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6

SECRETOS DEL ARCA PERDIDA

Nablus, Israel

– Tom, ¿cómo lo quieres? -preguntó Joshua Rosen mientras servía café para él, su mujer y sus dos invitados norteamericanos.

Tom Donafin lo pidió solo. Decker iba a contestar, pero Joshua lo interrumpió.

– A ti no hace falta que te pregunte. Me acuerdo. Te gusta con demasiada leche y demasiado azúcar, igual que a un niño.

Decker y Tom intentaban hacerse a la hora israelí, para abordar cuanto antes la cobertura de los recientes disturbios, y el café era una buena ayuda.

– Bueno, Tom, cuéntanos algo sobre ti -preguntó Ilana Rosen-. ¿De qué conoces a nuestro querido Decker?

– Oh, bueno, somos amigos desde hace mucho tiempo -Tom se rascó la barbilla, oculta bajo una espesa barba oscura-. Nos conocimos en un café de Tullahoma, en Tennessee. A los dos nos gusta escribir, así que hicimos buenas migas enseguida -la mirada de Tom pareció perderse en el tiempo-. Por aquel entonces nuestro aspecto era de lo más extravagante. Ya saben, pelo largo, collares de cuentas y flores y toda esa historia.

Ilana Rosen miró a Decker, sentado a la mesa frente a ella. Tenía cuarenta y siete años, por lo que no pudo más que reír cuando intentó imaginárselo de hippie.

– El caso es -continuó Tom- que perdimos el contacto. Decker entró en el ejército y yo empecé a trabajar con una cuadrilla en la construcción. Después de varios años de ganarme la vida con el sudor de mi frente, me harté y me inscribí en la universidad. Un día estaba sentado en una clase de microbiología a la que había sido asignado erróneamente por el ordenador de la facultad cuando miro hacia la puerta y entra Decker, con los párpados tan caídos como le veis ahora.

Decker había aprovechado el relato de Tom para «descansar los ojos», pero al oírle se sacudió y tomó un buen sorbo de café para intentar recobrar la conciencia.

– Me temo que debería intentar permanecer más alerta durante los relatos de Tom -dijo-. Nunca se sabe lo que puede ser capaz de inventarse sobre mí mientras duermo.

Satisfecho de saber que su amigo lo escuchaba, Tom continuó con su historia.

– Durante los cuatro años que siguieron permanecimos en estrecho contacto en la universidad. Cuando terminé la carrera, conseguí trabajo en un periódico de Massachussets, y pensé que Decker seguiría con sus estudios de posgrado. Pero lo siguiente que supe de él fue que estaba editando un periódico semanal en Knoxville. A los pocos años me fui de Massachussets y entré a trabajar en la sede de Chicago de la UPI. [14] Luego, hace como unos dos meses y medio, Decker me consiguió una entrevista para la revista News World.

A pesar de todos sus esfuerzos, Decker se estaba quedando dormido otra vez, pero cuando Tom terminó de hablar sintió como tres pares de ojos le miraban fijamente. Con una pequeña sacudida y un movimiento rotatorio de cabeza, quiso aparentar que había estado escuchando con atención. Tom ignoró esta última infracción del código de la buena educación y preguntó a los Rosen sobre ellos.

– Decker ya me contó algo durante el viaje, pero todavía hay mucho que no sé.

– Muy brevemente -empezó Joshua Rosen-, Ilana y yo nacimos en Austria pocos años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Cuando yo tenía seis años, mi familia decidió abandonar Austria una vez se hizo evidente que no había cabida para los judíos en el mundo de Hitler. Por fortuna, toda la familia fue autorizada a abandonar el país. La familia de Ilana lo intentó sólo dos semanas después y le fue denegado el pasaporte. Así que tuvieron que salir clandestinamente con la ayuda de unos misioneros luteranos.

»En Norteamérica, mi padre fue uno entre los más de treinta científicos judíos que participaron en el proyecto Manhattan sobre energía atómica. En casa era muy estricto e insistía en que mis hermanas y yo sobresaliésemos en las tareas del colegio. Yo acabé estudiando física nuclear y luego me dediqué a la investigación en rayos láser y haces de partículas.

Rosen hizo una pausa para dar un sorbo a su café.

– Fue así como acabó trabajando para la iniciativa de defensa estratégica -dijo Tom llenando aquel breve silencio.

– En efecto -concedió Rosen-. Luego, hace unos años, el presidente decidió recortar el presupuesto de prácticamente todos los proyectos de investigación sobre energía dirigida.

– Y entonces decidió venirse a Israel.

– Bueno, no de inmediato, pero sí poco después. Mi padre colaboró en la construcción de la primera bomba atómica para poner fin a la Segunda Guerra Mundial; yo quería ayudar a crear un sistema defensivo contra misiles con carga atómica para evitar el estallido de una tercera guerra mundial. Cuando supe que Estados Unidos había abandonado toda intención de construir ese escudo, decidí venir a Israel para continuar aquí mi trabajo.

