120600.fb2 A su imagen - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 17

A su imagen - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 17

12

¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

Tel Aviv, Israel

Tom Donafin se sentó al borde de su cama en el hospital Tel Hashomer de Tel Aviv y ajustó la bandolera de la cámara nueva que Hank Asher le había regalado deseándole una pronta recuperación. Al otro lado de la ventana se representaba en el cielo un impresionante espectáculo que el resplandor del fuego en tierra convertía en un cuadro surrealista. El destello de la artillería antiaérea dibujaba finos trazos en el cielo y de cuando en cuando el luminoso fogonazo de una explosión añadía otro terrorífico brochazo de color al lienzo. Tom lo había fotografiado todo desde que empezaron las primeras ráfagas. Incluso había conseguido instantáneas del combate aéreo entre un escuadrón de MiGs 25 libios y varios F-15 Eagle israelíes.

Se acercó de nuevo a la ventana abierta y oteó el horizonte en busca de más combates. Al igual que el resto de la ciudad, el hospital había apagado todas sus luces para no atraer la atención de los pilotos enemigos, lo que casualmente resultaba idóneo para hacer fotografías nocturnas. Tom oyó que alguien llamaba a la puerta de la habitación detrás de él y se volvió de un salto.

Al girarse Tom en la oscuridad de la habitación, el visitante, de pie en el vano de la puerta, se encontró de repente con un cañón que apuntaba directamente hacia él. El hombre se lanzó al suelo instintivamente, pero mientras lo hacía cayó en la cuenta de que el siniestro cañón que en un primer instante había confundido con alguna clase de lanzagranadas en miniatura o rifle antitanques no era más que el teleobjetivo de la cámara del americano.

– ¡Cuánto lo siento! -dijo Tom mientras bajaba la cámara y corría a ayudar a levantarse a su inesperado visitante-. ¿Está usted bien?

– Estoy bien -murmuró azorado y con acento británico el hombre mientras se sacudía la ropa-. ¿Es usted Donafin?

– Sí, soy Tom Donafin -contestó Tom ofreciendo de nuevo su mano, esta vez como saludo-. ¿Y usted quién es?

– Soy Polucki, de la embajada británica -dijo solícito-. En nombre de los embajadores Rogers y Hansen, estoy aquí para ofrecerle la ayuda del gobierno de su majestad con el fin de acelerar su evacuación del Estado de Israel. Le ruego acepte mis disculpas por no haberle notificado mi visita con antelación. Intentamos alertarle sobre la situación, pero no funcionan las líneas telefónicas. Siguiendo las indicaciones del embajador Rogers, me he tomado la libertad de interrogar a su médico sobre su estado y si puede viajar. Me ha dicho que lo mejor para acelerar su recuperación, dadas las circunstancias, es que abandone de inmediato la zona del conflicto. Además -dijo algo menos formalmente-, van a necesitar la cama para los heridos.

– ¿Adónde exactamente tienen pensado trasladarme? -preguntó Tom.

– Tengo instrucciones de llevarle en coche hasta la embajada británica, donde dispondrán de todo lo necesario para que pueda abandonar el país en el próximo avión o barco del Reino Unido, Estados Unidos o Naciones Unidas. Si usted así lo prefiere, tengo órdenes de dejarle en la embajada de Estados Unidos, donde dispondrán de preparativos parecidos.

Hacía tiempo que ansiaba salir del hospital, así que aceptó con vehemencia la oferta del embajador Rogers. A los diez minutos salían por la puerta principal. Aquella noche no se veían en Tel Aviv otras luces que las de los edificios en llamas, cuyo fulgor se reflejaba en el cielo lleno de humo y cubría la ciudad con un manto siniestramente brillante.

– Polucki -dijo Tom mientras su joven acompañante británico conducía lentamente el Mercedes por las calles abandonadas, encendiendo las luces sólo cuando era estrictamente necesario y sólo durante unos segundos cada vez-, ¿cuál es su nombre de pila?

– Nigel, señor -contestó Polucki.

– Polucki es polaco, ¿verdad? -preguntó Tom.

– Sí, señor. Mis abuelos consiguieron huir a Gran Bretaña cuando la invasión alemana al principio de la Segunda Guerra Mundial. Formaron parte del gobierno polaco en el exilio que los británicos reconocieron oficialmente como gobierno legítimo de Polonia.

En ese momento sintieron el aire retumbar y temblar a su alrededor y un segundo después escucharon el sonido de una explosión, seguida casi inmediatamente por el agudo silbido de un avión a reacción israelí que tras ser alcanzado se precipitaba en espiral hacia el suelo. Desde el interior del coche era imposible determinar la naturaleza de aquel sonido, pero por el fragor inaudito que hizo temblar el suelo a su alrededor, era cómo si se abriesen las puertas del infierno.

El piloto ya había muerto cuando el avión se estrelló contra la fachada de un edificio de oficinas de seis plantas a tan sólo dos manzanas del lugar donde Polucki había detenido el coche de un chirriante frenazo. El pie apretaba todavía a fondo el pedal del freno y los dedos se aferraban al volante, aunque ello no impedía que le temblaran las manos.

Tom también estaba temblando, pero agarró la cámara y salió del coche de un salto para conseguir una instantánea de la devastadora escena.

– Espera aquí -le dijo a su joven acompañante. Nigel no protestó; iba a necesitar unos minutos para calmar sus nervios y recuperar las ganas de seguir conduciendo. Tom había recorrido poco más de veinticinco metros cuando volvió a oír el rugir de motores a reacción. A su izquierda, el horizonte desapareció detrás de la envergadura de un F-35 israelí que se acercaba.

