cuando el mundo empezó a enterarse de lo que realmente había sucedido en Israel. Las primeras informaciones apuntaban a un bombardeo ruso accidental. Y muchos rusos lo habían creído así. Pero ahora que había quedado claro que los artífices del ataque no habían sido otros que los propios israelíes, la inquietud en Naciones Unidas se concentró rápidamente en hacer llamamientos a la tranquilidad a los rusos.
La experiencia política de Jon Hansen le había enseñado ya de joven que la diplomacia más efectiva es la que se hace en privado; la tribuna de oradores del salón de la Asamblea General estaba para dar espectáculo. Con todo, había momentos en los que la tribuna era indispensable, como ya había ocurrido con su efectista llamamiento a la reorganización del Consejo de Seguridad. En esta ocasión habría que recurrir a ambas.
La maniobra de los israelíes había sido increíblemente ingeniosa, en opinión de Hansen; era casi inconcebible que hubiesen conseguido llevarla a cabo. Y nadie podía aventurar cómo planeaban los rusos responder al ataque. Hansen conocía a fondo la política rusa y sabía que tomarían seriamente en consideración la posibilidad de lanzar algún tipo de ataque nuclear limitado como respuesta, pero tenía la esperanza de que los moderados ganaran la batalla. Lamentablemente, no iba a poder sacarle nada al embajador ruso Yuri Kruszkegin, que sabía jugar bien sus cartas.
Pero lo que Hansen no sabía es que la partida estaba en manos del pequeño grupo de personas atrincheradas bajo las calles de Tel Aviv. Eran ellos los que tenían la historia en sus manos, además del control de la capacidad nuclear israelí y de su defensa estratégica.
Moscú, Rusia
El ministro de Defensa Vladimir Khromchenkov acababa de entrar en el aseo y se dirigía a uno de los urinarios cuando cayó en la cuenta de que alguien había entrado detrás de él. Por el rabillo del ojo reconoció al ministro de Exteriores Cherov. Khromchenkov supo al instante que aquél no era un encuentro casual; podía contar con los dedos de su mano libre el número de veces que había visto a Cherov en el ala del edificio en la que se encontraban. No obstante, era de sabios no dar nada por sentado.
– Buenas tardes -dijo Khromchenkov.
Cherov se limitó a asentir con la cabeza.
– ¿Has tenido oportunidad de examinar mi propuesta alternativa?
– Sí -contestó Cherov-. Ofrece interesantes posibilidades para los objetivos de nuestro país a corto y largo plazo. -El tono revelaba que estaba interesado y Khromchenkov lo sabía.
– Claro está -dijo Khromchenkov- que el plan dependería enormemente de la respuesta de los americanos. Me he atrevido a hacer algunas suposiciones, y bueno, no son más que conjeturas; no soy un experto en estas cosas. -Cherov era consciente de que con aquellas palabras Khromchenkov cumplía con la obligada deferencia a su cargo como ministro de Exteriores y a la vez se protegía de posteriores reproches si sus suposiciones sobre el asunto resultaban no ser las acertadas-. Tal vez prefieras asesorarte mejor -sugirió Khromchenkov separándose del urinario para ir a lavarse las manos.
– No. Tu evaluación parece correcta -dijo Cherov uniéndose a él en los lavabos-. Pero, bueno, nunca lo sabremos. En este asunto va a ser imposible actuar en contra de los deseos del presidente Perelyakin. -El tono de Cherov pedía más información, si es que la había.
– Supongo que estás en lo cierto -dijo Khromchenkov, que suspiró teatralmente y añadió-: Por otra parte, estoy seguro de que si la alternativa la propone la persona acertada dentro del Consejo de Seguridad, hay otros que sin duda se pondrán de su parte.
– ¿La persona acertada? -preguntó Cherov buscando en Khromchenkov la confirmación de lo que parecía sugerir.
– Sí, alguien que pudiese ofrecer la capacidad de liderazgo necesaria para ponerse a la cabeza de la Federación Rusa en caso de que al presidente le resultara… digamos que imposible apoyar el punto de vista de la mayoría.