– Decker comentó algo sobre su hijo; al parecer, les delató a las autoridades israelíes de inmigración para que no pudiesen conseguir la nacionalidad -dijo Tom a modo de tanteo.

La señora Rosen salió en defensa de su hijo.

– Scott es un buen chico. Lo único que le pasa es que está algo confuso.

– Sí -dijo Joshua-. Hace tiempo que Scott y yo no coincidimos en casi nada. Nuestra familia nunca fue ortodoxa en la práctica del judaísmo: guardábamos las fiestas, pero sólo por costumbre. No es que estuvieran cargadas de sentido, precisamente. Entonces, Ilana y yo empezamos a estudiar las Escrituras para poder comprender mejor nuestras raíces judías. Después de aproximadamente un año y medio de estudio, empezamos a frecuentar a unos amigos mesiánicos y, al final, Ilana y yo acabamos aceptando a Yeshua como Mesías de los judíos.

»Tres meses después murió mi padre. Scott se tomó muy mal la muerte de su abuelo -Ilana le dio unas palmaditas en la mano y le miró comprensiva-. Hubo un momento en el que Scott llegó a acusarnos de su muerte. Creía que la muerte de mi padre era un castigo divino por haber aceptado Ilana y yo a Yeshua y haber "abandonado nuestra religión".

Tom asintió comprensivamente a pesar de no entender del todo lo que Joshua le estaba contando.

– Como resultado -tal vez pensara que era una forma de castigarnos-, Scott abandonó Estados Unidos y se vino a Israel, donde empezó a frecuentar algunos de los grupos más ortodoxos y combativos. Por entonces no tenía más que dieciocho años.

»Cuando llegamos a Israel hace tres años, llevábamos más de quince sin saber nada de Scott. Pero cuando fuimos a tramitar los papeles necesarios para conseguir la nacionalidad israelí -que se concede a la mayoría de los judíos de forma casi automática por el derecho a la aliyá-, ésta nos fue denegada. Nos enteramos tiempo después de que Scott había informado a las autoridades de que habíamos renunciado a nuestra fe, e insistió en que se nos denegara la ciudadanía.

»Lo hablamos durante unos días y, al final, Ilana y yo decidimos recurrir la sentencia. ¡Nosotros jamás habíamos renunciado a nuestra fe! -el tono de Rosen se hizo más defensivo y dogmático-. Muchos judíos son agnósticos o ateos, y aun así Israel les concede la ciudadanía. ¡Pero por creer en las profecías del Mesías judío prometido, somos nosotros los que hemos renunciado a nuestra fe! ¡Aceptar a Yeshua significa completar nuestra fe, no renunciar a ella! ¿Sabías que durante siglos ha habido más de cuarenta hombres que han dicho ser el Mesías? Bien, pues nadie ha acusado nunca a los seguidores de aquellos hombres de haber renunciado a su fe.

Era evidente que Rosen había esgrimido aquella defensa más de una vez y que sus convicciones habían ganado firmeza en cada ocasión. Ilana posó su mano sobre la de él, como si le quisiera recordar que estaba entre amigos. Joshua hizo una pausa y sonrió para distender el ánimo y ofrecer una disculpa muda por cualquier salida de tono.

– Ya había hablado con varios funcionarios del Ministerio de Defensa israelí -dijo Rosen retomando la historia-. Estaban muy interesados en que entrara a trabajar en el programa israelí de defensa estratégica. Fue entonces cuando Decker me llamó desde Estados Unidos.

Las miradas se desviaron hacia Decker, que dormía ya profundamente. Ilana le pasó suavemente los dedos por el pelo. Joshua continuó, aunque bajó la voz para no perturbar a su invitado.

– Estaba escribiendo un artículo sobre el declive del programa de investigación para la Iniciativa de Defensa Estratégica norteamericana y le habían contado mi decisión de mudarme a Israel. Cuando me llamó, acepté hablar con él sobre el tema, y le sugerí que comparase las capacidades y metas de la política de defensa estratégica estadounidense con la israelí.

– Entonces, ya conocía a Decker de antes.

– Sí, claro -contestó Rosen-. Nos conocimos en la expedición de la Sábana de Turín, en Italia.

– ¿En serio? No sabía que hubiese participado usted en aquel proyecto -dijo Tom-. Me gustaría hablar sobre eso algún día.

– Por favor -rogó Ilana-, no le animes.

Joshua pretendió no haber oído el comentario de su mujer y siguió con la historia.

– Pero, bueno, ¿por dónde iba? -dijo-. Ah, sí. Cuando Decker llegó le convencí de que en realidad eran dos las historias que había que contar. Primero estaba la historia sobre la decisión de Estados Unidos de dejar de lado los rayos láser y los haces de partículas, que era la razón por la que me había llamado; y luego estaba la política israelí de denegar la ciudadanía a los judíos mesiánicos.

