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Dos meses después. Tel Aviv, Israel
Scott Rosen esperaba a su amigo Joel Felsberg a la mesa de un pequeño café, tomando un tazón de sopa. Joel no tardó en llegar. Se quitó el abrigo y tomó asiento sin mediar palabra.
– Pareces disgustado -dijo Scott en un tono que a Joel le sonó bastante irritado.
– Odio a esos rusos arrogantes; siempre parándote en la calle para pedir la documentación. -Joel exageraba; la mayoría de la gente pasaba días sin que les dieran el alto-. No se van a ir jamás, lo sabes, ¿no?
– Sí, lo sé -contestó Scott con una resignación poco habitual en él mientras sorbía su sopa-. Pero no todo está tan negro -añadió con una alegría igual de rara en él-. He oído que la resistencia interceptó un camión de suministro, robó la carga y luego lo lanzó por control remoto contra un campamento ruso. Al parecer mató a cerca de mil rusos.
Joel pidió su almuerzo antes de contestar.
– He oído esa historia veinte veces en las últimas tres semanas y cada versión suena más increíble.
– ¿No te lo crees?
– Sí, lo creo. Pero me quedo con la primera versión; que la resistencia interceptó un camión y lo lanzó contra un campamento ruso, donde se estrelló contra una torre de agua y poco más.
– Bueno, por lo menos hay una resistencia.
– Sí, y están sin armas y completamente desorganizados. ¡Si Ben Gurion llega a emplear sus tácticas todavía seríamos un protectorado británico! Lo pintes como lo pintes, Scott -continuó Joel después de remover el café-, ¡seguimos bajo ocupación! ¡A quién le importa cuántas torres de agua derribemos o cuántos camiones de suministro interceptamos! ¡Éramos un Estado libre e independiente y ahora no lo somos!
– Entonces, ¿qué cambios crees que debería introducir la resistencia en su táctica? -preguntó Scott, como si la opinión de Joel fuera a servir de algo.
– No lo sé. -Joel sacudió la cabeza con resignación-. Supongo que ninguno. Ése es el problema; no hay nada que podamos hacer. Ni siquiera aunque echáramos a los rusos, porque tan pronto abandonaran el país nos atacarían los árabes y entonces no tendríamos nada con que hacerles frente.
– Sí, pero…
– ¡Déjalo, Scott! ¿Para esto me has hecho venir hasta aquí? ¿¡Para que me revuelque en mi ira y mi frustración!?
Joel y Scott eran fervientes defensores de su país y cuando se trataba de Israel era muy fácil llevarlos al límite de sus sentimientos. En esta ocasión, no obstante, sólo a Joel había llegado a hervirle la sangre. Scott hablaba con una calma desacostumbrada, pero Joel no lo advirtió. Tampoco se fijó en que nadie había entrado ni salido del café después de su entrada, ni en que el dueño había colgado el cartel de «Cerrado». A Joel también le pasaron desapercibidos los dos hombres que montaban guardia a la puerta del café.
Entonces Scott pareció animarse repentinamente.
– ¡Hay que echar a los rusos de Israel! ¡Tenemos que machacarlos para que no vuelvan a poner el pie aquí jamás! -exclamó.
– Palabras. Palabras -respondió Joel-. ¿Tú te crees que la resistencia lo va a conseguir con sus ridículos ataques a las vías de suministro rusas? ¿Y cómo sugieres que lidiemos con los árabes cuando se vayan los rusos, si es que se van?
Scott miraba fijamente su tazón de sopa.
– Ah, si hubiésemos empleado nuestras armas nucleares contra los rusos en lugar de enseñar las cartas para amenazar a los libios…
– ¡Eres un iluso, Rosen! Cuando nos enteramos de que nos invadían, ya había rusos por todas partes. La única forma de haberles atacado con armas nucleares habría sido bombardeando nuestro propio territorio -dijo Joel, cada vez más enojado.
Scott Rosen no permitió que la ira de su amigo le distrajera. Tenía una misión que cumplir y todo estaba saliendo como planeado.
– Sí, supongo que tienes razón. -Scott parecía resignado, pero continuó-: Es una pena que ya no podamos hacernos con el control sobre nuestro armamento nuclear. Los rusos están todos concentrados en las montañas y podríamos eliminar al noventa por ciento con sólo unos cuantos misiles bien emplazados. Del otro diez por ciento de las ciudades se podría encargar la resistencia.
– De verdad que eres un iluso -dijo Joel-. ¿Y qué me dices de Moscú? ¿Crees que iban a quedarse ahí sentados sin responder al ataque? ¿Por qué razón no iban a pagarnos con la misma moneda atacando nuestras ciudades?
Aquélla era la pregunta que Scott estaba esperando. Su semblante adquirió de repente una expresión mucho más seria. La gravedad de lo que estaba a punto de decir era evidente, incluso para Joel.
– Por nuestro escudo antimisiles -susurró por fin.