Ahora no había duda de lo que sugería. El plan de Khromchenkov era obvio; Cherov era «la persona acertada». Era evidente que el presidente Perelyakin se opondría al plan. Hasta ahí, la cosa era sencilla. Lo difícil, por no decir imposible, a no ser que pudiera acordarse de antemano, era que la mayoría apoyara a Cherov. Perelyakin no perdonaba. Y si el plan fallaba, Cherov lo pagaría muy caro.
– ¿Está garantizado el apoyo? -preguntó Cherov con cautela.
– Más que eso -dijo Khromchenkov secándose las manos-. Tres de los miembros que apoyaron a Perelyakin en el pasado me han comentado confidencialmente que no desean que semejante oportunidad pase de largo sin la respuesta que merece.
Cherov hizo un rápido cálculo mental de los apoyos. De repente se le ocurrió que, a pesar de la precisión matemática de Khromchenkov, las cosas no casaban a la perfección. ¿Por qué esos tres miembros del Consejo no habían presionado directamente a Perelyakin exigiéndole una respuesta más contundente al problema?
– Y esos tres miembros, ¿han expuesto su punto de vista ante el presidente? -preguntó Cherov.
– Sí, por supuesto.
– ¿Y él se niega a escucharles?
– Escuchar, escucha, lo que ocurre es que no oye. Es un hombre extremadamente cauteloso.
– Excelente virtud -contestó Cherov.
– Sí, pero hará que deje pasar nuestro destino ante sus ojos, desechando una oportunidad que devolvería a Rusia al lugar que le corresponde como potencia mundial.
– Hablas de oportunidad, pero no habrá oportunidad a no ser que tu general Serov consiga recuperar el control sobre la defensa estratégica israelí.
– Cierto -admitió Khromchenkov-. Si no lo hace, no se presentará la recomendación alternativa y no se habrá perdido nada. Pero si lo consigue… entonces debemos estar preparados para actuar.
Cherov meditó unos instantes sobre el comentario de Khromchenkov.
– Lo pensaré -dijo finalmente.
Tel Aviv, Israel
Los miembros del equipo del coronel White hacían turnos para dormir en el centro de Control de Ensayos. Habían pasado treinta horas desde que se lanzaron con éxito los misiles Gideon, y ahora tendrían que esperar días, semanas incluso, para volver a salir al exterior. Joel picaba de una bolsa de patatas fritas Tapu delante de un ordenador y Scott se acababa de recostar en un camastro para descansar. De repente ocurrió algo inesperado.
– ¿Qué es esto? -susurró Joel-. Coronel White -llamó solicitando la presencia del jefe del equipo.
El coronel White se acabó de un sorbo el café y se dirigió a donde Joel estaba sentado.
– ¿Qué ocurre? -preguntó.
Joel se inclinó sobre la mesa para estudiar más de cerca el monitor del ordenador.
– Un fallo de lectura, espero. El icono del panel de defensa se ha puesto rojo.
El coronel White echó un vistazo y no le gustó lo que vio.
– Danny, ven aquí, rápido -le gritó a una de las dos mujeres del equipo.
Danielle Metzger era quien, después de White, más experiencia tenía en el CE, pero, a diferencia del coronel, su trabajo había sido siempre de carácter práctico. Conocía las instalaciones de arriba abajo.
– ¡Oh, no! -exclamó. El grito despertó a los tres miembros del equipo que en ese momento dormían.
– ¡Rápido! -gritó Metzger haciéndose con el control de la situación-. ¡Atención todos, tenemos un problema!
– Cuéntame qué sucede -ordenó White.
– Hemos perdido el control -contestó Danielle al tiempo que ejecutaba varios programas para verificar que las lecturas eran correctas.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntaron varias voces al unísono.
Danielle continuaba trabajando en su frenético intento por restablecer el control. Por fin confirmó al resto del equipo que no se trataba de un fallo de lectura.
– Coronel, no sé cómo, pero los rusos han conseguido hacerse con el control de las capacidades defensivas.
– ¿Podemos recuperarlo? -preguntó aterrado ante cuál podía ser su respuesta.
– No lo sé, señor. Verá…
– Un momento -interrumpió Joel-. Todavía controlamos nuestras capacidades ofensivas. ¿Cómo es posible que hayamos perdido el control sobre unas y no sobre las otras? ¿Podría tratarse de una aberración del sistema?
Al igual que el resto, Scott Rosen estudiaba la situación intentando adivinar cuál había sido el error y cómo podía solventarse. Fue él quien contestó a la pregunta de Joel.