– Decker escribió sobre lo ocurrido y cómo nos habían denegado la ciudadanía -agregó Ilana-. No pudo poner más empeño en aquella noticia. Pero, al final, los editores de vuestra revista recortaron el artículo y lo publicaron en un pequeño recuadro.

– Mientras Decker preparaba el artículo, entrevistó a varios miembros de la Kneset, todos partidarios incondicionales de una defensa antimisiles israelí -añadió Joshua recuperando el control de la conversación-. Cuando conocieron nuestra situación, exigieron a los burócratas que nos concedieran la nacionalidad de inmediato. La vista que se celebró dos semanas después fue tan rápida que ni siquiera se nos dio la oportunidad de hablar. Antes de que nos enteráramos de lo que allí pasaba, el juez falló a favor nuestro y al poco se nos concedió la ciudadanía. Verás -explicó Rosen-, sin la nacionalidad israelí no me habrían autorizado a trabajar en programas de defensa clasificados. Intentábamos denunciar la ley contra los judíos mesiánicos, pero de repente nos convertimos en la excepción a dicha ley y nos quedamos sin argumento.

– ¿Y han visto a su hijo desde entonces? -preguntó Tom.

– Sí, en la vista -contestó Ilana-. Le enojó muchísimo la rapidez con que todo ocurrió. Pero parece ser que vernos allí, con quince años más, le hizo reflexionar. Nos llamó dos días después de la vista para preguntar si nos podíamos ver. No es que se haya disculpado, pero ha aprendido a aceptarnos. Y lo cierto es que, cosas de la vida, ha acabado siguiendo los pasos de su padre, por lo menos en parte.

– Sí -dijo Joshua recogiendo el testigo a Ilana-. Scott ha resultado ser un físico de primera. Por eso se enteró de que estábamos en Israel y que queríamos la nacionalidad; él también está metido en proyectos de investigación sobre defensa estratégica.

– Ahora le vemos cada pocas semanas -agregó Ilana.

– Incluso hemos trabajado juntos en un par de proyectos -añadió Joshua.

Hicieron una pausa para dar un sorbo al café, indicando así que daban por concluido el tema. A Tom todavía le quedaba algo en el tintero que quería le aclararan, así que aprovechó el silencio.

– Joshua, Ilana, han nombrado ustedes a «Yeshua» varias veces, pero me temo que no sé a qué o a quién se refieren exactamente.

– Yeshua ha Mashiach -contestó Joshua Rosen en hebreo-. Es probable que te suene más el nombre tomado del griego, Jesús, el Mesías.

Tom levantó una ceja asombrado.

– ¿Me está diciendo que Yeshua es Jesús en la lengua judía?

Joshua e Ilana asintieron al unísono.

– ¿Pero cómo pueden ser judíos y cristianos a la vez?

– Bueno, hay mucha gente aquí en Israel que haría la misma pregunta -contestó Joshua-. Pero seguro que sabes que los primeros cristianos eran judíos. Durante la mayor parte del siglo primero, a los cristianos se les conocía como «seguidores del camino», siguieron viviendo como iguales entre sus hermanos judíos y formaron una secta bastante importante dentro del judaísmo. Es más, la primera discrepancia entre los seguidores de Yeshua tuvo que ver con si los gentiles debían convertirse o no al judaísmo antes de hacerse cristianos.

– Supongo que no lo había pensado hasta ahora -dijo Tom-. Entonces, la razón del rechazo de su hijo es porque son cristianos.

– Preferimos que nos llamen «judíos mesiánicos» -contestó Joshua-. Pero la respuesta a tu pregunta es sí.

Tom asintió pensativo mientras valoraba la historia de los Rosen. La conversación parecía haber llegado a su fin, se habían bebido el café y comido las rosquillas. Tom se acercó a Decker y le despertó con una pequeña sacudida. Joshua se había tomado el día libre para poder acompañar a Tom y Decker a Jerusalén y hacer algo de turismo. Decker apuró el café, ya prácticamente helado, y los tres hombres partieron rumbo a la ciudad.

* * *

Joshua guió a sus invitados en una visita relámpago por algunos de los lugares más turísticos, todos con un rasgo común, la presencia de la policía y del ejército israelí. Jerusalén es una ciudad donde la gente ha acabado por acostumbrarse a cosas así.

Tom Donafin estaba especialmente interesado en el Muro de las Lamentaciones, el muro occidental -y todo lo que se conserva- del antiguo Templo judío. Al acercarse al muro, les fueron entregadas kipás negras de papel para que se las colocaran en la cabeza. El gobierno israelí permite a los turistas visitar el muro pero exige a los hombres que lleven puesto el tradicional casquete. Cerca del muro, docenas de hombres vestidos de oscuro formaban una masa en constante movimiento que se mecía de delante atrás mientras rezaban o leían sus libros de oración. Algunos llevaban correas o cordones enrollados en los brazos y lucían atadas a la frente pequeñas cajitas llamadas filacterias. Joshua les explicó que en el interior de aquellas cajitas se guardaban algunas páginas de la Torá, el primero de los cinco libros del Antiguo Testamento.