Joel fijó su fría mirada en Scott, estudiando su semblante. Abrió la boca dos veces para hablar y llamarle una vez más, pero las dos veces se echó atrás. Scott parecía hablar en serio y cuando se trataba de la defensa estratégica había que escucharle. Junto con su difunto padre, Joshua Rosen, Scott sabía más que nadie sobre el proyecto de defensa estratégica israelí. Finalmente Joel se decidió a hablar.
– Hablas de un imposible. Aun cuando un plan semejante pudiera llevarse a cabo, no veo cómo iba nuestra débil y desorganizada resistencia a hacerse con el mando del Centro de Operaciones de Defensa Estratégica.
– No hace falta ni acercarse a las instalaciones -dijo Scott seguro de sí mismo.
De repente Joel cayó en la cuenta de que estaban en un lugar público. Mientras discutían no le había importado quién les pudiese oír. No era inusual ver a dos israelíes quejándose de la ocupación rusa. Todo Israel lo hacía. Es más, lo raro habría sido que hablaran de otra cosa. Pero habían cruzado la línea; ahora hacían algo más que quejarse. De haberles estado escuchando la persona equivocada, ésta podría haber tomado la conversación por una conspiración. Echó un rápido vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie les escuchaba.
Scott no le interrumpió para decirle que no había de que preocuparse; cada una de las siete personas que en ese momento se encontraban en el café habían sido escogidas para la ocasión.
– ¿Estás hablando de un centro de control remoto? -preguntó Joel por fin en un susurro.
Scott asintió con la mirada.
Joel había oído hablar de la existencia de un centro de control remoto, un centro de ensayos desde el que podía regularse el funcionamiento del Centro de Operaciones de Defensa Estratégica (CODE), pero siempre lo había descartado como producto de la especulación. Si era cierto que había un Centro de Ensayos (CE), entonces los puertos de comunicaciones necesarios para su operatividad habrían dejado al descubierto su existencia. Cabía la posibilidad de que dichos dispositivos hubiesen sido desconectados intencionadamente para no revelar su existencia, pero Joel había trabajado en el CODE durante más de cinco años y se había encargado de ejecutar numerosos escenarios de configuración en su sistema informático. Si el CE existía de verdad, tendría que haber aparecido en alguno de los procesos de simulación.
Joel estaba muy familiarizado con el funcionamiento de un CE. Años atrás, antes de abandonar Estados Unidos, había trabajado de técnico analista de software en Ford Aerospace, compañía asociada al Mando de la Defensa Aérea de América del Norte (NORAD). Recordaba los largos paseos por los fríos túneles de la montaña Cheyenne para testar actualizaciones de software. Había estado en la montaña aquel 9 de noviembre de 1979, cuando durante unos terribles minutos todo pareció indicar que la Unión Soviética había lanzado un ataque nuclear a gran escala contra Estados Unidos. El Mando Aéreo Estratégico de Estados Unidos (SAC) había hecho despegar a sus bombarderos y situado sus misiles nucleares en nivel de alerta, a la espera de órdenes del presidente. Al final resultó ser una falsa alarma provocada por un programa de simulación cargado inadvertidamente en el sistema informático del NORAD. Como resultado de este accidente, el Congreso de Estados Unidos autorizó de inmediato la construcción del Centro de Control Remoto del NORAD en pleno casco urbano de Colorado Springs.
Antes del establecimiento del CE de Colorado Springs, el protocolo habitual de procedimiento para testar actualizaciones de software había requerido desconectar de la red principal del NORAD los sistemas de backup de detección crítica de misiles mientras se ejecutaban las pruebas. Cuanto menos, se trataba de un protocolo muy arriesgado. ¿Y si hubiese habido un fallo en el sistema primario? Para sacar el sistema de backup del modo de prueba e introducirlo de nuevo en la red se habrían necesitado quince minutos, y para entonces habría sido demasiado tarde. El CE ofrecía las mejores garantías de seguridad. Además, a Joel le venía mucho mejor acceder en plena noche al centro de Colorado Springs que a la montaña Cheyenne. En el CE se había creado un duplicado exacto de todos los sistemas informáticos del centro de la montaña Cheyenne, y era allí donde se testaban todos los nuevos programas de software. Una vez probado el software, se procedía al cifrado y suma de verificación de los módulos -empleados para autentificar y garantizar la seguridad del sistema-, que a continuación se cargaban electrónicamente en el centro de operaciones del NORAD. Otra ventaja del CE era que en el caso poco probable de que se cayeran los sistemas del NORAD, el CE podía asumir sus competencias al instante. Disponía de todo lo necesario: ordenadores, comunicaciones y equipo de cifrado. Lo único que hacía falta era cargar los códigos de cifrado correctos.