El avión volaba a ras de los tejados; el motor, absorbiendo grandes bocanadas de aire al pasar por encima de la cabeza de Tom, perseguido muy de cerca por un MiG-31 libio. El F-35, mucho más manejable, alabeó bruscamente a la derecha, pero sorprendentemente el libio le siguió. El israelí ladeó entonces a la izquierda, pero el libio le seguía de cerca. Entonces, mientras Tom recogía las imágenes del duelo en su cámara digital, el israelí cometió lo que a Tom le pareció un error fatal: empezó a ascender. Tom sabía que el F-35 no podía competir con un MiG-31 en velocidad de ascenso. El libio se acercó a su objetivo. Los dos aviones rasgaban el cielo en su vertical ascenso, cuando el MiG disparó un misil aire-aire AA-6 (Acrid).

El Acrid se aproximaba en su trayectoria mortal y Tom preparó la cámara para captar el impacto. En lo que pareció era el último segundo, el F-35 ejecutó un rizo y empezó a descender en picado. La maniobra era buena, pero llegaba un instante demasiado tarde. El misil detectó con sus sensores de calor la estela del avión y viró con él. El israelí se precipitaba hacia el suelo en una vertiginosa carrera por salvar la vida contra el pertinaz Acrid. El piloto tendría que iniciar el ascenso enseguida, y cuando lo hiciera, el misil no tardaría en alcanzarlo.

Se acercó más y más al suelo, apurando al máximo el rumbo para ganar velocidad. Unos segundos más y sería demasiado tarde para iniciar el ascenso; el F-35 se estrellaría contra el suelo, seguido del obstinado Acrid.

El piloto estaba haciendo un valeroso intento, pero sobrepasado el punto a partir del cual Tom pensó que hubiese sido necesario ascender, lo conseguido hasta entonces pareció inútil. Tom se preparó para fotografiar el impacto, mientras el piloto levantaba, por fin, el morro del avión. «Demasiado tarde», pensó Tom, pero para su sorpresa el piloto elevó el aparato en un arco cerrado, evitando los tejados por menos de cincuenta metros. El avión daba fuertes sacudidas por el esfuerzo, pero el piloto consiguió dominarlo y mantuvo el rumbo hacia arriba. El misil empezó a seguir; pero no pudo ejecutar por completo el cambio de trayectoria.

Tom rastreaba el cielo en busca del misil rezagado cuando éste apareció delante de él. Se dirigía directamente hacia ellos. El misil atravesó el techo de metal del Mercedes de Nigel y explotó con un luminoso resplandor matando a Nigel al instante y desintegrando su cuerpo en diminutas partículas que volaron en todas direcciones a gran velocidad junto con residuos de proyectiles carbonizados. En un abrir y cerrar de ojos, cientos de fragmentos de metal y cristal impactaron en el cuerpo y el rostro de Tom produciéndole heridas profundas y sangrientas. Un instante después, el capó del coche le golpeó con violencia y lo lanzó contra el suelo.

Derwood, Maryland

Sentado delante del ordenador en su despacho, Decker mecanografiaba el artículo sobre el embajador Hansen. Era temprano, faltaban unos minutos para las seis de la mañana. Tenía que enviar el artículo por correo electrónico a News World ese mismo día, pero no había prisa. La noticia era la guerra en Oriente Próximo. La entrevista-perfil de Hansen serviría para proporcionar un interesante artículo complementario a la información sobre la guerra. Decker quería presentar a Hansen como el hombre que había estado a punto de detener la guerra. Era un punto de vista exagerado, pero lo suavizaría en el cuerpo del texto.

Decker oyó como el reloj despertador de Christopher sonaba en la que había sido la habitación de Louisa. Faltaban pocos días para que empezaran las clases y el chico quería habituarse de nuevo a los madrugones. Cuando Christopher terminó de vestirse, Decker le tenía preparado el desayuno.

– Buenos días, dormilón -dijo Decker cuando Christopher entró en la cocina-. Te he preparado tu desayuno preferido: ¡gofres con mucho beicon y sirope ardiendo!

Christopher le sonrió con perspicacia y contestó:

– Bueno, señor Hawthorne, me parece recordar que ése es su desayuno preferido. ¿Lo recuerda?

Decker se llevó la mano a la boca y soltó un grito apagado en fingida sorpresa.

– Vaya, pues ¡es verdad! -dijo continuando con el juego-. ¡No me digas que no es una genial coincidencia!

Rió con su propia broma y fue a coger el mando para encender el televisor de la cocina. Eran las seis y media y acababa de empezar el boletín de noticias. «Abrimos con la guerra en Oriente Medio -dijo el presentador-. Para contarnos lo que ocurre tenemos a nuestros corresponsales Peter Fantham en Tel Aviv y James Worschal en el Departamento de Estado. Adelante, Peter».

«Gracias, John. Hoy se celebra el sabbat en Israel, un día de fiesta, pero son muy pocos los que descansan. La noche pasada, cuando la puesta de sol marcaba el comienzo del sabbat, varios cazas sirios, libios e iraquíes penetraron en el espacio aéreo israelí en pos de docenas de blancos estratégicos. Al mismo tiempo, tropas del ejército de tierra sirio cruzaron las fronteras de Israel desde Siria y el Líbano, con apoyo de tropas del ejército de tierra jordano. Los enfrentamientos que han tenido lugar durante toda la noche se han prolongado hasta bien avanzada la mañana en diversos frentes, provocando un elevado número de bajas en ambos bandos.