Al igual que en las paradas turísticas anteriores, Joshua les contó brevemente la historia del lugar.

– El Templo original -empezó Joshua- fue erigido por el rey Salomón y destruido bajo el yugo babilónico. La reconstrucción se inició en el 521 a.C. y luego sufrió importantes reformas bajo el reinado de Herodes. Hacia el año 27 a.C., Yeshua profetizó que el Templo sería destruido de nuevo antes de que muriese el último de los que en ese momento le escuchaban. Pero, como veis, esta parte del muro sigue en pie. Algunos dicen que sólo se refería a las estructuras del interior de las murallas del Templo. Otros dicen que el muro occidental sólo formaba parte de los cimientos y que, por tanto, no entraba dentro de la profecía. Pero según Josefo, que estuvo presente en el asedio romano de Jerusalén, Tito ordenó que algunas partes de la ciudad fueran conservadas como monumento a sus logros. [15] Quiso que todo el mundo fuera testigo del tipo de fortificación que tuvo que superar para derrotar a los judíos.

– Y ¿con qué interpretación se queda usted? -preguntó Tom.

– Aunque con reservas, no puedo más que ponerme del lado de quienes dicen que la profecía sólo se refería a los edificios del Templo y no necesariamente a las murallas.

– ¿Por qué con reservas? -preguntó Tom.

– Porque creo que Yeshua en su profecía dejó claramente dicho que lo incluía todo, él dijo «no quedará ahí piedra sobre piedra que no sea derruida». [16] Puesto que el muro sigue en pie, sólo puedo pensar en dos explicaciones posibles. O bien Yeshua se equivocó, hipótesis esta que me niego a aceptar, o bien -Joshua concluyó con una risita apagada-, por lo menos, uno de los que estaban con Yeshua cuando hizo su profecía sobre el Templo hace dos mil años sigue vivo.

– Joshua, disculpe mi ignorancia -dijo Tom-, pero éste es el Templo donde se guardaba el Arca de la Alianza, ¿no es así?

– Estás en lo cierto -dijo Rosen-. Claro, que este muro está a cierta distancia del lugar donde se encontraba el Arca. ¿Por qué lo dices?

– Oh, por nada. Es sólo que he debido de ver la película En busca del arca perdida <strong>[17]</strong> como una media docena de veces en estos años y me preguntaba si alguien sabe lo que ocurrió con ella en realidad.

– Bueno, hay varias teorías. La Biblia no menciona la localización del Arca después de que el Templo fuera destruido durante la invasión babilónica. Se supone que cuando los invasores saquearon el Templo se llevaron el Arca con ellos. Pero la Biblia dice que cuando Esdras regresó de Babilonia para reconstruir el Templo, lo hizo con todo lo que se habían llevado. [18] Se ha especulado sobre la posibilidad de que el Arca hubiese sido robada del Templo cuando éste fue destruido por Tito en el año 70 y que a continuación fuera fundida o puede que ocultada y más tarde encerrada en alguna sala secreta del tesoro del Vaticano. No obstante, hay evidencias que rebaten esa teoría. En Roma hay un arca que fue dedicada a Tito en honor a su asedio victorioso sobre Jerusalén. En el arca hay talladas varias escenas de la destrucción y saqueo de Jerusalén por parte de los romanos, entre ellas una muy detallada donde aparecen en relieve los tesoros siendo sacados del Templo. El Arca no se encuentra entre los tesoros reproducidos, a pesar de que, siendo como era la pieza más valiosa, tendría que figurar si es que Tito se la llevó.

»Algunos piensan que el Arca está en Etiopía, aunque es una teoría difícil de sostener. Otra hipótesis se basa en los apócrifos de la Biblia y defiende que para evitar que los babilonios hallaran el Arca, el profeta Jeremías la ocultó en una cueva en el monte Nebo, en Jordania. [19]

– ¿Apócrifos? -preguntó Tom.

– Bueno, seguro que sabes lo que son el Antiguo y el Nuevo Testamento o, como preferimos llamarlos nosotros los judíos mesiánicos, la Antigua y la Nueva Alianza.

Tom asintió con la cabeza.

– Pues bien, no todos los escritos religiosos fueron considerados dignos de ser incluidos en la Biblia. Esos otros se conocen como los apócrifos. Algunos no son más que pura fantasía, otros son fraudes evidentes escritos cientos de años después de lo que sus textos pretenden hacer creer. Pero hay un puñado de ellos cuya autenticidad no está tan clara. Hay varios apócrifos que aparecen en la versión católica del Antiguo Testamento. Pero se trata de libros que ni los judíos ni los protestantes consideran de inspiración divina. La Biblia ortodoxa también incluye los apócrifos, pero la Iglesia griega no los considera de inspiración. En la actualidad, incluso la Iglesia católica les resta importancia.