Cuando empezó a trabajar en el Centro de Operaciones de Defensa Estratégica de Israel, Joel había intentado infructuosamente durante dos años convencer a sus superiores de la necesidad de desarrollar un sistema parecido en Israel. Incluso había llegado a contemplar la posibilidad de dimitir a modo de protesta por la negativa de éstos a tan siquiera estudiar la sugerencia, pero su mujer le convenció de que fuera paciente y esperara a que sus jefes fueran más receptivos. Lo más grave de todo era que el jefe del CODE, el doctor Arnold Brown, había sido precisamente uno de los responsables del desarrollo del CE para el NORAD. Joel nunca había entendido por qué Brown se negaba a dotar a Israel de las mismas capacidades.
Al principio Joel pensó que Scott Rosen no hacía más que dar crédito a rumores como los de la interceptación del camión de suministro. Pero sabía que Scott tenía acceso a información restringida de la que él podía no tener noticia. Y por su expresión parecía que hablaba en serio.
– Scott -dijo Joel inclinándose sobre la mesa-, ¿qué es esto? ¿Un juego? ¿Me tomas el pelo? -La mirada de Scott contestó a su pregunta-. Pero, Scott, yo he trabajado más de cinco años en el CODE. He ejecutado escenarios de configuración en la red informática de las instalaciones más de un millar de veces. Si de verdad hay un Centro de Ensayos, ¿cómo es posible que no apareciera en las simulaciones?
– Estaba ahí. Sus funciones se disfrazaron para ocultar su verdadera finalidad, pero estaba ahí.
La expresión de Joel era un gran interrogante.
– SF-14 -contestó Scott.
No había forma de comprobar si Scott decía la verdad. Hasta entonces Joel había creído que la SF-14 era una estación de seguimiento por infrarrojos, innecesaria y sin capacidad operativa, para el control y discriminación en última instancia de misiles balísticos de entrada. Tal vez fuera una coincidencia, o tal vez no, que la SF-14 fuera una de las dos únicas instalaciones remotas que Joel no había llegado a visitar nunca. Pensó en ello y no podía recordar que alguno de los miembros de su equipo hubiese sido asignado jamás a la comprobación de sistemas en la SF-14. Ello podía explicar la falta de interés del doctor Brown en el CE. Después de todo, ¿de qué servía hablar sobre la construcción de unas instalaciones cuando ya estaban operativas?
Si Scott Rosen hablaba con conocimiento de causa, entonces quería conocer todos los detalles. Si por otra parte no eran más que suposiciones, entonces lo mejor era acabar con el asunto de una vez por todas, y pronto.
– Está bien -espetó-, llévame hasta allí.
Para su sorpresa, Scott no salió con excusas, sino que se puso en pie, cogió el abrigo y se aprestó a salir del café con Joel a sus talones.
– ¿Y qué pasa con la cuenta? -preguntó Joel.
– Invita la casa -contestó el dueño del café.
Scott condujo el coche hasta el barrio financiero del este de Tel Aviv y aparcó en el garaje subterráneo de un alto edificio de oficinas de aspecto anodino que apenas parecía haber sufrido daños en la reciente guerra. Joel siguió a Scott hasta los ascensores, donde éste se detuvo para mirar a la cámara de seguridad que colgaba del techo. Una lucecita roja parpadeó al instante en la cámara y Scott presionó el botón de llamada del ascensor. Cuando la puerta del ascensor se hubo cerrado, Scott accionó el interruptor de parada de emergencia y marcó un código de siete dígitos en el teclado numérico. Aunque se encontraban en el sótano, el ascensor empezó a descender transportándoles, por lo que Joel pudo calcular, varias plantas por debajo del edificio. La puerta se abrió en una pequeña estancia de aproximadamente un metro cuadrado que ocupaban dos guardas armados. La identificación por medio de acreditación era imposible en aquellas circunstancias, así que el acceso dependía estrictamente del reconocimiento visual. Joel no tardó en percatarse de que ésta no era una tarea difícil; eran muy pocas las personas involucradas en la operación. Mientras Scott le presentaba a los guardas, que le estudiaron de arriba abajo, Joel vio que había una fotografía suya sobre la mesa junto a un panel de monitores de seguridad, uno de los cuales enfocaba a la puerta por la que habían accedido al ascensor desde el garaje.
La única otra salida de la estancia era una puerta blindada que Scott procedió a abrir marcando un número secreto en su cerradura electrónica. Ante ellos se desplegó un pequeño mar de ordenadores y de equipo militar de seguimiento, que llenaban una sala de casi ochocientos metros cuadrados. En el centro había un grupo de multiprocesadores dispuestos simétricamente, con conmutadores ATM y routers integrados para la transmisión de datos a tiempo real en banda ancha con fibra óptica. Joel había visto esta configuración de hardware antes en el Centro de Operaciones de Defensa Estratégica de las montañas cerca de Mizpe Ramon, al sur de Israel. Aquí había mucho menos espacio, pero a primera vista parecía un duplicado exacto del núcleo informático del CODE.