«Ahora mismo me encuentro ante los restos humeantes de un MiG-25 libio de fabricación rusa, uno de los aviones más modernos del arsenal árabe, que fue derribado anoche por un F-15 Eagle israelí durante un combate sobre la ciudad de Tel Aviv. Pero varias fuentes informan a la CNN de que aunque han sido derribados muchos más MiGs libaneses e iraquíes que cazas israelíes en los combates de anoche, la noticia de este primer día de guerra se vivía metros más abajo, en tierra.

»La CNN ha podido saber que el grueso de las Fuerzas Aéreas israelíes no ha llegado a despegar. Según una de nuestras fuentes, docenas de cazas y bombarderos israelíes fueron destruidos en tierra y tuvieron que ser retirados con tractores de las pistas para que despegasen los que todavía podían. La cúpula militar israelí se ha negado a hacer declaraciones y ha ignorado nuestras solicitudes para entrar con las cámaras en alguna de sus bases, pero hay estimaciones no oficiales que hablan de la pérdida de hasta el sesenta por ciento de la totalidad de las Fuerzas Aéreas israelíes. Si estos cálculos estuvieran en lo cierto, Israel puede muy bien estar luchando no ya por su supervivencia, sino por su existencia misma.»

La imagen pasó ahora a otro reportero. Éste se encontraba de pie en medio de un espacioso vestíbulo con las banderas de varios países detrás de él. El pie de imagen lo identificó como James Worschal y al lugar, como el Departamento de Estado de Estados Unidos. «Ésta es la cuarta vez que Israel entra en guerra con sus vecinos árabes -comenzó el periodista-. En ocasiones anteriores, siempre ha salido vencedor a pesar de estar en minoría. Pero parece que esta vez la suerte ha caído del lado de sus vecinos árabes.

»Israel ha dependido en el pasado de cuatro ventajas estratégicas elementales: capacidad superior de información, soldados y oficiales mejor entrenados y más motivados, una fuerza aérea excepcional y desconfianza y falta de organización entre los mandos árabes aliados. Pero esta mañana, tres de esas cuatro ventajas estratégicas parecen haber sufrido severos daños o haberse perdido de forma definitiva.

»El ataque no sólo ha logrado destruir buena parte del material de las Fuerzas Aéreas israelíes, como nos cuenta Peter Fantham desde Tel Aviv; su éxito es una demostración de que la eterna falta de cooperación entre los países árabes parece haber llegado a su fin. La CNN ha recabado la opinión de varios expertos militares, y todos coinciden en afirmar que el ataque conjunto de anoche fue casi impecable. La coordinación entre sirios, libaneses, iraquíes y jordanos ha sido toda una exhibición de ofensiva militar moderna sincronizada. Las naciones árabes implicadas pueden, al menos en parte, agradecérselo a Estados Unidos. Fuentes militares estadounidenses están de acuerdo al afirmar que la experiencia obtenida por Siria durante su colaboración con Estados Unidos en la Operación Tormenta del Desierto y otras operaciones posteriores ha sido determinante para el éxito de este ataque.

»Y por último, John, está el factor sorpresa, la clave del éxito del ataque de anoche. Los árabes lanzaron una gran ofensiva a tres flancos de forma totalmente inesperada. El servicio secreto israelí, el Mosad, pasa por ser el mejor del mundo, pero anoche parece que se quedaron dormidos. Adelante, John.»

Ahora apareció en la televisión una pantalla partida con el estudio del telediario de Atlanta a un lado, y en el otro el reportero en el Departamento de Estado. «Jim, ¿qué hay de la iniciativa de defensa estratégica israelí de la que tanto hemos oído hablar? ¿No es ése un factor determinante?»

«No, John. Aunque Israel, como bien dices, cuenta supuestamente con una capacidad de defensa estratégica muy desarrollada -hay quienes aseguran que es más avanzada que la iniciativa estadounidense-, este programa tan espiado no se considera un factor a tener en cuenta en este conflicto. La razón es que los árabes se han servido en todo momento de fuerzas de ataque convencionales y la defensa estratégica israelí -como indica su nombre- ha sido concebida para defender al país de un ataque estratégico con misiles que van desde los SCUDS a los ICBM. La defensa estratégica o escudo antimisiles es inútil cuando se trata de detener a pequeños aviones de vuelo rasante y ejércitos de tierra.»

«¿Qué pronósticos dan ahí en el Estado de Defensa? -dijo el presentador-. ¿Se ha discutido la posibilidad de una intervención directa de Estados Unidos? Y, aun cuando Estados Unidos participara, ¿hay alguna esperanza de que Israel pueda algún día recuperarse de esto?»

El reportero con conexión desde el Departamento de Estado se ajustó el auricular. «John, aquí nadie habla abiertamente sobre una intervención directa, aunque sí que es muy probable que Estados Unidos y Gran Bretaña respondan enviando ayuda en forma de material militar. En cuanto a la segunda pregunta, nadie se atreve a apostar por unos o por otros, pero sí que se respira un silencioso optimismo. A pesar del éxito de la primera ofensiva, cabe recordar que ésta no es la primera vez que Israel sufre un ataque sorpresa. La primera fue en la guerra del Yom Kippur, en la que las Fuerzas Aéreas israelíes derribaron más de doscientos MiGs sirios sin perder ni un solo avión israelí. El otro ejemplo, no menos impresionante, es el de julio de 1970, cuando en el único enfrentamiento directo que mantuvo Israel con la Unión Soviética, los israelíes derribaron seis MiGs 21 rusos y los soviéticos no alcanzaron ni a uno de los aviones enemigos. Si las fuerzas aéreas pueden doblar esa hazaña en esta guerra, es posible que todavía tengan la oportunidad de sobrevivir.»