– Entonces, ¿dónde cree usted que está el Arca? -preguntó Tom.

– La verdad es que tengo mi propia teoría -contestó Joshua-. Ya fuera escondida en el monte Nebo o trasladada a Babilonia, creo que es probable que el Arca fuera devuelta cuando se reconstruyó el nuevo Templo.

– Pero ¿dónde está ahora?

– Creo que puede estar en algún lugar del sur de Francia.

– ¿Francia? ¿Por qué?

– Bueno -empezó Joshua-, como decía, esto no es más que una teoría. Nunca había pensado demasiado en ello hasta hace unos pocos años, cuando anunciaron los resultados de la datación de la Sábana de Turín por medio de la prueba del carbono 14.

Decker lo miró extrañado.

– ¿Qué tiene todo esto que ver con la Sábana? -dijo.

– Decker, recordarás lo mucho que nos impresionó a todos la Sábana -dijo Joshua-. Para mi fe tampoco es tan importante que sea auténtica o no, pero desde un punto de vista científico es demasiado buena para ser una falsificación. Sin embargo, hasta muy recientemente la prueba del carbono 14 parecía concluyente. Entonces, un día, estoy leyendo unos escritos de san Jerónimo, que vivió entre los siglos cuarto y quinto y fue el primero en traducir el Antiguo Testamento directamente del hebreo al latín, y me encuentro con una cita de un libro llamado el Evangelio según los Hebreos, que por desgracia ya no existe o se ha perdido. San Jerónimo recoge sólo una pequeña cita, pero ésta revela una información importantísima sobre la Sábana. Por supuesto que no hay forma de comprobar la autenticidad de este Evangelio. Podría haber sido tan falso como algunos de los otros apócrifos, pero lo que dice es que después de resucitar de entre los muertos, Yeshua cogió su sudario y se lo entregó al siervo del sumo sacerdote. [20] No es mucho que digamos, pero es el único dato que tenemos sobre lo que ocurrió con la Sábana inmediatamente después de la resurrección.

– ¿Quién era el siervo del sumo sacerdote? -preguntó Tom.

– Lo mismo me pregunté yo -continuó Joshua-. ¿Quién era y por qué le daría Yeshua la Sábana a él? Bueno, después de darle unas cuantas vueltas recordé que sí que hay una mención al esclavo del sumo sacerdote en el Evangelio. [21] La Biblia cuenta que el esclavo del sumo sacerdote, un hombre llamado Maleo, se contaba entre los que fueron a arrestar a Yeshua la noche antes de su crucifixión. El apóstol Pedro intentó ahuyentarlos con una espada y en la escaramuza le cortó la oreja a Maleo. Yeshua pidió entonces a Pedro que dejara la espada, recogió la oreja, la colocó de nuevo en la cabeza de Maleo y se la curó al instante.

»Este Maleo habría acudido al Templo a diario y debió de ser testigo de cómo el velo que separaba a la gente del sanctasanctórum se rasgó inexplicablemente en dos tras la crucifixión de Yeshua. [22] El sanctasanctórum era el recinto más sagrado del Templo. Cuando Yeshua murió, Dios en persona rasgó el velo de arriba abajo, permitiendo que la gente corriente y no sólo los sumos sacerdotes tuvieran acceso a su sagrada presencia. Y es probable que Maleo, como el resto de las gentes de Israel de aquel tiempo, estuviera muy al tanto de los milagros de Yeshua y de la evidencia de su resurrección. Me parece razonable suponer que Maleo, habiendo presenciado todo esto, sobre todo la curación de su oreja, bien pudo haberse convertido en seguidor de Yeshua. Si así fuere, se entendería ese contacto entre Maleo y Yeshua después de la resurrección; la Biblia dice que Yeshua se apareció a más de quinientas personas en Jerusalén y sus alrededores después de resucitado. [23]

»Pero esta teoría no explicaba el porqué de entregar la Sábana a Maleo. Era la cuestión más espinosa. Entonces, cuando menos lo esperaba, las piezas encajaron de repente y ¡me di cuenta de que lo tuvo que hacer para que conservara la Sábana como prueba de la resurrección! Sospecho que Yeshua pidió a Maleo que guardara la Sábana en el Arca de la Alianza.

– ¿Por qué haría eso? -preguntó Tom.

– Es algo complicado -continuó Rosen-. Como decía, estamos bastante seguros de que el Arca no estaba en el Templo cuando éste fue saqueado por los romanos en el año 70. ¿Dónde estaba, entonces? Creo que el Arca desapareció una segunda vez, aunque en esta ocasión es seguro que no fue robada. La ocultó el sumo sacerdote.