Diseminadas por la habitación, había varias personas trabajando delante de terminales Sun. Algunos se demoraron lo justo para levantar la vista de sus pantallas y darles la bienvenida con una simpática sonrisa antes de volver a sus ordenadores. Joel contemplaba incrédulo la instalación cuando un hombre fornido de escasa estatura entró en la sala desde otra habitación y se acercó hasta ellos. Scott puso brusco final a la visita para saludarle.
– Buenas tardes, Coronel -dijo con formalidad-. Permítame que le presente al señor Joel Felsberg. Joel, éste es el coronel White.
– Bienvenido al equipo -dijo White-. Me alegra que se una a nosotros.
– Oh… gracias, señor -dijo Joel sorprendido por la noticia.
– Llegas en un momento crucial. Scott me ha hablado de ti y también he podido echar un vistazo a tu historial. Estoy convencido de que podemos contar contigo para que nuestros planes se hagan realidad. Scott -continuó-, presenta a Joel al resto del equipo y ponle al día de cuál será su cometido. Nosotros hablaremos más tarde. -Dicho esto, el coronel dio media vuelta y los dejó.
– Oh, sí, no es mala idea, Scott. Ponme al día de cuál va a ser mi cometido -repitió Joel para a continuación exclamar-. ¡¿Qué demonios pasa aquí abajo?!
Scott sonrió.
– Bienvenido al SF-14.
Se trasladaron a la sala de reuniones de las instalaciones, donde Scott sirvió unos cafés y procedió a presentar brevemente el proyecto y explicar las capacidades secretas de cada una de las cuatro fases del sistema de defensa estratégica de Israel. Después de una hora de discurso abordó finalmente el papel que Joel habría de desempeñar en todo el plan.
– La razón de que estés aquí -explicó Scott- es que hace dos noches, el doctor Claude Remey, nuestro especialista en software, cometió la insensatez de entrometerse en una disputa doméstica de sus vecinos. Como resultado, nuestro doctor está ahora mismo inconsciente en la cama de un hospital con una puñalada a escasos centímetros del corazón. Te he traído para que te encargues de completar el proyecto en el que él estaba trabajando.
Joel conocía a Remey. Habían trabajado juntos en un par de proyectos pero nunca se habían llevado bien. Con todo, sentía lo que le había ocurrido.
– Lo que ves es una instalación de backup completamente operativa del Centro de Operaciones de Defensa Estratégica. No se trata solamente de un Centro de Ensayo. El doctor Arnold Brown, responsable de desarrollar las instalaciones, estipuló desde el principio que el conocimiento de su existencia se limitara al menor número de personas necesario. En el caso de que Israel fuera invadido, el centro debía seguir en manos israelíes a todo coste.
»El coronel White, en realidad es teniente coronel, a quien acabas de conocer, formaba parte de una cadena de mando compuesta por oficiales de general a capitán que había de hacerse cargo de las instalaciones en caso de invasión. La finalidad de la cadena era evitar que el funcionamiento de la instalación quedara inutilizado en el caso de que la potencia invasora arrestara a todos los altos cargos. Como así fue, los superiores del coronel White fueron todos arrestados durante los primeros días de la invasión y la responsabilidad de las instalaciones recayó sobre él.
»El plan inicial para las instalaciones en el caso de que se perdiera el CODE durante una invasión incluía tres supuestos. En primer lugar y si se presentaba la ocasión, las instalaciones podrían utilizarse para atacar el flanco enemigo, cortar sus vías de suministro y debilitar las fuerzas de apoyo. El segundo supuesto tenía en cuenta la posibilidad de que la potencia invasora intentara utilizar nuestras capacidades nucleares contra nosotros, en cuyo caso se frustraría el ataque desde las instalaciones mediante la anulación de los controles del CODE. Por último, la instalación está capacitada para neutralizar armas nucleares. Si se hubiesen producido el segundo o tercer supuesto, el procedimiento a seguir era el de proceder a la destrucción de cada misil amenazado, o amenazador, mediante la activación por control remoto de pequeños explosivos en el silo, que inutilizarían el silo y la ojiva, sin detonar la cabeza nuclear, por supuesto.
»Lo que ocurrió con la invasión rusa no estaba previsto. Como te contaba en el café -por cierto, el café es uno de los diversos locales seguros de que disponemos en la ciudad-, los rusos nos han proporcionado una oportunidad del todo inesperada. Al concentrar el grueso de sus tropas lejos de las zonas pobladas -Scott hizo aquí una pausa para señalar la ubicación de las tropas rusas en un amplio mapa que colgaba de la pared-, se han puesto, literalmente, a tiro de esta instalación.
»La primera fase de nuestro plan, por lo tanto, consiste en neutralizar el CODE y lanzar seis misiles Gideon de corto alcance cargados con bombas de neutrones contra cada una de las posiciones rusas. La elección de este tipo de misil se debe a tres razones muy importantes. La más obvia es que, puesto que estaremos atacando objetivos dentro de nuestras fronteras, es absolutamente esencial limitar el área de destrucción. Enseguida volveré a este tema.