«Gracias, Jim. Y ahora nos ofrece más detalles sobre la situación nuestro enviado especial en Jerusalén, Tom Slade.» En la pantalla apareció una imagen del monte del Templo.

«John, árabes e israelíes no han necesitado nunca una excusa para enfrentarse, pero en esta ocasión existe una razón evidente. Ésta es una guerra santa, una jihad, que ha unido a países árabes que hace sólo unos pocos años eran enemigos encarnizados. Resulta sorprendente que como causa común tengan un pedazo de territorio del tamaño de unos dos campos de fútbol.

»A mi espalda, como veis, continúa a pesar de la guerra la construcción del Templo judío sobre un terreno que judíos y musulmanes reclaman para sí. Durante casi mil doscientos años se elevó sobre este lugar la mezquita de Omar, el tercer santuario más sagrado del islam, pero ésta fue destruida por extremistas judíos hace tres años. Antes de la mezquita, se elevaba en el mismo lugar el Templo judío, el cual fue destruido a su vez por los romanos en el año 70.

»Los judíos ortodoxos, que desde que Israel se convirtió en Estado en 1948 trataban de reunir apoyos para reconstruir el Templo, intentaron presentar la destrucción de la mezquita como una señal divina, pero para la mayoría de los israelíes el Templo era un tema sin trascendencia.

»Desde que los palestinos volaron el Muro de las Lamentaciones y la mezquita fue destruida por los israelíes hace tres años, el lugar ha permanecido acordonado, bajo vigilancia e imperturbado tras la línea de policía israelí. Durante estos años, la política israelí ha dado un brusco giro a la derecha en respuesta a los continuados disturbios y atentados suicidas palestinos. El año pasado, el partido Ichud de Moshe Greenberg realizó una campaña de línea muy dura en la que, entre otras cosas, se comprometían a expulsar a los palestinos sospechosos de participar en disturbios y a cumplir la promesa simbólica de reconstruir el Templo. El partido consiguió una representación insuficiente pero sólida en la Kneset. Cuando el Ichud buscó el apoyo de los partidos políticos minoritarios para formar un gobierno de coalición, éstos exigieron a cambio que la reconstrucción del Templo pasara a ser un asunto prioritario en el programa de gobierno.

»Ahora, después de tantos años de remontada de las tensiones y la violencia entre palestinos e israelíes, incluso muchos israelíes no religiosos apoyan desafiantes la reconstrucción del Templo como edificio de notable relevancia cultural e histórica. Y por irónico que parezca, la guerra continúa a nuestro alrededor mientras que en el monte del Templo las cuadrillas de obreros continúan con su trabajo.»

«Tom, ¿qué me dices de las cuadrillas? ¿No existe un elevado riesgo de que los árabes lancen un ataque para destruir lo que ya se ha construido?», preguntó el presentador.

«Pues no exactamente, John. Has de recordar que aun sin la mezquita de Omar, el monte sigue siendo el tercer lugar más sagrado para el islam. De momento se considera muy poco probable que los árabes hagan algo que pueda dañarlo. No van a bombardear las obras, pero muchos han jurado tirar el Templo abajo con sus propias manos si consiguen tomar Jerusalén.»

«Gracias, Tom -dijo el presentador, y la imagen volvió al estudio-. En Nueva York, el Consejo de Seguridad de la ONU celebra esta tarde una reunión de emergencia para decidir qué acciones tomar en respuesta a este estallido de las hostilidades. El embajador británico ante Naciones Unidas, Jon Hansen, ha sido muy claro en sus declaraciones. Hansen, que recientemente visitó Oriente Próximo a la cabeza de una delegación de la ONU, ha hecho una llamada a las Naciones Unidas para que responda con estrictas sanciones económicas, y ha sugerido que en caso de continuar los enfrentamientos es posible que solicite el despliegue de la recién botada flota naval de la ONU para el bloqueo de los puertos de las naciones combatientes.

»Todas estas declaraciones y toma de posiciones se repiten en todas las guerras, pero en esta ocasión el mundo está en duelo y espera todavía la publicación del informe oficial sobre la causa del Desastre. La realidad ha cambiado y parece que ha habido muertes suficientes para mucho tiempo.»

Decker bajó el volumen con el mando.

– Bueno, Christopher, parece que nuestro viaje a Nueva York te ha brindado la oportunidad de presenciar desde un lugar aventajado cómo se hace la historia.

Por la cara de Christopher era evidente que estaba disgustado.

– «Guerra santa» -dijo citando a uno de los reporteros-. De nuevo vuelve el hombre a utilizar las diferencias religiosas como justificación de sus ambiciones personales. La religión debería elevar al hombre, no servir de excusa para la muerte y la destrucción.

Decker no esperaba una respuesta tan seria de su joven pupilo. Tardó un poco en cambiar de actitud y ponerse al nivel del chico; un nivel, por otra parte, muy superior al de su inocente comentario sobre observar la historia desde un mirador privilegiado. Esperó a que Christopher continuara con lo que tenía que decir, pero parecía satisfecho con guardarse su opinión para sí y volvió a concentrarse en el desayuno. Decker decidió que lo sondearía. No sabía qué esperar, pero allí, compartiendo la mesa del desayuno, estaba el clon de Jesús de Nazaret, un detalle que por increíble que pareciera era muy fácil de olvidar, y estaba hablando precisamente sobre religión. Decker quería que siguiera con el tema un poco más.