»Entre la era de los babilonios y la incursión romana hubo varios intentos de robar en el Templo por parte de bandidos. Yo creo que es posible que los sacerdotes idearan un plan de evacuación para ocultar el Arca en caso de que el Templo se viera amenazado. Así que cuando los romanos conquistaron Israel, es muy probable que los sacerdotes consideraran que el Templo volvía a convertirse en un objetivo tremendamente atractivo para los buscadores de fortunas.

»Mi teoría es que el Arca fue ocultada en algún lugar de los túneles que había bajo el Templo, para protegerla de los romanos. Si así fue, muy pocos lo habrían sabido, pero es seguro que el sumo sacerdote lo sabría. Y si el sumo sacerdote lo sabía, es muy posible que su esclavo, Maleo, también lo supiera.

Decker y Tom asintieron con vacilación.

Rosen continuó.

– Muy bien, ahora avancemos unos mil cien años hasta tiempos de la primera cruzada. Muy pocos saben que los cruzados, en su mayoría franceses, tuvieron bastante éxito en sus primeros intentos por arrebatar Tierra Santa a los musulmanes. Llegaron incluso a tomar Jerusalén, donde se hicieron fuertes e instauraron un rey de origen francés. Poco después se estableció en la misma ciudad la que se conocería como orden de los Caballeros Templarios.

– He oído hablar de ellos -comentó Decker-. Si no me equivoco, fueron muy poderosos.

– Lo fueron, pero no al principio. Los caballeros del Temple hicieron votos de proteger Jerusalén y auxiliar a los peregrinos europeos que viajaban a Tierra Santa. Un propósito muy poco realista, teniendo en cuenta que en sus orígenes la orden no contaba con más de seis o siete miembros. Y eran todos muy pobres. Irónicamente, uno de los votos era de pobreza. Y digo que irónicamente porque, de una manera u otra en el transcurso de cien años, aquel pequeño grupo de caballeros no sólo se multiplicó en número, sino que se hizo inmensamente rico. Es más, aquellos hombres se convirtieron en los primeros banqueros internacionales, prestando dinero a reyes y nobles a lo largo y ancho de Europa. Cómo amasaron tan inmensa fortuna ha sido y es objeto de mucha especulación.

– Y usted cree tener la respuesta, ¿no es así? -le urgió Decker.

– Eso creo, y si es así, es mucho lo que explica. Veréis, la sede de los caballeros del Temple estaba en la mezquita de Omar -es decir, la cúpula de la Roca-, que ocupa el emplazamiento del antiguo Templo. Se ha llegado a sugerir que los caballeros excavaron los túneles de debajo de la mezquita y allí hallaron los tesoros del Templo de Salomón, de ahí sus riquezas.

– Pero ¿dónde encaja la Sábana en todo esto? -preguntó Tom.

– Dios ordenó a Moisés que construyera el Arca -continuó Joshua- para guardar en su interior determinados objetos sagrados: las Tablas de la Ley en las que Dios escribió los diez mandamientos; el primero de los cinco libros de la Biblia escrito por Moisés; la urna con el maná que Dios hacía caer del cielo cada mañana para que se alimentaran los hebreos mientras permanecieron en el desierto; y la vara de Aarón, que Dios hizo que brotara milagrosamente y diera almendras de fruto. [24] Todo ello se guardó en el Arca como prueba para las generaciones venideras del poder de Dios y de su alianza con Israel.

»Pero siempre ha habido algo en esa lista que no me cuadraba. Las tablas de piedra pueden durar para siempre. El pergamino en el que Moisés escribió los primeros cinco libros de la Biblia podría conservarse durante años al abrigo del Arca. Pero la urna con el maná en condiciones normales quedaría reducida a polvo en pocos meses. Y la vara de Aarón, por mucho que sobreviviese durante siglos en forma de una simple vara de madera, sin los brotes y las almendras, poca prueba sería del poder de Dios. Entonces se me ocurrió que es posible que el poder del Arca sea mucho mayor y muy diferente de lo que creemos. Tomad la vara, por ejemplo, ¿cómo de alta pensáis que podía ser la vara de Aarón?

– Uf, no sé -dijo Tom-, detesto hacer gala de mi ignorancia, pero en lo único que se me ocurre pensar es en otra película, Los diez mandamientos. [25] En ella, la vara de Moisés podría medir unos dos metros.

– Bueno, no es que tus fuentes sean demasiado fidedignas, pero creo que no andas desencaminado -dijo Joshua-. El pastoreo no ha cambiado mucho con los siglos, y todos los cayados de pastor que he visto tienen más o menos esa medida. Así que cuando se piensa en la vara de Aarón, con sus ramas y brotes y almendras, ésta debía de tener un diámetro importante. Pero -dijo Joshua a punto de llegar al meollo de la cuestión- si nos basamos en un cúbito medio de cuarenta y seis centímetros, lo máximo que podía haber medido la vara para caber en el Arca es un metro cuarenta y tres centímetros, y eso sin ramas.