»La segunda razón es que el efecto de la radiación de la ojiva Gideon es el que menos tarda en disiparse de entre todas nuestras ojivas. Nuestras tropas podrán penetrar en la zona afectada por la explosión entre seis y ocho horas después del impacto. La Zona Cero será completamente habitable en tres semanas.
»En tercer y último lugar, si el ataque tiene éxito y nuestro escudo antimisiles consigue contrarrestar el ataque nuclear ruso de represalia -ésa es la segunda fase del plan-, entonces tendremos que hacer frente inmediatamente a una segunda amenaza de las fuerzas convencionales árabes y rusas. Para limitar la respuesta de los árabes, lo que haremos será: en primer lugar, mantener a nuestros enemigos en el mayor grado de confusión posible inutilizando las líneas de comunicaciones, y en segundo lugar, realizar el ataque durante el Hajj.
Scott se refería a la peregrinación anual de los musulmanes a la Meca en Arabia Saudí. Los ritos del Hajj incluyen la circunvalación de la Ka'ba en la Meca y recorrer siete veces el camino entre los montes de Safa y Marwa, como hizo Hagar, la concubina de Abraham, durante su búsqueda de agua. Estos ritos pueden llevar varios días, tras los cuales los peregrinos se reúnen en grupo en la llanura de Arafa para rezar. Durante el Hajj, el Corán prohíbe a los musulmanes hacerle daño a ningún ser vivo, incluidos sus enemigos.
Scott desparramó un puñado de fotografías sobre la mesa.
– Como puedes ver, las imágenes vía satélite de los campamentos rusos revelan importantes depósitos secretos de armas, tanto de fabricación rusa como armas israelíes requisadas.
El contenido de las fotografías sorprendió a Joel. Se habían construido docenas de enormes almacenes de carácter provisional, y junto a ellos se distinguían ordenadas formaciones de tanques, helicópteros y carros blindados de transporte de tropas. Parecía un gigantesco aparcamiento.
– ¿Qué es lo que pretenden? -preguntó.
– Sospechamos que los rusos hacen acopio de equipo militar para lanzar un ataque convencional contra Arabia Saudí y Egipto. Después, asumimos que irán a por los otros países ricos en petróleo de la región. La información que sobre esta sospecha hemos obtenido de los servicios secretos es limitada, pero es obvio que no necesitan ese tipo de armamento sólo para mantener Israel bajo control.
– ¡Pretenden utilizar Israel como base para hacerse con los campos de petróleo árabes y con el canal de Suez! -concluyó Joel incrédulo.
– Eso parece -dijo Scott sin el menor asomo de emoción.
– Pero si nosotros tenemos esas fotografías vía satélite, es seguro que Estados Unidos las tiene también. ¿Por qué no hacen nada para detenerles?
– Ellos intentan solucionar el tema por vía diplomática. Que nosotros sepamos, no existe un plan de intervención militar. Al parecer, sus sospechas acerca de las intenciones de los rusos no siguen la misma línea que las nuestras. Como sabes -continuó Scott retomando el tema que les ocupaba-, la bomba de neutrones se desarrolló para destruir personas, no material. Mata principalmente mediante la liberación inmediata de radiación, no por calor o por la onda expansiva de la explosión, como es el caso de otras armas nucleares. Por tanto, la tercera razón para utilizar los Gideon es la de poder eliminar al personal ruso sin destruir el armamento. Antes mencionaste que aun cuando nos deshiciéramos de los rusos no tendríamos armas para defendernos de los árabes, pues bien, será la propia reserva de armamento de los rusos la que nos proporcione las armas que necesitamos. Para reducir al máximo los daños materiales, hemos establecido el objetivo de impacto a cuatrocientos metros del perímetro de cada uno de los campamentos rusos. De la selección de objetivos se encarga Ron Samuel, que te explicará más detalladamente esa parte del proyecto cuando hayamos terminado. Con suerte, habrá terminado su trabajo de aquí a unos días y entonces podrá echarte una mano con tu parte.
»Pero volvamos a la primera razón por la que hemos escogido el Gideon. Esta ojiva tiene un radio de acción letal de tan sólo un kilómetro, al que se suma un segundo radio de acción de otros tres kilómetros. En la mayoría de los casos, esos límites nos permitirán golpear a los rusos y evitar daños colaterales entre nuestra población. No obstante, hay dos emplazamientos donde no será posible debido a la cercanía de poblados y kibutz a los objetivos. En estos casos, y en aquellos en los que haya campesinos en las cercanías, se activará un equipo de evacuación que dispondrá de ocho horas para limpiar la zona de civiles antes del ataque. Este equipo habrá de actuar al amparo de la noche, y para evitar poner a nuestros enemigos sobre aviso, la unidad de evacuación no recibirá órdenes de iniciar la operación hasta que no nos hayamos hecho con el control operativo del CODE.