Hacía tiempo que había decidido no revelar jamás a Christopher el secreto de su origen. Pero al igual que el resto de los mortales, Decker se preguntaba sobre el sentido de la vida, sobre la vida después de la muerte, sobre cómo es. Ansiaba escuchar lo que Christopher tenía que decir sobre estos temas. Pero cuando estaba a punto de hablar, dudó. Al fin y al cabo, Christopher no tenía más que catorce años. ¿Hasta dónde podía llegar su capacidad de discernimiento en estos temas? Desde luego que no iba a ser como si estuviera hablando con Jesús; el profesor Goodman había dejado muy claro que Christopher carecía de un recuerdo de la vida pasada. Pero Decker no pudo evitar hacer su pregunta.

– Christopher -empezó-. No quiero inmiscuirme en tu forma de pensar, así que si no quieres hablar sobre ello me lo dices, pero me interesa eso que decías sobre la religión. -«Eso es», pensó. «Ni demasiado agresivo, ni demasiado discreto.» No quería decir nada que tuviese que explicar después.

Lo que Decker estaba a punto de escuchar iba a superar todas sus expectativas. Christopher no contestó de inmediato, sino que permaneció un rato en silencio, como si tomase algo muy seriamente en consideración. Decker pensó al principio que sólo buscaba una respuesta a su pregunta, pero por la expresión del chico se dio cuenta de que era algo totalmente diferente. ¿Acaso había adivinado la razón que se ocultaba tras su pregunta?

– Señor Hawthorne -empezó Christopher. Nunca hasta entonces le había visto Decker tan serio-. Hace tiempo que quiero hablar con usted sobre una cosa, pero el momento nunca parece el idóneo.

Christopher respiró hondo mientras Decker esperaba ansioso y sorprendido.

– Sé quién soy -dijo-. Sé que me clonaron a partir de las células que el tío Harry encontró en la Sábana de Turín.

– ¿Qué dices? ¿Cómo lo sabes? -consiguió farfullar Decker a pesar de su asombro.

– Bueno, ya de pequeño me sentía diferente a los otros niños. Pero cuando se lo comentaba a la tía Martha, ella me decía que todos los niños se sienten así de vez en cuando y que no me tenía que preocupar. La tía Martha era una mujer maravillosa; siempre conseguía hacerme sentir bien.

»Luego, cuando crecí, unos días antes de cumplir los doce, tuve una pesadilla terrorífica en la que me crucificaban, ¡literalmente! Fue tan real. No hablé de ello a la tía Martha ni al tío Harry porque pensaba que no era más que una pesadilla. Pero en los meses que siguieron tuve el mismo sueño varias veces más. Yo había oído hablar de la crucifixión, por supuesto, pero no era algo que me asustara particularmente, desde luego no para provocar una pesadilla recurrente. Aquellos sueños eran siempre terroríficos mientras sucedían, pero cuando despertaba me parecían absurdos y no tardaba en volverme a dormir.

»Entonces, hace aproximadamente un año ocurrió algo. Yo estaba con el tío Harry en su despacho; él sentado en su mesa trabajando mientras yo hacía mis deberes en su enorme y mullido sillón. Así estábamos cuando yo me quedé dormido. Volví a tener la misma pesadilla y al parecer empecé a hablar en sueños. Cuando desperté, el tío Harry estaba sentado delante de mí y me miraba con una expresión muy rara. Había recogido casi todo lo que dije en su vieja grabadora. Me preguntó qué había soñado y yo se lo conté. Cuando me puso la cinta yo no entendí nada de aquello. Era mí voz, pero lo que hablaba no era inglés.

»El tío Harry llamó a alguien del departamento de lengua de la universidad, reprodujo la cinta al teléfono y le preguntó si podía identificar aquella lengua. El hombre dijo que era arameo antiguo mezclado con algunas palabras hebreas.

»Fue entonces cuando el tío Harry me contó lo de la Sábana y todo lo demás. El profesor del departamento de lengua había dicho que al parecer yo había pronunciado un par de cosas que se parecían mucho a las palabras que se cree dijo Jesús cuando lo crucificaron.

»Aquello daba miedo pero, a decir verdad, también resultaba genial, sobre todo después de que el tío Harry me contara su teoría sobre la posibilidad de que Jesús proviniera de otro planeta. Supongo que a todos los chavales les gusta pensar que son especiales. Me hizo prometer que no se lo diría a la tía Martha ni a nadie más; tenía miedo de lo que la gente pudiera pensar o hacer si lo supiera. Sobre todo le preocupaban los cristianos conservadores, porque seguro que creen que clonar a Jesús es un pecado. Me dijo que el único que lo sabía además de nosotros era usted. Y, claro, por entonces estaba en el Líbano.

– Pero ¿cómo puedes recordar todo eso?

– El tío Harry se preguntaba lo mismo, y tenía una teoría que lo podía explicar. Decía que cada célula del cuerpo posee los patrones del cuerpo entero -no sólo información como la raza, el sexo, el color del pelo y de los ojos, o sobre si serás alto o bajo-, sino todo lo que cada célula del cuerpo necesita saber para cumplir con su función. Es así como un óvulo fertilizado se puede reproducir para formar algo tan complejo como un ser humano. La información incluso le dice a las células de un dedo en qué dedo están y cómo se supone que han de crecer para que ese dedo encaje con el resto de dedos en la mano y sea del mismo tamaño que el dedo correspondiente de la otra mano. Decía que esa información es también la que hace que sea posible la clonación.