Aunque lo intentaba, Tom no entendía a lo que apuntaba Joshua.

– ¿Y?

– Piénsalo. Para que un cayado de unos dos metros encajara dentro del Arca, las dimensiones del interior no podrían estar limitadas por las del exterior.

Tom lo miró atónito.

– Ya entiendo. Una especie de truco a lo Mary Poppins <strong>[26]</strong> -dijo echando mano a otra película-. Como cuando Mary Poppins podía meter en su maleta toda clase de objetos más grandes que ella.

Decker y Joshua soltaron una carcajada.

– Exacto -contestó Joshua-. Si la urna del maná y la vara de Aarón debían atestiguar a las generaciones futuras el poder de Dios, el Arca tiene que tener alguna capacidad milagrosa para preservar las cosas. Supongo que ya sabréis que el tiempo es para muchos la cuarta dimensión; longitud, anchura y altura son las tres primeras. Lo que sugiero es que tal vez no existan esas dimensiones en el interior del Arca: ni longitud, ni anchura, ni altura; lo que explicaría que la vara de Aarón encajara; y que tampoco exista el tiempo, lo que explica que se hayan conservado el maná y la vara.

Decker comprendió de repente a lo que Joshua pretendía llegar.

– Así que cree que el esclavo del sumo sacerdote metió la Sábana en el Arca, y ésta permaneció allí hasta que los caballeros del Temple la sacaron cuando descubrieron los tesoros del Templo más de mil años después.

– ¡Exacto! -exclamó Joshua-. Claro que no es más que una conjetura, pero por lo menos ofrece una teoría única que da respuesta racional a unos cuantos interrogantes. Además, es cuando menos lógico que la Sábana, la única prueba física de la resurrección de Yeshua y de la consumación de la nueva alianza entre Dios y su pueblo, permaneciera depositada en el Arca de la Alianza junto con las pruebas de la vieja alianza con Dios.

– Un momento, un momento -dijo Tom, que intentaba a duras penas seguir el argumento.

– ¿No lo entiendes? -dijo Decker-. Ésa es la razón de que la Sábana no pasara la prueba del carbono 14. Durante los más de mil años que estuvo dentro del Arca, la Sábana se salvó de todo deterioro o envejecimiento.

– Madre de… -Tom se contuvo, pero con el entusiasmo elevó tanto la voz que muchos de los turistas y fieles que les rodeaban se giraron para lanzarle miradas de desaprobación-. ¡Es increíble! -dijo controlando la voz esta vez-. ¿Y qué hay de los templarios? ¿Están relacionados de alguna forma con la Sábana de Turín?

– Bueno -dijo Joshua-, si nos remontamos en el tiempo, la primera persona que se puede probar tuvo la Sábana en su posesión fue un francés llamado Geoffrey de Charney. Pasados unos años, su familia entregó la Sábana a la Casa de Saboya, quien la trasladó más tarde a Turín, en Italia.

– Pero ¿hay alguna conexión entre De Charney y los templarios? -preguntó Decker.

– Pues ya que lo preguntas -el rostro de Joshua se iluminó al escuchar la pregunta que esperaba-, sí, sí que la hay.

– Bueno, ¿cuál es? -preguntó Decker cuando consideró que la pausa de Joshua se alargaba demasiado.

– Veréis. Como decíamos, los caballeros templarios llegaron a tener una enorme influencia en Europa, pero llegó el día en que el rey de Francia decidió que no los quería más por allí. Acusó a los miembros de la orden de pecados y atrocidades espantosos, y fueron arrestados y torturados para que se confesaran autores de aquellos falsos delitos. A los que confesaron se les encerró en prisión; los que negaron los cargos fueron torturados hasta la muerte o quemados en la hoguera. Dos de los últimos en ser ejecutados fueron Jacques de Molay, maestre de la orden del Temple, y Geoffrey de Charney, preceptor de Normandía. Parece ser que este último era tío del otro Geoffrey de Charney, la primera persona que podemos estar seguros tuvo en su posesión la Sábana.

– ¡Increíble! -dijo Tom.

– A ello se suma -continuó Joshua- que a los caballeros se les acusara, entre otras cosas, de adorar la imagen de un hombre.

– ¡La Sábana de Turín! -concluyó Decker.

– ¿Es por eso por lo que cree que el Arca está en Francia? -preguntó Tom.