– No es una aberración -contestó-. No puedo explicar cómo lo han hecho, pero sí lo que han hecho. El tendido de fibra óptica a través del cual se comunican los diferentes centros de las capacidades defensiva y ofensiva atraviesa las instalaciones del CODE y del CE. Por razones de logística, el control de las comunicaciones de los silos de misiles pasan primero por estas instalaciones y de aquí van al CODE; el control de las comunicaciones de defensa pasa primero por el CODE y luego llega hasta aquí.
– ¡¿Y qué idiota decidió hacer eso?! -exclamó Joel.
– El doctor Brown -contestó Danielle Metzger-. Pero era imposible pronosticar que llegaríamos a encontrarnos en una situación como ésta -continuó intentando defender al fallecido doctor que había sido su mentor.
Scott continuó con su explicación.
– Habrán descubierto no sé cómo que la SF-14 es una instalación camuflada y luego habrán localizado los cables de salida y entrada.
– Pero bueno, ¿podemos recuperar el control o no? -preguntó el coronel White haciendo valer su autoridad.
Hubo una larga pausa.
– No creo -contestó Scott por fin-. Me temo que hayan cortado los cables.
En plena confusión y desconcierto nadie había advertido el débil sonido de la radio que de fondo emitía sin cesar las palabras del profeta Joel. Al principio tampoco advirtieron cómo el soniquete cesaba abruptamente y era reemplazado por otra voz. No era otra que la voz, resonante y templada, del rabino Saul Cohen. Al hacerse el silencio brevemente en la sala, los oídos de Joel Felsberg registraron por fin aquella voz tan familiar. Al principio hizo caso omiso, pero luego, de repente, la reconoció.
– Es el rabino de mi hermana -anunció sorprendiendo a los otros, que estaban concentrados en hallar la forma de salir de aquel atolladero-. ¿Qué es lo que ocurre ahí arriba? ¿Por qué han cortado el mensaje? -preguntó subiendo el volumen para poder escuchar la voz más claramente.
– ¿Cohen? ¡Ese traidor! -dijo Rosen, cuya profunda animadversión hacia el rabino hizo que olvidara momentáneamente la urgencia del asunto que les ocupaba. Scott conocía demasiado bien aquella imponente voz. En una ocasión en la que había pasado la noche en casa de sus padres, aquella misma voz le había despertado por la mañana junto con la de sus padres y algunos otros mientras elevaban cánticos en los que proclamaban a Yeshua como el Mesías judío. Scott había tenido que hacer verdaderos esfuerzos por no entrar en la cocina y dar de puñetazos al rabino, es más, lo hubiera hecho si no llega a ser por su madre. Una cosa era que ciudadanos israelíes de a pie como sus padres creyeran en Yeshua, y otra muy distinta que un rabino, un rabino jasídico para ser más exactos, creyera en él. Tiempo después, poco antes de que murieran en el Desastre, los padres de Scott habían dedicado todas sus horas libres a preparar un misterioso proyecto con Cohen. Los tres habían desaparecido durante semanas en varias ocasiones, dejando atrás como única explicación una nota indicando la fecha de su regreso.
«El planeta entero ha sido testigo de lo que ha ocurrido aquí hoy -decía Cohen en la radio-. Pero tú Israel, oh, no, tú no has glorificado a Dios. En cambio, te congratulas de haber destruido a tu enemigo. Te has glorificado a ti misma y empleas en vano las palabras del profeta Joel para tu conveniencia. "Estas palabras no deben emplearse como un grito de guerra para mi pueblo", dice el Señor. Son las palabras del hijo de Satanás, que reunirá sus ejércitos del mal para destruirte en el día del Señor que ha de venir. Pero el Señor tu Dios es un dios paciente y compasivo. Escucha pues las palabras del profeta Ezequiel para el enemigo de mi pueblo Israel:
Y entraré en juicio con él mediante la peste y la sangre; y haré llover sobre él, sobre sus escuadrones y sobre sus pueblos numerosos que le acompañan, lluvia torrencial, granizo, fuego y azufre. (…) Sobre las montañas de Israel caerás tú, así como todas tus huestes y los pueblos que te acompañan; a las aves de rapiña, a toda suerte de pájaros alados y a las fieras del campo te he entregado como pasto. Caerás sobre la superficie del campo, pues Yo he hablado -oráculo de Adonay Yahveh. (…) y conocerán que Yo soy Yahveh. [36]
»Hoy, oh, Israel, hoy serás testigo del poder y la ira de Dios. He aquí, Israel, tu verdadero grito de guerra. "¡Contemplad la mano de Dios! ¡Contemplad la mano de Dios!".»