»La neutralización del CODE y la transferencia de operaciones a estas instalaciones, digamos que es la parte más sencilla; para eso se creó este centro. Lo difícil es conseguir que los rusos crean que mantienen el control el tiempo suficiente para que podamos evacuar a nuestra gente y lanzar los seis Gideon. Ahí es donde entras tú. Te necesitamos para que nos des esas ocho horas. Tendrás que engañar a los ordenadores del CODE para que crean que sus sistemas siguen operativos.
»Una vez transferido el control a estas instalaciones, tardaremos unos veinte minutos en introducir las coordenadas de los nuevos objetivos en los misiles. Si los rusos se dan cuenta de lo ocurrido, su primera reacción será intentar recuperar el control y proceder de inmediato a dispersar sus tropas de las montañas. Si así sucediera, no tendremos otra elección que lanzar el ataque de forma inmediata, matando a más de mil civiles israelíes y a los miembros de los equipos de evacuación.
Joel meditó sobre todo lo que acababa de escuchar. No era fácil digerir tanta información en tan poco tiempo.
– ¿Y qué me dices de los rusos que hay en las ciudades? -preguntó.
– Inmediatamente después del lanzamiento entrarán en acción varias unidades de comandos israelíes que tomarán todas las emisoras de radio y estudios de televisión que se hallan en poder de los rusos. En aquellos lugares donde la operación tenga éxito habrá otras unidades que se encargarán de destruir las antenas de esas estaciones. El éxito del ataque pasa por que el pueblo israelí se una para atacar a los rusos en las ciudades, pero también es esencial que el resto del mundo, y sobre todo los árabes, no sepan exactamente qué es lo que ocurre. Si damos muchas pistas a los nuestros, también se las estaremos dando a los árabes, que sea o no tiempo de Hajj pueden aprovechar la oportunidad para atacar mientras seguimos desorganizados y antes de que nos hagamos con el control de los depósitos secretos de armas rusos. En lugar de retransmitir avances informativos que puedan ser interceptados por los árabes, las radios y televisiones emitirán sin cesar un mismo y único mensaje, las palabras del profeta Joel, que aparecen en el capítulo tercero, versículo diez, del libro de Joel.
Scott hizo una pausa. Al igual que su padre, él era zelota antes que científico, aunque su causa era diferente. Esperaba que su amigo hubiese al menos estudiado lo suficiente las Escrituras como para estar familiarizado con el mensaje del profeta cuyo nombre llevaba. Pero si Joel conocía el versículo, no daba muestras de ello. Scott emitió un suspiro de evidente decepción y continuó.
– Forjad espadas de vuestros azadones y lanzas de vuestras podaderas -citó.
– No es que eso de muchas pistas, ¿no crees? -preguntó Joel ignorando que la idea había sido de Scott.
Scott sintió el impulso de saltar en su defensa pero se contuvo.
– Puede ser -admitió-. Pero es la señal que hemos pasado a la resistencia. Esperemos que el resto se una cuando empiece la lucha en las calles.
Durante las dos horas siguientes, cada uno de los ocho miembros de la sala de operaciones explicó a Joel los detalles sobre la parte que cada uno desempeñaba en el proyecto.
Tres semanas después. Nueva York, Nueva York
El teléfono sonó tres veces antes de que el embajador Hansen se despertara para contestar.
– ¿Diga? -dijo consultando la hora en el despertador. Eran poco más de las once.
– Señor embajador -dijo Decker-. Siento molestarle, pero acabo de saber que hace media hora, a las cinco treinta hora israelí, se han producido un número indeterminado de explosiones nucleares en Israel.
Hansen acabó despertándose del todo al tiempo que sus ojos se abrían de par en par.
– ¿Los rusos? -preguntó.
– La información que tenemos hasta el momento es muy confusa. No está del todo claro quién es el responsable, y los rusos no han emitido ningún comunicado oficial.
– Decker, ¿existe alguna posibilidad de que se trate de un error?
– No, señor. No creo. Las detonaciones han sido detectadas por satélites estadounidenses, británicos y chinos. Para empeorar las cosas, a las explosiones les ha seguido un terremoto de gran magnitud en la falla del mar Muerto.
– Está bien, espera un momento mientras enciendo el televisor. -Pasados unos instantes, Decker pudo escuchar al otro lado del teléfono el sonido del televisor de Hansen-. Ya estoy aquí -dijo Hansen, pero él y Decker permanecieron en silencio mientras escuchaban el avance informativo que estaba siendo emitido en ese momento.
«La redacción de noticias Fox acaba de recibir la noticia de que el Comando Estratégico de Estados Unidos (STRATCOM) ha ordenado el despegue urgente de sus bombarderos. El Departamento de Estado insiste en que no es más que una medida preventiva e informa de que el STRATCOM permanecerá en el espacio aéreo estadounidense a la espera de nuevas órdenes.»
– ¿Qué demonios está pasando? -preguntó Hansen.
– No lo sé, señor -contestó Decker expresando lo que era una obviedad.