– Así es -contestó Joshua-. Opino que la Sábana, el Arca y el resto de los tesoros del Templo fueron sacados de Israel y ocultados en el sur de Francia por los templarios. Si así fuera, es posible que muchos de los tesoros y el Arca sigan allí escondidos. Es más, existe en Francia una sociedad secreta llamada Priorato de Sión, que tiene sus orígenes en la orden del Temple. Del jefe de la sociedad se cuenta que ha llegado a decir textualmente que sabe dónde están los tesoros del Templo y que les serán devueltos a Jerusalén «en el momento oportuno». [27]

– ¿Es cierto que bajo el Templo hay túneles y pasadizos secretos donde pudo permanecer oculta el Arca hasta que los templarios la encontraron? -preguntó Decker.

– Oh, sí, desde luego. Es más, no sólo hay túneles, hay grandes estancias abovedadas. La mayoría están sin excavar, pero se han localizado por radar [28] -Rosen señaló hacia un par de arcos bajos que quedaban a la izquierda del muro y perpendiculares a éste-. Ahí, al otro lado de esos arcos se encuentra la entrada a uno de los túneles excavados. Discurre hacia el sur por el interior del muro y luego hacia el norte más de noventa metros a lo largo del que fuera el límite oeste del Templo. Cuando el túnel fue abierto al público en 1996 hubo muchos problemas. Existe un túnel lateral que conduce en dirección este hacia la que hoy es la cúpula de la Roca, pero que hace dos mil años fue el sanctasanctórum, el lugar donde descansaba el Arca. Algunos rabinos empezaron a excavar también ese túnel, pero el gobierno los detuvo y lo selló.

– ¿Por qué? -preguntó Tom.

– Cuando Israel tomó Jerusalén durante la guerra de los Seis Días en 1967, nos comprometimos a permitir que los musulmanes siguieran controlando la zona de la cúpula de la Roca. Cuando les llegó noticia de las excavaciones, protestaron de inmediato y el túnel fue sellado. Hay quienes opinan que es posible que el Arca siga enterrada bajo la cúpula de la Roca y que los musulmanes lo saben y no quieren que los judíos se hagan con ella.

»No obstante, existe una razón más probable para denegar el permiso a excavar, que no es otra que el temor de los musulmanes a que los zelotes judíos entren en el túnel y vuelen la mezquita para poder reconstruir el Templo judío. No sería la primera vez que los israelíes intentan hacer volar la Cúpula. Un grupo de zelotes, en su mayoría seguidores de Meir Kahane, lo intentó en 1969. Kahane fue asesinado durante una visita a Nueva York a comienzos de los noventa, pero Moshe Greenberg, uno de sus seguidores, es ahora el ministro israelí de Asuntos Religiosos.


  1. <a l:href="#_ftnref14">[14]</a> La UPI (United Press International) es una agencia de noticias internacional con sede central en Washington D.C. y oficinas en todo el mundo (N. de la T.)

  2. <a l:href="#_ftnref15">[15]</a> Flavio Josefo: La guerra de los judíos, VII, 1. Véase también Midrash Rabba, Lamentaciones 1,31, donde se recoge que el general de Vespasiano, Pangan es interrogado sobre la razón por la que no ha destruido el muro occidental del Templo y éste responde: «Así lo hice en honor a tu imperio… Cuando la gente vea el muro occidental exclamará: "¡Sed testigos del poder de Vespasiano en aquello que no destruyó!"».

  3. <a l:href="#_ftnref16">[16]</a> Mateo 24,2.

  4. <a l:href="#_ftnref17">[17]</a> 1981, Paramount.

  5. <a l:href="#_ftnref18">[18]</a> Esdras 1,7.

  6. <a l:href="#_ftnref19">[19]</a> 2 Macabeos 2,4-8.

  7. <a l:href="#_ftnref20">[20]</a> Jerónimo, en Ep. 5.4. (Migne PL 26, 552 C-D), citado por J. K. Elliot (1993): The Apocryphal New Testament (Clarendon Press, Oxford University Press).

  8. <a l:href="#_ftnref21">[21]</a> Mateo 26, 50-52; Marcos 14, 47; Lucas 22, 50-51; Juan 18, 10.

  9. <a l:href="#_ftnref22">[22]</a> Mateo 27,51.

  10. <a l:href="#_ftnref22">[23]</a> 1 Corintios 15, 6.

  11. <a l:href="#_ftnref24">[24]</a> Hebreos 9,4.

  12. <a l:href="#_ftnref25">[25]</a> 12.1956, Paramount.

  13. <a l:href="#_ftnref26">[26]</a> 1964, Disney.

  14. <a l:href="#_ftnref27">[27]</a> Baigent, Michael; Leigh, Richard y Lincoln, Henry (1993): El enigma sagrado, Barcelona, Martínez Roca.

  15. <a l:href="#_ftnref28">[28]</a> Véase, por ejemplo, Bahat, Dan: «Jerusalem Down Under: Tunneling Along Herod's Temple Mount Wall», en Biblical Archaeology Review, vol. 21, n.° 6 (noviembre/diciembre 1995), págs. 30-47.