Nueva York, Nueva York
Decker se despertó de un salto cuando un grito de terror brotó del dormitorio de Christopher. Allí encontró al chico empapado en sudor y temblando de miedo.
– ¿Qué ocurre? -gritó Decker. Su corazón latía casi a la misma velocidad que el de Christopher.
Christopher estaba sentado en la cama y parecía no saber dónde se encontraba. Miraba a su alrededor sin acabar de orientarse del todo. Pasados unos instantes, Decker pudo leer por fin en sus ojos una mirada de reconocimiento.
– Lo siento -dijo Christopher-. Ya estoy bien. Era… un sueño, nada más.
Decker había sido padre el tiempo suficiente como para saber cuando un niño intenta hacerse el valiente. Christopher estaba visiblemente afectado y Decker no tenía intención de dejarle solo.
– ¿Otra vez el sueño de la crucifixión? -preguntó Decker.
– No, no -contestó Christopher-. No era nada por el estilo.
– Bueno, pues cuéntame qué era.
Christopher parecía algo reacio, pero Decker insistió.
– No ha sido más que un sueño estúpido -dijo Christopher en tono de disculpa-. Ya he tenido este sueño antes. -Decker no movió ni un dedo-. Está bien -dijo Christopher cediendo a la insistencia de Decker-. Es un sueño muy extraño, como antiguo, pero claro y fresco a la vez. Al principio estoy en una habitación con pesados cortinajes colgando a mi alrededor. Las cortinas son preciosas y están decoradas con hilo de oro y de plata. El suelo de la habitación es de piedra y en el centro hay una vieja caja de madera, como un embalaje, apoyada sobre una mesa. No sé por qué, pero en el sueño siento la necesidad de mirar en su interior.
– ¿Y qué hay en la caja? -preguntó Decker.
– No lo sé. En el sueño tengo la sensación de que dentro hay algo que necesito ver, pero al mismo tiempo sé que, haya lo que haya, es aterrador.
Decker pudo leer el terror en los ojos del muchacho y se alegró de haber insistido en que le contara el sueño. Aquello no era algo a lo que un joven de quince años debiera enfrentarse solo.
– Cuando me acerco a la caja y estoy a sólo unos pasos de ella, miro hacia abajo y veo que el suelo ha desaparecido. Entonces empiezo a caer, pero consigo agarrarme de la mesa sobre la que está apoyada la caja. -Christopher se detuvo.
– Sigue -le urgió Decker.
– Hasta ahí es hasta donde el sueño había durado siempre. Salvo esta noche.
– ¿Y qué ha ocurrido esta noche? -le animó Decker.
– Bueno, normalmente me despierto entonces, pero esta vez había algo más; una voz. Era grave y resonante y decía «¡Contemplad la mano de Dios! ¡Contemplad la mano de Dios!».
Decker no tenía ni idea de lo que el sueño podía significar, pero había conseguido intrigarle.
– Y luego se oía otra voz -continuó Christopher-. Bueno, en realidad no era una voz. Era una carcajada.
– Una carcajada.
– Sí, señor. Pero no una carcajada amable. No sabría explicarlo, sólo sé que era fría, cruel y terriblemente inhumana.
Moscú, Rusia
El teniente Yuri Dolginov recorrió a toda prisa el corredor del Kremlin que conducía hasta el despacho del ministro de Defensa. A pesar de la importancia del mensaje, sabía que nada era tan urgente como para no tomarse el tiempo de llamar a la puerta antes de entrar.
– Señor -dijo después de recibir permiso-, hemos recuperado el control sobre la defensa estratégica israelí.
Aquélla era una buena noticia, no había duda.
– Excelente -se dijo para sí Khromchenkov-. Entonces es hora de mover ficha.
Khromchenkov hizo una llamada rápida al ministro de Exteriores Cherov antes de informar sobre el cambio de situación en Israel al presidente Perelyakin, quien a su vez convocó de inmediato al Consejo de Seguridad ruso.