– ¿Tienes el número de teléfono del embajador ruso?
– Tengo el número del embajador Kruszkegin aquí mismo, señor -dijo Decker y procedió a dictárselo a Hansen.
– De acuerdo -dijo Hansen-. Yo llamaré a Kruszkegin. Tú llama a Jackie, a Peter y a Jack, y que se reúnan todos en la oficina cuanto antes.
El teléfono sonó sólo una vez en la residencia del embajador Kruszkegin.
– Diga -contestó una voz con tono oficial.
– Al habla el embajador Jon Hansen -dijo Hansen-. Necesito hablar con el embajador Kruszkegin de inmediato sobre un asunto de extrema importancia.
– Lo siento, embajador Hansen -contestó la voz-. El embajador Kruszkegin se encuentra reunido en estos momentos y ha pedido que no se le moleste.
– Ya me pongo -oyó Hansen que decía Kruszkegin al fondo. Era obvio que la persona que había contestado al teléfono había mentido.
El embajador Kruszkegin se acercó al teléfono con su elegante pijama de seda negro y dorado y unas cálidas zapatillas italianas que protegían sus pies del frío suelo de mármol.
– Buenas noches, Jon -empezó. A John Hansen le gustaba Kruszkegin como persona y le respetaba como adversario. Kruszkegin, por su parte, tenía costumbre de referirse a Hansen como «un hombre que no alcanza a comprender que Gran Bretaña ya no es la reina y señora del mundo». Kruszkegin se había dado cuenta de que, siempre que fuera posible, con Hansen era más provechoso cooperar que no-. Jon -continuó anticipándose a la pregunta de Hansen-. Te aseguro que no sé qué está ocurriendo en Israel. Acabo de hablar con el ministro de Asuntos Exteriores en Moscú y me jura que no hemos lanzado un ataque. Creo que están tan confusos como nosotros.
A Hansen le había sorprendido que Kruszkegin se pusiera al teléfono, pero aquella respuesta tan directa le resultó aún más inesperada. Hansen conocía al ruso lo suficiente como para saber cuándo mentía y cuándo decía la verdad. Ahora decía la verdad, o al menos eso le pareció.
– Gracias, Yuri -dijo Hansen. La claridad de la respuesta de Kruszkegin no daba pie a mucho más.
Los asesores del embajador Hansen escuchaban los avances informativos ante el televisor en la misión británica mientras esperaban la llegada del embajador.
– ¿Puede alguien decirme qué es lo que está pasando? -preguntó Hansen mientras entraba en la sala y entregaba su abrigo a Jackie. Eran casi las dos de la mañana en Nueva York.
– Los rusos alegan que no tienen nada que ver -empezó Jack Redmond, su asesor parlamentario-. Dicen que el ataque ha sido contra las tropas rusas concentradas en las montañas de Israel.
Aquello daba un cariz diferente a la noticia.
– ¿Y cómo demonios ha podido ocurrir? -preguntó Hansen incrédulo.
Redmond sacudió la cabeza.
Durante aquel breve silencio, Hansen fijó su atención en el presentador que en ese momento ocupaba la pantalla del televisor.
«En el Departamento de Estado -estaba diciendo el presentador- se especula sobre la posibilidad de que el ataque a Israel sea el resultado de algún conflicto interno del gobierno ruso. La lucha por hacerse con el poder y el control político ha sido bastante apasionada, por llamarlo de alguna manera. Los partidarios de la línea más dura, como el ministro de Exteriores Cherov y el ministro de Defensa Khromchenkov, quieren reinstaurar el comunismo y recuperar para Rusia su papel como potencia mundial; otros, como el presidente Perelyakin, defienden una línea más moderada. La invasión rusa de Israel todavía tiene a los analistas especulando sobre quién está al mando.»
Redmond encogió sus anchos hombros cuando Hansen le miró esperando su comentario.
– Puede ser -dijo-. Pero no es que explique los grandes interrogantes de todo esto. Sabemos que las ciudades no han sido atacadas; al parecer, los misiles cayeron en zonas rurales despobladas. Este dato podría apoyar la afirmación de los rusos de que han sido sus tropas las que han sufrido el ataque, pero me cuesta imaginar una situación política tan grave como para que los rusos empiecen a lanzarse bombas entre ellos.
– Está bien, asumamos por un momento que los rusos dicen la verdad y que no son los responsables del bombardeo -dijo Hansen-. ¿Qué país con capacidad para lanzar un ataque nuclear llegaría a hacerlo?
Nadie contestó.
– Lo único que podemos hacer es esperar a que los satélites envíen los datos recogidos para identificar el origen del lanzamiento -concluyó Redmond.
– Señor embajador -dijo Decker-, independientemente de quién haya lanzado el ataque, parece que los israelíes han sabido aprovechar la confusión provocada por las explosiones y el terremoto. Nos llegan noticias de que se están produciendo enfrentamientos entre rusos e israelíes en todas las grandes ciudades, y parece ser que la resistencia israelí ha tomado todas las emisoras de radio y estudios de televisión que han sobrevivido al terremoto.