»Pero el tío Harry creía que es posible que las células sean portadoras de más información aún. Me decía que para los científicos, aproximadamente el noventa y cinco por ciento del ADN es "ADN basura", porque es repetitivo y no se ha averiguado todavía para qué sirve. Él pensaba que a lo mejor el "ADN basura" sirve para recoger los cambios que puedan producirse en otras células, de forma que todas ellas almacenan información sobre el resto, incluidas las células del cerebro. Esto, según él, podía resolver algunos interrogantes sobre la evolución y lo que él llamaba el inconsciente colectivo de las especies, pero no me lo explicó del todo.

Decker reconoció la referencia a las teorías del protegido de Freud, Carl Jung.

– Antes de morir; el tío Harry estaba experimentando con ratones blancos para ver si un ratón clonado puede recordar el camino de salida de un laberinto del que previamente se ha enseñado a salir al ratón original. Creo que nunca llegó a completar esta fase de la investigación.

»Él achacaba mi memoria parcial al trauma celular provocado por la crucifixión, la resurrección y la clonación.

– ¿Recuerdas algo de después de la resurrección de Jesús? -preguntó Decker.

– No. El tío Harry me dijo que no podía tener recuerdos de eso porque a mí me había clonado a partir de una célula que quedó adherida a la Sábana a los pocos segundos de resucitar.

– ¿Y recuerdas algo más de tu vida como Jesús aparte de la crucifixión?

– El tío Harry intentó despertar mi memoria leyéndome extractos de la Biblia de la tía Martha. Fue interesante, pero no me ayudó a recordar; aunque sí había algo en la Biblia que no era del todo correcto.

Aquello intrigó a Decker.

– ¿El qué? ¿Qué estaba equivocado?

– Bueno, la Biblia da a entender que Jesús sabía en todo momento que lo iban a matar; que todo estaba escrito, pero no fue así. Ya sé que todo esto suena muy raro, pero en mi sueño, antes de la crucifixión, recuerdo que yo estaba ante Pilatos y que él me hacía preguntas. En todo ese rato no dejaba de pensar que de un minuto a otro vendrían los ángeles a rescatarme. Pero algo fue mal, señor Hawthorne; ¡creo que la crucifixión nunca tenía que haber ocurrido! Pasé horas clavado a aquella cruz, con clavos que me atravesaban las muñecas y los pies, intentando comprender qué era lo que había ido mal. Por eso dije: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿para qué me desamparaste?». [33] Creo que no estaba escrito que yo muriera. ¡Creo que se suponía que Dios debía rescatarme! [34]Era evidente que se trataba de un recuerdo muy doloroso para Christopher.

– Lo siento -dijo Decker. Y apoyó la mano sobre el hombro del chico intentando reconfortarle.

En ese momento sonó el teléfono.

Decker frotó afectuoso la espalda de Christopher y fue a contestar. Era el embajador Hansen.

– Decker, no sé cómo decirte esto y que te resulte menos duro -dijo Hansen-, así que te voy a leer directamente el despacho que me envía el embajador Rogers desde Tel Aviv.

En lo que a su petición se refiere, le informo de que hacia las cinco horas del horario oficial del Este, las veinticuatro horas en Israel, se procedió a enviar un conductor al hospital Tel Hashomer para el traslado del señor Tom Donafin a la embajada británica con la intención de acelerar su partida de Israel. Se esperaba que ambos estuvieran de regreso a las dos horas. Tres horas después, es decir, hacia aproximadamente las tres en Israel, el conductor no había regresado todavía a la embajada y no pudo contactarse con él por el teléfono móvil.

Conforme a los procedimientos habituales, se envió un equipo de búsqueda que comprobara la ruta que el conductor había comunicado seguiría en su itinerario. El equipo de búsqueda no logró encontrar ni al conductor ni al coche, pero sí pudieron confirmar que el señor Donafin había sido dado de alta en el hospital y que había abandonado el edifico acompañado del conductor de la embajada.

El equipo procedió entonces a ampliar el área de la búsqueda, incluyendo algunas rutas alternativas posibles, y hacia las siete treinta hora local localizaron los restos del coche, que pudo identificarse positivamente por el número de la matrícula.

– Decker, lo siento -concluyó Hansen-. Al parecer, el coche fue alcanzado por un misil perdido o un proyectil de artillería, que lo destrozó por completo. No hubo supervivientes.

Nueva York, Nueva York

La fortuna de la familia Bragford se adivinaba en el lujoso revestimiento de madera de cerezo de las paredes, las gruesas alfombras y el pulidísimo y abrillantado latón donde el ex subsecretario de la ONU, Robert Milner, y Alice Bernley se vieron reflejados junto a la figura del mozo que les acompañaba en el ascensor privado hasta el ático del alma motriz de la familia, David Bragford.

Robert Milner había pasado buena parte de su vida adulta entre ricos y poderosos. Parte del trabajo de un subsecretario de la ONU era financiar proyectos especiales a partir de las donaciones de ricos patronos, y Milner era muy hábil para conseguir fondos. La experiencia, además, tenía sus ventajas. Sabía lo que cuesta que un millonario suelte su dinero, por lo menos en cantidades pequeñas. Y él se había convertido en un experto en conseguirlo adulando primero y alimentando después cierto sentimiento de culpa en el interfecto por tener tanto mientras otros mueren de hambre.

A pesar de todo, Milner desconfiaba profundamente de las personas con grandes fortunas, y desde luego que había muy pocas fortunas en la tierra comparables a la de los Bragford. Los hombres como David Bragford nada tenían que ver con el prototipo de hombre rico. No había duda de que la familia Bragford había sido muy extravagante en su apoyo económico a la ONU -es más, los Bragford habían estado detrás de buena parte de la financiación de la organización original de Naciones Unidas-, pero Milner sabía que este género de extravagancias no nacen siempre de pura generosidad. Cuando dan, casi siempre esperan obtener algo a cambio, y por la experiencia de Milner eso era sinónimo, como mínimo, de intrusismo.