Escasos minutos después, el presidente Perelyakin concedía la palabra a Khromchenkov en la reunión del consejo. Ignorando por completo la confabulación que se estaba tramando, el presidente consideraba justo que fuera el ministro de Defensa quien tuviera el placer de informar al Consejo de Seguridad de la buena noticia.
Khromchenkov procedió a leer el contenido del comunicado que el general Serov había enviado desde el Centro de Operaciones de Defensa Estratégica israelí.
– Recuperado el control sobre defensa estratégica israelí. Imposible hacerlo con las capacidades de ofensiva. Recomiendo acción inmediata ante posible cambio inesperado de la situación -leyó.
Los miembros del consejo aplaudieron la victoria del general Serov. Varios de los allí presentes ya habían sido notificados sobre la situación y tuvieron que fingir sorpresa ante la buena nueva.
– Gracias -dijo el presidente Perelyakin dirigiéndose a Khromchenkov-. Y ahora sugiero que llevemos a cabo la recomendación del general y procedamos a responder de inmediato.
– Un momento -interrumpió el ministro de Exteriores Cherov.
– ¿Sí? -contestó Perelyakin, que ya había abandonado su asiento. El rostro del presidente apenas mostró señales de preocupación cuando Cherov empezó a hablar. Pero endureció los músculos del abdomen, como quien se prepara para recibir un golpe.
– Creo que se nos presenta una oportunidad inmejorable para restituir a Rusia al lugar que se merece entre las grandes potencias mundiales. El ejército estadounidense intenta todavía resurgir de las cenizas. Aunque he de reconocer que la Federación Rusa pasa por una situación similar. El Desastre, así lo llaman los americanos, golpeó por igual a ambas facciones. Pero la superioridad no se mide por lo que uno tiene, sino por cómo lo utiliza en su beneficio.
Perelyakin era todo oídos para Cherov, pero su mirada estudiaba los rostros de quienes le rodeaban, y lo que veía no le gustaba ni la mitad de lo que estaba escuchando.
Nueva York, Nueva York
– Te agradezco que hayas accedido a acompañarme en el desayuno, Yuri -dijo Jon Hansen mientras recibía al embajador soviético. -Buenos días, Jon -contestó Kruszkegin-. No te preocupes. Estoy a dieta -bromeó como quitando hierro a la desagradable conversación que sabía estaban a punto de iniciar.
Kruszkegin tenía los ojos rojos de mantener dos horarios diferentes. Le habían despertado muy temprano para informarle sobre el cambio de situación en Israel. Su sobrino, Yuri Dolginov, trabajaba para el ministro de Defensa y le había enviado un correo electrónico codificado desde Moscú anunciándole que Rusia había recuperado el control sobre la defensa estratégica israelí, y él había querido esperar despierto a la notificación oficial del ministro de Exteriores sobre cuáles iban a ser las medidas a adoptar. Pero el despacho no había llegado. Ésta no era la primera vez en la que dependía de su sobrino para enterarse de qué se cocía en el Kremlin. El ministro de Exteriores, del cual dependían todos los embajadores rusos en el extranjero, no acababa de estar cómodo con hombres como Kruszkegin, cuya mentalidad excesivamente internacional consideraba de escasa o nula utilidad para la Federación Rusa.
Hansen y Kruszkegin continuaron hablando de todo y de nada mientras les servían el desayuno, tras lo cual Hansen intentó sonsacar algo de información.
– Pareces preocupado -mintió. El rostro de Kruszkegin no dejaba traslucir emoción alguna, salvo tal vez que estaba disfrutando del desayuno. Hansen sólo lo había dicho para observar su reacción.
– En absoluto -contestó Kruszkegin.
Hansen cambió de táctica.
– ¿Y no tendrás más datos que yo sobre lo que ocurre, verdad?
Pero Kruszkegin sonrió y siguió masticando. Hansen lo intentó unas cuantas veces más, sin resultado. Kruszkegin se limitó a seguir con su desayuno.
– Creía que estabas a dieta -dijo Hansen frustrado-. ¿Por qué has aceptado mi invitación a desayunar si no pensabas soltar palabra?
Kruszkegin posó el tenedor en la mesa.