Hansen se pasó la mano por el cabello pensativo y sacudió la cabeza.
– Me pregunto si, salvo el terremoto, ¡no habrá sido todo esto obra de los israelíes!
Tel Aviv, Israel
Bajo las calles de Tel Aviv, en lo profundo de la tierra, el ambiente era de alegría y esperanza. Habían pasado cinco horas desde el lanzamiento, y el terremoto había dejado al CE revuelto pero indemne. La primera fase del plan había sido todo un éxito. Los rusos no se habían dado cuenta de la transferencia del control del CODE al CE; la evacuación de civiles había transcurrido sin apenas dilación; los Gideon habían sido lanzados (para sorpresa de las unidades de seguridad rusas que vigilaban los silos); y se habían alcanzado todos los objetivos.
Las tropas rusas que se encontraban fuera del radio inmediatamente letal de las bombas habían buscado refugio en las montañas de los alrededores, pero la semilla de muerte implantada en ellos por la radiación había acabado consumiéndolos. Sus cadáveres, descompuestos por la rápida acción de la radiación nuclear, proporcionarían carroña para los animales salvajes y los pájaros, y los supervivientes se encargarían durante los siete meses siguientes de recoger los huesos esparcidos y darles sepultura junto a sus camaradas en un cementerio gigantesco en el valle de Hamon Gog.
El terremoto en la falla del mar Muerto, punto de encuentro de las placas tectónicas africana y arábiga, no había sino ayudado a la causa israelí sumándose a la confusión de sus enemigos. En las calles de Israel, los ciudadanos atacaban a las tropas rusas de ocupación. En las montañas cerca de Mizpe Ramon, un escuadrón israelí había atacado por sorpresa a las fuerzas de seguridad apostadas en el exterior del CODE y aguardaba ahora la rendición de los que estaban en el interior. Intentar echarlos a la fuerza sería una empresa inútil; las instalaciones, con muros y puertas de acero de un metro de espesor, eran inmunes a cualquier ataque salvo, tal vez, al impacto directo de una ojiva nuclear de varios megatones. Cuando los rusos invadieran el país cuatro meses antes, los que defendían la instalación no la habían entregado hasta recibir la orden del ministro de Defensa israelí. El CODE había sido inutilizado por completo desde el CE y carecía ya de utilidad para los rusos, pero habría que esperar bastante a que sus ocupantes se rindieran.
Con todo, las celebraciones tendrían que esperar. La segunda fase requería toda la atención del coronel White y su equipo en el CE. Los israelíes no tardarían en poner a buen recaudo el armamento almacenado en los campamentos rusos, pero los miembros del equipo del coronel tenían ahora que hacerse cargo de inmediato de la defensa estratégica israelí para hacer frente a una posible respuesta nuclear por parte de los rusos.
Scott Rosen calculaba que el escudo antimisiles israelí podría eliminar el noventa y siete por ciento o más de los misiles que los rusos lanzaran contra ellos en un ataque a gran escala. El potencial del arsenal nuclear ruso había disminuido de forma sustancial tras la caída de la Unión Soviética, y la defensa estratégica de Israel era más que viable gracias a lo limitado del territorio a defender. Pero un ataque a gran escala siempre podía alcanzar objetivos vulnerables, como las ciudades. Sólo en caso de un ataque menor, de una respuesta limitada, podría la defensa estratégica destruir con toda probabilidad la totalidad de las ojivas lanzadas contra ellos. La hipótesis más probable era que los rusos lanzaran una respuesta dura pero limitada para reducir el riesgo de una intervención de Occidente. Sin embargo, todos esperaban que los rusos, sabedores de que Israel había recuperado el control de su escudo antimisiles, descartaran la posibilidad de lanzar un ataque nuclear sin perspectivas de éxito.
Era imposible saber con certeza cómo responderían los rusos, y los miembros del equipo del coronel White eran conscientes de que una ojiva no interceptada suponía la muerte de decenas de miles de sus compatriotas. Pero éste no era un juego de tiro al blanco; la defensa estratégica estaba totalmente automatizada. Tenía que estarlo. Para destruir el mayor número posible de misiles en aproximación era necesaria una respuesta casi simultánea al lanzamiento. No cabían operaciones manuales. Una vez puestos en alerta los ordenadores de los sistemas de Gestión Estratégica y de Mando, Control y Comunicaciones (BM/C3), la intervención humana quedaba reducida a funciones de apoyo y reparación del sistema. Había quien argumentaba que era peligroso entregar el control del sistema al propio sistema, pero tal y como Joshua Rosen y sus colegas habían alegado con éxito, era la forma que mejor garantizaba la supervivencia.
Entonces se procedió a la activación del escudo antimisiles para responder de forma inmediata a cualquier señal de lanzamiento desde Rusia, desde los países aliados o desde el mar.