Aquélla era la razón por la que había aceptado algo molesto acompañar a Alice Bernley al despacho de Bragford. Bernley había dicho que estaba convencida de que hacían lo correcto y de que Bragford los ayudaría. Había consultado a su guía espiritual, el maestro tibetano Djwlij Kajm, y éste había dejado bien claro que era necesario acudir a Bragford.

Cuando finalizó el ascenso hasta el ático, les recibió a la salida del ascensor la secretaria de David Bragford, que les guió a través de dos controles de seguridad antes de llegar a una oficina gigantesca donde encontraron a David Bragford sentado cómodamente en el borde de su mesa mientras hablaba por teléfono. Junto a la mesa, sobre la gruesa moqueta blanca, descansaba un enorme perro labrador retriever negro que, a diferencia del anfitrión, pareció no darse cuenta de la llegada de los visitantes. Bragford concluyó rápidamente la conversación y se unió a sus invitados en una zona con sofás dentro de la misma oficina.

– Alice, señor subsecretario, sean bienvenidos -dijo Bragford honrando a Milner con su antiguo título-. ¿Puedo ofrecerles algo? ¿Un café? -Bragford pidió unos cafés a la secretaria y pasó a intercambiar con ellos las frases de costumbre sobre sus proyectos más recientes. Cuando llegó el café, dejaron a un lado las trivialidades y se lanzaron de lleno a los negocios.

– Bueno -dijo Bragford dirigiéndose directamente a Milner-, me dice Alice que necesitan mi ayuda.

– Sí -dijo Bernley, tomando la iniciativa-. Como sabe, el maestro Djwlij Kajm profetizó hace muchos años que Bob y yo viviríamos para ver al krishnamurti verdadero, al soberano de la Nueva Era. Ayer le vimos.

Nadie habría dicho por la expresión de su cara que, a cada palabra de Alice, Robert Milner se sentía más y más avergonzado. Se preguntaba por qué la había dejado hablar. Tenía que haberse imaginado lo que iba a ocurrir; Alice nunca había sabido controlar las emociones. Y ésta no era la forma más ortodoxa de abordar a un no iniciado. Todo era verdad, sí. Le habían visto. Pero Milner sabía demasiado bien que David Bragford no se creía ni una palabra de lo del guía espiritual de Bernley. Después de todo, Bragford no había presenciado nunca una demostración de poder del maestro Djwlij Kajm.

– Es una noticia fantástica -replicó Bernley a la introducción de Bragford-. ¿Cuándo me lo van a presentar?

A pesar de que nada así lo evidenciara, Milner estaba convencido de que Bragford les tomaba el pelo, pero estaba tan azorado que no pudo contestar.

– Oh, bueno, ése es el problema -dijo Bernley-. No sabemos dónde está. Estaba en el edificio de Naciones Unidas, pero luego se fue con un hombre, seguramente su padre.

– ¿Su padre? -preguntó Bragford-. Pero ¿cuántos años tiene este… este…? -Bragford intentaba con todas sus fuerzas no decir algo que pudiera dejar su escepticismo al descubierto, pero en ese momento no podía recordar lo que Bernley había llamado a esta persona.

Alice le ahorró el esfuerzo de terminar la frase.

– No es más que un niño -dijo-. Supongo que tendrá, no sé, ¿cuántos años dirás tú que tiene, Bob? -«Bob» estaba sin habla, pero a Alice no pareció importarle; ya había empezado a contestar a su propia pregunta-: Yo diría que catorce o quince años.

– ¿Catorce o quince? -repitió Bragford.

– Sí -dijo Bernley ignorando el gesto de sorpresa y el tono escéptico de Bragford-. Lo que necesitamos es que nos ayude a averiguar quién es.

Para sorpresa de Milner, Bragford respondió al instante.

– Creo que tengo a la persona idónea para ayudarles. Un momento -dijo mientras cogía el auricular del teléfono que había sobre la mesita de delante del sofá-. Betty, ¿puede pedirle al señor Tarkington que se reúna con nosotros en mi despacho?

Casi de inmediato, la puerta se abrió y entró en el despacho un hombre alto y fornido.

– Pasa, Sam -dijo Bragford apoyando su taza en el platillo. Bernley y Milner se levantaron para saludarle. Después de las presentaciones Bragford fue directo al asunto y explicó a Tarkington lo que necesitaban, aunque sin mencionar los aspectos más pintorescos de los motivos por los que Bernley y Milner necesitaban dar con los individuos en cuestión.

– ¿Crees que podrás hacerlo? -preguntó Bragford.

– Eso creo, señor. Las cámaras de seguridad de la ONU captan a todas las personas que entran y salen del vestíbulo de invitados. Puedo conseguir las cintas. Si la señora Bernley y el subsecretario pueden identificar al hombre y al chico en la cinta, entonces pondré a mi gente a seguir el rastro. Si han estado en alguna zona de acceso restringido, como el edificio de la Secretaría o el comedor de delegados, la tarea será más fácil porque habrán tenido que firmar en un registro.

– Fantástico -dijo Bragford. Le satisfacían las perspectivas y confiaba plenamente en la capacidad de Tarkington.

– Fantástico -repitió Bernley-. Bueno, y una vez descubramos quiénes son, entonces es posible que tenga que ayudarnos con otra cosa.