– Porque -empezó- un día seré yo el que te invite a desayunar y haga todas las preguntas.
– Pues cuando eso ocurra -contestó Hansen-, procuraré ser tan cauto como tú.
– Estoy convencido -dijo Kruszkegin-. Y yo comunicaré a mi gobierno que nos hemos reunido y que he sido incapaz de obtener más información, igual que harás tú hoy.
Hansen dejó escapar una risita y volvió a concentrarse en su desayuno, casi intacto. Instantes después, la gravedad de la situación volvió a apoderarse de los pensamientos de Hansen, que empezó a esparcir la comida por el plato.
– Pareces preocupado -dijo Kruszkegin, repitiendo las palabras que antes le había dirigido Hansen.
– Lo estoy -contestó Hansen-. Yuri, las cosas han cambiado. Ya no estoy seguro de lo que pueda estar pasando en Rusia. Quienes hoy ocupan allí el poder son impredecibles. Yeltzin y Gorbachov, Putin incluso, habrían sido incapaces de correr los riesgos que estos hombres han corrido. Para serte sincero, no sé qué podemos esperar de ellos.
Kruszkegin dejó de comer y, a diferencia de su comportamiento anterior, ahora resultó obvio que no pensaba en el desayuno. Hansen había tocado un nervio sensible. A decir verdad, Kruszkegin estaba tan preocupado o más que Hansen, pero sus labios permanecieron sellados.
Finalizado el desayuno, Hansen y Kruszkegin se separaron para dirigirse a sus respectivas misiones. Nada más llegar a la misión de la Federación Rusa en la calle Sesenta y Siete Este, la secretaria personal de Kruszkegin le entregó un mensaje.
– Ha llegado cuando estaba en el desayuno -le informó.
Kruszkegin echó un vistazo a la nota. La firmaba su sobrino desde el Ministerio de Defensa. Su contenido era sencillo pero insólito.
«Tío Yuri»; el encabezado era del todo atípico de por sí; hasta entonces su sobrino siempre se había dirigido a él con la fórmula «querido embajador». Pero Kruszkegin no dio excesiva importancia a esta falta de formalidad, lo que de verdad le preocupó fue el mensaje que seguía. «Reza tus oraciones», decía.
Kruszkegin entró en su despacho y cerró la puerta con llave. Se sentó a su mesa, sacó un puro habano y lo encendió. Meditó sobre el breve mensaje de su sobrino y volvió a echarle un vistazo. «Reza tus oraciones.»
Era una broma. Sí, así lo había sido cuatro años antes cuando había ayudado al joven Yuri, su tocayo, a conseguir el puesto en el gabinete de Khromchenkov.
– ¿Qué hago -le había preguntado su sobrino en aquella ocasión- si algún día tengo que advertirte de que hemos decidido lanzar un ataque nuclear a gran escala?
Kruszkegin recordaba su respuesta: «Sólo dime que rece mis oraciones».
Moscú, Rusia
La pesada cubierta de fabricación alemana se deslizó suavemente de la parte superior del silo, dejando vía libre al misil alojado en su interior. El funesto sonido metálico retumbó en otros ochenta y seis emplazamientos repartidos por toda la Federación Rusa seguido de la liberación de los anclajes y el rugido de los propulsores de los cohetes. Lentamente, los misiles abandonaron sus tranquilas catacumbas, ocultos al principio por las blancas nubes de humo que se levantaron a su alrededor. Los misiles emergieron de la humareda y se abrieron camino silenciosamente hacia el cielo, ganando velocidad en su trayectoria. Sus objetivos no se limitaban al territorio de Israel. Lo cierto es que Israel había pasado a un segundo plano. El plan de Khromchenkov para devolver a Rusia su protagonismo pasaba por controlar el suministro mundial de petróleo. El lanzamiento hacía innecesario utilizar Israel como base desde la cual hacerse con el control sobre los campos petrolíferos de Egipto y de Arabia Saudí. Ahora conseguirían su objetivo con un único golpe maestro. Había que dar una lección a Israel y seis de las ojivas se dirigían hacia sus ciudades. Pero los otros cientos de cabezas nucleares, dieciséis ojivas MIRV [37] por cada misil, tenían como objetivo cada una de las grandes ciudades de los países ricos en petróleo de Oriente Próximo. En Rusia, los ejércitos estaban preparados para la invasión posterior.
Al oeste de San Petersburgo, un granjero que ordeñaba sus vacas abandonó su labor en el instante en que el suelo helado tembló y sus oídos se llenaron con el rugido de los propulsores. Sobrecogido, abandonó el granero corriendo y vio cómo un misil eclipsaba el sol en su ascenso y proyectaba su sombra sobre él y el producto de su esfuerzo.
Junto a la catedral de San Basilio de Moscú, los invitados a una boda miraban todos al cielo, siguiendo las seis finas estelas de humo que lo surcaban.
Sobre un puente en Irkutsk, un titiritero sorprendía a los niños al interrumpir repentinamente la obra de marionetas para quedarse mirando fijamente al aciago espectáculo que ofrecía el cielo.
En el transcurso de la carrera de diez kilómetros de Yekaterinburgo, los patinadores y su público enmudecían de terror ante la visión del reflejo del sol en los cascos de cuatro misiles que salían disparados hacia el firmamento.
Por toda Rusia se repetían escenas parecidas.
A los dieciocho segundos y medio del lanzamiento, tras haber recorrido aproximadamente tres kilómetros y bajo la atenta mirada de la gente de las ciudades, los pueblos y las granjas de todo el país… ocurrió lo inexplicable.
En el núcleo de cada una de las cabezas múltiples acopladas a los misiles, en un área infinitesimal, se produjo una liberación de energía de incomprensible magnitud. En menos de la centésima parte de una milésima de segundo, la temperatura de las ojivas alcanzó más de cien millones de grados Kelvin -cinco veces más elevada que la de la corteza solar-, creando una bola de fuego que se expandió a varios millones de kilómetros por hora. Todo lo que había en un radio de tres a cinco kilómetros de las explosiones se vaporizó al instante; no sólo el granjero, también las herramientas con las que había trabajado; no sólo los invitados a la boda, también la catedral de la que acababan de salir; no sólo los niños y el titiritero, también el puente sobre el que se encontraban; no sólo los patinadores y sus espectadores; también el río helado sobre el que discurría la carrera. Incluso el aire se consumió. En un radio de entre quince y veinticinco kilómetros de las ojivas explosionadas, lo que no se había vaporizado estalló en llamas.
En su expansión, las bolas de fuego barrían la atmósfera con ondas expansivas de elevada temperatura. Las ondas secundarias que habían rebotado en el suelo se sumaron a las primeras, propagándose sobre el terreno y formando frentes Mach de increíble presión. Edificios, hogares, árboles y todo lo que no había sido destruido hasta el momento fueron arrancados de la faz de la tierra y expulsados a miles de kilómetros por hora.
El índice de muertes en los primeros quince segundos fue de más de treinta millones de personas.
Las gigantescas bolas de fuego, que habían alcanzado hasta diez kilómetros de diámetro en su expansión, se elevaron ahora hacia el firmamento, absorbiendo cuanto había a su alrededor hacia el núcleo y luego hacia arriba como gigantescas chimeneas. Cientos de miles de millones de metros cúbicos de humo y de gases tóxicos creados por los incendios y todo lo que las explosiones habían hecho estallar fueron ahora aspirados hacia el centro y elevados a ochocientos kilómetros por hora para formar multitud de gigantescos hongos de residuos que se esparcirían miles de kilómetros a la redonda en una lluvia mortal.
Tel Aviv, Israel
El teléfono negro no era seguro, así que, cuando sonó, el almirante coronel Michael White siguió el protocolo habitual y contestó citando los cuatro últimos dígitos del número de teléfono. Al otro lado oyó la voz del primer ministro israelí, que llamaba desde su recién recuperado despacho en la Kneset.
– Enhorabuena -dijo-. Ni uno solo de los misiles ha traspasado el espacio aéreo ruso. Israel le debe la vida y la libertad.
– Gracias, primer ministro -dijo el coronel White-, pero no hemos sido nosotros. Hace horas que perdimos el control. Nuestra defensa estratégica permanece no operativa.
<a l:href="#_ftnref36">[36]</a> Ezequiel 38, 22; 39, 4-6.
<a l:href="#_ftnref37">[37]</a> Multiple Independently targetable Reentry Vehicle (proyectil con cabezas múltiples capaces de alcanzar diferentes objetivos).