Tel Aviv, Israel

Ya había oscurecido y las calles permanecían en silencio. El hombre, alto y con barba, se abría camino entre los cascotes desparramados por el asfalto. Avanzaba a grandes zancadas, con decisión, las suelas de cuero de sus zapatos producían un sonido suave y apagado al contacto con el suelo; nada hacía pensar en la pesada carga que llevaba al hombro. Llevaba el pelo marrón largo y rizado del tradicional aladar jasídico aplastado contra la mejilla, atrapado entre su rostro y el bulto que cargaba. Vestía ropas oscuras y había recorrido con aquella carga casi diez kilómetros de calles largas y rectas, desde el barrio financiero de la ciudad hasta un racimo de edificios de viviendas situado casi a orillas del Mediterráneo.

El hombre se detuvo por fin delante de un edificio de viviendas de diez plantas de la calle Ramat Aviz y se acercó al portal. Las puertas de cristal, que una explosión había hecho añicos la noche antes, habían sido reemplazadas por planchas de contrachapado. Golpeó con los nudillos en la madera. Al rato, la puerta se abrió una rendija y desde ella le escudriñaron un par de ojos. Pasado el reconocimiento, la puerta volvió a cerrarse y se oyó como corrían una mesa para poder abrirla del todo. Una mujer más bien sencilla, entrada en los treinta y con un pijama de quirófano manchado de sangre, invitó a su inesperado huésped a entrar.

– Bienvenido, rabí -dijo haciéndole pasar a una zona del vestíbulo transformada en clínica temporal. Aquí y allí se veía a gente acampada junto a familiares convalecientes.

– No con los demás -dijo el rabino con una voz llamativamente resonante y templada-. Debes subirlo a tu apartamento.

Fue entonces cuando ella se fijó por primera vez en el rostro del hombre que el rabino llevaba cargado al hombro. La sangre que le cubría el rostro y empapaba sus ropas no pronosticaba nada bueno; el estado que presentaba el cráneo le hizo pensar que aquello era como aceptar a un paciente muerto, y lo cierto es que más le hubiese valido estarlo a aquel hombre.

– Rabí, creo que con éste perdemos el tiempo -dijo.

– Pues encárgate de que no lo hagamos -contestó él con firmeza mientras se volvía y ponía rumbo a las escaleras-. Eres un buen médico. Confío totalmente en tu capacidad.

– Pero, rabí, está casi muerto, si no lo está ya del todo.

– No está muerto -dijo el rabino. Abrió la puerta y comenzó a subir el primer tramo de escaleras; ella le siguió de cerca. En un par de rápidos movimientos, la mujer se agachó, adelantó al rabino en su ascenso y se detuvo en las escaleras delante de él impidiéndole el paso. El rabino la miró fijamente, exigiéndole con sus ojos que se apartara.

– ¡Por lo menos deje que vea si tiene pulso! -rogó.

El rabino la dejó hacer mientras cogía al hombre de la muñeca y le tomaba el pulso. La miró a los ojos y leyó en su mirada la determinación de quien se sabe en lo cierto. Para su sorpresa, el pulso era razonablemente fuerte. El rabino la esquivó y continuó su ascenso.

– Está bien -dijo ella-, ¿y qué si está vivo? Ya ha visto cómo tiene la cabeza. Seguramente sufre lesiones cerebrales irreversibles.

– A su cerebro no le pasa nada. Es una herida de cuando era niño. -El rabino llegó a la tercera planta y abrió la puerta del descansillo.

– Está bien, está bien, a lo mejor sobrevive y todo. -Cuanto más se acercaban a su apartamento, más acuciante era su necesidad de detener al rabino y a aquel paciente tan inoportuno. La mujer sabía que la única esperanza era convencerle de que desechara su plan. Pero si insistía tendría que ceder; después de todo, él era el rabino. El problema era que no tenía noticia de que hasta ahora nadie hubiese conseguido que el rabino no se saliese con la suya.

– Pero ¿por qué tiene que quedarse en mi apartamento? ¿Es que no puede alojarse abajo con los demás?

El rabino, que para entonces ya había llegado al apartamento, se volvió para contestar mientras esperaba a que ella abriera la puerta.

– No está limpio -susurró a pesar de que no había nadie que le pudiera escuchar-. No está circuncidado -añadió a modo de aclaración-. Además, va a necesitar que te ocupes personalmente de él.

La mujer sabía que era inútil resistirse, así que cedió y abrió la puerta.

– Déjele en el segundo dormitorio -dijo. Abrió el armario de la ropa y tiró de un juego de sábanas viejas-: ¿Es un gentil? -preguntó mientras estiraba una sábana sobre la cama.

– Él cree que sí -contestó él-. Dentro de una semana o así, cuando se haya recuperado un poco, lo dispondré todo para que sea circuncidado.

– ¿Quién es? -preguntó ella, ahora que empezaba a aceptar la situación.

– Su nombre es Tom Donafin. -El rabino hizo una pausa mientras la mujer vertía agua en una jofaina y empezaba a limpiarle a Tom las heridas-. Es uno de los que habla la profecía, «Él ha de traer la muerte y morir para que llegue el fin y sobrevenga el comienzo».

Atónita ante la revelación, la mujer se detuvo y se volvió para mirar al rabino.

– Es el último de la línea de Santiago, el hermano del Señor -continuó-. Es el Vengador de Sangre.


  1. <a l:href="#_ftnref33">[33]</a> Mateo 27, 46.

  2. <a l:href="#_ftnref33">[34]</a> Remito a los lectores a la Nota importante del autor que se incluye al comienzo de este libro.